De los Pueblos de Indios en Cuba. Segunda mitad del
siglo XVI.
Por Pablo J. Hernández González.
El siglo de la conquista cerró con una sensible
merma en la población autóctona cubana que, desde
medio milenio antes, había ocupado la porción más
considerable del archipiélago. No obstante, y a pesar de
ciertas apreciaciones repetidas sin manejo de todas las informaciones
que existen, los pobladores autóctonos de filiación
cultural aruaca, integraban la pirámide étnica colonial
en la siguiente centuria, tal y como han evidenciado en conjunción
algo tardía, realmente, las pruebas que la antropología
ilustrada del siglo XIX y los estudios de los documentalistas contemporáneos
atesoraron, cada cual por su lado, desde mucho, y que sólo
en el último siglo se han venido combinando gradualmente
hasta alcanzar la visión que poseemos hoy día, y que
no descarta la existencia de un modesto, ciertamente, componente
indígena en nuestros tiempos coloniales.
Los indígenas residuales indocubanos, para
suscribir un término que ha sido establecido en otro lugar,
y que creemos adecuado a falta de otro más gráfico,
tras su liberación jurídica en la sexta década
del siglo XVI, arribaron a una relativa “mayoridad”
en la sociedad de entonces, bajo cierto condicionamiento preestablecido
por la misma disposición que le daba fuerza legal a su exclusión
de la servidumbre. Y el más señalado de los tópicos
relativos lo constituía aquel concerniente a los asentamientos
donde habrían de radicar, en condición de nuevos súbditos,
los otrora condicionados. Tal la génesis de los pueblos
de indios en Cuba, creados en la época colonial temprana,
y que vale diferenciar de los asientos primarios, también
y por naturales razones así denominados.
Las comunidades indocubanas prehispánicas
se estructuraban en agrupaciones poblacionales de base territorial
y parentesco cercano, constituyendo aldeas o pueblos, tal como se
les denomina en fuentes diversas, y que sirvieron como referencia
inicial en los repartimientos, de los cuales fueron sus primeras
víctimas, comienzo del desarraigo de los naturales. Todo
el sistema poblacional indígena colapsó en la misma
medida que su organización social y cultura entraron en declive
y sujeción ante Castilla, o mejor sus representantes. Tal
es así que, en un par de décadas, toda la multitud
de los poblados que partiendo de las crónicas tempranas y
las reconstrucciones modernas se han podido registrar -ascendiente
a medio centenar de puntos, por lo menos-, había quedado
disuelta y descontextualizada, y aún los fallidos experimentos
de los Padres Jerónimos no lograron sino implantar artificiales
conjuntos de pobladores, arrancados de regiones que una ocasión
poseyeron cierta coherencia, que para la fecha, apenas mostraban
un abigarrado resto de diversos poblados mezclados y disminuidos,
tal como se registra en la cuenca del Cauto, región oriental
de la isla, en la década del treinta del Quinientos.
A las leyes Nuevas siguió una regulación
sobre la integración de los "Naturales emancipados",
según la denominación corriente, en las cercanías
de los pueblos de españoles, con preferencia en puntos lo
suficientemente adecuada como para que conservaran cierta entidad
propia, a la vez que domiciliados a corto alcance de las autoridades,
llegado el caso. Así pues, crearonse pueblos en puntos donde
previamente no existían, y reagrupáronse allí
donde solamente hubo memoria o los avatares de la encomienda no
quitaron del todo los antiguos fundamentos del lugar, que también
se dio. Enclaves como los caseríos de Ovejas, San Juan Evangelista,
en San Salvador del Bayamo; Santa Ana en Puerto del Príncipe
o Tarraco en la Habana, acogieron -verdaderos barrios rurales- gran
parte de los aborígenes que aceptaron ser relocalizados a
partir del 1554. Sitios de añosa presencia de los naturales
del país, aún con todas las mermas consabidas, recuperaron
población y regularidad en sus asientos Tales, Guanabacoa
y Caneyes.
