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Una excursión legionaria por la Mauritania Cesarensis. A cuarenta años de la intervención castrista en Argelia, 1963.

Por Pablo J. Hernández González.

"…y duro el corazón aquel tendría
que al mirar el combate se alegrara
y el ánimo turbado no sintiera."

(Iliada, XIII)

Entre los resultados reconocidos que dejó el desenlace negociado entre Moscú y Washington en el otoño de 1962, para zanjar la peligrosa situación derivada de la introducción en Cuba de proyectiles balísticos intermedios, entre septiembre y octubre de ese año, estuvo la deslucida imagen del regimen revolucionario cubano, cuyas pretensiones de desempeñar papeles dramáticos internacionales inspirados en Richelieu o Bismarck, en la misma cuerda y tono que las potencias de la época, quedaron totalmente relegadas a la escenificación de una estridente perreta por parte del Máximo Líder, sus acólitos y diplomáticos. Semejante descrédito a los ojos de los estados tercermundistas, no siempre en concordancia con la mercurial política externa de la nueva revolución -como demostraron las prudentes actitudes o irreprimidas críticas al escalofriantemente irresponsable juego de los castristas con el despliegue de misiles soviéticos, por parte de los Nehru, N'Krumah, Nasser o Tito-, lesionó la sensible epidermis egolátrica del autócrata antillano, y alentó tratar de remedarlo -al margen de las diatribas vitriólicas desde multitud de ejercicios oratorios- por medio de alguna actuación mundial "independiente" que desafiara tanto a sus impenitentes adversarios norteamericanos como a los ingratos mecenas moscovitas por igual. Sumido en esta emotiva circunstancia histórica, el castrismo se plantea una abierta participación armada, empleando tropas regulares y medios de combate del arsenal proporcionado por el Soviet para la defensa insular, en un teatro de operaciones situado en el norte de África. En un confuso remedo del general romano Cayo Mario, algún toque del duque de Tetuán, un poco de Italo Balbo y cierta difusa intención de imitar a Rommel, La Habana enviará sus tropas revolucionarias a intervenir a favor de quien consideraba su más estrecho y leal aliado en el entorno tercermundista: la Argelia revolucionaria de Ahmed Ben Bella.

Apenas unos meses antes de la crisis de los misiles en Cuba, y tras una larga, dolorosa y cruenta insurrección armada contra Francia, Argelia accedió a una independencia pactada con la potencia dominante. El novel y vasto estado africano, a pesar de las acres diferencias ventiladas en el seno de la organización gobernante, el Frente de Liberación Nacional (FLN), entre las facciones política (de Ahmed Ben Bella) y militar (de Houari Boumediene), se encaminó pronto a convertirse en uno de los centros ideológicos y militares de los "movimientos de liberación nacional", en particular para un continente como el África, negra o sahariana, sacudida por los procesos de descolonización, tribalismos metamorfoseados en discursos nacionalistas, regímenes inestables, minorías marxistas a la expectativa y potencias europeas en declive, que sacudían sus enormes geografías desde 1956. Por pronta empatía de propósitos y mensajes, afinidades de personalidad caudillista y aparentes analogías entre los procesos revolucionarios que llevaron al poder a ambos gobiernos representantes de movimientos revolucionarios de coloratura mesiánica que la publicidad de la izquierda "progre" de la época se encargó de sacralizar, entre La Habana y Argel se estableció una acusada cooperación diplomática, política y militar. Situada ventajosamente entre el Mediterráneo y el Sahara, y con fronteras con los estados negros de la subdesértica faja sudanesa, Argelia constituiría el puente predilecto para los tempranos desempeños del regimen castrista en los años tempranos de la década del sesenta. Justo en los arenales, estepas y oasis de las antiguas provincias romanas de Mauritania, las legiones del aspirante a Escipión y dilecto admirador de los ejercicios imperiales africanos del Duce, harían su primera incursión en plan de guerra convencional extranjera al otro lado del Atlántico, en el verano-otoño de 1963.

El discurso legitimador de las intervenciones futuras en África (1960).

Tres años antes de enviar sus batallones al norte de África, el gobernante de Cuba, en ocasión de una intervención ante el pleno de las Naciones Unidas, había esbozado su particular interpretación de la secuencia de descolonizaciones que estaban produciendo en el continente negro a lo largo de ese año de 1960, y la enorme suma de complicaciones estratégicas, políticas y en particular de carácter étnico que no tardaban en aflorar, y en ciertos casos, como se vería pronto en el Congo Leopoldville, sumían la transición a la soberanía internacional en verdaderos e inquietantes desórdenes. Recurriendo a una discutible y luego harto repetida manipulación de la antropología e historia cubana para darle contenido legitimador para sus ejecutorias fundadas en muy contemporáneas apetencias y alineaciones, se invocaba el expediente de la afinidad cultural e histórica entre la sociedad cubana y las múltiples etnias africanas, añadiendo a ello la emotividad de un discurso de tercermundismo antioccidental de corte fanonista. Se planteaba así una suerte de "responsabilidad histórica" del gobierno revolucionario cubano para con el lejano (y escasamente familiar para sus líderes y buena parte de la población, excepto, quizás, los tópicos popularizados por la literatura y el cine americano) continente africano.

De hecho, y siguiendo los argumentos entonces expresados ante la organización mundial, cualquier estado, líder, movimiento o agrupación de hechura "antimperialista", sería vista por La Habana como representativa de su pueblo o país, y por ello digna de reconocimiento oficial, recepción política, merecedora de la concesión de fondos, armamentos, entrenamiento y aún asistencia militar encubierta. Este proyecto de alentar una revolución continental africana de corte socialista-castrista, paralela a similar ambicioso y no menos descabellado propósito americano, prodigando los recursos económicos y humanos de la isla de Cuba a cualquier grupo con un expediente aceptable, a despecho de las realidades étnicas, políticas y logísticas envueltas, llevaría a más de un error de cálculo. Sin embargo, la búsqueda de espacios y oportunidades para proyectar la influencia internacional de su gobierno, subyace en estos discursos de Castro. Combatir a los norteamericanos en cualquier escenario, y si es posible con ciertas ventajas, también era parte fundamental de este diseño estratégico, y que alcanzaría su expresión más notable a mediados de la década siguiente en este continente convulso y prometedor que era el África.

La Habana, invocando como ha hecho desde entonces, un discutible cuerpo de justificaciones etnológicas, preconcebidas inclinaciones político-ideológicas y juicios de valor siempre cargados, definía ante los miembros de la comunidad internacional lo que quizás por entonces fuese tomado por no pocos de los analistas y corresponsales que seguían los acontecimientos de la época, como otro de los ejercicios de frondosa oratoria (quizás este con algún sabor jesuítico y cierta incómoda propensión a la incontinencia horaria), que algunos jefes de estado habían prodigado a lo largo de la década anterior. Castro procuraba espacios y oportunidades, como en su día los Nehru, Sukarno o Nasser, para proyectar su influencia más allá de los constringentes límites de la Isla de Cuba y combatir, ya desde tan temprano, los intereses y esferas de influencia norteamericanas. En esta inquisitiva indagación por las oportunidades, África parecía promisoria.

En los años posteriores a 1961, la nueva casta autocrática del castrismo haría buena la retórica con sus actos en tierras africanas, llevando a las vastedades políticas y humanas del distante continente un nuevo catecismo mesiánico: Cuba para con el África "antimperialista" y "revolucionaria" adquiría una nueva versión de la carga del hombre blanco matizada de providencialismo revolucionario, sería el instrumento para salvarla del peligro de destrucción a manos de las potencias occidentales que no renunciaban a sus antiguos privilegios coloniales. Lo que explica la temprana manipulación del tema de la negritud de la cubanía como excusa "científica y cultural" para protagonizar una activa penetración revolucionaria desde el Mediterráneo al canal de Mozambique. Que intentaba conjurar los riesgos que se cernían sobre el movimiento de liberación africano, peligros emanados de fuente alguna que no fuese la vileza de los desplazados colonialistas europeos y sus imitadores americanos. Al igual que lo que expresara Gamal Abdul Nasser con respecto al África en turbulencia alrededor de 1954, el nuevo estado revolucionario, epítome verdeolivo del tercermundismo, se erigía en curioso redentor de las negritudes vulnerables, al declarar, en pose desafiante y perfil caucásico bastante alejado del fenotipo "africano" corriente, que Cuba representaría a cabalidad su responsabilidad de proteger África… de las conjuras y agresiones del imperialismo global (1). El comandante, en toga de tribuno libertario, de Cayo Mario de la africanía, anunciaba futuras empresas de sus centuriones y decuriones en las remotas provincias de la revolución mundial.

Pragmatismo y retórica de una postura.

Un estudioso de la diplomacia castrista afirma que la política internacional cubana, desde sus primeros tiempos, consideraba prioritarias la seguridad político-militar y económica de un país insular de reducidos recursos naturales, extensión relativamente pequeña y abierto en términos geopolíticos. De ahí la insistencia en perfilar intereses que, en concordancia con la doctrina de la liberación nacional enunciada por los estados comunistas desde 1945 en adelante, compensara sus vulnerabilidades con una acción constante en los múltiples escenarios del globo. De ahí la particular interpretación de ese discurso por el regimen proclamado socialista en la primavera boreal de 1961: la asistencia a sus aliados ideológicos en otras latitudes si estos estaban comprometidos a tomar el poder y consolidar sus regímenes al estilo preconizado por La Habana: "…matizado por un propósito de protagonismo muy por encima de las posibilidades reales del gobierno revolucionario…", a la vez que con tales actuaciones, se intentaba conferir un toque extremista al movimiento de naciones que se regodeaban en torno al neutralismo o la no alineación planteado por los fundadores del movimiento de Bandung, en 1955, y que agrupaban buena parte de la población y los estados emergentes de la época. La vocación internacionalista revolucionaria salpicada de un intenso fraseo nacionalista, antioccidental, antinorteamericano, y que tendía -con estudiada intención-, desgajar a Cuba de su filiación histórica occidental y la adhería a la confusa ambigüedad ideológica del tercermundismo, pero con un especialísimo toque de mesianismo, al proponer a Cuba revolucionaria como una suerte de pueblo y estado elegidos para la misión de moderna y radical redención: "…. Un modelo universal para los pequeños estados revolucionarios en desarrollo…". (2) No obstante, toda esta política de ejemplaridad revolucionaria ya desde inicios de la década del Sesenta osciló entre la discursividad y pretensiones de independencia internacional y la nada discreta dependencia de una copiosa asistencia militar y económica de Moscú por parte del régimen castrista, lo que no dejó de mediatizar los ejercicios de oratoria y acción. Misiles balísticos en 1962, estaciones de espionaje en el 1964, furiosas "declaraciones de La Habana", promesas de subversión americana y universal, subsidios y asesores a guerrillas y exportación generosa de la experiencia revolucionaria, podían situar a Cuba en el abigarrado mapamundi de los conflictos que se extendían desde Berlín hasta Laos, conmocionando el decenio, pero siempre condicionado por la dependencia moscovita, realidad nada desdeñable que siempre "…ha frustrado el deseo nacionalista de los fidelistas de controlar completamente sus iniciativas globalistas (…)". A despecho de las cíclicas protestas de independencia de acción, los conatos punitivos contra los "sectarios" de izquierda domésticos, las vitriólicas condenas de la coexistencia de factura krushoviana, las arrogancias verbales y los coqueteos diplomáticos subterráneos o declarados con los Kennedy o los Mao de ocasión, la sombra del Gran Hermano eslavo matizaba la fogosidad verdeolivo. (3)

Realidad que tampoco podía ser descartada del todo, pues amén del umbilical conducto que mantenía latente el desmadre económico del socialismo fidelista, el enorme flujo de rublos, combustible, cereales y otros recursos del mundo soviético permitió, desde tan temprano como 1961, desarrollar apreciables capacidades militares y financieras para emplearlas "…para incrementar su influencia extranjera….". De ahí la cordialidad (ora sincera, ora forzada) para con las administraciones de los secretarios generales Krushov y Breznhev, a despecho de los desaires del primero en octubre y noviembre de 1962, tras más de un año de estrecho acercamiento cubano-soviético en todos los órdenes, alineación de la que el gobierno de Castro no podía prescindir.

Tras la humillante exclusión política del dictador isleño en las negociaciones celebradas entre las grandes potencias involucradas en la crisis del otoño de 1962, mucha de la frustración y el descrédito internacional que generó el episodio de los misiles y que puso a Cuba en el tablero de intercambios y esferas de influencias mundiales de los estados más poderosos del mundo por vez primera desde la guerra hispano-cubanoamericana de 1898, el gobierno cubano trató de remendar su imagen -obsesiva recurrencia de un sistema autoritario y personalista de esencia virtual más que substancial-, tanto para consumo de su ciudadanía con la inefable apelación nacionalista y patriótica común a los modernos totalitarismos, como para proyectar al exterior una nueva definición mitológica: "…la aspiración de crear un socialismo independiente… y apoyar las luchas liberadoras…" que encajaran en las preferencias teóricas y factuales del fidelismo. Una añosa estrategia de distraer la atención doméstica de los fracasos administrativos, y sabida la orfandad defensiva por la reticencia moscovita de comprometer su estudiada política de influencias mundiales fuera de Europa en un peligroso (y desventajoso) punto de fricción con Washington, embarcándola en una suerte de defensa activa en las comarcas periféricas de Occidente, asistiendo a todos los movimientos, agrupaciones o regímenes que se pronunciaran promarxistas, radicales y antinorteamericanos en varios continentes. Como cita Erismann, la idea apuntaba a originar diversiones ultramarinas de modo que los Estados Unidos, urgidos, atenuaran su atención para con la isla de Cuba a la vez que los gobernantes de esta promovían la toma del poder de facciones procastristas en países que, llegado el momento se constituirían en aliados económicos y militares del castrismo, al que considerarían como líder natural del tercermundismo militante. (4)

En semejante proyección se incluye la temprana penetración del gobierno cubano en el África. Modesta, discreta y sorprendentemente efectiva para fines de la década de 1960, Cuba había sido "…más exitosa en establecer avanzadas militares y paramilitares en África que en América Latina". Y un papel clave sería asegurar un gobierno revolucionario aliado en la enorme Argelia, rica en hidrocarburos, minerales estratégicos y situada ventajosamente con respecto al flanco meridional de Europa occidental y con respecto al África negra al sur del Sahara. No es extraño que se haya estimado que los acusados lazos entre la Argelia de Ben Bella y la Cuba de Castro, se encaminaran a crear una suerte de coalición de estados tercermundistas para actuar en la convulsa circunstancia existente en los países subsaharianos en detrimento de los intereses de Occidente. Precisamente en un continente pletórico en recursos energéticos, minerales e hídricos, como desbordado por conflictos étnicos, inestables gobiernos, estamentos militares ambiciosos y ficciones nacionalistas acerca del estado. (5)

Cuba, Moscú y el contencioso argelino-marroquí, 1963.

Cuando eclosiona la disputa en el borde argelo-marroquí del Sahara, los gobiernos de Argelia y Cuba habían ya establecido una firme imbricación política y militar. Aunque existentes antes de la declaración de independencia del enorme país norafricano, se afianzaron especialmente a lo largo de 1963, con un acusado carácter de alianza, como lo demostraron las visitas de alto nivel de Guevara a Argel y de Boumediene a La Habana, en julio y septiembre, respectivamente. Casi medio año antes del conflicto sahariano, numerosos instructores militares castristas afluyeron a centros de entrenamiento militar argelinos, donde no sólo adiestraban a tropas regulares locales, sino también preparaban contingentes de guerrilleros procedentes de los movimientos del África negra, en particular angolanos, guineanos, nacionalistas bantúes surafricanos, ovambo, shona y congoleses, entre otros. En particular el antiguo campo legionario francés en Sidi Bel Abbas, donde según ciertas fuentes, el gobierno de Argel entrenaba, asesoraba y financiaba más de un millar de insurgentes procedentes de las provincias portuguesas y del cono sur continental.

Puede considerarse que ya en octubre de 1963, estaba en efecto una efectiva conexión argelino cubana para crear focos guerrilleros en tan disímiles escenarios de África como Angola, Congo Leopoldville, Mozambique, Senegal y República Sudafricana. Luego, y añadido a los personales vínculos entre Ben Bella y Castro, el que militares regulares cubanos intervinieran en un conflicto limítrofe que involucraba a los argelinos no constituía una novedad para el observador bien informado, puesto que ya estaban en el país. Su considerable incremento en personal, armamento y poder de fuego en lo que, en la crisis con Marruecos, resaltaría semejante presencia en el país mediterráneo. (6)

Hay dos interesantes detalles que acerca de este conflicto señala Moore en su investigación:

(a) el conflicto fronterizo latente entre marzo y octubre de 1963, y luego traducido en franca hostilidad armada durante octubre y noviembre del mismo, será manipulado propagandísticamente por el gobierno revolucionario de Argel, a la usanza de su colega y modelo caribeño, para representar la causa de una "revolución progresista", de "contenido" libertario, tercermundista y los florilegios retóricos del caso, agredida por un estado expansionista, "feudal" y reaccionario como Marruecos, detrás del cual se ocultaba aviesamente el antiguo poder colonial. Francia, que aún contaba con tropas por evacuar en las dos provincias saharianas y una importante estación naval en Mers-el-Kebir, era un excelente recurso para montar una conspiración en las páginas del diario benbellista Al-Ahram, que reproducida por los megáfonos radicales desde Accra a Hanoi y desde Leningrado a La Habana, venderían la imagen de la revolución agredida tan cara a los militantes tercermundistas y "progres" occidentales por igual.

