Cuba en la octava década del siglo XVII: visita
del obispo Díaz Vara Calderón.
Por Pablo J. Hernández González.
En sentida carta a la corte, el entonces prelado
insular Juan de Santo Mathias, quejábase de las dificultades
que enfrentaba para cumplir sus obligaciones de visitar la isla
a inicios de 1664, “(...) por los riesgos de ser prisionero
del Enemigo Inglés, que como si fuera dueño de esta
Isla, i de las haziendas de sus habitadores, se entra por lo interior
de ella i los roba, i se los lleva (...)” (1)
La alarma obispal era explicable por el creciente
estado de inseguridad y violencia que plagaba las localidades y
regiones menos defendidas de la colonia, efecto de la hostilidad
filibustera proveniente de los vecinos archipiélagos. Consideraba
nuestro personaje que, si no se le proporcionaba escolta militar
conveniente, no podría hacer bueno su proyecto, al que calificaba
como servicio de prioridad para los reales intereses, pues lo menos
hacía una treintena de años que los pobladores no
recibían visita eclesiástica “(...) en la parte
que menos avía passado (...)”.
Probablemente, y como se infiere de su despacho,
no alcanzó a recibir toda la protección necesaria,
aunque no dejó de insistir en hacerlo aun en condiciones
expuestas “(...) á cumplir con esta obligación
sintiendo tantos impulsos interiores que abrasénseme este
coraçon (...)”, a la vez que ponderaba el auxilio que
le proporcionó al efecto el capitán general Rodrigo
Flores de Aldana, quien, definitivamente, le facilitó alguna
cobertura, sin duda de cortedad, pues el obispo Santo Mathias no
pasó de recorrer el hinterland capitalino, tal como
se refiere. Su visita se limitó, en la oportunidad, a varios
ingenios azucareros de fácil acceso, y siempre en un ámbito
en que pudiese ser socorrido llegada la circunstancia.
Ciertamente el afán por cumplimentar la
observación directa del estado del obispado cubano tenía
argumento, pues la última de su tipo, concienzudamente realizada,
había correspondido al desempeño de Fray Alonso Enríquez
de Almendariz en la ya remota fecha de 1620, es decir, y como se
apunta por nuestro referido, treinta y cuatro años atrás.
La imposibilidad de cumplimentarla en la década de los sesenta,
hizo aproximar al medio siglo el lapso de ausencia de observación
obispal en la diócesis de Cuba y sus dependencias. (2)
Un decenio después de aquel infructuoso
empeño visitador, y durante el cual el sucesor de Fray Santo
Mathias, Alonso Bernardino de los Ríos, por lo que sabemos,
no intentó rebasar los límites espaciales de su gestión,
más allá del perímetro capitalino, (2B)
con la designación del obispo doctor Gabriel Díaz
Vara Calderón, quien ocuparía la silla episcopal entre
1675 y 1676, la tantas veces pospuesta "visita de la tierra"
devendría buena, al materializarse el proyecto con presteza,
habilidad, y aguda observación de la marcha de la colonia,
peculiaridades y dificultades, casi inmediatamente de llegar el
sacerdote avilés a su destino.
Calificado como uno de los más interesantes
y notables eclesiásticos del siglo XVII en Cuba, descolló
por su ilustración, actividad, celoso cumplimiento de su
deber primordial, con curiosidad universalista que le llevó
desde el financiar, participando con personal interés, las
obras de las defensas terrestres habaneras, hasta legar: “(...)
a la antropología americana muy valiosas observaciones culturales
de los distintos grupos amerindios de la Florida, a quienes observó
durante su visita a la península, incluida dentro de la diócesis
cubana”. (3)
Obra en su ministerio el haberse desempeñado
como canónigo de la Santa Iglesia de Ávila, capellán
honorario de Su Majestad, juez apostólico ordinario de la
Corte y Casa Real, así como en la Nunciatura de España.