No obstante la generalidad de lo expresado, no
todos los sujetos de ascendencia indocubana quedaron adscritos a
este tipo de reagrupación, primero por las reales limitaciones
que tuvo siempre la autoridad para ejercerse en todo confín
de la isla, entonces harto dilatada; por otro, la evidente reluctancia,
a veces más o menos hostil según los circunstancias,
con que ciertos grupos de indios acogieron la implantación
europea en sus lares. Asunto este que ha motivado determinadas apreciaciones
y ciertamente argumentos que enriquecen las difusas definiciones
-por naturaleza de las fuentes probablemente así queden-
acerca de esta existencia paralela de individuos que se negaron,
o se resistieron, al brutal cambio existencial impuesto. Grupos
minoritarios, los más de las veces en precario, otros en
franco desafío, lograron asentarse en aquellas extensas regiones
que la geografía abrupta de la Cuba Oriental reservó
más allá de todo requerimiento, edicto y sujeción,
para custodio de aquellos desarraigados y desesperados, que dadas
las condiciones imperantes no siempre ha sido muy claro distinguir,
y por demás no creemos amerite detenernos en ello. Sus remotos
asentamientos, los palenques más antiguos, y más
desconocidos, ignorados, también, en la relativa impunidad
que siguió a las duras cacerías de las cuadrillas
(indios leales contra indios bravos táctica socorrida, nada
innovadora por demás) a fines de la cuarta década
del siglo, fueron ganando en estabilidad y permanencia aunque, una
considerable porción de las fuentes que (si llegado el caso
les mencionan) conocemos, no los refieren como sitios muy poblados
o especialmente significativos. Con todo, generaron otro tipo de
asentamiento del indígena cubano, a finales del XVI, fundamentalmente,
al margen de los principales núcleos poblados, pero no necesariamente
desprovistos de vínculos, relaciones de mercadeo, y cruzamiento
consanguíneo con los similares étnicos y eventualmente
aunque menos acusado (por lo que sabemos e inferimos) que entre
sus hermanos de los pueblos adjuntos a las villas y ciudades coloniales.
Aunque no suelen aparecer conceptualizados como “pueblos”sí
se les menciona, cuando da ocasión, como "lugares de
indios", rango diminutivo, por demás ciertamente apropiado
a su condición real.
Medio siglo atrás, el historiador Felipe
Pichardo Moya, en lúcida monografía, estableció
las primicias para el entendimiento de tales patrones de asentamiento
entre grupos indígenas cubanos del período post-encomienda,
y a nuestro juicio esta apreciación hoy día sigue
conservando su validez y avalada por la documentación indiana
que desde entonces ha podido ser acopiada. En su criterio pueden
establecerse dos variantes las cuales, y naturalmente, pueden estar
sujetas a cualquier ampliación, si llegasen la circunstancia
y el argumento:
"(...) Los oficialmente pueblos de indios
escribió, que más tardíamente desaparecieron
-Jiguaní y El Caney- desde mediados del siglo XIX perdieron
todo carácter (...) en esos pueblos se recogieron los indios
mansos que desde mucho antes de ser allí radicados, ya estaban
en contacto con los castellanos y habían perdido sus principales
características culturales. En cambio, en lugares de la isla
sin antecedentes históricos conocidos, encontramos aún
gentes que obstentan el origen indio y conservan algo de esta cultura
(...), con organización social y modos de vida en que lo
indio y lo español se mezclaron (...)" (1).
Ciertos informes que hemos seleccionado arrojan,
ya desde épocas tempranas, referencias concernientes a las
poblaciones reputadas como de indios a lo largo de la colonia.
Las mismas evidencian un desplazamiento a lo largo de las décadas
que hemos revisado, sin lugar a dudas, cada vez más hacia
las localidades del departamento oriental, restando apenas un bolsón,
en gradual mestizaje, hacia el Poniente de la isla. Escasamente
inmediatas a la promulgación de las leyes que dieron la libertad
a los indios de la isla, encontramos exponentes documentales utilísimos
para el estudio de aquellas localidades donde se concentraban, conocidas,
ciertas poblaciones de naturales, información que
nos ha llegado, como en la mayoría de estos registros primarios,
mediante las pesquisas de los obispos en sus recorridos por la diócesis.
