Dos estimados, una crisis y varias incertidumbres: Cuba, noviembre-diciembre de 1958

Por Pablo J. Hernández González

A mi madre, cuyos tiempos fueron estos.

En 26 de agosto de 1958, el doctor José Miró Cardona, coordinador y secretario general del recién pactado Frente Cívico Revolucionario (FCR) que representaba una concertación de esfuerzos tácticos de los principales grupos revolucionarios cívicos e insurreccionalistas al interior y exterior de Cuba y que se enfrentaban al gobierno y fuerzas armadas que acaudillaba Fulgencio Batista, envió una emotiva carta al presidente D. I. Eisenhower, solicitando una revisión de la política cubana de la Casa Blanca. El documento, que asumía como referente las declaraciones, que Miró calificaba de “conceptos de reafirmación democrática”, del ejecutivo norteamericano en ocasión de dar la bienvenida a representantes diplomáticos de los nuevos gobiernos de Bogotá y Caracas, salidos de la eliminación de respectivas autocracias en meses precedentes. Solicitaba por ello una redefinición del ejecutivo ante los acontecimientos que sacudían la Isla en particular desde inicios del año anterior, agudizados desde abril del corriente, para ello no vacilaba en invocar, retóricamente, la trayectoria de Eisenhower durante la liberación de Europa, una docena de años atrás. Enlazando lo anterior con la recurrencia a formas de control social por parte de las dictaduras militares que aún existían en el continente americano, recordaba la quiebra del ordenamiento constitucional en Cuba por un caudillo castrense desde 1952. Cuba experimentaba una dictadura llegada al poder “…sólo a causa del respaldo de las fuerzas armadas transmutadas en un ejército político…”, al que no detenían consideraciones legalistas para aplastar las oposiciones desafiantes. Las sucesivas caídas de las autocracias militares en varios países del continente abría esperanzas a aquellos que en medio de las dificultades domésticas trataban de desalojar al régimen militar de la Isla. Pero por otro lado, el coordinador del Frente Cívico Revolucionario lamentaba la completa indiferencia de las organizaciones internacionales regionales como la Organización de Estados Americanos ante la violación del gobierno de Cuba de muchas de las obligaciones contractuales internacionales en materia de derechos humanos. Tal dejadez no podía menos que alentar a las autocracias existentes y abrir posibilidades a futuras.(1)

Con todas sus contradicciones, las actitudes hispanoamericanas creaban menos obstáculos a la solución definitiva de la situación de conflicto civil en Cuba que ciertas políticas de la administración Eisenhower. En efecto, Miró Cardona señalaba como una de las causas del recrudecimiento del enfrentamiento entre el gobierno batistiano y las diversas organizaciones insurreccionales, el mantenimiento de la misión militar norteamericana adscrita al comando de las fuerzas armadas cubanas. Aunque el Congreso había decretado un embargo de armamentos norteamericanos al gobierno de Cuba desde marzo anterior, esta presencia entrañaba un reconocimiento al régimen y una cooperación abierta a favor de una de las partes, en completa contradicción con algunos términos del acuerdo bilateral sobre asistencia militar de 28 de agosto de 1951. A juicio del firmante, esta situación sería corregida oportunamente con las consiguientes señales políticas a la dictadura isleña de entonces, si la Casa Blanca decidía retirar el personal de la misión militar americana, pues semejante orden “…implementaría los bellos conceptos democráticos proclamados por usted recientemente.” Esta presencia de consejeros, junto con la escasa disposición de la presidencia y el Departamento de Estado de reconocer que en Cuba ardía una guerra civil abierta desde hacia dos años, no podía mas que alentar resentimientos entre aquellos luchadores demócratas que se enfrentaban a las fuerzas armadas del gobierno de Batista y percibían, en ambas, una prueba del apoyo moral y material del gobierno americano al autócrata. Formalmente invocando la opinión del Frente Cívico, Miró sostenía que no retirar las misiones militares de la Isla, evidenciaba una forma de intervención, que favorecía las fuerzas malévolas que destruían la nación. Y cerraba su apelación con una cita casi premonitoria de una victoria costosa: “…sin el sentimiento de complacencia por parte de otros gobiernos democráticos, la lucha sería más corta…”. (2)

Aunque la misiva fue recibida en la Casa Blanca y remitida al Departamento de Estado para las apropiadas acciones y réplica, que contra las expectativas de Miró resultó tardía (recibida a inicios de octubre) y desconsoladora por la interpretación legalista de los asuntos en cuestión, el curso de los acontecimientos cubanos tomaba un sesgo entre los días finales de agosto y los inicios de noviembre como para motivar la atención de varias agencias de gobierno, inteligencia y fuerzas armadas de los Estados Unidos, con la consecuente emisión de dos estimados confidenciales, uno en 24 de noviembre y otro en 16 de diciembre, con interesantes percepciones de la situación isleña y que, ya desclasificados y con medio siglo casi de existencia, son el objeto de nuestro estudio. Los dos documentos, que estimamos inéditos hasta ahora, pertenecen a las series de estimados nacionales de inteligencia, de categoría especial, sometidos por el director de la Agencia Central de Inteligencia, tras sesiones con representantes de varias oficinas relacionadas con el asunto: el primero titulado SNIE 85-58. The Situation in Cuba, emitido en 24 de noviembre de 1958, el segundo, suplemento del anterior bajo clasificación de SNIE 85/1-58. Developments in Cuba since mid-November, de 16 de diciembre. Aunque breves en volumen de páginas, representan las apreciaciones de algunos de los funcionarios que debían ser de los mejores enterados de lo que acontecía mas allá de las aguas del Estrecho de la Florida.(3) En todo caso, antes de referirnos al contenido referiremos las circunstancias históricas que sacudían Cuba en la fase postrera del la guerra civil revolucionaria.

