Nieve sobre la arena. A cuatro décadas de la Guerra de Junio de 1967.

Por Pablo J. Hernández González.

“(…) ¿Y con qué elementos cuentan para sostener semejante altanería de lenguaje y hacer frente a los sucesos (…)?
Vizconde de Montmorency-Laval, 1818.

Tres semanas atrás, muy de mañana, estaba en el aeropuerto de Luxor, Alto Egipto. A cargo de una excursión universitaria, proyectábamos un interesante itinerario por un país en absoluto escaso de posibilidades de palpar tiempos y obras monumentales. Al abordar el autobús y en tanto este abandonaba el espacioso estacionamiento, reparé en varios objetos metálicos, cuya naturaleza creí intuir entre el follaje del bien cuidado jardín de la instalación. Una vez que nuestro autobús turístico se situó en el plano de salida, disfruté, creo que en solitario por lo que después pude indagar, de un curioso monumento levantado a la historia contemporánea egipcia y cuya disposición me resultó familiar por haberlo visto en otros entornos. En efecto, sobre un discreto pero cuidado trozo de césped, tres aviones de combate MiG de manufactura soviética se exhibían a modo de museo al aire libre, como recuerdo de otros tiempos y afinidades en aquellas tórridas comarcas africanas. Un pequeño MiG- 15, acompañado por un MiG-17 y la inequívoca silueta, tan familiar por los innumerables desfiles de mi ya elusiva infancia, del grácil MiG-21, se hicieron reconocibles. Mis estudiantes no deben haber reparado en este singular monumento histórico, como creo tampoco las colegas que nos acompañaban, no les culpo, nuestro madrugonzazo en El Cairo dejaba justificado margen como para que algo que no fuese literalmente faraónico les ahuyentara el letargo del vuelo, si bien creo que algunos de ellos, de haber estado más cerca de mi ventana hubiesen mostrado interés parecido al mío. Por otro lado, sus referencias en la materia, cuando existen, son indiscutiblemente de modelos occidentales más familiares a los cielos de su isla borincana.

En tanto el autobús nos llevaba a nuestro destino en Luxor, estaba lo suficientemente desvelado como para permitirme un discurrir acerca de la presencia de aquellos representantes de la tecnología bélica de un imperio desaparecido -felizmente desaparecido, agrego- que en la larga sucesión de potencias que intentaron establecer su influencia en esa extraordinaria topografía que ha moldeado el Nilo por milenios, procuró dejar su impronta política durante las turbulencias de la segunda mitad del siglo XX. Tres discretos hitos de la proyección de poder, diplomacia de armamentos y explotación de los nacionalismos, que el Kremlin, en particular desde la consolidación de Nikita Kruschev, buscó extender al África y Medio Oriente.

Periodo contradictorio marcado por una personalidad estridente y pintoresca, pero en absoluto carente de astucia y capacidad de calibrar a amigos, aliados y adversarios latentes, el de Kruschev estuvo signado por la fascinación por las oportunidades que brindaban los procesos que sacudían la influencia occidental en las franjas geográficas de Eurasia. Implacable con los ejercicios nacionalistas en los ámbitos de Europa Oriental o las provincias metropolitanas del Soviet, el premier soviético pareció sentirse atraído por los caudillos nacionalistas que se hicieron frecuentes huéspedes de noticieros durante las décadas del 1950 al 1970. El indonesio Sukarno, el indostano Nehru, el egipcio Nasser o el cubano Castro, disfrutaron de las atenciones, adhesiones y algunas zalamerías de Kruschev, al menos en públicas alusiones, al representar lo que se esperaba sería el desgajamiento definitivo de las zonas estratégicas de Occidente y su alineación, en uno u otro grado, con las metas globales de una Unión Soviética que aspiraba a estar de gala en las exequias del mundo occidental.

