Una excursión legionaria por la Mauritania Cesarensis.
A cuarenta años de la intervención castrista en Argelia,
1963.
Por Pablo J. Hernández González.
"…y duro el corazón
aquel tendría
que al mirar el combate se alegrara
y el ánimo turbado no sintiera."
(Iliada, XIII)
Entre los resultados reconocidos que dejó
el desenlace negociado entre Moscú y Washington en el otoño
de 1962, para zanjar la peligrosa situación derivada de la
introducción en Cuba de proyectiles balísticos intermedios,
entre septiembre y octubre de ese año, estuvo la deslucida
imagen del regimen revolucionario cubano, cuyas pretensiones de
desempeñar papeles dramáticos internacionales inspirados
en Richelieu o Bismarck, en la misma cuerda y tono que las potencias
de la época, quedaron totalmente relegadas a la escenificación
de una estridente perreta por parte del Máximo Líder,
sus acólitos y diplomáticos. Semejante descrédito
a los ojos de los estados tercermundistas, no siempre en concordancia
con la mercurial política externa de la nueva revolución
-como demostraron las prudentes actitudes o irreprimidas críticas
al escalofriantemente irresponsable juego de los castristas con
el despliegue de misiles soviéticos, por parte de los Nehru,
N'Krumah, Nasser o Tito-, lesionó la sensible epidermis egolátrica
del autócrata antillano, y alentó tratar de remedarlo
-al margen de las diatribas vitriólicas desde multitud de
ejercicios oratorios- por medio de alguna actuación mundial
"independiente" que desafiara tanto a sus impenitentes
adversarios norteamericanos como a los ingratos mecenas moscovitas
por igual. Sumido en esta emotiva circunstancia histórica,
el castrismo se plantea una abierta participación armada,
empleando tropas regulares y medios de combate del arsenal proporcionado
por el Soviet para la defensa insular, en un teatro de operaciones
situado en el norte de África. En un confuso remedo del general
romano Cayo Mario, algún toque del duque de Tetuán,
un poco de Italo Balbo y cierta difusa intención de imitar
a Rommel, La Habana enviará sus tropas revolucionarias a
intervenir a favor de quien consideraba su más estrecho y
leal aliado en el entorno tercermundista: la Argelia revolucionaria
de Ahmed Ben Bella.
Apenas unos meses antes de la crisis de los misiles
en Cuba, y tras una larga, dolorosa y cruenta insurrección
armada contra Francia, Argelia accedió a una independencia
pactada con la potencia dominante. El novel y vasto estado africano,
a pesar de las acres diferencias ventiladas en el seno de la organización
gobernante, el Frente de Liberación Nacional (FLN), entre
las facciones política (de Ahmed Ben Bella) y militar (de
Houari Boumediene), se encaminó pronto a convertirse en uno
de los centros ideológicos y militares de los "movimientos
de liberación nacional", en particular para un continente
como el África, negra o sahariana, sacudida por los procesos
de descolonización, tribalismos metamorfoseados en discursos
nacionalistas, regímenes inestables, minorías marxistas
a la expectativa y potencias europeas en declive, que sacudían
sus enormes geografías desde 1956. Por pronta empatía
de propósitos y mensajes, afinidades de personalidad caudillista
y aparentes analogías entre los procesos revolucionarios
que llevaron al poder a ambos gobiernos representantes de movimientos
revolucionarios de coloratura mesiánica que la publicidad
de la izquierda "progre" de la época se encargó
de sacralizar, entre La Habana y Argel se estableció una
acusada cooperación diplomática, política y
militar. Situada ventajosamente entre el Mediterráneo y el
Sahara, y con fronteras con los estados negros de la subdesértica
faja sudanesa, Argelia constituiría el puente predilecto
para los tempranos desempeños del regimen castrista en los
años tempranos de la década del sesenta. Justo en
los arenales, estepas y oasis de las antiguas provincias romanas
de Mauritania, las legiones del aspirante a Escipión y dilecto
admirador de los ejercicios imperiales africanos del Duce, harían
su primera incursión en plan de guerra convencional extranjera
al otro lado del Atlántico, en el verano-otoño de
1963.
El discurso legitimador de las intervenciones futuras
en África (1960).
Tres años antes de enviar sus batallones
al norte de África, el gobernante de Cuba, en ocasión
de una intervención ante el pleno de las Naciones Unidas,
había esbozado su particular interpretación de la
secuencia de descolonizaciones que estaban produciendo en el continente
negro a lo largo de ese año de 1960, y la enorme suma de
complicaciones estratégicas, políticas y en particular
de carácter étnico que no tardaban en aflorar, y en
ciertos casos, como se vería pronto en el Congo Leopoldville,
sumían la transición a la soberanía internacional
en verdaderos e inquietantes desórdenes. Recurriendo a una
discutible y luego harto repetida manipulación de la antropología
e historia cubana para darle contenido legitimador para sus ejecutorias
fundadas en muy contemporáneas apetencias y alineaciones,
se invocaba el expediente de la afinidad cultural e histórica
entre la sociedad cubana y las múltiples etnias africanas,
añadiendo a ello la emotividad de un discurso de tercermundismo
antioccidental de corte fanonista. Se planteaba así una suerte
de "responsabilidad histórica" del gobierno revolucionario
cubano para con el lejano (y escasamente familiar para sus líderes
y buena parte de la población, excepto, quizás, los
tópicos popularizados por la literatura y el cine americano)
continente africano.
De hecho, y siguiendo los argumentos entonces expresados
ante la organización mundial, cualquier estado, líder,
movimiento o agrupación de hechura "antimperialista",
sería vista por La Habana como representativa de su pueblo
o país, y por ello digna de reconocimiento oficial, recepción
política, merecedora de la concesión de fondos, armamentos,
entrenamiento y aún asistencia militar encubierta. Este proyecto
de alentar una revolución continental africana de corte socialista-castrista,
paralela a similar ambicioso y no menos descabellado propósito
americano, prodigando los recursos económicos y humanos de
la isla de Cuba a cualquier grupo con un expediente aceptable, a
despecho de las realidades étnicas, políticas y logísticas
envueltas, llevaría a más de un error de cálculo.
Sin embargo, la búsqueda de espacios y oportunidades para
proyectar la influencia internacional de su gobierno, subyace en
estos discursos de Castro. Combatir a los norteamericanos en cualquier
escenario, y si es posible con ciertas ventajas, también
era parte fundamental de este diseño estratégico,
y que alcanzaría su expresión más notable a
mediados de la década siguiente en este continente convulso
y prometedor que era el África.
La Habana, invocando como ha hecho desde entonces,
un discutible cuerpo de justificaciones etnológicas, preconcebidas
inclinaciones político-ideológicas y juicios de valor
siempre cargados, definía ante los miembros de la comunidad
internacional lo que quizás por entonces fuese tomado por
no pocos de los analistas y corresponsales que seguían los
acontecimientos de la época, como otro de los ejercicios
de frondosa oratoria (quizás este con algún sabor
jesuítico y cierta incómoda propensión a la
incontinencia horaria), que algunos jefes de estado habían
prodigado a lo largo de la década anterior. Castro procuraba
espacios y oportunidades, como en su día los Nehru, Sukarno
o Nasser, para proyectar su influencia más allá de
los constringentes límites de la Isla de Cuba y combatir,
ya desde tan temprano, los intereses y esferas de influencia norteamericanas.
En esta inquisitiva indagación por las oportunidades, África
parecía promisoria.
En los años posteriores a 1961, la nueva
casta autocrática del castrismo haría buena la retórica
con sus actos en tierras africanas, llevando a las vastedades políticas
y humanas del distante continente un nuevo catecismo mesiánico:
Cuba para con el África "antimperialista" y "revolucionaria"
adquiría una nueva versión de la carga del hombre
blanco matizada de providencialismo revolucionario, sería
el instrumento para salvarla del peligro de destrucción a
manos de las potencias occidentales que no renunciaban a sus antiguos
privilegios coloniales. Lo que explica la temprana manipulación
del tema de la negritud de la cubanía como excusa "científica
y cultural" para protagonizar una activa penetración
revolucionaria desde el Mediterráneo al canal de Mozambique.
Que intentaba conjurar los riesgos que se cernían sobre el
movimiento de liberación africano, peligros emanados de fuente
alguna que no fuese la vileza de los desplazados colonialistas europeos
y sus imitadores americanos. Al igual que lo que expresara Gamal
Abdul Nasser con respecto al África en turbulencia alrededor
de 1954, el nuevo estado revolucionario, epítome verdeolivo
del tercermundismo, se erigía en curioso redentor de las
negritudes vulnerables, al declarar, en pose desafiante y perfil
caucásico bastante alejado del fenotipo "africano"
corriente, que Cuba representaría a cabalidad su responsabilidad
de proteger África… de las conjuras y agresiones del
imperialismo global (1).
El comandante, en toga de tribuno libertario, de Cayo Mario de la
africanía, anunciaba futuras empresas de sus centuriones
y decuriones en las remotas provincias de la revolución mundial.
Pragmatismo y retórica de una postura.
Un estudioso de la diplomacia castrista afirma
que la política internacional cubana, desde sus primeros
tiempos, consideraba prioritarias la seguridad político-militar
y económica de un país insular de reducidos recursos
naturales, extensión relativamente pequeña y abierto
en términos geopolíticos. De ahí la insistencia
en perfilar intereses que, en concordancia con la doctrina de la
liberación nacional enunciada por los estados comunistas
desde 1945 en adelante, compensara sus vulnerabilidades con una
acción constante en los múltiples escenarios del globo.
De ahí la particular interpretación de ese discurso
por el regimen proclamado socialista en la primavera boreal de 1961:
la asistencia a sus aliados ideológicos en otras latitudes
si estos estaban comprometidos a tomar el poder y consolidar sus
regímenes al estilo preconizado por La Habana: "…matizado
por un propósito de protagonismo muy por encima de las posibilidades
reales del gobierno revolucionario…", a la vez que con
tales actuaciones, se intentaba conferir un toque extremista al
movimiento de naciones que se regodeaban en torno al neutralismo
o la no alineación planteado por los fundadores del movimiento
de Bandung, en 1955, y que agrupaban buena parte de la población
y los estados emergentes de la época. La vocación
internacionalista revolucionaria salpicada de un intenso fraseo
nacionalista, antioccidental, antinorteamericano, y que tendía
-con estudiada intención-, desgajar a Cuba de su filiación
histórica occidental y la adhería a la confusa ambigüedad
ideológica del tercermundismo, pero con un especialísimo
toque de mesianismo, al proponer a Cuba revolucionaria como una
suerte de pueblo y estado elegidos para la misión de moderna
y radical redención: "…. Un modelo universal para
los pequeños estados revolucionarios en desarrollo…".
(2) No obstante,
toda esta política de ejemplaridad revolucionaria ya desde
inicios de la década del Sesenta osciló entre la discursividad
y pretensiones de independencia internacional y la nada discreta
dependencia de una copiosa asistencia militar y económica
de Moscú por parte del régimen castrista, lo que no
dejó de mediatizar los ejercicios de oratoria y acción.
Misiles balísticos en 1962, estaciones de espionaje en el
1964, furiosas "declaraciones de La Habana", promesas
de subversión americana y universal, subsidios y asesores
a guerrillas y exportación generosa de la experiencia revolucionaria,
podían situar a Cuba en el abigarrado mapamundi de los conflictos
que se extendían desde Berlín hasta Laos, conmocionando
el decenio, pero siempre condicionado por la dependencia moscovita,
realidad nada desdeñable que siempre "…ha frustrado
el deseo nacionalista de los fidelistas de controlar completamente
sus iniciativas globalistas (…)". A despecho de las cíclicas
protestas de independencia de acción, los conatos punitivos
contra los "sectarios" de izquierda domésticos,
las vitriólicas condenas de la coexistencia de factura krushoviana,
las arrogancias verbales y los coqueteos diplomáticos subterráneos
o declarados con los Kennedy o los Mao de ocasión, la sombra
del Gran Hermano eslavo matizaba la fogosidad verdeolivo. (3)
Realidad que tampoco podía ser descartada del todo, pues
amén del umbilical conducto que mantenía latente el
desmadre económico del socialismo fidelista, el enorme flujo
de rublos, combustible, cereales y otros recursos del mundo soviético
permitió, desde tan temprano como 1961, desarrollar apreciables
capacidades militares y financieras para emplearlas "…para
incrementar su influencia extranjera….". De ahí
la cordialidad (ora sincera, ora forzada) para con las administraciones
de los secretarios generales Krushov y Breznhev, a despecho de los
desaires del primero en octubre y noviembre de 1962, tras más
de un año de estrecho acercamiento cubano-soviético
en todos los órdenes, alineación de la que el gobierno
de Castro no podía prescindir.
Tras la humillante exclusión política
del dictador isleño en las negociaciones celebradas entre
las grandes potencias involucradas en la crisis del otoño
de 1962, mucha de la frustración y el descrédito internacional
que generó el episodio de los misiles y que puso a Cuba en
el tablero de intercambios y esferas de influencias mundiales de
los estados más poderosos del mundo por vez primera desde
la guerra hispano-cubanoamericana de 1898, el gobierno cubano trató
de remendar su imagen -obsesiva recurrencia de un sistema autoritario
y personalista de esencia virtual más que substancial-, tanto
para consumo de su ciudadanía con la inefable apelación
nacionalista y patriótica común a los modernos totalitarismos,
como para proyectar al exterior una nueva definición mitológica:
"…la aspiración de crear un socialismo independiente…
y apoyar las luchas liberadoras…" que encajaran en las
preferencias teóricas y factuales del fidelismo. Una añosa
estrategia de distraer la atención doméstica de los
fracasos administrativos, y sabida la orfandad defensiva por la
reticencia moscovita de comprometer su estudiada política
de influencias mundiales fuera de Europa en un peligroso (y desventajoso)
punto de fricción con Washington, embarcándola en
una suerte de defensa activa en las comarcas periféricas
de Occidente, asistiendo a todos los movimientos, agrupaciones o
regímenes que se pronunciaran promarxistas, radicales y antinorteamericanos
en varios continentes. Como cita Erismann, la idea apuntaba a originar
diversiones ultramarinas de modo que los Estados Unidos, urgidos,
atenuaran su atención para con la isla de Cuba a la vez que
los gobernantes de esta promovían la toma del poder de facciones
procastristas en países que, llegado el momento se constituirían
en aliados económicos y militares del castrismo, al que considerarían
como líder natural del tercermundismo militante. (4)
En semejante proyección se incluye la temprana
penetración del gobierno cubano en el África. Modesta,
discreta y sorprendentemente efectiva para fines de la década
de 1960, Cuba había sido "…más exitosa
en establecer avanzadas militares y paramilitares en África
que en América Latina". Y un papel clave sería
asegurar un gobierno revolucionario aliado en la enorme Argelia,
rica en hidrocarburos, minerales estratégicos y situada ventajosamente
con respecto al flanco meridional de Europa occidental y con respecto
al África negra al sur del Sahara. No es extraño que
se haya estimado que los acusados lazos entre la Argelia de Ben
Bella y la Cuba de Castro, se encaminaran a crear una suerte de
coalición de estados tercermundistas para actuar en la convulsa
circunstancia existente en los países subsaharianos en detrimento
de los intereses de Occidente. Precisamente en un continente pletórico
en recursos energéticos, minerales e hídricos, como
desbordado por conflictos étnicos, inestables gobiernos,
estamentos militares ambiciosos y ficciones nacionalistas acerca
del estado. (5)
Cuba, Moscú y el contencioso argelino-marroquí,
1963.
Cuando eclosiona la disputa en el borde argelo-marroquí
del Sahara, los gobiernos de Argelia y Cuba habían ya establecido
una firme imbricación política y militar. Aunque existentes
antes de la declaración de independencia del enorme país
norafricano, se afianzaron especialmente a lo largo de 1963, con
un acusado carácter de alianza, como lo demostraron las visitas
de alto nivel de Guevara a Argel y de Boumediene a La Habana, en
julio y septiembre, respectivamente. Casi medio año antes
del conflicto sahariano, numerosos instructores militares castristas
afluyeron a centros de entrenamiento militar argelinos, donde no
sólo adiestraban a tropas regulares locales, sino también
preparaban contingentes de guerrilleros procedentes de los movimientos
del África negra, en particular angolanos, guineanos, nacionalistas
bantúes surafricanos, ovambo, shona y congoleses, entre otros.
En particular el antiguo campo legionario francés en Sidi
Bel Abbas, donde según ciertas fuentes, el gobierno de Argel
entrenaba, asesoraba y financiaba más de un millar de insurgentes
procedentes de las provincias portuguesas y del cono sur continental.
Puede considerarse que ya en octubre de 1963, estaba
en efecto una efectiva conexión argelino cubana para crear
focos guerrilleros en tan disímiles escenarios de África
como Angola, Congo Leopoldville, Mozambique, Senegal y República
Sudafricana. Luego, y añadido a los personales vínculos
entre Ben Bella y Castro, el que militares regulares cubanos intervinieran
en un conflicto limítrofe que involucraba a los argelinos
no constituía una novedad para el observador bien informado,
puesto que ya estaban en el país. Su considerable incremento
en personal, armamento y poder de fuego en lo que, en la crisis
con Marruecos, resaltaría semejante presencia en el país
mediterráneo. (6)
Hay dos interesantes detalles que acerca de este
conflicto señala Moore en su investigación:
(a) el conflicto fronterizo latente entre marzo
y octubre de 1963, y luego traducido en franca hostilidad armada
durante octubre y noviembre del mismo, será manipulado propagandísticamente
por el gobierno revolucionario de Argel, a la usanza de su colega
y modelo caribeño, para representar la causa de una "revolución
progresista", de "contenido" libertario, tercermundista
y los florilegios retóricos del caso, agredida por un estado
expansionista, "feudal" y reaccionario como Marruecos,
detrás del cual se ocultaba aviesamente el antiguo poder
colonial. Francia, que aún contaba con tropas por evacuar
en las dos provincias saharianas y una importante estación
naval en Mers-el-Kebir, era un excelente recurso para montar una
conspiración en las páginas del diario benbellista
Al-Ahram, que reproducida por los megáfonos radicales desde
Accra a Hanoi y desde Leningrado a La Habana, venderían la
imagen de la revolución agredida tan cara a los militantes
tercermundistas y "progres" occidentales por igual.
(b) posiblemente La Habana estaba en antecedentes
de la confrontación argelo-marroquí con, al menos,
un mes de antelación al inicio de los choques. Si se recuerda
que el vicepresidente y ministro de defensa H. Boumediene visitó
Cuba en septiembre de ese año, y la oportuna llegada al puerto
de Orán de las tropas y equipos procedentes de la isla, en
especial aquellos remitidos por vía marítima, "…la
mejor prueba que la participación militar de Cuba había
sido planeada con anticipación es que la ayuda cubana, enviada
por mar logró llegar a Argelia apenas escasos días
después que la invasión (marroquí) fue anunciada
(…)". El golpe propagandístico que para los regímenes
revolucionarios, radicales o meramente antioccidentales al sur del
Sahara, por no mencionar aquellos poco afectos a los excesos ideológicos
de Argel, el hecho consumado que representaba la inmediata presencia
militar cubana, traducida en varios centenares de oficiales y tropas
regulares con material artillero, aviación y carros de combate,
dispuestos a enfrentar a los igualmente bien provistos marroquíes.
