el
pendón de san jorge y la llave de indias; cuba en las miras
británicas, 1701-1762.
Por Pablo J. Hernández González.
En 1701, al iniciarse el nuevo siglo con la ruptura
dinástica que sumirá por más de dos lustros
a España y sus dominios, junto con buena parte de Europa
Occidental en el prolongado conflicto sucesorio entre los Hasburgos
y los Borbones, Cuba se vería forzada a compartir las incertidumbres
que asolaban el imperio a ambos márgenes del Atlántico.
Con una población que a finales de la década de 1680
alcanzaba unas 36,000 personas empadronadas por la curia insular,
a inicios de siglo bien podía contar con cerca de 50,000
almas, de la que buena porción -un 46 %, se ha estimado-,
se concentraba en la capital, principal sede de los poderes políticos,
las familias pudientes, las autoridades eclesiásticas y entraña
de una activa vida comercial y marinera en una de las escalas fundamentales
de la Carrera de Indias. Aunque la Isla presentaba una tendencia
a concentrar sus principales actividades sociales y económicas
en La Habana, el interior- conocido secularmente como la Tierra
Adentro -es decir todas las comarcas al oriente del meridiano de
la capital-, estaba poblado por comunidades dedicadas a la explotación
agropecuaria y las antiguas villas controladas por oligarquías
municipales.
El país, a lo largo de sus 110,000 kms.2,
vivía principalmente de la ganadería extensiva, que
ocupaba buena parte de las vastedades de sabanas boscosas que lo
cubrían entonces, cuyos miles de cabezas de vacunos, caballares
y porcinos la hacían un importante exportador de cueros,
carnes saladas y ganados en pie por la vía del comercio oficial
o del omnipresente contrabando con los mercaderes foráneos,
siendo las principales comarcas pecuarias las jurisdicciones de
Bayamo, Sancti Spíritus, Remedios y Puerto Príncipe.
Por otro lado, La Habana y las principales poblaciones de la Isla,
sacaban provechosos dividendos de los situados remitidos desde la
Nueva España para el sostenimiento de las guarniciones y
el mantenimiento de las obras estáticas de defensa de los
puertos principales. El comercio interno y la administración
pública se beneficiaban considerablemente de los ingresos
generados por los derechos aduanales, sisas, diezmos y otros de
los muchos arbitrios vigentes sobre las producciones y servicios
locales. Igualmente, en la capital, la industria de construcción
naval, fuese para las necesidades de la Corona o los requerimientos
del cabotaje, las pesquerías u otros fines, ocupaba un significativo
espacio en la vida y especializaciones de los habitantes habaneros.
Añadamos que, por esta época, en las comarcas circundantes
del puerto de La Habana, los ingenios azucareros y las vegas de
tabaco, florecían junto con la agricultura de subsistencia,
y ambos productos tropicales, pero en particular la hoja de tabaco,
ya disfrutaban de aceptación y demanda en los mercados europeos.
Estas explotaciones agrícolas tan lucrativas también
se practicaban con buenos resultados en las comarcas aledañas
a Puerto Príncipe, Trinidad -reputada entonces por la finura
de su hoja tabacalera-, y Santiago de Cuba. Por otro lado, el ejercicio
del contrabando constituía una peculiaridad casi distintiva
de todas las regiones, poblaciones, gentes y estamentos de la Isla,
variando únicamente el grado de publicidad que se le confería
a la práctica, que podía ser generalizada en Bayamo
o discretamente llevada en La Habana, pero siempre presente en sus
muchos beneficiarios. (1)
La Isla, en esta época, contaba con un sistema
defensivo basado en lo que se denominaba la “tríada”
defensiva americana; fortificaciones, tropas de dotación
y milicias locales, si bien muchas veces, la precariedad de los
recursos militares, las vacantes en las filas regulares, los deficitarios
niveles de entrenamiento y armamento de las fuerzas concejiles y
las afecciones tropicales, debilitaban en ocasiones las respuestas
posibles en caso de crisis internacional. Dentro del complejo fortificado
de la Isla, solo poseían prioridad de guarniciones, fortalezas
y fondos ciertos puntos: La Habana y su inmediato litoral, Matanzas
y Santiago de Cuba, en tanto el resto de las comarcas debía
enfrentar las contingencias derivadas de las hostilidades de los
enemigos de España, entregándose a sus propios recursos,
en particular las milicias municipales. En 1701, las tres fortalezas
habaneras eran protegidas por 400 hombres, asistidas por una cantidad
casi igual de tropa de infantería regular, a todas luces
insuficientes para proteger una importante plaza de más de
20,000 personas en caso de conflicto con potencias navales. Santiago
de Cuba, la segunda plaza, apenas llegaba a los dos centenares de
soldados profesionales, a buena distancia y penosos caminos de la
principal base militar insular. Agreguemos que entre las misiones
del escaso millar de soldados de dotación que España
poseía destacados en la Isla de Cuba, éstos estaban
comprometidos a velar efectivamente por la seguridad de los presidios
floridanos. (2).
Las milicias, a inicios de la guerra de Sucesión, podían
movilizar varios miles de hombres abigarradamente armados, pero
que desempeñaron a lo largo del siglo, “…a pesar
de la insatisfacción de los gobernadores, un papel preponderante
en la defensa de la isla. (…)”, y que poseían
una reconocida capacidad combativa. Así, la gobernación
de La Habana, podía disponer de 36 compañías
–la mitad capitalinas-, en tanto la de Santiago de Cuba estaba
en capacidad de movilizar 23 compañías de vecinos
y otros pobladores, que se mantendrían sobreaviso hasta el
cese de las hostilidades en 1713, y algunas de ellas se enfrentaron
a los aliados europeos del archiduque Carlos en los litorales cubanos
y en limitadas acciones punitivas contra posesiones inglesas de
la región. (3)
Entre el fin de la guerra sucesoria y el desencadenamiento
del conflicto atlántico de 1756 por parte de las potencias
marítimas occidentales, que se convertiría en la guerra
de los Siete Años, Cuba creció en población
y riqueza, una nueva monarquía borbónica emprendió
un curso reformista que renovó parte de la administración
pública insular, afianzó los controles estatales sobre
las actuaciones de los municipios, tradicionalmente contestatarios
frente a las autoridades habaneras, reajustó en más
de una ocasión las imprecisas y problemáticas jurisdicciones
territoriales de la capital y de Santiago de Cuba.
Estableció severas restricciones al cultivo
y la comercialización del apreciado tabaco cubano, creando
un monopolio de la Corona, a la vez que favorecía los proyectos
mercantilistas de los grupos de poder económico habaneros,
con la autorización, casi mediado el siglo, de una compañía
comercial de capital criollo y peninsular que se haría cargo
del fomento de las producciones principales del país con
destino a los puertos metropolitanos, así como a abrir importantes
comarcas a la colonización del ganado, el azúcar;
el tabaco y las explotaciones forestales, estas últimas imbricadas
con el astillero habanero que florecerá considerablemente
desde finales de la década de 1740, con las explicables consecuencias
estratégicas de acentuar el interés enemigo en la
Isla durante los tiempos de confrontaciones internacionales. La
población insular, al amparo de una época de crecimiento
y expansión apreciables, se multiplicó con creces
en la primera cincuentena de años del siglo XVIII, pasando
a sumar unos 150,000 habitantes en los tiempos de la guerra inglesa
de 1762. La cooperación entre algunos gobernantes ilustrados,
como los capitanes generales Juan F.Guemes Horcasitas (1734) o Francisco
Cagigal de la Vega (1748); los gobernadores santiagueros F. Cagigal
de la Vega (1738) o Lorenzo de Madariaga (1754) y los obispos Juan
Lasso de la Vega (1732) y Pedro Agustín Morell de Santa Cruz
(1730,1754), contribuyeron a la estabilidad de la sociedad isleña
a lo largo del proceso de afianzamiento del poder central habanero
sobre los municipios y la severa legislación aplicada contra
la extendida practica del contrabando, asuntos que no dejaron de
crear difíciles tensiones con las oligarquías de la
Tierra Adentro en la década de 1730, así como ante
las serias amenazas contra la presencia de España en la Isla
planteada por las intenciones y las acciones de Inglaterra entre
1726 y 1748. De esta etapa datan los establecimientos de tenencias
gubernativas en Trinidad, Sancti Spíritus, Puerto Príncipe,
Bayamo y Holguín, así como la ampliación de
la gobernación habanera hasta incluir Puerto Príncipe.
