Más
allá de una capitulación: el gobierno de Santiago
de Cuba y la pérdida de La Habana, agosto-septiembre de 1762.
Por Pablo J. Hernández González.
“...inutilizar la toma de esa plaza al
enemigo, que les será difícil, o imposible penetrar
en lo interior de la Isla, defendida de tanto leal vasallo..."
(Madariaga a Prado, agosto de 1762).
La captura de la capital cubana por fuerzas combinadas
británicas fue acogida con alborozo en la esfera de influencia
americana de la monarquía anglicana, tanto como con alarmas
fundadas en las posesiones de sus rivales en el ámbito circuncaribe.
Sin embargo, las explicables inquietudes difundidas en Veracruz,
Cartagena o San Juan, eran compartidas casi simultáneamente
en Jamaica, por las autoridades de esta posesión colindante
con Cuba. A poco de consolidarse la administración de Albemarle
en La Habana, el gobernador jamaicano apelaba al almirante vencedor,
explicando su convencimiento que, aunque la victoria parecía
decisiva, las amenazas españolas no habían cesado
allende los estrechos que separaban ambas islas. Indicando a Santiago
de Cuba, más que a las posesiones francesas o hispanas de
La Española o Puerto Rico, solicitaba que el grueso de la
fuerza naval británica no abandonara su estación habanera
sin tomar las prevenciones adecuadas para asegurar la integridad
de Jamaica, antes de desplegar sus principales buques de línea
en otros escenarios.
El temor a una combinación desde el oriente
cubano o el occidente de La Española empleando milicias y
regulares, la subversión de las dotaciones o el armamento
de los cimarrones isleños desde la vecina Santiago de Cuba,
no parecía disiparse con la victoria de agosto a orillas
del estrecho floridano. Kingston proclamó la ley marcial
en la isla en tanto se despachara desde La Habana un escuadrón
naval garante de la integridad del territorio, como aconteció
en octubre de 1762. Las felicitaciones cursadas por los mercaderes
y autoridades jamaicanas por la captura de la importante plaza cubana,
eran seguidas de no menos apasionadas apelaciones recordando que
España aún permanecía intacta a la vista de
Jamaica. (1). Justo
es este el tópico que nos ocupará, la permanencia
de una "frontera de enemigos" en el interior insumiso
de la principal posesión antillana de España.
Como se ha expuesto antes, por los acuerdos solo
una tercera parte de la Isla de Cuba podía considerarse sometida
a los vencedores, en tanto el resto del territorio -sujeto a la
discusión epistolar sobre su adhesión a las capitulaciones
vigentes-, permaneció leal a la Corona española y
su representante asentado en Santiago de Cuba, amparado en las postreras
disposiciones del capitán general y gobernador habanero.
La "Cuba española", mediado agosto de 1762, sumaba
unos 75, 884 kilómetros cuadrados, probablemente el 41 %
de los habitantes empadronados, residentes en nueve jurisdicciones
capitulares y seis tenencias de gobierno correspondientes a los
gobiernos de Santiago de Cuba o La Habana, si bien los espacios
de la Tierra Adentro fueron transferidos al primero por Prado en
despacho de 21 de agosto de 1762. Dilatado territorio que, jurando
lealtad a la gobernación santiaguera, en tanto en ésta
ponían en ejecución aprestos defensivos y se concebían
planes para la movilización de los recursos del país,
quedó a discreción de las autoridades municipales,
prestas a defender sus seculares intereses y lealtades, desafiar
apelaciones de subordinación a los nuevos dominadores de
la capital, y prestar su concurso humano y económico al esfuerzo
de fijarle límites a las pretensiones británicas según
fueran perfilándose. En este empeño, las localidades
actuaron con relativa autonomía dentro del acatamiento a
Santiago de Cuba, pues combinaron con relativa eficacia los imperativos
particulares con los proyectos generales del gobernador Lorenzo
de Madariaga.
Por su condición de capital española
de la Isla, su amplio frente oceánico, el valor estratégico
de sus bahías y fortificaciones, la proximidad de los aliados
franceses como de la británica Jamaica - donde tal consideración
revestía apreciaciones de inquietud constante y generaba
apelaciones a favor de actuar contra la ciudad oriental-, Santiago
de Cuba resultaba ser la principal "frontera de enemigos",
es decir, el frente más inmediato de una posible acción
de Gran Bretaña desde el medio de su preferencia y supremacía:
el océano, opción nada hipotética después
del 15 de agosto de 1762, de ajustarse meticulosamente Albemarle
a las instrucciones primarias de Londres.
Otra frontera, igualmente expuesta, parecía
correr al oriente de los partidos capitulares habaneros desde las
rías de Sagua a la bahía de Jagua, de norte a sur,
pasando por Santa Clara (o Pueblo Nuevo), en las comarcas centrales
de la tenencia gubernativa trinitaria. Esta región, vulnerable
por su flanco marino si Albemarle y Pocock hubieran decidido una
aproximación directa, pero defendible con ventaja por tierra
en todo caso, limitaba con las extensas propiedades ganaderas que
servían, por decisión del cabildo habanero, las necesidades
de la capital isleña, en términos de abastos cárnicos.
El control de tales recursos económicos revestiría
a esas localidades de un significado apreciable después de
las capitulaciones de agosto y la ocupación británica
de la bahía de Matanzas. La conversión de Jagua y
Santa Clara en el destino de refugiados y caudales, así como
en la línea extrema de concentración de los recursos
del país comandados por Santiago de Cuba, las convertirían
en uno de los problemas estratégicos más acuciantes
para los británicos durante gran parte de su dominación
en Cuba.
Despachos procedentes de capitales europeas, a
la par que el gozo londinense, revelaban la consternación
que en España y Francia había causado la pérdida
de la Isla de Cuba, que se daba por cierta con la capitulación
de su principal urbe, y que tanto los funcionarios y militares españoles
evacuados de allí, como gentes del común y autoridades
municipales, cada vez con más insistencia, se hacían
eco de un creciente criticismo del "... poco cuidado que se
ha tenido en proveerla suficientemente de tropas y preparar a los
habitantes de Cuba que hubieran podido de consuno con la guarnición,
hecho fracasar la empresa del enemigo..." Más adelante,
las mismas informaciones procedentes del puerto gaditano, hacía
recaer sobre los pobladores isleños una porción substancial
de la responsabilidad, al considerarlos de poco cooperadores en
la defensa. Se basaban en el descontento mostrado hacia los abusos
mercantiles de la Real Compañía habanera, que la Corte
pareció ignorar, y hacia un aumento en los derechos de exportación
azucareros, a lo que se añadía una supuesta contribución,
análoga a la más fuerte peninsular, que "...
los había agriado todavía mas...", haciendo que
su participación fuese desganada y poco cooperativa con la
guarnición. Tal dura opinión parecía ser consecuencia
más de la frustración de los vencidos que de una actitud
palpable en semejante contingencia. Tal alusión a la pérdida
de la Isla como correspondiente a la falta de ánimo y preparación
de sus habitantes, no parecía corresponderse con otras informaciones
confidenciales francesas, donde se insistía en que cualquier
prolongación de las hostilidades por los españoles
en América o Europa podía influir en la voluntad negociadora
británica, o a las solicitudes de protección de las
autoridades británicas de Jamaica, por no considerar salvados
los peligros regionales tras los avances de agosto. La opinión
de los evacuados también podía ser contrastada en
todo sentido por los mensajes emitidos por Prado, en vísperas
de su embarque y los despachos reservados de los funcionarios reales
encargados de los enfermos y heridos de la guarnición convalecientes
en La Habana ocupada. Como se verá más adelante, la
actitud vacilante de algunos mandos de las unidades regulares, fue
contrapuesta por otros de las fuerzas irregulares levantadas en
el país, como testimonio de las posibilidades de un curso
distinto de los acontecimientos, como en su día expresaron
los miembros de la comisión indagadora de la pérdida
de La Habana. (2).
No mejor opinión que sus frustrados compañeros
de armas repatriados por el vencedor, merecían las capacidades
castrenses de la "gente de la tierra" para el estratega
del Almirantazgo, almirante C. Knowles, al estudiar el significado
de la captura de la principal plaza política y militar cubana,
y para quien ocupar La Habana implicaba, por su propia preeminencia
la sujeción añadida de toda Cuba. Tal posesión
representaba una segura supremacía estratégica en
el ámbito circuncaribe, la ruta del Golfo de México
en manos inglesas, la liberación de numerosos buques de línea
para otras misiones, la inactividad o neutralización de Cartagena
de Indias, la intimidación de los franceses de La Española
y la indiscutible ascendencia comercial en las Indias Occidentales.
El almirante concedía a la captura habanera todas las posibilidades,
y de consumarse, el mínimo riesgo, desdeñando toda
existencia de un reto procedente del interior de la isla. Así,
displicentemente, aconsejaba a otros marinos que una vez en dominio
de las fortalezas y destacado un escuadrón naval de cuatro
o cinco navíos de combate en la rada, tal presencia británica
jamás sería desafiada por fuerza alguna que permaneciera
en la Isla, por su total carencia de amunicionamiento o artillería
para la empresa de devolver el asedio, o la imposibilidad de levar
suficiente cantidad de hombres, aún si cada habitante fuese
un soldado -cuyas cualidades prefería soslayar -, y en el
hipotético caso de conseguir cumplir tales exigencias para
un ataque desde el flanco terrestre habanero, semejante amenaza
siempre podía ser conjurada con el despliegue de una poderosa
fuerza naval. Al carecer el territorio insular de carreteras apropiadas
en su interior, quedarían a merced de la potencia marítima
británica, siendo como era presumible que semejante fuerza
restauradora pudiera partir de España sin ser pronto detectada
por Gran Bretaña y sus designios oportunamente frustrados.
Como se aprecia, Knowles siquiera concedía la posibilidad
de una resistencia medianamente local, como la experimentada por
su colega Vernon veinte años antes en el mismo escenario
y con parecidas apreciaciones. (3).
Con buques británicos en las estaciones
de las islas de Barlovento (Antigua), Jamaica y La Habana, el dominio
total de las rutas americanas y el comercio bajo su voluntad la
Gran Bretaña quedaría en una posición indiscutida
en el hemisferio, en tanto la guerra europea y colonial durara,
en un empeño que, sin dudas, sería apoyado por los
colonos continentales. Consideraba que el único espacio marítimo
sensible a disposición (temporalmente) de España sería
el Paso de los Vientos, natural acceso a Cartagena de Indias, que
por demás, siempre estaba guardado por el escuadrón
naval de Jamaica, especialmente de saberse intenciones o movimientos
enemigos por el área. Optimista en su dominio de esas aguas,
el Almirantazgo consideraba que Francia no haría acto de
presencia tras la caída de La Habana, optando por proteger
Cabo Francés, lo que dejaba al poder naval británico
en posesión de la partida. Un año después del
memorial de Knowles al Almirantazgo, el plan estratégico
estaba consumado casi en su totalidad, pero justo a orillas del
Windward Passage se iniciaría el desafío a la presencia
de los británicos en Cuba, y desde Santiago -precisamente-,
se intentaría su desalojo por los medios que Knowles consideraba
más improbables. El gobernador Lytteton, de Jamaica, en su
momento formuló una apreciación menos optimista, aunque
desde el punto de vista logístico escasamente practicable,
acerca de lo que la permanencia -aún pasiva -, de la autoridad
de España a orillas del Paso de los Vientos, significaba
para la seguridad del territorio a su mando, e inclusive, para la
recién capturada isla vecina. (4).
1. La frontera exterior: Santiago de Cuba.
Cuando Prado dictó sus disposiciones finales
antes de abandonar la que una vez fue la capitanía general
a su mando, asentó con lucidez no muy frecuente en los documentos
de los tiempos finales del asedio, una serie de normas que legitimaban
la autoridad española más allá de lo que en
su apreciación, constituía el territorio cedido a
los soldados de Jorge III. Delimitando perfectamente un espacio
extendido al este de una línea que unía los castillos
de Matanzas y Jagua, se mantendrían los mismos términos
de acatamiento y dominio del monarca peninsular, ratificando los
derechos, fidelidades y vasallaje del vecindario, con la expresa
autorización de recurrir a la defensa de sus personas y bienes
por todos los medios a su alcance, y -aludiendo a símbolos
de probada efectividad en toda circunstancia-, "... les inspire
el propio deseo de no admitir el yugo extranjero...", en su
calidad de reservas de un legitimismo aún vigente. Tal cesión
de mando, como hemos dicho, revertía la autoridad suprema
de la "Cuba española" en el gobernador de Santiago
de Cuba, elevado a rango de capitán general y administrador
supremo de toda la extensa porción de la Isla que no había
capitulado, con la expresa delegación sobre todas las jerarquías
civiles y castrenses de esos espacios, disfrutando de plenos poderes
que Prado estimó depositar en el veterano Lorenzo de Madariaga.
La apelación a la totalidad de los habitantes y representantes
del poder real, ahora centrado en la antigua cabecera isleña,
apuntaba a la lealtad y la obediencia, los derechos de la Corona
y la fidelidad de sus pobladores en una hora trágica, con
la expresa atención al empleo de todas las facultades posibles
para oponerse a pretensiones de los británicos, aún
desconociéndose en la Isla las instrucciones de la Corona
inglesa, “... sin duda serán dirigidas a seguir la
conquista...". Aunque muy diferente al tono empleado días
antes al excusar el empleo de otros medios para prolongar una resistencia
sugerida a la junta de generales en suelo habanero, el gobernador
saliente no descartaba la indefensión en que podía
considerarse el resto de la Isla que exhortaba a permanecer leal,
especialmente tras la inclusión en la capitulación
de la caballería regular y lanceros, los refuerzos de infantería
miliciana, los depósitos extramuros de la extinta comandancia
general y los recursos que pudieran haber sido transferidos oportunamente.
Por honroso que fuese el legado conferido a Santiago de Cuba, no
por ello mejoraba su exposición ante el empuje británico
en toda la región antillana, y en especial la posibilidad
de sostener su autoridad en el resto del territorio isleño.
(5).
Triunfadores y capitulados compartían la
apreciación, en uno u otro grado, Santiago de Cuba sería
el objetivo subsiguiente a la consolidación británica
en la capital, por su significado estratégico tanto por representar
la segunda cabecera política y administrativa, remanente
de una autoridad que se consideraba cesante, y no menos un posible
acceso para los refuerzos franceses o españoles que intentaran
disputar los laureles adquiridos por los ejércitos británicos
en la campaña caribeña de 1762. Si bien Knowles estimaba
que la supremacía naval británica confinaría
tales reductos a la inmovilidad, conjurando intentonas expedicionarias,
las instrucciones a Albemarle estipulaban redondear la dominación
inglesa de la Isla con la captura de la cabecera oriental, y los
rumores generados en la sociedad habanera que encontraron la vía
de filtrarse a las posesiones virreinales, consideraban a Santiago
de Cuba como la próxima de las empresas británicas
en la región, al verse pospuesta la operación contra
la Luisiana por el quebranto de los regimientos empleados en el
asedio habanero. Newcastle opinaba a la fecha que, bien ponderadas,
las consecuencias de las victorias obtenidas en Cuba serían
considerables para las aspiraciones del gabinete y parlamento británicos
de alcanzar negociaciones auspiciosas. (6).