Sierra, Llano y Ejército, 20 de agosto a 16 de diciembre de 1958.

A finales de julio de 1958, dos acontecimientos marcaban el curso de los acontecimientos en la lucha que enfrentaba el gobierno de Batista con sus opositores políticos y militares en la Isla y el exilio, y que resultarían en ciertas palpables ventajas tácticas en los campos de la propaganda como en el de batalla. Uno, político, lo fue la firma del -harto dilatado y no carente de polémicos resquemores personalistas e ideológicos- pacto de unidad revolucionaria o Pacto de Caracas (20 de julio); otro, militar, la virtual derrota del tan ambicioso y como mal dirigido esfuerzo ofensivo de las fuerzas de tierra, aire y mar que el Estado Mayor Conjunto lanzó contra los reductos de la Sierra Maestra y la Sierra Cristal, donde se intentaba liquidar el reducto de Fidel Castro y sus seguidores. Los desfavorables resultados de los descoordinados avances de algunos batallones de combate desde el valle del Cauto, detenido en el disputado combate de Santo Domingo (29 de junio) y el cerco en El Jigüe (9 de julio), a las tropas que, en similar composición, subían desde las costas del Mar Caribe, auguraban la derrota del esfuerzo militar batistiano. El primero de los acuerdos, trascendente al planearse un esfuerzo coordinado entre grupos políticos en el exilio y organizaciones insurrecionalistas en la montaña y clandestinidad urbana, cerraba más de medio año de contradicciones entre visiones, objetivos y apreciaciones del proceso revolucionario dirigido a desplazar a Batista y sus generales del poder. Y sin dudas, un éxito táctico de Castro, quien bajo el imperativo de la presión militar de las fuerzas armadas, accedió a suscribir un documento, discutido radiofónicamente con el veterano político Antonio de Varona, cuya redacción definitiva era de prosa y entonación eminentemente castrista, que aseguraba muchos de los propósitos sostenidos en la Sierra con controladas concesiones a otras posiciones. Recuérdese que, medio año antes, Castro, en acre comunicado público que resultó un excelente obsequio propagandístico para Batista en el Año Nuevo de 1958, descalificó los conceptos y principios contenidos en el denominado “pacto de Miami”, de primero de noviembre de 1957, que creaba un comité de liberación de orientación moderada, amen de lanzar un demoledor ataque a aquellos miembros de la dirección nacional del M26 que lo avalaron en el exilio. Tal discrepancia que avinagró las relaciones entre los políticos auténticos -Partido Revolucionario Cubano (Auténtico)-, miembros del Directorio Revolucionario (DR), y otras figuras de corte más o menos centristas de la oposición urbana y en la emigración, con el absorbente caudillo de la guerrilla serrana en Oriente, parecía, pues, superada -o quizás aplazada- ante las presiones político-militares que las facciones antirégimen encaraban mediado el verano de ese año.(4) En todo caso, apuntaba a declaraciones de principio que se acomodaban a la variopinta composición ideológica de los movimientos políticos firmantes, como complacían la insistencia de Castro de ser reconocido, mas allá del seno de la principal organización opositora, el Movimiento 26 de Julio (M26), como líder político, militar e ideológico de la insurrección. En el acuerdo de Caracas se reconocía la insurrección armada, tanto en la montañas de Oriente, el núcleo villareño abierto por el Directorio Revolucionario (DR) desde inicios de año, como en las acciones urbanas de comandos del M26, DR y la Organización Autentica (OA), que en su momento debían confluir en una “movilización popular de los sectores obreros, cívicos y profesionales para una huelga general...”, reiteración de la fallida táctica castrista de abril anterior. Se aceptaba la idea de un gobierno provisional de “breve” término, que habría de encauzar al país en los procedimientos de lo constitucional, bajo una apelación aperturista a todos los sectores ideológicos, sociales, organizaciones revolucionarias, cívicas y políticas que respaldaran el acuerdo llegado entre aquellos firmantes de Caracas. Un interesante asunto, que preocupaba a casi todos los involucrados en la guerra civil, tanto en el campo de la oposición, como en la cúpula del batistato, y no en menor grado en la cancillería y agencias de inteligencia norteamericanas que monitoreaban los acontecimientos, era la posible actitud de aquellos jefes y oficiales profesionales (los “militares dignos”) no comprometidos con las corruptelas y desafueros de los generales, coroneles y comandantes del entorno de Batista, y a los que se apelaba para que remediaran, con una adhesión a la lucha revolucionaria, el descrédito que las fuerzas armadas experimentaban desde su actuación golpista seis años atrás. A éstos se les enviaba un mensaje nada subliminal al recordar que los culpables del batistato recibirían castigo de los vencedores, en tanto se asegurarían los derechos y libertades de la población de la República. (5)