(4)
El período posterior a 1715 fue fundamental
en la reorganización de la defensa de la Isla, gracias a
las disposiciones tomadas por Madrid para reforzar las capacidades
de las principales plazas americanas, en primer lugar La Habana,
ante la fluida situación internacional que siguió
el tratado de Utrecht. La más palpable de las nuevas orientaciones
defensivas -junto con ciertas obras de reconstrucción y mantenimiento
en las fortificaciones habaneras y santiagueras-, fue el reglamento
de organización de 1719, aunque desde casi un lustro antes
se había ido reforzando mesuradamente la dotación
habanera, aunque entonces no era, en términos numéricos,
muy diferente a su estado en 1701. Semejante disposición,
significó “…la creación de un auténtico
Ejército profesional; simultáneamente se establece
un organigrama que engloba a toda la estructura militar de la Capitanía…”,
con sus cuerpos de infantería de línea, artillería
y caballería que progresivamente incrementaron sus efectivos
de unos 800 en 1720 a casi un millar de regulares al concluir el
conflicto angloespañol con la paz de Aquisgrán, en
1748. Otro punto fundamental de esta reforma lo constituyó
la creación de una junta que, con la categoría de
estado mayor, actuaría “…con la misión
de coordinar sus misiones y movimientos en tiempo de guerra, …”,
integrado por los gobernadores, tenientes de rey, ingenieros, sargentos
mayores, cuartelmaestre y oficiales ayudantes de estos, sentando
el precedente de las posteriores juntas de guerra establecidas en
1726,1739 y 1762. (5).
La guerra de 1739-1748, puso a prueba estas disposiciones, aunque
anteriormente la alarma naval de 1726-1728 sometió a una
inquietante alerta de combate las unidades de dotación y
las milicias que la apoyaban, aunque sin verse obligadas a operaciones
mayores en el territorio isleño. El conflicto con los británicos
obligó a casi una década de esfuerzos por las autoridades
militares y civiles para asegurar la integridad del territorio,
esta vez amenazado por la conquista directa de una gran potencia
por vez primera en más de veinte años. Y no solamente
la Isla de Cuba, sino la abierta frontera de la Florida constituyó
una verdadera –peligrosamente obvia- preocupación de
seguridad y carga de responsabilidades para las unidades de la guarnición
fija de La Habana. El organizar y adiestrar las milicias municipales,
el procurarles oficialidad con preparación adecuada, creación
de nuevas unidades en remotas localidades de los distritos del extremo
occidente y algunos puntos expuestos de la costa norte de la gobernación
santiaguera, se combinó con un impulso al complejo de fortificaciones
de La Habana, levantando baterías adicionales en la bahía
y estableciendo como permanentes ciertas antiguas obras de protección
ingeniera del frente marítimo de la jurisdicción,
así como la conversión de las fortificaciones de Jagua
en una obra de consistencia. Santiago de Cuba se benefició
de las medidas de los ingenieros reales aunque lo extenso de su
litoral y el costo de las fabricas obligó a más de
una perspicaz iniciativa de sus autoridades, como la de iniciar
una suerte de “barrera costera” a ambas bandas del puerto
santiaguero, en varias de las posibles avenidas del enemigo y extender
la iniciativa a erigir parapetos y baterías en la alejada
villa de Baracoa, sobre la embocadura del Paso de los Vientos. Defender
las amplias franjas litorales cercanas a las principales bahías
pobladas y mantener pertrechada la norteña línea floridana
consumió no escasos recursos propios y metropolitanos durante
este largo y accidentado enfrentamiento ultramarino. (6)
La defensa concebida desde los días de
Felipe V, fue puesta a prueba en tiempos de la segunda invasión
británica a la gobernación de Santiago de Cuba -en
el estío de 1741-, donde una efectiva combinación
del mando táctico de un gobernador enérgico, de un
obispo vehemente, de la movilización de centenares de milicianos
orientales y del centro de la Isla, la constante y hábil
acción de las guerrillas santiagueras al mando de tácticos
locales, con las ventajas del terreno y la agresiva estación,
liquidaron una de las iniciativas británicas de ocupar una
porción de territorio español en las Antillas. La
victoria de los milicianos en Guantánamo, se agregaba a la
de los regulares habaneros en San Agustín de la Florida un
año antes, a la de los defensores de Baracoa en 1742, y a
la que luego propinarían los artilleros y soldados de las
fortificaciones de Santiago a los buques de la real armada británica
en 1747, en la boca de la bahía. El valor de la Isla y de
sus defensores quedó refrendado ante la Corona y el Consejo
de Indias, como testimonian la correspondencia de entonces. (7)
Consecuencia directa de los eventos de la guerra
de los Nueve Años, será la reforma de las unidades
de defensa de Cuba en 1753, creándose un regimiento fijo
con las fuerzas existentes, compuesto de cuatro batallones de infantería
de línea, cada uno de ellos con seis compañías
de fusileros y una de granaderos. En el mismo sentido se practicaron
cambios en el arma de artillería, estableciéndose
dos compañías que debían cubrir las obras de
fortificación habaneras, santiagueras y floridanas; en tanto
que la caballería se estructuraba en tres compañías
destacadas en diversas posiciones en Cuba y otra sirviendo en la
Florida. Como punto de interés, esta reforma militar establecía
que los máximos oficiales del regimiento de línea
y de las fuerzas montadas, tendrían entre sus obligaciones
principales el convertir las milicias de sus respectivas armas en
unidades adecuadamente instruidas, equipadas y armadas, bajo el
mando y supervisión estrecha del estado mayor regimental
de la plaza. Para entonces, el fijo habanero poseía una plantilla
de 2,512 efectivos a distribuir de manera proporcional entre La
Habana y sus dependencias, incluidas Matanzas y Jagua, Santiago
de Cuba y San Agustín de la Florida, con un presupuesto asignado
de las cajas novohispanas de casi medio millón de pesos.
Sin embargo, la tendencia de las tropas fue mantenerse por debajo
de la cantidad necesaria para defender unas plazas de alta concentración
demográfica y significativo valor para la presencia de España
en el hemisferio occidental.
En efecto la guarnición total osciló
entre los 1,587 hombres en 1755, y los 1,321 cuatro años
más tarde, de modo que cuando los británicos desalojaban
a los franceses de las Antillas Menores como preludio a su campaña
cubana, los elementos del regimiento casi se aproximaban a su óptimo,
gracias a los apresurados refuerzos peninsulares, alcanzando 2,383
hombres al tomar el mando de la Isla el mariscal Prado Portocarrero,
en 1761. Según un autor, de estas tropas ya cerca de la mitad
de sus oficiales -un 41%- eran criollos, pero los mandos superiores
no estaban abiertos en proporción semejante, con ventaja
para los peninsulares. (7a).