Nuestro obispo, además, había administrado el Real
Hospital de Madrid, y no sólo había cultivado su interés
en los pueblos autóctonos del Nuevo Mundo, sino que llegó
a redactar un estudio acerca de la evolución de la ciudad
de Roma. (4)
Su énfasis por reorganizar el clero, reformar
las instituciones eclesiásticas y moralizar la práctica,
distingue el período postrero de su obispado, especialmente
tras cubrir el recorrido diocesano. Aún su deceso no deja
de hacerle una figura controversial, pues según Arrate, al
fallecer en La Habana, (1676) "(...) aunque consta se sepultó
en la iglesia mayor se ignora el sitio de su entierro, no logrando
sus cenizas ningún honroso distintivo, padeciendo el mismo
descuido que los de sus antecesores". (5)
Por otro lado, se ha relacionado su desaparición física
con el intento de convocar el largamente dilatado Sínodo,
al cual existía evidente oposición entre el estamento
religioso de la isla, no descartándose un posible atentado
a su persona. (6)
El recién llegado prelado, remitía noticia a la reina
gobernadora de las circunstancias de su viaje para tomar posesión
del obispado, explicando que su navío hubo de abandonar la
flota a la altura del Cabo Tiburón (Isla Española)
entrando sin mayor percance en Santiago de Cuba (en 6 de septiembre
de 1673) afirmando en la ocasión, que prácticamente
a su llegada, procedió a preparar los detalles de su visita,
lo que, aparentemente resulta algo precipitado, tanto por lo azaroso
del viaje, como por el natural trámite de posesionarse de
su dignidad y formalizarlo en la sede catedralicia. (7)
De acuerdo con la correspondencia conservada del
obispo, la visita que nos ocupa inicióse en el otoño
de 1673, prolongándose hasta febrero del siguiente año,
teniendo como referencia primaria la catedral santiaguera, recorriendo
alrededor de 250 leguas (8)
desde la sede del gobierno oriental hasta alcanzar la capital de
la isla, en dilatado tránsito terrestre. Los comentarios
generales sobre la visita pueden encontrarse resumidos en lo fundamental
en varios despachos remitidos a la corona donde enfatiza la necesidad,
desde mucho, de realizar una observación del estado y condición
de la isla, pues consideraba que periplo sin dudas, debía
contribuir al mejoramiento de las costumbres imperiosamente necesitadas
de reformas, en buena porción de los lugares visitados.
Calculaba, en un principio, que la población
registrada en su tránsito podía ascender "(...)
veynte y siete mill, trescientos y onze almas Baptizadas en quatro
Ciudades, quatro villas y tres aldeas (...)" sin contar un
crecido número poblando los innumerables hatos y corrales.
La isla, dice, "(...) la tengo en tan buen estado (...)"
a raíz de recorrerla, que se puede proceder a visitar La
Florida, carente de atención espiritual "(...) Por más
de sesenta años que no va ella obispo (...)", para intentar
la "(...) conversión de los infieles de la provincia
de Apalachocoli (...)". (9)
Establecido, como ya era uso común, en la
capital gubernativa, hubo de pulsar la condición moral de
la ciudad y el estado en que existía gran porción
del clero, calificándole de moralmente reprobable, tanto
por la extendida disipación de las costumbres, como por los
frecuentes apareamientos escandalosos, y la práctica, desmesurada,
de las capellanías, las cuales -refiere- encaró enérgicamente
a lo largo de sus inspecciones, intentando atenuar tales excesos
"(...) Señor esta tierra está por ganar (...)"
escribe a la Corte en el verano de 1675, tildando a la clerecía
de proclive a licencias, amancebamientos y ostentación, viéndose
forzado a promulgar edicto "(...) tocante a la decencia del
bestido de los eclesiásticos, que andaban muy profanos e
indecentes (...)", descuidando la doctrina de los esclavos,
inmersos éstos en la idolatría e ignorancia. Al efecto
compuso otro edicto, ordenando a los poseedores que hicieren cuenta
de éstos que al momento, en su consideración "(...)
pasan de 6000 (...)".