Si el bando rebelde se encaminaba a tratar de erosionar -o al menos atenuar tácticamente hasta momento más auspicioso-, las numerosas aristas de discrepancia entre las opiniones, personalidades y visiones en juego, y que se dejaban al futuro de un triunfo que atisbaban posible, pero no inmediato en julio de 1958, la presidencia de la República y el supremo mando de las fuerzas armadas -convencidos de la imposibilidad de conseguir los resultados en el campo de batalla de la Sierra Maestra planeados por Batista, el general Tabernilla Dolz y los mandos del Estado Mayor Conjunto (EMC)- el mes de mayo anterior proyectaron un repliegue de los batallones que aún mantenían posiciones en las gargantas y estribaciones de las montañas, desplegándolos hacia guarniciones de la premontaña y los llanos del Cauto, con vistas a proteger los ingenios azucareros, las poblaciones inmediatas y rutas de comunicación asociadas. La protección de la próxima zafra se combinaba en la de los publicitados comicios electorales de 3 de noviembre de 1958, por los cuales Batista, convencido a regañadientes que su futuro en el poder era incierto, deseaba abandonar el palacio Presidencial dejando asegurados hombres suyos en los poderes del estado, de modo que, al estilo de lo hecho con provecho político y personal en la segunda mitad de la década de 1930, pudiera conservar el ascendiente político, el control de las fuerzas armadas y la posibilidad de intervenir a gusto en la vida cívica del país. Confiaba, al parecer, que un alejamiento controlado contribuiría a desactivar la oposición más moderada, recuperar la benevolencia diplomática del Departamento de Estado de EE.UU. y reactivar la transferencia de armamentos norteamericanos, y así poder derrotar en mejores términos la insurgencia urbana y serrana. Bajo estos supuestos el gobierno se hallaba impertérrito ante su descalabro militar, que la censura de noticias de prensa local y el mutismo de los mandos en Columbia intentaron escamotar a un público interesado que, por lo general, tendía ya a sintonizar las emisiones radiales originadas en la Sierra Maestra, que eran retransmitidas, con anuencia de la nueva junta militar revolucionaria ahora en Miraflores, por las cadenas radiofónicas de Caracas a todo el continente. Varios partidos políticos de oposición tolerada (el oficialista y batistano Coalición Socialista Democrático, el Partido del Pueblo Cubano del expresidente Ramón Grau -quien se retrajo luego- y el Partido del Pueblo Cubano con el respetado C. Márquez Sterling) anunciaron su disposición de participar en la dudosa convocatoria a las urnas, e insistían en convertirse en equidistantes alternativas para una -improbable a esa altura de las tensiones nacionales- solución negociada a la crisis política. Con el declarado boicot de las fuerzas oposicionistas que llegaron a emitir declaraciones que entrañaban amenazas físicas e invalidaciones legales a candidatos que se presentaran en listas electorales o hiciesen campañas en zonas de operaciones rebeldes, inclusive llegándose a sugerir a los candidatos el abandonar el país por su seguridad, más el claro temor y desaliento de los electores a involucrarse en un peligroso y amañado ejercicio de continuismo, el nivel de abstencionismo fue altísimo. Con procedimientos de sainete provincial y descrédito para las instituciones armadas, las urnas fueron acondicionadas y los candidatos oficiales, encabezados por el designado presidente Andrés Rivero Agüero, fueron proclamados vencedores. Algunos estimados presentados por periodistas norteamericanos que observaron el ejercicio, presentaban un abstencionismo de casi 75% en La Habana y sobre el 98 % en Santiago de Cuba. El mensaje de las elecciones fue desastroso para los mismos que intentaban lucrar con ellas, y en particular entre no pocos de los oficiales de las fuerzas armadas.(6)

Si en el plano político los descalabros del gobierno, el absoluto descrédito de los partidos de oposición tolerada y la consolidación de los esfuerzos del entorno insurreccional, auguraban malos episodios para los seguidores de Batista, el curso de la guerra civil tampoco parecía más halagüeño para éstos, en especial tras la derrota de la embestida contra los baluartes serranos del suroeste de la provincia de Oriente. Unos escasos días antes de la carta del coordinador del Frente Cívico a Eisenhower, el mando rebelde declaraba vencido el esfuerzo gubernamental con una larga exposición de los acontecimientos militares y la entrega de los prisioneros militares a delegados de la Cruz Roja Internacional. En el puesto de mando de operaciones del Primer Distrito Militar (1DM), en Bayamo, el general E. Cantillo y sus oficiales hacían recuento de las pérdidas y reagrupaban sus batallones en una serie de puestos que intentaban establecer una suerte de cordón defensivo en las inmediaciones o mismas estribaciones del macizo, entre ellos, las poblaciones de Bueycito, Guisa, Estrada Palma, Charco Redondo, Niquero, Pilón, Ocujal y La Plata. Otro tanto practicaba el entonces jefe militar del 1DM (Oriente, exceptuando Holguín), general Río Chaviano, en las comarcas entre Santiago de Cuba, Guantánamo y Baracoa, por donde operaban desde menos de medio año atrás las guerrillas del segundo frente oriental, bajo Raúl Castro. Claro estaba para los observadores, desde el campamento de La Plata hasta el cuartel general en Campo Columbia, pasando por los campamentos del DR en las sierras villareñas, que el ejército había perdido una fundamental partida en la inepta campaña contrainsurgente emprendida desde finales del año anterior. Durante mayo, junio y julio, aunque las acciones de las fuerzas armadas de tierra, aire y mar habían puesto en juego medios y fuerzas impresionantes en comparación con el adversario a eliminar y haber logrado ocupar casi el 90% del territorio rebelde en la Sierra Maestra en dos direcciones estratégicas, a mediados de agosto, sus perdidas físicas, no necesariamente catastróficas tomadas en conjunto, pero dolorosas por separado, acentuaban la erosión en la moral combativa de la tropa y la confianza de muchos oficiales y clases: 1,000 bajas entre muertos y heridos, unos 400 prisioneros y varios centenares de armas de todo tipo en manos de los rebeldes. Éstos, lejos de haber sido destruídos, se sentían envalentonados como para organizar una suerte de gobierno y administración civiles en buena parte de la cordillera occidental de la Maestra y -a partir de la orden de la comandancia general de la Plata a los jefes de las columnas 2 y 8- decidían emprender acciones ofensivas hacia otras comarcas de la Isla, enlazando allí con seguidores y aliados ya presentes.(7)