(b) posiblemente La Habana estaba en antecedentes de la confrontación argelo-marroquí con, al menos, un mes de antelación al inicio de los choques. Si se recuerda que el vicepresidente y ministro de defensa H. Boumediene visitó Cuba en septiembre de ese año, y la oportuna llegada al puerto de Orán de las tropas y equipos procedentes de la isla, en especial aquellos remitidos por vía marítima, "…la mejor prueba que la participación militar de Cuba había sido planeada con anticipación es que la ayuda cubana, enviada por mar logró llegar a Argelia apenas escasos días después que la invasión (marroquí) fue anunciada (…)". El golpe propagandístico que para los regímenes revolucionarios, radicales o meramente antioccidentales al sur del Sahara, por no mencionar aquellos poco afectos a los excesos ideológicos de Argel, el hecho consumado que representaba la inmediata presencia militar cubana, traducida en varios centenares de oficiales y tropas regulares con material artillero, aviación y carros de combate, dispuestos a enfrentar a los igualmente bien provistos marroquíes. La cuidadosa planificación entre La Habana y Argel permitió jugarle otra trastada a un aliado de Ben Bella, Nasser, quien por obvias diferencias entre caudillos de análoga egolatría era detestado por Castro. En efecto, el caudillo egipcio con presteza ofreció un millar de tropas veteranas para enfrentar al monárquico Hassan II, pero la combinación preexistente entre sus compañeros de armas argelinos y cubanos, le privó de la primicia y el consiguiente protagonismo en el entorno afroasiático (7). Nasser había visitado Argelia poco antes y reiterado allí su conocida posición africanista, actualizando los argumentos ya planteados por su régimen desde 1952.

Uno de los aspectos más interesantes de este episodio es el papel de Moscú, entonces visto con bastante resentimiento por los castristas por haberlos dejado en penoso papel de satélites afanosos pero desdeñados, un año antes. Además, no faltaban revolucionarios árabes y africanos que calificaban a los moscovitas de tibieza en su manejo de las "situaciones revolucionarias" en las regiones periféricas a la tradicional zona de influencia euroasiática de los gobernantes rusos. Aunque Moscú consideraba a Marruecos como un estado absolutista, conservador, aliado a intereses medievales, alineado con Francia y los Estados Unidos, según el canon leninista en uso, no faltaron relaciones diplomáticas, comerciales y militares desde la independencia del país norafricano en 1956, y cierto grado de solidaridad para con las reivindicaciones de Rabat hacia los territorios españoles de Marruecos meridional, Ifni y el Sahara Español a finales de los cincuenta. El deterioro de las relaciones franco-marroquíes por el apoyo del monarca Mohammed V a los rebeldes argelinos, llevó a un acercamiento diplomático marroquí-soviético en 1958, con intercambio de delegaciones, embajadas y un primer acuerdo comercial. Aunque los comunistas marroquíes eran recibidos en congresos partidistas en Moscú, la proscripción de este partido por Rabat en octubre de 1959 no constituyó obstáculo alguno para que algo más de un año después una delegación militar de Marruecos obtuviera un ventajoso acuerdo sobre armamentos (octubre de 1960), a lo que siguió un protocolo comercial, dos meses después, y una visita de estado de Leonid Brezhnev al sultán Mohammed V, en la primavera de 1961. Señalemos que durante estas conversaciones Brezhnev ratificó el apoyo de Moscú a las apasionadas reclamaciones de Marruecos sobre el territorio de Mauritania, como hubo de demostrar antes votando en contra de la admisión del país sahariano a las Naciones Unidas, en diciembre de 1960.

Sin la mínima concesión política para con los leales del Soviet en sus dominios, el nuevo sultán Hassan II, quien ascendió al trono en marzo de 1961, ocasión en que fueron invitados dignatarios soviéticos, mantuvo el cordial estado de las relaciones interestatales y el flujo de delegaciones militares. Una marroquí asistió a las celebraciones moscovitas de la Plaza Roja en noviembre del mismo año, en tanto otra sostenía conversaciones acerca de asistencia técnica y material para las fuerzas armadas reales. El mariscal Sokolovski y oficiales de alto nivel devolvieron la visita e inspeccionaron el material transferido en otra visita a fines del año en curso (8). El canciller Mikoyán le seguirá con un acuerdo sobre comercio y servicios aéreos a inicios de 1962, en tanto el ministro de defensa soviético, mariscal Malinovski, se entrevistaba con sus colegas del estado mayor alauita, lo que luego tomaría consistencia en una serie de envíos de armas soviéticas a Marruecos en septiembre de 1962, justo poco antes que similares remisiones de armamento ruso a Cuba, esta vez de misiles tácticos y estratégicos, pusieran al mundo al borde de la catástrofe. (9)

Si bien 1963 comenzó con un prometedor acuerdo comercial con los soviéticos y éstos no dejaban de ver con complacencia las negociaciones entre Rabat y Washington para la completa evacuación de las bases americanas en el reino, Hassan II mostrará con más claridad su vocación política conservadora, al ratificar el acuerdo militar con Francia y ejecutando una nueva redada contra las células comunistas (mayo a octubre). Justo en octubre de 1963 se inician la serie de choques limítrofes con Argelia y que duraran hasta marzo del siguiente. Este episodio alejará a Moscú de sus clientes marroquíes alineándose con Argel, país que por las circunstancias de su paso a la soberanía e inclinaciones ideológicas de sus líderes era visto como un potencial y más substancioso aliado en África mediterránea. Para Moscú, que había armado con bastante liberalidad a Marruecos por dos años, la guerra fronteriza era obra de reaccionarios inveterados en colusión con oscuros intereses alentados por DeGaulle y Kennedy. Es curioso que, si bien en medio de la crisis fronteriza los militares americanos comienzan a desmantelar sus bases en Marruecos, el canciller de China comunista efectuó una conveniente y significativa visita oficial a Hassan II (diciembre de 1963) (10). Para entonces, y en virtud de la firma del acuerdo inicial en diciembre de 1960, los rusos debían entregar a los marroquíes blindados y aviones de combate por un valor estimado de diez a veinte millones de dólares, pero según los segundos, este material en poco tiempo resultó anticuado. A fines de la década los aviones soviéticos estaban fuera de servicio y Marruecos los había sustituido por equipo occidental. En todo caso, de haberse querido renovar el arsenal, la suspensión de los envíos de material a raíz de las hostilidades argelinas, hizo descartar, por el momento, las fuentes soviéticas. (11)

Moscú reconoció cautelosamente la existencia de un gobierno provisional del Frente de Liberación Nacional (FLN) de Argelia en el exilio, en septiembre de 1958 y recibió delegaciones de éste y de los comunistas argelinos en congresos celebrados en suelo soviético entre enero y septiembre del siguiente año. Cuidadosa para no enajenar sus relaciones con Francia -que se reputaban importantes para los intereses soviéticos en Europa, en particular por los ejercicios nacionalistas franceses en sus relaciones con Bonn y Washington, que celebraba Moscú-, la Unión Soviética admitió al ministro de exteriores del gobierno provisional argelino para sostener conversaciones sobre asistencia a los refugiados en Túnez (mayo y octubre de 1960). De hecho, en septiembre de ese año, los soviéticos reconocían el gobierno en el exilio, tras la visita a la capital moscovita del premier del FLN, Ferhat Abbas.

Durante las negociaciones franco-argelinas en Evián (mayo de 1961) el ministro de finanzas del FLN se encontraba de visita en Moscú, obteniendo una significativa remisión de cereales para emplearse en los campamentos guerrilleros situados en países limítrofes con Argelia. Ayuda que se expande adicionalmente a comienzos de 1962. Con la firma de los acuerdos de Evián, Moscú otorga formal reconocimiento al gobierno provisional argelino (mayo de 1962). A los soviéticos no les fue desagradable conocer el radical programa de nacionalizaciones propuesto por los nacionalistas argelinos en Trípoli, Libia, algo enfatizado por entonces y en la capital rusa por una delegación de comunistas del territorio norafricano.

Las relaciones diplomáticas soviético-argelinas se formalizan con la independencia, en julio de 1962, y de manera inmediata Moscú ofreció asistencia de medicamentos, alimentos, acero y cereales a Argel, a la vez que una delegación gubernamental soviética se presentaba en el nuevo estado africano, en ese mismo otoño. Por esa misma época, la primera comitiva militar moscovita llega a Argelia, en medio de una prohibición total de la actividad de los partidos políticos, comunistas incluidos, y la entronización autoritaria del FLN, bajo la égida de Ahmed Ben Bella. A lo largo de los primeros meses de soberanía política argelina, y aún con el delicado asunto de la proscripción de los marxistas locales, el movimiento de delegaciones oficiales de periodistas y funcionarios del FLN -amén de ciertos dirigentes comunistas con más discreción- hacia Moscú no disminuyó, celebrándose numerosas consultas sobre temas políticos y comerciales de interés común. En junio de 1963, a pocos meses de la crisis fronteriza, una importante delegación de las fuerzas armados soviéticas aterrizaba en Argel, seguida a poco de sendas delegaciones comerciales y partidistas de la misma procedencia. (12)

Desde la independencia de la segunda, las coincidencias ideológicas entre los líderes de Cuba y Argelia se convirtieron en compromiso de actuación internacional, en particular en lo que a los asuntos de África se relacionaba. Para Ahmed Ben Bella, como antes Castro, su régimen tenía un credo en política internacional: culminar la “misión histórica” de contribuir “activamente” a la liberación de las restantes colonias europeas en el continente negro. Al momento de la admisión de Argelia en el seno de las Naciones Unidas (9 de octubre de 1962), su premier dejó bien establecido el “celo misionero” y la emoción tercermundista de su persona y gobierno para con los africanos, algo mezclado con una particular y sobredimensionada percepción del papel de Ben Bella y de su Argelia revolucionaria en el mundo, visión que, como han escrito dos estudiosos de la circunstancia, era “…a la vez grandiosa y simplista…”. No en balde las afinidades que enlazaban las personalidades y oratorias del caudillo cubano y el argelino. Ambos, sin mayores preocupaciones acerca de cualquier contradicción “teórica”, se pronunciaban por una tesis enfáticamente nacionalista a la vez que “internacionalista”, eufemismo este último que justificaba, en una suerte de conjuro de los elegidos, el derecho a la interferencia en los numerosos y acres conflictos internos del África de la época, en una suerte de particular “teoría de dominó” que alentaba la acción ofensiva de los regímenes revolucionarios para cerrar el paso a las potencias occidentales en aquellos puntos álgidos que, como el Congo-Leopoldville, estaban en el vórtice de las inestabilidades globales de 1962. Para Ben Bella y Castro, la protección de la integridad territorial y política, léase la estabilidad de los gobiernos dirigidos por elites nacionalistas “progresistas”, antioccidentales, de “vocación revolucionaria” pero escaso arraigo interno, programas políticos marxistas y enfrentados en muchos casos a oposiciones potencialmente desestabilizadoras, era materia de fe y actuación. Y el manto de la solidaridad argelino-cubano se extendía, llegado el caso, a favor de sus aliados políticos en el poder en Burundi, Congo-Brazzaville, Tanzania ,Guinea y Mali. Coaligados con Nasser, prometían asistencia a los grupos nacionalistas bantúes de ambas Rhodesias, así como a los impenitentes guerrilleros lumumbistas atrincherados en las provincias orientales del antiguo Congo Belga. No en balde discursos de Ben Bella como aquel de noviembre de 1964, que remedan el tono, énfasis y resultados concretos de los de su dilecto aliado antillano, han merecido una reflexión que no les favorece, pues “…tratando de exportar (el) socialismo y en ocasiones promoviendo directamente la subversión de regímenes conservadores, Ben Bella contribuyó a la división más que a la unificación de África” (13). Semejante conclusión, trasladada también al distante continente americano le venía de perillas a los fallidos expedientes “libertadores” de Castro.

La actitud del Egipto nasserista hacia la descolonización africana era entonces una mixtura de tercermundismo, mesianismo y antioccidentalismo, que para los círculos dirigentes del estado justificaba el papel civilizador y continental de su revolución : "(…) África es como una botella que se destapa bruscamente. Una de las fuerzas atemperadoras es el Islam. Por lo tanto, mientras más africanos se conviertan al Islam, mejor". Egipto se consideraba una suerte de progenitor ideológico de los nacionalismos africanos y esto encerraba una obvia dosis de lo que Pirenne denomina "imperialismo místico" de los revolucionarios establecidos en El Cairo desde el verano de 1952. De acuerdo con el propio Nasser, en un escrito que recuerda algunos pasajes providencialistas de las jaculatorias de Castro: " (…) Los pueblos de África continuarán mirándonos, los que guardamos la puerta septentrional y que constituimos su vínculo exterior. Nunca abandonaremos nuestra responsabilidad de apoyar con toda nuestra habilidad la difusión del conocimiento y la civilización a las más remotas profundidades de la jungla…". Y de los desiertos saharianos podía agregar en vísperas de los acontecimientos argelinos. Con 20 millones de habitantes, una política basada en el arabismo, los lazos económicos con Moscú, las remisiones pagadas de armamentos checos y rusos, la hostilidad diplomática y militar hacia Israel y la conversión del país nilótico en potencial militar regional, el Egipto de Nasser -como en su lugar y hemisferio la Cuba de Castro- aspiraba al liderazgo del mundo revolucionario, tercermundista e islámico, a la regeneración del África descolonizada o sujeta a regímenes de dependencia colonial, misión histórica que lo impulsaba a intervenir “solidariamente” a ambas bandas del Sahara. Nasser, como Castro, legitimaba que los medios políticos y militares a su alcance estaban legítimamente dirigidos a alentar, preservar, extender y asegurar la revolución africana ya fuese en Argelia, Libia o Túnez, tanto como en Somalia, Etiopía, Mali, Senegal, Ghana o ambos Congos. Todo lo que justificase el duelo global contra occidente y sus aliados desde Marruecos a Zanzíbar estaba plenamente sancionado por una difusa concepción de lo que era "el curso de la historia contemporánea." (13B)

Ambos gobernantes no se quedaban en la retórica. En vísperas del conflicto fronterizo con los marroquíes, asesores cubanos y argelinos entrenaban más de un millar de guerrilleros nacionalistas en campos de entrenamiento subsidiados por fondos del régimen de Argel y dotados de armamentos soviéticos. Además, Ben Bella favorecía política y financieramente a varios “movimientos de liberación” como el marxista sudafricano Congreso Nacional Africano (CNA), el Frelimo de Mozambique y oscilantemente primero al Frente Nacional de Liberación de Angola (FNLA) -cuyos guerrilleros los argelinos ya entrenaban antes en los santuarios del FLN en Túnez antes de 1962-, luego al marxista Movimiento para la Liberación de Angola (MPLA) -éste último con ciertos contactos con los cubanos desde entonces, pero extremadamente débil-, para en definitiva, siguiendo la decisión de la Organización para la Unidad Africana (OUA) del verano de 1963, inclinarse por el primero de las facciones angolanas. Como en el caso de Cuba, Argelia estuvo implicada en la insurrección nacionalista del Frelimo en las comarcas del norte de Mozambique, al contar ambos regímenes con consejeros en los campos de retaguardia establecidos en Tanzania, y generosamente dotados con material comunista chino y soviético. Como se ha dicho, los argelinos fueron importantes en la concepción y estallido de la insurrección de 1961 en el norte de Angola, organizada por el FNLA. Ben Bella era prominente figura del “comité de liberación” de la OUA, junto con Nasser, Toure, Senghor, Kasavubu, Obote, Nyerere y Selassi. Esta organización, basada en Dar es Salaam, recibió sobre un cuarto de millón de dólares en 1963 de parte de Argelia. (14)

A despecho de la discursividad inflamada e inflamatoria para el consumo doméstico, el gobierno revolucionario se mostraba tan pragmático como el castrista ante las realidades de sus tratos con las grandes potencias y sus intereses. Al igual que Castro, que entonces sostenía secretísimas reuniones con funcionarios de la administración Kennedy para tratar de llegar a un entendimiento económico y político entre los “héroes revolucionarios” y los “imperialistas americanos”, Ben Bella mantenía un fluido puente con la Francia de De Gaulle. Como su admirado comandante antillano que tenía que “soportar” la presencia de una base aeronaval norteamericana en la provincia de Oriente, sin más consuelo que los tribunicios ladridos, el revolucionario norafricano había admitido la presencia de bases y tropas francesas en suelo argelino por un plazo determinado en los acuerdos de Evián. Así, Francia conservaba un centro de experimentación atómico sahariano (In-Ekker, Reggane) y otro de prueba de misiles (Hamaguir). Además del derecho a arriendo de la base naval de Mers el Kebir y la presencia de 100,000 soldados franceses hasta mediados de 1965. Aunque Ben Bella fue más afortunado que su aliado en el rescate de la soberanía y la eliminación de éstos remanentes de la dominación francesa, pues para fines de 1964 las tropas francesas volvieron a casa, si bien las bases saharianas cumplieron su plazo original (15). Ben Bella podía protestar contra las tropas portuguesas en Angola, pero discretamente callaba las francesas en casa, como su alter-ego castrista, denunciaba el pillaje económico imperialista americano, pero ignoraba el lucrativo permiso concedido al capitalismo petrolero de la ex-metrópolis en las provincias de sur. Condenaba las bases navales anglosajonas en Aden o Guantánamo, pero callaba piadosamente la que arrendaba a la marina gaullista. Algo de inconsistencia revolucionaria, por más señas.

Un conflicto fronterizo y ejercicio de intervención.

Como en casi toda África, las fronteras postcoloniales fueron problemáticas en el Magreb, y las reclamaciones fundadas en seculares derechos de ocupación, pastoreos, tribalismos y otros igualmente válidas o problemáticas razones menudearon después que los grupos nacionalistas locales sustituyeron a los franceses en Rabat, Argel o Túnez. La relativa insuficiencia cartográfica, las toponimias elusivas o los accidentes orográficos, fluviales o de otra naturaleza no favorecían las delimitaciones. Y si a ello añadimos los irredentismos acariciados por buena parte de las elites gobernantes desde Casablanca hasta Mogadiscio, o desde Casamance a Cabinda, los elementos para un conflicto no tomaban mucho tiempo en aflorar, en este caso de modo enérgico y desestabilizador, en particular para el aún endeble estado del FLN argelino. Si bien este movimiento contó con el apoyo diplomático, santuarios seguros y sostén financiero en Túnez y Marruecos, estos países, cuyas independencias precedieron bastante a la argelina, nunca admitieron como definitivas las fronteras norafricanas establecidas por Francia después de 1912, en particular lo referido a las fajas saharianas inmediatas y que los franceses tendían a administrar como una cuarta entidad aparte de las provincias argelinas y los protectorados tunecino y marroquí. Durante su breve y amargo conflicto con Francia por la base de Bizerta en julio de 1961, Túnez intentó infructuosamente tomar una porción del Sahara argelino francés, que se reputaba rico en hidrocarburos. Según algunos analistas, los miembros del gobierno provisional argelino, que disfrutaban de seguros santuarios en Túnez y Marruecos, parecían dispuestos a considerar negociaciones acerca de las fronteras comunes en el Sahara una vez que los franceses se retiraran políticamente de su última posesión del norte de África. Pero después de los acuerdos de Evian, Argel no pareció recordar sus promesas de conversaciones fronterizas y esto, unido al creciente radicalismo de sus ministros, alentó un distanciamiento casi hostil por parte del régimen de Hassan II, cuyo gobierno, dominado por los nacionalistas del partido Istiqial, que desde 1956 alentaban las reivindicaciones de una monarquía que incluyera los territorios españoles del Sahara e Ifni, los franceses del Sahara occidental argelino y de la Mauritania. En 1957-1958 los marroquíes habían librado una serie de escaramuzas con España, y en el otoño de 1963 nuevamente combatirían por unos imprecisos bordes que intentaban fijar a su beneficio, en este caso frente a sus antiguos aliados argelinos. Conflicto de escasa intensidad y de limitados efectos que la naturaleza del régimen revolucionario de Argel y las apetencias de protagonismo de Cuba y Egipto se encargarían de internacionalizar.