La cuidadosa planificación entre La Habana y Argel permitió
jugarle otra trastada a un aliado de Ben Bella, Nasser, quien por
obvias diferencias entre caudillos de análoga egolatría
era detestado por Castro. En efecto, el caudillo egipcio con presteza
ofreció un millar de tropas veteranas para enfrentar al monárquico
Hassan II, pero la combinación preexistente entre sus compañeros
de armas argelinos y cubanos, le privó de la primicia y el
consiguiente protagonismo en el entorno afroasiático (7).
Nasser había visitado Argelia poco antes y reiterado allí
su conocida posición africanista, actualizando los argumentos
ya planteados por su régimen desde 1952.
Uno de los aspectos más interesantes de
este episodio es el papel de Moscú, entonces visto con bastante
resentimiento por los castristas por haberlos dejado en penoso papel
de satélites afanosos pero desdeñados, un año
antes. Además, no faltaban revolucionarios árabes
y africanos que calificaban a los moscovitas de tibieza en su manejo
de las "situaciones revolucionarias" en las regiones periféricas
a la tradicional zona de influencia euroasiática de los gobernantes
rusos. Aunque Moscú consideraba a Marruecos como un estado
absolutista, conservador, aliado a intereses medievales, alineado
con Francia y los Estados Unidos, según el canon leninista
en uso, no faltaron relaciones diplomáticas, comerciales
y militares desde la independencia del país norafricano en
1956, y cierto grado de solidaridad para con las reivindicaciones
de Rabat hacia los territorios españoles de Marruecos meridional,
Ifni y el Sahara Español a finales de los cincuenta. El deterioro
de las relaciones franco-marroquíes por el apoyo del monarca
Mohammed V a los rebeldes argelinos, llevó a un acercamiento
diplomático marroquí-soviético en 1958, con
intercambio de delegaciones, embajadas y un primer acuerdo comercial.
Aunque los comunistas marroquíes eran recibidos en congresos
partidistas en Moscú, la proscripción de este partido
por Rabat en octubre de 1959 no constituyó obstáculo
alguno para que algo más de un año después
una delegación militar de Marruecos obtuviera un ventajoso
acuerdo sobre armamentos (octubre de 1960), a lo que siguió
un protocolo comercial, dos meses después, y una visita de
estado de Leonid Brezhnev al sultán Mohammed V, en la primavera
de 1961. Señalemos que durante estas conversaciones Brezhnev
ratificó el apoyo de Moscú a las apasionadas reclamaciones
de Marruecos sobre el territorio de Mauritania, como hubo de demostrar
antes votando en contra de la admisión del país sahariano
a las Naciones Unidas, en diciembre de 1960.
Sin la mínima concesión política
para con los leales del Soviet en sus dominios, el nuevo sultán
Hassan II, quien ascendió al trono en marzo de 1961, ocasión
en que fueron invitados dignatarios soviéticos, mantuvo el
cordial estado de las relaciones interestatales y el flujo de delegaciones
militares. Una marroquí asistió a las celebraciones
moscovitas de la Plaza Roja en noviembre del mismo año, en
tanto otra sostenía conversaciones acerca de asistencia técnica
y material para las fuerzas armadas reales. El mariscal Sokolovski
y oficiales de alto nivel devolvieron la visita e inspeccionaron
el material transferido en otra visita a fines del año en
curso (8). El canciller
Mikoyán le seguirá con un acuerdo sobre comercio y
servicios aéreos a inicios de 1962, en tanto el ministro
de defensa soviético, mariscal Malinovski, se entrevistaba
con sus colegas del estado mayor alauita, lo que luego tomaría
consistencia en una serie de envíos de armas soviéticas
a Marruecos en septiembre de 1962, justo poco antes que similares
remisiones de armamento ruso a Cuba, esta vez de misiles tácticos
y estratégicos, pusieran al mundo al borde de la catástrofe.
(9)
Si bien 1963 comenzó con un prometedor acuerdo
comercial con los soviéticos y éstos no dejaban de
ver con complacencia las negociaciones entre Rabat y Washington
para la completa evacuación de las bases americanas en el
reino, Hassan II mostrará con más claridad su vocación
política conservadora, al ratificar el acuerdo militar con
Francia y ejecutando una nueva redada contra las células
comunistas (mayo a octubre). Justo en octubre de 1963 se inician
la serie de choques limítrofes con Argelia y que duraran
hasta marzo del siguiente. Este episodio alejará a Moscú
de sus clientes marroquíes alineándose con Argel,
país que por las circunstancias de su paso a la soberanía
e inclinaciones ideológicas de sus líderes era visto
como un potencial y más substancioso aliado en África
mediterránea. Para Moscú, que había armado
con bastante liberalidad a Marruecos por dos años, la guerra
fronteriza era obra de reaccionarios inveterados en colusión
con oscuros intereses alentados por DeGaulle y Kennedy. Es curioso
que, si bien en medio de la crisis fronteriza los militares americanos
comienzan a desmantelar sus bases en Marruecos, el canciller de
China comunista efectuó una conveniente y significativa visita
oficial a Hassan II (diciembre de 1963) (10).
Para entonces, y en virtud de la firma del acuerdo inicial en diciembre
de 1960, los rusos debían entregar a los marroquíes
blindados y aviones de combate por un valor estimado de diez a veinte
millones de dólares, pero según los segundos, este
material en poco tiempo resultó anticuado. A fines de la
década los aviones soviéticos estaban fuera de servicio
y Marruecos los había sustituido por equipo occidental. En
todo caso, de haberse querido renovar el arsenal, la suspensión
de los envíos de material a raíz de las hostilidades
argelinas, hizo descartar, por el momento, las fuentes soviéticas.
(11)
Moscú reconoció cautelosamente la
existencia de un gobierno provisional del Frente de Liberación
Nacional (FLN) de Argelia en el exilio, en septiembre de 1958 y
recibió delegaciones de éste y de los comunistas argelinos
en congresos celebrados en suelo soviético entre enero y
septiembre del siguiente año. Cuidadosa para no enajenar
sus relaciones con Francia -que se reputaban importantes para los
intereses soviéticos en Europa, en particular por los ejercicios
nacionalistas franceses en sus relaciones con Bonn y Washington,
que celebraba Moscú-, la Unión Soviética admitió
al ministro de exteriores del gobierno provisional argelino para
sostener conversaciones sobre asistencia a los refugiados en Túnez
(mayo y octubre de 1960). De hecho, en septiembre de ese año,
los soviéticos reconocían el gobierno en el exilio,
tras la visita a la capital moscovita del premier del FLN, Ferhat
Abbas.
Durante las negociaciones franco-argelinas en Evián
(mayo de 1961) el ministro de finanzas del FLN se encontraba de
visita en Moscú, obteniendo una significativa remisión
de cereales para emplearse en los campamentos guerrilleros situados
en países limítrofes con Argelia. Ayuda que se expande
adicionalmente a comienzos de 1962. Con la firma de los acuerdos
de Evián, Moscú otorga formal reconocimiento al gobierno
provisional argelino (mayo de 1962). A los soviéticos no
les fue desagradable conocer el radical programa de nacionalizaciones
propuesto por los nacionalistas argelinos en Trípoli, Libia,
algo enfatizado por entonces y en la capital rusa por una delegación
de comunistas del territorio norafricano.
Las relaciones diplomáticas soviético-argelinas
se formalizan con la independencia, en julio de 1962, y de manera
inmediata Moscú ofreció asistencia de medicamentos,
alimentos, acero y cereales a Argel, a la vez que una delegación
gubernamental soviética se presentaba en el nuevo estado
africano, en ese mismo otoño. Por esa misma época,
la primera comitiva militar moscovita llega a Argelia, en medio
de una prohibición total de la actividad de los partidos
políticos, comunistas incluidos, y la entronización
autoritaria del FLN, bajo la égida de Ahmed Ben Bella. A
lo largo de los primeros meses de soberanía política
argelina, y aún con el delicado asunto de la proscripción
de los marxistas locales, el movimiento de delegaciones oficiales
de periodistas y funcionarios del FLN -amén de ciertos dirigentes
comunistas con más discreción- hacia Moscú
no disminuyó, celebrándose numerosas consultas sobre
temas políticos y comerciales de interés común.
En junio de 1963, a pocos meses de la crisis fronteriza, una importante
delegación de las fuerzas armados soviéticas aterrizaba
en Argel, seguida a poco de sendas delegaciones comerciales y partidistas
de la misma procedencia. (12)
Desde la independencia de la segunda, las coincidencias
ideológicas entre los líderes de Cuba y Argelia se
convirtieron en compromiso de actuación internacional, en
particular en lo que a los asuntos de África se relacionaba.
Para Ahmed Ben Bella, como antes Castro, su régimen tenía
un credo en política internacional: culminar la “misión
histórica” de contribuir “activamente”
a la liberación de las restantes colonias europeas en el
continente negro. Al momento de la admisión de Argelia en
el seno de las Naciones Unidas (9 de octubre de 1962), su premier
dejó bien establecido el “celo misionero” y la
emoción tercermundista de su persona y gobierno para con
los africanos, algo mezclado con una particular y sobredimensionada
percepción del papel de Ben Bella y de su Argelia revolucionaria
en el mundo, visión que, como han escrito dos estudiosos
de la circunstancia, era “…a la vez grandiosa y simplista…”.
No en balde las afinidades que enlazaban las personalidades y oratorias
del caudillo cubano y el argelino. Ambos, sin mayores preocupaciones
acerca de cualquier contradicción “teórica”,
se pronunciaban por una tesis enfáticamente nacionalista
a la vez que “internacionalista”, eufemismo este último
que justificaba, en una suerte de conjuro de los elegidos, el derecho
a la interferencia en los numerosos y acres conflictos internos
del África de la época, en una suerte de particular
“teoría de dominó” que alentaba la acción
ofensiva de los regímenes revolucionarios para cerrar el
paso a las potencias occidentales en aquellos puntos álgidos
que, como el Congo-Leopoldville, estaban en el vórtice de
las inestabilidades globales de 1962. Para Ben Bella y Castro, la
protección de la integridad territorial y política,
léase la estabilidad de los gobiernos dirigidos por elites
nacionalistas “progresistas”, antioccidentales, de “vocación
revolucionaria” pero escaso arraigo interno, programas políticos
marxistas y enfrentados en muchos casos a oposiciones potencialmente
desestabilizadoras, era materia de fe y actuación. Y el manto
de la solidaridad argelino-cubano se extendía, llegado el
caso, a favor de sus aliados políticos en el poder en Burundi,
Congo-Brazzaville, Tanzania ,Guinea y Mali. Coaligados con Nasser,
prometían asistencia a los grupos nacionalistas bantúes
de ambas Rhodesias, así como a los impenitentes guerrilleros
lumumbistas atrincherados en las provincias orientales del antiguo
Congo Belga. No en balde discursos de Ben Bella como aquel de noviembre
de 1964, que remedan el tono, énfasis y resultados concretos
de los de su dilecto aliado antillano, han merecido una reflexión
que no les favorece, pues “…tratando de exportar (el)
socialismo y en ocasiones promoviendo directamente la subversión
de regímenes conservadores, Ben Bella contribuyó a
la división más que a la unificación de África”
(13). Semejante
conclusión, trasladada también al distante continente
americano le venía de perillas a los fallidos expedientes
“libertadores” de Castro.
La actitud del Egipto nasserista hacia la descolonización
africana era entonces una mixtura de tercermundismo, mesianismo
y antioccidentalismo, que para los círculos dirigentes del
estado justificaba el papel civilizador y continental de su revolución
: "(…) África es como una botella que se destapa
bruscamente. Una de las fuerzas atemperadoras es el Islam. Por lo
tanto, mientras más africanos se conviertan al Islam, mejor".
Egipto se consideraba una suerte de progenitor ideológico
de los nacionalismos africanos y esto encerraba una obvia dosis
de lo que Pirenne denomina "imperialismo místico"
de los revolucionarios establecidos en El Cairo desde el verano
de 1952. De acuerdo con el propio Nasser, en un escrito que recuerda
algunos pasajes providencialistas de las jaculatorias de Castro:
" (…) Los pueblos de África continuarán
mirándonos, los que guardamos la puerta septentrional y que
constituimos su vínculo exterior. Nunca abandonaremos nuestra
responsabilidad de apoyar con toda nuestra habilidad la difusión
del conocimiento y la civilización a las más remotas
profundidades de la jungla…". Y de los desiertos saharianos
podía agregar en vísperas de los acontecimientos argelinos.
Con 20 millones de habitantes, una política basada en el
arabismo, los lazos económicos con Moscú, las remisiones
pagadas de armamentos checos y rusos, la hostilidad diplomática
y militar hacia Israel y la conversión del país nilótico
en potencial militar regional, el Egipto de Nasser -como en su lugar
y hemisferio la Cuba de Castro- aspiraba al liderazgo del mundo
revolucionario, tercermundista e islámico, a la regeneración
del África descolonizada o sujeta a regímenes de dependencia
colonial, misión histórica que lo impulsaba a intervenir
“solidariamente” a ambas bandas del Sahara. Nasser,
como Castro, legitimaba que los medios políticos y militares
a su alcance estaban legítimamente dirigidos a alentar, preservar,
extender y asegurar la revolución africana ya fuese en Argelia,
Libia o Túnez, tanto como en Somalia, Etiopía, Mali,
Senegal, Ghana o ambos Congos. Todo lo que justificase el duelo
global contra occidente y sus aliados desde Marruecos a Zanzíbar
estaba plenamente sancionado por una difusa concepción de
lo que era "el curso de la historia contemporánea."
(13B)
Ambos gobernantes no se quedaban en la retórica.
En vísperas del conflicto fronterizo con los marroquíes,
asesores cubanos y argelinos entrenaban más de un millar
de guerrilleros nacionalistas en campos de entrenamiento subsidiados
por fondos del régimen de Argel y dotados de armamentos soviéticos.
Además, Ben Bella favorecía política y financieramente
a varios “movimientos de liberación” como el
marxista sudafricano Congreso Nacional Africano (CNA), el Frelimo
de Mozambique y oscilantemente primero al Frente Nacional de Liberación
de Angola (FNLA) -cuyos guerrilleros los argelinos ya entrenaban
antes en los santuarios del FLN en Túnez antes de 1962-,
luego al marxista Movimiento para la Liberación de Angola
(MPLA) -éste último con ciertos contactos con los
cubanos desde entonces, pero extremadamente débil-, para
en definitiva, siguiendo la decisión de la Organización
para la Unidad Africana (OUA) del verano de 1963, inclinarse por
el primero de las facciones angolanas. Como en el caso de Cuba,
Argelia estuvo implicada en la insurrección nacionalista
del Frelimo en las comarcas del norte de Mozambique, al contar ambos
regímenes con consejeros en los campos de retaguardia establecidos
en Tanzania, y generosamente dotados con material comunista chino
y soviético. Como se ha dicho, los argelinos fueron importantes
en la concepción y estallido de la insurrección de
1961 en el norte de Angola, organizada por el FNLA. Ben Bella era
prominente figura del “comité de liberación”
de la OUA, junto con Nasser, Toure, Senghor, Kasavubu, Obote, Nyerere
y Selassi. Esta organización, basada en Dar es Salaam, recibió
sobre un cuarto de millón de dólares en 1963 de parte
de Argelia. (14)
A despecho de la discursividad inflamada e inflamatoria
para el consumo doméstico, el gobierno revolucionario se
mostraba tan pragmático como el castrista ante las realidades
de sus tratos con las grandes potencias y sus intereses. Al igual
que Castro, que entonces sostenía secretísimas reuniones
con funcionarios de la administración Kennedy para tratar
de llegar a un entendimiento económico y político
entre los “héroes revolucionarios” y los “imperialistas
americanos”, Ben Bella mantenía un fluido puente con
la Francia de De Gaulle. Como su admirado comandante antillano que
tenía que “soportar” la presencia de una base
aeronaval norteamericana en la provincia de Oriente, sin más
consuelo que los tribunicios ladridos, el revolucionario norafricano
había admitido la presencia de bases y tropas francesas en
suelo argelino por un plazo determinado en los acuerdos de Evián.
Así, Francia conservaba un centro de experimentación
atómico sahariano (In-Ekker, Reggane) y otro de prueba de
misiles (Hamaguir). Además del derecho a arriendo de la base
naval de Mers el Kebir y la presencia de 100,000 soldados franceses
hasta mediados de 1965. Aunque Ben Bella fue más afortunado
que su aliado en el rescate de la soberanía y la eliminación
de éstos remanentes de la dominación francesa, pues
para fines de 1964 las tropas francesas volvieron a casa, si bien
las bases saharianas cumplieron su plazo original (15).
Ben Bella podía protestar contra las tropas portuguesas en
Angola, pero discretamente callaba las francesas en casa, como su
alter-ego castrista, denunciaba el pillaje económico imperialista
americano, pero ignoraba el lucrativo permiso concedido al capitalismo
petrolero de la ex-metrópolis en las provincias de sur. Condenaba
las bases navales anglosajonas en Aden o Guantánamo, pero
callaba piadosamente la que arrendaba a la marina gaullista. Algo
de inconsistencia revolucionaria, por más señas.
Un conflicto fronterizo y ejercicio de intervención.
Como en casi toda África, las fronteras
postcoloniales fueron problemáticas en el Magreb, y las reclamaciones
fundadas en seculares derechos de ocupación, pastoreos, tribalismos
y otros igualmente válidas o problemáticas razones
menudearon después que los grupos nacionalistas locales sustituyeron
a los franceses en Rabat, Argel o Túnez. La relativa insuficiencia
cartográfica, las toponimias elusivas o los accidentes orográficos,
fluviales o de otra naturaleza no favorecían las delimitaciones.
Y si a ello añadimos los irredentismos acariciados por buena
parte de las elites gobernantes desde Casablanca hasta Mogadiscio,
o desde Casamance a Cabinda, los elementos para un conflicto no
tomaban mucho tiempo en aflorar, en este caso de modo enérgico
y desestabilizador, en particular para el aún endeble estado
del FLN argelino. Si bien este movimiento contó con el apoyo
diplomático, santuarios seguros y sostén financiero
en Túnez y Marruecos, estos países, cuyas independencias
precedieron bastante a la argelina, nunca admitieron como definitivas
las fronteras norafricanas establecidas por Francia después
de 1912, en particular lo referido a las fajas saharianas inmediatas
y que los franceses tendían a administrar como una cuarta
entidad aparte de las provincias argelinas y los protectorados tunecino
y marroquí. Durante su breve y amargo conflicto con Francia
por la base de Bizerta en julio de 1961, Túnez intentó
infructuosamente tomar una porción del Sahara argelino francés,
que se reputaba rico en hidrocarburos. Según algunos analistas,
los miembros del gobierno provisional argelino, que disfrutaban
de seguros santuarios en Túnez y Marruecos, parecían
dispuestos a considerar negociaciones acerca de las fronteras comunes
en el Sahara una vez que los franceses se retiraran políticamente
de su última posesión del norte de África.