¿Cuáles, pues, eran las condiciones del enfrentamiento militar en la Isla durante las semanas que mediaron entre la petición de Miró Cardona y el primero de los estimados de la situación cubana por parte de las agencias de inteligencia de la administración Eisenhower? Entre el 21 de agosto y el 24 de noviembre de 1958, una serie de acontecimientos se precipitan en ambos bandos en puja.

Desde el 30 de agosto, el Ejército Rebelde (7a) destaca varias columnas operativas, de entre un mínimo de 25 a 75 y un máximo de 200 y 300 rebeldes cada una con el propósito de extender las operaciones contra las tropas gubernamentales afectas al 3er Distrito Militar (Las Villas), y enlazar con las agrupaciones armadas del Directorio Revolucionario, el Segundo Frente del Escambray y del M26 que allí actuaban, cortando la Isla en dos secciones incomunicadas (columnas 2 y 8), así como otras tres con destino a las inmediaciones de Santiago de Cuba (columna 9) y los montes de Camagüey (columnas 11 y 13), respectivamente. Así, al dispersar los esfuerzos de las tropas del régimen, éste, cada vez más inclinado a las tácticas del repliegue, tendría a concentrarse en ingenios azucareros, poblaciones y ciudades guarnecidas, a esperar por el ataque de los guerrilleros, en plena posesión de las comarcas rurales y zonas agropecuarias.(8)

Para apoyar el despliegue de las columnas 2 y 8 destinadas a cruzar por el sur de Camagüey con destino a la Sierra del Escambray, la columna 9 se internó en el valle aluvial del Cauto, reconociendo el despliegue de las fuerzas del ejército sujetas a la jurisdicción de Bayamo, como otras que defendían los accesos de Santiago de Cuba, mientras obstaculizaban el trafico civil y comercial a lo largo de la carretera y ferrocarril centrales, en las proximidades de Maffo, Contramaestre y Palma Soriano. Su comandante, Matos, luego la dirigiría a su habitual zona de operaciones, en el sector oriental de la Sierra Maestra, hacia la capital provincial. Junto con estos despliegues desde la columna matriz en La Plata y sus alrededores, la columna 3 pasó a El Cobre, uniéndose a las fuerzas de la 9 en iniciar posiciones para el asedio de Santiago de Cuba. Otra fuerza, denominada como columna 12, se destacó en los límites camagüeyanos, con la misión de interrumpir con voladura de vías, puentes y minado de rutas, el tráfico ferroviario entre Las Tunas y Guaimaro, como a lo largo de la carretera central de Bayamo a Camagüey, complicando la remisión de tropas desde el 1er.DM, zona de operaciones de Bayamo en refuerzo de aquellas acciones emprendidas por la guarnición del 2do.DM en Camagüey, contra las columnas en demanda de Las Villas. Con esta tropa debía cooperar en apoyo a los invasores serranos la columna 11, que en conjunción con algunos destacamentos de alzados rebeldes en las sierras de Cubita y Najaza, convirtiendo la provincia de Camagüey -donde estaba acantonado un regimiento de infantería y en cuyo aeropuerto militar estaba destacada buena parte del escuadrón de bombardeo del ejército, cuyos B-26 actuaban en las zonas de operaciones de Bayamo- en otro problema táctico para el EMC. No obstante, mientras que las columnas 2 y 8 se abrían paso por el sur de la provincia, con más o menos oposición enemiga, la columna 11 quedaba descalabrada en las proximidades del central Macareño, cerca de Santa Cruz del Sur, en una emboscada de las fuerzas armadas gubernamentales.(9)

El situar sus dos columnas en Las Villas, ha sido calificado de “...jugada político-estratégica decisiva para el triunfo castrista, pues situaba sus fuerzas guerrilleras a unos 300 Km. de la capital; cortaba a la Isla en dos, incomunicando La Habana de las tres provincias orientales que eran las más grandes y ricas;...”, tanto como se adelantaba Castro a sus aliados-rivales de la OA y el DR en el control militar de Las Villas, como plataforma para la conquista de la capital una vez fuera derrotado Batista y sus seguidores.(10) El ejército, cuyos mandos no parecieron desconocer las implicaciones de los desplazamientos de columnas guerrilleras desde la Sierra Maestra en varios vectores, intentó detener los avances de las columnas 2, 8 y 11 en dirección a los límites entre Camagüey y Oriente, aunque se propuso, sin mayores logros, conseguirlo entre las estribaciones de la Sierra y los cruces sobre el Cauto. El EMC nombró un nuevo jefe del 2do.DM, con sus correspondientes oficiales, y lo mismo hizo en el 1er.DM y 3er.DM. Complementariamente, se designó un batallón de infantería a Camagüey para interceptar las guerrillas de Guevara y Cienfuegos en esa provincia y perseguirles en dirección de Las Villas, a lo largo de septiembre y octubre.(11)