El deterioro de la situación fronteriza entre Rabat y Argel escaló a lo largo del verano de 1963, y un encuentro menor entre fuerzas apostadas a lo largo de la imprecisa y desértica línea divisoria devino en conflicto abierto en octubre y noviembre, llevando a los titulares internacionales una geografía de oscuros oasis y disputas. El conflicto iniciado el 8 de octubre de 1963 coincidió con la insurrección de los bereberes de las tierras altas de la Kabile, al oriente de Argelia, situación interna ésta aprovechada por Marruecos para forzar el paso en la frontera, tanto como por Ben Bella para extraer beneficio político de la situación, cohesionar a la población y la jefatura del FLN y lanzar una conveniente campaña de propaganda acerca de una siniestra colusión de los expansionistas marroquíes y las tenebrosas fuerzas del imperialismo global contra la joven y heroica revolución argelina. Cierto es que los nacionalistas irredentistas del Istiqlal marroquí intentaban extraer beneficios territoriales de la inestabilidad interna del régimen de Argelia, pero también existía en la monarquía la voluntad de negociar el diferendo en curso. Entre el 1 y el mismo día 8 de octubre se celebraron consultas bilaterales acerca de los puntos fronterizos en litigio. Lo de la conspiración internacional aducida por Ben Bella era un argumento de disímil lectura. (16)

Según las fuentes oficiales de Rabat, la iniciativa ofensiva partió de los argelinos, quienes penetraron en ciertos puntos hasta unos 90 kilómetros en el territorio considerado como marroquí, atacando el oasis de Hassi Beida, el 8 de octubre. Incursión que produjo una decena de bajas en los destacamentos que lo protegían. Argel, aceptando el incidente y su ubicación, reclamaba el oasis como propio y acusaba a los marroquíes de estarlo ocupando desde el 26 de septiembre anterior, negándose a evacuarlo a pesar de las conversaciones al respecto. Fue la decisión de Marruecos de reforzar su dispositivo en Hassi Beida el 5 de octubre lo que provocó la "acción defensiva" de las fuerzas argelinas en la región. Según la prensa de París la iniciativa militar claramente partió de los argelinos y los marroquíes habían debido replegarse de Hassi Beida, pero entre los observadores europeos la pertenencia de la localidad era tan confusa como la cartografía de los reclamantes. A lo largo de octubre los combates fronterizos se generalizarán desde aquel punto a otros hitos fronterizos; los asentamientos en los oasis de Ich, Figuig, la región de Colomb-Bechar y las arenosas comarcas de Tinduf, que los argelinos reputaban como propias aduciendo las correcciones fronterizas acordadas por las autoridades coloniales francesas y los ministros del sultán marroquí en tratados de 1845 y 1928. Algún autor ha sugerido que la disputa acerca de los dilatados e imprecisos bordes saharianos entre ambos territorios implicaba intereses marroquíes en proteger comunidades bereberes de los distritos de Colomb-Bechar, Zagdou y Tindouf, cuyos habitantes se inclinaban a integrarse a la monarquía desde antes de los acuerdos de Evian, tanto como acceder a posibles cuencas petrolíferas o de gas en el pasillo de Tindouf, donde las compañías de hidrocarburos francesas habían obtenido concesiones del régimen revolucionario. (17)

A lo largo de septiembre de 1963 los marroquíes reforzaron sus puestos fronterizos desde los límites meridionales donde convergían las desiertas fronteras propias, argelinas e hispano-saharianas, cerca de Tindouf, hasta Colomb-Bechar, a lo largo de un eje de kilómetros de sur a norte, en tanto menudean las acusaciones respectivas de violaciones de la frontera aérea y terrestre (que parecían ser más frecuentes por el lado de los marroquíes, de acuerdo con los despachos), amén de desplazamientos allende la frontera de algunos miles de residentes marroquíes en Argelia, en particular. La presencia de tropas de Rabat en los oasis de Hassi Beida y Tinjoub, al sureste de la línea del Wadi Draa (la reconocida en 1928), fue vista con alarma en Argel, pues "…bloquean las dos pistas saharianas que van de Colomb-Bechar a Tinduf. Marruecos necesita desesperadamente Tinduf para poder legalizar sus reclamaciones territoriales sobre Mauritania y el Sahara español.(…)". Luego, la acción militar argelina respondía a un imperativo estratégico, mas allá de la mera discrepancia sobre algunos palmos de desiertos arenosos o pedregosos (18). Las negociaciones de alto nivel entre Ben Bella y Hassan II en Argel (marzo de 1963) y entre los respectivos cancilleres en 5 de octubre originó un acuerdo calificado de "precario", que evitaba una escalada en el diferendo y servía para definir la propiedad y el desmantelamiento de las agrupaciones militares respectivas alrededor de los disputados Hassi Beida y Tinjoub. Palabras y declaraciones aparte, ambos bandos reforzaron sensiblemente sus efectivos militares en ambas posiciones entre ese mismo día y el 8 de octubre, en que los argelinos iniciaron su avance. La prensa oficial de Argel expresaba que sus unidades de protección de fronteras "…habían tenido un choque con elementos incontrolados marroquíes…". Para el 10 del mismo los marroquíes parecían haberse retirado de ambos oasis, para recuperarlos totalmente a inicios de la segunda quincena del mes. Una orden real conminaba a los militares marroquíes a recuperar y retener contra toda intentona argelina el oasis de Hassi Beida, como territorio nacional. Y los combates se generalizaban alrededor de Figuit, Colomb-Bechar, Tinjoub y otros puntos de la frontera central.

Como los combates no parecían favorecer a los argelinos aparecerán los ofrecimientos de asistencia militar por parte de los aliados ideológicos de Ben Bella, Nasser y Castro, en tanto las fuerzas francesas aún acantonadas en Argelia, se mantenían en estado de tensión en vista de los acontecimientos en la frontera como en la insurrección de los bereberes montañeses. Aunque esta contingencia doméstica fue puesta bajo control por el estado argelino, la relativa debilidad de las fuerzas armadas del FLN frente a los regulares marroquíes hicieron bienvenidas las iniciativas de El Cairo y La Habana. Argelia esperaba que, con la infusión de material y tropas de sus aliados, se revertiera la penosa condición de sus efectivos en el frente del desierto. Aunque Argelia había contado con asistencia militar y asesoría soviética, sus medios eran escasos, en particular en lo que a blindados y transportes se refería: apenas una docena de tanques ligeros de factura francesa, equipo barreminas y alguna artillería ligera soviética, frente a un adversario que contaba con medios acorazados y aéreos: unos 40.000 efectivos profesionales, 40 tanques medianos T-34 rusos, así como una fuerza de 14 aviones de combate y entrenamiento de los tipos Mig-15 y 17, recibidos a inicios de 1961. Marruecos contaba además con un parque de una treintena de aparatos de transporte, reconocimiento y entrenamiento, la mayoría también de hechura moscovita. Los argelinos apenas contaban con algunos jets (cinco Mig-15), entregados por los egipcios a finales de 1962, que bajo la dirección de asesores rusos, constituyeron el embrión organizativo del cuerpo aéreo y se empleaban para adiestrar futuros pilotos. La desventaja del entrenamiento, mando y material fue ostensible por el lado de los argelinos a lo largo de las tres semanas de combates fronterizos (19). Sólo la intervención “solidaria” de sus amigos egipcios y cubanos podrían estabilizar la cadena de descalabros que siguieron la acción del 8 de octubre por parte de las tropas de Ben Bella, algo que no necesariamente sería bien considerado por la cúpula militar revolucionaria, que se veía en evidencia profesional y a la zaga de un gobierno nacional demasiado comprometido con los riesgos y obligaciones del "internacionalismo".

Antes de entrar en las acciones y circunstancias de la intervención de los aliados de Argelia, hagamos unas breves referencias acerca del estado político de ambos contendientes y algunas someras observaciones sobre el teatro de operaciones. La República Democrática y Popular de Argelia con una superficie enorme y de distribución bastante irregular en su población y comunicaciones, contaba con unos 10.326.000 habitantes, en su mayoría árabes y bereberes, concentrados en lo fundamental en los distritos mediterráneos, dejando la mayor parte del país (cerca del 90% del territorio, con apenas 816.000 habitantes un septenio antes de la independencia) constituida por las dos vastas provincias del Sahara, prácticamente despobladas y prometedoramente ricas en recursos del subsuelo. Precisamente la desolación de los bordes fronterizos, la afinidad étnica de las comunidades bereberes del país con las allende las fronteras establecidas por los europeos, entrañaban todos los riesgos de una inestabilidad fronteriza en el Magreb, de análoga manera que acontecía en el lejano cuerno africano. Por ello, la reorganización administrativa y política puesta en práctica por el presidente Ben Bella y su vicepresidente Boumediene, con sus tintes radicales, provocó, a fines de septiembre de 1963, una sublevación de las comunidades bereberes de las provincias litorales de Argel y Constantina (cuya población total se estimaba alrededor de dos millones de personas, según censos franceses), que como hemos citado, coincidió con el agravamiento de la situación en la frontera del Hamada du Dra. Movimiento étnico y comunitario que contó con apoyo en la propia cúpula del gobierno revolucionario del FLN, en particular el sector más conservador encabezado por Ait Ahmed, crítico de los excesos ideológicos y las transformaciones aceleradamente radicales de la presidencia. Inclusive, ciertas unidades del ejército revolucionario se sumaron a la crisis que puso en difícil situación doméstica a Ben Bella, y además de proporcionarle excelente material para propaganda exterior acerca de una conspiración reaccionaria, debió preocupar al egolátrico líder lo suficiente como para necesitar la presencia física de aliados externos para consolidar un poder que parecía ser sacudido desde dos direcciones. (20)

Aunque la acción incruenta de las fuerzas leales a Argel pusieron fin a la insurrección bereber en las comunidades de la faja mediterránea de manera relativamente incruenta, según los despachos de la época, muchos de los jefes y tribeños bereberes se refugiaron en la cadena de montañas que corren paralelas a la costa argelina (cordilleras de la Gran y Pequeña Kabilia) y allí permanecieron en resistencia hasta que el gobierno inició una negociación con los bereberes -entre el 22 de octubre y el 12 de noviembre-, que devolvió la calma a las comunidades y que entre otros puntos de interés incluía la liberación de los presos políticos y el respeto a las instituciones sociales y económicas de los tribeños, cesando (o atenuando) los excesos de la "reorganización revolucionaria". Este episodio que puede conectarse con el estilo intransigente y radical de Ben Bella al negarse a considerar una revisión de las fronteras con sus vecinos, pobladas por comunidades trashumantes bastante indiferentes a las retóricas tercermundistas como antes a las fronteras coloniales. Un arabista de renombre ha sugerido que las dificultades de Argel con sus bereberes durante los primeros tiempos de la independencia radicaban en que los revolucionarios nacionalistas creían posible soslayar las realidades etnoculturales con actos de volición socialistas y dirigistas: el estado revolucionario argelino estaba dominado por los árabes y la minoría dirigente estaba asimilada a la cultura francesa, y ambas eran ajenas a los bereberes tradicionalmente asentados en la montuosa comarca litoral.

Con lengua, costumbres y organización social seculares, los bereberes de la Kabilia -como los de la región del Atlas marroquí, o los de los distritos del Wadi Dra, Tindouf o Ain Sefra-, habían sido respetados por las autoridades francesas, tanto por razones políticas (las ventajas de la dominación indirecta, por ejemplo), como por un conocimiento de la realidad cultural magrebí: "…la tendencia natural de los funcionarios locales de preservar la naturaleza especial de las comunidades que dominaban (…)". La tendencia a la centralización política, la unidad ideológica, lingüística y social orientada a la "arabización" y la socialización forzadas, alentadas por el gobierno del FLN desde inicios de su ejercicio del poder, despertó el rechazo abierto y desafiante de los bereberes. Además, el estilo autoritario y desdeñoso de los revolucionarios urbanos y occidentalizados del entorno de Ben Bella: "La autoridad del gobierno … no estaba enraizada firmemente; su reclamo de legitimidad se basaba en su liderazgo durante la lucha por la independencia…" (21)

Marruecos, por su predominante naturaleza tradicionalista y monárquica, no confrontó tan serios contratiempos con sus poblaciones bereberes, llegando las poderosas jefaturas tribeñas del interior rural (las comarcas del Atlas, por ejemplo), a ser un contrapeso político empleado por Hassan II para contrarrestar la influencia de los nacionalistas de la clase media urbana, y junto con las fuerzas armadas reales, ser uno de los fundamentos sociales y políticos de la corona alauita. La ausencia de experimentos centralizadores, el respeto a las jerarquías comunitarias y el conservadurismo del discurso oficial, además de los lazos de parentesco mas allá de las líneas de demarcación, explican el relativo ascendiente de la imagen del Marruecos monárquico en muchos de los bereberes de la frontera del Wadi Dra o Tidouf, donde no faltaban jefaturas y comunidades que, desde los días de la presencia francesa alentaban aspiraciones irredentistas, bien vistas en Rabat. Semejantes disposiciones de ánimo en la frontera, más los desaciertos del gobierno revolucionario argelino para con las poblaciones autóctonas no árabes alentaban la intranquilidad. Es interesante acotar que mientras las relaciones entre Argel y Rabat se deterioraban a lo largo de las fronteras occidentales, al este, las alegaciones argelinas contra Túnez, por el supuesto santuario que este país ofrecía a facciones antigubernamentales para "actuaciones desestabilizadoras" como la acontecida en las provincias de Constantina y Argel, tampoco contribuían a crear un clima cordial en el borde tunecino-argelino en la primera mitad de ese 1963. En definitiva, y para bien de ambos pueblos, la paranoia conspirativa de los revolucionarios de FLN no encontró resonancia en los más calculadores gobernantes tunecinos, y la crisis se zanjó sin incidentes desagradables. (22)

Con apenas la cuarta parte de la superficie territorial de Argelia y una población mayor entonces, unos 13.118.000 habitantes mayoritariamente árabes y berberiscos, pero sin las dificultades de integración etnoculturales por la misma naturaleza política y social del estado, Marruecos intentaba desempeñar un rol protagónico en el noroeste de África, con las ya mencionadas aspiraciones de unificar bajo el cetro de Hassan II los vastos espacios desérticos y esteparios desde las márgenes del río Senegal hasta Sagui-el-Hamra y Ain Sefra, donde predominaban las comunidades pastorales bereberes y beduinos. Por ello, parte de la política oficial del estado se fundaba en la consideración de unas fronteras susceptibles de reconsideración, aceptadas como norma de convivencia internacional, siempre "…a reserva de eventuales rectificaciones al ser exactamente delimitadas algunas de sus fronteras (…)". Una activa promoción del irredentismo entre los pueblos de los territorios vecinos, combinada con una activa diplomacia de alto nivel, como la mediación entre Argel y Túnez en su corta crisis bilateral de diciembre de 1962 para luego intentar llegar a un acuerdo de límites con la primera en la infructuosa cumbre de Hassan II y Ben Bella (marzo de 1963) y un importante despliegue de tropas en las fronteras en discusión, caracterizaban la actuación regional del estado marroquí en la segunda mitad de 1963. Para Rabat, la negativa argelina de abrir una discusión de los bordes coloniales era vista como una intransigencia que alentaba los problemas bilaterales, en tanto que, como sucedió desde el verano de 1962 en adelante, en la comarcas de Tinjoub o Hassi Beida, los revolucionarios vecinos, con su política de asimilación cultural y quiebra de instituciones atentaba contra los derechos básicos de los bereberes potencialmente súbditos alauitas. Por ello la reunión de ambos cancilleres en Oudja, a inicios de octubre, donde poco podía hacerse para aliviar las tensiones en el terreno. Marruecos tampoco eximía a los franceses de responsabilidad en los problemas limítrofes, acusándolos de haber dejado puntos de discordia al mantener ocupados secciones y oasis reconocidos por Francia como parte de Marruecos, desde la independencia de éste (1956) hasta la emancipación de Argelia, seis años después. Los incidentes del 26 de septiembre y del 8 de octubre de 1963 se gestaban en una realidad inevitable. (23)

El teatro de operaciones establecido a raíz de los incidentes fronterizos del otoño de 1963 se extendía a lo largo de unos 850 kilómetros desde los bordes marroquíes-hispanosaharianos hasta el saliente de Figuig, pero no fue escenario de combates o incursiones en su totalidad, identificándose, en lo fundamental, dos áreas de enfrentamientos entre el 8 de octubre y el 4 de noviembre:

a- la comarca que se extendía entre Colomb-Bechar y el mencionado saliente de Figuig- Ich, contaba con no más de un centenar de kilómetros de este a oeste y menos de la mitad de profundidad. Este distrito estaba relativamente bien conectado con Sidi-bel-Abbes, antigua base militar de primera importancia, así como con el puerto de Oran, ruta por la que avanzarían los blindados y tropas cubanas y egipcias a finales de octubre. Esto significaba que este frente de Figuig se hallaba a unos 400-470 kilómetros por carretera de las principales bases militares de Argelia occidental, en que para los marroquíes, tomando en cuenta que algunas de sus fuerzas fronterizas quedaban situadas en Oujda, debían recorrer unos 300 kilómetros de norte a sur por las pistas paralelas a la frontera común, pero tropas de reserva, apostadas al interior, como por ejemplo, en Fes, debían recorrer unos 600 por difíciles rutas terrestres hasta llegar a la zona de Figuit y enfrentar a los argelinos. Colomb-Bechar era uno de los pocos puntos industrializados del país argelino, con importantes explotaciones de carbón y hierro, además, era sede de un centro de experimentación de misiles dirigidos del ejército francés, donde en virtud de los acuerdos de Evian aún estaban acantonadas tropas francesas en el momento de la crisis.