Pero después de los acuerdos de Evian, Argel no pareció
recordar sus promesas de conversaciones fronterizas y esto, unido
al creciente radicalismo de sus ministros, alentó un distanciamiento
casi hostil por parte del régimen de Hassan II, cuyo gobierno,
dominado por los nacionalistas del partido Istiqial, que desde 1956
alentaban las reivindicaciones de una monarquía que incluyera
los territorios españoles del Sahara e Ifni, los franceses
del Sahara occidental argelino y de la Mauritania. En 1957-1958
los marroquíes habían librado una serie de escaramuzas
con España, y en el otoño de 1963 nuevamente combatirían
por unos imprecisos bordes que intentaban fijar a su beneficio,
en este caso frente a sus antiguos aliados argelinos. Conflicto
de escasa intensidad y de limitados efectos que la naturaleza del
régimen revolucionario de Argel y las apetencias de protagonismo
de Cuba y Egipto se encargarían de internacionalizar.
El deterioro de la situación fronteriza
entre Rabat y Argel escaló a lo largo del verano de 1963,
y un encuentro menor entre fuerzas apostadas a lo largo de la imprecisa
y desértica línea divisoria devino en conflicto abierto
en octubre y noviembre, llevando a los titulares internacionales
una geografía de oscuros oasis y disputas. El conflicto iniciado
el 8 de octubre de 1963 coincidió con la insurrección
de los bereberes de las tierras altas de la Kabile, al oriente de
Argelia, situación interna ésta aprovechada por Marruecos
para forzar el paso en la frontera, tanto como por Ben Bella para
extraer beneficio político de la situación, cohesionar
a la población y la jefatura del FLN y lanzar una conveniente
campaña de propaganda acerca de una siniestra colusión
de los expansionistas marroquíes y las tenebrosas fuerzas
del imperialismo global contra la joven y heroica revolución
argelina. Cierto es que los nacionalistas irredentistas del Istiqlal
marroquí intentaban extraer beneficios territoriales de la
inestabilidad interna del régimen de Argelia, pero también
existía en la monarquía la voluntad de negociar el
diferendo en curso. Entre el 1 y el mismo día 8 de octubre
se celebraron consultas bilaterales acerca de los puntos fronterizos
en litigio. Lo de la conspiración internacional aducida por
Ben Bella era un argumento de disímil lectura. (16)
Según las fuentes oficiales de Rabat, la
iniciativa ofensiva partió de los argelinos, quienes penetraron
en ciertos puntos hasta unos 90 kilómetros en el territorio
considerado como marroquí, atacando el oasis de Hassi Beida,
el 8 de octubre. Incursión que produjo una decena de bajas
en los destacamentos que lo protegían. Argel, aceptando el
incidente y su ubicación, reclamaba el oasis como propio
y acusaba a los marroquíes de estarlo ocupando desde el 26
de septiembre anterior, negándose a evacuarlo a pesar de
las conversaciones al respecto. Fue la decisión de Marruecos
de reforzar su dispositivo en Hassi Beida el 5 de octubre lo que
provocó la "acción defensiva" de las fuerzas
argelinas en la región. Según la prensa de París
la iniciativa militar claramente partió de los argelinos
y los marroquíes habían debido replegarse de Hassi
Beida, pero entre los observadores europeos la pertenencia de la
localidad era tan confusa como la cartografía de los reclamantes.
A lo largo de octubre los combates fronterizos se generalizarán
desde aquel punto a otros hitos fronterizos; los asentamientos en
los oasis de Ich, Figuig, la región de Colomb-Bechar y las
arenosas comarcas de Tinduf, que los argelinos reputaban como propias
aduciendo las correcciones fronterizas acordadas por las autoridades
coloniales francesas y los ministros del sultán marroquí
en tratados de 1845 y 1928. Algún autor ha sugerido que la
disputa acerca de los dilatados e imprecisos bordes saharianos entre
ambos territorios implicaba intereses marroquíes en proteger
comunidades bereberes de los distritos de Colomb-Bechar, Zagdou
y Tindouf, cuyos habitantes se inclinaban a integrarse a la monarquía
desde antes de los acuerdos de Evian, tanto como acceder a posibles
cuencas petrolíferas o de gas en el pasillo de Tindouf, donde
las compañías de hidrocarburos francesas habían
obtenido concesiones del régimen revolucionario. (17)
A lo largo de septiembre de 1963 los marroquíes
reforzaron sus puestos fronterizos desde los límites meridionales
donde convergían las desiertas fronteras propias, argelinas
e hispano-saharianas, cerca de Tindouf, hasta Colomb-Bechar, a lo
largo de un eje de kilómetros de sur a norte, en tanto menudean
las acusaciones respectivas de violaciones de la frontera aérea
y terrestre (que parecían ser más frecuentes por el
lado de los marroquíes, de acuerdo con los despachos), amén
de desplazamientos allende la frontera de algunos miles de residentes
marroquíes en Argelia, en particular. La presencia de tropas
de Rabat en los oasis de Hassi Beida y Tinjoub, al sureste de la
línea del Wadi Draa (la reconocida en 1928), fue vista con
alarma en Argel, pues "…bloquean las dos pistas saharianas
que van de Colomb-Bechar a Tinduf. Marruecos necesita desesperadamente
Tinduf para poder legalizar sus reclamaciones territoriales sobre
Mauritania y el Sahara español.(…)". Luego, la
acción militar argelina respondía a un imperativo
estratégico, mas allá de la mera discrepancia sobre
algunos palmos de desiertos arenosos o pedregosos (18).
Las negociaciones de alto nivel entre Ben Bella y Hassan II en Argel
(marzo de 1963) y entre los respectivos cancilleres en 5 de octubre
originó un acuerdo calificado de "precario", que
evitaba una escalada en el diferendo y servía para definir
la propiedad y el desmantelamiento de las agrupaciones militares
respectivas alrededor de los disputados Hassi Beida y Tinjoub. Palabras
y declaraciones aparte, ambos bandos reforzaron sensiblemente sus
efectivos militares en ambas posiciones entre ese mismo día
y el 8 de octubre, en que los argelinos iniciaron su avance. La
prensa oficial de Argel expresaba que sus unidades de protección
de fronteras "…habían tenido un choque con elementos
incontrolados marroquíes…". Para el 10 del mismo
los marroquíes parecían haberse retirado de ambos
oasis, para recuperarlos totalmente a inicios de la segunda quincena
del mes. Una orden real conminaba a los militares marroquíes
a recuperar y retener contra toda intentona argelina el oasis de
Hassi Beida, como territorio nacional. Y los combates se generalizaban
alrededor de Figuit, Colomb-Bechar, Tinjoub y otros puntos de la
frontera central.
Como los combates no parecían favorecer
a los argelinos aparecerán los ofrecimientos de asistencia
militar por parte de los aliados ideológicos de Ben Bella,
Nasser y Castro, en tanto las fuerzas francesas aún acantonadas
en Argelia, se mantenían en estado de tensión en vista
de los acontecimientos en la frontera como en la insurrección
de los bereberes montañeses. Aunque esta contingencia doméstica
fue puesta bajo control por el estado argelino, la relativa debilidad
de las fuerzas armadas del FLN frente a los regulares marroquíes
hicieron bienvenidas las iniciativas de El Cairo y La Habana. Argelia
esperaba que, con la infusión de material y tropas de sus
aliados, se revertiera la penosa condición de sus efectivos
en el frente del desierto. Aunque Argelia había contado con
asistencia militar y asesoría soviética, sus medios
eran escasos, en particular en lo que a blindados y transportes
se refería: apenas una docena de tanques ligeros de factura
francesa, equipo barreminas y alguna artillería ligera soviética,
frente a un adversario que contaba con medios acorazados y aéreos:
unos 40.000 efectivos profesionales, 40 tanques medianos T-34 rusos,
así como una fuerza de 14 aviones de combate y entrenamiento
de los tipos Mig-15 y 17, recibidos a inicios de 1961. Marruecos
contaba además con un parque de una treintena de aparatos
de transporte, reconocimiento y entrenamiento, la mayoría
también de hechura moscovita. Los argelinos apenas contaban
con algunos jets (cinco Mig-15), entregados por los egipcios a finales
de 1962, que bajo la dirección de asesores rusos, constituyeron
el embrión organizativo del cuerpo aéreo y se empleaban
para adiestrar futuros pilotos. La desventaja del entrenamiento,
mando y material fue ostensible por el lado de los argelinos a lo
largo de las tres semanas de combates fronterizos (19).
Sólo la intervención “solidaria” de sus
amigos egipcios y cubanos podrían estabilizar la cadena de
descalabros que siguieron la acción del 8 de octubre por
parte de las tropas de Ben Bella, algo que no necesariamente sería
bien considerado por la cúpula militar revolucionaria, que
se veía en evidencia profesional y a la zaga de un gobierno
nacional demasiado comprometido con los riesgos y obligaciones del
"internacionalismo".
Antes de entrar en las acciones y circunstancias
de la intervención de los aliados de Argelia, hagamos unas
breves referencias acerca del estado político de ambos contendientes
y algunas someras observaciones sobre el teatro de operaciones.
La República Democrática y Popular de Argelia con
una superficie enorme y de distribución bastante irregular
en su población y comunicaciones, contaba con unos 10.326.000
habitantes, en su mayoría árabes y bereberes, concentrados
en lo fundamental en los distritos mediterráneos, dejando
la mayor parte del país (cerca del 90% del territorio, con
apenas 816.000 habitantes un septenio antes de la independencia)
constituida por las dos vastas provincias del Sahara, prácticamente
despobladas y prometedoramente ricas en recursos del subsuelo. Precisamente
la desolación de los bordes fronterizos, la afinidad étnica
de las comunidades bereberes del país con las allende las
fronteras establecidas por los europeos, entrañaban todos
los riesgos de una inestabilidad fronteriza en el Magreb, de análoga
manera que acontecía en el lejano cuerno africano. Por ello,
la reorganización administrativa y política puesta
en práctica por el presidente Ben Bella y su vicepresidente
Boumediene, con sus tintes radicales, provocó, a fines de
septiembre de 1963, una sublevación de las comunidades bereberes
de las provincias litorales de Argel y Constantina (cuya población
total se estimaba alrededor de dos millones de personas, según
censos franceses), que como hemos citado, coincidió con el
agravamiento de la situación en la frontera del Hamada du
Dra. Movimiento étnico y comunitario que contó con
apoyo en la propia cúpula del gobierno revolucionario del
FLN, en particular el sector más conservador encabezado por
Ait Ahmed, crítico de los excesos ideológicos y las
transformaciones aceleradamente radicales de la presidencia. Inclusive,
ciertas unidades del ejército revolucionario se sumaron a
la crisis que puso en difícil situación doméstica
a Ben Bella, y además de proporcionarle excelente material
para propaganda exterior acerca de una conspiración reaccionaria,
debió preocupar al egolátrico líder lo suficiente
como para necesitar la presencia física de aliados externos
para consolidar un poder que parecía ser sacudido desde dos
direcciones. (20)
Aunque la acción incruenta de las fuerzas
leales a Argel pusieron fin a la insurrección bereber en
las comunidades de la faja mediterránea de manera relativamente
incruenta, según los despachos de la época, muchos
de los jefes y tribeños bereberes se refugiaron en la cadena
de montañas que corren paralelas a la costa argelina (cordilleras
de la Gran y Pequeña Kabilia) y allí permanecieron
en resistencia hasta que el gobierno inició una negociación
con los bereberes -entre el 22 de octubre y el 12 de noviembre-,
que devolvió la calma a las comunidades y que entre otros
puntos de interés incluía la liberación de
los presos políticos y el respeto a las instituciones sociales
y económicas de los tribeños, cesando (o atenuando)
los excesos de la "reorganización revolucionaria".
Este episodio que puede conectarse con el estilo intransigente y
radical de Ben Bella al negarse a considerar una revisión
de las fronteras con sus vecinos, pobladas por comunidades trashumantes
bastante indiferentes a las retóricas tercermundistas como
antes a las fronteras coloniales. Un arabista de renombre ha sugerido
que las dificultades de Argel con sus bereberes durante los primeros
tiempos de la independencia radicaban en que los revolucionarios
nacionalistas creían posible soslayar las realidades etnoculturales
con actos de volición socialistas y dirigistas: el estado
revolucionario argelino estaba dominado por los árabes y
la minoría dirigente estaba asimilada a la cultura francesa,
y ambas eran ajenas a los bereberes tradicionalmente asentados en
la montuosa comarca litoral.
Con lengua, costumbres y organización social
seculares, los bereberes de la Kabilia -como los de la región
del Atlas marroquí, o los de los distritos del Wadi Dra,
Tindouf o Ain Sefra-, habían sido respetados por las autoridades
francesas, tanto por razones políticas (las ventajas de la
dominación indirecta, por ejemplo), como por un conocimiento
de la realidad cultural magrebí: "…la tendencia
natural de los funcionarios locales de preservar la naturaleza especial
de las comunidades que dominaban (…)". La tendencia a
la centralización política, la unidad ideológica,
lingüística y social orientada a la "arabización"
y la socialización forzadas, alentadas por el gobierno del
FLN desde inicios de su ejercicio del poder, despertó el
rechazo abierto y desafiante de los bereberes. Además, el
estilo autoritario y desdeñoso de los revolucionarios urbanos
y occidentalizados del entorno de Ben Bella: "La autoridad
del gobierno … no estaba enraizada firmemente; su reclamo
de legitimidad se basaba en su liderazgo durante la lucha por la
independencia…" (21)
Marruecos, por su predominante naturaleza tradicionalista
y monárquica, no confrontó tan serios contratiempos
con sus poblaciones bereberes, llegando las poderosas jefaturas
tribeñas del interior rural (las comarcas del Atlas, por
ejemplo), a ser un contrapeso político empleado por Hassan
II para contrarrestar la influencia de los nacionalistas de la clase
media urbana, y junto con las fuerzas armadas reales, ser uno de
los fundamentos sociales y políticos de la corona alauita.
La ausencia de experimentos centralizadores, el respeto a las jerarquías
comunitarias y el conservadurismo del discurso oficial, además
de los lazos de parentesco mas allá de las líneas
de demarcación, explican el relativo ascendiente de la imagen
del Marruecos monárquico en muchos de los bereberes de la
frontera del Wadi Dra o Tidouf, donde no faltaban jefaturas y comunidades
que, desde los días de la presencia francesa alentaban aspiraciones
irredentistas, bien vistas en Rabat. Semejantes disposiciones de
ánimo en la frontera, más los desaciertos del gobierno
revolucionario argelino para con las poblaciones autóctonas
no árabes alentaban la intranquilidad. Es interesante acotar
que mientras las relaciones entre Argel y Rabat se deterioraban
a lo largo de las fronteras occidentales, al este, las alegaciones
argelinas contra Túnez, por el supuesto santuario que este
país ofrecía a facciones antigubernamentales para
"actuaciones desestabilizadoras" como la acontecida en
las provincias de Constantina y Argel, tampoco contribuían
a crear un clima cordial en el borde tunecino-argelino en la primera
mitad de ese 1963. En definitiva, y para bien de ambos pueblos,
la paranoia conspirativa de los revolucionarios de FLN no encontró
resonancia en los más calculadores gobernantes tunecinos,
y la crisis se zanjó sin incidentes desagradables. (22)
Con apenas la cuarta parte de la superficie territorial
de Argelia y una población mayor entonces, unos 13.118.000
habitantes mayoritariamente árabes y berberiscos, pero sin
las dificultades de integración etnoculturales por la misma
naturaleza política y social del estado, Marruecos intentaba
desempeñar un rol protagónico en el noroeste de África,
con las ya mencionadas aspiraciones de unificar bajo el cetro de
Hassan II los vastos espacios desérticos y esteparios desde
las márgenes del río Senegal hasta Sagui-el-Hamra
y Ain Sefra, donde predominaban las comunidades pastorales bereberes
y beduinos. Por ello, parte de la política oficial del estado
se fundaba en la consideración de unas fronteras susceptibles
de reconsideración, aceptadas como norma de convivencia internacional,
siempre "…a reserva de eventuales rectificaciones al
ser exactamente delimitadas algunas de sus fronteras (…)".
Una activa promoción del irredentismo entre los pueblos de
los territorios vecinos, combinada con una activa diplomacia de
alto nivel, como la mediación entre Argel y Túnez
en su corta crisis bilateral de diciembre de 1962 para luego intentar
llegar a un acuerdo de límites con la primera en la infructuosa
cumbre de Hassan II y Ben Bella (marzo de 1963) y un importante
despliegue de tropas en las fronteras en discusión, caracterizaban
la actuación regional del estado marroquí en la segunda
mitad de 1963. Para Rabat, la negativa argelina de abrir una discusión
de los bordes coloniales era vista como una intransigencia que alentaba
los problemas bilaterales, en tanto que, como sucedió desde
el verano de 1962 en adelante, en la comarcas de Tinjoub o Hassi
Beida, los revolucionarios vecinos, con su política de asimilación
cultural y quiebra de instituciones atentaba contra los derechos
básicos de los bereberes potencialmente súbditos alauitas.
Por ello la reunión de ambos cancilleres en Oudja, a inicios
de octubre, donde poco podía hacerse para aliviar las tensiones
en el terreno. Marruecos tampoco eximía a los franceses de
responsabilidad en los problemas limítrofes, acusándolos
de haber dejado puntos de discordia al mantener ocupados secciones
y oasis reconocidos por Francia como parte de Marruecos, desde la
independencia de éste (1956) hasta la emancipación
de Argelia, seis años después. Los incidentes del
26 de septiembre y del 8 de octubre de 1963 se gestaban en una realidad
inevitable. (23)
El teatro de operaciones establecido a raíz
de los incidentes fronterizos del otoño de 1963 se extendía
a lo largo de unos 850 kilómetros desde los bordes marroquíes-hispanosaharianos
hasta el saliente de Figuig, pero no fue escenario de combates o
incursiones en su totalidad, identificándose, en lo fundamental,
dos áreas de enfrentamientos entre el 8 de octubre y el 4
de noviembre:
a- la comarca que se extendía entre Colomb-Bechar
y el mencionado saliente de Figuig- Ich, contaba con no más
de un centenar de kilómetros de este a oeste y menos de la
mitad de profundidad. Este distrito estaba relativamente bien conectado
con Sidi-bel-Abbes, antigua base militar de primera importancia,
así como con el puerto de Oran, ruta por la que avanzarían
los blindados y tropas cubanas y egipcias a finales de octubre.