En explicable, pero siempre chocante para los fieles más ortodoxos allende y aquende el Moskova, el Kremlin comenzó a celebrar, cortejar, subsidiar y sobre todo, pertrechar a estados revolucionarios nacionalistas de Asia, África y el Caribe cuyos líderes y grupos de poder resultaban por lo general raigalmente ajenos a las intrincadas organicidades de Marx, tanto como a las brutales lecciones ideológicas de Stalin. Inclusive, algunos de ellos como Nasser y Castro poseían un sustrato ideológico de filiación falange-fascista u otros como Sukarno habían colaborado con los ejercicios de la cooprosperidad del nacionalismo nipón, en días oportunamente olvidados. Para consternación de marxistas correctos y disciplinados en Europa o América, la madre patria del socialismo prodigaba rublos, tractores, fertilizantes y armas pesadas a favor de líderes egolátricos, alborotadores y desafiantes de las potencias occidentales y que habían llegado al poder en perfecto desdán de las predicciones que durante un siglo se atesoraban en manuales, informes, actas de congresos y los textos sacros de la doctrina del proletariado universal. Para colmo, estos caudillos procedían de la más variadas tallas de las burguesías nacionales, como de cuarteles de ejércitos, asociaciones gansteriles universitarias, partidos nacionalistas de estrechas aspiraciones nacionales, y compartían una indisimulada aversión hacia sus respectivos partidos marxistas, a los que tildaban de fraccionalistas, oportunistas y ajenos a una realidades rurales que el padrecillo Marx nunca elucubró desde su tranquilo pupitre en la British Library, y en ocasiones, y esto sí irritaba la epidermis dogmática del camarada Kruschev, parecían sospechosamente similares a ejercicios literarios del camarada Mao, solemne icono entre poemas, saltos adelante (al vacío) y afroasiáticas amenazas de revolución mundial.

Así, Kruschev observó con interés el ejercicio de revolución castrense-nacionalista que desde julio de 1952 se escenificaba en Egipto, y que había iniciado un interesante (y necesario) proceso de transformaciones modernizadoras en una monarquía decadente y sujeta a compromisos que estimulaban un sentimiento de recuperación nacionalista entre las capas medias, los intelectuales y el ejército, en una sociedad abrumadoramente rural. Con la conversión del coronel Gamal A. Nasser en el hombre fuerte del país en 1954, y el ejército en elemento clave del proceso de cambio, los acontecimientos internacionales asumieron un papel determinante en la vida del estado egipcio: el manifiesto deseo de destruir el estado de Israel y vengar la aparatosa derrota de los ejércitos árabes coaligados en 1948; la incorporación del Sudán aduciendo lazos históricos, el estatus del Canal de Suez, la pretensión egipcia de constituirse en el campeón natural del nacionalismo árabe y subsahariano. Para ello, sabido en El Cairo que la oposición a tales proyectos por parte de los tradicionales intereses de los gobernantes británicos y franceses en el Medio Oriente, así como la aversión de la administración Eisenhower por los excesos del nacionalismo radical en una región tan próxima a las fronteras del bloque soviético y al sistema de alianzas occidental en Asia Sudoocidental, distanciaría al gobierno nasserista de las principales potencias occidentales, la mirada egipcia pronto se remontó al norte, hacia las vastedades eslavas.

Las marcas egipcias sobre el fuselaje de los cazas de manufactura moscovita evocaron en mí las singulares simbiosis de la historia de nuestro tiempo y las disparidades convertidas en convite oportuno. Para el Soviet, a mediados de la década de 1950, cuando se dio la ocasión a orillas del Nilo, Egipto representaba la posibilidad de proyectarse mas allá de la tradicional esfera del sudeste europeo hacia el Mediterráneo africano, de considerable significado estratégico en su disputa con las potencias occidentales y la percepción de seguridad de la Unión Soviética. La posibilidad de estar presente en una región pródiga en hidrocarburos tanto como en efervescencia nacionalista, y explotar el momento, resultaba congruente y deleitosa para la confesada intención oportunista del régimen kruschovista en las periferias del hemisferio norte. Adelantar la influencia rusa con créditos a 2.5% era tan factible como con asesores militares y “transferencia” de tecnología militar, prometía.