b- La frontera desértica del Wadi Dra, orlada por los grupos de oasis del Hamada du Dra, que se extiende desde Tinduf hasta Zegdou, a lo largo de unos 300 kilómetros de oeste a este y entre 60 y 100 kilómetros de profundidad, a partir del curso intermitente que nomina la región hasta la larga carretera sahariana que une Colomb-Bechar con la remota Tinduf. Ésta región dió comienzo a las disputas fronterizas desde el verano de 1962, y será el escenario de los primeros y duros combates por los oasis y las carreteras a lo largo del otoño del siguiente. El motivo de la disputa serán los oasis del Hamada, que se agrupan en cuatro unidades fundamentales; los primeros, aquellos centrados alrededor de Tinnjoub, Hassi Beida, Hassi Talha, siguiendo siempre la larga carretera que desde Tagournite, al norte del Dra y en territorio aceptado como marroquí, penetra el desierto montañoso hasta Tinfouchy, al sur de la carretera sahariana a Colomb-Bechar, unos 100 kilómetros al interior del suelo reclamado como argelino en 1963. Éstos serán los principales frentes de combates desde el 8 de octubre, y donde Marruecos hizo profundos avances a lo largo de la lucha, estando en control de ellos y su ruta al acordarse el cese al fuego.

c- Otro conjunto de oasis, al sur del Dra, entre los primeros y la ruta sahariana principal, comprendía los de Abu Akba, Hassi el Biar, Tabouda y Smeira, éste último en la vital ruta sahariana. Menos favorecidos de caminos estaban dentro de la faja de un centenar de kilómetros de profundidad de la que Marruecos reclamó en plan bélico durante los combates.

d- Al oeste, entre las fronteras marroquíes y del Sahara Español, la pista de Colomb y el segundo conjunto de oasis, estaban dos poblaciones, Hassi Targannt y Tinduf, casi rodeada esta última por otro grupo de oasis: Dare el Khaura, Bou Gharfa, Hassi Makhnez, Sguilma y otros casi hasta el difuso borde mauritano. Tinduf era el eslabón clave para los argelinos en la región más apartada de su fronteriza provincia occidental (Ain Sefra) y conectaba por el este con la ruta transahariana que llevaba a Colomb-Bechar, Ain Sefra, Saida y eventualmente Oran, en el Mediterráneo. Por el norte, era una estación en la ruta marroquí que bajaba desde el puerto atlántico de Agadir, por Bou Izakam, Foum el Hassam, y Hassi Targannt, éste último al sur de la frontera indefinida entonces. Tinduf constituía, además, una etapa obligada en cualquier futuro interés marroquí en dirección a Mauritania o el territorio español de Sagui el Hamra, cuya capital distrital, Semara, era accesible por la pista argelina de Tinduf. No extraña el hecho que los marroquíes, que como se ha dicho antes, parecían contar con no escasos partidarios entre los habitantes descontentos con las nuevas autoridades centrales de Argal, intentaran la captura de este centro administrativo del desierto, y su asedio estaba en marcha a mediados del mes de octubre, empleando como eje de avance la ruta de Hassi Targannt.

Un elemento principalísimo de esta lucha en el desierto occidental fronterizo será el control de la larga pista de casi 400 kilómetros entre Tinduf y Tabelbala, que de ser cortada por Marruecos hubiera significado la pérdida de las comarcas extremas y abrir paso a un movimiento de flanqueo contra Colomb-Bechar, desde el suroeste. Los marroquíes, con su penetración desde Tagournite a Tinfouchy , el control de los conjuntos de oasis de Hassi Beida y Bou Akba, respectivamente, así como con su asedio de Tinduf, lograron controlar la ruta para inicios de noviembre de 1963, desalojando prácticamente a los argelinos de aquellas comarcas. Para el momento de la puesta en práctica del armisticio de Bamako, una extensa faja de 300 por 100 kilómetros entre las pistas -paralelas y extremas- de Hassa Targannt y Tabelbala y delimitada al sur por la ruta transahariana, estaba bajo poder de los soldados de Hassan II. (24)

Operación Dignidad y una lucha en el desierto.

En un despacho reservado (25) destinado a una unidad de tropas entonces acantonada en un campamento militar en las proximidades de la población de San José de las Lajas, al sur de La Habana, el ministro de defensa cubano sentaba los propósitos y normas disciplinarias que debían observar las fuerzas regulares que se enviarían a ultramar, es decir Argelia, en el primer ejercicio de proyección de su poder militar convencional que el gobierno revolucionario cubano ponía en ejecución. Como expresión de intenciones y las advertencias que se hacen a la debutante tropa “internacionalista”, este documento, recientemente desclasificado, sugiere lo suficiente.

Consiste en una serie de especificaciones para los miembros de la jefatura del cuerpo expedicionario cubano o, de acuerdo con el léxico oficial, del Comité Militar del Grupo Especial de Instrucción. Lo que más llama la atención de este escrito es la constante y reiterada preocupación por el mantenimiento de la disciplina de la tropa y la conducta de los comandantes a cargo. Parece ser que el ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) estaba tan preocupado por la conducta y actitud de sus subordinados en campaña tanto como con la recepción de los argelinos o el posible enfrentamiento con los marroquíes, aunque en el escrito deja claro que la principal misión del grupo es la de instruir a sus aliados en las artes tácticas y mecánicas de la guerra convencional revolucionaria. Aunque no descarta otras probables ocupaciones de la fuerza, pues, empleando uno de los monótonos pero efectivos estribillos castristas, la tropa debía estar lista para instruir y combatir, combatir e instruir. Todo parece apuntar a que este documento se emitió la víspera de la salida de la plana mayor de la fuerza expedicionaria -probablemente por la vía aérea desde La Habana a Praga, y de ahí a Argel- puesto que ya para entonces el grueso del contingente de soldados regulares, blindados y otro material, había zarpado de puerto, al menos, diez días antes con destino a Oran.

El ministro Raúl Castro establecía que el susodicho consejo militar debía mantenerse reunido con periodicidad para aplicar las instrucciones del mando en La Habana para el cumplimiento de la misión en Argelia, así como para que estudiaran y solucionaran las inevitables situaciones que se presentarían en su punto de destino. Ratificando que el comandante Ameijeiras contaba con poderes de decisión y responsabilidad en las ejecutorias, se admitía que el cuerpo de oficiales profesionales y políticos hicieran sus recomendaciones, siempre dentro de lo instruido por el mando. En sus observaciones, el ministro parece tener en mente tres asuntos que le inquietan: primero, la disciplina de la tropa y el grado de autoridad moral de los oficiales; segundo, las relaciones de los expedicionarios con los argelinos, militares y población; tercero, la cuestión de la remisión de datos de inteligencia para empleo de la jefatura suprema en la isla.

El primero de los asuntos es una constante y eso puede servirnos como elemento para considerar que en medio de una atmósfera de voluntarismo político, autosuficiencia generacional, falso concepto de la superioridad profesional del “guerrillerismo” castrista y la naturaleza misma de las personalidades y preparación disímiles de la oficialidad militar cubana de entonces, la idea misma de la disciplina castrense tradicional y la conducta de los oficiales en sociedad y campaña eran bastante problemáticas para el funcionamiento de la institución FAR. Y la misma baja calidad de mucha de la tropa que el estado revolucionario reclutaba en virtud de la conscripción obligatoria iniciada por esa fecha, forzaba a ministro de defensa a ser harto repetitivo en este sentido, aun con sus oficiales en vísperas de tomar su avión para Argel. Por ello el Castro-menor plasmaba su insistencia: “… en todo momento entre nuestros compañeros, en la autodisciplina consciente de cada uno, de abajo hacia arriba, unida a la disciplina severa de arriba hacia abajo, cuando sea necesaria”. Mas adelante recordaba que la plana mayor estaba obligada a demostrar los preceptos morales y de conducta en sus personas para edificación de la tropa y estricto cumplimiento de las instrucciones de la revolución. Y volvía al tema de la conducta de los oficiales al emitir la admonición siguiente: “El Consejo Militar debe preocuparse de que predomine entre todos, el más alto respeto y consideración, manteniendo en su más elevada expresión las relaciones fraternales entre todos los compañeros”. En el despacho, con mayúsculas, se apelaba a que los oficiales debían conservar el espíritu de responsabilidad en todos los momentos y demostrar a la tropa y los argelinos que los oficiales revolucionarios castristas eran capaces de conducirse de modo austero. (26)

Es probable que los comandantes y comisarios que dirigían la expedición fuesen ilustrados por los expertos de la inteligencia militar y del ministerio de exteriores acerca de la naturaleza y desarrollo del distante conflicto donde debían hacer acto de presencia. También es posible que se les informara acerca de las costumbres propias de una sociedad tradicionalista e islámica en su entraña misma, a pesar de las declaraciones de orientación socialista y revolucionarias, transformaciones que prodigaban los órganos de propaganda argelinos y cubanos. En la instrucción del ministro, sin la explícita alusión a las razones culturales y religiosas que lo imponían, se volvía a enfatizar de última hora que los oficiales y la tropa cubanos bajo ningún concepto debían hacer uso de bebidas intoxicantes una vez en Argelia, dentro o fuera de sus acantonamientos. Lo que para un ejército revolucionario que “carecía” de lacras propias de cuerpos burgueses o neocoloniales no deja de ser un recordatorio revelador cuando viene del ministro de defensa. Como también, con especial energía, Castro-menor prohíbe absolutamente “… todo tipo de relaciones íntimas, de ninguna clase, con mujeres”. Que se recordara este tópico a la plana mayor como un asunto de primera importancia para mantener buenas relaciones con sus aliados, no deja de ser interesante, visto el patrón propagandístico que La Habana vendía al mundo en 1963, acerca del soldado revolucionario impoluto en conciencia y convicciones. Y resulta que Raúl Castro no sólo lo aducía para la tropa, sino advertía para los oficiales que no se propasasen en un país donde el punto del honor familiar era mucho mas poderoso que la gratitud para con los hermanos internacionalistas. El ministro revolucionario ordenaba a sus comandantes controlar conductas de la tropa que recuerdan al investigador cualquier análoga instrucción que pudo, en su día, emitir un general de infantería suiza antes de entrar en la Lombardía del siglo XVI o algún oficial de alta graduación de la Unión durante la ocupación de los estados confederados de Sur, en 1864-1865. A despecho de la desinformación, los ejércitos revolucionarios e internacionalistas tampoco lograban rebasar el lado oscuro del legionario latino. (27)

Por otro lado, en materia de disciplina se recordaba a los oficiales vigilar que la tropa fuera cuidadosa con el armamento y los vehículos a su disposición, cuidando de no averiar por negligencia el equipo militar y de transporte traído de Cuba y también con ello abstenerse de incidentes desagradables con las autoridades locales. El confinar severamente a la tropa en sus campamentos de instrucción en tanto se decidía su empleo en el frente u otras posibles misiones, respondía a las preocupaciones que existían en La Habana de un posible ataque de grupos de oposición argelinos o de agentes marroquíes o de otro origen contra sus tropas en Argelia. O que alguna desafortunada conducta de los cubanos en las comunidades vecinas desatara incidentes que pudieran poner en peligro la “agrupación internacionalista” y obligarla a emplear sus armas, con el consiguiente embarazo de los gobiernos de Ben Bella y Castro. Es significativo que entre las preocupaciones del ministro de las FAR estaba el que sus fuerzas fueran objeto de “provocaciones” por parte de “contrarrevolucionarios” argelinos con el consecuente costo humano, político y propagandístico, que Marruecos explotaría a fondo, de revelarse. En esa cuerda aconsejaba la actitud más cordial con los mandos y fuerzas armadas argelinas, limitándose a la enseñanza de tácticas, de uso de materiales, evitando choques culturales que pudieran generarse entre los reservados exguerrilleros del FLN y los por lo general extrovertidos militares cubanos: “…nunca tratar de presentarnos como expertos en la materia”. Advertía dejar de lado las militancias teóricas que eran bastante comunes en las unidades militares de la isla que podían ser contraproducentes políticamente en suelo norafricano: “No hacer alardes de nuestra Revolución, ni de nuestra ideología…”. Los comandantes, a sus tanques y aviones, parecía decirles el ministro, que ya correspondería a los teóricos del partido cubano trasmitir las revelaciones marxistas-leninistas a sus aliados político-militares argelinos, una vez la crisis fronteriza se superara y la revolución argelina siguiese el modelo cubano. (28)

Acápite aparte merece el tópico de la obtención de datos de interés acerca del país y sus características, así como del teatro de operaciones que pudieran ser remitidos a La Habana para su análisis. Parece que con el grupo expedicionario marcharon equipos fílmicos militares y civiles, sentando un patrón que luego emplearían las FAR en la región meridional africana durante la década siguiente. Expresaba el ministro: “Todos los documentales filmados, tanto los del I CAIC (28B) como los de los camarógrafos militares, deben ser recogidos por el embajador nuestro y remitírmelo a mí por la valija diplomática y con todas las medidas de seguridad necesarias a la mayor rapidez posible”. ¿Por qué esa discreción y premura del ministro? ¿Por qué el secretismo con respecto a esos filmes? Es obvio que esas imágenes se enviaban a La Habana sin conocimiento de los amigos de Argel, empleando los correos diplomáticos. ¿Esperaban emplearlos para dirigir operaciones desde un puesto de mando allende el Atlántico, o acaso reconocer el terreno con vistas a una ampliación de la participación militar castrista de perder Argelia parte de sus territorios fronterizos? Queda pendiente la interrogante en tanto otros fondos de archivos cubanos o foráneos estén disponibles. En todo caso, este episodio argelino anuncia futuras tendencias de adquisición de información primaria, pues en 1972 las FAR consideraban el enviar equipos fílmicos encubiertos para reconocer, documentar, los territorios de Angola y Mozambique donde operaban sus aliados marxistas.

Otro interesante asunto que devela esta comunicación ministerial es aquel relativo a los canales de información del grupo expedicionario con el gobierno cubano. Raúl Castro era categórico en advertir al embajador en Argel, funcionario teóricamente perteneciente a otro ramo gubernamental, en este caso civil, que “… debe informarnos solamente a este Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, todo lo relativo a nuestro Grupo Especial de Instrucción, por vía de Piñero o por la que estime pertinente…”. El ministro se reservaría la tarea de dar cuenta a la cancillería revolucionaria de aquellos asuntos que a su titular interesasen por razón de sus competencias. Aunque a los ojos de sus subordinados resalta que el ministro de exteriores, el histriónico Raúl Roa, cuenta con su confianza, trasluce la posibilidad de filtraciones de información en el equipo de trabajo del canciller castrista, pues no oculta su preocupación pues “… es cierto que ignoro por cuántas manos de Relaciones Exteriores pasan los informes que por allí se reciben.(…)”. Por ello la vía del diplomático cubano en Argel debe ser la valija destinada a la inteligencia militar castrista, al comandante Barbarroja y no al superior jerárquico del embajador. Este último no queda bien parado a ojos del segundo jerarca revolucionario al recordar a los jefes de la expedición argelina una indiscreción anterior del representante cubano ante Ben Bella: “(…) En uno de los últimos informes de Serguera a Roa, hablaba de la ‘ayuda’ de los ‘carros’ que les mandaríamos, etc. Está mal hecho; no debe repetirse” (29). La indiscreción del diplomático es probable que hubiese alertado a los agentes occidentales acerca de la probable promesa de envío de unidades regulares cubanas, entre ellas blindados, al régimen argelino, visto el deterioro del estado de cosas en la frontera occidental argelina desde marzo, a raíz de la visita de una representación de alto nivel de funcionarios y militares castristas a Argel, en agosto de 1963, encabezada por Guevara.

Las fuentes disponibles dejan claro que el grupo expedicionario cubano estaba listo en sus acuartelamientos del sur de La Habana al día siguiente de comenzar los combates por el oasis de Hassi Beida, y que el grueso de la tropa y el material zarpó en tres transportes mercantes, presumiblemente desde el puerto de La Habana a partir del 10 de octubre, en tanto que la plana mayor, de acuerdo con el documento antes comentado, estaba en vísperas de salir, por vía aérea y escala en Europa, unos once días más tarde. Como los contingentes transportados por vía marítima llegaron a Orán el 21 y 28 de octubre respectivamente, es bastante probable suponer que el gobierno cubano había decidido actuar desde antes de la escalada del 8 de octubre en la frontera marroco-argelina. Y que los planes, el ofrecimiento de Castro o la solicitud de Ben Bella, o ambas, en definitiva, ya estaban concebidos en septiembre de ese año, por lo menos. Y las fuerzas seleccionadas, los medios técnicos, el armamento y el equipo listos con antelación a su embarque. Es probable que el “grupo especial de instrucción” estuviera organizado mucho antes que los combates que desataron el breve conflicto del otoño de 1963 y la formal intervención de Cuba, que a diferencia de Egipto, debía salvar alrededor de 5,000 millas náuticas del Atlántico, hasta tocar en su destino. Lo que como en otros casos de “internacionalismo” africano del castrismo, la cuidadosa premeditación revela mucho más las intenciones del paso que las justificadas hechuras de la posterior propaganda circulada para explicar semejantes ejercicios de potencia ultramarina. Como los archivos cubanos acerca de Argelia deberán esperar por la liberalización futura del país y una concepción profesional menos ideologizada de la historia contemporánea del régimen totalitario, éste aspecto de la premeditación de la intervención argelina de 1963 está por develar más de una arista. Al parecer, tampoco los potenciales depósitos documentales de Argel han sido escudriñados o están disponibles hasta donde sabemos y a la fecha de escribir este estudio.