La ciudad, templos y conventos -en otro orden de
cosas-, están llenos de conjuras, promiscuidades y fraudes
"(...) con publicidad y notorio escándalo (...)".
Sujeto observador siguió de cerca la erección de la
muralla urbana, encomiando la gestión del gobernador Francisco
Rodríguez de Ledesma, quien dedicábase concienzudamente
a la labor defensiva, lo que no restaba acritud a su disgusto porque
el real representante estorbaba su involucramiento en la fábrica
de la muralla, resultando en que a la fecha, aún está
"(...) poco adelantada, por prevenciones a que el sector eclesiástico
interviniese en la construcción de un baluarte a sus expensas".
Lamentaba el descuido que, por absorción en lo castrense,
la autoridad política dejaba los asuntos morales, contrapuesta
al ánimo empeñado en la salvaguardia del augusto patrimonio.
(9B)
La fuente para la visita.
Hasta donde hoy sabemos, los datos colectados por
el obispo Díaz Vara Calderón, no fueron enviados como
informe particular a la Corte siguiendo la costumbre usual y no
aparecen entre su correspondencia conservada en la papelería
cubana de la Audiencia de Santo Domingo que hemos revisado. Como
muchas veces aconteció, antes y luego de este episodio, la
información se reservó para ser empleada en el momento
conveniente, y en este caso, justo un lustro después de concluirse
el itinerario que la proporcionó.
El Deán y Cabildo de la Santa Iglesia Catedral
de Santiago de Cuba, dieron a la estampa, en 1679, y ya desaparecida
la figura que nos ocupa, una memoria algo prolija, donde argumentábase
acerca de las ventajas del cambio de la sede de la Catedral de Santiago
de Cuba a La Habana, (10)
y en ella se incluía una relación de los diversos
lugares de la isla, que confrontada con las referencias documentales
que poseemos, no pueden corresponder más que los datos recopilados
por Vara Calderón, pues no hay constancia de “visita
de la tierra” alguna entre 1679 y la arribada del obispo García
de Palacios ese mismo año, puesto que al deceso del canónigo
de Ávila, quedó vacante la silla episcopal, por un
trienio. (11)
El impreso, sometido a la consideración
de la corona, en fecha citada, una década más tarde,
no había sido encauzado adecuadamente, a juzgar por las notaciones
manuscritas conservadas, aunque para entonces los obispos habían
optado, definitivamente, por radicar sus personas a orillas del
estrecho de la Florida, práctica comenzada desde temprano
en el siglo XVI que produjo serios conflictos entre las autoridades
coloniales.
Descripción del país.
Con toda probabilidad el novísimo prelado
ignoraba, en el otoño de 1673, la envergadura de la empresa
que significaba atravesar la isla de Cuba, por vía terrestre,
y con los medios disponibles entonces, aun cuando lo intentase en
la estación de la seca, mas propicia para tal desplazamiento.
De haber contado con más elementos del país, quizás
su premura se hubiese atenuado, al menos en un principio.
Los que con benevolencia se ha dado en denominar
caminos, debían su origen, desde la centuria precedente
al trasiego ganadero, y su estado, como puede suponerse en estos
casos, no era el más apropiado para cualquier viandante,
aun cuando ya entonces podían encontrarse ciertas "casas
de pasajeros", en las haciendas más prósperas.