Las milicias, a pesar de las providencias establecidas por el reglamento,
no vieron cambios espectaculares en sus condiciones, aunque algunos
militares destacados en las gobernaciones, como el caso del capitán
general Cagigal de la Vega o el gobernador oriental Lorenzo de Madariaga,
se interesaran en regularizar los ejercicios de instrucción
y llevar relaciones actualizadas de los recursos humanos disponibles
en los municipios.
Las miras británicas sobre Cuba.
En marzo de 1701, para los conductores de la política
internacional de Londres existía la amenaza de un golpe de
mano de la escuadra francesa en las grandes Antillas, en especial
Cuba, reflejado esto en la opinión de un analista contemporáneo,
quien afirmaba con cierta inquietud; ‘(…)¿Qué
es Inglaterra sin su comercio?,…sin el comercio turco y español,
y donde irá a parar cuando una guarnición francesa
esté plantada en Cádiz y la flota francesa lleve a
su país la plata desde La Habana?(…)’ En ese
espíritu, los británicos decidieron reforzar considerablemente
su presencia en el Caribe, que ya contaba con 12 buques de batalla
desde la anterior temporada. Bajo el mando del célebre vicealmirante
John Benbow, los buques de línea británicos, a la
vez que protegían la integridad de las colonias azucareras
de las Antillas inglesas, intentarían interceptar –y
de ser posible capturar íntegros-, los caudales que se esperaban
desde Veracruz, Cartagena y La Habana, tratando de adelantarse a
la flota francesa del vicealmirante conde de Chateau-Renault que
debía proteger la ruta española de la Carrera de Indias.
Para estas operaciones, el gobierno británico emitió
unas instrucciones a su vicealmirante en las Indias Occidentales,
a inicios de 1702, donde la Isla de Cuba estaba llamada a constituir
un principal eslabón de los propósitos ultramarinos
de los aliados anglo-holandeses: en efecto, se le aconsejaba a los
mandos navales ingleses tratar de ganar la voluntad de las poblaciones
españolas, en particular los habaneros, de modo que abandonaran
la lealtad a la dinastía borbónica y se adhirieran
a los pretendientes de la casa de Austria, para lo cual se les ofrecía
la protección de los buques y marinos británicos,
siempre que se entregara La Habana al vicealmirante Benbow. Según
el mismo documento, el almirantazgo consideraba que de estar la
ciudad bajo la bandera aliada, España y Francia sufrirían
considerable retroceso estratégico, …“al prevenir
que nuestros adversarios se beneficien con las riquezas de las Indias
Occidentales…”. En la eventualidad que los habaneros
u otros españoles de América se mostraran partidarios
de los Borbones, el almirante y sus capitanes estaban autorizados
en capturar la flota que saldría de La Habana y emplear medios
punitivos para que los pobladores de los territorios españoles
leales a Felipe V, se mostraran receptivos a las propuestas de los
aliados del pretendiente austríaco. (8)
Aunque los esfuerzos del tenaz vicealmirante Benbow
fueron ingentes, su fallecimiento relativamente temprano no facilitó
la causa de los aliados y sus protegidos dinásticos, el oportuno
enjuiciamiento y pena capital aplicada en La Habana a algunos de
los “emisarios filoaustríacos” conjuró
las esperadas complicidades internas consideradas en las instrucciones
de Londres. En los siguientes años, las actividades navales
británicas en aguas del Caribe no disminuyeron, en especial
alrededor de la ruta del estrecho de la Florida a la caza de la
flota de Nueva España o la de los galeones de Cartagena,
siendo La Habana uno de los puntos neurálgicos de proyectadas
expediciones dirigidas contra las rutas vitales de los dominios
de España en el Atlántico. Ya fuera en aguas de Cádiz
o de La Habana, el Almirantazgo inglés estimaba, en las postreras
semanas de 1705, que debía detenerse el flujo de los dineros
americanos que alentaban la resistencia de la coalición borbónica
y lo que era considerado como “asunto de principal importancia
estratégica para Londres y sus aliados europeos”. En
estas circunstancias se propuso por los analistas navales un esbozo
de plan que estimaba como asunto de particular prioridad para el
éxito del esfuerzo ultramarino inglés la captura y
retención de Gibraltar y de La Habana, algo que pareció
ser tomado seriamente por las autoridades españolas en su
día. (9).
Sin embargo, por las prioridades del teatro de operaciones europeo,
ni aún los esfuerzos del activo comodoro Charles Wager, desde
el verano tardío de 1707 y especial en enero de 1708, lograron
adelantar las aspiraciones políticas del pretendiente o consumar
las ambiciones de los almirantes, aunque consiguiera considerables
beneficios a expensas de la navegación española, al
mantener cerrados patrullajes entre Portobelo y La Habana. Pero
esta última no se vio amenazada por tales flotas en lo que
restó del conflicto, aún cuando sus medios humanos
y materiales no estuvieran en correspondencia con la importancia
conferida por amigos y adversarios por igual. (10)
Durante los años que siguieron al Tratado
de Utrecht (11 de abril de 1713), los intereses mercantiles británicos
sacaron pingües beneficios con las ventajas del “navío
de permiso” que les permitió una doble partida de comercios
legales en puertos y ferias americanas, con representación
de respetables factores autorizados, y por otro lado, la extensión
de las actividades de contrabando a lo largo de las abiertas costas
de las Antillas y la Tierra Firme, desde sus depósitos de
mercaderías y esclavos establecidos principalmente en Jamaica,
con la que los vecindarios cubanos desde Batabanó a los embarcaderos
de Bayamo mantenían un lucrativo e ininterrumpido tráfico
en los períodos de paces internacionales. Lo que no impidió
que durante el corto conflicto europeo de 1718-1720 suscitado alrededor
de Italia, Cuba sirviera de base para acciones corsarias de marinos
y armadores locales que hostigaron con provecho la navegación
comercial entre las islas y puertos ingleses, así como atacar
establecimientos de colonos británicos establecidos en el
archipiélago de las Bahamas, que se veían como potenciales
amenazas contra el predominio español en el estrecho de la
Florida. La destrucción de Nueva Providencia en las vecinas
islas situadas al norte de la capital cubana, junto con algunos
incidentes navales entre corsarios de Trinidad y navíos ingleses
de Jamaica caracterizan un conflicto relativamente modesto en el
Caribe, y donde, gracias al enérgico capitán general
Gregorio Guazo Calderón, las tropas regulares y las milicias
de la Isla se mostraron capaces de emprender no solo las tradicionales
misiones defensivas, sino invadir con éxito las Bahamas,
cooperar en la defensa de la Florida e inclusive proyectar una acción
punitiva contra las plantaciones de Carolina del Sur, que no se
consumó por la concertación de las paces en Europa.