Albemarle había hecho evidente que la declaración
del gobernador de Santiago de Cuba como capitán general y
gobernador "de la Isla de Cuba", y el subsiguiente reconocimiento
por numerosas localidades "... de la misma que están
a gran distancia de esta plaza [ La Habana.]", creaba una situación
intolerable en las comarcas de jurisdicción habanera capituladas
con ella. La negativa flagrante al acatamiento de la autoridad entrañaría
represalias a varios puntos, entre ellos la capital oriental, ya
fuese por tierra o por mar.
Sin embargo, el conde -explícitamente-,
parecía inclinarse por una operación marítima
contra el resto de la Isla, una vez las condiciones de la estación
de huracanes se atenuaran. Por otro lado, tales objetivos, entrañaban
un riesgo logístico, pues "... están demasiado
lejos para mandar tropas por tierra...". Que la capacidad de
proyectarse con el poder naval era factible, da testimonio el intendente
Montalvo, desde La Habana, al advertir que alrededor de una veintena
de navíos de línea británicos, acompañados
de fragatas y los transportes fondeados en la rada capitalina, despertaban
ciertas inquietudes que estimaba era saludable trasmitir a las autoridades
insulares remanentes, como a las continentales, en particular de
Nueva España. Temores que, casi al unísono, eran compartidos
por el ministro-negociador francés en Londres, quien consideraba
probable que la victoria británica en La Habana podía
significar una prolongación de las hostilidades en una próxima
campaña cargada de incalculables riesgos para la parte del
hemisferio bajo soberanía española.
Funcionarios habaneros afirmaban que las intenciones
de los generales británicos apuntaban al remanente gobierno
de Santiago de Cuba, por la pretensión de éste de
reclamar la autoridad política sobre las tenencias de gobierno
de Trinidad y Puerto Príncipe, como de las fortalezas de
Matanzas y Jagua, lo que reputaban de desafiante y los rumores que
circulaban entre los propios ocupantes eran que "... debe ir
armamento suyo a la conquista de Cuba, para lograr por este medio
completa la de la Isla...". No dejaba de ser como para tenerlo
en consideración, por el aislamiento de la capital santiaguera,
sus deficientes comunicaciones con el exterior y en especial los
puertos novohispanos. El enemigo, con poderosos elementos navales
en aguas habaneras, contaba con que, una vez recuperados sus regimientos
de las enfermedades resultado del asedio y el verano tropical, podía
considerar acciones ofensivas "para luego que refresque el
tiempo... ", sabidas las condiciones más benignas del
trópico antillano a partir de octubre y en particular una
vez que se recibieran en La Habana refuerzos y socorros de las posesiones
continentales de Norteamérica, "... de los que ya han
recibido algunos...", acotaba el almirante Pocock en uno de
sus despachos. El destino de la población y fortaleza de
Matanzas, desamparadas de su guarnición y ocupada sin resistencia
por las tropas británicas, era una palpable muestra de la
vocación de los ocupantes de hacerse de los puntos más
importantes de la Isla que no se les sujetaran por propia iniciativa.
Santiago de Cuba, por sus apreciables recursos no debía descuidarse,
era una extendida consideración entonces. (7).
Otros informes que circulaban por Santiago, La
Habana, México e inclusive Cádiz, no descartaban los
desplazamientos ofensivos británicos contra la "Cuba
española": una comunicación al gobernador santiaguera
relativa a asuntos de defensa citadina, se hacía eco de la
información que el mando inglés preparaba en La Habana
una expedición combinada, con tropas de tierra y mar contra
la segunda ciudad isleña y poblaciones vinculadas, aunque
no necesariamente de inmediato, por imperativos sanitarios y logísticos,
pero no por ello se debían dejar de tomar disposiciones para
asegurar la plaza y sus accesos. Los movimientos iniciados por la
flota inglesa fondeada en La Habana, por instrucción del
almirante Pocock fechada en octubre, parecían estar asociados
a ciertas indiscreciones atribuidas a oficiales navales británicos
revelando una expedición con destino a Santiago de Cuba,
que habría de consistir en una decena de embarcaciones de
combate y transporte, con unos tres mil soldados de desembarco a
bordo, mandados por el comodoro Keppel, y que zarpó en la
primera quincena de ese mes, circunvalando las Bahamas por el lado
atlántico, para enrumbar por las islas Caicos camino al Paso
de los Vientos, aunque para algunos observadores habaneros aquello
de forzar el puerto santiaguero ahora, en una suerte de reedición
de la intentona de Knowles casi dos decenios antes, sonaba a baladronada.
(8).
2. La gobernación de Santiago: un vistazo a
sus posibilidades en 1762.
Santiago de Cuba, en los días de la "guerra
inglesa", encabezaba un distrito que representaba sobre una
cuarta parte del territorio insular y el 20 % de la población
total, contando con algunas características geográficas
ventajosas a la hora de ponderar sus capacidades para enfrentar
posibles líneas de invasión. A la fecha, la comarca
de mayor vulnerabilidad para la cabecera oriental, la constituía
el frente costero de unos 50 kilómetros, extendido a ambos
lados de la embocadura de la bahía y la fortaleza del Morro.
Al oeste, los 10 kilómetros de costa desde el puerto de Cabañas,
y al este, los 40 hasta las marismas de Sigua, ofrecían considerables
vías de penetración desde el mar: la brecha de máximo
peligro apenas orlada con unas discretas y ruinosas fortificaciones
en amplio abanico.
Enclavada en una cuenca limitada en todo su perímetro
por las serranías del Cobre, Boniato y la Gran Piedra, la
ciudad veía confinadas sus comunicaciones terrestres con
el resto de la gobernación y la Isla, a los pasos montañosos
que seguían los valles de los ríos del Cobre y San
Juan. Santiago, centro determinante de la región, constituía
el principal asiento poblacional y de una economía comercial
"desarrollada bajo la influencia geográfica de la bahía,...".
Por el flanco oriental, una serie de angostos valles costeros marcaban
las posibles rutas para acceder a la capital por un espacio abierto.
La bahía, considerada prácticamente inaccesible desde
el océano, por la estrechez de su entrada, era reputada contemporáneamente
como "... un gran puerto con la entrada al sur que está
muy defendida de dos buenas fortalezas." Un derrotero de mediados
del siglo XVIII la capacitaba como identación segura, hermosa
y capaz de admitir buques de todo tonelaje y porte, aunque accesible
con prácticos, en condiciones muy abrigadas por tierra y
mar. La ciudad de Santiago, erigida a escasa distancia de la bahía,
resultaba considerablemente protegida por las serranías inmediatas
que la ponían a cubierto del resto del país que administraba
políticamente, y del que no era habitual esperar hostilidades.
Además, los pasos montañosos eran de cómoda
defensa, dominando los valles exteriores desde la comunidad de Santiago
del Prado, las alturas boscosas del Puerto Boniato o las proximidades
de San Luis de los Caneyes. Ambas poblaciones, desde el siglo anterior,
contribuían con la defensa de las comunicaciones internas.
La ausencia de entidades hostiles al interior de la gobernación,
tanto como el anillo montuoso que confinaba la cuenca santiaguera,
concentraba el esfuerzo de quienes planeaban la defensa hacia el
frente marítimo. La privilegiada posición sobre el
Mar Caribe, como la vecindad de otras posesiones europeas, justificaban
semejante perspectiva, históricamente demostrable. (9).
Las comunicaciones terrestres de la plaza, la enlazaban
con Bayamo por el calamitoso "camino real de Cuba", a
través de Santiago del Prado, sobre un terreno considerado
"sobre fragoso". Desde aquí hasta la jurisdicción
agropecuaria de Jiguaní, el camino se extendía por
kilómetros de sendas bruscas y anegadizas, hasta alcanzar
Bayamo, a unos 125 kms. , por itinerarios no mejores. Cualquier
desplazamiento de tropas y recursos quedaba condicionado a los azares
de caminos muy deficientes que precariamente surcaban la parte más
explotada de la gobernación. Desde Santiago al este, vías
secundarias que cruzaban remotos pasos de montaña, la vinculaban
con los distritos ganaderos de Santa Catalina, inmediatos a la desierta
bahía de Guantánamo, a unos kms de la capital local;
como con Tiguabos, asentamiento serrano otros kms más adentro,
ambos avanzadas agropecuarias de los vecinos santiagueros. Estas
rutas procedentes de la cuenca de Guantánamo resultaban ser
especialmente interesantes para la defensa de Santiago de Cuba,
porque la despoblación de aquel importante accidente, resultó
ser de singular peso en la seguridad de la región santiaguera.
En unas interesantes observaciones sobre el valor
estratégico de la Isla de Cuba para Madrid, redactadas un
bienio antes de la invasión inglesa, se observaba la importancia
de la mencionada bahía para el comercio y el equilibrio del
poder naval en Indias, señalándose en especial "...
sus grandes puertos, su hermosura, y fertilidad y su situación...",
para el control de aquellas aguas. Al discutir las vulnerabilidades
de la defensa en la región oriental de la Isla, junto a una
acertada apreciación sobre Santiago de Cuba, se notaba que
Guantánamo era harto conocida y recurrente en las ambiciones
británicas, sugiriéndose asegurar sus bahías
con fortalezas y pobladores de la Isla, para seguridad del distrito
y conservación de "... aquel puerto que siempre irá
siendo más importante, para mantener segura la Isla, y hacerla
respetar habiendo guerra." Apreciando la experiencia de 1740-1741
con el mismo adversario, resultaba desconcertante que las medidas
sugeridas no hubieran sido consideradas la víspera del nuevo
rompimiento de hostilidades marítimas.
Cierto tortuoso camino litoral, discurriendo por
terrenos estériles, y un largo sendero por las sierras boscosas,
no parecían facilitar a los santiagueros un rápido
transporte de tropas para proteger la distante, mínimamente
poblada pero estratégica cuenca de Guantánamo, codiciable
por las potencias marítimas y tan complicado y azaroso de
socorrer con tropas regulares de Santiago como casi impracticable
desde la corta guarnición de Baracoa. Guantánamo resultaba
todavía más significativa para la defensa del gobierno
oriental y Santiago en particular, punto focal en los proyectos
perspectivos de Londres en el Caribe, por ciertas bondades naturales:
"... profundidad, seguridad y capacidad para albergar las mayores
flotas de guerra si fuese necesario". (10).
Estas, la convertían en la analogía oriental de las
bases de apoyo naval que Inglaterra estableció en las grandes
bahías vueltabajeras durante su acción contra La Habana,
asegurando el dominio de los estrechos. En caso de una acción
británica contra Santiago de Cuba, Guantánamo podía
hacer el papel de abrigo de flotas, base de desplazamientos navales
y terrestres, aguada y punto de aprovisionamiento, en condiciones
similares a las bahías de Mariel y Bahía Honda en
el occidente de la Isla. Añádase que el Almirantazgo,
en Londres, poseía información relativamente fidedigna
sobre tales posiciones y su influencia en el curso de los acontecimientos
locales o regionales.
Por otro lado, poca ayuda podía reclamarse
de Baracoa en caso de necesidad de Santiago de Cuba, tanto por sus
menguados recursos humanos, como por una distancia superior a los
200 kilómetros por los caminos "más agrios y
temidos de toda la Isla." Baracoa, dominando la embocadura
de la Canal Vieja de Bahama, significaba bastante para los nuevos
dueños de La Habana, obligada recalada de tal itinerario.
Baracoa, considerada como "frontera marítima",
a pesar de su imponente fortificación y baterías,
se hallaba poco más que "... indefensa, y expuesta a
la contingencia de ser tomada de los enemigos." La distancia
de la capital gubernativa y las amenazas que parecían cernirse,
hacían hipotético socorro a pesar de ser la guarnición
más inmediata a Baracoa. Un territorio montañoso y
selvático, casi inaccesible al trasiego caminero, confiaba
la primera villa isleña a su suerte, ya fuese el último
reducto propio o la potencial primera ocupación británica
en la gobernación de Cuba. Para añadir incertidumbre,
la denunciada indisciplina de la escasa dotación, la precariedad
de los recursos y diferencias entre autoridades civiles y castrenses
vulneraban las posibilidades del enclave. (11).
En términos generales, las rutas terrestres
que partían de Santiago de Cuba, en virtud del relativo aislamiento
poblacional y económico de la cuenca, aprovechaban las realidades
topográficas y mostraban una comunicación menos cómoda
con los distritos más distantes al extremo este de la gobernación
-especialmente en la línea Caneyes-Santa Catalina-Baracoa-,
por espacio de más de dos centenares de kilómetros
a lo largo de los peores caminos de la Isla. El espacio accesible
vinculaba Santiago de Cuba con sus áreas de explotación
agropecuaria al norte de la gran bahía que los cartógrafos
británicos llamaban "Cumberland" desde los días
de Vernon. En las inmediaciones de la capital gubernativa, ésta
mantenía una especial relación con San Luis de los
Caneyes y Santiago del Prado, en un radio inferior a los 10 kms.,
sus naturales poblaciones abastecedoras, con especiales misiones
de custodia a lo largo de sus respectivos litorales. Traspasados
los pasos montañosos santiagueros, la capital oriental enlazaba
con las comarcas de Jiguaní y Bayamo, centros agropecuarios
en el valle aluvial del río Cauto, tradicionales proveedoras
de Santiago de Cuba, a poco más de un centenar de kilómetros
al occidente de esta. Bayamo, tenencia gubernativa, centro ganadero
de primera, limitaba con su similar Holguín, extensa tenencia
de gobierno, de base pecuaria también, a unos 70 kms de aquella,
conteniendo en su territorio dos apreciables bahías, las
de Gibara y Nipe, sobre las orillas de la Canal Vieja de Bahama.
Desde aquí, el "camino de Cuba" recorría
unos 200 kms hasta Puerto Príncipe, primera tenencia gubernativa
perteneciente a La Habana, pero con tradicionales asociaciones familiares,
municipales y mercantiles con Bayamo, y políticamente al
tanto de los acontecimientos de Santiago de Cuba, al que perteneció
una veintena de años antes. Debe recordarse que, independientemente
de los deslindes administrativos centrados en La Habana, las palpables
distancias físicas que separaban la capital santiaguera de
la capital isleña, no solo se manifestaban en escalas topográficas,
sino eran perpetuadas en las esferas culturales y económicas,
favoreciendo una evolución paralela, pero significativamente
autónoma. (12).
Escasamente vulnerable por el lado terrestre, salvo
por una eventual posesión hostil del valle y comarcas del
Cauto, episodio de improbable realización entonces, el "vientre
débil" de la cabecera gubernativa de la "Cuba española"
en 1762, descansaba sobre el Mar Caribe. Secularmente amenazada
desde allí, la erección de defensas sobre la -ya por
sí difícil entrada-, de su bahía había
mostrado la impracticabilidad de forzarla por una fuerza naval,
independientemente de su monto. Santiago consiguió prevalecer
durante las incursiones navales de Vernon (1741) y Knowles (1748),
gracias al complejo fortificado centrado en el Morro, sus defensas
interiores y exteriores, en cuyo mantenimiento y artillado se invirtieron
considerables fondos destinados a las obras ingenieras bajo la administración
del enérgico gobernador Cajigal de la Vega, en la década
de 1740. Durante estas pruebas, también afloraron las vulnerabilidades
del flanco marítimo oriental de la plaza, tal como observaron
las autoridades políticas y eclesiásticas radicadas
en Santiago de Cuba, puesto que a lo largo de la Guerra de los Nueve
Años, como en casi todos los conflictos internacionales desde
1701, la plaza había resultado ser una frontera imperial
expuesta, blanco de alarmantes intentonas. (13).