Sin embargo, a esas alturas, las fuerzas armadas habían perdido la partida, estratégicamente hablando. Y semejante apreciación era acumulativa: durante las fases iniciales de la campaña antinsurgente se manifestaron las deficiencias combativas de las fuerzas del ejército, la guardia rural y la infantería de marina. Por lo general, no tendían a mantener el contacto con los alzados una vez comenzado el intercambio de fuego, ni, salvo el caso de algunos jefes y unidades, mostraban especial atracción por la persecución de los rebeldes “sierra adentro” o sacar ventaja de la superioridad táctica en número, armamentos y poder de fuego que los militares tendían a mostrar frente a sus adversarios insurreccionales. Hay que reconocer que las tropas gubernamentales tendían a ser mejores combatientes en posiciones defensivas y mostraron más de un caso de resistencia prolongada, a pesar de serias pérdidas ante los asaltos rebeldes. Comparativamente, frente a los motivados y veteranos guerrilleros, las filas de los alistados resultaban ser pobres en preparación física, educación y motivación, en particular durante el último semestre de la lucha. Los sargentos y clases, con largos servicios y escasas promociones, no resultaban un material mejor dotado. La oficialidad académica, con preparación profesional adecuada y espíritu de cuerpo, estaba condenada a escasas posibilidades de promoción regular, por la naturaleza francamente política en la selección de mandos, destinos y el reparto de preferencias en unas fuerzas armadas politizadas alrededor del caudillo del 10 de marzo. Las conspiraciones que se iniciaron temprano tras la toma del poder por Batista y sus paniaguados del generalato, y que menudearon desde mediados de 1957 en adelante, mostraron el latente descontento entre las filas de los oficiales de carrera. Por otro lado, el ejército de la Republica en 1958 carecía totalmente de una doctrina contrainsurgente, y sus consejeros de la misión militar norteamericana parecían haber soslayado este asunto en sus lecciones, o al menos, los generales de Columbia no parecieron pecar de desdén por esa posibilidad en su momento, como demostraban sus tácticas represivas contra las comunidades rurales en Oriente o las insurgencias subterráneas en las ciudades.(12)

Entre la llegada de las columnas 2 y 8 a Las Villas mediado el mes de octubre y los análisis vertidos en la sesión de los representantes de las agencias de inteligencia norteamericanas para potenciar la situación insular de 24 de noviembre, el centro de gravedad de las operaciones comenzó a moverse hacia las rutas y poblados de la porción central de la provincia central, tanto como hacia los planos aluviales del Cauto, en particular tras la proclamación de la orden de ofensiva general emitida por la comandancia general del Ejército Rebelde en la segunda semana de noviembre. Llegados a Las Villas los comandantes serranos, se empeñan en una acelerada organización de la bases guerrilleras del M26 en la serranía del Escambray (columna 8) como en las alturas del noreste de la provincia (columna 2). Sus objetivos tácticos estaban fijados en interrumpir el entramado vial de la provincia, en particular entre Sancti Spiritus y Trinidad, y entre éstas y Santa Clara, con la destrucción de pasos, puentes y viaductos a lo largo de la carretera central, tanto como contra las instalaciones ferroviarias. Las avenidas de acceso para las tropas del gobierno que se pudieran mover por tierra entre La Habana y las guarniciones de Oriente quedaban expuestas a interrupciones temporales y, a la larga, definitivas, forzando al EMC a recurrir a los aparatos C-47 del escuadrón de transporte de la fuerza aérea y a medios marítimos. Obligar a dispersar las guarniciones sobre un territorio amplio y escabroso, con la consiguiente vulnerabilidad de aquellos cuarteles o puestos de tropas al asedio de los rebeldes, que así atarían los refuerzos de alivio a emboscadas y sorpresas.