Existe, dentro de los autores que han estudiado o mencionado éste episodio de la proyección de poder castrista en África, una apreciable disparidad de datos en lo que al número de tropas y armamento remitidos al frente argelino, tanto como al hecho de la participación o no de las unidades expedicionarias cubanas en el segmento final de la lucha contra los marroquíes, al lado de los argelinos y egipcios. En este caso último, la misma fecha de llegada del grueso de las fuerzas blindadas cubanas parece haber condicionado su dislocación y empleo en determinado momento y sector del teatro de operaciones. Veamos las opiniones vertidas y de dónde proceden sus referencias.

De acuerdo con uno de los más informados estudiosos de la política africana del castrismo, las fuerzas cubanas estaban listas desde antes de la agudización del conflicto en la frontera del departamento de Ain Sefra. Cierto es que La Habana había hecho patente su voluntad de asistir militarmente a los líderes argelinos para consolidar su situación interna y proteger sus bordes, ya en ocasión de la visita de la delegación militar que llegó a Argel en agosto de 1963, y es posible que aquí se coordinase el envío de la agrupación de instructores militares -el denominado GE en la papelería oficial I-, que se concentraría luego en una base al sur de la capital cubana. Además, se conoce que la plana mayor político-militar del contingente expedicionario visitó a Nasser en El Cairo para informarse, conversar y quizás coordinar los esfuerzos de ambos aliados de Argelia en el campo militar, justo en el mismo mes de la llegada de las fuerzas cubanas a Orán. Es muy posible que diplomáticos castristas hubiesen establecido contactos con los gobiernos de Siria e Iraq, que apoyaban al régimen argelino en su disputa con los marroquíes, e informado a éstos de sus posibles acciones, aunque de esto no tenemos prueba documental. Ignoramos también si el gobierno y cancillería cubanos trataron de contactar a la Organización de Unidad Africana (OUA) o a la Liga Árabe sobre su participación en Argelia, si bien es muy posible que Nasser y Ben Bella de ello se encargaran. Diplomáticamente sí es sabido que la entrada de las tropas cubanas en el conflicto argelo-marroquí, aunque pueda ser discutible su influencia táctica en los acontecimientos, llevó a la ruptura de relaciones entre Rabat y La Habana, así como la retirada del representante marroquí en El Cairo. Cuba, además, perdería un convenio azucarero con Marruecos y que precisaba para su maltrecha economía. Se perfilaba el patrón castrista de sacrificar los intereses domésticos al protagonismo internacional, africano en este caso.

Al parecer, el dispositivo castrista se organizó y envió en tres niveles o etapas:

(a) el grupo de asesores militares que debían entrenar las fuerzas regulares y organizar milicias populares en Argelia, según lo acordado entre Guevara y Ben Bella, dos meses antes. Éstos, organizados en un grupo de cerca de 350 hombres, estaban listos para actuar en la primera semana de octubre de 1963 y serían enviados por mar en dos buques mercantes con armamento ligero, artillería de diverso tipo y otros suministros, llegando a Oran el 21 de octubre;

(b) otro contingente regular, en un mercante, pocos días después del primero, transportando en sus bodegas unos 200 efectivos, el grueso de las fuerzas blindadas y varios aviones de combate, este grupo arribó al mismo puerto en 28 de octubre;

(c) la plana mayor y otros efectivos en número de hasta 170 hombres que se enviaron a fines de octubre por vía aérea empleando vuelos regulares de Cubana de Aviación destinados a Argel, con escala en Praga, probablemente para evitar detecciones por parte de los servicios de espionaje de las potencias adversarias. Si revisamos las opiniones de la historiografía, algunos de estos aspectos son presentados con criterios discrepantes.

Para Benemelis, el contingente cubano concentrado en San José de las Lajas entre el 8 y el 9 de octubre de 1963 fue embarcado en La Habana en tres buques mercantes y tras el cruce del Atlántico efectuó su desembarco en Orán entre el 21 y el 28 de octubre. Según sus fuentes el dispositivo era impresionante para la escala de los participantes: unos 2.200 soldados regulares más cerca de 1.000 tropas de apoyo logístico y tripulaciones de buques. Los primeros los sitúa organizados en tres batallones motomecanizados, bien dotados de armamento de infantería y vehículos de transporte. El mismo autor señala que la unidad de blindados destacada en Argelia correspondía a una brigada acorazada con carros pesados de factura soviética, del tipo T-55. También un número no especificado de piezas de artillería y varios Mig-17 con sus respectivos pilotos y personal de apoyo. El comandante supremo, Ameijeiras, estaba asesorado por un general soviético. Esto último que no deja de ser interesante, pues implica que esta presencia cubana fue coordinada y aprobada con anterioridad por los soviéticos en contacto con sus clientes de La Habana, El Cairo y Argel. Moscú parece haber autorizado el empleo de material de guerra de fabricación suya a las unidades egipcias destinadas a Argelia, y no es improbable algo parecido en el caso de Cuba. (30)

Detalle que se corresponde muy bien con ciertas interesantes revelaciones procedentes de fuentes de la cancillería española, estudiadas por el investigador Manuel de Paz. Aparentemente ya en la primavera de 1961, el gobierno castrista estaba involucrado en los asuntos del norte de África, al patrocinar en La Habana un llamado "comité de representantes" del gobierno revolucionario cubano y republicanos marxistas de extrema izquierda para derrocar a los regímenes de Portugal y España operando en territorio peninsular y africano. Con el concurso de la embajada soviética en Rabat, iniciaron la infiltración de agentes cubanos y españoles en suelo de Marruecos, con la finalidad de aumentar la influencia comunista en el país norafricano, por estar ventajosamente situado a la entrada del Mediterráneo y constituir una estupenda base para operaciones encubiertas contra los gobiernos de Lisboa, Madrid y la administración francesa en Argelia. Algo que parecieron percibir bastante pronto los servicios secretos de Franco y De Gaulle, el primero al ordenar poner en estado de alerta sus guarniciones en las Canarias, Ifni y la Guinea Española; el segundo, denunciando la colusión de Cuba castrista con el Marruecos monárquico para remitir cargamentos de armas desde La Habana a Casablanca, con destino a santuarios alauitas de la guerrilla argelina. Semejantes intenciones parecen ser parte de un ambicioso proyecto de extender un foco guerrillero, análogo al que el FLN argelino mantenía en la vecina posesión francesa, en suelo de España, Portugal y eventualmente las provincias ultramarinas ibéricas en el continente negro, muy en particular Angola. La insurrección nacionalista urbana de febrero de 1961 en Luanda, puede haber estado conectada, de algún modo, con las intenciones de esta red de izquierdistas hispano-lusos y sus aliados castristas y moscovitas. Los fracasos de la intentona de secuestro político del trasatlántico portugués Santa María, del pronunciamiento en Luanda y el abrupto cambio de táctica política del partido comunista de España, tras su reunión en Praga, en 1962, significaron el abandono de estos algo truculentos intentos castristas de subvertir la Europa peninsular y el norte de África por igual. Pero al menos un componente del proyecto, el hispano- soviético Francisco Ciutat de Miguel, coronel soviético, artífice de la organización de las fuerzas armadas castristas y principal asesor militar soviético en Cuba desde 1960, tendría su experiencia africana, al embarcar con las tropas y asesores castristas enviados a Argelia, probablemente como una suerte de profesional superintendente del estado mayor enviado desde La Habana. (30B)

En Fermoselle, la apreciación del contingente expedicionario es disímil. En su estudio sobre las fuerzas armadas cubanas (FAR), apunta que contaba con 400 soldados regulares dotados de artillería y con una fuerza de 40 tanques T-34 de hechura soviética. De esta obra podemos también precisar la composición de plantilla de las unidades desembarcadas en Orán. Durante los años ’60, las fuerzas armadas cubanas organizaban cada batallón motomecanizado, o de infantería mecanizada, como los enviados al frente argelino según el siguiente modelo: 450 soldados en tres compañías mecanizadas, cada una de 101 oficiales, clases y soldados equipados con rifles de asalto, morteros de 82 y 120mm, lanzagranadas RPG-7, cañones antitanques ligeros, mas una treintena de transportadores de personal, camiones y otros vehículos. Por otro lado, este mismo investigador nos informa acerca de la composición de la brigada blindada (luego denominada como regimiento acorazado de tanques) al estilo de la que se destacaría en el norte africano por las FAR: esta poderosa unidad podía contar con una plantilla de 720 a 840 oficiales, clases y soldados, organizados en tres batallones de tanques, mas una serie de compañías de transporte, exploración, servicio y abastecimiento, comunicaciones, mas dos baterías antiaéreas y pelotones médico y defensa química. La brigada blindada promedio contaba con una fuerza de entre 63 y 100 tanques medios y cañones autopropulsados, tres tanques ligeros PT-76 y una decena de cañones antiaéreos -remolcados o autopropulsados según el caso- o en su defecto, baterías de misiles tierra-aire. Esta fuerza, para actuar con autonomía en el teatro de operaciones, contaba con transportes blindados de personal, de exploración, vehículos barreminas y de pontones, mas el usual surtido de camiones, jeeps y otros similares. Según la fuente que citamos, cuando estalló abiertamente la guerra argelo-marroquí en los oasis de la frontera occidental, el mercante cubano “Aracelio Iglesias” con tanques T-34 en su sentina y asesores y técnicos militares en cubierta, ya estaba en ruta a los puertos argelinos. (31)

El despliegue militar cubano en Argelia es analizado con datos diferentes por dos estudiosos de la historia contemporánea de ese estado africano y por un cronista del “internacionalismo” castrista en suelo africano. Para Ottaway y Ottaway, el contingente militar llegado en octubre de 1963 fue transportado por vía marítima en tres mercantes de la flota civil cubana, estando constituida por un cargamento de 40 tanques T-34 de factura soviética, camiones y 800 toneladas de armamento de infantería y municiones, así como piezas de artillería en número no determinado. Las bodegas de estos navíos de carga también llevaban embalados cuatro cazas de combate Mig, con su personal para montarlos una vez llegaran a sus bases africanas (32). C. Cardona, en un reciente artículo basado en los documentos desclasificados del Departamento de Estado de los Estados Unidos, de acuerdo con el Freedom Information Act., plantea que la fuerza expedicionaria cubana conocida como “grupo especial de instrucción” se organizó en los antes mencionados campamentos habaneros con una plantilla original de 350 hombres. Tropa embarcada el 10 de octubre de 1963 en los buques “Aracelio Iglesias” y “Andrés González Lines”, como primer refuerzo remitido a Ben Bella. Además, los documentos del departamento de estado americano dejan saber la categoría de las unidades blindadas: un batallón de 22 tanques medios T-34. También el monto y calibre de la artillería, que por lo general no se especifica en otras fuentes consultadas; un grupo de artillería con 18 cañones de 122 mm y 18 morteros de 120mm; un grupo antiaéreo con 18 piezas, así como una batería antitanque de 57 mm. Estas tropas y pertrechos del primer grupo enviado a Oran por vía marítima fueron seguidos de un tercer buque y tropas hasta sumar 516 hombres desembarcados en puertos argelinos y de otros 170 llevados por vía aérea hasta Argel. Las mismas fuentes informan que, tras una estancia breve en Oran, las unidades y medios cubanos fueron situados en el inhóspito y alejado campamento militar de Bedeau, antigua estación de acuartelamiento de la legión extranjera francesa. (33)

Autores que episódicamente mencionan el incidente argelino de la Cuba revolucionaria reproducen las discrepancias que existen sobre la entrada de los legionarios del comandante en suelo sahariano. Agudo y bien documentado en su libro sobre las actividades castristas en el África subsahariana, Carlos Moore hace alguna observación acerca de este prístino episodio intervencionista, coincidiendo con anteriores referencias en el monto total de las tropas de combate y apoyo desembarcadas en Argelia bajo las órdenes de Ameijeiras, Serguera y Ordoqui: menciona unos 2.000 soldados regulares apoyados por 40 tanques de combate T-34 y 4 cazas Mig a reacción. Además, el cuerpo africano contaba con dotaciones de artillería de campaña, camiones de transporte y llevaba a sus colegas regulares y milicias argelinas poco menos de un millar de toneladas de armamentos y municiones procedentes de los arsenales cubanos (34). Para este autor, el envío de semejante fuerza desde Cuba al norte de África constituía un esfuerzo logístico apreciable y sentaba las bases de una notable proyección de poder en asuntos ultramarinos. Otro estudioso de la política de Castro en África negra y que favorece las tesis ideológicas que justifican las intervenciones del régimen cubano en aquellas tierras, admite la rápida disponibilidad de La Habana para auxiliar a sus aliados argelinos durante la crisis que supone originada por una amenaza de Marruecos contra la joven revolución, refiriendo que la “fuerza especial” cubana contaba con 686 hombres, sin mencionar cifra alguna de los materiales bélicos remitidos entonces ni las circunstancias de su empleo. Aunque soslaya el armamento que los castristas transportaron allende el Atlántico, sí se detiene a demostrar la “fibra de generosidad internacionalista” del régimen cubano al renunciar a un importante ingreso en moneda dura, producto de negociaciones comerciales con Rabat a cambio de “prodigar solidaridad tercermundista”, justo cuando el embargo americano trataba de “asfixiar la economía cubana”. Este autor cuya insistencia en la perspectiva histórica de la guerra fría en África desde la contumacia de la izquierda marxista académica, trata de disimular sus simpatías por el intervencionismo castrista y el desdén por sus opositores locales, ha sido objeto de una interesante crítica en tiempos recientes (35). En similar cuerda, Nelson P. Valdés reprodujo la perspectiva de la historia oficial castrista sobre sus aventuras expansionistas allende el Atlántico, bastante generalizada en los círculos académicos liberales americanos, asociando la intervención en la frontera argelina a la remisión de importantes comitivas militares a Argel en septiembre y octubre de 1963 que coinciden con la insurrección de los bereberes de la Kabilia y los choques fronterizos con Marruecos, así como con la proclamación de un estado de movilización general y asunción de poderes dictatoriales provisionales por Ahmed Ben Bella en la segunda mitad de octubre. Según el mismo estudioso, las tropas cubanas, transportadas aceleradamente en tres mercantes, mas una cuarentena de blindados T-34, cuatro reactores MiG, camiones de transporte, artillería de campo y algunos centenares de toneladas de armamento ligero y municiones, constituyeron el primer despliegue exterior de las fuerzas armadas castristas. Pero afirma que, según las fuentes disponibles, "…las tropas cubanas no participaron en la lucha desde que se alcanzó un armisticio a una semana de su llegada". De todos modos, subraya que la presencia de estos contingentes facilitó la conversión de Argelia en un centro de coordinación política y militar desde el cual Cuba podía actuar cómodamente a favor de los grupos nacionalistas marxistas del continente africano. En semejante causa ambos regímenes eran estrechos colaboradores. (35B)

Cierto investigador de las actuaciones internacionales del régimen cubano después de 1959, al calificar la expedición norafricana como la primera presencia de tropas de combate de Castro en África, menciona que en la ocasión se enviaron blindados y armamentos pesados modernos, en su mayoría de fabricación y remisión soviéticas, pero al carecer los militares argelinos de la preparación necesaria para operarlos, La Habana "...decidió destacar elementos de sus fuerzas regulares, incluido un batallón blindado que arribó (a Argelia) en 28 de octubre de 1963". A juicio de éste mismo, si bien este destacamento ya estaba listo para actuar en unas cuarenta y ocho horas, permaneció acantonado en sus posiciones debido al curso de las negociaciones que se celebraban en Mali, entre argelinos y marroquíes (36). De este texto se deriva que, en principio, Castro, tras las conversaciones del verano de 1963, decidió enviar primero sólo una fuerza de asesores y técnicos versados en la operación de los medios técnicos que Argelia había recibido de la Unión Soviética y Cuba, idea alterada desde septiembre del mismo ante el agravamiento de la situación fronteriza y los descalabros de las tropas argelinas: se inclina entonces por la intervención directa, "por simpatía" con Ben Bella, como atestiguan las numerosas reuniones bilaterales en La Habana, Argel y El Cairo.

Otro estudio acerca de la proyección exterior del gobierno revolucionario cubano en la década del Sesenta, aunque muy documentado en los episodios latinoamericanos, apenas toca las intervenciones africanas: aun así, el tópico argelino es mencionado con algunos interesantes datos acerca de los despliegues logísticos que La Habana desarrolló entonces para situar ingentes cargamentos de pertrechos y tropas regulares en la distante comarca del norte de África. Desplazamientos que, con medios de transportación limitados y siempre procedentes del ramo civil, cumplieron con el riesgoso cometido de proyectar el poder militar allende los límites naturales del régimen. Según el texto en cuestión, la empresa Cubana de Aviación fue puesta en función del envío apresurado de militares cubanos entre el 13 y el 18 de octubre de 1963, que en número de 150 efectivos salieron de la terminal aérea de La Habana en dos aparatos Bristol-Britannia. Este discreto puente aéreo con Argel se mantuvo durante la crisis de octubre y noviembre, extendiéndose al siguiente año, ocasión en que, según algunas fuentes cubanas del exilio, dos centenares de hombres de civil fueron despedidos en el propio aeropuerto por el ministro Raúl Castro con destino a Argelia, aunque su ulterior destino era desconocido. Es posible que, dado el compromiso de Castro y Ben Bella con los insurgentes lumumbistas en el Congo Leopoldville, en plena ofensiva por entonces, algunos de estos "internacionalistas" viajaran a Argelia en plan de escala. (37)

Dentro de este montaje logístico con medios propios, en que buena copia de la exportación de la revolución castrista al África se basó hasta enero de 1976, el transporte de importantes cargamentos de armas y la remisión de unidades regulares de tanques, artillería y servicios de combate no podía confiarse a una línea aérea de pasajeros y carga civiles, por lo que la marina mercante de Cuba constituyó un importante eslabón en la operación norafricana. Aunque según la fuente consultada parecen haberse dado ciertos viajes entre puertos cubanos y argelinos desde enero y febrero de 1963, éstos no parecen, comparando los diversos criterios expuestos en las fuentes consultadas para este estudio, haber estado transportando la cantidad de hombres y material que se le atribuía en aquel momento de las relaciones bilaterales. Recuérdese que, como se ha dicho antes, las conversaciones entre oficiales cubanos y argelinos para conformar el futuro destacamento de asesores militares se produjeron a lo largo de la primavera y el verano australes de 1963. Y las primeras tropas, hasta donde hoy se puede estimar, salieron de La Habana en octubre. En todo caso, ya en ese mes el mercante "Aracelio Iglesias" recorría el Atlántico con su carga de armamentos y municiones con destino a Oran y Argel, en tanto que poco después, el "González Lines" abandonaba la isla con "…aproximadamente unos 400 soldados cubanos, médicos y enfermeras al mando del comandante Efigenio Ameijeiras Delgado". De vuelta a La Habana, este buque fue nuevamente cargado "…con soldados cubanos, con armas y municiones, sin que se supiera su destino". Otros mercantes de la flota civil isleña sostuvieron el puente marítimo con Argelia entre marzo y agosto de 1964, llevando en sus bodegas más armas, pertrechos y alimentos presumiblemente destinados a los campos de entrenamiento militar manejados por cubanos y también para el gobierno de Ben Bella. Es posible que estos buques llevasen de vuelta por esa misma época a una parte apreciable de las tropas regulares, los blindados y otro material de las fuerzas armadas cubanas que se remitieron a fines de octubre anterior. Cabe también la posibilidad de que algunos cargamentos de armas soviéticas se reembarcaran en motonaves cubanas en puertos insulares y reexpedidas a Argelia con destino a los rebeldes marxistas del Congo Leopoldville. En enero y mayo de 1965, respectivamente, zarparon de La Habana los mercantes "Sierra Maestra" y "Aracelio Iglesias" con material militar con destino a Argelia. El segundo, sin embargo, no culminó su derrota náutica, pues ante las noticias del golpe de estado militar en Argel y el derrocamiento de Ben Bella, fue ordenado dar la vuelta. (38)

Los resultados de un ejercicio de proyección de poder.