Un extenso litoral abierto, adyacente a la entrada
de la bahía y de poco complicado acceso a la ciudad; parecía
ser el área a enfatizar en los aprestos del verano de 1762.
La historia santiaguera mostraba desde una centuria antes, que esas
caletas, ensenadas y playas, si no estaban convenientemente resguardados
con vigías, obras artilladas o tropas terrestres, podían
constituir la más directa forma de -flanqueando la imponente
mole de San Pedro de la Roca-, tomar posesión de la ciudad
por su poco protegida retaguardia. Esta brecha en el perímetro
de una ciudad por demás favorecida por el terreno, se revelaba
como alarmante ante el conflicto con la potencia enseñoreada
de los espacios marítimos antillanos. La franja costera,
de oeste a este, mostraba varias posiciones existentes de antigua
data:
1. El puerto de Cabañas, a 5 kms al oeste
de la bahía, accesible a embarcaciones pequeñas, con
aguada y protegido por la playa de Guaycabón Nuevo, franca
para canoas. Ambas, durante la guerra de 1739, fueron provistas
de atrincheramientos y dos piezas de artillería, que para
finales de la década de 1750, estaban "desmontados y
sin guardia", frecuentadas por pescadores y contrabandistas.
2. La playa de Aguadores, extensa, abierta y con
un río, fondeable para canoas y lanchas apenas a otros 9,5
kms al este de Santiago.
3. El minúsculo puerto de Sardinero, a unos
cinco kilómetros de la anterior, práctico para embarcaciones
menores.
4. Las ensenadas de Juraguasito, amplia, con fondeadero
para embarcaciones medianas, al amparo del río homónimo;
de Juraguá, profunda, con río y aguadas, tan atractiva
como la primera e igualmente visitada por contrabandistas, piratas,
pescadores y piratas durante los dos siglos precedentes. Ambas a
unos 10 kilómetros de la capital oriental.
5. El litoral que corría por espacio de
casi 80 kms al este de Santiago, contaba con numerosas playas, caletas
y surgideros accesibles para cualquier invasor marítimo,
en su mayoría franqueables por lanchas de desembarco u otras
de poca cala, de las cuales eran especialmente sensibles los surgideros
de Daiquirí y Jatibonico. (14).
Las dificultades para encarar un asalto frontal
contra Santiago de Cuba, y la necesidad de dominar los puntos costeros
mencionados, habían sido expresadas en una interesante comunicación
del almirante Vernon, durante el anterior conflicto atlántico.
En efecto, en ésta se observaba que el canal de acceso a
la bahía resultaba tan angosto y los fondeaderos cercanos
inexistentes, que hacían impracticable cualquier intentona
de penetración desde el mar, a menos que se conquistaran
los fuertes primero. Semejante operación, a juicio del desafortunado
almirante, podía consumarse con relativa facilidad, "...
por tropas que pudieran ser desembarcadas en una buena bahía
que para ese propósito existe a pocas leguas a barlovento...",
recabando del Almirantazgo un reconocimiento minucioso -entiéndase
clandestino -, de los accesos inmediatos del puerto y bahía
por aquel rumbo. En cualquier operación sobre la ciudad,
su abierto lado oriental ofrecía potenciales incentivos para
desembarcos exitosos. (15).
Como luego estimarían sus compatriotas en 1762, si Santiago
de Cuba era capturado con una efectiva combinación de la
flota y las fuerzas terrestres, las ventajas estratégicas
serían substanciales para la seguridad de la colonia jamaicana,
y la navegación británica por el Paso de los Vientos,
ya que se clausuraría toda vía de socorros procedentes
de las inmediatas posesiones francesas, sin contar los efectos desestabilizadores
para la seguridad de la costa sudamericana. Además, el destino
de Santiago de Cuba sería compartido por Baracoa, desprovista
de todo refuerzo, y el Almirantazgo estimaba la capital de la gobernación
oriental como una interesante escalada de aprovisionamiento y abrigo
marítimo mucho más atractiva que la propia Jamaica,
constantemente bajo el hostigamiento de los corsarios santiagueros.
El ministro John Pulteney alentó en especial
la posesión en el levante de Cuba en los círculos
navales y mercantiles londinenses, tanto como en los debates parlamentarios,
afirmando que si Gran Bretaña, además de consolidarse
en La Habana, lograra tomar Santiago de Cuba y "... practicar
un asentamiento en esa parte de la isla, y sostenerlo, pudiera ser
de la mas relevante importancia,...". Comentaba en correspondencia
con Vernon, que con los adecuados refuerzos podrían estar
en capacidad de proteger ese distrito de la Isla contra cualquier
intentona española de reconquista, aprovechando sus peculiaridades
naturales, aún a sabiendas de la agresividad del trópico.
Si semejante conquista se combinara con la de La Habana, las repercusiones
no dejarían de ser impresionantes para los eventos europeos
y americanos, de modo que de adquirir Londres la posesión
de la Isla de Cuba y sus plazas fundamentales “... podríamos,
tengo la confianza, mantenerla, a pesar, y en desafío, de
todos los poderes de Europa". (16).
Aún fracasados estos proyectos de grandiosidad hemisférica
de la década de los 1740, el reconocimiento sobre las costas
inmediatas a Santiago de Cuba, se consideró de suficiente
peso como para actualizar y compilar informaciones hidrográficas
precisas con vistas a consideraciones ulteriores, para lo cual se
mantuvieron, con más o menos reserva, constantes cruceros
sobre aquellas aguas. (17).
Insistamos que no era ociosa la mención
específica de Santiago de Cuba como una de las opciones tras
la consolidación de la misión de Albemarle en la campaña,
y la adhesión de este al principio de Pulteny sobre la conveniencia
de "completar la Isla", con un movimiento que asegurara
el territorio más allá de los distritos habaneros,
y cerrara el acceso a posibles refuerzos franceses o españoles,
llevando cierto sosiego a las expectantes autoridades de Jamaica.
Como se ha dicho antes, el vencedor conde de Albemarle, en medio
de las prioridades militares, administrativas, políticas
y logísticas que La Habana imponía, estimaba el paso
como natural extensión de una alentadora campaña,
y que, en términos de credibilidad de los vencedores podía
ser conveniente culminar, en particular luego de la proclamación
de una autoridad legitimista en Santiago de Cuba, suceso que no
resultaba conveniente para las manifestadas aspiraciones de extender
la soberanía británica a todo el país. Un Santiago
de Cuba que invocaba la continuidad de la autoridad capitulada,
desconocía los acuerdos pactados en agosto, cuestionaba abiertamente
la dominación británica en los espacios de la Tierra
Adentro a los que Albemarle recabó acatamiento, y que luego
intentaría proseguir las hostilidades por cuenta propia levantando
concursos entre las municipalidades insulares, las autoridades virreinales
y gubernativas, era - de por sí -, una presencia suficientemente
fastidiosa como para alentar una excursión punitiva de los
británicos, o, en su defecto, para considerar una calculada
demostración de fuerza que aclarara el enojoso asunto de
la preeminencia política en la Isla.
En tanto Albemarle manejaba con discutible fortuna
las conminaciones para que se le aceptara como nuevo "capitán
general de la Isla de Cuba" y gobernador de "La Habana
y sus distritos ", en un ensayo de intimidación política,
de consuno con Pocock se empleó el desplazamiento de contingentes
navales -surtos en el puerto habanero -, por la región antillana,
como recurso de "presión psicológica" sobre
las reticentes autoridades santiagueras, sobre todo con el despacho
de una fuerza naval mandada por el vicealmirante A. Keppel, desde
La Habana con destino a Jamaica, en octubre de ese año. Por
una comunicación del propio Pocock, en la que organizaba
y distribuía las unidades navales a su mando, sabemos de
la presencia de un destacamento de cierta consideración en
la isla vecina. Allí estaban fondeados unos 14 navíos
de línea, fragatas y embarcaciones auxiliares, a pesar de
los requerimientos de Pocock, el envío del convoy mercante
a Inglaterra y los daños inevitables entre parte de los buques
de la estación de Port Royal. Amén de aquietar los
temores de vecinos, mercaderes y plantadores jamaicanos, buscaba
surtir un efecto disuasivo sobre cualquier intentona santiaguera,
aunque era bastante palpable que los mejores buques de línea
de Jamaica permanecían a disposición de Pocock, en
número de diez unidades mayores, desde inicios de la campaña
habanera. Análogo a ciertos movimientos que una veintena
de años antes Vernon consideró oportuno escenificar
en aquellas aguas tan disputadas, Pocock, al disponer de considerables
fuerzas navales, en tanto esperaba la convalecencia de soldados
y marinos así como el paso de la temporada de tormentas tropicales,
poco propicia para la navegación, asignó a su subalterno
Keppel la conducción de nueve navíos de línea,
junto con otros tres similares y un transporte de tropas procedentes
de Port Royal que se devolvían, muchos de ellos pertenecientes
a la base jamaicana, a la vecina isla en un proceso escalonado:
(1) en 25 de septiembre, zarparían de La
Habana tres buques de combate y un transporte de tropas de Jamaica
llegadas luego de la capitulación, solicitadas por las autoridades
de Port Royal y Kingston;
(2) a mediados de octubre, el grueso de la fuerza,
constituido por los nueve buques de batalla, abandonaría
la rada habanera, se encaminaría a ocupar posiciones en la
isla británica.
Como la derrota acostumbrada, por ser calificada
de "más cómoda" en el orden de vientos y
corrientes, desde La Habana a Santiago de Cuba, remontaba los estrechos
floridanos, bordeaba las Bahamas septentrionales y se internaba
en el Paso de los Vientos por el canal de las Islas Turcas e Inagua,
la secuencia de tales desplazamientos a la vista de Baracoa y Santiago
de Cuba, no dejaban de ser alarmantes, como la incrementada presencia
naval británica en Jamaica, la más apreciable y por
lo tanto presumiblemente amenazante, desde la ruptura de las hostilidades.
Aunque tales navegaciones quedaran condicionadas a otras prioridades
tácticas, las acciones británicas desde La Habana
y las propias comunicaciones dirigidas al Almirantazgo acerca de
las comunicaciones marítimas antillanas parecían inequívocas.
Pocock escribía por entonces, que la campaña de Santiago
permanecía como caso pendiente para el entrante año,
acción esta que vendría a significar que "...
por supuesto, toda la Isla quedaría sometida al gobierno
de su Majestad". (18).
Santiago de Cuba, aunque disfrutaba de la condición
de presidio y plaza fuerte, no estaba muy ponderada en materia de
seguridad por los comentaristas contemporáneos. Ya fuese
referido a sus fortificaciones, al estado de éstas o los
recursos invertidos, su situación no parecía ser óptima
precisamente, según alguna opinión, en todo caso el
apelativo más benévolo podía ser el de "precaria",
al ser comparado con su estado durante la anterior conflagración
angloespañola. Por otro lado, la guarnición había
hecho un acusado esfuerzo para proveer a la asediada capital de
recursos materiales, pertrechos y tropas que no podían menos
que disminuir sensiblemente las posibilidades de conservar su integridad
en una intentona medianamente decidida a consumar la desaparición
del poder español en el oriente isleño.
En sus observaciones a la Corona, Nicolás
Joseph de Ribera expuso la debilidad de las defensas estáticas
de la plaza, en especial el castillo de San Pedro de la Roca, estructura
que, no obstante lo impresionante de su perspectiva, su capacidad
de resistir un formal asedio de una armada y ejército regulares,
estaba comprometida a la sazón por la cortedad de su personal
de artillería, el cual, además, parecía poco
familiarizado con sus funciones. Semejante estado justificaba las
frecuentes reclamaciones a Madrid, solicitando incrementar la cantidad
de bocas de fuego, la nómina de artilleros y fortalecer el
primer escalón defensivo a lo largo del litoral inmediato,
de modo que, como se apuntaba por varios observadores del estado
de cosas en Santiago, pudiera superarse, el patente "... descuido
que suele haber en sus fuerzas principales.", algo que era
de antiguo abundan los testimonios angustiosos de las autoridades
santiagueras en diversas crisis internacionales, afirmando la falta
de hombres y medios para poder guarnecer los puestos exteriores,
castillos y emplazamientos en el recinto y sus litorales, que se
estimaban demasiado abiertos para descuidarlos, o poco provistos
para largos enfrentamientos. (19).
En términos defensivos, el gobierno de Santiago
de Cuba, contaba, en vísperas de la declaración de
hostilidades entre las cortes británica y española,
con una particular distribución de recursos tanto en la capital,
como en las tenencias de gobierno y plazas marítimas subordinadas.
Según informes capitulares, desde la ascensión del
gobernador Lorenzo de Madariaga (1754), los esfuerzos relativos
a la defensa no habían escaseado, en orden a crear una reserva
permanente de víveres -carnes saladas, viandas, casabe-,
y a la considerable mejora de los caminos locales que enlazaban
los distintos partidos "del campo"; y a una constante
vigilancia el sector costero. Además, la guarnición
era sometida a continuo entrenamiento en sus tareas y posiciones,
en tanto que el gobernador insistió en atender personalmente
el ejercicio de las milicias, atendiendo su organización
de manera que, en algunos años, estaban “... tan disciplinadas
como la tropa arreglada provistas todas las compañías
de los oficiales correspondientes...", hasta el grado de subteniente.
Años después, en reconocimiento a la gestión
de Madariaga en su puesto, el cabildo santiaguero exponía
a Madrid lo consecuente de la política de aquél de
asegurar la fortificación de los espacios vulnerables de
Santiago, al emplear tropas de dotación en la protección
de las costas por tierra y mar, con innovaciones para este último
caso, al establecer "patrullas en piraguas", orientadas
a escudriñar las costas del norte y del sur de la gobernación,
sin excusar puertos o caladeros, en cooperación con otros
servicios de patrullaje, "... mezclando en algunas ocasiones
corsos de guardacostas...", algo entonces en la prioridad de
La Habana y Madrid.
No deja de ser ponderable la preocupación
de Madariaga, quien era un experimentado veterano de la real guardia,
en la instrucción de las tropas regulares: ejercicios de
fuego, maniobras de formación, alardes de armas dos veces
semanales, y dos mensuales las de tiro vivo, algo que añadió
rigurosidad al profesionalismo de sus veteranos. Por otro lado,
el gobernador endureció los requerimientos de la disciplina
cuartelera, punto débil de muchas dotaciones sujetas a prolongados
períodos de inactividad. Bajo la divisa de " la generosidad
al puntual y la pena al negligente", Lorenzo de Madariaga hizo
efectiva su autoridad en todo caso y ocasión. En este sentido,
no deja de ser interesante resaltar las rigurosas inspecciones anuales
-que el gobernador personalmente realizaba-, de todas las unidades
regulares y milicianas destacadas en Santiago de Cuba y la vecina
Santiago del Prado, por algo más de una década, así
como irregularmente, a las principales tenencias gubernativas, como
el caso de Bayamo, en 1761.