Con todo, cualquier viaje hacíase "(...) difícil
y lento por la mala condición de los caminos, caminos de
tierra que se transformaban en barro durante la estación
lluviosa". Las distancias atendiendo a la configuración
del territorio isleño eran, para la época, ciertamente
enormes, y agravadas las más de las veces, por las carencias
de recursos concejiles destinados a mantener despejadas las vías
entre poblaciones, siendo cotidiana la obstrucción por "(...)
los fangales intransitables de la estación lluviosa al polvo
y la vegetación secundaria que los obstruía gran parte
de la seca". (12)
Ciertamente existía uno "principal",
pretenciosamente calificado de camino real, "(...)
posiblemente no era sino una serie de caminos que conectaban los
grandes centros de población y formaban una línea
continua de comunicación hasta La Habana, aunque dando innumerables
rodeos (...) El hecho que este camino real no fuese sino una serie
de caminos regionales lo explica la distribución geográfica
de los grandes centros de producción y población (...)".
(13) Definitivamente
los avalares del tránsito caminero que se atuvo a la configuración
de la citada arteria, en lo fundamental de este a oeste, nunca fueron
impedimentos para que el animoso prelado hiciera su copia de apunte
acerca del país que recorría el primicias.
Al bosquejar la isla, Vara Calderón, inicia
su relación comentando las dimensiones del territorio, acerca
de cuya coordenadas expresa: "(...) tiene trescientos y treinta
y seis leguas de longitud que corren Leste u Este, y de latitud
Norte Sur, catorce y veinte leguas por donde mas". A su juicio
los ríos son significantes en el diseño de las comunicaciones
de la isla, pero definitivamente, acota "(...) son tantos,
que no pueden ser presidiados, ni defendidos, y tan caudalosos,
fáciles y patentes, que son dueños de [ellos] todas
las naciones enemigas (...) ". Observa el grado de inseguridad
que por esta razón hubo de percibir en el interior de la
tierra, estando expuestas "(...) todas las haziendas de labor,
y ganados, lugares y caminos de la isla, sin que se les oculte cosa
alguna". Afirmación, recuérdese, que coincide
con las aprehensiones de su predecesor, Fray Santo Mathias, entonces,
y que al presente no parecían disipadas.
En materia de asentamientos, refiere noticia que
existen "(...) onze lugares (...)" de cierta consideración,
siendo el más remoto "(...) la Assumpcion de Baracoa,
siete leguas de la punta de Maysi, que es el principio de la isla,
por la vanda del este (...)". Considera de interés registrar
la existencia de un puerto en la localidad, sobre la costa del norte,
contando, además, "(...) con Iglesia Parroquial, y ochenta
vezinos".
Hasta Santiago de Cuba, partiendo de allí
"(...) ay cincuenta leguas desiertas, y despobladas (...)"
de territorio, por demás esta ciudad posee "(...) Puerto
en la Costa del Sur, los vezinos no passan de trecientos, y aunque
tiene el Presidio Trecientas plazas de dotación, las mas
veces no llegan a ciento las que están llenas la fortificación
que tiene á lá boca del Puerto está arruinada
y de ninguna utilidad". Circunstancia que la exponía
peligrosamente a otra incursión enemiga, más devastadora
-en el actual estado de cosas-, que la protagonizada por el inglés
once años antes.
Dos leguas al oriente de Santiago, y prácticamente
adosada a ésta, visitó "(...) la Villa de los
Caneyes (...) [que] tiene Iglesia Parroquial, y cincuenta vezinos",
anota en su relación.
Justamente de la banda contraria de la ciudad,
a Sotavento y sobre el camino real de la isla, cruzando un país
acusadamente montañoso con ciertas sabanas lodosas, a "(...)
Quatro leguas de dicha Villa, están las Minas del Cobre,
que su vezindad se compone de los esclavos que se introdujeron para
su labor, y llegaran en todos a docientos y cincuenta, y tiene Iglesia
Parroquial".