Reina desacuerdo en las fuentes consultadas acerca del desempeño bélico directo del cuerpo expedicionario cubano en Argelia. En tanto algunos autores como Benemelis afirman que el contingente, una vez desembarcado y reorganizado en Oran, se dirigió al sector del frente de Ich y Figig, por iniciativa unilateral de sus jefes, probablemente obrando según instrucciones reservadas, movimiento que según nuestro autor fue justificado política y militarmente ante el presidente Ben Bella por el embajador cubano y el comisario político de la expedición, aunque no especifica la naturaleza de sus argumentos. Esta fuerza de blindados, artillería y tropas cubanas se unió al contingente de soldados y tanques egipcios, y a las unidades argelinas concentrados en el sector del frente entre Figig y Colomb-Bechar a tiempo para participar en la ofensiva argelina coincidente con las conversaciones para un armisticio que la OUA patrocinaba en Bamako, Mali, desde el 28 de octubre. Según el mismo libro, las unidades cubanas participaron en acciones fronterizas alrededor de los hitos mencionados, donde se causaron pérdidas a los marroquíes, ejerciéndose así presión militar durante las negociaciones, hasta dos días después del cese al fuego acordado por las partes beligerantes, inclusive. Opinión semejante es compartida por Moore, quien acepta que las tropas cubanas participaron “…en combates en la zona de conflicto…”. Dispar apreciación muestran el resto de las fuentes consultadas que si bien admiten que los cubanos fueron dislocados en el frente argelo-marroquí a fines de octubre, nunca entraron en combate, al firmarse el armisticio auspiciado por varios estados africanos. De hecho, quedaron estacionadas en un antiguo campamento de la legión extranjera francesa en Bedeau, pero bajo severas reglas de no confraternizar según vimos en las instrucciones del 20 de octubre. En todo caso, constituyeron un significativo disuasivo para posibles penetraciones de los adversarios de Ben Bella en la frontera y quizás contribuyeron a que el pobre desempeño argelino no se tradujera en mayor desmoralización.

Igualmente contradictorias son las referencias a las tropas y medios empleados, en particular los blindados. La desclasificación de algunos documentos del gobierno norteamericano, tal como citan Cardona y Gleijeses, permite tener una cifra menos cercana a los millares que algunos autores han atribuido al contingente militar cubano en el desierto argelino. Así también podemos precisar que independientemente del número de efectivos, se remitieron tropas de infantería motorizada y de una unidad blindada bien dotada. En el primero de los casos, la mayoría de los datos nos hacen considerar -y en espera de documentos más completos-, que Cuba destacó entre 300 y 400 alistados que conformarían un batallón de infantería mecanizada, con su armamento de apoyo y vehículos de transporte. Éstas son las cifras en las que la mayoría de las fuentes consultadas parecen coincidir, distinguiéndolas del inicial grupo de asesores. En el segundo, aunque se menciona una “brigada” de tanques en el caso de Benemelis, otros, como Cardona y Erismann, asumen el término de “batallón” blindado, en tanto Moore emplea el algo difuso concepto de “grupo blindado”. Visto que la mayoría de los autores parece concordar en la cifra de unos 40 tanques ( T-34, de hechura soviética), exceptuando dos aproximaciones, una algo superior, otra poco más de la mitad de los mencionados, podemos permitirnos algunas reflexiones al respecto (39). En todo caso el esfuerzo fue importante dadas las limitaciones de recursos, transportes y la relativa paranoia de una invasión creída, cultivada (o ambas) entre las fuerzas armadas cubanas por sus líderes. Cuba situó en Argelia, en un tiempo razonablemente rápido, sin extravíos y con apenas detección de las potencias occidentales, el 13.3 % de su material blindado, el 1.6 % de sus aviones de combate y el 0.7 % de los miembros de su ejército encuadrados a la fecha.

En primer lugar, de haber sido una brigada acorazada completa, las fuerzas coincidirían con las cifras más altas que algunos autores nos dan en sus estudios y no con las que parecen ofrecer ciertos documentos referidos en otras, que sitúan el contingente cercano a los 700 hombres, incluidos los asesores iniciales. Una brigada completa hubiera contado con un número análogo (o quizás mayor, hasta algo más de 800) de oficiales, clases y soldados, organizados en tres batallones de tanques, cada uno de ellos entre 50 y 22 carros, amén de numerosas otras compañías y pelotones de apoyo, servicio y defensa antiaérea. Lo que situaría el número de tanques entre 100 y 63 unidades, muy superior a lo que se remitió a Oran y al frente marroquí en el otoño de 1963. Luego, parece que los autores que, como Cardona y Erismann, favorecen el dato de un batallón blindado, se aproximan a lo generalmente aceptado en los estudios que consultamos. En cualquier caso, una brigada o batallón blindado de las FAR, organizados al estilo soviético, constituían una fuerza autónoma de considerable poder de fuego y capaz de operar bien protegida y servida por sus propias fuerzas de defensa antiaérea, barreminas, exploración, logística, mecánica y sanitarias (40). Recuérdese que la fuerza expedicionaria cubana poseía el mismo número de carros de combate que todas las fuerzas armadas reales de Marruecos. Curiosamente, todos los bandos en disputa en la frontera sahariana argelina de 1963 poseían tanques T-34 de hechura soviética, que el complejo militar-industrial de Moscú había prodigado tanto a Rabat, como a El Cairo y La Habana. La combinación de una unidad acorazada de esta naturaleza con una fuerza de infantería mecanizada demostraría su validez en otras expediciones ultramarinas del gobierno cubano, una década después en apoyo de Siria y una decena de años más tarde en las primeras etapas de la intervención a favor de sus aliados marxistas en Angola.

No deja de ser encomiable el esfuerzo logístico que el gobierno cubano emprendió entre octubre y noviembre de 1963 para proyectar su influencia política y militar en África y sustentar un aliado ideológico en una situación delicada, sentando un precedente también en el empleo de los recursos económicos y de los medios de transporte de la isla, que en vez de destacarse con preferencia a los ramos económicos y de servicio público, se desviaban, cada vez que el Kommandatur estimaba conveniente, a materializar ambiciosas proyecciones internacionales en el Tercer Mundo. En una época en que aún Moscú no aseguraba logísticamente el juego mesiánico de la dirigencia insular, los reducidos medios del país se utilizaron con largueza, en particular la línea aérea Cubana de Aviación que realizó varios viajes entre el 9, 13, 18 y quizás el 20 o 21 de octubre, transportando a Argel, vía Praga, jefes, oficiales y una parte (cerca de doscientos) de los hombres que se destinaban a la operación. A inicios de 1964, como hemos dicho antes, aviones civiles siguieron remitiendo varios centenares de viajeros cubanos que no iban a veranear en las románticas vistas del Mediterráneo norafricano, precisamente. Por su lado, la Flota Mercante Cubana realizó varios viajes a Argelia a inicios de 1963, pero en particular fue fundamental el hecho que al menos tres de sus principales cargueros se habilitaron como transportes de tropas y pertrechos con destino a Oran. Además, el flujo de estos buques se mantuvo meses después del cese al fuego en el desierto argelino, reportándose varios viajes en redondo entre puertos cubanos y argelinos con el consiguiente trasiego de pertrechos y hombres, así como la aparente repatriación de las tropas regulares y el grupo blindado tres o cuatro meses después de haber llegado a sus acantonamientos en Bedeau y Sidi Bel Abbes. Esta combinación de enviar por Cubana de Aviación un grupo selecto de jefes y tropas al África del Norte, seguidos (o paralelamente en tránsito) por más tropas, carros de combate, artillería y municiones a bordo de motonaves mercantes forzadas a toda máquina, que se ensayó con resultados obvios en el episodio que historiamos, se replicaría a una escala mayor, una premura casi angustiosa y unos posibles riesgos en el verano tardío de 1975, cuando el régimen de La Habana, con la anuencia de Moscú y la complicidad de los militares marxistas de Lisboa, intervenga en la guerra civil angolana convirtiéndola en otro escenario de la confrontación internacional entre occidentales y comunistas. La lección logística de Argelia, favorecida ahora por una serie de escalas de tránsito en países amigos de Cuba, desde Barbados o Guyana hasta Guinea y el Congo Brazzaville, fue magnificada -dentro de la escala física a que la historia y la geografía han confinado los desvaríos totalitarios del castrismo-, en la intervención en Angola, doce años más tarde.

El conflicto fronterizo concluyó con las conversaciones en la cumbre de Bamako, entre Argelia y Marruecos, a instancias de la OUA y por la efectiva mediación de los gobiernos etiope y maliense. Efectivo el 4 de noviembre, el cese al fuego no logró despejar las suspicacias que, entre los beligerantes vecinos, despertaba el proceso de implementación de una zona desmilitarizada permanente, así como las presencias militares foráneas en la región. Aunque parece que el grueso de las fuerzas regulares abandonaron el suelo argelino en menos de cuatro meses, una parte de los militares cubanos, los asesores que debían entrenar a los argelinos permanecieron allí por lo menos año y medio después de los episodios fronterizos. Situados en la base de Sidi Bel Abbes, estos instructores, cuyo número varía según las referencias consultadas, pero que no parecen haber superado los 300 efectivos, serán fundamentales en la ejecución de los proyectos estratégicos de Castro y Ben Bella para el África subsahariana a lo largo de 1964 y parte del siguiente. Además, su presencia coincide con la aproximación política entre Moscú y Argel después de octubre de 1963 y del fortalecimiento militar de las fuerzas armadas argelinas con considerables remisiones de material soviético, parte del cual serviría como material de enseñanza para los asesores cubanos encargados de adiestrar a los militares argelinos. La enorme aportación de fondos, armamentos e instructores soviéticos desde finales de 1963 a favor de Argelia, inclina geopolíticamente a Moscú en el norte africano, rescindiendo los vínculos militares preferenciales establecidos con Marruecos desde 1960, causando una reorientación de las alianzas en la región. La voluntad soviética de reconsiderar su política hacia el régimen de Ben Bella se fundaba en la más crítica postura de éste a raíz del conflicto con Hassan II, contraria a los intereses occidentales y opuesta visceralmente a los gobiernos moderados del África Negra, así como en el deseo de los gobernantes soviéticos de impedir que sus rivales chinos ganaran influencia ideológica y económica en Argel. Las mayores y más substanciosas remesas de armamentos soviéticos se produjeron entre octubre de 1963 y mayo de 1965, época de máximo “revolucionarismo” y belicosidad de la Argelia benbellista en África subsahariana, acercamiento con el gobierno de Cuba y de competencia entre Moscú y Pekín por la influencia en los regímenes revolucionarios y autoritarios en medio mundo. (41)

Una opinión que sitúa el conflicto fronterizo marroquí-argelino en una suerte de alineación o jugada digna de la venerable teoría del equilibrio de los estados, subraya que Argelia, por entonces, temía que el antiguo poder colonial, Francia, pudiera estar tentada a apoyar diplomática y militarmente las demandas irredentistas de Marruecos en las provincias saharianas administradas por el gobierno argelino, lo que puede explicar que los gobernantes del FLN decidieran "…buscar la asistencia de Cuba, como contacto militar basado en la afinidad de dos gobiernos revolucionarios, que temían la desestabilización…" (42). Los estridentes estereotipos ideológicos de la izquierda y el tercermundismo se encargarían de explotar las analogías justificativas de la acción "internacionalista" con las apropiadas conspiraciones "imperialistas", cambiando el sujeto de la invectiva según el caso que correspondiera. En ambos casos, las actitudes antioccidentales eran el componente básico de sus intereses y proyecciones hacia los estados radicales del África, así como las simpatías de los respectivos máximos líderes hacia el no-alineamiento ideológicamente sazonado con discursos encendidos.

Semejante percepción de las alineaciones en el norte de África por parte de los gobernantes argelinos, les inclinaba a recurrir a Cuba y Egipto como garantes militares de su integridad territorial estatal y de su control sobre unos diez millones de ciudadanos sobre la base de la emotividad ideológica revolucionaria, a la vez que aceptar convertirse en clientes militares y económicos de la Unión Soviética. País este último que, de proveedor de armamentos a ambos contendientes por la región sahariana, como hemos dicho, se decantara a favor de Argelia por el peso de la discursividad de sus dirigentes y la importancia geopolítica de un enorme país en superficie y recursos, con largas fronteras con países de la región sudanesa del África occidental. Anunciando futuras inversiones de alianzas en África Negra, como la que acontecería catorce años más tarde en la región del Cuerno de África, a tener que elegir de qué bando combatir, entre la Somalia revolucionaria y marxista o la Etiopía marxista y revolucionaria, Moscú abandonaría su marcial pero conservador cliente en Rabat por el más prometedor revolucionario asentado en Argel, acercamiento también favorecido por la influencia allí de sus siempre difíciles pero también comprometidos clientes aliados cubanos y egipcios.

Esto dará lugar a dos vínculos que no dejarían de ser vistos con interesada preocupación por el departamento de estado norteamericano tanto como por la monarquía marroquí, y con estudiada indiferencia por la presidencia y cancillería francesas a partir de los últimos meses de 1963. Uno, un formal eje revolucionario Argel-La Habana que durará hasta 1965 al menos, y otro, un acercamiento estratégico entre Moscú y Argel. Después de las negociaciones de cese al fuego en Bamako, Mali, entre Rabat y Argel, y el establecimiento de una zona desmilitarizada bajo atención de la OUA en la frontera disputada, aunque la reputación militar del FLN y Ben Bella quedó bastante maltrecha por su pobrísimo desempeño durante las tres semanas de conflicto, la agresividad "internacionalista" de Argelia alcanzó sus mayores cotas en el ámbito africano y árabe. La Habana y Argel constituirían una virtual alianza estratégica para exportar la revolución foquista a buena parte de los países de África al sur de la línea ecuatorial y alguno que otro en la costa occidental atlántica. Con la cooperación de los gobernantes de El Cairo, Accra, Brazzaville, Bamako y Dar-es-Salaam y el creciente (y harto competitivo) aporte financiero y armamentístico de los gobiernos de Pekín y Moscú, argelinos y cubanos intentarán revertir el curso de los acontecimientos en países de enorme valor económico y geopolítico para las potencias occidentales, como en el caso del Congo Leopoldville. Por su lado, la conexión Argel-Moscú será importante en las operaciones encubiertas o abiertas de apoyo militar argelino y cubano al gobierno de la "república popular" marxista-lumumbista establecida en 1964 en Stanleyville, Congo nororiental, durante la nueva e internacionalizada crisis que sacudió el inmenso estado centroafricano entre 1964 y 1966. Para entonces, y gracias a la masiva inyección de material moderno y asesores soviéticos, el régimen mesiánico de Argelia podía dedicarse de lleno a moldear la revolución africana, segura de contener a Marruecos con una poderosa maquinaria castrense que rondaba los 60.000 efectivos.

Recientes desclasificaciones de despachos del departamento de estado de los Estados Unidos muestran la percepción que se tenía en Washington a raíz del conflicto fronterizo y la abierta alineación argelina con el régimen cubano y otros mentores externos. Un memorando reservado de conversaciones entre el embajador argelino en E.U.A y un funcionario de la administración de Johnson recordaba que Ben Bella no ocultaba sus afectos e inclinaciones hacia los regímenes antiamericanos de Castro, Mao Tse Tung y Ho Chi Minh, y que si bien el presidente Johnson estaba determinado a seguir la política de buenas relaciones con Argelia, no compartía el mismo favorable sentimiento personal del malogrado Kennedy hacia aquel país. El presidente argelino era calificado de personaje "emotivo", con marcada tendencia a tomar posturas públicas efectistas, en ocasiones alejadas de sus opiniones reales, pero aun así no debían descartarse las afirmaciones acerca de que Argelia -léase el mismo-, veía como ejemplos a las revoluciones yugoslava, china y en particular cubana. De mayor interés para Washington era la decisión de Moscú de proporcionar a los gobernantes de Argel el equipo militar necesario para incrementar su capacidad defensiva frente a Marruecos, a raíz de los descalabros de octubre. Y de notar también las ahora continuas afirmaciones argelinas de que los suministros bélicos norteamericanos se incrementaban a favor de Rabat, que si bien no deniegan los funcionarios del departamento de estado se complacían en señalar a la cancillería argelina que su monto era muy inferior a las remisiones soviéticas en curso. Curiosa es la anotación acerca de una cuestión planteada por el embajador argelino al funcionario americano: ¿cuál sería la actitud de los norteamericanos ante una solicitud de material militar por parte de Argelia? Para la administración Johnson debían existir algunos prerrequisitos, a saber: primero, la solución diplomática de las diferencias entre Argelia y Marruecos, de modo que "...no estemos armando un amigo contra otro"; segundo, para los Estados Unidos era inaceptable compartir un esfuerzo de ayuda militar del mismo lado que Cuba (43). Argelia y sus líderes debían hacer una elección.