Los británicos, mantuvieron un discreto perfil durante este
conflicto, concentrando sus esfuerzos en proteger el comercio de
Jamaica, reforzar sus defensas en la frontera floridana y las costas
de las Carolinas, como a destacar una fuerza naval desde Jamaica
sobre La Habana en 1720 para tratar de impedir que desde allí
se intentara una expedición más ambiciosa contra algunas
de sus posesiones insulares o continentales al norte de Cuba. Resultado
de estas experiencias, y de una importante actividad de numerosos
agentes encubiertos en territorio de sus rivales, el Almirantazgo
comenzó a estudiar ambiciosos planes estratégicos
que aspiraban a la dominación de la Florida y de Cuba para
contrapesar el temible eje de expansión de Francia desde
el Canadá al Mississippi sobre las posesiones norteamericanas
de España y la Gran Bretaña. (11)
Durante el breve y localizado enfrentamiento de
Madrid y Londres en la cuenca antillana entre 1726 y 1728, consecuencia
de los convenios diplomáticos hispano-austríacos,
la escuadra británica de las Indias Occidentales amenazó
persistentemente las rutas atlánticas por las que circulaban
las remisiones de los metales preciosos americanos, con preferencia
las aguas cubanas del Golfo de México y el estrecho floridano.
Un capaz y fogueado vicealmirante “of the Blue”, Francis
Hosier, recibió instrucciones de operar sobre la ruta marítima
de los buques españoles que, desde Panamá y Veracruz,
convergían en la capital de Cuba, y cuyas cargas eran estimadas
por el Almirantazgo en casi una treintena de millones en metales
y mercancías. Para Londres, la misión principal de
Hosier era conjurar un conflicto europeo privando “…de
las fuentes de dinero a la coalición hostil. Era en este
punto donde la combinación era poderosa vulnerable.”
De modo que los buques de línea destacados en el Caribe español,
debían detener por todos los medios posibles la navegación
de los galeones u otros buques que pudieran transportar a puertos
españoles los tesoros que financiarían cualquier esfuerzo
concertado de Madrid y Viena. De ahí la decisión de
destacar buques sobre aguas cubanas o centroamericanas, como mantener
una escuadra paralela sobre puertos peninsulares de Galicia y Andalucía.
Durante casi veinticuatro meses los marinos británicos
bloquearon La Habana, con relativo éxito y no poca alarma
y preparativos de la guarnición y vecindario, siendo la primavera
de 1727 el momento álgido de la campaña británica
en aguas cubanas, cuando la escuadra de Veracruz, bajo el almirante
Castinetto, y desde medio año atrás embotellada por
Hosier en el puerto habanero, logró burlar el dispositivo
de los buques de batalla ingleses, que entonces parecían
mostrar especial interés en rondar la bahía de Matanzas.
Una sigilosa y arriesgada salida de corsarios de Cartagena consiguió
situar en La Habana parte de los caudales depositados en Portobelo.
En total, a despecho de la cerrada acción naval de los navíos
de línea británicos, cerca de una decena de millones
de pesos lograron hallar su camino seguro a los puertos de la Península.
En este conflicto, librado principalmente en aguas americanas del
trópico, serían significativas las correrías
de los corsarios criollos quienes, desde Santiago de Cuba, Trinidad
y La Habana, que no dejaron de ocasionar quebrantos a la navegación
comercial inglesa entre Jamaica y los territorios norteamericanos
o los puertos metropolitanos de las Islas Británicas, algo
que fue aducido como una de las más justificadas razones
para el ejercicio de represalias contra la navegación y puertos
americanos. Como nota curiosa, en tanto que los milicianos y corsarios
habaneros saqueaban establecimientos ingleses en Cayo Sal, a medio
camino entre el norte de Cuba y las Bahamas occidentales, Hosier
intentó crearle problemas al gobernador habanero Lazo de
la Vega, fomentando ciertos disturbios entre las dotaciones de esclavos
de ingenios azucareros del entorno de La Habana, subversión
liquidada con prontitud por las milicias montadas de la capital
y cercanías. (12)
La más importante prueba de fuerza británica
en Cuba antes de la campaña del conde de Albemarle se produjo
durante la guerra de los Nueve Años (1739-1748) y en cuyos
orígenes las acciones de los corsarios y guardacostas cubanos
contra los contrabandistas confesos y la navegación comercial
inglesa que practicaba tratos ilícitos por los litorales
del Mar de las Antillas, tuvieron mucho que ver en la furiosa labor
de cabildeo que los intereses mercantiles de Londres, Bristol, Portsmouth
y otras ciudades portuarias de las Islas Británicas, libraron
en el Parlamento y gabinete británicos desde los tiempos
del tratado de Sevilla (1729) que se esperaba reprimiera los excesos
del contrabando inglés y de las represalias españolas
contra éste. La importancia del tonelaje afectado por los
decomisos y la magnitud de los intereses económicos envueltos,
combinados con las seculares aspiraciones geopolíticas de
Londres en la región antillana y centroamericana, contribuyeron
a convertir un difuso episodio en el estupendo pretexto para iniciar
una guerra ultramarina destinada a quebrantar el dominio de España
en la región antillana. (13).
De todos modos los almirantes británicos habían diseñado
ciertos planes orientados a propinar un severo golpe a los intereses
de España en el hemisferio occidental, que asegurara de una
vez por todas las disputas estratégicas y comerciales que
enturbiaban las relaciones entre ambas potencias desde el tratado
de paz de 1713. En sesiones del Parlamento en la víspera
de la ruptura de las hostilidades, más de un legislador propuso
que los esfuerzos de la próxima confrontación ultramarina
se orientaran a las posesiones de América española,
porque constituían “…la parte del mundo, donde,
en caso de guerra, debemos hacer el mayor daño a España,
y el mayor bien a nosotros mismos…”, aunque en esta
oportunidad debían ser incluidas fuerzas terrestres que acompañaran
los buques de línea, para operar en campañas terrestres,
pero se observaba que estas operaciones era preciso emprenderlas
en el momento climatológico propicio, de modo que se minimizaran
las siempre preocupantes bajas por enfermedad. A estas novedades
se añadían las conocidas misiones de intercepción
de los caudales americanos que nutrían el poder de España
y se le confería cierta relevancia a los intentos de subvertir
las lealtades de los habitantes de las posesiones más atractivas,
por medio de apelaciones a los agravios locales y las bondades inmanentes
en una alianza británica. (14)
La expedición americana encabezada por
el malogrado general Lord Cathcart y luego por su sustituto el brigadier
general Thomas Wenthworth, con 8 regimientos de línea y marina
en un centenar de transportes, apoyados por siete buques de línea,
-que luego se incrementaron a una treintena de buques mayores y
fragatas en la estación de Port Royal, bajo mando del vicealmirante
Edward Vernon-, logró colocar una impresionante fuerza de
combate en la región del Caribe, que sumaba unos 10,000 soldados,
marines y auxiliares, en el invierno de 1740, y destinados a actuar
ofensivamente contra alguno de los principales baluartes españoles
que estaban al alcance de la agrupación naval estacionada
en Jamaica. Con anterioridad, el vicealmirante Vernon había
recorrido las aguas de Panamá, capturando Portobelo (3-24
de diciembre de 1739) y aún antes, en el verano del mismo
ano, siete buques de línea -asignados al escuadrón
de las Indias Occidentales bajo el comodoro Charles Brown- tantearon
las defensas exteriores de La Habana (octubre de 1739), estableciendo
luego un formal bloqueo naval (junio-septiembre de 1740), con ciertas
escaramuzas terrestres entre sus marinos, las milicias y tropas
regulares a cargo de la defensa del litoral del estrecho de la Florida,
en especial los surgideros de Cojímar y Jaruco.