Los ahora museales aparatos que sacudieron mi somnolencia en Luxor, comenzaron a llegar a puertos de Egipto como resultado de los contactos, diplomáticos indirectos primero, francos luego entre funcionarios de Nasser y representantes de Checoslovaquia y la Unión Soviética durante la primera mitad de 1955. Precedido por arreglos de intercambio económico y cultural, el convenio militar de septiembre de ese año, establecía la remisión de armamentos checos y rusos, vía Praga para no desatar las suspicacias y temores en Europa Occidental y Norteamérica, a cambio de productos agrícolas egipcios, algodón en particular. Conocido como acuerdo Shepilov-Nasser, el traspaso de armamentos estaba valorado en unos 80 millones de dólares americanos, e incluía, por vez primera en África y la región mesoriental, entregas de aviones de combate MiG, bombarderos medios IL-28, tanques Js (Stalin), así como abundante munición y armas ligeras de infantería. Moscú comenzó a servirlos por vía marítima desde casi inmediatamente la firma del acuerdo. (1)

El convenio firmado sería el paso prístino de un proyecto geopolítico para Egipto formulado por Nasser en octubre de 1954, donde el régimen revolucionario basaría su aspiración al liderato político del mundo árabe, tanto como a la completa retirada de las fuerzas militares británicas del Canal de Suez y el desmantelamiento de su presencia política en el Sudan, en la edificación de un poderoso y modernizado estamento militar, capaz de conferirle credibilidad al mesianismo revolucionario de la ideología nasserista e inspirar sagrado pavor entre los “reaccionarios” monarcas filo británicos en Jordania, Iraq, Kuwait u Omán. El poseer unas bien “soviéticamente” dotadas y numéricamente respetables fuerzas armadas podrían, en su momento, proyectar la influencia de Nasser Nilo arriba, hacia las entonces atormentadas comarcas del África Oriental Británica. Un Egipto con superioridad militar regional sería el pivote alrededor del cual se erigiría una alianza de estados afines del mundo árabe (Siria, Yemen y Arabia Saudita) para emprender la destrucción del estado de Israel y quebrar el prooccidental Pacto de Bagdad, creado escasos meses antes del convenio egipcio-soviético. (2)

Para Moscú este discurso con sus aspiraciones afro-árabes y su tinte mesiánico resultaba en una melodía de dulces cadencias geopolíticas. La lira egipcia emitía acordes que serían secundados por la balalaica moscovita, y pronto, también por afanosos tamborileros sirios. El apasionado, tormentoso, nacionalismo árabe dotado de armamentos soviéticos y secundado por las argucias de la diplomacia kruschoviana, conseguiría la quiebra de la supremacía occidental entre Cirenaica y Abadán, sin que los soviéticos arriesgasen un conflicto directo al sur de Odessa.

Es bastante improbable que los aparatos exhibidos en sus pedestales en Luxor fuesen de los originales entregados desde 1955 en adelante, aunque no dispongo de elementos más allá de una presunción razonable. Entre la firma del acuerdo militar y los datos publicados por fuentes británicas en 1958, Egipto recibió de Checoslovaquia y la Unión Soviética 89 cazas de combate Mig-15 y Mig-15 UTI, estos últimos para adiestramiento de tripulaciones. A ellos se agregaron 39 bombarderos medianos IL-28, así como una veintena de aviones de transporte IL-14 y otros veinticinco aviones de entrenamiento general Yak-11. Todos fueron embalados por flete marítimo y llegaron acompañados de personal técnico ruso y checoslovaco. Bajo la dirección de la misión militar soviética en Egipto, varios aeropuertos fueron convertidos en bases militares desde donde serian capaces de operar los cazas Mig-15, como los bombarderos IL-28. Las pistas de Kabrit y Cairo Norte, respectivamente, estuvieron entre las modificadas para tales misiones. Con ello iniciaban una presencia militar rusa en aeródromos egipcios que llegaría a niveles insospechados a finales de la década de 1960, así como también la presencia de pilotos rusos o de otros estados comunistas, por la cortedad de aviadores egipcios en capacidad de operar tales maquinas. En vísperas del conflicto de octubre de 1956, cierto número de cazabombarderos Mig-17 estaban ubicados en bases locales, pero apenas eran operables por los escasos pilotos calificados. (3)