Respecto al siempre sensible asunto de las comunicaciones
interiores, del estado de los caminos locales, que alguno que otro
contemporáneo hizo notar lo penoso de una condición
que excluía la mera denominación, Madariaga intentó
paliar un secular abandono, siendo uno de los más meritorios
logros de su administración el haber mantenido abiertos y
transitables los caminos del distrito, al destacar cuadrillas de
trabajadores a cuenta del estado, a la labor de mantener expeditos
los accesos desde Santiago a los diversos poblados, embarcaderos
y litorales donde se encontraban destacamentos avanzados, en operaciones
contra contrabandistas y posibles reconocimientos. Madariaga tampoco
restringió su afán disciplinario a los acantonamientos,
sino que lo proyectó al país, por medio de inequívocas
instrucciones a las autoridades municipales y a los militares destacados
a lo largo de su distrito, para abandonar cualquier laxitud con
los desertores y prófugos, quienes debían ser remitidos
a Santiago. Para ello, protagonizó frecuentes inspecciones
a los partidos rurales.
Con relación a los vecinos y estratégicamente
situados poblados agro-ganaderos de Santiago del Prado y San Luis
de los Caneyes, problemático el primero desde los iniciales
decenios del siglo por las constantes intranquilidades de los negros
esclavos que faenaban las vetas cupríferas, Madariaga consiguió
estabilizar la situación con energía y tacto, con
la reunión de numerosos esclavos dispersos o fugados por
diversas localidades y haciendas, con garantías para los
alarmados vecinos y propietarios; en tanto que en el segundo, antiguo
"pueblo de indios", por su carácter de secular
proveedor de alimentos para la capital oriental, y eslabón
defensivo en su flanco este, dispuso reasentar a los mestizos desplazados,
y así garantizar la continuidad de las estancias contra las
presiones de los ganaderos y azucareros santiagueros, "...
aposesionándoles en un pedazo de tierras, que les tenían
usurpado...", si bien, de atenernos a la opinión descarnada
y de pocos compromisos con los grupos de poder del obispo Morell,
en los tiempos de la guerra con los ingleses, los mestizados descendientes
de los aruacos perdían gradualmente los egidos comunitarios
que disfrutaban desde mediados del siglo XVI, a favor de la agricultura
y pastoreo comercial de criollos y europeos. Las medidas gubernativas
en San Luis de los Caneyes, al reafirmar los principios e intereses
que llevaron a la creación de tales comunidades dos siglos
antes, a la par que las obvias implicaciones de seguridad local,
apuntaban a un acto de justicia agraria. Al mencionarlo en su despacho
a la corte, los síndicos de Santiago concluían que
por tal razón la comunidad se había estado recuperando
demográficamente, aunque las opiniones eclesiásticas
no compartían semejante optimismo, entonces.
Otros partidos rurales, como Tiguabos, Guantánamo
y Mayarí, alcanzaron apreciable expansión económica
bajo la administración de Madariaga, especialmente en lo
que a los ganados se refería, lo que venía a ser vital
para el mantenimiento del flujo de abastecimientos para la plaza
y sus fortalezas, indispensables en la eventualidad de un asedio,
y con la ventaja de proceder por líneas interiores, a considerable
distancia de la artillería de las presuntas escuadras adversarias.
Con semejantes seguridades, a decir del cabildo, la gobernación
santiaguera, arribaba a la década de 1760 con una apreciable
porción de sus costas (léase las de la jurisdicción
de Santiago, en lo fundamental) cubiertas por destacamentos de tropas
regulares, en "ambos mares", con las consiguientes reducciones
del contrabando, los pillajes de naufragios, la seguridad de pesquerías,
como mantener la integridad de vastos espacios despoblados, con
atractivas localidades como aquellas de las grandes bahías
de Guantánamo y Nipe. Ribera, de ordinario agudo cronista
y crítico, consideraba en términos positivos las disposiciones
implementadas en el último lustro por el gobierno de Cuba,
en particular en lo que a proteger aquella descubierta y tentadora
costa inmediata a la ciudad, secular avenida de invasiones en 1554,
1662 y 1741. Madariaga y sus oficiales, como el obispo Morell en
su día, podían extraer generalidades del relato de
las ejecutorias de un Jacques de Sores, un Myng o un Wenthworth.
(20).
Contando que por puro interés local el ayuntamiento
santiaguero celebrara la gestión de un competente gobernador,
bajo cuyo primer período de administración la relativa
riqueza de las jurisdicciones pudo fomentarse sin sobresaltos o
litigios, otros escritores de la época no parecen poner en
duda el entusiasmo municipal, ni aludir a inconfesables favoritismos.
El tantas veces citado obispo Morell, probablemente la más
depurada inteligencia de la isla entonces e indispensable referencia
para el estudio de las comarcas interiores de la Isla mediado el
setecientos, poco proclive a laudatorias inmerecidas, nos ofrece
una equilibrada apreciación de Santiago, no desprovista de
juicios severos sobre la condición y trato de los mestizos
aindiados del Caney, que no le ponían precisamente en los
mismos acordes complacientes de los munícipes. Sin embargo,
en la apreciación general coincidiría con Ribera,
quien exponía tiempo después ciertos juicios que calificaban
positivamente la gestión de Madariaga, algo que los historiadores
posteriores han venido confirmando. Sin embargo, si civiles y religiosos
ponderaron al gobernante, el estamento castrense emitiría
ciertos informes que, como resultado de las presiones e incertidumbres
de la guerra inglesa, pondrían, al menos temporalmente, en
entredicho las virtudes de mando del antiguo integrante de la guardia
de palacio.
3. Defensas estáticas y recursos humanos.
Las fortificaciones de Santiago de Cuba, en 1762,
habían sido calificadas de "casi imbatibles" en
caso de un asalto convencional por el lado del mar, donde se levantaba
el Morro, pero cuya cortedad de dotaciones, medios y preparativos
por igual le sustraía potencialidades de resistencia. Al
interior de la plaza, la antigua estructura del convento de San
Francisco calificada como "castillo" desde el siglo precedente,
era catalogada como obra "lamentable", en caso de hostilidades
en la ciudad. Sin embargo, el frente marítimo se consideraba
sólido, pues la mole del Morro - superadas sus deficiencias
-, combinada con la fortaleza menor de la Estrella, lograban una
posición "... muy defendida." Los sistemas de estacadas
y emplazamientos de artillería en el litoral oeste de la
ciudad parecían menos formidables; en cambio en aquellos
ubicados en la costa este las defensas parecían contar con
mejores posibilidades, especialmente el desembarcadero de Aguadores,
que se mencionaba como "inexpugnable" por su situación,
aunque otras posiciones vecinas no parecían corresponder
a tales auspicios, si no recibían una substanciosa infusión
de hombres y cañones. Contamos con varios estados defensivos
de la plaza de Santiago, elaborados por las autoridades apenas unos
años antes de la crisis de 1762, que pueden ilustrar ciertas
apreciaciones. Existe una revista minuciosa, ordenada por el gobernador
Madariaga con la intención de establecer el verdadero monto
de los medios a su alcance y así recurrir a Madrid en demanda
de pertrechos y fondos para uso de su gobierno. Tales estados, permiten
detallar el estado defensivo santiaguero - intramuros y litoral
-, además del correspondiente a Baracoa, natural prolongación
del sistema de la capital. En lo que a la artillería se refiere,
la plaza contaba con tres complejos singulares, pero complementarios
en sus respectivas asignaciones:
(a) Artillería de la plaza propiamente dicha,
montada en el castillo de San Francisco, intramuros, y la batería
de la plaza de Armas. En ambos casos, los proyectiles adicionales
se encontraban en los depósitos del propio antiguo recinto
franciscano, sumando 110 cargas.
(b) Artillería del complejo fortificado
del Morro. Aquí, siete baterías, correspondientes
a posiciones y baluartes específicos, contaban con más
de medio centenar de piezas. Para su empleo, los almacenes contaban
con más de trescientas arrobas de pólvora, más
nueve mil proyectiles de artillería de múltiples calibres,
como también de medio millar de fusiles y bayonetas, varios
millares de granadas de mano y otros pertrechos.
(c) Artillería de los puestos costeros de
la plaza: Cabañas, Guaycabón, Aguadores, Juraguá
Grande y Juraguacito. Estas avanzadas disponían de 59 cañones
y pedreros y una media de once proyectiles por boca de fuego. (21).
De acuerdo con el citado documento, concienzuda
revista que honraba la observación de los munícipes
dos años antes sobre la meticulosa observancia de los elementos
a su mando practicada por el gobernador en funciones, el sistema
defensivo de Santiago de Cuba, entendiéndose por tal aquel
que incluía el recinto citadino, el complejo fortificado
del Morro, los puestos avanzados de Cabañas, Aguadores, Juraguá
y Juraguacito, añadida la ciudad de Baracoa, extremo del
cordón protector de la gobernación, que al momento
de celebrarse la inspección ordenada por Madariaga: (1) artillería:
con 184 cañones útiles de todo calibre y 20 fuera
de servicio; (2.) municiones : consistían en 9,930 cargas
y proyectiles de todo tipo, con un déficit de 38,899 para
considerar que la plaza estuviera en disposición de resistir
un asedio; (3.) pólvora: en este apartado, las carencias
eran alarmantes, pues de seguir a los inspectores, apenas existían
en los almacenes unas 1,447 arrobas utilizables, necesitándose
5,452 para afrontar las demandas que generaban las baterías
en servicio.
Para uso de las unidades de infantería y
granaderos permanentes, las milicias u otras fuerzas vivas que se
convocarían en caso de alarmas u hostilidades de los adversarios,
en los depósitos del cuartelmaestre, solo se contaba con
un millar de fusiles necesitándose como mínimo cinco
veces más, unos 4,998; para servir estos eran precisas 672,572
balas, de las que apenas se contaban 56,628; las bayonetas por omisión
de 3,858, apenas rebasaban algo del millar y las piedras de fusil,
estaban en la mitad de las necesarias, careciéndose de 2,240
unidades. Los pertrechos indispensables como cuerdas de media, hierro,
plomo y azufre eran deficitarios, observaba el oficial de cuentas.
A tales carencias, debían anotarse ciertas cantidades, nada
despreciables de pólvora, metales y otros elementos, empleados
por las tropas en ejercicios así como en obras de fortificación
practicadas en estas localidades en los cuatro años precedentes.
(22).
Una valoración posterior del sistema defensivo
santiaguero, tras una detallada revista practicada por un recién
desembarcado gobernador y capitán general isleño,
en Santiago de Cuba, el castillo del Morro, el puerto, la fortificación
y guarnición correspondiente, haciendo lo mismo en la bahía
de Guantánamo y río homónimo, ensenadas y surgideros
de Juragua grande y chico; ensenada y batería cerrada de
Aguadores, todos ellos, en su opinión; de naturales ventajas
"... y debilidad de su situación y terreno...",
en vista al fomento de poblaciones, por lo que cursó las
correspondientes directrices, "... para mayor ventaja del real
servicio.", trasluciendo ciertas observaciones no muy favorables
a la gestión local. Observó, sin embargo la oportuna
organización miliciana en Santiago del Prado, cuyos integrantes,
esclavos dedicados a las labores agrícolas para la provisión
del vecindario de la ciudad cabecera oriental, estaban bien estructurados
en compañías, uniformadas y entrenadas al uso de los
regulares. La población, dominando un acceso terrestre y
áreas de subsistencia de Santiago, estaba bien dispuesta
"... para el servicio de su majestad cuando fuese menester,...".
Acerca de Santiago de Cuba, la visión es menos positiva,
al considerarla depauperada por la ausencia de comercio por la vía
de su "... famoso puerto...", sugiriendo al destinatario
peninsular, medidas que alentaran la explotación de los recursos
y terrenos de una localidad estratégica para la seguridad
española en el hemisferio. Es interesante contrastar la más
reservada apreciación del regidor Ribera, que lo consideraba
lejano de ser vulnerable. No obstante, en la misma línea,
ambas apreciaciones convergían en considerar que un fomento
comercial que valorara las potencialidades del país, contribuiría
considerablemente a su seguridad estratégica al estimular
el aumento de la población, los recursos pecuniarios al alcance
de las autoridades y la erección de nuevas fortificaciones
y asentamientos en la jurisdicción. (23).
Respecto a las fortificaciones, se hacía
saber a Madrid, que de la inspección gubernativa de inicios
de 1761, Santiago de Cuba, "... sus castillos y puestos de
su jurisdicción...", contaban para su conservación
de unos elementos de fuego incompletos, asegurando que la plaza
precisaba de 32 cañones y 11,255 proyectiles correspondientes
a estos. A la fecha, pues, no parecía haberse compensado
el déficit expuesto en la anterior inspección de los
oficiales del gobernador Madariaga, que Prado venía a ratificar
en su informativo al ministerio, la exposición del amplio
frente marítimo en que radicaban las defensas exteriores
de la gobernación subordinada. (24).
4. La tríada defensiva.
Como otras plazas fuertes españolas contemporáneas,
Santiago distribuía sus elementos humanos en particulares
nominaciones organizativas vinculadas a las misiones de cada cuerpo.
Así, existían las unidades de dotación regulares,
asignadas al complejo fortificado; los refuerzos de operaciones,
unidades peninsulares temporalmente asignadas a las regiones americanas
y las milicias locales, como reserva. (25).
Señalaremos la estructura de la guarnición de acuerdo
a este patrón común:
a.- Ejército de dotación: Un reglamento,
en cuyos particulares se disponía de la organización
de las unidades, oficialidad, administración, fondos y pertrechos,
sanidad, culto y otros menesteres para la guarnición santiaguera,
fue emitido para La Habana, Santiago de Cuba y la Florida en 1753
en el cual se asignaba a la plaza oriental, dentro de la organización
del denominado Regimiento Fijo de La Habana, un destacamento de
artillería para sus fortalezas, otro de caballería
en servicio de dragones, así como las correspondientes fuerzas
de infantería de línea. En tal reorganización,
la oficialidad de los cuerpos asignados a Santiago, como en el resto
de las plazas, tendría a su custodia la inspección
y mando de las milicias de infantería y caballería
locales. En el presupuesto destinado a esas tropas, se asignaba
una nómina total de 2,640 hombres de las tres armas- si incluir
las respectivas planas mayores- para la defensa de Santiago de Cuba
y San Agustín de la Florida, y cuyo sostenimiento debía
cubrirse con el situado novohispano. Ambas guarniciones -que en
realidad jamás consiguieron alcanzar sus cotas de dotación
óptima-, aunque con misiones de alcance regional, estaban
sujetas a las decisiones estratégicas de la capitanía
general de La Habana, en caso de posibles escenarios bélicos,
con vistas a mejor defensa del territorio según los recursos
humanos y materiales disponibles. Estos cuerpos de dotación
permanente estaban integrados por unidades voluntarias peninsulares,
pero las contumaces carencias de reemplazos obligó al reclutamiento
de criollos y a la aceptación de levas forzosas peninsulares,
evento común a todas las plazas cubanas y floridanas, ahora
unificadas bajo un mando centrado en La Habana. (26).