Abandonando el villorrio minero, el obispo Vara
Calderón encaminó sus pasos en demanda de San Salvador
del Bayamo, en trayecto de veinte y seis leguas a lo largo de un
terreno calificado de escabroso entonces, abundante en cuestas y
pendientes, ciertas elevaciones y no escasos vados y barrizales,
descontando los numerosos cursos fluviales. Esta población,
villa señalada por la abundancia de sus recursos y el monto
de sus habitadores desde mucho, poseía "(...) Iglesia
Parroquial y quatrozientos vezinos, y dista por donde menos de la
Costa del Sur, ocho leguas". Esto último no le cohibía
de ejercer activo tráfico, no siempre muy atenuado por el
cumplimiento de las ordenanzas, lo que -al parecer- no producía
especial inquietud en la conciencia de los poblanos.
Cincuenta leguas más, enrumbando por el
citado camino "principal" hacia el poniente, por paisajes
de cómodo tránsito, llanas planicies no libres de
ocasionales tremedales y en algunos momentos, tímidas elevaciones
boscosas, carentes casi absolutamente de presencia humana a lo largo
de la marcha, encontrábase la villa del Puerto del Príncipe
"(...) con Iglesia Parroquial, trecientos y cincuenta vezinos,
distante de la Costa del Sur siete leguas". Su condición
mediterránea no le había asegurado de la desagradable
atmósfera de incertidumbre imperante entre sus moradores,
tras su asalto y virtual destrucción un lustro atrás.
Otro medio centenar de leguas de trabajoso desplazamiento
por interminables sabanas boscosas, los invariables anegadizos y
cursos de agua matizados a tramos por bosques cerrados, fueron salvados
felizmente por la comitiva obispal, sin atisbar, tampoco ahora,
población alguna en el camino hasta las primeras edificaciones
de la villa de Sancti Spiritus, donde encontró, apunta "(...)
Iglesia Parroquial, docientos y cincuenta vecinos (...)". Que
la costa estuviese a siete leguas del centro poblado, no le facilitó
escapar, en su momento, al latrocinio y hostilidad de los enemigos,
quienes no encontraron dificultad en atravesar el país y
domeñarlo, llegado el caso.
Tomando la villa espirituana como referencia a
partir de la que ampliar su percepción de la comarca y donde
se detuvo con cierto reposo. Vara Calderón emprendió
otros desplazamientos colaterales. Uno, en dirección suroeste,
cruzando regiones de pronunciada orografía en buena parte
surcadas por un camino local. Siempre a la vera de la serranía,
la inusual comitiva salvo las 20 leguas que, según cálculos
de los prácticos, debían separar Sancti Spiritus y
la villa de Trinidad, en la banda meridional. Distinguese ésta
por poseer "(...) un pequeño puerto, Iglesia Parroquial,
y trecientos vezinos". Aquí cubrió las funciones
de su ministerio y luego se remitió al sitio de partida.
Conectada con Sancti Spiritus, en dirección
contraria, por 18 leguas de un terreno ciertamente áspero,
campiña regada por multitud de corrientes, algunas considerables,
y levantándose sobre la banda del norte "(...) está
la de San Juan de los Remedios del Cayo, [poseyendo] Iglesia Parroquial,
cien vezinos, con un pequeño puerto". Localidad ésta,
también sufrida en materia de depredaciones marítimas,
y que compartía con el resto de las villas la misma incertidumbre
general de toda la colonia.
Abandonada San Juan de los Remedios, el obispo
y sus acompañantes habrían de afrontar dilatado territorio,
prácticamente deshabitado en casi su totalidad, habitualmente
conceptuado por entonces de "tierra montuosa", agreste,
abundosa en bosques y no pocas y difíciles cuestas, ciertamente
también de espaciosas sabanas, abundantes aguas y ciertas
porciones anegadizas. Entre la última localidad visitada,
siguiendo dirección oeste, hasta topar con su destino inmediato,
la villa de Guanabacoa, se computaron 80 leguas, el trayecto más
extendido de su periplo, probablemente no carente de circunstancias
que ignoramos al no ser registradas.
Ya en la población de arribada, procedió
el obispo a llenar el expediente de su visita, describiéndola
"(...) con una Iglesia Parroquial y cincuenta vezinos".