Tal, el caso de la azarosa visita del Obispo Bernardino de Villalpando,
en la séptima década del siglo XVI, cuya relación
ofrece ciertos apuntes valiosos para la comprensión de la
situación de estas localidades y los habitantes autóctonos,
entonces disminuidos en todo sentido.
Para 1561, los “pueblos de indios”
existentes podían enumerarse como sigue: Guanabacoa, Caneyes
(ambos establecidos después de 1553, en antiguos asientos
patrimoniales ), Trinidad, Baracoa, locaciones estas últimas
abandonadas por los vecinos castellanos prácticamente desde
una treintena de años antes, que al momento subsistían
con vecinos indios organizados a la usanza establecida por los conquistadores.
Dice nuestro Obispo que los indios naturales de la villa
de Trinidad habían sido amenazados por el vecindario de Sancti
Spiritus de ser despojados y trasladados a la fuerza de su asentamiento
para así emplearlos al servicio de la segunda villa, urgido
aquel, al parecer, de mano de obra, y que por lo tanto, veíanse
abocados a la pérdida de sus casas y labranzas, privándole
cualquiera de sus bienes "(...) lo cual si así nos hiciese
nosotros somos naturales de la villa de la Trinidad nacidos y crecidos
en ella (...)", rezaba un pedimiento hecho por los representantes
concejiles a la Corona, en la fecha.
Circunstancia que es frecuente encontrar en lo
adelante en la documentación respectiva. La situación
de las citadas localidades, compartida por otros asentamientos de
indios "reducidos", como lo era Guanabacoa, resultaba
tan reiterada que, tan tarde como en 1562, aun se obviaban los Reales
mandatos por parte de no pocas de las autoridades capitulares y
gubernativas del interior de la isla, lo que hacia clamar a los
procuradores de los indios emancipados: "(...) Nosotros somos
personas libres (y pedimos a Su Majestad) nos sostenga en la libertad
que Su Majestad nos dio no consintiendo (...) nos muden ni quiten
(de) nuestro pueblo y villa. (Y...) nos ampare en la posesión
de dicho pueblo y villa (...) hemos tenido(...)" (2).
Inclusive, la existencia cotidiana de estos indios naturales
estaba moteada de incidentes violatorios del espíritu y la
letra de la legislación nueva de Indias.
En el informe de su visita obispal, redactada para
uso de la Corte, y desde Santiago de Cuba (Abril 14, 1563) el Dr.
Bernardino de Villalpando menciona tres asentamientos que califica
de pueblos de indios, uno de ellos Baracoa la cual es puerto
de modesta compostura, con iglesia "...harto pequeña
y de paxa...", y que recientemente había sufrido devastación
de franceses, donde ganaron mucho mérito sus pobladores "(...)
indios y españoles (...)" al hacerles frente. En este
pueblo, halló un protector de indios, cuyo desempeño
resultaba contraproducente y "(...) los pobres yndios son muy
maltratados haziendoles servir y otras cosas contra razón",
lo que trató de remediar a su llegada, con el consiguiente
desagrado de las autoridades locales, quienes medraban con las prestaciones
ilícitas a que forzaban a los indios, a los que predicó
sus derechos. Condenaba tal oposición concejil, al estorbar
su labor "(...) que es la conversión de los indios y
la salvación de sus almas y asi cierto convernian (sic) que
en estas cosas no se entrometían los gobernadores".
(3)
Otro punto visitado, Guanabacoa, inmediato a la
capital, lo registra como "(...)pueblo en que ay solo yndios
y los desta tierra son tan pobres no pueden mantener sacerdote (...)"
que aunque una real disposición había determinado
que quedasen libres de contribuciones al clero, resolvía
incumplirlo, en bien del servicio de almas en lo que estaba harto
desamparado el lugar para sostener párroco, pues “(...)
no abia ninguno allí que quisise ir a dezir misa sino era
con esperanza de ganar alguna cosa (...)". En su concepto tal
contribución aportaba al servicio de los naturales,
con placer de sus conciencias "(...) y yo no puedo mas de dar
noticia de ello a vuestra magestad (...)". A eso se reduce
su relación, que a todas luces muestra una comunidad, si
bien no escasa de gentes, ni al parecer excesivamente próspera,
algún beneficio proporcionaría que facilitara la iniciativa
del Obispo.