Del Fijo habanero poseemos dos revistas previas
al conflicto con el inglés que nos ilustran sobre los soldados
regimentales en destacamentos en la plaza santiaguera, bajo los
auspicios del gobernador Madariaga, quien tuvo entre sus primeras
responsabilidades implementar la nueva organización castrense
isleña. De acuerdo con el primer documento, fechado a finales
de 1759, tres piquetes regimentales estaban a cargo de proveer protección
regular a la plaza, fortificaciones, puestos litorales y cabeceras
jurisdiccionales sujetas a Santiago de Cuba, en total 265 efectivos
en revista. Estas unidades, como regla, guardaban la plaza y sus
depósitos con poco menos de la mitad de los efectivos disponibles,
a saber 11 oficiales y 115 clases y soldados; en tanto que las fortificaciones
y puestos litorales, amén de cabeceras jurisdiccionales más
relevantes, eran protegidas por una fuerza ligeramente superior,
formada por 13 oficiales y subalternos, y 126 clases y soldados.
A la fecha, el 47,5% de la guarnición respondía a
deberes de guardia y custodia de la ciudad, en tanto el 52,4% cubría
el Morro, el sistema de puestos marítimos avanzados desde
Cabañas a Guantánamo, como Mayarí, ya que no
existían efectivos asignados a operaciones de partidas en
la jurisdicción. La media de cada uno de los tres piquetes,
de los cuales no se especifica procedencia de unidades, estaba constituida
por menos de una decena de oficiales y subalternos y alrededor de
ochenta clases y soldados reglados. (27).
Algo más de un año después
de la citada revista, un cronista contemporáneo emitía
una comunicación sobre el destacamento del regimiento Fijo
de la capital en Santiago, le atribuía una nómina
de 440 hombres, "comprendiendo los sargentos, artilleros y
tambores, con los respectivos capitanes y oficiales subalternos",
todos procedentes de los cuatro batallones de línea de la
plaza habanera, así como de las fuerzas montadas y de artillería
allá existentes. De las tres armas asignadas a los presidios
de Cuba y la Florida, según el reglamento de 1753, debían
estimarse en plantilla 2,640 alistados según el presupuesto
anual aprobado para la defensa isleña, a expensas de las
cajas mexicanas. Como muestra mínima, la cantidad asignada
inmediatamente de ser emitido el reglamento, ascendía a 488,919
pesos, en tanto que para el año anterior a la ruptura de
hostilidades entre Londres y Madrid durante la guerra de los Siete
Años, se elevaba a 489,879 para usos de tropa y estado mayor.
(28).
Una muy completa información acerca de la
guarnición santiaguera, procede de una revista que inicia
el año 1762, donde se expresa con particularidad la estructura
orgánica de las unidades de dotación procedentes del
regimiento radicado en la capital insular. De acuerdo con esta,
las tropas ya no se organizaban en tres piquetes, sino en grupos
o batallones, cada uno integrado por una compañía
de granaderos y cinco de fusileros de infantería regular.
Un primer batallón, con cinco oficiales y subalternos, y
63 entre sargentos, clases y soldados, para un total de 67 efectivos.
Un segundo, contado con siete oficiales y subalternos, más
73 clases y soldados, sumando 80 soldados. El tercer batallón
habanero, con apenas dos oficiales y 58 hombres entre clases y soldados,
con una plantilla de 60; en tanto el cuarto y final, con una menguada
oficialidad subalterna (dos) y 60 entre sargentos, cabos y soldados,
con un total en nómina de 62 efectivos. El total de los efectivos
regulares con que estaba dotado permanentemente Santiago de Cuba,
por los días de la ruptura de hostilidades con Londres, había
variado relativamente poco, de unos 265 alistados tres años
antes, a 269 miembros de la guarnición contabilizados en
1762. Contrástese esta información producto de la
meticulosidad de Madariaga, correspondiente a la realidad de la
guarnición, con el estimado reglamentario que cita el cronista
Arrate en su referencia a las defensas de la Isla. De seguir las
revistas practicadas y contrastarlas con los datos ideales de los
cronistas tempranos, pudiéramos justificar las apreciaciones
del gobernador de la plaza y el castellano del Morro que, mediado
ese año de 1762, advertían a sus respectivos superiores
de la insuficiencia de recursos humanos de la guarnición
regular, algo que también había acotado antes Ribera
en su informe a la Corte. Asumiendo el estimado reglamentario, la
guarnición santiaguera contaba a inicios de la intervención
española en el conflicto atlántico, con un déficit
del 38,9 % de su nómina óptima. (29).
A la altura de la pérdida de La Habana
a manos de los regimientos británicos, una inspección
practicada al evacuado "Fijo de La Habana", arroja información
interesante sobre la fuerza al servicio del segundo gobierno de
la Isla. Cuatro destacamentos procedentes de análogos batallones,
sumaban 280 alistados entre oficialidad, sargentería y soldados,
distribuidos según el vigente reglamento: el destacamento
del primer batallón estaba compuesto de 72 efectivos; del
segundo batallón, estaban destacados en Santiago un total
de 76 hombres en nómina. El contingente del tercero sumaba
62 efectivos disponibles. Del cuarto batallón habanero, 64
fusileros y granaderos permanecían en la capital oriental.
Tales elementos de dotación permanente,
mantenían su presencia en las estructuras de la ciudad, el
complejo fortificado del Morro, los puntos avanzados del litoral
y en ciertas cabeceras de tenencias donde cooperaban con las autoridades
en el adiestramiento de las milicias municipales, en tanto que se
encargaban del sistema de postas oficiales. Los 280 alistados en
plantilla, en agosto de 1762, constituían un discreto crecimiento
en las tropas santiagueras: algo más de una decena de efectivos
con respecto a las revistas de inicio de año, lo que no alteraba
significativamente la dotación, mantenida en una constante
"insuficiente", si creemos el juicio de las autoridades
locales. Sin embargo, debemos apuntar que si consideramos los refuerzos
santiagueros puestos a disposición de La Habana, y por tanto
alejados de las revistas hechas en la plaza por esos días,
el monto total de los efectivos venía a ser substancialmente
menor. (30).
b. Ejército de refuerzo. Unidades consideradas
como "de operaciones" en América, sirviendo en
ultramar durante temporadas determinadas, de acuerdo con las necesidades
reales. Compuesto de unidades peninsulares. Se destinaban a aquellas
plazas expuestas a ataques del adversario, y una vez superadas semejantes
crisis debían reintegrarse a sus bases metropolitanas. Uno
de sus áreas fundamentales de presencia lo constituían
las plazas marítimas del Caribe, en su condición de
frontera política durante los conflictos angloespañoles
del segundo tercio del siglo XVIII. De acuerdo con Gómez
Pérez y Marchena, junto con alistados voluntarios, estos
cuerpos se nutrían de los individuos menos disciplinados
de cada batallón o regimiento, desertores indultados con
el destierro, o cuerpos regimentales en plan de régimen disciplinario
colectivo, lo que no contribuyó a la mejoría de las
capacidades combativas en su destino, en las siempre ávidas
de personal unidades de dotación. (31).
En lo que a la guarnición de Santiago de Cuba concierne,
la aparición de estos refuerzos se hará patente ante
la inminencia de la incorporación de Madrid a la coalición
antibritánica, en virtud de una disposición real de
inicios de 1761, que ordenaba la remisión de navíos
de combate y tropas peninsulares a América, como medida preventiva
dado el sesgo de los acontecimientos atlánticos, para tener
“...sus plazas en el mejor estado, y fuerza marítima,
que les auxilie...", alentándose a virreyes y gobernadores
a mantener buenas relaciones con los aliados franceses, y ser recelosos
ante circunstancias imprevisibles.
Así, se notificaba al gobernador de Santiago
de Cuba, que la escuadra del marqués del Real Transporte,
integrada por seis navíos de línea, desembarcaría
cuatro compañías de tropas de refuerzo para la plaza
a su mando, medida que experimentó contraorden poco después,
avisándose al gobernador Madariaga que, por real decisión,
solo se le asignaran tres unidades de combate y el resto pasara
a cubrir las necesidades defensivas de La Habana. Para fines del
propio 1761, en la capital oriental, anclaba el buque "Galicia",
conduciendo pertrechos y 200 dragones para que se dejaran en el
país. Tras una junta entre el gobernador, el capitán
de navío José de Aguirre y el coronel de dragones
Carlos Caro, debía determinarse la porción de la fuerza
que sería dejada en Santiago y la parte "...de esta
tropa [que] pueda cómodamente transportarse... a La Habana."
Esta fuerza y navío, coincidían prácticamente
con la comunicación del Consejo de Indias a las autoridades
españolas en los territorios ultramarinos sobre las consecuencias
de la ruptura diplomática con Londres, aunque no se hubiera
hecho público el asunto, para que se tomaran las disposiciones
correspondientes para asegurar la integridad de los territorios
a su mando. Madrid comunicaba a La Habana y Santiago de Cuba, que
la corte había determinado embarcar con destino a la primera,
200 montados con sus correspondientes oficiales, sillas y efectos,
al mando de un coronel veterano, por ser asunto de "urgencia
y prioridad". (32).
Especificando el tópico de los refuerzos,
un despacho metropolitano insistía en incrementar la presencia
naval española en aguas americanas hasta seis navíos
de línea procedentes de Cádiz, a cuyo bordo iban dos
segundos batallones de los regimientos de Aragón y España,
de los cuales se destinarían dos compañías
a la guarnición de Puerto Rico, cuatro a Santiago de Cuba
y el resto a la plaza habanera. El mismo enfatizaba a los representantes
de la Corona en las citadas islas, que ésta deseaba "...se
viva con precaución, y tener a este fin más que guarnecidas
sus plazas, y fuerza marítima que las sostenga,...".
Para ello era preciso conseguir toda la cooperación posible
entre los gobernadores, los oficiales navales y los generales de
tierra en cada una de las plazas en cuestión. Tal intención
era confirmada en nuevos despachos a La Habana y Cuba, donde se
informaba que la escuadra fondeada en El Ferrol transportaría
unidades peninsulares tomadas de los segundos batallones de los
citados regimientos de Aragón y España, especificando
cuales compañías serían asignadas al servicio
de Santiago de Cuba. Sin embargo, tal decisión sería
revocada un mes más tarde, al reducirse las tropas destinadas
a Santiago, a favor de la capital. Elecciones como estas, como luego
se admitiría, mostraban la predilección estratégica
de Madrid en la Isla, que apuntaba a asegurar la escala de los mercantes
y caudales indianos. (33).
De este refuerzo peninsular quedarían destacados en Santiago
de Cuba alrededor de unos sesenta efectivos, además de una
veintena adicional dispersa por diversas localidades de la Tierra
Adentro, para inicios de la campaña británica. (34).
Una expresión de esta política de
refuerzos peninsulares la constituye la asignación de una
escuadra a la defensa de la región oriental de Cuba, si bien
subordinada a apoyar la capital insular en caso de acciones enemigas.
Al efecto, con cargamento de artillería, pólvora,
munición y útiles de campaña, además
de tropas destinadas a las Antillas españolas más
expuestas, salieron de Europa los buques mandados por Juan Bautista
Erazun, -tres navíos de línea, un bergantín
y tres embarcaciones mercantiles procedentes de El Ferrol-, a los
que luego se les agregaría otra embarcación de comercio
gaditana. Tras recalar, dejando refuerzos, en Santo Domingo, arribaron
a Santiago de Cuba (enero de 1762), con instrucciones específicas
a su comandante de mantenerse, con sus embarcaciones, en la localidad,
"hasta nueva orden". La escuadra de Erazun aportó
fuerzas terrestres a una plaza urgida de ellas, conforme a la siguiente
composición:
(a) un estado mayor, oficiales superiores navales,
capellanes, personal médico y de maestranza, algo más
de una treintena de individuos en total;
(b) varias compañías de los segundos
batallones de Aragón y España, con 20 sargentos, 75
tambores y cabos, y 477 soldados;
(c) del cuerpo de artillería, unos 89 condestables,
cabos y artilleros;
(d) algo menos de un centenar de individuos sumaban
los oficiales de mar, incluyendo pilotos, contramaestres y todo
tipo de personal de a bordo. Agréguese a esto, 466 artilleros
de mar, 747 marineros, 738 grumetes y 120 pajes, más un centenar
de personal de servicio de la oficialidad.
En total, la escuadra fondeada en la bahía
santiaguera, al momento que nos referimos, contaba con 2,391 plazas
cubiertas, si bien no todas ellas destinadas a la guarda de la ciudad
y sus fortificaciones. De cinco navíos de línea que
llegaron a constituir la fuerza remitida desde puertos gallegos
y andaluces al Caribe vísperas de las hostilidades con la
Gran Bretaña, tres quedarían en Santiago, uno pasaría
a Cartagena de Indias y otro a La Habana, en tanto la fragata y
un bergantín permanecerían en la bahía santiaguera,
dando respiro a sus alarmadas autoridades ante la inminencia de
operaciones británicas en la región. (35).
Con estos refuerzos, según revista practicada
en la plaza por indicación del gobernador Madariaga, la guarnición
santiaguera aumentó en apreciable número los elementos
regulares en su distrito, de modo que la aportación hecha
por las tres compañías del regimiento aragonés,
dos de ellas integradas por 59 efectivos entre oficiales, clases
y soldados; una tercera, con 56 en los mismos términos, para
una plantilla de 9 oficiales y 174 alistados, teniendo este cuerpo
181 efectivos destacados a lo largo de la gobernación oriental.
De las siete compañías de granaderos y fusileros de
Aragón, el resto pasaría a servir en La Habana (en
número de 278 efectivos de todo rango), para una nómina
de 489 hombres, a los que debemos añadir una treintena de
efectivos cubriendo posiciones en diversos puntos de la Isla. (36).
Si añadimos estos dos centenares de tropa peninsular de refuerzo
a los efectivos de dotación permanente de la ciudad, numerados
en 269 (enero de 1762), podemos considerar que Santiago de Cuba,
duplicaba con creces sus tropas regulares, es decir, unos 450 alistados,
lo que parece coincidir con los estimados que los investigadores
acostumbran admitir para el mando del gobernador Madariaga, al que
se habían agregado elementos de dos escuadrones del regimiento
de dragones de Edimburgo, que debían obtener sus cabalgaduras
en la Isla, y que aumentó la fuerza de caballería
santiaguera, formando "... un escaso regimiento amalgamado
con las antiguas compañías de la misma arma...",
de medio centenar de jinetes. (37).
En materia de artillería, las revistas practicadas
en la plaza santiaguera parecían expresar aquella cortedad
que Ribera había apuntado poco años antes, pues de
las compañías artilleras correspondientes a las dotaciones
habaneras, aparecen destacados en Santiago de Cuba 21 artilleros,
armeros y 2 cabos, al mando de un teniente, sumando 24 alistados.
Los estados consultados muestran una declinante tendencia entre
las dotaciones, de por sí insuficientes para servir las piezas
instaladas en las fortificaciones y puestos avanzados: apenas 24
hombres para servir 184 piezas útiles de todo calibre. Comparativamente,
la tropa artillera santiaguera era apenas algo más de la
mitad de la destacada entonces en San Agustín de la Florida,
y menos de la sexta parte del total de las fuerzas en servicio activo
en plazas de la Isla. (38).