Al poniente, una legua mediante, "(...) que es el ancho de
su Baia...", también sobre el litoral septentrional
de la isla, hállase el puerto y ciudad de La Habana, donde
pululan y se levantan "(...) dos mil vezinos, setecientos infantes
de presidio, con mas de veinte mil personas de todos estados, dos
parroquias, quatro conventos de religiosos, y uno de religiosas".
La culminación de su itinerario, implicaba, también,
el fijar sede definitiva a su dignidad, aquí, en esta ciudad
y en lo adelante.
De la diócesis cierra su relación,
refiriéndose a las comunes comunicaciones marítimas
entre La Habana y la Florida, apenas a cinco o seis días
de navegación directa, y comenta: "(...) aqui hay un
castillo, y el lugar sin mas vezindad que los trecientos infantes
que tiene de guarnición las provincias reducidas de naturales
son tres, con mas de quarenta mil fieles". Datos que provienen,
a su vez, de una cabal inspección de la porción continental
de su obispado, materializada casi inmediatamente después
de radicarse en la capital insular.
Finalmente, nos lega una observación que
suscribe lo acotado acerca de la casi insalvable incomunicación
isleña de la época, pues rememorando aquellos caminos
que transitó en los largos meses empleados entre Santiago
y La Habana y el tremendo hiato que las separa, "(...) dificulta
la correspondencia, que asi por ella, como por lo intratable de
los caminos, copia de ríos, que en tiempo de aguas impiden
absolutamente vadearle, pues en tan grande distancia, sólo
se llega a tres lugares (...)".
Puede asombrar que persona tan docta, tras largo
y provechoso viaje no intentase divulgar o informar con prolijidad
de sus obras y experiencia, especialmente en el caso, y apenas dejara
notas fragmentarias de una relación que -a todas luces- debió
ser más enjundiosa, y de más vuelos, como hicieron
otros de sus predecesores. Tal vez, el obispo Vara Calderón
fuese de la madera de aquel contemporáneo suyo que escribió:
"(...) si no me desanimo por caído, no tengo que hacerlo
por levantado, y no son mis trabajos para contarlos muchas veces".
(14)
La Habana-Caracas, 1993. 
Citas y notas.
(1)
“El Obispo de la Isla de Cuba a S. M., La Habana, enero 4,
1664". Archivo General de Indias. Santo Domingo 150. El doctor
Juan de Santo Mathias Sáenz de Mañosca y Murillo,
prelado mexicano, tomó posesión del obispado cubano
en 1663, año que llegó a La Habana. Su período
coincide con uno de los puntos álgidos de las incursiones
filibusteras en la isla. Costeó la reconstrucción
de la catedral de Santiago de Cuba, entonces arruinada. En 1667
pasó a1 obispado de Guatemala (Santa Iglesia Catedral. Lista
de los obispos y arzobispos de Santiago de Cuba. Museo Eclesiástico
de Santiago de Cuba. 1963, p.8).
(2)
“Relación de lo Espiritual y Temporal del Obispado
de Cuba, Vida y Costumbres de todos sus Eclesiásticos, Escritos
de Orden del Rey D. Felipe III por Fray Alonso Enríquez de
Almendariz, Obispo de Cuba. La Habana, 1620", en: Pichardo,
H. “Noticia de Cuba". Revista Santiago N°
20, diciembre, 1975, pp. 745. Aun con los inconvenientes referidos,
el obispo Santo Mathias materializó su desempeño pastoral
en la ciudad y su extrarradio, con algunas más aventuradas,
inclusive. De los templos de la ciudad, restauró y mejoró
la Parroquial Mayor y Nuestra Señora del Carmen. En los alrededores
auxilió en la creación de la Iglesia de San Francisco
de Paula, anexa al hospital de mujeres (1665); edificó la
parroquia de San Pedro Apóstol, en Quivicán (1667);
así como el oratorio auxiliar de Nuestra Señora de
los Dolores de Bacuranao (1668); y el correspondiente al ingenio
San Miguel del Padrón (1668). (Leiseca, Juan Martín.