Esto significaba que este frente de Figuig se hallaba a unos 400-470
kilómetros por carretera de las principales bases militares
de Argelia occidental, en que para los marroquíes, tomando
en cuenta que algunas de sus fuerzas fronterizas quedaban situadas
en Oujda, debían recorrer unos 300 kilómetros de norte
a sur por las pistas paralelas a la frontera común, pero
tropas de reserva, apostadas al interior, como por ejemplo, en Fes,
debían recorrer unos 600 por difíciles rutas terrestres
hasta llegar a la zona de Figuit y enfrentar a los argelinos. Colomb-Bechar
era uno de los pocos puntos industrializados del país argelino,
con importantes explotaciones de carbón y hierro, además,
era sede de un centro de experimentación de misiles dirigidos
del ejército francés, donde en virtud de los acuerdos
de Evian aún estaban acantonadas tropas francesas en el momento
de la crisis.
b- La frontera desértica del Wadi Dra,
orlada por los grupos de oasis del Hamada du Dra, que se extiende
desde Tinduf hasta Zegdou, a lo largo de unos 300 kilómetros
de oeste a este y entre 60 y 100 kilómetros de profundidad,
a partir del curso intermitente que nomina la región hasta
la larga carretera sahariana que une Colomb-Bechar con la remota
Tinduf. Ésta región dió comienzo a las disputas
fronterizas desde el verano de 1962, y será el escenario
de los primeros y duros combates por los oasis y las carreteras
a lo largo del otoño del siguiente. El motivo de la disputa
serán los oasis del Hamada, que se agrupan en cuatro unidades
fundamentales; los primeros, aquellos centrados alrededor de Tinnjoub,
Hassi Beida, Hassi Talha, siguiendo siempre la larga carretera que
desde Tagournite, al norte del Dra y en territorio aceptado como
marroquí, penetra el desierto montañoso hasta Tinfouchy,
al sur de la carretera sahariana a Colomb-Bechar, unos 100 kilómetros
al interior del suelo reclamado como argelino en 1963. Éstos
serán los principales frentes de combates desde el 8 de octubre,
y donde Marruecos hizo profundos avances a lo largo de la lucha,
estando en control de ellos y su ruta al acordarse el cese al fuego.
c- Otro conjunto de oasis, al sur del Dra, entre los primeros y
la ruta sahariana principal, comprendía los de Abu Akba,
Hassi el Biar, Tabouda y Smeira, éste último en la
vital ruta sahariana. Menos favorecidos de caminos estaban dentro
de la faja de un centenar de kilómetros de profundidad de
la que Marruecos reclamó en plan bélico durante los
combates.
d- Al oeste, entre las fronteras marroquíes
y del Sahara Español, la pista de Colomb y el segundo conjunto
de oasis, estaban dos poblaciones, Hassi Targannt y Tinduf, casi
rodeada esta última por otro grupo de oasis: Dare el Khaura,
Bou Gharfa, Hassi Makhnez, Sguilma y otros casi hasta el difuso
borde mauritano. Tinduf era el eslabón clave para los argelinos
en la región más apartada de su fronteriza provincia
occidental (Ain Sefra) y conectaba por el este con la ruta transahariana
que llevaba a Colomb-Bechar, Ain Sefra, Saida y eventualmente Oran,
en el Mediterráneo. Por el norte, era una estación
en la ruta marroquí que bajaba desde el puerto atlántico
de Agadir, por Bou Izakam, Foum el Hassam, y Hassi Targannt, éste
último al sur de la frontera indefinida entonces. Tinduf
constituía, además, una etapa obligada en cualquier
futuro interés marroquí en dirección a Mauritania
o el territorio español de Sagui el Hamra, cuya capital distrital,
Semara, era accesible por la pista argelina de Tinduf. No extraña
el hecho que los marroquíes, que como se ha dicho antes,
parecían contar con no escasos partidarios entre los habitantes
descontentos con las nuevas autoridades centrales de Argal, intentaran
la captura de este centro administrativo del desierto, y su asedio
estaba en marcha a mediados del mes de octubre, empleando como eje
de avance la ruta de Hassi Targannt.
Un elemento principalísimo de esta lucha
en el desierto occidental fronterizo será el control de la
larga pista de casi 400 kilómetros entre Tinduf y Tabelbala,
que de ser cortada por Marruecos hubiera significado la pérdida
de las comarcas extremas y abrir paso a un movimiento de flanqueo
contra Colomb-Bechar, desde el suroeste. Los marroquíes,
con su penetración desde Tagournite a Tinfouchy , el control
de los conjuntos de oasis de Hassi Beida y Bou Akba, respectivamente,
así como con su asedio de Tinduf, lograron controlar la ruta
para inicios de noviembre de 1963, desalojando prácticamente
a los argelinos de aquellas comarcas. Para el momento de la puesta
en práctica del armisticio de Bamako, una extensa faja de
300 por 100 kilómetros entre las pistas -paralelas y extremas-
de Hassa Targannt y Tabelbala y delimitada al sur por la ruta transahariana,
estaba bajo poder de los soldados de Hassan II. (24)
Operación Dignidad y una lucha en el desierto.
En un despacho reservado (25)
destinado a una unidad de tropas entonces acantonada en un campamento
militar en las proximidades de la población de San José
de las Lajas, al sur de La Habana, el ministro de defensa cubano
sentaba los propósitos y normas disciplinarias que debían
observar las fuerzas regulares que se enviarían a ultramar,
es decir Argelia, en el primer ejercicio de proyección de
su poder militar convencional que el gobierno revolucionario cubano
ponía en ejecución. Como expresión de intenciones
y las advertencias que se hacen a la debutante tropa “internacionalista”,
este documento, recientemente desclasificado, sugiere lo suficiente.
Consiste en una serie de especificaciones para
los miembros de la jefatura del cuerpo expedicionario cubano o,
de acuerdo con el léxico oficial, del Comité Militar
del Grupo Especial de Instrucción. Lo que más llama
la atención de este escrito es la constante y reiterada preocupación
por el mantenimiento de la disciplina de la tropa y la conducta
de los comandantes a cargo. Parece ser que el ministro de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias (FAR) estaba tan preocupado por la conducta
y actitud de sus subordinados en campaña tanto como con la
recepción de los argelinos o el posible enfrentamiento con
los marroquíes, aunque en el escrito deja claro que la principal
misión del grupo es la de instruir a sus aliados en las artes
tácticas y mecánicas de la guerra convencional revolucionaria.
Aunque no descarta otras probables ocupaciones de la fuerza, pues,
empleando uno de los monótonos pero efectivos estribillos
castristas, la tropa debía estar lista para instruir y combatir,
combatir e instruir. Todo parece apuntar a que este documento se
emitió la víspera de la salida de la plana mayor de
la fuerza expedicionaria -probablemente por la vía aérea
desde La Habana a Praga, y de ahí a Argel- puesto que ya
para entonces el grueso del contingente de soldados regulares, blindados
y otro material, había zarpado de puerto, al menos, diez
días antes con destino a Oran.
El ministro Raúl Castro establecía
que el susodicho consejo militar debía mantenerse reunido
con periodicidad para aplicar las instrucciones del mando en La
Habana para el cumplimiento de la misión en Argelia, así
como para que estudiaran y solucionaran las inevitables situaciones
que se presentarían en su punto de destino. Ratificando que
el comandante Ameijeiras contaba con poderes de decisión
y responsabilidad en las ejecutorias, se admitía que el cuerpo
de oficiales profesionales y políticos hicieran sus recomendaciones,
siempre dentro de lo instruido por el mando. En sus observaciones,
el ministro parece tener en mente tres asuntos que le inquietan:
primero, la disciplina de la tropa y el grado de autoridad moral
de los oficiales; segundo, las relaciones de los expedicionarios
con los argelinos, militares y población; tercero, la cuestión
de la remisión de datos de inteligencia para empleo de la
jefatura suprema en la isla.
El primero de los asuntos es una constante y eso
puede servirnos como elemento para considerar que en medio de una
atmósfera de voluntarismo político, autosuficiencia
generacional, falso concepto de la superioridad profesional del
“guerrillerismo” castrista y la naturaleza misma de
las personalidades y preparación disímiles de la oficialidad
militar cubana de entonces, la idea misma de la disciplina castrense
tradicional y la conducta de los oficiales en sociedad y campaña
eran bastante problemáticas para el funcionamiento de la
institución FAR. Y la misma baja calidad de mucha de la tropa
que el estado revolucionario reclutaba en virtud de la conscripción
obligatoria iniciada por esa fecha, forzaba a ministro de defensa
a ser harto repetitivo en este sentido, aun con sus oficiales en
vísperas de tomar su avión para Argel. Por ello el
Castro-menor plasmaba su insistencia: “… en todo momento
entre nuestros compañeros, en la autodisciplina consciente
de cada uno, de abajo hacia arriba, unida a la disciplina severa
de arriba hacia abajo, cuando sea necesaria”. Mas adelante
recordaba que la plana mayor estaba obligada a demostrar los preceptos
morales y de conducta en sus personas para edificación de
la tropa y estricto cumplimiento de las instrucciones de la revolución.
Y volvía al tema de la conducta de los oficiales al emitir
la admonición siguiente: “El Consejo Militar debe preocuparse
de que predomine entre todos, el más alto respeto y consideración,
manteniendo en su más elevada expresión las relaciones
fraternales entre todos los compañeros”. En el despacho,
con mayúsculas, se apelaba a que los oficiales debían
conservar el espíritu de responsabilidad en todos los momentos
y demostrar a la tropa y los argelinos que los oficiales revolucionarios
castristas eran capaces de conducirse de modo austero. (26)
Es probable que los comandantes y comisarios que
dirigían la expedición fuesen ilustrados por los expertos
de la inteligencia militar y del ministerio de exteriores acerca
de la naturaleza y desarrollo del distante conflicto donde debían
hacer acto de presencia. También es posible que se les informara
acerca de las costumbres propias de una sociedad tradicionalista
e islámica en su entraña misma, a pesar de las declaraciones
de orientación socialista y revolucionarias, transformaciones
que prodigaban los órganos de propaganda argelinos y cubanos.
En la instrucción del ministro, sin la explícita alusión
a las razones culturales y religiosas que lo imponían, se
volvía a enfatizar de última hora que los oficiales
y la tropa cubanos bajo ningún concepto debían hacer
uso de bebidas intoxicantes una vez en Argelia, dentro o fuera de
sus acantonamientos. Lo que para un ejército revolucionario
que “carecía” de lacras propias de cuerpos burgueses
o neocoloniales no deja de ser un recordatorio revelador cuando
viene del ministro de defensa. Como también, con especial
energía, Castro-menor prohíbe absolutamente “…
todo tipo de relaciones íntimas, de ninguna clase, con mujeres”.
Que se recordara este tópico a la plana mayor como un asunto
de primera importancia para mantener buenas relaciones con sus aliados,
no deja de ser interesante, visto el patrón propagandístico
que La Habana vendía al mundo en 1963, acerca del soldado
revolucionario impoluto en conciencia y convicciones. Y resulta
que Raúl Castro no sólo lo aducía para la tropa,
sino advertía para los oficiales que no se propasasen en
un país donde el punto del honor familiar era mucho mas poderoso
que la gratitud para con los hermanos internacionalistas. El ministro
revolucionario ordenaba a sus comandantes controlar conductas de
la tropa que recuerdan al investigador cualquier análoga
instrucción que pudo, en su día, emitir un general
de infantería suiza antes de entrar en la Lombardía
del siglo XVI o algún oficial de alta graduación de
la Unión durante la ocupación de los estados confederados
de Sur, en 1864-1865. A despecho de la desinformación, los
ejércitos revolucionarios e internacionalistas tampoco lograban
rebasar el lado oscuro del legionario latino. (27)
Por otro lado, en materia de disciplina se recordaba
a los oficiales vigilar que la tropa fuera cuidadosa con el armamento
y los vehículos a su disposición, cuidando de no averiar
por negligencia el equipo militar y de transporte traído
de Cuba y también con ello abstenerse de incidentes desagradables
con las autoridades locales. El confinar severamente a la tropa
en sus campamentos de instrucción en tanto se decidía
su empleo en el frente u otras posibles misiones, respondía
a las preocupaciones que existían en La Habana de un posible
ataque de grupos de oposición argelinos o de agentes marroquíes
o de otro origen contra sus tropas en Argelia. O que alguna desafortunada
conducta de los cubanos en las comunidades vecinas desatara incidentes
que pudieran poner en peligro la “agrupación internacionalista”
y obligarla a emplear sus armas, con el consiguiente embarazo de
los gobiernos de Ben Bella y Castro. Es significativo que entre
las preocupaciones del ministro de las FAR estaba el que sus fuerzas
fueran objeto de “provocaciones” por parte de “contrarrevolucionarios”
argelinos con el consecuente costo humano, político y propagandístico,
que Marruecos explotaría a fondo, de revelarse. En esa cuerda
aconsejaba la actitud más cordial con los mandos y fuerzas
armadas argelinas, limitándose a la enseñanza de tácticas,
de uso de materiales, evitando choques culturales que pudieran generarse
entre los reservados exguerrilleros del FLN y los por lo general
extrovertidos militares cubanos: “…nunca tratar de presentarnos
como expertos en la materia”. Advertía dejar de lado
las militancias teóricas que eran bastante comunes en las
unidades militares de la isla que podían ser contraproducentes
políticamente en suelo norafricano: “No hacer alardes
de nuestra Revolución, ni de nuestra ideología…”.
Los comandantes, a sus tanques y aviones, parecía decirles
el ministro, que ya correspondería a los teóricos
del partido cubano trasmitir las revelaciones marxistas-leninistas
a sus aliados político-militares argelinos, una vez la crisis
fronteriza se superara y la revolución argelina siguiese
el modelo cubano. (28)
Acápite aparte merece el tópico de
la obtención de datos de interés acerca del país
y sus características, así como del teatro de operaciones
que pudieran ser remitidos a La Habana para su análisis.
Parece que con el grupo expedicionario marcharon equipos fílmicos
militares y civiles, sentando un patrón que luego emplearían
las FAR en la región meridional africana durante la década
siguiente. Expresaba el ministro: “Todos los documentales
filmados, tanto los del I CAIC (28B)
como los de los camarógrafos militares, deben ser recogidos
por el embajador nuestro y remitírmelo a mí por la
valija diplomática y con todas las medidas de seguridad necesarias
a la mayor rapidez posible”. ¿Por qué esa discreción
y premura del ministro? ¿Por qué el secretismo con
respecto a esos filmes? Es obvio que esas imágenes se enviaban
a La Habana sin conocimiento de los amigos de Argel, empleando los
correos diplomáticos. ¿Esperaban emplearlos para dirigir
operaciones desde un puesto de mando allende el Atlántico,
o acaso reconocer el terreno con vistas a una ampliación
de la participación militar castrista de perder Argelia parte
de sus territorios fronterizos? Queda pendiente la interrogante
en tanto otros fondos de archivos cubanos o foráneos estén
disponibles. En todo caso, este episodio argelino anuncia futuras
tendencias de adquisición de información primaria,
pues en 1972 las FAR consideraban el enviar equipos fílmicos
encubiertos para reconocer, documentar, los territorios de Angola
y Mozambique donde operaban sus aliados marxistas.
Otro interesante asunto que devela esta comunicación
ministerial es aquel relativo a los canales de información
del grupo expedicionario con el gobierno cubano. Raúl Castro
era categórico en advertir al embajador en Argel, funcionario
teóricamente perteneciente a otro ramo gubernamental, en
este caso civil, que “… debe informarnos solamente a
este Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, todo lo
relativo a nuestro Grupo Especial de Instrucción, por vía
de Piñero o por la que estime pertinente…”. El
ministro se reservaría la tarea de dar cuenta a la cancillería
revolucionaria de aquellos asuntos que a su titular interesasen
por razón de sus competencias. Aunque a los ojos de sus subordinados
resalta que el ministro de exteriores, el histriónico Raúl
Roa, cuenta con su confianza, trasluce la posibilidad de filtraciones
de información en el equipo de trabajo del canciller castrista,
pues no oculta su preocupación pues “… es cierto
que ignoro por cuántas manos de Relaciones Exteriores pasan
los informes que por allí se reciben.(…)”. Por
ello la vía del diplomático cubano en Argel debe ser
la valija destinada a la inteligencia militar castrista, al comandante
Barbarroja y no al superior jerárquico del embajador. Este
último no queda bien parado a ojos del segundo jerarca revolucionario
al recordar a los jefes de la expedición argelina una indiscreción
anterior del representante cubano ante Ben Bella: “(…)
En uno de los últimos informes de Serguera a Roa, hablaba
de la ‘ayuda’ de los ‘carros’ que les mandaríamos,
etc. Está mal hecho; no debe repetirse” (29).
La indiscreción del diplomático es probable que hubiese
alertado a los agentes occidentales acerca de la probable promesa
de envío de unidades regulares cubanas, entre ellas blindados,
al régimen argelino, visto el deterioro del estado de cosas
en la frontera occidental argelina desde marzo, a raíz de
la visita de una representación de alto nivel de funcionarios
y militares castristas a Argel, en agosto de 1963, encabezada por
Guevara.
Las fuentes disponibles dejan claro que el grupo
expedicionario cubano estaba listo en sus acuartelamientos del sur
de La Habana al día siguiente de comenzar los combates por
el oasis de Hassi Beida, y que el grueso de la tropa y el material
zarpó en tres transportes mercantes, presumiblemente desde
el puerto de La Habana a partir del 10 de octubre, en tanto que
la plana mayor, de acuerdo con el documento antes comentado, estaba
en vísperas de salir, por vía aérea y escala
en Europa, unos once días más tarde. Como los contingentes
transportados por vía marítima llegaron a Orán
el 21 y 28 de octubre respectivamente, es bastante probable suponer
que el gobierno cubano había decidido actuar desde antes
de la escalada del 8 de octubre en la frontera marroco-argelina.
Y que los planes, el ofrecimiento de Castro o la solicitud de Ben
Bella, o ambas, en definitiva, ya estaban concebidos en septiembre
de ese año, por lo menos. Y las fuerzas seleccionadas, los
medios técnicos, el armamento y el equipo listos con antelación
a su embarque. Es probable que el “grupo especial de instrucción”
estuviera organizado mucho antes que los combates que desataron
el breve conflicto del otoño de 1963 y la formal intervención
de Cuba, que a diferencia de Egipto, debía salvar alrededor
de 5,000 millas náuticas del Atlántico, hasta tocar
en su destino. Lo que como en otros casos de “internacionalismo”
africano del castrismo, la cuidadosa premeditación revela
mucho más las intenciones del paso que las justificadas hechuras
de la posterior propaganda circulada para explicar semejantes ejercicios
de potencia ultramarina. Como los archivos cubanos acerca de Argelia
deberán esperar por la liberalización futura del país
y una concepción profesional menos ideologizada de la historia
contemporánea del régimen totalitario, éste
aspecto de la premeditación de la intervención argelina
de 1963 está por develar más de una arista. Al parecer,
tampoco los potenciales depósitos documentales de Argel han
sido escudriñados o están disponibles hasta donde
sabemos y a la fecha de escribir este estudio.