Apuntado el estado de la guarnición permanente
y las unidades peninsulares de refuerzo, al momento de atacar Gran
Bretaña en la región occidental de la Isla, no se
reputaba a Santiago de Cuba como una plaza en condiciones óptimas,
al no contar con elementos de dotación profesional superiores
al medio millar de individuos, en toda la superficie administrativa
que debía proteger, de los cuales -según un prudente
estimado de entonces-, la mitad estaba aquejada en diversos grados
de enfermedades tropicales. Al instante de la evacuación
de las fuerzas militares de España en la jurisdicción
habanera, el conteo de aquellas las elevaba a 291 hombres, incluyendo
la oficialidad. La precariedad de las fuerzas vivas de la cabecera
oriental era ampliamente confirmada por este y otros documentos
contemporáneos y posteriores. (39).
c- Las milicias. El tercer componente de la tríada
defensiva americana del Dieciocho, poseía una particular
relevancia en materia de recursos humanos disponibles para las necesidades
de Santiago. Las milicias, como se ha dicho, tomaron a su cargo
la defensa de las posesiones de la Corona, que por la secular cortedad
de unidades regulares, muchas veces la autoridad indiana hizo descansar,
"e incluso gravitar", sobre estos cuerpos municipales
que, en no pocas ocasiones, compensaron las deficiencias en su preparación
táctica, con total dominio del terreno, las comunicaciones,
movilidad y experiencia en encuentros irregulares, lo que era especialmente
palpable en las milicias de la gobernación de Santiago, poseedoras
de una excelente reputación ganada en combate con los regulares
británicos durante el anterior conflicto angloespañol.
El gobernador Madariaga, como anteriormente su predecesor Cajigal
de la Vega, empleó tiempo y recursos en adiestrar a los vecinos
devenidos en combatientes circunstanciales, asignando oficiales
veteranos a su instrucción y haciendo frecuentes las maniobras
y "alardes", para familiarizarles con la disciplina y
el fuego real. Con oficialidad criolla, mucha de ella participante
en las jornadas guantanameras de 1741, y un crecido número
de vecinos en edad de conscripción, la gobernación
contaba con una fuerza que -a pesar de proceder del paisanaje-,
podía nivelar las insuficiencias en el complejo defensivo
convencional.
Poseemos una enjundiosa relación de las
milicias del gobierno de Cuba, fechada pocos años antes de
la ruptura con Londres, que facilita precisar aquellos efectivos
encargados del apoyo a la guarnición regular en los destacamentos
avanzados como en poblaciones significativas, depósitos de
abastecimientos o ganados, tanto como caminos y embarcaderos. En
términos generales, todo el territorio poseía 69 compañías
milicianas, de las cuales 66 correspondían a fuerzas de infantería
y 3 a tropas montadas ("de corazas"), haciendo una tropa
estimada, en agosto de 1762, entre 3,896 y 2,596 efectivos municipales,
donde los mayores contingentes correspondían a Santiago de
Cuba y Bayamo, seguidos de Holguín, Baracoa y Jiguaní;
siendo los Caneyes y El Cobre los que menos aportaban. Correspondiendo
a una superficie distrital de 36,602 km2, el número de efectivos
disponibles no resultaba denso (más bien disperso), aunque
concentrado respecto a los centros poblacionales, económicos
y estratégicos, en una gobernación de problemáticas
comunicaciones terrestres. La plaza de Santiago de Cuba, junto con
los destacamentos del ejército permanente y los refuerzos,
poseía un apreciable contingente de dos batallones milicianos:
(a) "de blancos", integrado por siete
compañías de infantería y una de montados,
con sus oficiales, pero "sin número fijo de soldados",
oscilando unas entre sesenta y otras entre ochenta fusileros, en
tanto los "de corazas" eran de apenas treinta efectivos.
Estos datos tan fluidos nos permiten estimar un monto reservado,
a la fecha de la guerra inglesa, de entre 560-420 infantes y 30
jinetes en plaza.
(b) "de mulatos, chinos y negros", compuesto
por ocho compañías de infantes y una de jinetes, "...
en la misma conformidad que las antecedentes." Las nueve sumarían
alrededor de unos 640-480 infantes y 30 jinetes. Si consideramos
en total los milicianos al servicio de las autoridades, puede decirse
que, un lustro antes de presentarse el conde de Albemarle, de 900
a 1,200 milicianos de infantería y 60 "coraceros"
tenían a su cargo la cooperación con las fuerzas que
cubrían el perímetro de la capital oriental. (40).
5. Otras comarcas orientales.
De otras localidades, Baracoa y Bayamo resultaban
ser las más significativas estratégicamente para los
santiagueros. La primera, considerada como parte extrema del sistema
defensivo de la capital gubernativa, y su perímetro fortificado
valorado por estar localizado en la sensible confluencia de dos
pasos marítimos inmediatos a otras posesiones europeas. En
la ciudad primada, predominaban defensas estáticas, descansando
en cinco baterías "que intentan remediar su exposición
a los insultos de los enemigos", centrada en varias fortificaciones
escalonadas en el frente marítimo: una, dominando el puerto,
con seis cañones "nuevos"; otra, la "batería
de Majana", con otras cuatro piezas nuevas que protegían
el puerto y posibles puntos de desembarco; la tercera, cubriendo
la costa con siete cañones "viejos"; la del flanco
oriental, con seis añejas piezas, y la "batería
del polvorín ", con similar cantidad de piezas. Todas
éstas carecían de cureñas, las reservas de
pólvora eran considerablemente reducidas, así como
las existencias de municiones, que apenas rondaban el millar de
cargas. Dos artilleros solamente atendían los 26 cañones,
de los cuales menos de la mitad estaban en buen estado.
Semejante abandono, según despachos contemporáneos,
obligaba al vecindario a vivir en constante zozobra ante posibles
incursiones hostiles. Las observaciones del obispo Morell, muy sagaces,
eran confirmadas por funcionarios gubernativos que sostenían
que Baracoa hacía descansar toda la defensa de su puerto
en la artillería mencionada, que se veía reducida
a 24 piezas en plantilla entonces, estimando que estaban dotadas
de las "municiones necesarias", pero sin emitir consideración
sobre las vulnerabilidades ante algo más substancioso que
una finta corsaria sobre la más aislada posición española
en la Isla.
La revista oficial ordenada por el gobernador Madariaga
(1759), ratificaba las anteriores apreciaciones del obispo, sobre
el estado, disposición y armamento de las baterías,
aunque hacía notar el aumento en las piezas emplazadas contra
el mar: 32 cañones, con cureñas defectuosas. El informe
del gobernador cita que los almacenes de las fortificaciones albergaban
medio millar de balas de cañón (el 50% de las existentes
en tiempos de la visita eclesiástica), una cantidad inferior
al millar de balas de fusil, cuatro y medio quintales de pólvora
suelta y doscientos "cartuchos llenos". Todos estos elementos,
considerados insuficientes en caso de hostilidades, y de improbable
reposición por la dificilísima comunicación
terrestre desde la cabecera gubernativa, y lo expuesto de las rutas
marítimas desde Cuba y La Habana, eran atendidos por un corto
destacamento procedente de la dotación de Santiago de Cuba:
un sargento, dos cabos y ocho alistados. La comunidad contaba con
seis compañías de milicias, que -con oficiales y milicianos-,
ascendían a 300 individuos, pero su disposición no
parecía ser satisfactoria para los oficiales del gobernador,
quienes las calificaron de "poco entrenada" en caso de
necesitarse y pertrechada con armamento cuestionable, pues sus fusiles,
cortos de pólvora y munición, no alcanzaban para todos,
además de estar "...la mayor parte... inútiles
por mal acondicionados..." (41).
Bayamo, tradicionalmente protegida por su mediterraneidad,
debía velar tanto extensos litorales en ambas bandas marítimas,
como por el mantenimiento del camino real que le enlazaba con los
distritos habaneros y la ciudad de Santiago de Cuba. Carente de
fortificaciones permanentes, su defensa descansó siempre
en su considerable población urbana, rural y en las ventajas
topográficas. De ahí el protagonismo de las unidades
concejiles, dispuestos -como hicieran dos siglos antes, bajo la
inminencia de otra no menos formidable amenaza inglesa-, a personarse
en la capital insular de ser necesario, en tanto que una discreta
presencia de tropa regular aseguraba las comunicaciones con La Habana,
al par que contribuía al entrenamiento del paisanaje, en
concordancia con las disposiciones emitidas por el gobernador Madariaga.
Correspondía a esta antigua población la cantidad
principal de unidades milicianas en el gobierno de Santiago de Cuba:
32 compañías, en su mayoría de infantería,
lo que no deja de ser llamativo en un distrito de enorme riqueza
pecuaria, representativo de la capacidad de sectores de su vecindario
de equiparse como jinetes, pero que parecía ser reservada
entonces, porque apenas existía una compañía
de lanceros en 1757. Con todo, las milicias bayamesas eran considerables,
a escala isleña, cediendo solo a las habaneras y principeñas,
cuantitativamente hablando.
Contemporánea a los sucesos que nos ocupan,
es una detallada inspección del estado de las unidades del
Bayamo, practicada a mediados de 1761, ante el gobernador Madariaga
en ocasión de su visita gubernativa, tal y como había
acordado anteriormente a instancias de las necesidades isleñas,
con su superior habanero. Por esta revista, cuya remisión
fue considerada en términos elogiosos por el ministerio indiano,
sabemos que la villa del San Salvador contaba con dos batallones
divididos al uso de la época sobre la base de líneas
étnicas. El primero, "de blancos", constaba de
una compañía de granaderos, 13 de infantería
y una de montados (corazas) a las que se añadían dos
compañías "de naturales", es decir de los
descendientes de población indígena residual, cuya
participación en los cuerpos concejiles databa del siglo
XVI tardío en la localidad, y tales méritos le valieron
conservar unidades particulares dentro de los cuerpos de blancos
desde entonces, lo que sería reconocido inclusive por el
reglamento miliciano emitido ocho años más tarde.
De la relación, podemos precisar que el promedio de efectivos
por compañía rondaba los 70 individuos, en el caso
de los infantes, y de entre 55 y 60 en lo que a granaderos y jinetes
se refería. Las compañías "de naturales",
siendo de infantería, seguían el patrón sin
distinción. A la fecha, contaban con sus oficiales, presentes,
y el armamento estaba lejos de corresponderse proporcionalmente
a los efectivos, lo que no siempre se conseguía, como antes
se ha mencionado en el caso de las milicias baracoanas. El batallón
de blancos bayamés tenía 34 oficiales superiores,
15 subalternos; 34 sargentos, 17 tambores y 1086 soldados de todas
las armas, en total 1,186 efectivos en plantilla. A estos le correspondían
1074 armas, de las cuales 686 eran fusiles y 388 machetes. Considerando
la relación de soldados con las armas de fuego disponibles,
la proporción no dejaba de ser inquietante en caso de enfrentarse
a una fuerza regular adiestrada.
El segundo batallón, o "de pardos y
morenos" seguía un patrón similar al anterior,
pero con la subdivisión según la particularidad étnica
también. Los pardos servían en una compañía
de ganaderos, seis de infantería y una de artilleros, siendo
interesante ver como ciertas funciones más "especializadas"
como el manejo de la artillería se le confiaban a este estamento
social bayamés, que no era corto proporcionalmente. Los morenos,
por su lado, integraban un contingente más reducido que el
precedente, de tres compañías de a pie, sumadas a
una fuerza donde, sin dudas, los pardos predominaban. El patrón
de las plantillas parecía mantenerse en los setenta alistados
para las unidades de a pie, y por sobre los sesenta para granaderos
y artilleros. El batallón, contaba con su propia oficialidad
superior y subalterna, 22 de los primeros, 11 de los segundos (en
ambos casos, los pardos superaban a los negros en una proporción
de 24 a 9); 22 sargentos, 11 tambores y 702 soldados de las tres
armas. La suma de oficiales, clases y soldados alcanzaba a 768,
para un total de 712 armas, de las cuales 535 eran de fuego y 177
machetes. Lo que significaba que más de dos centenares de
milicianos de este cuerpo solo iban armados con la tradicional defensa
personal del guajiro criollo. Este punto, que ya había atraído
la atención del sargento mayor Bartolomé Aguilera
y su ayudante de plana mayor, y del gobernador Madariaga, fue particularizado
por éste al remitir el estado a Madrid. Resaltaba ante sus
superiores, que el primer batallón constaba de 1186 personas
y solo 1074 armas, y el segundo 768 personas y 71 armas, con un
total general de 1954 personas y 1786 armas, lo que hacía
a la fuerza deficitaria en algo más de centenar y medio de
armas, en términos totales, pero particularizando, para este
total de efectivos sólo se disponía de 1221 fusiles,
estando el resto provisto de armas blancas, lo que podía
resultar en grave desventaja en caso necesario, además del
inconveniente a la hora de socorrer la plaza de Santiago, llegado
el caso. Se solicitaba el envío, dentro de los elementos
precisados por el gobierno santiaguero, el medio millar de fusiles
para la dotación bayamesa, que debía cubrir un territorio
extenso, expuesto y vital centro aprovisionador del distrito oriental.
En su acuse de recibo fechado en San Idelfonso,
Julián Arriaga hacía saber al gobernador de Santiago
de Cuba su complacencia por el estado de los dos batallones milicianos
del Bayamo, la aprobación real a todas las disposiciones
emitidas en materia de disciplinar lo mejor posible, "... habiendo
visto al mismo tiempo su majestad con gusto el estado de esta tropa,
coligiendo la que podría facilitar el todo de la Isla, para
su defensa con igual cuidado en los demás partidos...".
Sin embargo, no se explicitaba la alusión hecha a las necesidades
de ese y otros cuerpos isleños (42).
Una iniciativa de compensar ciertas insuficiencias de servicio y
obstáculos topográficos había sido establecida
en el Bayamo una década antes, por el entonces teniente de
gobernador y sargento mayor, al disponer que los elementos regulares
del destacamento de Santiago que servían en la villa fueran
empleados en puestos fijos en lugares costeros donde las milicias
montadas no pudieran operar, tras consultarlo con su superior jerárquico.
Tales posiciones avanzadas con misiones de control de tratos ilícitos,
así como de alerta temprana en caso de hostilidades, serían
situadas permanentemente en ciertos puestos "... de la costa,
que por estar cortados con ríos y pantanos, necesitan de
guardia fija.", a la manera del litoral santiaguero. En caso
necesario, los cuerpos concejiles de la vecindad se personarían
en ellos. (43).
Por lo que hemos podido colegir de la información disponible,
tales avanzadas, especialmente las de Manzanillo y Río Buey,
sobre el golfo de Guacanayabo, se consideraban sensibles en los
reforzamientos de autoridad santiaguera, una vez sabidas las hostilidades
de 1762.
Un escrito fechado casi un año después
de la mencionada revista de las milicias, revelaba que las peticiones
formuladas a la Corte aún estaban por recibir satisfacción
en Bayamo. En efecto, las necesidades de armamento parecían
ser apremiantes, especialmente para los granaderos del primer batallón,
según su capitán nombrado, quien expresaba que el
gobernador Madariaga prometió proveerlo oportunamente, pero
tras la enfermedad de aquel quedó en suspenso. La petición
apuntaba a compensar la carencia de armamentos para las milicias
de la villa, para su mayor "lucimiento y construcción
solicitándose la remisión de tales para "...
cincuenta y dos granaderos y dos sargentos.", de modo que se
complete tal unidad, que ya cuenta con vestuario y correos. De recibirse,
la fuerza estaría formalmente instaurada en la plaza en el
término prometido, agosto, para entrar al servicio y así
dar cumplimiento de la promesa de un vecino acomodado y entusiasta
que se comprometió a costear el vestuario, calzado y accesorios
del cuerpo. Como Santiago era el depósito correspondiente,
se recurría a sus autoridades en solicitud del material preciso,
solicitándose "... me haga el honor de los fusiles,...
y bayonetas...", por lo que se estaba dispuesto a cubrir una
fianza o si se considerara lo más conveniente se depositaría
esta suma en la sala capitular de la villa del Bayamo "...
para cada y cuando fuere de menester..." (44).