Dejando a cargo del comodoro Brown el recorrer
la costa –en plan de intimidación e intercepción
del comercio-, entre la capital cubana y Matanzas, con algunos navíos
de combate. Mientras Vernon, quien con una fuerza de siete buques
de batalla había patrullado las aguas del Caribe central
tras bloquear los accesos de Cartagena de Indias, pasó el
Cabo de San Antonio y tras recorrer aguas sureñas de la Isla,
se reintegró a su base en Jamaica, en el otoño de
ese año. Buena parte de la segunda mitad de 1740, hubo presencia
de cruceros ingleses en las aguas de Cuba occidental, fuese en el
Golfo de México o entre los cabos de San Antonio y Corrientes.
Vale decir que, durante los varios meses de emergencia en La Habana,
los corsarios de esta, Trinidad, Santiago de Cuba y aún de
Matanzas, lograron poner una treintena de embarcaciones destinadas
a asegurar el movimiento de refuerzos y provisiones desde la Tierra
Adentro a las proximidades de la capital, a mantener constante vigilancia
sobre las escuadras de Vernon y Brown, respectivamente, e inclusive
facilitar que los caudales de Veracruz, uno de los objetivos del
almirante adversario, llegaran intactos al puerto habanero. En lo
que a información confidencial respecta, los miembros del
gabinete y marina en Londres parece ser que habían dedicado
bastante empeño en adquirir informaciones actualizadas para
poseer una correcta “inteligencia” sobre los posibles
objetivos, en particular La Habana y Santiago de Cuba. A la vez
que las autoridades isleñas movilizaban sus recursos humanos
para conjurar cualquier intentona de desembarco, los regulares del
regimiento fijo y algunas compañías milicianas se
vieron requeridas por el gobernador de San Agustín de la
Florida, entonces bajo severo ataque de los ingleses y sus auxiliares
indios desde Georgia y las Carolinas, refuerzo que asistió
a la guarnición en liquidar las ambiciones del general Oglethorpe,
a finales del verano de 1740. (15)
Tras el infructuoso y sangriento intento de capturar
Cartagena de Indias en la primavera de 1741, el almirante Vernon
y el general Wenthworth optaron por retirar sus quebrantados regulares
y milicianos a la seguridad de Jamaica y emplearse a la preparación
de un nuevo proyecto expedicionario contra las posesiones españolas,
en este caso contra Santiago de Cuba, gobernación cubana
que, por su distancia de La Habana y recursos limitados parecía
susceptible de brindar la victoria americana que parecía
eludir a los británicos desde su éxito en Panamá,
casi dos años atrás. Además, parece que entre
los oficiales de tierra y mar destacados en Jamaica, se estimaba
posible remedar –en escala superior-, la devastadora incursión
que sus compatriotas lanzaron desde la misma isla, casi ochenta
años antes. Con ocho navíos de línea bloqueando
los accesos de Santiago de Cuba, Vernon condujo otros 17 y más
de medio centenar de transportes y buques auxiliares contra la despoblada
y acogedora bahía de Guantánamo, unos 80 kilómetros
al este de la capital de la gobernación oriental. Allí
desembarcaron unos 5,000 hombres -que ciertas fuentes estiman compuestas
por entre 3,000 y 2,400 regulares ingleses, unos 600 provinciales
norteamericanos y sobre un millar de negros esclavos y auxiliares
jamaicanos- justo en medio de la estación más calurosa
y menos propicia para acciones en latitudes tórridas, adelantando
en dos décadas análogas decisiones de Albemarle y
Pocock, que pueden explicarse a partir de las tradicionales estaciones
de hacer la guerra en el hemisferio septentrional europeo. Pronto
se enfrentarían a las dificultades de la estación,
la topografía agresiva y las disposiciones tomadas por el
agresivo gobernador santiaguero, Francisco Cagigal de la Vega, quien
no solo reforzó las defensas estáticas a lo largo
del puerto y los litorales, sino que también movilizó
todos los milicianos de Bayamo, Holguín y Puerto Príncipe,
a la vez que recurrió a la capitanía general por recursos
humanos, pertrechos y fondos. En esta contingencia adquirió
especial protagonismo el fogoso obispo Pedro Agustín Morell
de Santa Cruz, entonces destacado en la ciudad de Santiago de Cuba,
y quien desempeñaría especial papel en alentar los
esfuerzos de defensa en 1741, y casi dos décadas luego sería
el alma de la resistencia de los milicianos y población civil
de La Habana durante el ataque de los regimientos británicos.
En ambos casos encarnaba una personalidad que alentaría los
sentimientos religiosos y patrióticos de las gentes con especial
intensidad. (16)
Durante esta campaña, las tropas británicas
protagonizaron su más importante excursión al interior
del territorio cubano, al partir desde su fortificada cabeza de
playa en la bahía de Guantánamo, para intentar flanquear
las defensas terrestres de Santiago de Cuba, circunvalándolas
a lo largo del tortuoso camino real que enlazaba la gran bahía
y las vastas comarcas agropecuarias inmediatas, con la capital gubernativa.
Esta penetración consiguió efectuarse por casi una
treintena de kilómetros en los distritos o partidos de Santa
Catalina y Tiguabos, de especial interés por ser comarcas
ganaderas que podían aprovisionar la flota y tropa expedicionaria,
indispensable adquisición logística para las ambiciosas
expectativas del general Wenthworth, quien era de la opinión
que al simultanear una “convincente” demostración
de fuerza de los “casacas rojas” y una serie de proclamas
destinadas a convencer a los pobladores criollos de los beneficios
y libertades que obtendrían bajo la protección de
la corona británica, la combinación resultante les
franquearía el paso a los expedicionarios, sin excesivas
incomodidades, por las vastedades del departamento oriental. La
incursión fue descrita por uno de sus oficiales y recogida
por Vernon en sus reminiscencias de la conflagración ultramarina,
y es representativa de las dificultades experimentadas por tropas
regulares europeas en un entorno tropical, en medio de la estación
más tórrida y húmeda, un terreno poco conocido
y en especial, bajo la constante acción de elusivas partidas
de milicianos y pobladores adaptados a la lucha irregular y a la
topografía del país, escasamente poblado y bastante
boscoso. Por otro lado, estas operaciones del verano de 1741, demostraron
la efectividad de la conducción de acciones en pequeña
escala contra un adversario mejor entrenado, mandado y equipado,
con un mando competente, tanto de los capitanes milicianos, como
de la junta de oficiales que servía bajo el hábil
gobernador Cagigal de la Vega. El propio Wentworth percibió
esta ventaja de sus contendientes, una vez que sus filas se redujeron
considerablemente por las enfermedades adquiridas en campaña.