La crisis de Suez, en octubre-noviembre de 1956, puso a prueba las relaciones entre Moscú y El Cairo, así como los armamentos remitidos desde el año anterior. El avance de Israel sobre el Sinai, combinado con el brillante asalto aerotransportado de británicos y franceses en el Canal de Suez, crearon una delicada situación política para el régimen de Nasser, que experimentó una sonora derrota en el campo de batalla, salvada sólo por la presión internacional encabezada por la “extraña alianza” de diplomáticos norteamericanos y soviéticos en el Consejo de Seguridad de la ONU, según calificativo de una publicación de la época. Por otro lado, para Moscú, la crisis en Suez resultó una excelente oportunidad de protagonizar su primera intervención política en asuntos del Oriente Medio, proferir bravatas contra los israelíes una vez aceptado el cese al fuego por éstos y otros contendientes, y distraer la atención internacional de la sangrienta represión soviética de un nacionalismo a orillas del Danubio, enfocando su indignación socialista a otro choque en el norte de África. Tales signos, aunque equívocos, fueron interpretados por Nasser como un compromiso duradero de Kruschev hacia su régimen y proyectos internacionales “arabistas”. A despecho de ciertas discrepancias acerca del trato de los comunistas egipcios por el gobierno local y una temporal veleidad soviética por el nuevo régimen revolucionario iraquí, Moscú y El Cairo profundizaron su intimidad, de modo que, en 1961, los gobernantes soviéticos consideraban a Nasser su más importante aliado en el Tercer Mundo, lo que fue testimoniado por un impresionante flujo de fondos para proyectos económicos, como los del proyecto de Aswan, millones de dólares en armamentos de reposición o nueva entrega y públicas promesas de mayor compromiso financiero, político y militar, acompañadas de condecoraciones de estado para la cúpula nasserista, en ocasión de la publicitada visita de Kruschev al país árabe. (4)

Antes decía de la improbabilidad de situar cronológicamente los Migs atisbados en el Alto Egipto, entre aquellos que se entregaron en las primeras remisiones, pues durante las breves hostilidades de 1956, la aviación de bombardeo y ataque franco-británica se cebó en los aeródromos egipcios, aniquilando buena porción del material aéreo proporcionado por Praga y Moscú. Durante las operaciones de combate contra los israelíes en la península del Sinai y en especial como resultado de los ataques aéreos de las fuerzas aéreas aliadas desde bases en Chipre, Malta y Haifa, como de dos agrupaciones de portaaviones situados a medio centenar de millas de la costa egipcia, una importante proporción del inventario aéreo nasserista fue, como testimonian las fotografías de entonces, convertido en una masa de cenizas, aceites quemados y aluminio triturado por las pesadas cargas dejadas caer sobre más de una docena de aeródromos situados en el Delta, El Cairo, Canal de Suez y Alto Egipto. A modo de ejemplo, de la flota de medio centenar de cazas MiG- 15, espinazo de la defensa aérea montada desde 1955, el 24% fue destruido en el Sinai, el 40 % puesto a salvo en Siria, en ostensible ejercicio de prudencia, y al parecer, presuroso despegue, de los asesores soviéticos a cargo, en tanto que el porcentaje residual yacía averiado, destruido o derribado a orillas del Canal de Suez y el Delta del Nilo. Una verdadera catástrofe para los impulsos apasionados del nacionalismo árabe y la “inquebrantable solidaridad soviética”, a pesar de las estridencias de Bulganin. De los bombarderos medianos IL-28, temidos en Israel desde su presencia en bases egipcias, el saldo no fue mejor, aunque sí demoledora la puntería de los F-84 franceses, encargados de alcanzarlos en su remoto refugio de Luxor. Aquí, para el 2 de noviembre de 1956, el 70 % de los bombarderos quedaba fuera de combate, en tanto un 20 % era puesto a salvo allende el Mar Rojo, en el aeropuerto de Riad, Arabia Saudita, por iniciativa de los asesores y personal técnico del bloque comunista. El resto, parece haber sobrevivido, por menguado margen, los tenaces asaltos aliados. (5)