Trinidad, el tercero de los "(...) pueblos
de indios (...)", considera que puede ser oportuno su traslado
de su lugar en favor de Sancti Spiritus, pues al visitarle en 1562,
halló estaba sin sacerdote ni hombre "español
christiano" alguno y entre los indios "(...) tantas ceremonias
supersticiosas y idolatras y que el demonio andaba entre ellos tan
ordinario y afable como andaba agora cien años". Menuda
observación la del Dr. Villalpando, y singular el énfasis.
Naturalmente, así el argumento para la abolición de
la villa y el traslado a la de españoles encontraba artículo
de fe. Y buen contrapunto para la disposición gobernativa
de aguardar la real consulta evitando el desarraigo de los indios
trinitarios, pues para el Obispo la única forma de recuperar
sus ánimas eran auxiliando a los venidos a menos vecinos
de Sancti Spíritus "(...) que con ayuda que los yndios
hacian se podra sustentar (...)", pero en vista de la oposición
del gobernador “(...) no traté más de ella por
parecerme que no conbiene que los indios y los demás entiendan
que tenemos diferencias por sustentar cada uno su opinión".
(4)
Se ha dicho que la validez de estas nuevas relocalizaciones
de población respondía a un principio totalmente utilitario
y no cabe duda, por el lado de las autoridades coloniales, que en
su proceso de afianzamiento de los territorios consideraba reducir
la población indígena residual en centros específicos,
con fin no más -si bien se les reconocía estatutos
de liberto- de mantener formas novísimas de sujeción,
ya fuese aprovechando el ascendiente religioso, la cercanía
que significaba su ubicación en la periferia de las villas
españolas, oportuno expediente político para mantener
sosegados los ánimos de los naturales, a la vez
que contar con una comunidad eficaz en la producción y abastecimiento
agrícola, cortes de madera, monterías, amén
de prestaciones concejiles en materia de defensa. Este intento de
organización, es el "acomodo" de los indígenas
supervivientes, de sus asentamientos, para garantía de la
presencia española.
"(...) Por estas razones, se formaron los
pueblos de indios, síntesis de la estructura comunal precolombina
y de la nueva organización impuesta por la voluntad política
de la Corona Castellana." (5)
Definitivamente, el aporte de estos naturales residuales
constituía una posición de recursos productivos en
la sociedad colonial que no debe soslayarse, aunque en montos totales
posea una resonancia mas atenuada, en términos comparativos.
Iniciada la octava década del siglo, la
población indígena más significativa se concentraba,
salvo los inevitables bolsones marginales, en varias localidades,
cuya constancia histórica es difusa en la región central
y oriental de la isla, aunque con un aún apreciable núcleo
en el extremo occidental si bien realmente la información
de que disponemos no en todo caso ofrece elementos cuantitativos
que facilitarían la interpretación, puesto que en
fuentes cronológicamente posteriores, habrán de retomarse
para localidades que en este momento realmente son cortos los datos.
Los asientos considerados de indios, por el proveedor de
estas apreciaciones, Obispo Juan del Castillo, seguían siendo
coincidentes con los que se expusieron antes: Guanabacoa, Trinidad
y Baracoa, y ya citado también como poblado por naturales
los Caneyes. (6)
Conceptuaba, Caneyes "(...) a legua y media
de Santiago, como pueblo de indios"; Guanabacoa "(...)
Pueblo de indios a una legua de la Habana"; Trinidad "(...)
Despoblose de españoles porque los vecinos fueron como Cortés
a conquistar Nueva España"; Baracoa "(...) Primer
pueblo de esta isla (...)”. En opinión del Obispo,
la población india original, como la de los españoles,
había llegado a un caso crítico de cortedad a lo largo
de toda la isla, en beneficio de negros y mestizos. (7)
A decir del geógrafo López de Velazco
(1574), los indios bajo dominio real en la Isla de Cuba fueron sujetos
a la política de agruparlos en pueblos "(...) para poderlos
mejor doctrinar y poner en policía, se ha procurado siempre
reducirlos a pueblos donde vivan con concierto y ordenados (...)".