Apuntes para la Historia Eclesiástica de Cuba. La
Habana, 1958, pp. 371, 380, 381, 387, 400, 404).
(2B)
En carta remitida a Madrid, a inicios de 1663, el prelado Alonso
Bernardo de los Ríos, apuntaba que los clérigos de
Sancti Spiritus son dados al desacato y las licencias. La población,
afirma, consta "(...) de 200 vecinos". ¿Resultado
de una visita o informe de subalternos? Lo ignoramos ("El obispo
de la isla de Cuba a S. M., La Habana, marzo 1°, 1673. "AGI.
Santo Domingo, 154).
(3)
Marrero, Leví. Cuba: Economía y Sociedad.
Playor, S. A. Madrid, 1976, capítulo 12, p. 61. En Cuba no
se mostró ajeno al destino de los aborígenes remanentes,
a decir de Pichardo Moya: "(...) En 1673, el obispo Gabriel
Díaz Calderón organiza misiones para ilustrar a estos
indios de Guanabacoa, que vivían en absoluta ignorancia".
(Pichardo Moya , Felipe. Los Indios de Cuba en sus Tiempos Históricos.
Academia de la Historia de Cuba. La Habana, 1945, pp. 31-32).
(4)
Arrate, José Martín Félix. Llave del Nuevo
Mundo. Antemural de las Indias Occidentales. La Habana Descripta.
Noticias de su fundación. Aumento y Estados. Comisión
Cubana de la UNESCO. La Habana, 1964, capítulo XXXI, p. 163.
(5)
ídem.
(6)
Otros clérigos callarán, escribe a dos años
de estar residiendo en la Antilla, dejando
correr las cosas como están "(...) por no exponerse
a un envío y veneno". Tanto mal que cunde, precisa más
remedio que su sola entereza "(...) que no el que diga me hago
justicia de mi mano, aunque en el interín corra riesgo mi
vida...". ("El obispo de Cuba a S. M., La Habana, junio
8, 1675. AGI. Santo Domingo 154). Véase similar opinión
en Torres-Cuevas, E. y E. Reyes. Esclavitud y Sociedad.
Ciencias Sociales, La Habana, 1986, pp. 50-51.
(7)
“El Obispo de Cuba a la Reina Gobernadora, La Habana, agosto
15, 1674”. AGI.
Santo Domingo 150. Probablemente la visita comenzó en octubre
6, 1673, como parece traslucirse de otra comunicación, redactada
en agosto 16, 1674.
(8)
ídem. Cuando, en 1676, el obispo informaba al rey
de la convocatoria para el Sínodo
de la isla de Cuba, brindaba otra cifra, al parecer definitiva,
de la población isleña: 40.463 almas. (Véase
Marrero, L. op. cit., capítulo 12, p. 86).
(9)
La Iglesia Catedral de la ciudad de Santiago de Cuba se presenta
pormenor los motivos (sic) que tiene para que S. M. mande trasladarla
a la ciudad de La Havana. (AGI. Santo Domingo 117, año
de 1679). Correspondía, en términos de jurisdicción
eclesiástica, a la provincia de Santa Helena, cuya sede radicó
en La Habana desde 1574, reportándose los primeros padres
misioneros en la década terminal del XVI. Desde 1616 quedó
establecida formalmente la provincia franciscana de la Florida,
que englobaba la isla. (Doctor Enrique Sosa, comunicación
personal, La Habana, noviembre 1992; Marrero, L., op. cit., p. 101).