No faltaban las inquietudes y preocupaciones en la administración norteamericana por los acontecimientos que se escenificaron en el norte de África desde el otoño de 1963, al considerar la región como volátil tanto por las dificultades creadas por el irredentismo de Marruecos como por el casi oficial apoyo del gobierno de Argelia a las posiciones antioccidentales y comunistas más allá de su entorno regional del Magreb, solidarizándose con las causas de Cuba, Vietnam del Norte y Corea del Norte. La prensa oficialista, las demostraciones públicas partidistas y los contactos de la cancillería de Argel mostraban un curso favorable a las tesis de Moscú y Pekín. El presidente Johnson y sus asesores estaban plenamente impuestos de la abierta posición alineada y antiamericana del gobierno de Ben Bella en los grandes temas de la guerra fría (44). Por ello el secretario de estado adjunto elaboró un memorando de acción para encauzar las relaciones de los Estados Unidos con Argelia a raíz de la crisis norafricana.

El propósito de semejante documento era hacer saber al presidente Ben Bella y a los funcionarios de su gobierno los riesgos del abandono del verdadero no-alineamiento y la importancia del apoyo que, en materia de asistencia humanitaria, estaba ofreciendo los Estados Unidos al pueblo argelino, sin desafiar los fundamentos del régimen vigente. Aún con las desafiantes declaraciones de Ben Bella, los Estados Unidos deben mantener una posición de influencia en Argelia: "…No podemos abandonar Argelia…" , reza el escrito. Este país africano, por su superficie, potencial y posición geográfica es de importancia para los Estados Unidos. A juicio del firmante el antioccidentalismo y antimperialismo es más un reflejo de la lacerada historia colonial y un instrumento político para hallar fuentes alternas de asistencia internacional -léase Moscú-, que reduzcan los lazos de dependencia con París. En esta ecuación Washington debía actuar como factor moderador, aunque dudaba poder atenuar la retórica impulsiva de la militancia revolucionaria. Según el mismo autor, el interés de la Unión Soviética en Argelia debía considerarse en términos de su contencioso ideológico y político con los comunistas chinos por la influencia en los estados del Tercer Mundo. Moscú buscaba el apoyo de Argelia para sus propósitos globales, con ciertas limitaciones, "…más que adquirir un nuevo satélite, el cual, como Cuba, pudiera constituir un costoso drenaje de sus recursos y el cual, como Cuba, no quedaría bajo su control". También es de notar que el secretario de estado adjunto consideraba que si Ben Bella estaba en firme control del país a la fecha, era de esperarse que pudiera enfrentar alguna oposición del ejército o de elementos islámicos por el desagrado que en el seno de ambos grupos despertaba la estrecha colaboración del presidente con los soviéticos. (45)

Para el autor de este documento, los Estados Unidos no podían contar con la cooperación de Francia, pues si bien este país contaba aun con importantes bases militares y crecidas inversiones petroleras en Argelia y era constantemente atacado verbalmente por los funcionarios y medios del gobierno revolucionario benbellista, no mostraba especial preocupación por la influencia soviética y el gobierno de París no consideraba apropiado presionar económicamente a Argel limitando su cuantiosas aportaciones económicas a despecho de las violaciones de los acuerdos de Evian por parte de los argelinos. Aun así, se recomendaba que las posibles acciones americanas hacia Argelia debían partir de consultas directas con las autoridades francesas, pues se estimaba que Francia era el país occidental clave para los asuntos del Magreb. Las recomendaciones que se sugerían a la administración de Johnson también apuntaban a tratar de explotar las aprehensiones de ciertos países no-alineados y de la OUA por la desenfadada filiación comunista de Argelia, entre los cuales estaban Túnez, Marruecos, Guinea, Nigeria, Senegal, e inclusive Egipto, que a despecho de su inequívoca actitud en octubre de 1963, meses después no parecía muy satisfecho con los avances soviéticos en Argelia. Y junto con esta acción diplomática internacional, Estados Unidos debía mantener los programas de asistencia económica, intercambio de delegaciones técnicas así como ofrecer oportunidades de entrenamiento profesional a militares argelinos y examinar los programas de información y noticias norteamericanas para el país africano. (46)

Una caracterización del régimen de Ben Bella a raíz de su viaje a Moscú a fines de 1963, apuntaba al abandono de la mera postura nacionalista que le ganó simpatías entre diplomáticos, cancillerías y el progresismo occidentales, a pesar de su evidente "complejo mesiánico". Parece que la relación entre Ben Bella y Krushov entrañaba algo más de lo asumido por las naciones occidentales y los observadores políticos, pues a juicio del embajador americano en Argel, las declaraciones del primero parecen mostrar que posee ciertas garantías "…u otro tipo de seguridades de apoyo por parte de la Unión Soviética en caso de dificultades con Francia o los EE.UU", y que "…nadie puede impedir a Argelia de proseguir su experiencia socialista…". La intransigencia política del premier argelino demuestra actitud a inicios de 1964, fundada en una "…mente cerrada, rígida determinación de no ver nada y no considerar nada que pudiera contradecir sus impresiones preexistentes…". El secretario de estado Dean Rusk no vaciló en decir que "…Ben Bella aun parece curiosamente fascinado por Castro". (47)

También las relaciones con Marruecos, y las preocupaciones de este país con el alineamiento de Argelia con Moscú, ocuparon la atención del departamento de estado de los Estados Unidos entre diciembre de 1963 y buena parte del año siguiente. Lo que en gran medida desató las inquietudes de Washington fue una inesperada declaración del monarca Hassan II ante una reunión de diplomáticos americanos, británicos, franceses y españoles, donde expresó sus preocupaciones acerca del creciente aumento del poderío de las fuerzas militares de Argelia y hacía notar que Moscú había señalado su disposición de proveer armas a Marruecos, y según el despacho secreto de la embajada americana "…el rey enfatizó que tenía que proteger su territorio nacional y dijo que trataría con el demonio mismo si fuese necesario para la defensa del país". Fuese una declaración con un matiz de sinceridad producto de una inquietud geopolítica ante la tensión con su vecino, apenas atenuada por los acuerdos de cese al fuego de noviembre de 1963, una maniobra de la monarquía alauita para ejercer una suerte de presión política en las cautelosas naciones occidentales con intereses en el norte de África, o quizás una torcida maniobra soviética para alejar a Rabat de sus tradicionales aliados franceses y americanos y buscar un acomodo favorable a Moscú en la disputa argelo-marroquí. En todo caso, despertó más que suspicacias allende el Atlántico y rápida sería la reacción de los funcionarios de la administración Johnson. (48)

El departamento de estado americano reaccionó a estas declaraciones veladas y a las más directas solicitudes de asistencia militar planteadas por Marruecos a raíz de los acuerdos de Bamako, con una prudente observación a la Casa Blanca de tener en cuenta las relaciones tanto con Marruecos como con Argelia, la ausencia de compromisos definidos por parte del gobierno de Rabat con las gestiones promovidas por la OUA para establecer una zona desmilitarizada a lo largo de los más de 800 kilómetros de la problemática frontera argelo-marroquí. Además, los analistas de la cancillería americana admitían como cierto que el incremento de la capacidad militar de Argelia en un futuro predecible inclinaría la presente ventaja militar de Marruecos a favor de su adversaria y vecina. Pero aconsejaban que los Estados Unidos no alimentaran una carrera de armamentos en el norte de África, tanto por intereses geopolíticos en el Mediterráneo, como por las reales limitaciones en el capítulo de los fondos federales destinados a asistencia internacional. No era aconsejable para los intereses norteamericanos en África que se produjese -de poderse conjurar por medios diplomáticos- un nuevo foco de confrontación de la guerra fría justo en el flanco meridional de Europa Occidental y en las proximidades de sus bases estratégicas situadas en Kenitra (Marruecos), Wheelus Field (Libia) y Tarento (Italia). Los asesores de Dean Rusk creían que los Estados Unidos debían hacer saber a Marruecos que estimaban que la reciente entrega de material militar moderno por parte de Francia, era suficiente para satisfacer las necesidades defensivas del reino norafricano en este particular momento de cosas. (49)

Washington, pues, pareció inclinarse a una política de contemporización en el norte de África, tratando de conciliar sus preferencias geopolíticas por Marruecos con el propósito de cultivar buenas relaciones con Argelia a despecho de las diatribas de sus gobernantes, a pesar de las inquietudes que provocaban los lazos político-militares con los soviéticos y la formal alianza revolucionaria de Argelia y Cuba para intervenir en la frágil situación política en el África subsahariana. De ahí la cautela con que se manejó el asunto de la solicitud de armamentos por parte de Rabat. Si bien Johnson aseguró a Hassan II el compromiso norteamericano para con la fortaleza militar, estabilidad interna e independencia de Marruecos, intentaba atenuar la mezcla de belicosidad e intriga contenida en el polémico discurso del monarca de 21 de diciembre. EE.UU hacía patente su reconocimiento de las legítimas interrogantes que despertaban los importantes embarques de armas moscovitas destinados al gobierno de Argel, si bien de acuerdo con las fuentes de inteligencia americanas en África, este último país aun tenía por delante una "formidable tarea" de organización y adiestramiento de sus fuerzas en un material moderno y con el que no estaban familiarizados. Aunque nos llama la atención que el gobierno americano y sus órganos de información y espionaje soslayaran (al menos en estos despachos) el hecho que los gobernantes argelinos tenían similar opinión acerca de la lenta asimilación de los materiales soviéticos y para ello estaban acantonadas en Sidi-Bel-Abbes las unidades cubanas destinadas a instruir a los argelinos en el manejo de los equipos soviéticos desde meses atrás, amén de los posibles asesores rusos que acompañarían los alijos argelinos. A juicio de los funcionarios de la cancillería americana, el inventario de material, pertrechos y la culminada movilización de 30.000 hombres de las fuerzas armadas reales eran suficiente respuesta de Marruecos al fortalecimiento del ejército vecino. Si bien Washington dejaba claro que no intentaba disuadir a Rabat de mejorar todavía más sus medios de defensa nacional, en su criterio "…una adquisición substancial de armas de cualquier fuente requiere una cuidadosa evaluación de las consecuencias políticas y económicas". El informe con un lenguaje algo tortuoso afirmaba que las remisiones de material militar francés y americano no debían exceder los ritmos normales impuestos por los acuerdos existentes con Marruecos, pues no se justificaban otros ni por la organización militar argelina ni por las entonces prometedoras posibilidades de un arreglo político auspiciado por los estados africanos. (50)

Los funcionarios de la administración Johnson intentaban cortejar al monarca marroquí aduciendo a la constructiva actitud en las negociaciones celebradas en Bamako para la solución de la "…admitida peligrosa situación…" que eclosionó en el pasado octubre, así como el sentido de responsabilidad demostrado por Hassan II para con los destinos de África, visto en la contención del país y sus fuerzas armadas desde el cese al fuego y la disposición de reestablecer vínculos diplomáticos con el gobierno de Ben Bella. Se apelaba a Rabat para que el progreso alcanzado por la gestión pacificadora de la OUA y en pro de un acuerdo fronterizo aceptable para ambas partes, no fuese a frustrarse con cualquier incremento de la importación de armamentos (léase los soviéticos ofrecidos en diciembre, y quizás algunos adicionales de factura francesa) que pondría dificultades para alcanzar un compromiso en la solución final del diferendo sahariano. Al ejercer una discreta presión sobre su aliado Hassan II para que no se acercase militarmente a la Unión Soviética ante las reticencias de los proveedores occidentales, Estados Unidos proponía a Marruecos apelar a una solución política a las tensiones derivadas del acuerdo de asistencia militar entre Argelia y la URSS, poniendo de nuevo sobre la mesa de conversaciones los buenos oficios de Etiopia y Mali. En caso de aceptar Hassan II, Estados Unidos apoyaría diplomáticamente las gestiones de los mediadores africanos para una nueva ronda de negociaciones de alto nivel entre los gobernantes de Argel y Rabat sobre el tema de la asistencia militar foránea y los riesgos de confrontación internacional que entrañaba una carrera de armamentos en el Magreb (51). Hagamos notar que uno de los argumentos planteados por el departamento de estado americano para convencer a Marruecos de no aceptar armas soviéticas, y admitir las limitaciones de suministros occidentales aun cuando Argelia incrementaba sus existencias de material, era precisamente que Marruecos podía, con su contención, granjearse las simpatías de varios estados moderados del África, que habían visto con suspicacia y alguna zozobra la aceptación argelina de armas soviéticas y tropas de combate procedentes de Egipto y Cuba en la fase inicial de la crisis fronteriza. Junto con esto, los analistas de Washington daban una seguridad a Marruecos procedente de sus medios de espionaje: "…el flujo de armas a Argelia ha disminuido…", al mismo tiempo que no disimulaban una advertencia: si Rabat acepta ahora los ofrecimientos de armas rusas, "podría socavar un aspecto del apoyo de fuentes africanas, y con franqueza, de las occidentales". (52)

A contrapelo de los intentos de apaciguamiento y contemporización occidentales a lo largo de 1964, durante este periodo, Argelia, al igual que lo hacía el gobierno de La Habana con parte de sus existencias moscovitas, exportara profusamente asesores, armamentos y fondos a los diversos movimientos guerrilleros que disfrutaban de santuarios en Tanzania, Uganda, Sudán, Burundi, entre otros puntos que colindaban con el Congo Leopolville o las provincias ultramarinas portuguesas, y donde no faltaron las coordinaciones con los asesores y agentes castristas que operaban en los mismos centros de subversión. Aviones argelinos de fabricación soviética transportaron -o reembarcaron- cargamentos de material de guerra ruso hasta las bases lumumbistas próximas a las fronteras del Congo con Sudán y Uganda. La Argelia radical, ya entonces -en análoga movida de política internacional y controles domésticos al estilo de su mentor cubano- proclamada socialista y antioccidental por elección profunda, será eslabón de una alianza tercermundista que Moscú trataba de cultivar y dirigida contra los regímenes conservadores de la vecindad argelina, en especial Marruecos, Túnez, Libia, Níger, Mauritania o el Sahara Español.

Este panorama de sucesivas desestabilizaciones en África subsahariana, coordinadas entre Ben Bella, Castro y el Ché Guevara en 1964-1965 y que debía desembocar en la instauración de regímenes revolucionarios sostenidos por contingentes "internacionalistas" y armamentos del bloque comunista en el Congo Leopoldville, Angola, las Rhodesias, Mozambique y África Sudoccidental, para luego culminar en un gran armageddon revolucionario contra la República Sudafricana (esto último un imposible, recurrente, delirio del castrismo por sobre dos décadas), se desplomó como el archireferido ejemplo de una medieval arquitectura de barajas. El fracaso de la rebelión lumumbista en el Congo Leopolville (1966) a pesar de las armas comunistas, las tropas cubanas bajo Guevara y los asesores argelinos, el golpe de estado de mayo de 1965, protagonizado por el vicepresidente y hombre fuerte castrense Boumediene en Argel, que recluyó políticamente al iluminado máximo líder Ben Bella y gradualmente desvinculó a su país de las aventuras subsaharianas a favor de un involucramiento en el Oriente Medio, y la debacle militar de los ejércitos egipcios y su armamento soviético en la Guerra de los Seis Días contra Israel (1967), desarticularon el eje cubano-argelino en África y su intento de lanzar un programa de conquista revolucionaria de los inestables estados centro-africanos. Los lazos entre Cuba y Argelia nunca volverán a ser igual de comprometidos y las posibilidades de alianza análoga a la de 1963 no se plantearán por Boumediene. Aunque las disputas con Marruecos se mantuvieron latentes, originándose una crisis fronteriza que se pudo conjurar de modo diplomático en 1967 con un serio deterioro y una virtual "guerra por interposición" entre Argel, sus aliados saharauies por un lado y los gobiernos de Rabat y Noaukchott (éste hasta 1979) por otro, por el control del descolonizado Sahara Español tras su abandono por Madrid en las postrimerías de la dictadura franquista. Ocasión en que cooperarán de nuevo los agentes castristas con los argelinos a favor de las guerrillas marxistas saharauies contra el ejército real marroquí, proporcionándoles instrucción, recursos, asesoramiento y dirección militar desde bases en Tinduf y otros puntos de Argelia. No faltando incidentes entre las fuerzas armadas marroquíes y buques mercantes cubanos empleados para desembarcar alijos de armas en las costas atlánticas saharianas. Como en 1963, en la década de los 1980 estas actividades intervencionistas cubanas, en cooperación con los argelinos, en el Sahara Occidental, también llevaron a serias tensiones diplomáticas entre Rabat y Argel, fallidos intentos de solución negociada de la OUA y ruptura de relaciones diplomáticas y económicas entre Rabat y La Habana.

San Juan, Puerto Rico, 2003. arriba

Notas.

(1) volver " Discurso ante la XV sesión de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, septiembre de 1960", en Moore, C. Castro, the blacks and Africa. Los Ángeles, 1988, cap. 6, págs. 90-91. Nasser había formulado su credo africano al decir : "(…) El Continente Negro es ahora escenario de extraña y excitada turbulencia. Nosotros, en circunstancia alguna, seremos indiferentes en vista de lo que está aconteciendo en África, en la creencia de que no afectara o preocupara…." Gunther, J Inside Africa. New York, 1955,pág. 128.

(2) volver Erismann, H. M. Cuba's international relations. The anatomy of a nationalistic foreig policy. Boulder & London, 1985, págs. 7-8; Domínguez, J. I. "Foreword", en Moore, C. Castro…,1988, págs. xiii-xiv.

(3) volver Sobre el particular, ver Leogrande, W. M. "Cuba-Soviet relations and Cuban policy in Africa", en Mesa Lago, C. y J. S. Belkin.(Edits.) Cuba in Africa. University of Pittsburgh. Pittsburg, 1982, pp. 15-16; Erisman, H. M. Cuba's International…, pp. 19-21.

(4) volver Ibidem, pp.21-22; Ibidem. pp.16-18.

(5) volver Leogrande, W. "Cuban-Soviets relations….", en Mesa-Lago y Belkin (edits.) Cuba…, 1982, págs. 18-19.