Existe, dentro de los autores que han estudiado
o mencionado éste episodio de la proyección de poder
castrista en África, una apreciable disparidad de datos en
lo que al número de tropas y armamento remitidos al frente
argelino, tanto como al hecho de la participación o no de
las unidades expedicionarias cubanas en el segmento final de la
lucha contra los marroquíes, al lado de los argelinos y egipcios.
En este caso último, la misma fecha de llegada del grueso
de las fuerzas blindadas cubanas parece haber condicionado su dislocación
y empleo en determinado momento y sector del teatro de operaciones.
Veamos las opiniones vertidas y de dónde proceden sus referencias.
De acuerdo con uno de los más informados
estudiosos de la política africana del castrismo, las fuerzas
cubanas estaban listas desde antes de la agudización del
conflicto en la frontera del departamento de Ain Sefra. Cierto es
que La Habana había hecho patente su voluntad de asistir
militarmente a los líderes argelinos para consolidar su situación
interna y proteger sus bordes, ya en ocasión de la visita
de la delegación militar que llegó a Argel en agosto
de 1963, y es posible que aquí se coordinase el envío
de la agrupación de instructores militares -el denominado
GE en la papelería oficial I-, que se concentraría
luego en una base al sur de la capital cubana. Además, se
conoce que la plana mayor político-militar del contingente
expedicionario visitó a Nasser en El Cairo para informarse,
conversar y quizás coordinar los esfuerzos de ambos aliados
de Argelia en el campo militar, justo en el mismo mes de la llegada
de las fuerzas cubanas a Orán. Es muy posible que diplomáticos
castristas hubiesen establecido contactos con los gobiernos de Siria
e Iraq, que apoyaban al régimen argelino en su disputa con
los marroquíes, e informado a éstos de sus posibles
acciones, aunque de esto no tenemos prueba documental. Ignoramos
también si el gobierno y cancillería cubanos trataron
de contactar a la Organización de Unidad Africana (OUA) o
a la Liga Árabe sobre su participación en Argelia,
si bien es muy posible que Nasser y Ben Bella de ello se encargaran.
Diplomáticamente sí es sabido que la entrada de las
tropas cubanas en el conflicto argelo-marroquí, aunque pueda
ser discutible su influencia táctica en los acontecimientos,
llevó a la ruptura de relaciones entre Rabat y La Habana,
así como la retirada del representante marroquí en
El Cairo. Cuba, además, perdería un convenio azucarero
con Marruecos y que precisaba para su maltrecha economía.
Se perfilaba el patrón castrista de sacrificar los intereses
domésticos al protagonismo internacional, africano en este
caso.
Al parecer, el dispositivo castrista se organizó
y envió en tres niveles o etapas:
(a) el grupo de asesores militares que debían
entrenar las fuerzas regulares y organizar milicias populares en
Argelia, según lo acordado entre Guevara y Ben Bella, dos
meses antes. Éstos, organizados en un grupo de cerca de 350
hombres, estaban listos para actuar en la primera semana de octubre
de 1963 y serían enviados por mar en dos buques mercantes
con armamento ligero, artillería de diverso tipo y otros
suministros, llegando a Oran el 21 de octubre;
(b) otro contingente regular, en un mercante,
pocos días después del primero, transportando en sus
bodegas unos 200 efectivos, el grueso de las fuerzas blindadas y
varios aviones de combate, este grupo arribó al mismo puerto
en 28 de octubre;
(c) la plana mayor y otros efectivos en número
de hasta 170 hombres que se enviaron a fines de octubre por vía
aérea empleando vuelos regulares de Cubana de Aviación
destinados a Argel, con escala en Praga, probablemente para evitar
detecciones por parte de los servicios de espionaje de las potencias
adversarias. Si revisamos las opiniones de la historiografía,
algunos de estos aspectos son presentados con criterios discrepantes.
Para Benemelis, el contingente cubano concentrado
en San José de las Lajas entre el 8 y el 9 de octubre de
1963 fue embarcado en La Habana en tres buques mercantes y tras
el cruce del Atlántico efectuó su desembarco en Orán
entre el 21 y el 28 de octubre. Según sus fuentes el dispositivo
era impresionante para la escala de los participantes: unos 2.200
soldados regulares más cerca de 1.000 tropas de apoyo logístico
y tripulaciones de buques. Los primeros los sitúa organizados
en tres batallones motomecanizados, bien dotados de armamento de
infantería y vehículos de transporte. El mismo autor
señala que la unidad de blindados destacada en Argelia correspondía
a una brigada acorazada con carros pesados de factura soviética,
del tipo T-55. También un número no especificado de
piezas de artillería y varios Mig-17 con sus respectivos
pilotos y personal de apoyo. El comandante supremo, Ameijeiras,
estaba asesorado por un general soviético. Esto último
que no deja de ser interesante, pues implica que esta presencia
cubana fue coordinada y aprobada con anterioridad por los soviéticos
en contacto con sus clientes de La Habana, El Cairo y Argel. Moscú
parece haber autorizado el empleo de material de guerra de fabricación
suya a las unidades egipcias destinadas a Argelia, y no es improbable
algo parecido en el caso de Cuba. (30)
Detalle que se corresponde muy bien con ciertas
interesantes revelaciones procedentes de fuentes de la cancillería
española, estudiadas por el investigador Manuel de Paz. Aparentemente
ya en la primavera de 1961, el gobierno castrista estaba involucrado
en los asuntos del norte de África, al patrocinar en La Habana
un llamado "comité de representantes" del gobierno
revolucionario cubano y republicanos marxistas de extrema izquierda
para derrocar a los regímenes de Portugal y España
operando en territorio peninsular y africano. Con el concurso de
la embajada soviética en Rabat, iniciaron la infiltración
de agentes cubanos y españoles en suelo de Marruecos, con
la finalidad de aumentar la influencia comunista en el país
norafricano, por estar ventajosamente situado a la entrada del Mediterráneo
y constituir una estupenda base para operaciones encubiertas contra
los gobiernos de Lisboa, Madrid y la administración francesa
en Argelia. Algo que parecieron percibir bastante pronto los servicios
secretos de Franco y De Gaulle, el primero al ordenar poner en estado
de alerta sus guarniciones en las Canarias, Ifni y la Guinea Española;
el segundo, denunciando la colusión de Cuba castrista con
el Marruecos monárquico para remitir cargamentos de armas
desde La Habana a Casablanca, con destino a santuarios alauitas
de la guerrilla argelina. Semejantes intenciones parecen ser parte
de un ambicioso proyecto de extender un foco guerrillero, análogo
al que el FLN argelino mantenía en la vecina posesión
francesa, en suelo de España, Portugal y eventualmente las
provincias ultramarinas ibéricas en el continente negro,
muy en particular Angola. La insurrección nacionalista urbana
de febrero de 1961 en Luanda, puede haber estado conectada, de algún
modo, con las intenciones de esta red de izquierdistas hispano-lusos
y sus aliados castristas y moscovitas. Los fracasos de la intentona
de secuestro político del trasatlántico portugués
Santa María, del pronunciamiento en Luanda y el abrupto cambio
de táctica política del partido comunista de España,
tras su reunión en Praga, en 1962, significaron el abandono
de estos algo truculentos intentos castristas de subvertir la Europa
peninsular y el norte de África por igual. Pero al menos
un componente del proyecto, el hispano- soviético Francisco
Ciutat de Miguel, coronel soviético, artífice de la
organización de las fuerzas armadas castristas y principal
asesor militar soviético en Cuba desde 1960, tendría
su experiencia africana, al embarcar con las tropas y asesores castristas
enviados a Argelia, probablemente como una suerte de profesional
superintendente del estado mayor enviado desde La Habana. (30B)
En Fermoselle, la apreciación del contingente
expedicionario es disímil. En su estudio sobre las fuerzas
armadas cubanas (FAR), apunta que contaba con 400 soldados regulares
dotados de artillería y con una fuerza de 40 tanques T-34
de hechura soviética. De esta obra podemos también
precisar la composición de plantilla de las unidades desembarcadas
en Orán. Durante los años ’60, las fuerzas armadas
cubanas organizaban cada batallón motomecanizado, o de infantería
mecanizada, como los enviados al frente argelino según el
siguiente modelo: 450 soldados en tres compañías mecanizadas,
cada una de 101 oficiales, clases y soldados equipados con rifles
de asalto, morteros de 82 y 120mm, lanzagranadas RPG-7, cañones
antitanques ligeros, mas una treintena de transportadores de personal,
camiones y otros vehículos. Por otro lado, este mismo investigador
nos informa acerca de la composición de la brigada blindada
(luego denominada como regimiento acorazado de tanques) al estilo
de la que se destacaría en el norte africano por las FAR:
esta poderosa unidad podía contar con una plantilla de 720
a 840 oficiales, clases y soldados, organizados en tres batallones
de tanques, mas una serie de compañías de transporte,
exploración, servicio y abastecimiento, comunicaciones, mas
dos baterías antiaéreas y pelotones médico
y defensa química. La brigada blindada promedio contaba con
una fuerza de entre 63 y 100 tanques medios y cañones autopropulsados,
tres tanques ligeros PT-76 y una decena de cañones antiaéreos
-remolcados o autopropulsados según el caso- o en su defecto,
baterías de misiles tierra-aire. Esta fuerza, para actuar
con autonomía en el teatro de operaciones, contaba con transportes
blindados de personal, de exploración, vehículos barreminas
y de pontones, mas el usual surtido de camiones, jeeps y otros similares.
Según la fuente que citamos, cuando estalló abiertamente
la guerra argelo-marroquí en los oasis de la frontera occidental,
el mercante cubano “Aracelio Iglesias” con tanques T-34
en su sentina y asesores y técnicos militares en cubierta,
ya estaba en ruta a los puertos argelinos. (31)
El despliegue militar cubano en Argelia es analizado
con datos diferentes por dos estudiosos de la historia contemporánea
de ese estado africano y por un cronista del “internacionalismo”
castrista en suelo africano. Para Ottaway y Ottaway, el contingente
militar llegado en octubre de 1963 fue transportado por vía
marítima en tres mercantes de la flota civil cubana, estando
constituida por un cargamento de 40 tanques T-34 de factura soviética,
camiones y 800 toneladas de armamento de infantería y municiones,
así como piezas de artillería en número no
determinado. Las bodegas de estos navíos de carga también
llevaban embalados cuatro cazas de combate Mig, con su personal
para montarlos una vez llegaran a sus bases africanas (32).
C. Cardona, en un reciente artículo basado en los documentos
desclasificados del Departamento de Estado de los Estados Unidos,
de acuerdo con el Freedom Information Act., plantea que la fuerza
expedicionaria cubana conocida como “grupo especial de instrucción”
se organizó en los antes mencionados campamentos habaneros
con una plantilla original de 350 hombres. Tropa embarcada el 10
de octubre de 1963 en los buques “Aracelio Iglesias”
y “Andrés González Lines”, como primer
refuerzo remitido a Ben Bella. Además, los documentos del
departamento de estado americano dejan saber la categoría
de las unidades blindadas: un batallón de 22 tanques medios
T-34. También el monto y calibre de la artillería,
que por lo general no se especifica en otras fuentes consultadas;
un grupo de artillería con 18 cañones de 122 mm y
18 morteros de 120mm; un grupo antiaéreo con 18 piezas, así
como una batería antitanque de 57 mm. Estas tropas y pertrechos
del primer grupo enviado a Oran por vía marítima fueron
seguidos de un tercer buque y tropas hasta sumar 516 hombres desembarcados
en puertos argelinos y de otros 170 llevados por vía aérea
hasta Argel. Las mismas fuentes informan que, tras una estancia
breve en Oran, las unidades y medios cubanos fueron situados en
el inhóspito y alejado campamento militar de Bedeau, antigua
estación de acuartelamiento de la legión extranjera
francesa. (33)
Autores que episódicamente mencionan el
incidente argelino de la Cuba revolucionaria reproducen las discrepancias
que existen sobre la entrada de los legionarios del comandante en
suelo sahariano. Agudo y bien documentado en su libro sobre las
actividades castristas en el África subsahariana, Carlos
Moore hace alguna observación acerca de este prístino
episodio intervencionista, coincidiendo con anteriores referencias
en el monto total de las tropas de combate y apoyo desembarcadas
en Argelia bajo las órdenes de Ameijeiras, Serguera y Ordoqui:
menciona unos 2.000 soldados regulares apoyados por 40 tanques de
combate T-34 y 4 cazas Mig a reacción. Además, el
cuerpo africano contaba con dotaciones de artillería de campaña,
camiones de transporte y llevaba a sus colegas regulares y milicias
argelinas poco menos de un millar de toneladas de armamentos y municiones
procedentes de los arsenales cubanos (34).
Para este autor, el envío de semejante fuerza desde Cuba
al norte de África constituía un esfuerzo logístico
apreciable y sentaba las bases de una notable proyección
de poder en asuntos ultramarinos. Otro estudioso de la política
de Castro en África negra y que favorece las tesis ideológicas
que justifican las intervenciones del régimen cubano en aquellas
tierras, admite la rápida disponibilidad de La Habana para
auxiliar a sus aliados argelinos durante la crisis que supone originada
por una amenaza de Marruecos contra la joven revolución,
refiriendo que la “fuerza especial” cubana contaba con
686 hombres, sin mencionar cifra alguna de los materiales bélicos
remitidos entonces ni las circunstancias de su empleo. Aunque soslaya
el armamento que los castristas transportaron allende el Atlántico,
sí se detiene a demostrar la “fibra de generosidad
internacionalista” del régimen cubano al renunciar
a un importante ingreso en moneda dura, producto de negociaciones
comerciales con Rabat a cambio de “prodigar solidaridad tercermundista”,
justo cuando el embargo americano trataba de “asfixiar la
economía cubana”. Este autor cuya insistencia en la
perspectiva histórica de la guerra fría en África
desde la contumacia de la izquierda marxista académica, trata
de disimular sus simpatías por el intervencionismo castrista
y el desdén por sus opositores locales, ha sido objeto de
una interesante crítica en tiempos recientes (35).
En similar cuerda, Nelson P. Valdés reprodujo la perspectiva
de la historia oficial castrista sobre sus aventuras expansionistas
allende el Atlántico, bastante generalizada en los círculos
académicos liberales americanos, asociando la intervención
en la frontera argelina a la remisión de importantes comitivas
militares a Argel en septiembre y octubre de 1963 que coinciden
con la insurrección de los bereberes de la Kabilia y los
choques fronterizos con Marruecos, así como con la proclamación
de un estado de movilización general y asunción de
poderes dictatoriales provisionales por Ahmed Ben Bella en la segunda
mitad de octubre. Según el mismo estudioso, las tropas cubanas,
transportadas aceleradamente en tres mercantes, mas una cuarentena
de blindados T-34, cuatro reactores MiG, camiones de transporte,
artillería de campo y algunos centenares de toneladas de
armamento ligero y municiones, constituyeron el primer despliegue
exterior de las fuerzas armadas castristas. Pero afirma que, según
las fuentes disponibles, "…las tropas cubanas no participaron
en la lucha desde que se alcanzó un armisticio a una semana
de su llegada". De todos modos, subraya que la presencia de
estos contingentes facilitó la conversión de Argelia
en un centro de coordinación política y militar desde
el cual Cuba podía actuar cómodamente a favor de los
grupos nacionalistas marxistas del continente africano. En semejante
causa ambos regímenes eran estrechos colaboradores. (35B)
Cierto investigador de las actuaciones internacionales
del régimen cubano después de 1959, al calificar la
expedición norafricana como la primera presencia de tropas
de combate de Castro en África, menciona que en la ocasión
se enviaron blindados y armamentos pesados modernos, en su mayoría
de fabricación y remisión soviéticas, pero
al carecer los militares argelinos de la preparación necesaria
para operarlos, La Habana "...decidió destacar elementos
de sus fuerzas regulares, incluido un batallón blindado que
arribó (a Argelia) en 28 de octubre de 1963". A juicio
de éste mismo, si bien este destacamento ya estaba listo
para actuar en unas cuarenta y ocho horas, permaneció acantonado
en sus posiciones debido al curso de las negociaciones que se celebraban
en Mali, entre argelinos y marroquíes (36).
De este texto se deriva que, en principio, Castro, tras las conversaciones
del verano de 1963, decidió enviar primero sólo una
fuerza de asesores y técnicos versados en la operación
de los medios técnicos que Argelia había recibido
de la Unión Soviética y Cuba, idea alterada desde
septiembre del mismo ante el agravamiento de la situación
fronteriza y los descalabros de las tropas argelinas: se inclina
entonces por la intervención directa, "por simpatía"
con Ben Bella, como atestiguan las numerosas reuniones bilaterales
en La Habana, Argel y El Cairo.
Otro estudio acerca de la proyección exterior
del gobierno revolucionario cubano en la década del Sesenta,
aunque muy documentado en los episodios latinoamericanos, apenas
toca las intervenciones africanas: aun así, el tópico
argelino es mencionado con algunos interesantes datos acerca de
los despliegues logísticos que La Habana desarrolló
entonces para situar ingentes cargamentos de pertrechos y tropas
regulares en la distante comarca del norte de África. Desplazamientos
que, con medios de transportación limitados y siempre procedentes
del ramo civil, cumplieron con el riesgoso cometido de proyectar
el poder militar allende los límites naturales del régimen.
Según el texto en cuestión, la empresa Cubana de Aviación
fue puesta en función del envío apresurado de militares
cubanos entre el 13 y el 18 de octubre de 1963, que en número
de 150 efectivos salieron de la terminal aérea de La Habana
en dos aparatos Bristol-Britannia. Este discreto puente aéreo
con Argel se mantuvo durante la crisis de octubre y noviembre, extendiéndose
al siguiente año, ocasión en que, según algunas
fuentes cubanas del exilio, dos centenares de hombres de civil fueron
despedidos en el propio aeropuerto por el ministro Raúl Castro
con destino a Argelia, aunque su ulterior destino era desconocido.
Es posible que, dado el compromiso de Castro y Ben Bella con los
insurgentes lumumbistas en el Congo Leopoldville, en plena ofensiva
por entonces, algunos de estos "internacionalistas" viajaran
a Argelia en plan de escala. (37)
Dentro de este montaje logístico con medios
propios, en que buena copia de la exportación de la revolución
castrista al África se basó hasta enero de 1976, el
transporte de importantes cargamentos de armas y la remisión
de unidades regulares de tanques, artillería y servicios
de combate no podía confiarse a una línea aérea
de pasajeros y carga civiles, por lo que la marina mercante de Cuba
constituyó un importante eslabón en la operación
norafricana. Aunque según la fuente consultada parecen haberse
dado ciertos viajes entre puertos cubanos y argelinos desde enero
y febrero de 1963, éstos no parecen, comparando los diversos
criterios expuestos en las fuentes consultadas para este estudio,
haber estado transportando la cantidad de hombres y material que
se le atribuía en aquel momento de las relaciones bilaterales.