Venciendo su natural rechazo a tales reagrupaciones "(...)
en muchas partes se han hecho y se van haciendo pueblos dellas de
mas de los que antiguamente tenían en que van haciendo las
casas con alguno más policía y forma de familia (...)
y se dan ya a toda la crianza de ganado y labranzas de trigo y otras
cosas de España, y así tienen sus tierras propias
ya para sus sementeras (...)". Dato este acerca de la transculturación
que no queremos pasar por alto, en especial su adscripción
a prácticas de agricultura totalmente inusuales entre las
comunidades prehispánicas insulares.
En toda la isla "(...) no hay mas de nueve
pueblezuelos de indios (...) que no tributan ni están encomendados
(...)". Como pueblo de indios menciona a los Caneyes; Trinidad,
asumido como uno de los "pueblos despoblados" de españoles;
Baracoa, donde se registraba entonces un número reducido
de pobladores naturales; otro de ellos es el "(...)
pueblezuelo de Guanabacoa (...)". López de Velazco,
a diferencia de otros autores, admite la existencia de ciertos poblamientos
“...que llaman cimarrones, en que deben haber ocho, los cuales
no hay mención que tributen, ni estén en encomienda
de nadie." (8).
Es esta una de las primeras referencias a aquellos que en la periferia
de la ocupación castellana, intentaban pervivir a su manera,
sin adscribirse a los pueblos de agrupación forzada, o acatar
alguna autoridad foránea.
Conocemos, para todo el territorio insular, de
momentos comprendidos entre 1563 y 1576, donde las autoridad concejiles
intentaron por diversas vías, desde el repartimiento tardío,
a la cuadrilla "de montear", para integrar a las respectivas
jurisdicciones aquellos grupos que ya fuese en las inexploradas
fragosidades serranas del Oriente, en las boscosidades de la Ciénaga
de Zapata, o aún en la aislada gran bahía de Jagua.
Salvo el segundo de los ejemplos, que culminó en una costosa
relocalización definitiva, la mayoría continuó
permaneciendo al margen, en relativa autonomía, aunque no
necesariamente preservados de todo contacto cultural con sus similares
étnicos y las poblaciones castellanas. Ya se sabe que es
harto difícil para una comunidad humana, por muy autárquica
que pretenda ser su organización, sustraerse a la dinámica
del intercambio de gentes y cosas, es decir evitar los factores
de la transculturación, aún si territorialmente rehúsa
incorporarse de buena gana a los naturales flujos de su tiempo.
(9)
Para comienzos del siglo siguiente no habían
de variar substancialmente los criterios diversos que hemos expuesto,
a lo sumo destacar, por parte de los informantes con que contamos,
el hecho de la "españolización" creciente
de nuestros remanentes indígenas, es decir su integración
humana y cultural en el contexto de la sociedad criolla-colonial,
sin por ello hacer dejación de su particular condición
de naturales y los privilegios que la Corona les aseguraba
en tal caso, a la vez que cierta "especialización"
ocupacional muy distinguible al revisar la documentación
al respecto, en las que estos indios gozaron de determinado reconocimiento
recurriéndose a sus servicios en los casos que así
fuese considerado conveniente. (10)
Menciones a guisa de ilustración, las definidas
funciones de proveedores de productos agrícolas a las villas
principales (Guanabacoa y La Habana, los Caneyes a Santiago de Cuba);
la confección de artículos artesanales para el mercadeo
en las poblaciones de “españoles”, tales la cerámica
utilitaria producida en Guanabacoa, las cesterías y tejidos
de fibras en las reducciones de San Juan Evangelista (Bayamo) y
Caneyes, artes en la que los aruacos insulares eran especialmente
diestros, y de lo que hay constancia etnográfica y arqueológica.
(11)
Agréguese a lo expuesto su empleo continuado
en labores de protección litoral ante amenazas piráticas
(servicios de velas y vigías) y el desempeño de funciones
de correos oficiales merced al cabal conocimiento del país
por parte de los integrantes del estamento indígena, y que
cumplieron con regularidad, a lo largo de más de una centuria.