(17)
La expedición, como antes la emprendida
en Tierra Firme, terminó siendo un desastre con una buena
porción de las tropas y marinos víctimas de los azotes
del trópico y del constante hostigamiento a que fueron sujetos
durante las operaciones. A la fecha de la retirada de Vernon y Wentworth,
en 9 de diciembre de 1741, se estimaban las bajas de toda condición
en casi un 40% del contingente original, sin mencionar los muchos
pertrechos y bagajes que se dejaron como impedimenta inútil
o dañada en los atrincheramientos levantados a orillas de
la bahía guantanamera. Entre Cartagena y Guantánamo,
la fuerza británica –de unos 5,000 a 6,000 efectivos
regimentales-, traída a las América por Lord Cathcart
en el invierno de 1740, más los refuerzos provinciales norteamericanos
y jamaicanos, valorados en sobre unos 3,000 hombres más,
se había visto reducida terriblemente, a meros despojos de
campañas coloniales infructuosas, cuyas pérdidas relativas
se comparaban penosamente con las más encarnizadas acciones
libradas durante la misma guerra europea en las campiñas
de Italia o los Países Bajos. (17a)
En lo que al resto del conflicto angloespañol
(al que se añadirían los franceses, tras formalizar
su alianza mediante el tratado de Fountainbleau, en marzo de 1744),
Cuba no recibió más amenazas navales directas o amagos
de invasión contra sus plazas o litorales entre 1742 y 1747,
siendo vista por las autoridades políticas y militares de
Jamaica y Georgia como posible fuente de ataques contra las posesiones
británicas una vez que la Isla recibió algunos refuerzos
desde España con destino a Santiago de Cuba y luego en La
Habana, se acondicionó mejor -empleando todos los medios,
recursos y brazos especializados disponibles en los astilleros locales-,
la escuadra de Rodrigo de Torres (llegada a aguas americanas en
septiembre de 1739, con 12 buques de línea y algunos auxiliares).
Ahora, surta en el puerto habanero desde la primavera de 1741, tras
una inicial estancia en Cartagena, pudo operar en aguas del estrecho
de la Florida, y ello incrementó notablemente la acción
de los corsarios criollos establecidos en diversos caladeros insulares,
en contra la navegación inglesa en aguas de Jamaica, las
Carolinas y Honduras. Durante esta etapa de la contienda, las tropas
del regimiento fijo habanero volvieron a pelear, -junto con los
milicianos y auxiliares negros e indios cubanos y floridanos, respectivamente-,
con los temibles “casacas rojas”, sus milicias provinciales
norteamericanas y aliados indios (creek, yamasee) en los disputados
territorios de la frontera entre Georgia y Florida, con resultados
variables para ambos contendientes. Como se ha reconocido, el continuo
fracaso del gobernador Oglethorpe en tratar de subyugar la Florida,
como primera etapa de una proyectada acción contra La Habana,
en lo que no poco contribuyeron las dotaciones y milicias de ésta,
pueden muy bien haber frustrado una posible acometida de los británicos
desde el continente septentrional contra la capital isleña,
reforzando ante los políticos y generales de Madrid el valor
de la vecina península norteamericana como glacis de la Isla.
Además de la campaña floridana de 1742, el gobernador
habanero parece haber estudiado con detalle el propósito
de desalojar a los británicos de algunas recientes adquisiciones
en el litoral centroamericano, con recursos propios, a la vez que
también parecía, y al menos esto era un rumor extendido
en Jamaica, considerarse alguna acción combinada entre los
buques de la escuadra habanera y aquellos destacados por Francia
en Santo Domingo. Inclusive, temían los hacendados azucareros
jamaicanos que los españoles intentaran capitalizar los problemáticos
negros alzados -los “marroons”de las Montañas
Azules- de la vecina isla, armándolos para crear disturbios
adicionales a los ingleses. (18)
La última intentona seria contra una plaza
fuerte cubana se produjo casi al final de las operaciones de la
guerra, en la primavera de 1748, y partió de Port Royal,
Jamaica, por iniciativa del experimentado contralmirante a cargo
del escuadrón anclado allí, Charles Knowles. Coincidiendo
con una reactivación de la acción de las fuerzas navales
británicas en aguas del Caribe y el Golfo de México,
desde mediados de 1746, con las acciones del escuadrón jamaicano
contra los convoyes franceses que transportaban refuerzos y pertrechos
de Martinica a Santo Domingo, en especial los combates navales de
noviembre de 1746 y 5 de abril de 1747 en aguas de Cabo Francés.
Algo seguido de cerca por los agentes del gobernador Guemes y del
almirante Reggio y los numerosos corsarios habaneros y santiagueros
que se movían desde los cabos occidentales de Cuba hasta
el Paso de los Vientos.
Así, con la intención de eliminar
la amenaza potencial contra Jamaica, destruir una perniciosa presencia
de corsarios que causaban numerosas pérdidas en el comercio
colonial inglés y, como ha señalado un autor, ”…vengar
en aquel puerto los desastres de Vernon y Wentworth…”,
Knowles, tras propinar un severo, sorpresivo y destructivo golpe
a las fortificaciones francesas de Port Saint Louis, santo Domingo
(22 de marzo de 1748), trató de repetir su fortuna y abrirse
paso por entre las defensas exteriores de la bahía de Santiago
de Cuba, en duelo frontal con las baterías del Morro, la
Estrella y otras menores establecidas por Cagigal de la Vega desde
inicios del conflicto atlántico. Este ataque (8-10 de abril
de 1748), que parece haber sido advertido por contrabandistas criollos
que actuaban encubiertos en Jamaica, según se puede inferir
de algunos despachos, no dejó de causar preocupación
por la importancia de los buques que intervinieron en aquellos días
del abril antillano: siete buques de línea con más
de 400 cañones, asistidos por una media docena de fragatas
y otras embarcaciones. Sabido es que, jugando con las ventajas topográficas
de las fortificaciones encaramadas sobre precipicios marinos, los
artilleros lograron ocasionar significativos destrozos entre los
buques de línea y tripulaciones atacantes. Aquel reconocimiento
en fuerza de las defensas litorales, junto con la consiguiente disposición
hecha por el gobernador brigadier general Arcos Moreno, de apreciables
contingentes de tropas milicianas y de dotación de Santiago
de Cuba en la costa de Aguadores, al este de la bahía, -donde
el almirante británico pareció amagar un desembarco
unos días después de atacar los baluartes del Morro-,
aconsejaron a Knowles y sus oficiales desistir de una acción
de desembarco que probablemente hubiera sido disputada vigorosamente,
retirándose a Port Royal. En previsión de una intentona
de penetración de la bahía, el gobernador de la plaza
dispuso, bajo fuego naval británico, obstruir el acceso del
canal por medio de un poderoso cable cruzando la bahía.