Recuérdese que, como se ha dicho antes, las conversaciones
entre oficiales cubanos y argelinos para conformar el futuro destacamento
de asesores militares se produjeron a lo largo de la primavera y
el verano australes de 1963. Y las primeras tropas, hasta donde
hoy se puede estimar, salieron de La Habana en octubre. En todo
caso, ya en ese mes el mercante "Aracelio Iglesias" recorría
el Atlántico con su carga de armamentos y municiones con
destino a Oran y Argel, en tanto que poco después, el "González
Lines" abandonaba la isla con "…aproximadamente
unos 400 soldados cubanos, médicos y enfermeras al mando
del comandante Efigenio Ameijeiras Delgado". De vuelta a La
Habana, este buque fue nuevamente cargado "…con soldados
cubanos, con armas y municiones, sin que se supiera su destino".
Otros mercantes de la flota civil isleña sostuvieron el puente
marítimo con Argelia entre marzo y agosto de 1964, llevando
en sus bodegas más armas, pertrechos y alimentos presumiblemente
destinados a los campos de entrenamiento militar manejados por cubanos
y también para el gobierno de Ben Bella. Es posible que estos
buques llevasen de vuelta por esa misma época a una parte
apreciable de las tropas regulares, los blindados y otro material
de las fuerzas armadas cubanas que se remitieron a fines de octubre
anterior. Cabe también la posibilidad de que algunos cargamentos
de armas soviéticas se reembarcaran en motonaves cubanas
en puertos insulares y reexpedidas a Argelia con destino a los rebeldes
marxistas del Congo Leopoldville. En enero y mayo de 1965, respectivamente,
zarparon de La Habana los mercantes "Sierra Maestra" y
"Aracelio Iglesias" con material militar con destino a
Argelia. El segundo, sin embargo, no culminó su derrota náutica,
pues ante las noticias del golpe de estado militar en Argel y el
derrocamiento de Ben Bella, fue ordenado dar la vuelta. (38)
Los resultados de un ejercicio de proyección
de poder.
Reina desacuerdo en las fuentes consultadas acerca
del desempeño bélico directo del cuerpo expedicionario
cubano en Argelia. En tanto algunos autores como Benemelis afirman
que el contingente, una vez desembarcado y reorganizado en Oran,
se dirigió al sector del frente de Ich y Figig, por iniciativa
unilateral de sus jefes, probablemente obrando según instrucciones
reservadas, movimiento que según nuestro autor fue justificado
política y militarmente ante el presidente Ben Bella por
el embajador cubano y el comisario político de la expedición,
aunque no especifica la naturaleza de sus argumentos. Esta fuerza
de blindados, artillería y tropas cubanas se unió
al contingente de soldados y tanques egipcios, y a las unidades
argelinas concentrados en el sector del frente entre Figig y Colomb-Bechar
a tiempo para participar en la ofensiva argelina coincidente con
las conversaciones para un armisticio que la OUA patrocinaba en
Bamako, Mali, desde el 28 de octubre. Según el mismo libro,
las unidades cubanas participaron en acciones fronterizas alrededor
de los hitos mencionados, donde se causaron pérdidas a los
marroquíes, ejerciéndose así presión
militar durante las negociaciones, hasta dos días después
del cese al fuego acordado por las partes beligerantes, inclusive.
Opinión semejante es compartida por Moore, quien acepta que
las tropas cubanas participaron “…en combates en la
zona de conflicto…”. Dispar apreciación muestran
el resto de las fuentes consultadas que si bien admiten que los
cubanos fueron dislocados en el frente argelo-marroquí a
fines de octubre, nunca entraron en combate, al firmarse el armisticio
auspiciado por varios estados africanos. De hecho, quedaron estacionadas
en un antiguo campamento de la legión extranjera francesa
en Bedeau, pero bajo severas reglas de no confraternizar según
vimos en las instrucciones del 20 de octubre. En todo caso, constituyeron
un significativo disuasivo para posibles penetraciones de los adversarios
de Ben Bella en la frontera y quizás contribuyeron a que
el pobre desempeño argelino no se tradujera en mayor desmoralización.
Igualmente contradictorias son las referencias
a las tropas y medios empleados, en particular los blindados. La
desclasificación de algunos documentos del gobierno norteamericano,
tal como citan Cardona y Gleijeses, permite tener una cifra menos
cercana a los millares que algunos autores han atribuido al contingente
militar cubano en el desierto argelino. Así también
podemos precisar que independientemente del número de efectivos,
se remitieron tropas de infantería motorizada y de una unidad
blindada bien dotada. En el primero de los casos, la mayoría
de los datos nos hacen considerar -y en espera de documentos más
completos-, que Cuba destacó entre 300 y 400 alistados que
conformarían un batallón de infantería mecanizada,
con su armamento de apoyo y vehículos de transporte. Éstas
son las cifras en las que la mayoría de las fuentes consultadas
parecen coincidir, distinguiéndolas del inicial grupo de
asesores. En el segundo, aunque se menciona una “brigada”
de tanques en el caso de Benemelis, otros, como Cardona y Erismann,
asumen el término de “batallón” blindado,
en tanto Moore emplea el algo difuso concepto de “grupo blindado”.
Visto que la mayoría de los autores parece concordar en la
cifra de unos 40 tanques ( T-34, de hechura soviética), exceptuando
dos aproximaciones, una algo superior, otra poco más de la
mitad de los mencionados, podemos permitirnos algunas reflexiones
al respecto (39).
En todo caso el esfuerzo fue importante dadas las limitaciones de
recursos, transportes y la relativa paranoia de una invasión
creída, cultivada (o ambas) entre las fuerzas armadas cubanas
por sus líderes. Cuba situó en Argelia, en un tiempo
razonablemente rápido, sin extravíos y con apenas
detección de las potencias occidentales, el 13.3 % de su
material blindado, el 1.6 % de sus aviones de combate y el 0.7 %
de los miembros de su ejército encuadrados a la fecha.
En primer lugar, de haber sido una brigada acorazada
completa, las fuerzas coincidirían con las cifras más
altas que algunos autores nos dan en sus estudios y no con las que
parecen ofrecer ciertos documentos referidos en otras, que sitúan
el contingente cercano a los 700 hombres, incluidos los asesores
iniciales. Una brigada completa hubiera contado con un número
análogo (o quizás mayor, hasta algo más de
800) de oficiales, clases y soldados, organizados en tres batallones
de tanques, cada uno de ellos entre 50 y 22 carros, amén
de numerosas otras compañías y pelotones de apoyo,
servicio y defensa antiaérea. Lo que situaría el número
de tanques entre 100 y 63 unidades, muy superior a lo que se remitió
a Oran y al frente marroquí en el otoño de 1963. Luego,
parece que los autores que, como Cardona y Erismann, favorecen el
dato de un batallón blindado, se aproximan a lo generalmente
aceptado en los estudios que consultamos. En cualquier caso, una
brigada o batallón blindado de las FAR, organizados al estilo
soviético, constituían una fuerza autónoma
de considerable poder de fuego y capaz de operar bien protegida
y servida por sus propias fuerzas de defensa antiaérea, barreminas,
exploración, logística, mecánica y sanitarias
(40). Recuérdese
que la fuerza expedicionaria cubana poseía el mismo número
de carros de combate que todas las fuerzas armadas reales de Marruecos.
Curiosamente, todos los bandos en disputa en la frontera sahariana
argelina de 1963 poseían tanques T-34 de hechura soviética,
que el complejo militar-industrial de Moscú había
prodigado tanto a Rabat, como a El Cairo y La Habana. La combinación
de una unidad acorazada de esta naturaleza con una fuerza de infantería
mecanizada demostraría su validez en otras expediciones ultramarinas
del gobierno cubano, una década después en apoyo de
Siria y una decena de años más tarde en las primeras
etapas de la intervención a favor de sus aliados marxistas
en Angola.
No deja de ser encomiable el esfuerzo logístico
que el gobierno cubano emprendió entre octubre y noviembre
de 1963 para proyectar su influencia política y militar en
África y sustentar un aliado ideológico en una situación
delicada, sentando un precedente también en el empleo de
los recursos económicos y de los medios de transporte de
la isla, que en vez de destacarse con preferencia a los ramos económicos
y de servicio público, se desviaban, cada vez que el Kommandatur
estimaba conveniente, a materializar ambiciosas proyecciones internacionales
en el Tercer Mundo. En una época en que aún Moscú
no aseguraba logísticamente el juego mesiánico de
la dirigencia insular, los reducidos medios del país se utilizaron
con largueza, en particular la línea aérea Cubana
de Aviación que realizó varios viajes entre el 9,
13, 18 y quizás el 20 o 21 de octubre, transportando a Argel,
vía Praga, jefes, oficiales y una parte (cerca de doscientos)
de los hombres que se destinaban a la operación. A inicios
de 1964, como hemos dicho antes, aviones civiles siguieron remitiendo
varios centenares de viajeros cubanos que no iban a veranear en
las románticas vistas del Mediterráneo norafricano,
precisamente. Por su lado, la Flota Mercante Cubana realizó
varios viajes a Argelia a inicios de 1963, pero en particular fue
fundamental el hecho que al menos tres de sus principales cargueros
se habilitaron como transportes de tropas y pertrechos con destino
a Oran. Además, el flujo de estos buques se mantuvo meses
después del cese al fuego en el desierto argelino, reportándose
varios viajes en redondo entre puertos cubanos y argelinos con el
consiguiente trasiego de pertrechos y hombres, así como la
aparente repatriación de las tropas regulares y el grupo
blindado tres o cuatro meses después de haber llegado a sus
acantonamientos en Bedeau y Sidi Bel Abbes. Esta combinación
de enviar por Cubana de Aviación un grupo selecto de jefes
y tropas al África del Norte, seguidos (o paralelamente en
tránsito) por más tropas, carros de combate, artillería
y municiones a bordo de motonaves mercantes forzadas a toda máquina,
que se ensayó con resultados obvios en el episodio que historiamos,
se replicaría a una escala mayor, una premura casi angustiosa
y unos posibles riesgos en el verano tardío de 1975, cuando
el régimen de La Habana, con la anuencia de Moscú
y la complicidad de los militares marxistas de Lisboa, intervenga
en la guerra civil angolana convirtiéndola en otro escenario
de la confrontación internacional entre occidentales y comunistas.
La lección logística de Argelia, favorecida ahora
por una serie de escalas de tránsito en países amigos
de Cuba, desde Barbados o Guyana hasta Guinea y el Congo Brazzaville,
fue magnificada -dentro de la escala física a que la historia
y la geografía han confinado los desvaríos totalitarios
del castrismo-, en la intervención en Angola, doce años
más tarde.
El conflicto fronterizo concluyó con las
conversaciones en la cumbre de Bamako, entre Argelia y Marruecos,
a instancias de la OUA y por la efectiva mediación de los
gobiernos etiope y maliense. Efectivo el 4 de noviembre, el cese
al fuego no logró despejar las suspicacias que, entre los
beligerantes vecinos, despertaba el proceso de implementación
de una zona desmilitarizada permanente, así como las presencias
militares foráneas en la región. Aunque parece que
el grueso de las fuerzas regulares abandonaron el suelo argelino
en menos de cuatro meses, una parte de los militares cubanos, los
asesores que debían entrenar a los argelinos permanecieron
allí por lo menos año y medio después de los
episodios fronterizos. Situados en la base de Sidi Bel Abbes, estos
instructores, cuyo número varía según las referencias
consultadas, pero que no parecen haber superado los 300 efectivos,
serán fundamentales en la ejecución de los proyectos
estratégicos de Castro y Ben Bella para el África
subsahariana a lo largo de 1964 y parte del siguiente. Además,
su presencia coincide con la aproximación política
entre Moscú y Argel después de octubre de 1963 y del
fortalecimiento militar de las fuerzas armadas argelinas con considerables
remisiones de material soviético, parte del cual serviría
como material de enseñanza para los asesores cubanos encargados
de adiestrar a los militares argelinos. La enorme aportación
de fondos, armamentos e instructores soviéticos desde finales
de 1963 a favor de Argelia, inclina geopolíticamente a Moscú
en el norte africano, rescindiendo los vínculos militares
preferenciales establecidos con Marruecos desde 1960, causando una
reorientación de las alianzas en la región. La voluntad
soviética de reconsiderar su política hacia el régimen
de Ben Bella se fundaba en la más crítica postura
de éste a raíz del conflicto con Hassan II, contraria
a los intereses occidentales y opuesta visceralmente a los gobiernos
moderados del África Negra, así como en el deseo de
los gobernantes soviéticos de impedir que sus rivales chinos
ganaran influencia ideológica y económica en Argel.
Las mayores y más substanciosas remesas de armamentos soviéticos
se produjeron entre octubre de 1963 y mayo de 1965, época
de máximo “revolucionarismo” y belicosidad de
la Argelia benbellista en África subsahariana, acercamiento
con el gobierno de Cuba y de competencia entre Moscú y Pekín
por la influencia en los regímenes revolucionarios y autoritarios
en medio mundo. (41)
Una opinión que sitúa el conflicto
fronterizo marroquí-argelino en una suerte de alineación
o jugada digna de la venerable teoría del equilibrio de los
estados, subraya que Argelia, por entonces, temía que el
antiguo poder colonial, Francia, pudiera estar tentada a apoyar
diplomática y militarmente las demandas irredentistas de
Marruecos en las provincias saharianas administradas por el gobierno
argelino, lo que puede explicar que los gobernantes del FLN decidieran
"…buscar la asistencia de Cuba, como contacto militar
basado en la afinidad de dos gobiernos revolucionarios, que temían
la desestabilización…" (42).
Los estridentes estereotipos ideológicos de la izquierda
y el tercermundismo se encargarían de explotar las analogías
justificativas de la acción "internacionalista"
con las apropiadas conspiraciones "imperialistas", cambiando
el sujeto de la invectiva según el caso que correspondiera.
En ambos casos, las actitudes antioccidentales eran el componente
básico de sus intereses y proyecciones hacia los estados
radicales del África, así como las simpatías
de los respectivos máximos líderes hacia el no-alineamiento
ideológicamente sazonado con discursos encendidos.
Semejante percepción de las alineaciones
en el norte de África por parte de los gobernantes argelinos,
les inclinaba a recurrir a Cuba y Egipto como garantes militares
de su integridad territorial estatal y de su control sobre unos
diez millones de ciudadanos sobre la base de la emotividad ideológica
revolucionaria, a la vez que aceptar convertirse en clientes militares
y económicos de la Unión Soviética. País
este último que, de proveedor de armamentos a ambos contendientes
por la región sahariana, como hemos dicho, se decantara a
favor de Argelia por el peso de la discursividad de sus dirigentes
y la importancia geopolítica de un enorme país en
superficie y recursos, con largas fronteras con países de
la región sudanesa del África occidental. Anunciando
futuras inversiones de alianzas en África Negra, como la
que acontecería catorce años más tarde en la
región del Cuerno de África, a tener que elegir de
qué bando combatir, entre la Somalia revolucionaria y marxista
o la Etiopía marxista y revolucionaria, Moscú abandonaría
su marcial pero conservador cliente en Rabat por el más prometedor
revolucionario asentado en Argel, acercamiento también favorecido
por la influencia allí de sus siempre difíciles pero
también comprometidos clientes aliados cubanos y egipcios.
Esto dará lugar a dos vínculos que
no dejarían de ser vistos con interesada preocupación
por el departamento de estado norteamericano tanto como por la monarquía
marroquí, y con estudiada indiferencia por la presidencia
y cancillería francesas a partir de los últimos meses
de 1963. Uno, un formal eje revolucionario Argel-La Habana que durará
hasta 1965 al menos, y otro, un acercamiento estratégico
entre Moscú y Argel. Después de las negociaciones
de cese al fuego en Bamako, Mali, entre Rabat y Argel, y el establecimiento
de una zona desmilitarizada bajo atención de la OUA en la
frontera disputada, aunque la reputación militar del FLN
y Ben Bella quedó bastante maltrecha por su pobrísimo
desempeño durante las tres semanas de conflicto, la agresividad
"internacionalista" de Argelia alcanzó sus mayores
cotas en el ámbito africano y árabe. La Habana y Argel
constituirían una virtual alianza estratégica para
exportar la revolución foquista a buena parte de los países
de África al sur de la línea ecuatorial y alguno que
otro en la costa occidental atlántica. Con la cooperación
de los gobernantes de El Cairo, Accra, Brazzaville, Bamako y Dar-es-Salaam
y el creciente (y harto competitivo) aporte financiero y armamentístico
de los gobiernos de Pekín y Moscú, argelinos y cubanos
intentarán revertir el curso de los acontecimientos en países
de enorme valor económico y geopolítico para las potencias
occidentales, como en el caso del Congo Leopoldville. Por su lado,
la conexión Argel-Moscú será importante en
las operaciones encubiertas o abiertas de apoyo militar argelino
y cubano al gobierno de la "república popular"
marxista-lumumbista establecida en 1964 en Stanleyville, Congo nororiental,
durante la nueva e internacionalizada crisis que sacudió
el inmenso estado centroafricano entre 1964 y 1966. Para entonces,
y gracias a la masiva inyección de material moderno y asesores
soviéticos, el régimen mesiánico de Argelia
podía dedicarse de lleno a moldear la revolución africana,
segura de contener a Marruecos con una poderosa maquinaria castrense
que rondaba los 60.000 efectivos.
Recientes desclasificaciones de despachos del departamento
de estado de los Estados Unidos muestran la percepción que
se tenía en Washington a raíz del conflicto fronterizo
y la abierta alineación argelina con el régimen cubano
y otros mentores externos. Un memorando reservado de conversaciones
entre el embajador argelino en E.U.A y un funcionario de la administración
de Johnson recordaba que Ben Bella no ocultaba sus afectos e inclinaciones
hacia los regímenes antiamericanos de Castro, Mao Tse Tung
y Ho Chi Minh, y que si bien el presidente Johnson estaba determinado
a seguir la política de buenas relaciones con Argelia, no
compartía el mismo favorable sentimiento personal del malogrado
Kennedy hacia aquel país. El presidente argelino era calificado
de personaje "emotivo", con marcada tendencia a tomar
posturas públicas efectistas, en ocasiones alejadas de sus
opiniones reales, pero aun así no debían descartarse
las afirmaciones acerca de que Argelia -léase el mismo-,
veía como ejemplos a las revoluciones yugoslava, china y
en particular cubana. De mayor interés para Washington era
la decisión de Moscú de proporcionar a los gobernantes
de Argel el equipo militar necesario para incrementar su capacidad
defensiva frente a Marruecos, a raíz de los descalabros de
octubre. Y de notar también las ahora continuas afirmaciones
argelinas de que los suministros bélicos norteamericanos
se incrementaban a favor de Rabat, que si bien no deniegan los funcionarios
del departamento de estado se complacían en señalar
a la cancillería argelina que su monto era muy inferior a
las remisiones soviéticas en curso. Curiosa es la anotación
acerca de una cuestión planteada por el embajador argelino
al funcionario americano: ¿cuál sería la actitud
de los norteamericanos ante una solicitud de material militar por
parte de Argelia? Para la administración Johnson debían
existir algunos prerrequisitos, a saber: primero, la solución
diplomática de las diferencias entre Argelia y Marruecos,
de modo que "...no estemos armando un amigo contra otro";
segundo, para los Estados Unidos era inaceptable compartir un esfuerzo
de ayuda militar del mismo lado que Cuba (43).