En tanto que los guerrilleros del Escambray, como los de las serranías de la Maestra y Cristal fundaban sus éxitos tácticos en la movilidad, flexibilidad en la toma de decisiones y maniobras, adaptación al terreno y sus recursos, como el apoyo de buena parte de la población rural y urbana -enajenadas ambas por la ineptitud o crueldades de los mandos militares o policiales-, las fuerzas armadas de la República, en particular el ejército y la guardia rural, se decantaba por la mencionada opción del repliegue de las comarcas montañosas primero, luego -en especial durante los tres últimos meses de la guerra civil- de los puestos menos protegidos, integrando sus custodios a guarniciones más pertrechadas y acondicionadas para la defensa pasiva, donde se esperaban mejores resultados del poder de fuego y la combatividad de la tropa, que como hemos dicho y experimentarían los rebeldes durante su empuje final en dos provincias, podían entrañar serios impedimentos para sus planes, en caso de contar los uniformados con oficiales decididos. Uno de los propósitos principales que los generales del EMC esperaban con la idea de abandonar selectivamente sus posiciones en el teatro de operaciones parecía ser evitar que las avanzadas y puestos militares fuesen cercados y capturados por separado, con ventaja local de los rebeldes. También contaban con detener las columnas insurgentes que se aventurasen a desafiar guarniciones reforzadas fuera de los macizos montañosos, con el empleo de ataques constantes y directos de los aparatos B-26 del escuadrón de bombardeo (buena parte destacado desde el año anterior en el aeropuerto de Camagüey, desde donde operaba contra la Sierra Maestra), como de los del escuadrón de persecución, dotado de F-47. Varios aparatos de ataque de la fuerza aérea del ejército (FAEC) estaban destacados en las pistas de Santiago de Cuba y Holguín. Sin embargo, se ha comprobado históricamente que por lo general el empleo de estos aviones de combate, diseñados para otras misiones que la contrainsurgencia, resultó poco efectivo contra las elusivas columnas guerrilleras, excepto cuando se emplearon contra posiciones fijas como poblaciones ocupadas por los rebeldes. Por sabotaje, convivencia con agentes revolucionarios o dudosa manufactura de las bombas de variopinta procedencia obtenidas por el régimen tras el embargo de armas norteamericano de marzo de 1958, cerca de la mitad de las bombas lanzadas contra la zona rebelde no detonaron o erraban los blancos, si bien el resto no dejó de ocasionar bajas y serios destrozos durante acciones libradas en el noreste de Oriente o en Las Villas.(13)

La menguada voluntad combativa de los oficiales y soldados de muchas de las fuerzas asignadas a detener los avances rebeldes en las tres provincias centro-orientales de la Isla, no parecía estimularse especialmente con la promesa de asistencia aérea o el empleo de blindados en acciones de apoyo en territorios llanos, más cuando era comidilla del descontento en los cuarteles avanzados la ausencia de los altos oficiales del estado mayor, las unidades divisionales o regimentales, por no decir de Batista, a quien a despecho de castrenses bravatas de aniversario, no se le esperaba en plan de inspección por las zonas de operaciones villareñas u orientales, en esas críticas semanas del conflicto. Entre el 16 de octubre de 1958, cuando llegan al territorio de Las Villas las columnas del Ejército Rebelde procedentes de Oriente, y el 12 de noviembre, cuando la comandancia general del mismo dicta en La Plata el inicio de la ofensiva general contra Santiago de Cuba, el ánimo de las fuerzas armadas se teñía de “fatal derrotismo”, en particular tras la complicidad de sus altos mandos con el espectáculo electoral oficialista de inicios de noviembre, cuando comenzaban a vertebrarse conspiraciones de oficiales en la capital y algunos de los principales distritos militares, algunas unidades en campañas optarían por desertar del régimen y adherirse con pertrechos y bagajes a los rebeldes, que con habilidad les incorporarían en su inminente avance, y cerca de una cuarta parte de toda la plantilla de las fuerzas armadas, en particular aquellos alistados incorporados desde antes de mayo, se calificaba como escasamente adiestrada y preparada como para significar alguna variación táctica en la contienda.(14)

Obligados a dispersar sus tropas, armamentos y equipo logístico a lo largo de varios teatros de operaciones en las tres más vastas provincias de la Isla, los generales del batistato, a comienzos de noviembre de 1958 estaban forzados a enfrentar un adversario que dictaba sus términos y momentos en el noreste, centro y suroeste de Las Villas, las estribaciones serranas dependientes de Bayamo, los alrededores de Santiago de Cuba, las planicies que se extendían desde Guaimaro, por Las Tunas, hasta Holguín, así como el valle de Guantánamo y alturas circundantes. Las fuerzas armadas, principalmente los batallones del ejército, estaban confinados cada vez más a desplazamientos diurnos y convoyes protegidos por blindados e infantería motorizada, a lo largo de carreteras y ferrovias, e impredeciblemente sujetos a emboscadas, sorpresas y minados de los sinuosos destacamentos de los revolucionarios locales. En Las Villas únicamente -y a pesar de contar en el 3er.DM unos 2,000 efectivos entre soldados y guardias rurales, apoyados por 4 tanques medianos y 4 tanquetas, más una batería de obuses de 75mm-, entre el 30 de octubre y finales de noviembre, las tropas gubernamentales abandonaron o fueron forzadas a desalojar los poblados de Venegas, Seibabo, General Carrillo, Iguara, Mayajigua y Zulueta (esta última pérdida, recuperada y vuelta a perder en dura disputa con los rebeldes).(15)El EMC decidió reforzar el estado de cosas en Las Villas a finales de septiembre, trasladando a Santa Clara al general Río Chaviano, y prometiendo remitirle refuerzos por un batallón de infantería y un pelotón de tanques medianos. El nuevo comandante distrital tenía entre sus instrucciones el mantener las cinco guarniciones que el ejército conservaba al norte de Las Villas, importante distrito azucarero con varios centrales, ferrocarriles y puertos de embarque: Yaguajay, Mayagijua, Zulueta, Meneses e Iguara, así como un destacamento naval, el costero Caibarién. Como se ha señalado antes, algunas de estas posiciones fueron sujetas al plan de repliegue militar ante la presión de las columnas llegadas a la provincia escasas semanas después del nuevo jefe del 3er.DM, en tanto otras, como Zulueta y Yaguajay, más adelante ofrecieron respetables quebraderos de cabeza a los comandantes de las guerrillas combinadas del M26 y DR.(16)