Inmutables a los descalabros, y ratificando los elementos políticos y estratégicos que establecieron el fundamento de la alianza egipcio-soviética, un airado Kruschev prometió a Nasser rehacer sus pérdidas con generosas remisiones de armamentos avanzados y más créditos en el megaproyecto de la Alta Presa de Aswan. Durante la década que siguió a los acontecimientos de octubre y noviembre de 1956, la Unión Soviética inyectó cerca de $ 2,000 millones en asistencia militar a sus aliados del Medio Oriente, de los cuales la mayoría pasó a beneficio del Egipto nasserista. Casi dos mil tanques de batalla, medio millar de cazas de combate avanzados, cerca de tres mil piezas de artillería servidos por 1,400 asesores militares adicionales a los ya situados en la región, ratificaban el involucramiento del Kremlin con el entonces visto como su aliado mas confiable en “la lucha contra el imperialismo internacional” Tanto para el siempre muy entusiasta con Nasser, Nikita Kruschev, o sus más reservados sucesores de la triada Kosygin-Brezhnev-Gromyko, Egipto constituía la oportunidad de redimir el protagonismo tercermundista de la Unión Soviética tras sus penosas experiencias en Cuba durante la crisis de los misiles de octubre de 1962. El proyecto de flanquear el dispositivo sudoriental de la alianza occidental y culminar una secular aspiración de bases rusas en el Mediterráneo seguían encandilando a los políticos del partido y el estado mayor de la madre patria del socialismo mundial. (6)

Es explicable que tras la caída, léase defenestración, del camarada Kruschev por sus excesos personalistas, aventurerismo coheteril-nuclear y dispendiosas promesas de asistencia económica en más de una coordenada dudosa, al menos de ajustarnos al espíritu de como el Politburó decidió explicar la truculenta sustitución del premier que veraneaba en Sochi, que la “nueva dirección del partido y el estado”, secundada animosamente por el ministerio de defensa, en especial el mariscal A. A. Grechko, de halcónicas inclinaciones internacionales, considerara al Medio Oriente y Egipto especialmente, como un escenario idóneo de los esfuerzos de explotar el involucramiento de los Estados Unidos en Indochina, y propiciar el asalto decisivo sobre Israel. Axial, a inicios de 1967, tras una serie de visitas de altos personeros del gobierno moscovita a El Cairo, se prodigaban seguridades a Nasser que los soviéticos eran tan fieles entonces como antes al compromiso de armar al estado del Nilo, como en incrementar en medio millón de dólares en proyectos económicos. Moscú parecía respaldar el intento del gobierno nasserista de forzar la salida de las fuerzas de interposición de la ONU y remilitarizar la península de Sinai, con vistas a un nuevo duelo que debía resultar definitivo. Hacia mayo de 1967, el estado mayor egipcio se mostraba complacido que con sus tanques, artillería y aviones de factura soviética, superaban ampliamente a sus adversarios de Tel-Aviv. Aun así, estimaban que los soviéticos debían remitir equipo antiaéreo avanzado (misiles superficie-aire), y hacer más explicita ante los estados occidentales su disposición a respaldar militarmente a Egipto de repetirse una intervención como la de Suez. (7)

Quizás una observación del mariscal Grechko ante su homólogo egipcio S. Bardar, a finales de mayo de 1967, durante un encuentro oficial en Moscú, fue considerada por Nasser como el necesario “espaldarazo” para convertir la latente tensión con Israel en un enfrentamiento regional abierto: si las fuerzas armadas soviéticas por voz de uno de sus mariscales y ministro aseguraban que “…mantendrán su apoyo y ayuda en cualquier crisis…”, sus hermanos de armas egipcios podían iniciar su “guerra santa” contra los execrados israelíes. Una guerra árabe contaría con el apoyo político, las inextinguibles líneas de suministro de armas y pertrechos y la solidaridad internacional de la Unión Soviética en los foros mundiales (8). E impediría, inequívocamente, cualquier acción de otras potencias. Nasser esperaba, incluso, la posibilidad de una intervención directa de las fuerzas navales y aerotransportadas soviéticas contra Israel. Inclusive, durante la fase inicial del ataque preventivo de la aviación israelita contra aeródromos egipcios y sirios, que aniquiló en tierra la mayor parte del arsenal aeronáutico nasserista, entre ellos los flamantes MiG-21, confiaba en una reacción inmediata y brusca de los halcones moscovitas.