Argelia y sus líderes debían hacer una elección.
No faltaban las inquietudes y preocupaciones en
la administración norteamericana por los acontecimientos
que se escenificaron en el norte de África desde el otoño
de 1963, al considerar la región como volátil tanto
por las dificultades creadas por el irredentismo de Marruecos como
por el casi oficial apoyo del gobierno de Argelia a las posiciones
antioccidentales y comunistas más allá de su entorno
regional del Magreb, solidarizándose con las causas de Cuba,
Vietnam del Norte y Corea del Norte. La prensa oficialista, las
demostraciones públicas partidistas y los contactos de la
cancillería de Argel mostraban un curso favorable a las tesis
de Moscú y Pekín. El presidente Johnson y sus asesores
estaban plenamente impuestos de la abierta posición alineada
y antiamericana del gobierno de Ben Bella en los grandes temas de
la guerra fría (44).
Por ello el secretario de estado adjunto elaboró un memorando
de acción para encauzar las relaciones de los Estados Unidos
con Argelia a raíz de la crisis norafricana.
El propósito de semejante documento era
hacer saber al presidente Ben Bella y a los funcionarios de su gobierno
los riesgos del abandono del verdadero no-alineamiento y la importancia
del apoyo que, en materia de asistencia humanitaria, estaba ofreciendo
los Estados Unidos al pueblo argelino, sin desafiar los fundamentos
del régimen vigente. Aún con las desafiantes declaraciones
de Ben Bella, los Estados Unidos deben mantener una posición
de influencia en Argelia: "…No podemos abandonar Argelia…"
, reza el escrito. Este país africano, por su superficie,
potencial y posición geográfica es de importancia
para los Estados Unidos. A juicio del firmante el antioccidentalismo
y antimperialismo es más un reflejo de la lacerada historia
colonial y un instrumento político para hallar fuentes alternas
de asistencia internacional -léase Moscú-, que reduzcan
los lazos de dependencia con París. En esta ecuación
Washington debía actuar como factor moderador, aunque dudaba
poder atenuar la retórica impulsiva de la militancia revolucionaria.
Según el mismo autor, el interés de la Unión
Soviética en Argelia debía considerarse en términos
de su contencioso ideológico y político con los comunistas
chinos por la influencia en los estados del Tercer Mundo. Moscú
buscaba el apoyo de Argelia para sus propósitos globales,
con ciertas limitaciones, "…más que adquirir un
nuevo satélite, el cual, como Cuba, pudiera constituir un
costoso drenaje de sus recursos y el cual, como Cuba, no quedaría
bajo su control". También es de notar que el secretario
de estado adjunto consideraba que si Ben Bella estaba en firme control
del país a la fecha, era de esperarse que pudiera enfrentar
alguna oposición del ejército o de elementos islámicos
por el desagrado que en el seno de ambos grupos despertaba la estrecha
colaboración del presidente con los soviéticos. (45)
Para el autor de este documento, los Estados Unidos
no podían contar con la cooperación de Francia, pues
si bien este país contaba aun con importantes bases militares
y crecidas inversiones petroleras en Argelia y era constantemente
atacado verbalmente por los funcionarios y medios del gobierno revolucionario
benbellista, no mostraba especial preocupación por la influencia
soviética y el gobierno de París no consideraba apropiado
presionar económicamente a Argel limitando su cuantiosas
aportaciones económicas a despecho de las violaciones de
los acuerdos de Evian por parte de los argelinos. Aun así,
se recomendaba que las posibles acciones americanas hacia Argelia
debían partir de consultas directas con las autoridades francesas,
pues se estimaba que Francia era el país occidental clave
para los asuntos del Magreb. Las recomendaciones que se sugerían
a la administración de Johnson también apuntaban a
tratar de explotar las aprehensiones de ciertos países no-alineados
y de la OUA por la desenfadada filiación comunista de Argelia,
entre los cuales estaban Túnez, Marruecos, Guinea, Nigeria,
Senegal, e inclusive Egipto, que a despecho de su inequívoca
actitud en octubre de 1963, meses después no parecía
muy satisfecho con los avances soviéticos en Argelia. Y junto
con esta acción diplomática internacional, Estados
Unidos debía mantener los programas de asistencia económica,
intercambio de delegaciones técnicas así como ofrecer
oportunidades de entrenamiento profesional a militares argelinos
y examinar los programas de información y noticias norteamericanas
para el país africano. (46)
Una caracterización del régimen de
Ben Bella a raíz de su viaje a Moscú a fines de 1963,
apuntaba al abandono de la mera postura nacionalista que le ganó
simpatías entre diplomáticos, cancillerías
y el progresismo occidentales, a pesar de su evidente "complejo
mesiánico". Parece que la relación entre Ben
Bella y Krushov entrañaba algo más de lo asumido por
las naciones occidentales y los observadores políticos, pues
a juicio del embajador americano en Argel, las declaraciones del
primero parecen mostrar que posee ciertas garantías "…u
otro tipo de seguridades de apoyo por parte de la Unión Soviética
en caso de dificultades con Francia o los EE.UU", y que "…nadie
puede impedir a Argelia de proseguir su experiencia socialista…".
La intransigencia política del premier argelino demuestra
actitud a inicios de 1964, fundada en una "…mente cerrada,
rígida determinación de no ver nada y no considerar
nada que pudiera contradecir sus impresiones preexistentes…".
El secretario de estado Dean Rusk no vaciló en decir que
"…Ben Bella aun parece curiosamente fascinado por Castro".
(47)
También las relaciones con Marruecos, y
las preocupaciones de este país con el alineamiento de Argelia
con Moscú, ocuparon la atención del departamento de
estado de los Estados Unidos entre diciembre de 1963 y buena parte
del año siguiente. Lo que en gran medida desató las
inquietudes de Washington fue una inesperada declaración
del monarca Hassan II ante una reunión de diplomáticos
americanos, británicos, franceses y españoles, donde
expresó sus preocupaciones acerca del creciente aumento del
poderío de las fuerzas militares de Argelia y hacía
notar que Moscú había señalado su disposición
de proveer armas a Marruecos, y según el despacho secreto
de la embajada americana "…el rey enfatizó que
tenía que proteger su territorio nacional y dijo que trataría
con el demonio mismo si fuese necesario para la defensa del país".
Fuese una declaración con un matiz de sinceridad producto
de una inquietud geopolítica ante la tensión con su
vecino, apenas atenuada por los acuerdos de cese al fuego de noviembre
de 1963, una maniobra de la monarquía alauita para ejercer
una suerte de presión política en las cautelosas naciones
occidentales con intereses en el norte de África, o quizás
una torcida maniobra soviética para alejar a Rabat de sus
tradicionales aliados franceses y americanos y buscar un acomodo
favorable a Moscú en la disputa argelo-marroquí. En
todo caso, despertó más que suspicacias allende el
Atlántico y rápida sería la reacción
de los funcionarios de la administración Johnson. (48)
El departamento de estado americano reaccionó
a estas declaraciones veladas y a las más directas solicitudes
de asistencia militar planteadas por Marruecos a raíz de
los acuerdos de Bamako, con una prudente observación a la
Casa Blanca de tener en cuenta las relaciones tanto con Marruecos
como con Argelia, la ausencia de compromisos definidos por parte
del gobierno de Rabat con las gestiones promovidas por la OUA para
establecer una zona desmilitarizada a lo largo de los más
de 800 kilómetros de la problemática frontera argelo-marroquí.
Además, los analistas de la cancillería americana
admitían como cierto que el incremento de la capacidad militar
de Argelia en un futuro predecible inclinaría la presente
ventaja militar de Marruecos a favor de su adversaria y vecina.
Pero aconsejaban que los Estados Unidos no alimentaran una carrera
de armamentos en el norte de África, tanto por intereses
geopolíticos en el Mediterráneo, como por las reales
limitaciones en el capítulo de los fondos federales destinados
a asistencia internacional. No era aconsejable para los intereses
norteamericanos en África que se produjese -de poderse conjurar
por medios diplomáticos- un nuevo foco de confrontación
de la guerra fría justo en el flanco meridional de Europa
Occidental y en las proximidades de sus bases estratégicas
situadas en Kenitra (Marruecos), Wheelus Field (Libia) y Tarento
(Italia). Los asesores de Dean Rusk creían que los Estados
Unidos debían hacer saber a Marruecos que estimaban que la
reciente entrega de material militar moderno por parte de Francia,
era suficiente para satisfacer las necesidades defensivas del reino
norafricano en este particular momento de cosas. (49)
Washington, pues, pareció inclinarse a una
política de contemporización en el norte de África,
tratando de conciliar sus preferencias geopolíticas por Marruecos
con el propósito de cultivar buenas relaciones con Argelia
a despecho de las diatribas de sus gobernantes, a pesar de las inquietudes
que provocaban los lazos político-militares con los soviéticos
y la formal alianza revolucionaria de Argelia y Cuba para intervenir
en la frágil situación política en el África
subsahariana. De ahí la cautela con que se manejó
el asunto de la solicitud de armamentos por parte de Rabat. Si bien
Johnson aseguró a Hassan II el compromiso norteamericano
para con la fortaleza militar, estabilidad interna e independencia
de Marruecos, intentaba atenuar la mezcla de belicosidad e intriga
contenida en el polémico discurso del monarca de 21 de diciembre.
EE.UU hacía patente su reconocimiento de las legítimas
interrogantes que despertaban los importantes embarques de armas
moscovitas destinados al gobierno de Argel, si bien de acuerdo con
las fuentes de inteligencia americanas en África, este último
país aun tenía por delante una "formidable tarea"
de organización y adiestramiento de sus fuerzas en un material
moderno y con el que no estaban familiarizados. Aunque nos llama
la atención que el gobierno americano y sus órganos
de información y espionaje soslayaran (al menos en estos
despachos) el hecho que los gobernantes argelinos tenían
similar opinión acerca de la lenta asimilación de
los materiales soviéticos y para ello estaban acantonadas
en Sidi-Bel-Abbes las unidades cubanas destinadas a instruir a los
argelinos en el manejo de los equipos soviéticos desde meses
atrás, amén de los posibles asesores rusos que acompañarían
los alijos argelinos. A juicio de los funcionarios de la cancillería
americana, el inventario de material, pertrechos y la culminada
movilización de 30.000 hombres de las fuerzas armadas reales
eran suficiente respuesta de Marruecos al fortalecimiento del ejército
vecino. Si bien Washington dejaba claro que no intentaba disuadir
a Rabat de mejorar todavía más sus medios de defensa
nacional, en su criterio "…una adquisición substancial
de armas de cualquier fuente requiere una cuidadosa evaluación
de las consecuencias políticas y económicas".
El informe con un lenguaje algo tortuoso afirmaba que las remisiones
de material militar francés y americano no debían
exceder los ritmos normales impuestos por los acuerdos existentes
con Marruecos, pues no se justificaban otros ni por la organización
militar argelina ni por las entonces prometedoras posibilidades
de un arreglo político auspiciado por los estados africanos.
(50)
Los funcionarios de la administración Johnson
intentaban cortejar al monarca marroquí aduciendo a la constructiva
actitud en las negociaciones celebradas en Bamako para la solución
de la "…admitida peligrosa situación…"
que eclosionó en el pasado octubre, así como el sentido
de responsabilidad demostrado por Hassan II para con los destinos
de África, visto en la contención del país
y sus fuerzas armadas desde el cese al fuego y la disposición
de reestablecer vínculos diplomáticos con el gobierno
de Ben Bella. Se apelaba a Rabat para que el progreso alcanzado
por la gestión pacificadora de la OUA y en pro de un acuerdo
fronterizo aceptable para ambas partes, no fuese a frustrarse con
cualquier incremento de la importación de armamentos (léase
los soviéticos ofrecidos en diciembre, y quizás algunos
adicionales de factura francesa) que pondría dificultades
para alcanzar un compromiso en la solución final del diferendo
sahariano. Al ejercer una discreta presión sobre su aliado
Hassan II para que no se acercase militarmente a la Unión
Soviética ante las reticencias de los proveedores occidentales,
Estados Unidos proponía a Marruecos apelar a una solución
política a las tensiones derivadas del acuerdo de asistencia
militar entre Argelia y la URSS, poniendo de nuevo sobre la mesa
de conversaciones los buenos oficios de Etiopia y Mali. En caso
de aceptar Hassan II, Estados Unidos apoyaría diplomáticamente
las gestiones de los mediadores africanos para una nueva ronda de
negociaciones de alto nivel entre los gobernantes de Argel y Rabat
sobre el tema de la asistencia militar foránea y los riesgos
de confrontación internacional que entrañaba una carrera
de armamentos en el Magreb (51).
Hagamos notar que uno de los argumentos planteados por el departamento
de estado americano para convencer a Marruecos de no aceptar armas
soviéticas, y admitir las limitaciones de suministros occidentales
aun cuando Argelia incrementaba sus existencias de material, era
precisamente que Marruecos podía, con su contención,
granjearse las simpatías de varios estados moderados del
África, que habían visto con suspicacia y alguna zozobra
la aceptación argelina de armas soviéticas y tropas
de combate procedentes de Egipto y Cuba en la fase inicial de la
crisis fronteriza. Junto con esto, los analistas de Washington daban
una seguridad a Marruecos procedente de sus medios de espionaje:
"…el flujo de armas a Argelia ha disminuido…",
al mismo tiempo que no disimulaban una advertencia: si Rabat acepta
ahora los ofrecimientos de armas rusas, "podría socavar
un aspecto del apoyo de fuentes africanas, y con franqueza, de las
occidentales". (52)
A contrapelo de los intentos de apaciguamiento
y contemporización occidentales a lo largo de 1964, durante
este periodo, Argelia, al igual que lo hacía el gobierno
de La Habana con parte de sus existencias moscovitas, exportara
profusamente asesores, armamentos y fondos a los diversos movimientos
guerrilleros que disfrutaban de santuarios en Tanzania, Uganda,
Sudán, Burundi, entre otros puntos que colindaban con el
Congo Leopolville o las provincias ultramarinas portuguesas, y donde
no faltaron las coordinaciones con los asesores y agentes castristas
que operaban en los mismos centros de subversión. Aviones
argelinos de fabricación soviética transportaron -o
reembarcaron- cargamentos de material de guerra ruso hasta las bases
lumumbistas próximas a las fronteras del Congo con Sudán
y Uganda. La Argelia radical, ya entonces -en análoga movida
de política internacional y controles domésticos al
estilo de su mentor cubano- proclamada socialista y antioccidental
por elección profunda, será eslabón de una
alianza tercermundista que Moscú trataba de cultivar y dirigida
contra los regímenes conservadores de la vecindad argelina,
en especial Marruecos, Túnez, Libia, Níger, Mauritania
o el Sahara Español.
Este panorama de sucesivas desestabilizaciones
en África subsahariana, coordinadas entre Ben Bella, Castro
y el Ché Guevara en 1964-1965 y que debía desembocar
en la instauración de regímenes revolucionarios sostenidos
por contingentes "internacionalistas" y armamentos del
bloque comunista en el Congo Leopoldville, Angola, las Rhodesias,
Mozambique y África Sudoccidental, para luego culminar en
un gran armageddon revolucionario contra la República Sudafricana
(esto último un imposible, recurrente, delirio del castrismo
por sobre dos décadas), se desplomó como el archireferido
ejemplo de una medieval arquitectura de barajas. El fracaso de la
rebelión lumumbista en el Congo Leopolville (1966) a pesar
de las armas comunistas, las tropas cubanas bajo Guevara y los asesores
argelinos, el golpe de estado de mayo de 1965, protagonizado por
el vicepresidente y hombre fuerte castrense Boumediene en Argel,
que recluyó políticamente al iluminado máximo
líder Ben Bella y gradualmente desvinculó a su país
de las aventuras subsaharianas a favor de un involucramiento en
el Oriente Medio, y la debacle militar de los ejércitos egipcios
y su armamento soviético en la Guerra de los Seis Días
contra Israel (1967), desarticularon el eje cubano-argelino en África
y su intento de lanzar un programa de conquista revolucionaria de
los inestables estados centro-africanos. Los lazos entre Cuba y
Argelia nunca volverán a ser igual de comprometidos y las
posibilidades de alianza análoga a la de 1963 no se plantearán
por Boumediene. Aunque las disputas con Marruecos se mantuvieron
latentes, originándose una crisis fronteriza que se pudo
conjurar de modo diplomático en 1967 con un serio deterioro
y una virtual "guerra por interposición" entre
Argel, sus aliados saharauies por un lado y los gobiernos de Rabat
y Noaukchott (éste hasta 1979) por otro, por el control del
descolonizado Sahara Español tras su abandono por Madrid
en las postrimerías de la dictadura franquista. Ocasión
en que cooperarán de nuevo los agentes castristas con los
argelinos a favor de las guerrillas marxistas saharauies contra
el ejército real marroquí, proporcionándoles
instrucción, recursos, asesoramiento y dirección militar
desde bases en Tinduf y otros puntos de Argelia. No faltando incidentes
entre las fuerzas armadas marroquíes y buques mercantes cubanos
empleados para desembarcar alijos de armas en las costas atlánticas
saharianas. Como en 1963, en la década de los 1980 estas
actividades intervencionistas cubanas, en cooperación con
los argelinos, en el Sahara Occidental, también llevaron
a serias tensiones diplomáticas entre Rabat y Argel, fallidos
intentos de solución negociada de la OUA y ruptura de relaciones
diplomáticas y económicas entre Rabat y La Habana.
San Juan, Puerto Rico, 2003. 
Notas.
(1)
" Discurso ante la XV sesión de la Asamblea General
de la Organización de Naciones Unidas, septiembre de 1960",
en Moore, C. Castro, the blacks and Africa. Los Ángeles,
1988, cap. 6, págs. 90-91. Nasser había formulado
su credo africano al decir : "(…) El Continente Negro
es ahora escenario de extraña y excitada turbulencia. Nosotros,
en circunstancia alguna, seremos indiferentes en vista de lo que
está aconteciendo en África, en la creencia de que
no afectara o preocupara…." Gunther, J Inside Africa.
New York, 1955,pág. 128.
(2)
Erismann, H. M. Cuba's international relations. The anatomy
of a nationalistic foreig policy. Boulder & London, 1985,
págs. 7-8; Domínguez, J. I. "Foreword",
en Moore, C. Castro…,1988, págs. xiii-xiv.
(3)
Sobre el particular, ver Leogrande, W. M. "Cuba-Soviet relations
and Cuban policy in Africa", en Mesa Lago, C. y J. S. Belkin.(Edits.)