Curioso es que en nuestro informe las regiones del extremo occidental
de la isla permanecen ignoradas, no sabemos si sus datos se remitieron
por separado o lo inaccesible de la región la mantuvo marginal
al itinerario episcopal. Ciertamente la Vuelta Abajo resultaba el
finisterri insular del siglo, aunque existe evidencia que
la autoridad gubernativa poseía expediente de las condiciones
de tal país. Informando a sus superiores, el gobernador Francisco
Rodríguez de Ledesma, daba la noticia que a Sotavento de
la capital habitaban 1.500 personas, la mayoría de ellas
"(...) gente blanca y con familia y que en toda la extensión
hasta Cabo Corrientes, se encontraban especialmente (...)",
por toda la costa del sur, que es de muy dilatado circuito (...)",
comarca esta donde aparecían la mayoría de las estancias,
hatos y pesquerías. ("El gobernador de La Habana a S.
M.,La Habana, mayo 6, 1679". AGI. Santo Domingo, 106).
(9B)
“El obispo de La Habana a S. M., La Habana, junio 8, 1675".
AGI. Santo Domingo 154.
(10)
Santa Iglesia Catedral, op. cit., pp. 8-9; Arrate, op.
cit., pp. 163-164; Marrero, Leví, op. cit.,
p.61.
(11)
Le Riverend, Julio. “Desarrollo económico y social”,
en: Guerra, Ramiro y J. M. Pérez Cabrera y otros (Ed.) Historia
de la Nación Cubana. Editorial Historia de la Nación
Cubana, S. A., La Habana, 1952, tomo II, p. 165.
(12)
Marrero, L. op. cit., tomo 3, p. 232.
(13)
Le Riverend, J. op. cit., pp. 165-166.
(14)
Espinel, Vicente. "Vida de Marcos de Obregón",
Libro I, Descanso V, en Valbuena y Prat, Ángel. La Novela
Picaresca Española. Aguilar, Madrid, 1962, p. 931.
Fuentes.
ARRATE, Félix José Martín
de. Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias Occidentales.
La Habana Descripta Noticias de su Fundación, Aumento y Estados.
Comisión Cubana de la UNESCO. La Habana, 1964.
Archivo General de Indias. Audiencia de Santo Domingo.
(Cuba). Legajos 106, 117, 150, 154.
GARCÍA DEL PINO, César y MELIS CAPPA, Alicia. Documentos
para la Historia Colonial de Cuba. Ciencias Sociales, La Habana,
1988.
GUERRA, Ramiro; PÉREZ CABRERA, José M. y otros. (Ed.)
Historia de la Nación Cubana. Editorial Historia
de la Nación Cubana, S.A., La Habana, 1952.
LEISECA, Juan Martín. Apuntes para la Historia Eclesiástica
de Cuba. Talleres tipográficos de Caracas y Ca. La Habana,
1938.
LE RIVEREND, Julio. La Habana (Biografía de una Provincia).
Academia de la Historia de Cuba. La Habana, 1960.
MARRERO, Lcví. Cuba: Economía y Sociedad.
Editorial Playor, S. A., Madrid, 1976.
MORELL DE SANTA CRUZ, Pedro Agustín. Historia de la Isla
y Catedral de Cuba. Imprenta Cuba Intelectual, La Habana, 1928.
PICHARDO, Hortensia. "Noticia de Cuba". Revista Santiago
(Santiago de Cuba). N° 20, diciembre 1975.
Santa Iglesia Catedral. Lista de Obispos y Arzobispos de la
Catedral de Santiago de Cuba. Museo Eclesiástico. Santiago
de Cuba, 1963.
TORRES CUEVAS, Eduardo. "El Obispado de Cuba: génesis,
primeros prelados y estructura". Revista Santiago
(Santiago de Cuba) Nºs 26 y 27, junio-septiembre 1977.
TORRES CUEVAS, E. y REYES, Eusebio. Esclavitud y Sociedad.
Ciencias Sociales, La Habana, 1986.
VALBUENA PRAT, Ángel. La Novela Picaresca Española.
Aguilar, Madrid, 1962. 
|