Las quejas, solicitudes, apuros, como se ve fluían de los
partidos a Santiago, de aquí a La Habana, y casi siempre
de ambos a Madrid, con fortuna varia.
San Isidoro de Holguín, tenencia establecida
una década atrás por su singular posición en
las rutas interiores y los recursos poseídos, basaba su defensa
en los elementos levantados en la vecindad, bajo el común
patrón municipal extensivo a ambas gobernaciones. Cuantitativamente,
sus fuerzas milicianas eran análogas a las de Baracoa: unos
300 hombres aproximadamente, organizados en seis compañías
desde 1752, a las órdenes de un sargento mayor y capitán
de mar, cargo creado a iniciativa del gobernador de Santiago a raíz
de las reorganizaciones defensivas de los primeros tiempos de su
mando. El Consejo de Indias, al estudiar la creación de una
población y partido judicial, había ponderado su ubicación,
potencialidades económicas y demográficas; especialmente
al contar con aproximadamente millar y medio de vecinos, un monto
considerablemente reducido para un territorio que bien podía
constituir más del 25% de la gobernación santiaguera.
Era de la opinión que, en materia defensiva local, el distrito
requería mantener alistadas cinco compañías
de milicias montadas, con 50 efectivos cada una, por lo que daba
su beneplácito a las instrucciones cursadas por Madariaga
para establecerlas, como para entrenarlas -empleando alistados regulares
-, "en la obediencia y manejo de las armas...". El Consejo
no estaba ajeno a la vastedad de los territorios que se pretendía
cubrir con los novicios milicianos de Holguín, algo bastante
problemático aún para los del populoso Bayamo, quienes
lo habían hecho desde finales del Quinientos. La riqueza
ganadera del país, la existencia potencial de algunos depósitos
auríferos y -sobre todo -, un extenso litoral sobre la Canal
Vieja de Bahama, desguarnecido casi todo, salvo quizás en
el puerto de Gibara, salida de Holguín y Bayamo a ese mar.
Las bahías de Limones, Puerto Padre, Nuevas Grandes y singularmente
la "enorme bahía de Nipe", constituían localidades
atractivas para los navegantes, tanto por sus condiciones naturales
como por sus aguadas, bosques y rebaños, cuya indefensión
secular los podía convertir en presas de los adversarios
de España. Desde una década antes, ya el supremo órgano
indiano las reputaba como accidentes costeros "... muy buenos
para embarcar y desembarcar, aunque expuestos a los vientos nortes,
que allí son muy fuertes..." (45).
Desde entonces las misiones defensivas de los concejiles holguineros
quedaban perfiladas estratégicamente.
En lo que se refiere a otras poblaciones y partidos
judiciales de la gobernación santiaguera, San Luis de los
Caneyes aportaba una compañía, con sus oficiales procedentes
de la localidad, y 126 hombres, extraídos entre los sitieros
y montunos mestizos y descendientes de los indígenas. Era
esta una de las más antiguas formaciones de protección
territorial municipal de la gobernación oriental, pues en
calidad de "compañía de naturales" desde
más de un siglo atrás, cubría los accesos litorales
de la ciudad santiaguera contra las amenazas e incursiones de corsarios
y almirantes ingleses, desempeño que le había conferido
excelente reputación en varios lances.
Santiago del Prado, contaba con tres compañías
milicianas, sus respectivos oficiales y gentes procedentes de una
localidad con abundante población mestiza, mulata y negra
libre, dominando el paso de la cuenca santiaguera a los llanos del
Cauto y muy versadas en el rastreo y persecuciones de cimarrones
huidos de las propiedades reales. Para la época, siendo un
municipio de corta superficie, disfrutaba de una apreciable defensa:
centenar y medio de milicianos, apoyados en materia de disciplina
y entrenamiento por la gobernación, que había asignado
un cabo y dos soldados regulares de la guarnición de Cuba
para atender directamente esa fuerza. Otra comunidad interior, San
Pablo de Jiguaní, en un distrito agropecuario de cierta entidad,
cruzado por el camino real y colindante con Bayamo, levantaba cuatro
compañías de vecinos con sus oficiales respectivos,
cada una de ellas con 55 alistados en plantilla, con lo que podía
presumirse una reserva de poco más de dos centenares de milicianos
para lo que pudiera presentarse.
Desde inicios del siglo XVIII, aunque no encuadradas
formalmente en cuerpos milicianos, ciertas localidades remotas de
la gobernación, como Mayarí, Nipe, Santa Catalina
y Tiguabos, podían levantar partidas armadas entre los dispersos
habitantes de sus haciendas ganaderas, vegas y sitios de labor,
que desde su inclusión en la red parroquial isleña
a fines del siglo anterior se vincularon, más o menos estrechamente,
a los centros de poder locales, aportando sus recursos humanos y
materiales a las necesidades defensivas de Santiago de Cuba. (46).
Que la gobernación de Santiago de Cuba podía
conciliar los recursos poblacionales, económicos y militares
con un principio común, se había demostrado una veintena
de años antes de la emergencia de 1762. Entonces, como pretendía
ahora vitalizar Lorenzo de Madariaga, las diversas regiones habían
concurrido con numerosas milicias, rebaños de ganado vivo
y otros abastecimientos, desbrozando caminos, estableciendo vigías
en los litorales y puntos vulnerables, en tanto se precisaban cuales
eran los frentes más expuestos y afluyera la asistencia de
La Habana y el resto de la Isla, inclusive del exterior. El precedente
gobernador santiaguero, Cajigal de la Vega, esbozó un principio
que mantenía su vigencia dos décadas después:
la defensa de Santiago de Cuba se basaba en su vecindario y en la
aportación de los de Bayamo y Puerto Príncipe, por
ser las más importantes y populosas del centro-este insular.
Sin el apoyo de éstas, “... o [de] cualquiera de ellas
que se le quite [por La Habana] es dejarla indefensa...", la
conservación de Santiago se veía comprometida ampliamente,
por la distancia y lentitud de la reacción de la guarnición
de La Habana, en caso que esta estuviera en posibilidad de hacerlo
libremente. Además, Cagigal ponderó la especial aptitud
de las milicias para actuar en lucha irregular y su comprobada lealtad
a la Corona durante las hostilidades. (47).
A esta práctica, el gobernador Madariaga, al posesionarse
de su cargo ( 1753), agregó el mejoramiento de las capacidades
de las milicias de poblaciones menores como Santiago del Prado o
Los Caneyes, de modo que vecinos y pobladores estuviesen en mejor
forma para actuar en emergencias, como alentando la regularización
del poblamiento de los distantes curatos, como Tiguabos, Mayarí
y Guantánamo con la doble intención de contar con
hombres de armas y fuentes de aprovisionamiento para el complejo
defensivo principal. Una conveniente tropa profesional y unas milicias
entrenadas contribuían, en opinión del propio gobernador,
a establecer el mejor disuasivo contra "malos vasallos"
y adversarios por igual. Ambas fuerzas significaban un orden duradero
en el país. (48).
San Juan, Puerto Rico, agosto de 2003.

Citas y notas.
(1)
Russell Hart, F. The Siege…, pag. 315; Burns, A.
History of the West Indies. London, 1950, pág. 496; Portell
Vilá, H. Historia de Cuba en sus relaciones con España
y los Estados Unidos. La Habana, 1938, tomo I, págs.
54-56.
(2)
British Museum Library. Add. Mss. 32941. "El duque de Newcastle
al duque de Devonshire, 30 de septiembre de 1762 (folio 436.";
A.G.I. Santo Domingo 1579. Motivos y juicios en que se fundan los
votos…, Madrid, febrero de 1765; "Albemarle a Egremont,
La Habana, 7 de octubre de 1762", en Papeles…,
pags. 132-133; "Gaceta de Holanda, 26 de noviembre de 1762",
"Ibidem. , 7 de diciembre de 1762", en Documentos inéditos…,
págs. 268-269.
(3)
British Museum Library. Add. Mss. 23678."Advantages humbly
apprehended which will accure to the government by the conquest
of the Havana, by Charles Knowles, 1761."
(4)
Ibidem. "Remarks upon the siege of the Havana, by sir C. Knowles,
1763"; Russell, N.V. "La impresión en Inglaterra
y América por la captura de La Habana en 1762", en Revista
Bimestre Cubana. La Habana, 1930, volumen XXVI, págs.
31-44; "Carta de Pocock a mr. Cleveland, secretario del Almirantazgo,
14 de julio de 1762", en Memorias de la Real Sociedad Patriótica.
La Habana, 1837, tomo 3, pág. 369.
(5)
A.G.I. Santo Domingo 1509. Prado a Lorenzo de Madariaga, La Habana,
21 de agosto de 1762; Marrero, L. "Cuba entre 1759 y 1808",
en Historia General de España y América. América
en el siglo XVIII. Madrid, 1989, tomo XI, volumen 2, pág.
637.
(6)
British Museum Library. Add. Mss. 23678. "Remarks upon…"
; Ibidem. Add. Mss.32942. "El duque de Newcastle al duque de
Devonshire, Londres, 30 de septiembre de 1762"; " Instrucciones
secretas…, Londres, 15 de febrero de 1762", en Papeles…,
artículo 5, pág. 114; "Diario Ordinario, Roma,
fascículo 7123, pag. 7, con despachos de Londres, 25 de enero
de 1763", en "Más papeles sobre la toma de La Habana
por los ingleses.", Boletín del Archivo Nacional.
La Habana, 1962, tomo LVIII, (enero–diciembre de 1959), págs.
50-51.
(7)
"Albemarle a Egremont, La Habana, 7 de octubre de 1762",
en Papeles…, págs. 132 -133; "El duque
de Nivernais al conde de Choiseul, Londres, 29 de septiembre de
1762", en Documentos inéditos…, págs.
232 – 233; "Martín de Ulloa al marqués
de Cruillas, La Habana, 1 de septiembre de 1762", en Ibidem.
, págs. 123-124.
(8)
A.G.I. Santo Domingo 1209. El tesorero de la Real Hacienda, Pedro
Sánchez Griñán, al gobernador Madariaga, Santiago
de Cuba, 11 de septiembre de 1762; A.G.I. Santo Domingo 2078. Antonio
Raffelin a Ricardo Wall, Cádiz, 31 de diciembre de 1762;
"Lorenzo de Montalvo al marqués de Cruillas, La Habana,
11 de septiembre de 1762.", en Nuevos Papeles…,
pág. 135.
(9)
A.G.I. Santo Domingo 534. El obispo de Cuba al Rey, Regla, en la
jurisdicción de La Habana, 28 de octubre de 1757; Ribera,
N.J. Descripción de la Isla de Cuba. La Habana, 1973,
págs. 99 -100; Marrero, L. Geografía de Cuba.
Miami, 1981, págs. 598-606.
(10)
Biblioteca Nacional, Madrid. Miscelánea 2819. "Reflexiones
sobre la marina de España, 1760, por D.N.R."; British
Museum Library. Add. Mss. 17629. "Idea geográfica, histórica
y política de la Isla de Cuba y ciudad de La Habana.";
A Map of the Isle of Cuba…, Engraved by T. Jefferys, London,
1762; Ribera, N. Descripción de…, discurso 1,
págs. 127-128; Marrero, L. Geografía…,
págs. 612-614; Vernon, Edward. Original Papers relating
to the expedition to the island of Cuba. London, 1744, págs.
202-205.
(11)
A.G.I. Mapas y Planos. Santo Domingo 364. Plano de la costa de Cuba,
por el ingeniero Francisco de Angle, 1743; A.G.I. Santo Domingo
534. El obispo de Cuba al Rey, La Habana, 4 de abril de 1757; Portell-
Vilá, H. Historia…, I, págs. 50-52; Marrero,
L. Geografía…, 28, págs. 645-646, 664-666.
(12)
A.G.I. Santo Domingo 117. La Iglesia Catedral de la ciudad de Santiago
de Cuba presenta pormenor de los motivos que tiene para que Su Majestad
manda trasladarla a la ciudad de La Habana, 1 de enero de 1689;
A.G.I. Santo Domingo 534. Expediente sobre la visita que ha hecho
y concluido el obispo de aquella Isla, el fraile Pedro Agustín
Morell de Santa Cruz. Año de 1759; Marrero, L. Geografía…,
pág. 610. La percepción de la diversidad regional
palpable en las comarcas orientales de la Isla, en comparación
con La Habana y su jurisdicción municipal, de cosmopolita
proyección oceánica, un hecho evidente desde el siglo
XVI, ha sido estudiado con más o menos detalle por autores
de relieve, quienes reconocieron la existencia de "varias Cubas"
o de múltiples "países insulares", por sus
peculiaridades regionales. En todo caso, desde inicios del siglo
XVII, La Habana, las Cuatro Villas, la comarca Puerto Príncipe
–Bayamo y "el distrito de Cuba" estaban perfiladas
como comunidades socio-económicas particulares. Al respecto
considérense los criterios de Ramiro Guerra. Historia
de Cuba. La Habana, 1925, tomo I, introducción, partes
III y IV; también L.Marrero. Cuba…, Madrid,
1978-84, tomos 2,3 y 4; Pérez de la Riva, J. A. del Valle
Hernández. Cuba en 1800. La Habana, 1978; Friedlaender,
H. Historia económica de Cuba. La Habana, 1978, tomo
I; Pezuela, J. Diccionario geográfico, …Madrid,
1866-1868, tomos 1-4; Pichardo, H. "Noticias de Cuba",
en Revista Santiago. Santiago de Cuba, no. 20, diciembre
de 1975. Podemos añadir un estudio cartográfico elaborado
por nosotros en 1985 para delimitar los espacios geoeconómicos
en la Cuba de los 1770, para un proyecto del profesor E. Torres-Cuevas.
(13)
A.G.I. Santo Domingo 534. El obispo de Cuba al Rey, Regla, 28 de
octubre de 1757; Ibidem. El obispo de Cuba al Rey, La Habana, 4
de abril de 1757; Pezuela, J. Historia…, 2, XIII, págs.
386 – 387; Ribera, N.J. Descripción ..., págs.
123 – 124; Vernon, E. Original Papers…, págs.
197 –200 y ss.
(14)
A.G.I. Santo Domingo 534. El obispo de Cuba al Rey, La Habana, 4
de abril de 1757; Ribera, N.J. Descripción…,
págs. 123 -124; West Indies Directory. Part I. Cuba, with
the Bahamas Islands and banks, the Florida reef and the Windward
Passages. London, 1874, págs 4 – 7; Derrotero de
las islas antillanas, de las costas de Tierra Firme, y de las del
seno mejicano. Madrid, 1820, págs 184 – 190.