Contemplar históricamente esta poco considerada
perspectiva de los indígenas y sus descendientes que integraban
la sociedad criolla insular del siglo XVI tardío y aún
el siguiente, añade elementos enriquecedores al conocimiento
de los orígenes culturales de la sociedad colonial de Cuba.
|
Nota: En los registros eclesiásticos
consultados sólo se incluyen los pobladores varones. |
Referencias.
(1)
Pichardo Moya, Felipe. Los indios de Cuba en sus tiempos históricos.
La Habana, 1945, p. 51.
(2)
Archivo General de Indias, Santo Domingo 99. "Luis
de Cepeda, Álvaro Hurtado, Diego Levillén y Martín
Carmena, Indios de Cuba. naturales al Gobernador de la isla de Cuba,
Habana, mayo 11, 1562 ". Citado por Zerquera y Fernández
de Lara, Carlos, "La villa india de Trinidad en el siglo XVI",
Revista de la Biblioteca Nacional José Martí,
No. 2, Año 68, 3ra. época, Volumen XIX, Mayo-Agosto
1977, pp. 83-86.
(3)
Archivo General de Indias, Santo Domingo 115. "El
obispo de Cuba a S.M. Santiago de Cuba, Abril 4, 1562.
(4)
Ibidem.
(5)
Solórzano, Juan Carlos."Pueblos de Indios y explotación
en la Guatemala colonial". Revista del Caribe, Año
II, No. 5, 1985 Santiago de Cuba, pp.30-31.
(6)
Hernández, P.J. "El componente aborigen en la población
cubana a través de dos padrones eclesiásticos, 1569-70,
1608". Cuadernos de I.N.I.C.E., Universidad de Salamanca,
Salamanca No. 49, Diciembre 1992, p.49-50.
(7)
Marrero, Leví. Cuba: Economía y Sociedad.
Editorial Playor, Madrid, 1974, Tomo 1, p.382.
(8)
López de Velazco, Juan. Geografía y Descripción
Universal de las Indias. Biblioteca de Autores Españoles,
Editorial Atlas Madrid, 1971, pp.18-19, 57-59. Con respecto al concepto
de "natural" para referirse a los indios de Cuba, en el
trabajo se adopta este calificativo que se empleaba por los tiempos
de la promulgacion de las Leyes Nuevas de Indias (1542-1543)
para diferenciar la procedencia entre los indios aruacos cubanos,
los "naturales de la isla", de aquellos traídos
a ella después de la conquista, en condición o calidad
de esclavitud o servicio, de otras porciones del archipiélago
antillano (Bahamas) o de tierras continentales(Campeche, Honduras,
Veragua). Al producirse la emancipación definitiva entre
1553 y 1554, bajo la gobernación de Pérez de Angulo,
el término se revitalizó y mas adelante aparece en
algunas referencias urbanas sobre indios residuales "reducidos".
El ser calificado de indio "natural" entrañaba,
después de 1555, ser considerado bajo los privilegios de
vecindad que la legislación indiana concedía a los
indios devueltos a su condición de súbditos de la
Corona. Algo así como ser beneficiado hoy día de ciertas
consideraciones legales y sociales so capa de minoría étnica.
(9)
Harris, Marvin. Antropología Cultura. Alianza Universidad,
Madrid, 1989, Capitulo 8.
(10)
Archivo General de Indias, Santo Domingo 116, Ramo IV.
“Memoria de lo que toca al Real Servicio al parecer del Obispo
de Cuba, Junio 2, 1604". Véase también Rivero
de la Calle, Manuel, "Supervivencia de descendientes de indoamericanos
en la zona de Yateras, Oriente", Cuba Arqueológica,
Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1978, p.153.
(11)
Excavaciones en sitios históricos del recinto antiguo de
La Habana y de la vecina Guanabacoa han arrojado tiestos de cerámica
de clara factura indo-hispana, presumiblemente del siglo XVI (Roger
Arrazcaeta, comunicación personal, 1992). Los protocolos
habaneros documentan, con bastante frecuencia, la actividad económica
del indio residual (Rojas, María Teresa. Índice
y extractos de protocolos. La Habana, 1947, 1950, 1957).
San Juan, Puerto Rico, 1996. 
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