Sin embargo, de ahí el contralmirante británico
(que estaba para entonces informado del cese de hostilidades entre
franceses y británicos en los campos de batalla del Viejo
Mundo, aunque no así las anglohispanas) pasó a operar
a las aguas del estrecho de la Florida a inicios de julio de ese
mismo año, en las proximidades de la Sonda de la Tortuga,
con la intención de interceptar los buques que, con los caudales
de Nueva España, se debían mover desde Veracruz a
La Habana, según sus informes. Un afortunado ataque contra
la ruta de los tesoros novohispanos podía forzar que Madrid
solicitase la paz en Europa, al verse privada de los indispensables
recursos financieros para sostener sus aspiraciones geopolíticas,
una vez replegados sus aliados franceses. La presencia de la flota
británica de Knowles en el Golfo de México, y la de
su rival, Reggio, en La Habana, llevaría a una de las más
disputadas acciones navales libradas entre españoles y británicos
en el entorno antillano. A diferencia del cauteloso Gutierre de
Hevia catorce años después, Reggio no se enclaustró
al amparo de las fortalezas habaneras y decidió proteger
los caudales de manera activa y eso lo enfrentó, aunque quizás
no fuese su objetivo primario, al acechante Knowles. En el combate
librado en aguas de Vuelta Abajo (12 de octubre de 1748), participaron
7 buques de combate españoles, con 422 piezas de artillería,
contra un número similar de navíos ingleses, provistos
de 450 cañones de diverso calibre. Los resultados, claramente
favorables, aunque no menos costosos, para los ingleses, les dejaron
con la supremacía en aguas del estrecho floridano, aunque
no se hicieran de los dineros novohispanos. Si bien el impenitente
almirante británico permaneció a la vista de La Habana,
dispuesto a capturar los buques con el tesoro que se le habían
escapado a puerto. En semejante crucero recibió la notificación
oficial de la aceptación de los preliminares de paz por los
diplomáticos ingleses y españoles (16 de octubre de
1748). Tristemente para el casi medio millar de muertos y heridos,
la paz en Europa se había acordado desde medio año
atrás. (19)
Es curioso señalar que el almirante Charles
Knowles regresó a La Habana después de la guerra,
en calidad de visitante y permaneció en la capital, siendo
agasajado por las familias prominentes del criollaje y las autoridades
peninsulares. Durante su agasajado itinerario se sabe que paseó,
en compañía de sus anfitriones, por la bahía
habanera, recorrió el castillo del Morro y la campiña
circundante, observando con su entrenada percepción de marino
la multitud de detalles que luego habría de plasmar en ciertos
escritos confidenciales que, a inicios de la década de 1760,
el premier William Pitt tendría en consideración al
preparar la expedición que conseguiría materializar
los largamente frustrados proyectos de conquista diseñados
desde los tiempos de Benbow, Hosier y Vernon. Aunque los avatares
políticos que le alejaron del poder, impidieron que Pitt
sacara provecho de la victoria británica en La Habana, en
agosto de 1762, por la prudencia e intereses que pesaron sobre las
decisiones finales de sus sucesores Beldford y Bute, Knowles –que
puede calificarse de mentor intelectual de la campaña cubana-
y que no se adhirió al entusiasmo de los círculos
militares y comerciales de Londres tras la captura de la plaza,
formuló ciertas amargas consideraciones sobre la conducción
de las operaciones terrestres, y en menor grado de las navales,
que plagaron la expedición de Albemarle y Pocock. Es probable
que una de las más lúcidas apreciaciones del valor
geopolítico de la capital de la Isla de Cuba formuladas durante
el siglo de las luces por un político británico partidario
de la expansión colonial y marítima, fuera la expresada
por el expremier William Pitt, al criticar el modo como los miembros
del gabinete londinense habían manejado las concesiones territoriales
en los tratados de 1763, y que sumarizaba las opiniones que desde
inicios de la centuria corrían entre los círculos
navales y mercantiles de Inglaterra: “…no hay compensación
por La Habana; La Habana es una conquista importante (…) Desde
el momento que La Habana fue tomada, todos los tesoros y riquezas
en América estaban a nuestra merced…No tenía
equivalente.” (20)
San Juan, Puerto Rico, 2004. 
Citas y notas.
(1)
A.G.I. Santo Domingo 151. Obispado de Cuba. Año de 1689.
Matrícula de las familias y personas que hay en las cinco
ciudades, y siete villas de que se compone su diócesis ajustado
por los padrones que los curas de las iglesias parroquiales han
remitido…; Ibidem. El Obispo Diego Evelino de Compostela al
Rey, La Habana, 28 de septiembre de 1689; Marrero, L. Cuba: economía
y sociedad. El siglo XVII(1).Madrid, 1975, págs. vii-x.
(2)
A.G.I. Santo Domingo 324. “El Consejo de Indias al Rey, Madrid,
diciembre de 1701”; Ibid. “El Consejo de Indias al Rey,
16 de noviembre de 1701”; Martín Rebolo, I. Ejército
y sociedad en las Antillas en el siglo XVIII. Madrid, 1991,
págs.43-44,58; Torres Ramírez, B. “El ejército”,
en Historia general de España y América. La España
de las reformas hasta el final del reinado de Carlos IV. Madrid,
1984, págs.104-106.
(3)
A.G.I. Santo Domingo 358. El cabildo de Santiago de Cuba al Rey,
Santiago, 20 de enero de 1704; Castillo Meléndez, F. La
defensa de la Isla de Cuba en la segunda mitad del siglo XVII.
Sevilla, 1986, págs.199-201. Sobre las expediciones véase
A.G.I. Santo Domingo 358. Autos sobre la acción de Nueva
Providencia, Santiago de Cuba, 1703.
(4)
A.G.I. Santo Domingo 326. El Consejo de Indias al Rey, Madrid, 28
de marzo de 1738; Ibidem. El Consejo de Indias al Rey, Madrid, 24
de marzo de 1736; Pezuela, J. Historia de la Isla de Cuba.
Madrid, 1868, tomo II, págs. 359, 334-335, 360, 364-365.
(5)
National Park Service. SAJU Military Archive. Reglamento para
la guarnición de La Habana, castillos y fuertes de su jurisdicción.
Año de 1719. Madrid, 1719; Castillo Meléndez, F. La
defensa de la Isla de Cuba…, págs.148-149; Martín
Rebolo, I. Ejército y sociedad…, págs.47-49.
(6)
Pezuela, J. Historia…, II, págs.364-365,372-373,374;
Marrero, L. Cuba…, tomo 6, pág. 82, Guerra,
Ramiro et al. Historia de la nación cubana. La Habana,
1952, tomo II, págs.21-22,35-39.
(7)
A.G.I. Santo Domingo 326. El Consejo de Indias al Rey, Madrid, 28
de mayo de 1740; A.G.I. Santo Domingo 364. El gobernador Cagigal
al Rey, Santiago de Cuba, 2 de diciembre de 1741; A.G.I. Mapas y
Planos. Santo Domingo 213. Reconocimiento de la bahía de
Guantánamo, por F. Cagigal de la Vega, 1743; Pezuela, J.
Historia…II, págs.384-390, 394, 409-410; Vernon,
E. Original Papers relating to the expedition to the Island of
Cuba. London, 1744, págs.193-198.
(7a)
Martín Revoló, I. Ejército y sociedad…,
págs.51-54. Este autor presenta interesantes estimados sobre
lo que llama la criollización de la oficialidad regular en
las fuerzas de guarnición cubanas. Además, véase
Pezuela, J. Historia…, II, págs. 437-438; Kuethe,
A.J. Cuba, 1753-1815.Crown, military and society. Knoxville,
1986, págs.12-16.
(8)
“El teniente gobernador Beckford al Consejo de Comercio y
Plantaciones, Jamaica, 10 de julio de 1702”; “El vicealmirante
Benbow al secretario de Estado, Port Royal, 24 de septiembre de
1702”; “El vicealmirante Benbow al gobernador de La
Habana, 24 de septiembre de 1702”, en Calendar of State
Papers, Colonial Series. America and the West Indies, Jan.-Dec.
,1702. London, 1964, volumen 20, documentos 124 y 125, págs.
87-89; doc.473, págs.460-462; Richmond, Sir Herbert. The
Navy as an instrument of policy, 1558-1727. Cambridge, 1953,
XII, págs.280-282.
(9)
National Park Service, SAJU Military Archive. Microfilme 30, documento
165. “El Rey al virrey de la Nueva España, Buen Retiro,
28 de abril de 1703”; British Museum Library. Mss Add.28058.
“Official Papers relating to military operations in Spain,
sent to Sidney Godolphin, 1st.earl of Godolphin, Lord High Treasures,
1705-1708. Document 5. Memorandum advocating the occupation by the
English of Gibraltar and the Havana”; Richmond, H. The
Navy..., XIV, págs.338-340.