(6) volver Moore, C. Castro, the Blacks and Africa. Los Ángeles, 1988, capítulo 12, pág. 177.

(7) volver Ibidem.

(8) volver Mc Lane, C. B. Soviet-Middle East Relations. Central Asian Research Center. London, 1973, págs. 80-81.

(9) volver Ibidem, pág. 82.

(10) volver Ibidem, pág. 83. Washington y París acordaron el establecimiento de cinco bases aéreas americanas en Marruecos, tras negociaciones celebradas en 1950 durante la crisis de Corea. Marruecos, con su privilegiada posición sobre el Atlántico y el Mediterráneo, estaba situado a cuatro horas de vuelo de aviones a reacción de suelo soviético: de Casablanca a Moscú mediaban 2.400 millas náuticas. Las bases se iniciaron en abril de 1951, ubicadas en Sidi Slimane, Nouasseur, Ben Guerir, Boulhaut y El Djema Sahim. Los cuarteles de la V división de la fuerza aérea de los Estados Unidos estaban situados en Rabat. Para 1953, las cinco bases estaban en operaciones y albergaban 7.500 soldados americanos. En todas ondeaban las banderas americanas y francesas. Véase Gunther, J. Inside Africa, pp. 88-89.

(11) volver Mc Lane, C. B. Soviet-Middle-East Relations, pág. 121. Al respecto, véase Gilbert, S. P. "Wars of Liberation and Soviet Military Aid Policy", en Orbis. Fall, 1966, pág. 840 y ss. En la política interior de Marruecos no faltaron complicaciones a inicios de la década del Sesenta, pues tras una disputa política entre los nacionalistas del partido Istiqal y el monarca Mohammed V en octubre de 1958, llevó a un fallido alzamiento militar monárquico, secundado por otro levantamiento de las tribus bereberes del Rif, que se prolongó, aun desautorizada por el monarca, a lo largo de dos años, hasta ser sometida por las fuerzas del ejército real en abril de 1960.Véase Dupuy, R. E. y T. N. Dupuy. The Encyclopedia of Military History. New York, 1977, pp. 1314-1316.

(12) volver Mc Lane, C. Soviet- Middle East Relations. Central Asia Research Center. London, 1973, págs. 18-19.

(13) volver Ottaway, D. y M. Ottaway. Algeria, the politics of a socialist revolution. Berkley, Ca., 1970, pp. 146-147.

(13B) volver Gunther, J. Inside Africa. New York, 1955, pp. 217-218; Pirenne, J. Historia Universal. Las grandes corrientes de la historia. Barcelona, 1972, pp. 69-70.

(14) volver Ibidem, pág. 163.

(15) volver Ibidem. pp.149-151. Las bases saharianas se cerraron en 1967, al siguiente año, los franceses abandonaron la estación naval de Mers-el-Kebir. Los influyentes intereses petroleros y de gas franceses recibieron garantías del gobierno de Ben Bella por las inversiones hechas en las comarcas saharianas, unos dos mil millones de dólares al momento de la independencia argelina. En 1963 la región del Sahara produjo 23.896.000 toneladas de crudo y 353.000.000 de metros cúbicos de gas natural, exportándose a los puntos de embarque del litoral por varios oleoductos y un gasoducto transaharianos. A la fecha el país carecía de instalaciones de procesamiento. Buena parte de las regalías obtenidas por el gobierno revolucionario se invertían en el ramo de la defensa, bastante abultado: 493 millones de dinares para el periodo fiscal de 1963-1964. Véase Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana. Espasa Calpe, S.A. Madrid, 1968. Suplemento Anual 1963-1964, pp.673-674.

(16) volver Ibidem, pp. 165-166.

(17) volver Véase lo expresado en Le Monde, París, 16-18 de octubre de 1963, en Ibidem, pág. 166, nota 39. También Benemelis, J. F. Castro, subversión y terrorismo en África. Madrid, 1988, pp.79-80.

(18) volver Ibidem, pág. 80. Tras una serie de choques fronterizos, se firma un convenio franco-marroquí en 10 de septiembre de 1844, para evitar otros incidentes y nombrar comisionados de fronteras. El tratado de Lalla Marnia (18 de marzo de 1845) definía la frontera entre Marruecos y la Argelia francesa desde la costa mediterránea hasta Teniet el Sassi, a lo largo de unos 300 kilómetros, dejando los imprecisos países del desierto para una posterior delimitación. Desde 1886, Madrid reclamaba río de Oro, Sagui el Hamra, Mauritania, la región occidental de Argelia y buena porción del colindante sur marroquí. Francia negoció la comarca de Tinduf con España a lo largo de conversaciones celebradas entre 1900 y 1904. Entre estas fechas y 1912, los franceses se posesionaron de los oasis de Tuat, Tinduf y Colomb-Bechar, de antigua posesión alauita, aunque reconocían como marroquíes las localidades de Figuig e Ich, pero una vez más se dejaba el país sahariano para ulterior negociación. Ésta se produjo en 1928, por la cual los franceses obligaron al protectorado marroquí a admitir la línea del curso intermitente del Wadi-Draa como borde meridional del estado, aunque entre éste y el puesto de Colomb-Bechar el país, bastante desolado y desértico, no parecía definido a la hora de la independencia marroquí en 1956. Al respecto, consúltese González-Hontoria, M. Estados asiáticos y africanos. Barcelona, 1914, pp. 324-325; Salas Larrazabal, R. El protectorado de España en Marruecos. Madrid, 1992, pág. 87.

(19) volver Wynfred, J. y S. P. Gilbert. Arms for the Third World. Soviet military aid diplomacy. Baltimore-London, 1969, pág. 19; Enciclopedia Universal Ilustrada…, Madrid, 1968. Suplemento… 1963-1964, pp. 674, 1021-1022.

(20) volver La política de purificación ideológica en el seno del FLN y las fuerzas armadas de liberación, las aceleradas nacionalizaciones de empresas, manufacturas y fincas dejadas por el éxodo de los colonos franceses, combinados con la detención de disidentes políticos y la nacionalización de la prensa, enrarecieron también la situación doméstica de Argelia desde marzo hasta septiembre de 1963, y el descontento entre los políticos del régimen y de parte de las fuerzas armadas se hizo climático por los días de la explosión de los bereberes y la irrupción de los marroquíes. Véase Enciclopedia Universal Ilustrada…Madrid, 1968. Suplemento 1963…, pág. 675.

(21) volver Hourani, A. A history of the Arab peoples. Cambridge, Mass., 1991, pág. 435. Sobre la revolución argelina y sus intenciones, véase Wheatcroft, A. The World Atlas of Revolutions. New York, 1983, pp. 130-133.

(22) volver Enciclopedia Universal Ilustrada…, Madrid, 1968. Suplemento…1963, pág. 676. Para ampliar el conocimiento acerca de las respectivas organizaciones administrativas, situación política y naturaleza del estado puede consultarse Steel, R (editor) North Africa. The refference shelf. Volume 36, number 5. New York, 1967, pp. 131-142. Para los asuntos económicos y recursos naturales, Hance, W. A. The geography of modern Africa. Columbia University Press. New York, 1965, pp.103-109.

(23) volver Ibidem, pág. 1025. Acerca de las aspiraciones nacionalista de Marruecos, véase Gunther, J. Inside Africa. New York, 1955, capítulo 5; Chaliand, G. y J. P. Rageau. Strategic Atlas. A comparative geopolitics of the world's powers. New York, 1990, pág. 117. Muchos de los territorios reclamados por Rabat desde 1956 poseían una bajísima densidad de población, apenas dos personas por kilómetro cuadrado como promedio, concentrada en oasis en algunos casos -grupos bereberes-, o comúnmente practicando la ganadería trashumante, como los árabes beduinos. Véase también National Geographic Society. Ethnolinguistic Map of the peoples of Africa. Washington, D.C., December 1971, vol. 140.

(24) volver Para la descripción del teatro de operaciones de 1963 hemos empleado los mapas de la National Geographic Society. Northwestern Africa. Atlas plate 55. Washington, D.C., 1966; N. G. S. Northern Africa. Washington, D.C., 1954, así como las proyecciones cartográficas de las actuales fronteras de Argelia y Marruecos de la Encarta 96. Microsoft World Atlas. Microsoft Co., 1995.

(25) volver Archivo del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Fondo 7, inventario 2, legajo 389. El ministro de las FAR a los comandantes del GEI, La Habana, 20 de octubre de 1963. Agradezco al investigador J. Oyarzabal Pulido éste y otros documentos cubanos obtenidos por él en la página electrónica del U.S. National Security Council.

(26) volver Ibidem. Corresponde a los epígrafes 14, 15 y 16. Es sugerente que al embajador, miembro político de la plana mayor expedicionaria se le eximía de tales conductas austeras. Pero parecía recordarse a los comandantes que los privilegios, excesos y conductas tolerables en la nomenclatura revolucionaria en la isla, podían ser juzgadas con severidad si afectaban las relaciones internacionales del comandante con su homólogo norafricano. De todos modos, éste escrito de Raúl Castro es un interesante reflejo de las actitudes de la elite militar en ese periodo de los sesenta. Véase lo que escribe al respecto Carlos Franqui. Retrato de familia con Fidel. Barcelona, 1981, pp. 234-235, 288-290, 446-447.

(27) volver Ibidem. Epígrafes 13a, 13b y 13d. En este último se alude brevemente al respeto hacia los modos y creencias de los argelinos que se iban a liberar. En el 13f se prohibía la salida individual de los soldados internacionalistas de sus campamentos, y sólo en casos controlados y colectivos bajo escolta armada y atención de sus oficiales. Esa privación era parte del sacrificio y alto espíritu que el ministro esperaba de sus potencialmente díscolos subordinados.

(28) volver Ibidem. Epígrafes 13c y 13g. El ministro recomendaba cautela operativa a sus oficiales en Argelia, dejando al comandante en jefe en La Habana las decisiones que correspondiesen a la campaña. Ameijeiras y sus subordinados debían abstenerse de “… estar inventando nada fuera de lo programado, y mucho menos, estarse ofreciendo para tareas mayores que nuestras posibilidades”. Con términos no muy marciales, desautorizaban las iniciativas personales o los compromisos que la desmesura de los Ameijeiras, Serguera y otros “guerrilleristas” del comité militar pudieran ocasionar una debacle militar frente a tropas enemigas experimentadas o una desagradable complicación diplomática para propios y amigos.

(28B) volver Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC).

(29) volver Ibidem, epígrafe 10. Acerca de la personalidad del entonces embajador cubano en Argelia, comandante Serguera, Franqui refiere algunas anécdotas reveladoras. Véase Retrato de familia…, Barcelona, 1981, pp. 445-446.

(30) volver Benemelis, J. T. Castro, subversión y terrorismo en África. Madrid, 1988, pp.81-82.

(30B) volver De Paz-Sánchez, M. Zona de Guerra. España y la revolución cubana (1960-1962). Tenerife-Gran Canaria, 2001, pp. 164, 182, 184-185, 187, 203. Ésta es la época en que Castro destinó algunos miles de fusiles, municiones y otro equipo de los arsenales cubanos a los rebeldes argelinos, empleando algunos de sus buques mercantes que desembarcaron su letal carga en puertos marroquíes con la anuencia del gobierno de Rabat. Otro de los militares comunistas españoles exiliados que entrenó inicialmente las fuerzas cubanas en las tácticas de guerrillas que Castro luego intentó reexportar al África, fue subordinado y discípulo de Francisco Franco durante la campaña legionaria de 1924-1925, combatiendo contra los irreductibles rebeldes rifeños de Abdel Krim, en el protectorado de Marruecos del norte. Como sugiere Paz-Sánchez, mucha de la instrucción en lucha irregular que Alberto Bayo traspasó a los castristas era producto de la doctrina militar legionaria de Franco, adquirida en las guerras coloniales africanas. De modo que una suerte de círculo vicioso de guerra, caudillismo militarista y expansionismo africano conecta indefectiblemente ambos dictadores, el peninsular y el criollo. Véase pág. 164, nota 11.

(31) volver Fermoselle, R. The evolution of the Cuban military, 1492-1986. Miami,1987, pp. 362-364. Parte fundamental de los datos de este autor se basan en el estudio de Durch, W. J. The Cuban military in Africa and the Middle East from Algeria to Angola. Department of Defense. Alexandria, Va. 1976.

(32) volver Ottaway y Ottaway. Algeria; the politics of a socialist revolution. Berkley, Ca. 1970, pp. 165-166.

(33) volver Cardona, C. “Fidel, el Africano”, en Revista Ideal. Miami, 2001, pág. 2.

(34) volver Moore, C. Castro, the blacks and Africa. Los Ángeles, 1988, pp. 178-179.

(35) volver Gleigeses, P. “Havana’s policy in Africa, 1959-1976: New evidence from Cuban archives”, en CWHIP. Bulletin. Nos.8-9. Cold War in the Third World and the collapse of the detente. Woodrow Wilson Center for Scholars. Cold War Project. Washington. D.C. pág. 2. Véase Benemelis, J. F. “Cronología de una aventura”, en Encuentro en la red. Diario independiente de asuntos cubanos. Año III, edición 351, Jueves 25 de abril de 2002.

(35B) volver Valdés, N. P. "Revolutionary solidarity in Angola" en Blasier, C. y C. Mesa-Lago. Cuba in the World. Pittsburgh, 1979, pág. 91.

(36) volver Erismann, H. M. Cuba's international relations…Boulder & London, 1985, pp. 31-32.

(37) volver Federación Iberoamericana de Escritores. Subversión en América Latina. Miami, [1968], pp. 31-32.

(38) volver Ibidem, pp. 41-42.

(39) volver Véase Benemelis. Castro…, pág. 81; Moore. Castro, the blacks…, pág. 178; Otaway, Algeria…, pág. 165; Fermoselle. The evolution…, 363; Gleijeses, “Havana’s policy…”, pág. 2; Erismann. Cuba’s international…pág. 31. Desde 1961 a 1969, las fuerzas armadas cubanas crecieron de modo considerable gracias a la infusión de material soviético, llegando a contar con 300 tanques, 150 cañones autopropulsados, 200 transportadores blindados de personal y algunos millares de camiones de transporte. Además, una poderosa fuerza aérea a escala de un país de su tamaño y recursos, de 250 aparatos de combate Mig y unos 600 misiles tierra-aire y aire-aire, servidos por veinte mil efectivos. El ejército de tierra contaba con unos 90.000 regulares y las milicias rondaban el cuarto de millón de hombres. Véase Fermoselle, pág. 293.

(40) volver La composición y medios de cada una de estas unidades están muy bien descritas en Fermoselle, The evolution…, pp. 466-467.

(41) volver Joshua, W. y S. P. Gilbert. Arms for the Third World. Soviet military aid diplomacy. Baltimore, 1969, pág. 15. La OUA debió esperar hasta 1970 para que ambos gobiernos cesaran de considerar la frontera como una fuente de disputas bilaterales y estableciendo comisiones de límites y exploración minera conjuntas, se inclinasen por una relación más armónica a lo largo de la vasta franja fronteriza que los desunía desde 1962. Véase Hallet, R. Africa since 1975. A modern history. Ann Arbour, 1974, pp. 248-249.

(42) volver Grabendorff, W. "Cuba's involvement in Africa. An interpretation of objectives, reactions and limitations." Journal of Interamerican studies and World Affairs. The University of Miami. Volume 22, no.1, february 1980, pags. 4-5.

(43) volver Foreign Relations of the United States [en lo adelante FURS] Department of State 1964-1968. Africa. Volume XXIV. Memorandum for the record. Washington, D.C., January 10,1964. Prepared by R.W. Komer. Es una entrevista de este funcionario con el embajador de Argelia, Cherif Guellal. En unos quince meses, el ejército argelino, reorganizado como una poderosa fuerza profesional tomaría el poder político en Argel, tras confinar al verboso presidente. Bajo Boumediene el régimen será más reservado con Moscú, y su inclinación más "arabista", abandonando las aventuras subversivas centroafricanas.

(44) volver FURS 1964-1968. Africa, XXIV. Telegrams from the Department of State to the embassy in Algeria. Washington, December 24,1963; January 13, 1964.

(45) volver FURS 1964-1968. Africa, XXIV. Action memorandum from the Deputy Assistant Secretary of State for African Affairs to the Undersecretary of State and the Undersecretary of State for Political Affairs. Washington, D.C., May, 14, 1964.

(46) volver Ibidem. En el periodo 1963-1964, Francia aportó el equivalente a 200 millones de dólares anuales a Argelia, en tanto que la URSS concedió créditos y donativos por 228 millones de dólares, exceptuando la asistencia militar.

(47) volver FURS 1964-1968. Africa, XXIV. Telegram from the embassy in Algeria to the Department of State. Algiers, May 28,1964; Telegram from the Department of State to the embassy in Algeria. Washington, D.C., June 17, 1964.

(48) volver Ibidem. Department of State. Telegram from the U.S. Embassy in Morocco. Rabat, December 23, 1963.

(49) volver Ibidem. Department of State. Telegram from the Department of State to embassy in Morocco. Washington, January 4, 1964. Las bases americanas en Marruecos se abandonaron en diciembre de 1963 en virtud del acuerdo que al respecto firmaron Kennedy y Hassan II en marzo anterior. Sólo permanecería la base de comunicaciones navales de Kenitra, bajo bandera marroquí y en plan de cooperación conjunta. Véase FURS…1964-1968. Africa, XXIV. Paper prepared in the Department of State. Washington, D.C., January, 24, 1964.

(50) volver FURS. 1964…Africa, XXIV. Telegram from the Department of State to the U.S. Embassy in Morocco. Washington, D.C., January 4, 1964.

(51) volver Ibidem. El monarca etiope, Haile Selassie, era un aliado político y militar de los Estados Unidos, en tanto que el presidente de Mali, Modibo Keita lo era, a su vez, de Argelia y Cuba, y un cliente militar menor de Moscú. Ambos disfrutaban de prestigio e influencia en ambas capitales norafricanas y fueron los artífices principales de los acuerdos de cese al fuego argelo-marroquí de octubre de 1963.

(52) volver Ibidem.

(Publicada la versión original en la edición electrónica de CubaNuestra) arriba

 

 
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© Marlene García 2003 para José Ramón Alonso