(15)
"Vernon a sir Charles Wager, Port Royal, 3 de junio de 1740”;
"Vernon a Wager, a bordo del Bunford, 14 de octubre de 1740",
en Ranft, B.M. The Vernon Papers. Navy Records Society. Londres,
1958, volumen XCIX, documento 71, págs. 104 -105; doc. 89,pág.
138.
(16)
" Sir Ch. Wager a Vernon, Oficina del Almirantazgo, Londres,
23 de mayo de 1741"; " William Pulteney a Vernon, Londres,
17 de noviembre de 1741", en Ibidem., documento 172, pág.
238; documento 178, págs. 247 -249.
(17)
"Vernon al general Wentworth, Port Royal, 15 de septiembre
de 1742", en Ibid., documento 195, pág. 273.
(18)
A.G.I. Santo Domingo 2117. Lorenzo de Madariaga, orden operativa
sobre el cuerpo de dragones, Santiago de Cuba, 3 de noviembre de
1762; " Pocock a Cleveland, La Habana, 9 de octubre de 1762",
"Douglas a Pocock, Port Royal, 6 de mayo de 1762", "Pocock
a Cleveland, Cabo San Nicolás, 26 de mayo de 1762",
"Albemarle a Egremont, cuarteles de Cojímar, isla de
Cuba, 13 de julio de 1762", en Syrett, D. The Siege…,
págs. 106-108, 129–130, 234, 299; "Albemarle a
Egremont, La Habana, 7 de octubre de 1762", en Papeles…,
pág. 133; Ribera, N.J. Descripción…,
pág. 118; Pezuela, J. Historia…, 2, XVIII, págs.
534-535. Véase las salidas de buques mercantes ingleses hacia
La Habana entre septiembre y diciembre de 1762, en Munro, J. (editor).
Acts of the privy Council of England. Colonial series. Volume
IV, 1745-1766. Lichtenstein, 1966, volume 4, págs. 507-509.
(19)
A.G.I. Santo Domingo 517. El dean de la catedral, Juan de Fuentes
Alba al Rey, Santiago de Cuba, 17 de febrero de 1700; A.G.I. Santo
Domingo 338. El gobernador de Cuba al Rey, Santiago de Cuba, 8 de
mayo de 1700; A.G.I. Santo Domingo 364. El gobernador de Cuba al
Rey, Santiago de Cuba, 18 de marzo de 1741; Ribera, N. J. Descripción…,
discurso 13 , págs. 162 – 163.
(20)
A.G.I. Santo Domingo 1208. El cabildo de Santiago de Cuba al Rey,
a favor del gobernador Lorenzo de Madariaga, Santiago de Cuba, 25
de junio de 1757; A.G.I. Santo Domingo 534. El Obispo de Cuba al
Rey, Regla, jurisdicción de La Habana, 28 de octubre de 1757;
Ribera, N. J. Descripción…, capítulo
13, págs. 123- 124. Acerca de la acción inglesa contra
Santiago cien años antes, véanse los documentos presentados
en Marrero, L. Cuba, economía y sociedad. El siglo
XVII. Madrid, 1975, volumen III, págs. 122-134.
(21)
A.G.I. Santo Domingo 1209. Estado general que comprende el armamento
que tiene esta plaza de Santiago de Cuba …, Santiago de Cuba,
15 de mayo de 1759. Intramuros, el convento-castillo de San Francisco
contaba con 11 piezas de variado calibre y la batería de
la plaza de Armas, 5 cañones y un mortero. En el Morro, la
batería de la plataforma poseía 15 piezas; la de la
Punta, 5; la del Parque,4; la de la Cueva, 10; la del Calvario,3;
la Redonda,4, y la de la Estrella, 16 cañones. Del borde
costero: Cabañas montaba nueve cañones y 150 proyectiles;
Guaycabón, dos cañones y 24 balas; Aguadores,17 cañones
más 8 pedreros sumaban 25 piezas,con 217 cargas; Juraguá
Grande, 6 bocas y 111 balas, en tanto que el más alejado
Juraguacito, se protegía con 17 piezas, de las cuales 4 estaban
desmontadas e inútiles, más una provisión de
194 cargas.
(22)
Ibidem; A.G.I. Santo Domingo 1157. Extracto puntual de todas las
noticias que contiene la adjunta relación correspondiente
al distrito de la gobernación de la ciudad de La Habana,
remitido por el gobernador y capitán general de ella D. Francisco
Cagigal de la Vega…, La Habana, 19 de junio de 1759 ; Rivera,
N. J. Descripción…, pág.123.
(23)
A.G.I. Santo Domingo 1581. Juan del Prado a Julián de Arriaga,
La Habana, Febrero 21 de 1761; Rivera, N. J. Descripción…,cap.
13, pág.124; discurso 8, págs. 151-152.
(24)
A.G.I. Ultramar 169. Juan de Prado a Julián de Arriaga, La
Habana, 2 de julio de 1761. Añadidos a las piezas en servicio
a la fecha, se necesitaba una remesa de recursos para servir las
piezas, en primer lugar 14,451 balas de artillería. De acuerdo
con Prado, la plaza precisaba 25,706 unidades de munición
de guerra para poder enfrentar circunstancias comprometedoras. En
la inspección de los depósitos santiagueros, el número
de fusiles que se precisaban seguía siendo análogo
a los contados el bienio anterior (4998 piezas), tanto como la urgencia
de bayonetas complementarias (unas 3853). Se solicitaban además,
468 quintales de balas de fusil y 1363 quintales de pólvora,
entre muchos útiles.
(25)
Gómez Pérez, C. El sistema defensivo americano.
Siglo XVIII. Madrid, 1992, págs.14-15.
(26)
Pezuela, J. Historia…, II, XV, págs. 438-439;
Gómez Pérez, C. El sistema…, págs.14-15;
II, págs. 29-30; 42-44; Ribera, N. J. Descripción…,
pág. 121.
(27)
BNJM, La Habana. Colección Cubana. Manuscritos Fondo Pérez
Beato No. 2086, documento 724. "Libreta de la revista que se
le ha pasado a los tres piquetes de infantería, que del regimiento
de San Cristóbal de La Habana, guarnecen esta plaza de Cuba,
Santiago de Cuba, 30 de Diciembre de 1759".
(28)
Arrate, J. J. F. Llave del Nuevo Mundo…, págs.
65-66 ; Pezuela, J. Historia…, págs.438–439.
(29)
A.G.I. Santo Domingo 1578. Estados y resúmenes particulares,
y general, que comprenden toda la guarnición de esta plaza
según consta por la revista que se pasó en La Habana,
a 22 y 23 de enero de 1762, hecho por D. Antonio Ramírez
de Estenoz, teniente coronel de los reales ejércitos y sargento
mayor de dicha plaza.; Ibidem. Estado de las cuatro compañías
de dragones de esta plaza de La Habana, por la revista que se les
pasó el día 22 de enero de 1762, por A. Ramírez
de Estenoz, La Habana, 22 de enero de 1762; A.G.I. Santo Domingo
1581. Cuerpo de Dragones. Estado de los oficiales, sargentos, tambores
y dragones que tiene este cuerpo, con distinción de los presentes,
destacados y enfermos, y el destino de sus oficiales por la revista
que se pasó por el comandante Joseph Rapún en 24 de
abril de 1762, La Habana, 30 de abril de 1762 ; Morell de Santa
Cruz, P. A. La visita eclesiástica. La Habana, 1985,
págs. 153–155, 166, 168–170, 17-173.
(30)
A.G.I. Santo Domingo 2117. Inspección del regimiento de infantería
fijo de La Habana, efectuado en Cádiz, en 28 de febrero de
1763, tras su embarque y evacuación de La Habana, en agosto
de 1762, por Francisco Xavier de Wintheysen. Del primer batallón
habanero servían en Santiago de Cuba, 4 oficiales,10 clases
y 58 granaderos y fusileros; del segundo, 6 oficiales,13 cabos y
sargentos y 57 fusileros y granaderos; del tercero, 2 oficiales
subalternos,12 clases y 48 soldados de línea; el cuarto batallón
encuadraba 5 oficiales, 11 clases y 48 infantes.
(31)
Gómez Pérez, C. El sistema defensivo…,
II, págs. 46–49 ; Marchena Fernández, J. Oficiales
y soldados en el Ejército de América. Sevilla,
1983, I, págs. 81–82 ; 337–339.
(32)
A.G.I. Santo Domingo 1194. El gobernador de La Habana al gobernador
de Cuba, La Habana, 27 de diciembre de 1761; Ibidem. El Consejo
de Indias al virrey de Nueva España, Madrid, 16 de febrero
de 1761; Ibid. El Consejo de Indias a los gobernadores de Cuba y
La Habana, Madrid, 3 de marzo de 1761; Ibid. El Consejo de Indias
a los virreyes y gobernadores de Nueva España, Veracruz,
La Habana, Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico, Madrid, 10 de diciembre
de 1762; Ibidem. Real orden a las autoridades de La Habana y otras
posesiones, Madrid, 24 de septiembre de 1761. Véase BNJM,
Manuscritos. Fondo Pérez Beato, no. 42, doc. 16. "Julián
de Arriaga al gobernador de Cuba, Madrid, 27 de octubre de 1761";
Pezuela, J. Historia…, II, XVI, pág. 469.
(33)
A.G.I. Santo Domingo 1194. Real orden al gobernador de La Habana,
Madrid, 24 de febrero de 1761; Ibidem. Ambrosio de Benavides a Lorenzo
de Madariaga, Madrid, 24 de febrero de 1761.
(34)
A.G.I. Santo Domingo 2117. Estado de las compañías
de dragones destacados en Cuba, más la del regimiento de
Edimburgo, por orden del capitán general Madariaga, Santiago
de Cuba, 26 de marzo de 1763; A.G.I. Santo Domingo 1578. Julián
de Arriaga a Juan de Prado, Madrid, 24 de febrero de 1761.
(35)
" Lorenzo de Madariaga, comisario de Marina, al marqués
de Cruillas, La Habana, 25 de febrero de 1762", en Nuevos
Papeles…, págs. 54 –57 ; Bacardí Moreau,
E. Crónicas de Santiago de Cuba. Madrid, 1972, I,
pág. 175.
(36)
BNJM. Colección Cubana. Manuscritos. Fondo Pérez Beato,
no. 77. "Revista de las compañías cuarta, quinta
y sexta del segundo batallón de Aragón, destacada
en dicha ciudad, Santiago de Cuba, mayo de 1762"; Ibidem. "Revista
del segundo batallón del regimiento de infantería
de Aragón, La Habana, 1 de junio de 1762."
(37)
Pezuela, J. Historia…, págs. 469 –470.
Este autor considera que la tropa de Aragón dejada en junio
de 1761, en Santiago de Cuba, estaba compuesta de compañías
"enfermas e incompletas." Ibidem, pág. 455. Para
la lista completa ver BNJM. Colección Cubana. Manuscritos.
Fondo Pérez Beato, no.77. "Lista de revista del segundo
batallón del regimiento de Aragón correspondiente
al mes de mayo de 1762"; Ibid. no. 42. "Arriaga a Madariaga,
Madrid, 3 de marzo de 1763."
(38)
BNJM. Colección Cubana. Manuscritos. Fondo Pérez Beato,
no.77. "Extracto de la revista pasada por mí, D. Nicolás
J. Rapún, comisario real de guerra del ejército, habilitado
a las dos compañías de artilleros de La Habana, a
22 de enero de 1762."; Ibidem. "Extracto de la revista
…, La Habana, 27 de mayo de 1762."; Ibidem. "Lista
total de la gente efectiva que tiene la primera compañía
de artilleros de esta plaza del cargo del comandante D. J. Crell,
La Habana, 13 de julio de 1762 "; Ibidem. " Lista total
… de la segunda compañía de artilleros de esta
plaza …, La Habana, 13 de julio de 1762."
(39)
BNJM. Colección Cubana. Manuscritos. Fondo Pérez Beato
no. 77. "Lista de revista del batallón del regimiento
de Aragón correspondiente al mes de mayo de 1762." ;
Pezuela, J. Historia…,2, pág. 555. El detalle
de fuerzas era: 85 hombres del Fijo de La Habana, 24 de artillería,
6 dragones montados y 176 fusileros del segundo batallón
de Aragón.
(40)
A.G.I. Santo Domingo 534. El Obispo de Cuba al Rey, Regla, en la
jurisdicción de La Habana, 28 de octubre de 1757.
(41)
A.G.I. Santo Domingo 1209. Estado general que comprende el armamento
que tiene esta plaza de Santiago de Cuba, por Lorenzo de Madariaga,
Santiago de Cuba, 15 de marzo de 1759; A.G.I. Santo Domingo 534.
El Obispo de Cuba al Rey, La Habana, 4 de abril de 1757. Las bocas
de fuego baracoenses estaban desplegadas así: baluarte de
la Concepción, 6; el de la Pólvora, 8; en la batería
portuaria, otros 3; en el baluarte de la playa de la Miel, 11 y
en la fortificación de Majana, 4 más.
(42)
A.G.I. Santo Domingo 2093. Estado de la revista que pasó
estando de visita en la villa del Bayamo, el señor D. Lorenzo
de Madariaga… gobernador político y militar de la ciudad
de Santiago de Cuba y su partido, al primero y segundo batallón
de milicias de dicha villa, en que se incluyen la compañía
de corazas, y dos de los naturales…, [ Bayamo], 30 de junio
de 1761; BNJM. La Habana. Colección Cubana. Manuscritos.
Fondo Pérez Beato no. 142, documento 17. "Julián
de Arriaga a Lorenzo de Madariaga, San Idelfonso, 23 de agosto de
1762".
(43)
A.G.I. Santo Domingo 1131. El gobernador Cagigal de la Vega al Rey,
La Habana, 10 de febrero de 1751. La persecución de tratos
ilícitos y el registro de las embarcaciones y propietarios,
reforzaron las atribuciones conferidas a la recién creada
tenencia del Bayamo, junto con tales puestos.
(44)
BNJM. Col. Cubana. Manuscritos. Fondo Pérez Beato, No. 392.
"Carta de D. Juan de Noguera sobre pedir el armamento para
su compañía que está de granaderos. Bayamo,
7 de mayo de 1762"; Ibidem. Fondo Pérez Beato no.23.
"Carta del teniente de gobernador sobre incluir los estados
de milicias exceptuados los dos empleos de alférez de D.
Hilario Tamayo y D. Diego de Céspedes, por no encontrarse
razón. Bayamo, 2 de noviembre de 1761."
(45)
A.G.I. Santo Domingo 1113. Consulta del Consejo de Indias sobre
carta del gobernador de Santiago de Cuba, Madrid, 12 de diciembre
de 1752.
(46)
A.G.I. Santo Domingo 358. La ciudad de Santiago de Cuba hace representación
al Rey acerca de sus méritos en la guerra, y pide se mantenga
el gobernador Barón de Chávez y se haga su gobierno
capitanía general, Santiago de Cuba, 20 de enero de 1704.;
A.G.I. Santo Domingo 534. El Obispo de Cuba al Rey, Santiago de
Cuba, 10 de diciembre de 1756.; Ibidem. El Obispo de Cuba al Rey,
Santiago del Prado, 2 de septiembre de 1756.
(47)
A.G.I. Santo Domingo 1203. El gobernador Cagigal de la Vega al Rey,
Santiago de Cuba, 19 de diciembre de 1741.
(48)
Ibidem. 
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