En tanto Río Chaviano, Guevara, Cienfuegos y Cubelas, practicaban sus respectivos pasos de baile tácticos para desplegar fuerzas, medios y partidarios en el escenario villareño a inicios de noviembre de 1958, a unos cientos de kilómetros más al este, en la Sierra Maestra, se tomaban una serie de disposiciones y emitían despachos encaminados a sumergir Oriente en una fase decisiva de la confrontación. Castro, desde su selvático altozano en La Plata, comenzó a planear la ofensiva contra Santiago de Cuba, para lo cual integró a su estado mayor aquellos oficiales del ejército que habían sido tomados prisioneros durante la ofensiva y que desde el mes anterior habían solicitado su adhesión al Ejército Rebelde. La idea de maniobra apuntaba a soslayar Bayamo, con su puesto de mando de operaciones y poderosa agrupación táctica de operaciones que integraban 3,000 soldados organizados en un regimiento de infantería, con 21 compañías ligeras; dos baterías de artillería de campaña (obuses de 75mm); un batallón de blindados con una docena de tanquetas y 3 tanques medianos Sherman, apoyados por secciones de ingenieros, comunicaciones y sanidad. Era claro que las columnas rebeldes del primer frente de la Sierra Maestra carecían de medios para asediar o embestir semejante fuerza, en un terreno que resultaba desfavorable para los barbudos, y donde los escuadrones de ataque aéreo contaban con blancos más definidos.

De modo que la columna 1 tomaría un rumbo, desde la vertiente norte de la serranía, encaminada a aislados objetivos militares situados en la premontaña serrana, como Bueycito, Guisa y Charco Redondo, cuyo ataque atraería a emboscadas destructivas a las tropas de Bayamo. El siguiente eslabón de avance apuntaría a llegar a las poblaciones de la carretera central entre Bayamo y Santiago de Cuba, cortando las comunicaciones terrestres entre ambas, y avanzar en dirección este, hacia la capital oriental, reduciendo las posiciones gubernamentales en el camino, en cooperación con otras columnas rebeldes más próximas a Santiago de Cuba. Tales operaciones en las llanuras del Cauto, incluirían como fuerza de ataque principal la citada columna 1 (Castro) con unos 220 rebeldes armados y un centenar de reclutas y auxiliares desarmados, cuyos flancos serían cubiertos por los 245 guerrilleros de la columna 9 (Matos) y aquellos bajo las órdenes de Almeida (columna 3, con 350 barbudos). Ambas fuerzas serían de decisiva participación en los movimientos de asalto contra las animosamente defendidas posiciones del ejército en Guisa y Maffo. A lo anterior habría de sumarse la maniobra de una importante columna procedente del Segundo Frente Oriental (R. Castro) integrada por unos 2,000 guerrilleros pertrechados y otro millar en espera de hacerse de armamentos del enemigo, y que tenía como intención avanzar desde sus reductos en las sierras de Sagua-Baracoa contra Santiago de Cuba, en una horizontal este-oeste, para cercarla desde el norte y este, de pasada cortando sus redes viales y ferrocarriles que la enlazaban con San Luís, Songo y Guantánamo.(17)

La orden para iniciar las concertadas ofensivas encaminadas a converger en Santiago de Cuba fue emitida, en 12 de noviembre de 1958, por la radioemisora situada en La Plata, en texto del propio Castro, para conocimiento de todos los jefes de frentes, columnas y aquellos partidarios de los rebeldes en todos los vectores de la lucha. Sin explicitar las interioridades del plan operativo antes referido, se instruía interrumpir todo el tránsito terrestre en los municipios orientales, así como tomar disposiciones para aislar poblaciones y ciudades, con sus respectivas guarniciones. También se advertía a las columnas de Raúl Castro mantener el avance coordinado con el que iniciara la columna 1 desde la comandancia general, así como se recababa la cooperación de las tropas rebeldes adscritas al Tercer Frente, en la dirección de la capital provincial. Por su lado, Castro transmitía a sus comandantes en Las Villas, así como aquellos situados entre Holguín y Jobabo, activar sus acciones contra las carreteras y ferrovias principales, para conseguir la interrupción de todo traslado de tropas de combate con destino al teatro de operaciones de Oriente.(18)

La columna 1, con la plana mayor de la comandancia, escasos días después y con el oportuno recibo de un apreciable cargamento de armas y municiones remitidos desde Venezuela, iniciará el avance hacia el norte de la Sierra con el propósito de sorprender la guarnición del poblado de las Minas de Bueycito, someterla a hostigamiento y así provocar un refuerzo emboscable desde el puesto de mando de la zona de operaciones de Bayamo. Una indiscreción o activa vigilancia de los militares del puesto les puso sobreaviso del avance de la columna rebelde, muy superior a la tropa del enclave serrano. Ante la negativa del puesto de mando de enviarles refuerzos por tierra, pues parecen haber intuido la táctica rebelde en Bueycito, el oficial a cargo optó por replegarse en dirección a Bayamo, dejando abandonada la población, así algunos camiones y jeeps utilizables, y donde, tras “...una inefectiva acción de retaguardia...”, se personó la fuerza rebelde en 17 de noviembre de 1958. Con el inesperado parque automotor cortesía de las desvanecidas tropas, buena parte de la columna 1 se moverá en demanda de Guisa, al este de Bueycito, tercera guarnición en importancia de la comarca y objetivo principal de la ofensiva fidelista al pie de la Sierra. (19)