(10)
A.G.I. Santo Domingo 334. Consulta del Consejo de Indias al Rey,
Madrid, 7 de octubre de 1703; Ibidem. Consulta del Consejo de Indias
al Rey, Madrid, 26 de marzo de 1703; Pezuela, J. Historia…,
II, 8, págs.268-283; Richmond, H. The Navy…,
XV, págs.350-352.
(11)
“John Parris al gobernador de Carolina, La Habana, 18 de julio
de 1719”; “El gobernador Rogers al Consejo de Comercio
y Plantaciones, Nueva Providencia, 20 de abril de 1720”; “R.
Farrill y W. Nicholson al gobernador Rogers, La Habana, 4 de abril
de 1720”, en Calendar of State Papers. Colonial Series…1720-1721,
vol. 31, doc.447ii, págs. 261-263; vol. 32,doc. 47, págs.29-31;
doc.47iii, págs.33-34; Richmond, H. The Navy…,
XV, págs.389-390; Pezuela, J. Historia…, II,
10, págs.308-314, 316-318.
(12)
British Museum Library. Mss.Add.19332. “Despatches from the
government to admiral Hosier,1726,1727”; SAJU Military Archive.
Microfilme 30, documento178. “Real Cédula al virrey
de la Nueva España, Buen Retiro, 26 de marzo de 1726”;
Calendar of State Papers. Colonial Series…1726-1727.
London, 1936, vol. 35, págs. vi-viii; “Petición
de los mercaderes de Londres y otros con negocios e interesados
en las colonias británicas en América, 30 de mayo
de 1726”, en Ibidem, documento 152, págs.74-75; Pezuela,
J. Historia…, II, 10, págs.338-34, 343-344,
360-361; Richmond, H. The Navy…, XVI, págs.390-397.
(13)
Véanse las “Peticiones de mercaderes, plantadores y
otros que comercian y se interesan en las plantaciones británicas
de América”, o la enjundiosa “Petición
del Lord Alcalde, los municipios y ciudadanos del consejo de la
ciudad de Londres”, ambas presentadas en 22-23 de febrero
de 1739, ante la Cámara de los Lores, en Proceedings and
debates of the British Parliaments respecting North America.
Washington, D.C., 1937, volumen IV (1728-1739). Sesiones de febrero
de 1738/1739, págs.662-664; “Esbozo de todas las representaciones,
memoriales o peticiones, como extractos de los gobernadores británicos
en América…a los comisionados de la oficina del Lord
Almirante de la Gran Bretaña, relativos a cualquiera de las
pérdidas sufridas por súbditos de Su Majestad, por
depredaciones cometidas por los españoles, en Europa y América”,
en Ibidem, IV. Sesiones de la Cámara de los Lores,
febrero 26-27 de 1739, págs.682-683. En este y documentos
similares se apreciaba la incidencia de los corsarios de Santiago
de Cuba y La Habana sobre el tráfico mercantil de Jamaica
y las plantaciones de las trece colonias norteamericanas, entre
1730 y 1739. Es interesante la opinión de las autoridades
de Londres, como se percibe en la comunicación del Consejo
de Comercio y Plantaciones al gobernador Hunter, de Jamaica, fechada
en Whitehall, en 23 de mayo de 1734, en Calendar State Papers…,
1734-1735. London, 1953, volumen 41, documento 177, págs.109-110.
(14)
“Ponencia de Lord Hervey y contrapropuesta de Lord Bathurst,
Cámara de los Lores, 1 de marzo de 1739”, en Proceedings
and Debates…, IV, págs.726-728,733-735.
(15)
British Museum Library.Mss.Add. 35898. “Hardwicke Papers.
Vol.DL. Navy Papers: a miscellaneous collection, chiefly from the
papers of Lord chancellor Hardwicke…1683-1799”; Proceedings
and debates of British Parliament…, 1739-1745. volume
V, pág. 122; Navy Records Society. The Vernon Papers.
London, 1958, págs.298-299; Pezuela, J. Historia…,
II, 13, págs.375-377; Clodfelter, M. Warfare and armed
conflicts. A statistical reference to casualty and other figures,
1618-1991. Jefferson, N.C. y Londres, 1992, volume I, págs.83-84.
(16)
Pezuela, J. Historia…, II, 14, págs.384-385;
Marrero, L. Cuba…, 6, 2, págs.91-93; Santa Iglesia
Catedral. Lista de obispos y arzobispos de Santiago de Cuba.
Santiago de Cuba, 1963, págs.11-13; Pérez de la Riva,
Juan. “Inglaterra y Cuba en la primera mitad del siglo XVIII:
expedición de Vernon a Santiago de Cuba”, en Revista
Bimestre Cubana. La Habana, 1935, volumen XXVI, págs.
50-60; García del Pino, C. “Corsarios, piratas y Santiago
de Cuba”, en Santiago. Santiago de Cuba, junio-septiembre
de 1977, nos.26-27, págs.101-18.
(17)
“An account of our march from the camp at the upper [bank]
on Augusta river,to the village of Etteguava, and back to the camp”,
en Vernon, E. Original Papers. London, 1744, págs.193-198;
A.G.I. Santo Domingo 364. El gobernador de Santiago de Cuba al Rey,
Santiago de Cuba, 24 de agosto de 1741; A.G.I. Santo Domingo 1203.
Declaración de Miguel Pérez ante el gobernador Cagigal,
Santiago de Cuba, 8 de diciembre de 1741; Pezuela, J. Historia...,
II, 14, págs.384-388.
(17a)
A.G.I. Santo Domingo 1203. El gobernador Cagigal de la Vega al Rey,
Santiago de Cuba, 25 de febrero de 1742; Marrero, L. Cuba…,
6, 2, págs.101-102, 110-111; Pezuela, J. Historia…,
II, 14, págs.387.
(18)
A.G.I. Santo Domingo 386. El gobernador de La Habana, al Rey, La
Habana, 29 de julio de 1740; Ibidem. El capitán general de
la Isla de Cuba al Rey, La Habana, 12 de marzo de 1744; A.G.I. Santo
Domingo 1203. El gobernador Cagigal a José Campillo, Santiago
de Cuba, 18 de abril de 1742; A.G.I. Santo Domingo 1207. El gobernador
Guemes al marqués de Ensenada, la Habana, 28 de abril de
1744; Rodgers, T. G."Colonials collide at Bloody Marsh",
en Military History. October, 1996, volumen 13, number 4,
págs.38-44.
(19)
A.G.I. Santo Domingo 120. El gobernador Guemes al marqués
de Ensenada, la Habana, 1 de julio de 1746; Marrero, L. Cuba…,
6, 2, págs.110-111; Pezuela, J. Historia…, II,
14, págs.418, 421-423; Pérez Guzmán, F. “Documentos
sobre las fortalezas militares”, en Santiago, nos.
26-2, junio-septiembre de 1977, págs.188-189,194; Bacardí,
E. Crónicas de Santiago de Cuba. Madrid, 1972, tomo
I, pág. 157; García del Pino, C. “El combate
entre Knowles y Reggio en 1748”,en Santiago, no.36,
diciembre de 1979, págs.97-120; Calvert, M. y P.Young. A
Dictionary of Battles, 1715-1815. New york, 1979, págs.130,147;
Clodfelter,M. Warfare and Armed Conflicts. A Statistical Reference…,
Jefferson, N.C. and London, 1992, I, págs. 85,87.
(20)
Parlamentary History, volumen XV, pág.1264, citado en
Ayling, Stanley. The Elder Pitt. Earl of Chatha. New York,
1976, chapter 17, págs.303-304.
|