Si bien en el Kremlin no faltaban los impulsos belicosos por parte del estamento militar y el más militante grupo nucleado alrededor de Brezhnev, en aquella oportunidad pareció prevalecer la posición cautelosa de Gromyko y Kosigyn, que concediendo ciertas salidas enérgicas contra Israel en los despachos y declaraciones oficiales cursadas por la agencia TASS, la tónica para con el conflicto fue la de encaminar al Consejo de Seguridad de la ONU la propuesta de cese al fuego y retirada a posiciones previas al comienzo de las hostilidades. Moscú accedió a reemplazar pérdidas experimentadas por Egipto, pero mediante un discreto y calculado puente aéreo de armas por la vía de Argelia, en tanto los buques de su escuadrón del Mediterráneo permanecían a estudiada distancia de las costas de los beligerantes y sobre la estela de los navíos norteamericanos de la VI flota. Como luego apuntaría un ministro soviético que rompió con el sistema, la Unión Soviética en 1967, estaba dispuesta a armar y entrenar los ejércitos árabes, y sostener las economías militarizadas de sus aliados regionales para alcanzar, por interposición, la destrucción de los intereses de sus adversarios globales y locales entre el Sahara y el Tigris. Pero alentar pasiones nacionalistas belicosas no comprometía a tomar cartas directas en la interminable y peligrosa trifulca del Medio Oriente. Desatada la violencia, los soviéticos optaban por el repliegue. (9)

En seis días de operaciones fulgurantes, Egipto sufrió una nueva y dolorosa derrota, perdió una porción estratégicamente decisiva para la defensa de su principal zona urbana del Delta y vio disipado su dominio del Canal de Suez. Las acciones en el desierto del Sinai diezmaron el material que los soviéticos habían remitido desde una década antes y crearon serias dudas en el Kremlin sobre la viabilidad de los generales revolucionarios egipcios como aliados confiables. En el tremendo duelo con la Fuerza de Defensa de Israel, la considerable superioridad de tropas y blindados no libró a las fuerzas armadas egipcias del sabor de la impotencia. Aunque sus 100,000 hombres experimentaron pérdidas por apenas un 13% de sus efectivos, el destrozo ocasionado a sus poderosas agrupaciones de tanques T-34, T-54 y T-55 fue abrumador, consternando a sus asesores soviéticos como asombrando a los observadores internacionales. De 930 tanques de combate asignados al Sinai, 700 fueron destruidos o capturados, de estos un centenar intactos, para un 75 % de la fuerza involucrada. Casi el 90% de la artillería en existencia en las fuerzas armadas de Nasser quedó entre los arenales de la península. (10)

En materia de aviación, los efectos del conflicto de junio de 1967 superaron los del descalabro de noviembre de 1956: Egipto perdió 309 aparatos de combate, bombardeo y transporte en menos de dos días iniciales de incursiones, en buena parte atrapados en sus pistas por ataques masivos y sorpresivos. Otros 60 fueron destruidos durante el resto de la lucha sobre el Sinai y el Canal. Entre este 82 % de la fuerza aérea aniquilada se hallaban una treintena de bombarderos Tu-16, casi un centenar de bien armados y ágiles MiG-21, sobre una cincuentena de cazabombarderos MiG-19, así como una treintena de helicópteros y aparatos de transporte, todos remitidos por Moscú en virtud de sus convenios y reposiciones de 1955, 1957 y 1964, entre otras. El ejército del aire de Nasser quedaba una vez más reducido a cenizas, metal perforado, aceite y bencina ardiendo bajo los ardores del desierto y de la angustia de un nuevo revés para los arrogantes proyectos de una década de preparativos. Con sus humillaciones para árabes y rusos, la guerra de Junio pareció enfrentar a la cúpula del Kremlin con las opciones de “… o retirarse totalmente de la región o reconstruir los ejércitos árabes. Moscú elegiría la Segunda (…)”. (11)