Cuba in Africa. University of Pittsburgh. Pittsburg, 1982,
pp. 15-16; Erisman, H. M. Cuba's International…,
pp. 19-21.
(4)
Ibidem, pp.21-22; Ibidem. pp.16-18.
(5)
Leogrande, W. "Cuban-Soviets relations….", en Mesa-Lago
y Belkin (edits.) Cuba…, 1982, págs. 18-19.
(6)
Moore, C. Castro, the Blacks and Africa. Los Ángeles,
1988, capítulo 12, pág. 177.
(7)
Ibidem.
(8)
Mc Lane, C. B. Soviet-Middle East Relations. Central Asian
Research Center. London, 1973, págs. 80-81.
(9)
Ibidem, pág. 82.
(10)
Ibidem, pág. 83. Washington y París acordaron
el establecimiento de cinco bases aéreas americanas en Marruecos,
tras negociaciones celebradas en 1950 durante la crisis de Corea.
Marruecos, con su privilegiada posición sobre el Atlántico
y el Mediterráneo, estaba situado a cuatro horas de vuelo
de aviones a reacción de suelo soviético: de Casablanca
a Moscú mediaban 2.400 millas náuticas. Las bases
se iniciaron en abril de 1951, ubicadas en Sidi Slimane, Nouasseur,
Ben Guerir, Boulhaut y El Djema Sahim. Los cuarteles de la V división
de la fuerza aérea de los Estados Unidos estaban situados
en Rabat. Para 1953, las cinco bases estaban en operaciones y albergaban
7.500 soldados americanos. En todas ondeaban las banderas americanas
y francesas. Véase Gunther, J. Inside Africa, pp.
88-89.
(11)
Mc Lane, C. B. Soviet-Middle-East Relations, pág.
121. Al respecto, véase Gilbert, S. P. "Wars of Liberation
and Soviet Military Aid Policy", en Orbis. Fall, 1966,
pág. 840 y ss. En la política interior de Marruecos
no faltaron complicaciones a inicios de la década del Sesenta,
pues tras una disputa política entre los nacionalistas del
partido Istiqal y el monarca Mohammed V en octubre de 1958, llevó
a un fallido alzamiento militar monárquico, secundado por
otro levantamiento de las tribus bereberes del Rif, que se prolongó,
aun desautorizada por el monarca, a lo largo de dos años,
hasta ser sometida por las fuerzas del ejército real en abril
de 1960.Véase Dupuy, R. E. y T. N. Dupuy. The Encyclopedia
of Military History. New York, 1977, pp. 1314-1316.
(12)
Mc Lane, C. Soviet- Middle East Relations. Central Asia
Research Center. London, 1973, págs. 18-19.
(13)
Ottaway, D. y M. Ottaway. Algeria, the politics of a socialist
revolution. Berkley, Ca., 1970, pp. 146-147.
(13B)
Gunther, J. Inside Africa. New York, 1955, pp. 217-218;
Pirenne, J. Historia Universal. Las grandes corrientes de la
historia. Barcelona, 1972, pp. 69-70.
(14)
Ibidem, pág. 163.
(15)
Ibidem. pp.149-151. Las bases saharianas se cerraron en 1967,
al siguiente año, los franceses abandonaron la estación
naval de Mers-el-Kebir. Los influyentes intereses petroleros y de
gas franceses recibieron garantías del gobierno de Ben Bella
por las inversiones hechas en las comarcas saharianas, unos dos
mil millones de dólares al momento de la independencia argelina.
En 1963 la región del Sahara produjo 23.896.000 toneladas
de crudo y 353.000.000 de metros cúbicos de gas natural,
exportándose a los puntos de embarque del litoral por varios
oleoductos y un gasoducto transaharianos. A la fecha el país
carecía de instalaciones de procesamiento. Buena parte de
las regalías obtenidas por el gobierno revolucionario se
invertían en el ramo de la defensa, bastante abultado: 493
millones de dinares para el periodo fiscal de 1963-1964. Véase
Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana. Espasa
Calpe, S.A. Madrid, 1968. Suplemento Anual 1963-1964, pp.673-674.
(16)
Ibidem, pp. 165-166.
(17)
Véase lo expresado en Le Monde, París, 16-18
de octubre de 1963, en Ibidem, pág. 166, nota 39.
También Benemelis, J. F. Castro, subversión y
terrorismo en África. Madrid, 1988, pp.79-80.
(18)
Ibidem, pág. 80. Tras una serie de choques fronterizos,
se firma un convenio franco-marroquí en 10 de septiembre
de 1844, para evitar otros incidentes y nombrar comisionados de
fronteras. El tratado de Lalla Marnia (18 de marzo de 1845) definía
la frontera entre Marruecos y la Argelia francesa desde la costa
mediterránea hasta Teniet el Sassi, a lo largo de unos 300
kilómetros, dejando los imprecisos países del desierto
para una posterior delimitación. Desde 1886, Madrid reclamaba
río de Oro, Sagui el Hamra, Mauritania, la región
occidental de Argelia y buena porción del colindante sur
marroquí. Francia negoció la comarca de Tinduf con
España a lo largo de conversaciones celebradas entre 1900
y 1904. Entre estas fechas y 1912, los franceses se posesionaron
de los oasis de Tuat, Tinduf y Colomb-Bechar, de antigua posesión
alauita, aunque reconocían como marroquíes las localidades
de Figuig e Ich, pero una vez más se dejaba el país
sahariano para ulterior negociación. Ésta se produjo
en 1928, por la cual los franceses obligaron al protectorado marroquí
a admitir la línea del curso intermitente del Wadi-Draa como
borde meridional del estado, aunque entre éste y el puesto
de Colomb-Bechar el país, bastante desolado y desértico,
no parecía definido a la hora de la independencia marroquí
en 1956. Al respecto, consúltese González-Hontoria,
M. Estados asiáticos y africanos. Barcelona, 1914,
pp. 324-325; Salas Larrazabal, R. El protectorado de España
en Marruecos. Madrid, 1992, pág. 87.
(19)
Wynfred, J. y S. P. Gilbert. Arms for the Third World. Soviet
military aid diplomacy. Baltimore-London, 1969, pág.
19; Enciclopedia Universal Ilustrada…, Madrid, 1968.
Suplemento… 1963-1964, pp. 674, 1021-1022.
(20)
La política de purificación ideológica en el
seno del FLN y las fuerzas armadas de liberación, las aceleradas
nacionalizaciones de empresas, manufacturas y fincas dejadas por
el éxodo de los colonos franceses, combinados con la detención
de disidentes políticos y la nacionalización de la
prensa, enrarecieron también la situación doméstica
de Argelia desde marzo hasta septiembre de 1963, y el descontento
entre los políticos del régimen y de parte de las
fuerzas armadas se hizo climático por los días de
la explosión de los bereberes y la irrupción de los
marroquíes. Véase Enciclopedia Universal Ilustrada…Madrid,
1968. Suplemento 1963…, pág. 675.
(21)
Hourani, A. A history of the Arab peoples. Cambridge, Mass.,
1991, pág. 435. Sobre la revolución argelina y sus
intenciones, véase Wheatcroft, A. The World Atlas of
Revolutions. New York, 1983, pp. 130-133.
(22)
Enciclopedia Universal Ilustrada…, Madrid, 1968. Suplemento…1963,
pág. 676. Para ampliar el conocimiento acerca de las respectivas
organizaciones administrativas, situación política
y naturaleza del estado puede consultarse Steel, R (editor) North
Africa. The refference shelf. Volume 36, number 5. New York,
1967, pp. 131-142. Para los asuntos económicos y recursos
naturales, Hance, W. A. The geography of modern Africa.
Columbia University Press. New York, 1965, pp.103-109.
(23)
Ibidem, pág. 1025. Acerca de las aspiraciones nacionalista
de Marruecos, véase Gunther, J. Inside Africa. New
York, 1955, capítulo 5; Chaliand, G. y J. P. Rageau. Strategic
Atlas. A comparative geopolitics of the world's powers. New
York, 1990, pág. 117. Muchos de los territorios reclamados
por Rabat desde 1956 poseían una bajísima densidad
de población, apenas dos personas por kilómetro cuadrado
como promedio, concentrada en oasis en algunos casos -grupos bereberes-,
o comúnmente practicando la ganadería trashumante,
como los árabes beduinos. Véase también
National Geographic Society. Ethnolinguistic Map of the peoples
of Africa. Washington, D.C., December 1971, vol. 140.
(24)
Para la descripción del teatro de operaciones de 1963 hemos
empleado los mapas de la National Geographic Society. Northwestern
Africa. Atlas plate 55. Washington, D.C., 1966; N. G. S.
Northern Africa. Washington, D.C., 1954, así como las
proyecciones cartográficas de las actuales fronteras de Argelia
y Marruecos de la Encarta 96. Microsoft World Atlas. Microsoft
Co., 1995.
(25)
Archivo del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Fondo
7, inventario 2, legajo 389. El ministro de las FAR a los comandantes
del GEI, La Habana, 20 de octubre de 1963. Agradezco al investigador
J. Oyarzabal Pulido éste y otros documentos cubanos obtenidos
por él en la página electrónica del U.S. National
Security Council.
(26)
Ibidem. Corresponde a los epígrafes 14, 15 y 16. Es
sugerente que al embajador, miembro político de la plana
mayor expedicionaria se le eximía de tales conductas austeras.
Pero parecía recordarse a los comandantes que los privilegios,
excesos y conductas tolerables en la nomenclatura revolucionaria
en la isla, podían ser juzgadas con severidad si afectaban
las relaciones internacionales del comandante con su homólogo
norafricano. De todos modos, éste escrito de Raúl
Castro es un interesante reflejo de las actitudes de la elite militar
en ese periodo de los sesenta. Véase lo que escribe al respecto
Carlos Franqui. Retrato de familia con Fidel. Barcelona,
1981, pp. 234-235, 288-290, 446-447.
(27)
Ibidem. Epígrafes 13a, 13b y 13d. En este último
se alude brevemente al respeto hacia los modos y creencias de los
argelinos que se iban a liberar. En el 13f se prohibía la
salida individual de los soldados internacionalistas de sus campamentos,
y sólo en casos controlados y colectivos bajo escolta armada
y atención de sus oficiales. Esa privación era parte
del sacrificio y alto espíritu que el ministro esperaba de
sus potencialmente díscolos subordinados.
(28)
Ibidem. Epígrafes 13c y 13g. El ministro recomendaba
cautela operativa a sus oficiales en Argelia, dejando al comandante
en jefe en La Habana las decisiones que correspondiesen a la campaña.
Ameijeiras y sus subordinados debían abstenerse de “…
estar inventando nada fuera de lo programado, y mucho menos, estarse
ofreciendo para tareas mayores que nuestras posibilidades”.
Con términos no muy marciales, desautorizaban las iniciativas
personales o los compromisos que la desmesura de los Ameijeiras,
Serguera y otros “guerrilleristas” del comité
militar pudieran ocasionar una debacle militar frente a tropas enemigas
experimentadas o una desagradable complicación diplomática
para propios y amigos.
(28B)
Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC).
(29)
Ibidem, epígrafe 10. Acerca de la personalidad del entonces
embajador cubano en Argelia, comandante Serguera, Franqui refiere
algunas anécdotas reveladoras. Véase Retrato de
familia…, Barcelona, 1981, pp. 445-446.
(30)
Benemelis, J. T. Castro, subversión y terrorismo en África.
Madrid, 1988, pp.81-82.
(30B)
De Paz-Sánchez, M. Zona de Guerra. España y la
revolución cubana (1960-1962). Tenerife-Gran Canaria,
2001, pp. 164, 182, 184-185, 187, 203. Ésta es la época
en que Castro destinó algunos miles de fusiles, municiones
y otro equipo de los arsenales cubanos a los rebeldes argelinos,
empleando algunos de sus buques mercantes que desembarcaron su letal
carga en puertos marroquíes con la anuencia del gobierno
de Rabat. Otro de los militares comunistas españoles exiliados
que entrenó inicialmente las fuerzas cubanas en las tácticas
de guerrillas que Castro luego intentó reexportar al África,
fue subordinado y discípulo de Francisco Franco durante la
campaña legionaria de 1924-1925, combatiendo contra los irreductibles
rebeldes rifeños de Abdel Krim, en el protectorado de Marruecos
del norte. Como sugiere Paz-Sánchez, mucha de la instrucción
en lucha irregular que Alberto Bayo traspasó a los castristas
era producto de la doctrina militar legionaria de Franco, adquirida
en las guerras coloniales africanas. De modo que una suerte de círculo
vicioso de guerra, caudillismo militarista y expansionismo africano
conecta indefectiblemente ambos dictadores, el peninsular y el criollo.
Véase pág. 164, nota 11.
(31)
Fermoselle, R. The evolution of the Cuban military, 1492-1986.
Miami,1987, pp. 362-364. Parte fundamental de los datos de este
autor se basan en el estudio de Durch, W. J. The Cuban military
in Africa and the Middle East from Algeria to Angola. Department
of Defense. Alexandria, Va. 1976.
(32)
Ottaway y Ottaway. Algeria; the politics of a socialist revolution.
Berkley, Ca. 1970, pp. 165-166.
(33)
Cardona, C. “Fidel, el Africano”, en Revista Ideal.
Miami, 2001, pág. 2.
(34)
Moore, C. Castro, the blacks and Africa. Los Ángeles,
1988, pp. 178-179.
(35)
Gleigeses, P. “Havana’s policy in Africa, 1959-1976:
New evidence from Cuban archives”, en CWHIP. Bulletin.
Nos.8-9. Cold War in the Third World and the collapse of the detente.
Woodrow Wilson Center for Scholars. Cold War Project. Washington.
D.C. pág. 2. Véase Benemelis, J. F. “Cronología
de una aventura”, en Encuentro en la red. Diario independiente
de asuntos cubanos. Año III, edición 351, Jueves
25 de abril de 2002.
(35B)
Valdés, N. P. "Revolutionary solidarity in Angola"
en Blasier, C. y C. Mesa-Lago. Cuba in the World. Pittsburgh,
1979, pág. 91.
(36)
Erismann, H. M. Cuba's international relations…Boulder
& London, 1985, pp. 31-32.
(37)
Federación Iberoamericana de Escritores. Subversión
en América Latina. Miami, [1968], pp. 31-32.
(38)
Ibidem, pp. 41-42.
(39)
Véase Benemelis. Castro…, pág. 81;
Moore. Castro, the blacks…, pág. 178; Otaway,
Algeria…, pág. 165; Fermoselle. The evolution…,
363; Gleijeses, “Havana’s policy…”, pág.
2; Erismann. Cuba’s international…pág.
31. Desde 1961 a 1969, las fuerzas armadas cubanas crecieron de
modo considerable gracias a la infusión de material soviético,
llegando a contar con 300 tanques, 150 cañones autopropulsados,
200 transportadores blindados de personal y algunos millares de
camiones de transporte. Además, una poderosa fuerza aérea
a escala de un país de su tamaño y recursos, de 250
aparatos de combate Mig y unos 600 misiles tierra-aire y aire-aire,
servidos por veinte mil efectivos. El ejército de tierra
contaba con unos 90.000 regulares y las milicias rondaban el cuarto
de millón de hombres. Véase Fermoselle, pág.
293.
(40)
La composición y medios de cada una de estas unidades están
muy bien descritas en Fermoselle, The evolution…,
pp. 466-467.
(41)
Joshua, W. y S. P. Gilbert. Arms for the Third World. Soviet
military aid diplomacy. Baltimore, 1969, pág. 15. La
OUA debió esperar hasta 1970 para que ambos gobiernos cesaran
de considerar la frontera como una fuente de disputas bilaterales
y estableciendo comisiones de límites y exploración
minera conjuntas, se inclinasen por una relación más
armónica a lo largo de la vasta franja fronteriza que los
desunía desde 1962. Véase Hallet, R. Africa since
1975. A modern history. Ann Arbour, 1974, pp. 248-249.
(42)
Grabendorff, W. "Cuba's involvement in Africa. An interpretation
of objectives, reactions and limitations." Journal of Interamerican
studies and World Affairs. The University of Miami. Volume
22, no.1, february 1980, pags. 4-5.
(43)
Foreign Relations of the United States [en lo adelante FURS] Department
of State 1964-1968. Africa. Volume XXIV. Memorandum for the
record. Washington, D.C., January 10,1964. Prepared by R.W. Komer.
Es una entrevista de este funcionario con el embajador de Argelia,
Cherif Guellal. En unos quince meses, el ejército argelino,
reorganizado como una poderosa fuerza profesional tomaría
el poder político en Argel, tras confinar al verboso presidente.
Bajo Boumediene el régimen será más reservado
con Moscú, y su inclinación más "arabista",
abandonando las aventuras subversivas centroafricanas.
(44)
FURS 1964-1968. Africa, XXIV. Telegrams from the Department
of State to the embassy in Algeria. Washington, December 24,1963;
January 13, 1964.
(45)
FURS 1964-1968. Africa, XXIV. Action memorandum from the Deputy
Assistant Secretary of State for African Affairs to the Undersecretary
of State and the Undersecretary of State for Political Affairs.
Washington, D.C., May, 14, 1964.
(46)
Ibidem. En el periodo 1963-1964, Francia aportó el equivalente
a 200 millones de dólares anuales a Argelia, en tanto que
la URSS concedió créditos y donativos por 228 millones
de dólares, exceptuando la asistencia militar.
(47)
FURS 1964-1968. Africa, XXIV. Telegram from the embassy in
Algeria to the Department of State. Algiers, May 28,1964; Telegram
from the Department of State to the embassy in Algeria. Washington,
D.C., June 17, 1964.
(48)
Ibidem. Department of State. Telegram from the U.S. Embassy
in Morocco. Rabat, December 23, 1963.
(49)
Ibidem. Department of State. Telegram from the Department of
State to embassy in Morocco. Washington, January 4, 1964. Las bases
americanas en Marruecos se abandonaron en diciembre de 1963 en virtud
del acuerdo que al respecto firmaron Kennedy y Hassan II en marzo
anterior. Sólo permanecería la base de comunicaciones
navales de Kenitra, bajo bandera marroquí y en plan de cooperación
conjunta. Véase FURS…1964-1968. Africa, XXIV.
Paper prepared in the Department of State. Washington, D.C., January,
24, 1964.
(50)
FURS. 1964…Africa, XXIV. Telegram from the Department
of State to the U.S. Embassy in Morocco. Washington, D.C., January
4, 1964.
(51)
Ibidem. El monarca etiope, Haile Selassie, era un aliado político
y militar de los Estados Unidos, en tanto que el presidente de Mali,
Modibo Keita lo era, a su vez, de Argelia y Cuba, y un cliente militar
menor de Moscú. Ambos disfrutaban de prestigio e influencia
en ambas capitales norafricanas y fueron los artífices principales
de los acuerdos de cese al fuego argelo-marroquí de octubre
de 1963.
(52)
Ibidem.
(Publicada la versión original en la edición
electrónica de CubaNuestra)

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