Si bien Moscú mantuvo su interés e involucramiento en Egipto, y sus armamentos fluyeron a puertos y aeródromos egipcios, hasta el punto de hacerse cargo de la defensa aérea del ahora casi inerme régimen de Nasser durante la peligrosa “guerra de desgaste” (1969-1970) sobre el Canal de Suez, durante la cual asesores, técnicos, pilotos y artilleros soviéticos, en número de 20,000 hombres, combatieron las audaces incursiones aéreas de los israelíes sobre el valle del Nilo, desde la capital hasta tan al sur como los aeropuertos de Luxor y Aswan. Tres años después, el sucesor de Nasser, A. El Sadat, aunque decidió, expulsión mediante, prescindir de los asesores rusos, contó con el compromiso de Moscú en el más peligroso de todos los choques con Israel: la guerra de Octubre de 1973 o del Yom Kippur, oportunidad en la que los ejércitos egipcios, entrenados y aconsejados en la doctrina militar moscovita y abundantemente dotados de armas antitanques y antiaéreas, dieron un ejemplo de profesionalismo y competencia, que, aun a la luz de un nuevo descalabro ante los israelitas, consiguieron abrir el camino a una solución negociada del diferendo bilateral entre El Cairo y Jerusalén. Poco antes, Sadat se desvinculó amargamente de los últimos lazos con el Kremlin y se inclinó a una orientación prooccidental. La influencia política y militar rusa se fue disipando a orillas del Nilo, y los MiGs atisbados en esa temprana llegada a Luxor, para su fortuna, iniciaron su rumbo a un destino museable, en tanto otros eran reexportados o confiados al descuido. En todo caso, en un país donde las huellas de pasados poderes aflora en los más inverosímiles hitos del viajero más indiferente a la historia, parece ser que las nieves del sovietismo quedaron volatilizadas hace mucho y por siempre, entre las pardas dunas del desierto.

San Juan de Puerto Rico
10 de julio de 2007.

Notas

(1) volver NUTTING, A. Nasser. New York, 1972, pág. 104; ULAM, A. Expansion and Coexistence. New York, 1969, págs. 586-590. El convenio militar estaba previsto satisfacerse en un plazo que se extendería hasta 1958, y según informes británicos para entonces montaría unas 150 millones de libras esterlinas, suma muy por encima de lo acordado de inicio. Véase GREEN, W. y J. Fricker. Air Forces of the World. London, 1958, pág. 283.

(2) volver NUTTING, A. Nasser, págs. 81, 97 y 99. A inicios de 1955, las fuerzas armadas egipcias sumaban 100,000 efectivos en servicio activo, que coaligados con otros miembros de la Liga Árabe podían poner en pie de guerra un cuarto de millón de hombres. Israel, a su vez, podía, en dos días, llamar a filas una cantidad análoga a la de sus enemigos coaligados, es decir, otros 250,000.

(3) volver GREEN, W. y A. Fricker. Air Forces of the World…, págs. 283-284

(4) volver MC LANE, C.B. Soviet Middle East Relations. London, 1973, págs. 35-37; ZURGBIBE, Z. Historia de las Relaciones Internacionales. 2. Barcelona, 1997, págs.212-213.

(5) volver FLINTHAM, V. Air Wars and Aircraft. A detailed record of air combat. New York, 1990, págs. 43-49.

(6) volver OREN, M.B. Six Days of War. June 1967 and the making of the modern Middle East. New York, 2002, págs. 27-28.

(7) volver IBIDEM, págs.96-97. El canciller A. Gromyko y el premier A. Kosygin, visitaron Egipto en marzo y abril de 1967, respectivamente. A fines de 1964, el nuevo régimen moscovita aseguró a un preocupado ministro de defensa egipcio y a su jefe en El Cairo, que Moscú honraría su promesa anterior de facilitar todas las armas necesarias, aún las más secretas, siempre que semejantes arreglos quedaran sujetos a una completa discreción de las partes.

(8) volver IBIDEM, pág. 125.

(9) volver IBÍD., pág. 296. La observación corresponde al representante y jefe de la delegación soviética en la ONU, A. Schevchenko.

(10) volver CLODFELTER, M. Warfare and Armed Conflicts. A statistical reference to casualty and other figures, 1618-1991. Volume 2. Jefferson, N. C. & London, 1992, págs. 1042-1043. Israel perdió en el Sinai el 2.5% de sus tropas de infantería y el 16.2 % de sus tanques. En ese teatro de operaciones movilizó a inicios de junio de 1967 una fuerza de 70,000 hombres y 750 tanques.

(11) volver IBIDEM, pág. 1043; ANDREW, C. & V. Mitrokhin. The World Was Going Our Way. The KGB and the Battle for the Third World. New York, 2005, pág. 152.

(Publicada la versión original en la edición electrónica de CubaNuestra) arriba

 

 
Arqueología y Antropología
Arte Rupestre
Artes Aborígenes
Arte y Arquitectura
Literatura
Historia
Música
Museo y Exposiciones
Política Cultural
Libros
Sobre el autor
 

 

© Marlene García 2003 para José Ramón Alonso