En Guisa, apenas a 12 kilómetros de Bayamo y su puesto de mando regional, se librará uno de los más duros encuentros de la fase final de la guerra en Oriente, y donde las tácticas y moral de ambos contendientes manifestaron sus posibilidades y vulnerabilidades. Con su desenlace, estaba casi decidido el destino político y militar de la contienda en la principal provincia cubana. Justamente este encuentro se hallaba en su momento climático cuando se discutía la situación de la Isla por las agencias de inteligencia de la administración Eisenhower, quizás por ello podemos dedicar algunas observaciones acerca de sus episodios. A lo largo de una decena de días, entre el 19 y 30 de noviembre de 1958, la columna 1 (Castro), con la asistencia de otras fuerzas del Ejército Rebelde que operaban en el valle del Cauto -la columna 3 (Almeida) encargada de situarse en las colinas al norte de la plaza, y la 9 (Matos) que se ocupó del minado de la ruta de avance de los medios blindados del enemigo-, libró cinco combates contra tropas destacadas por el puesto de mando de Bayamo, que intentaban un avance frontal para reforzar la guarnición de Guisa, a su vez fijada y hostigada por los barbudos. Los rebeldes, atrincherados en las alturas que circundan el poblado de Guisa, así como a ambos flancos de la vía que, partiendo de la carretera central que la une con Bayamo y Santa Rita, contaban la ventaja de atrincheramientos que dominaban el paso obligado de las fuerzas motorizadas procedentes de la agrupación de combate, así como de los varios puentes que cruzaban algunos pequeños cursos de agua, de laderas lodosas y algo incómodas para el vado de vehículos. Tal aprovechamiento del terreno por parte de los guerrilleros serranos, y la hábil disposición de su armamento pesado (ametralladoras 30mm, morteros 81mm), les permitiría defenderse y obstruir el avance de varias sucesivas columnas de camiones apoyados por carros blindados, y luego, de otras unidades de infantería, que cubrían el avance de tanques medianos Sherman, con apoyo directo de obuses de 75mm y ataques de los bombarderos B-26, que martilleaban las posiciones rebeldes entre la carretera central y el pueblo de Guisa. El empleo de la topografía, los ataques nocturnos y en particular los potentes ingenios dinamiteros situados en puentes y carreteras, hicieron no escasa mella entre las tropas enviadas a levantar el asedio. De hecho, las principales acciones se dieron sobre los accesos más que en el poblado propiamente, y no faltaron algunos reveses rebeldes.(20)

Duros combates favorables a los rebeldes y sus emboscadas se escenificaron el 20 de noviembre, a lo largo de la carretera contra un convoy custodiado, y dos refuerzos de tropa apoyada por carros blindados, uno de estos destruido por minas. Al parecer, tras el repliegue de las columnas punitivas, con buena copia de bajas y armamento abandonado, Castro y sus oficiales creyeron que en el puesto de mando de Bayamo se había recibido un serio encontronazo, y reagruparon fuerzas en Santa Bárbara y San Andrés, algo distantes de sus puntos de combate. Por lo que su estupor, más la ira del caudillo serrano, resultaron mayúsculas cuando el 21, frente a las abandonadas posiciones, un nuevo refuerzo de tropas de Bayamo, al amparo de un tanque mediano, llegan hasta el cuartel de Guisa, refuerzan su dotación de una compañía con un pelotón, y desaprovechando, casi por pusilanimidad, una extraordinaria ocasión de desalojar a los rebeldes con la ocupación de las alturas de la carretera, retornan a Bayamo. El mando rebelde, ahora reforzado con armas pesadas, ordena retomar las posiciones abandonadas a ambas márgenes de la vía e impedir cualquier otra ruptura.

El Estado Mayor del Ejército (EME) y sus oficiales en Bayamo inician un despliegue de unidades desde Estrada Palma y Yara, así como se convocan, como posibles reservas, otras fuerzas situadas en Manzanillo y Palma Soriano. Todas convergen en dirección del puesto de mando bayamés, para reforzar su agrupación de combate. En total, 14 compañías sueltas de jefatura e infantería, un batallón de infantería, dos pelotones de tanques, uno de ellos de Sherman y una batería de obuses de 75mm. En total, alrededor de unos 1,800 efectivos, con seis tanques y seis piezas de artillería. El avance, motorizado y apoyado por blindados se moverá por la ruta obligada en dirección a Guisa, librándose un serio intercambio el 27 de noviembre, el más severo de toda la sucesión de combates en esa dirección. Pronto, una columna de 14 camiones y 2 tanques ligeros queda atascada bajo la combinación de minas, morteros y fuego pesado de los rebeldes en las alturas. Atrapada a mitad de ruta, con numerosas bajas de oficiales y tropas, forzará un nuevo refuerzo desde la carretera central, esta vez de otra fuerza motorizada, precedida por dos Sherman, a su vez cubierto por fuego de obuses. La artillería de ambos ocasiona serios destrozos con fuego directo sobre los atrincheramientos y armas pesadas de los rebeldes, con bajas de éstos. La aviación de bombardeo, con una decena de B-26, hostiga posiciones rebeldes en los lomeríos circundantes a la carretera y el poblado de Guisa. Tal presión facilita la evacuación de las tropas atrapadas y de uno de los tanques ligeros, en la noche del 27-28 de noviembre, no sin una serie de encuentros nocturnos, los favoritos de los rebeldes, a lo largo de una ruta pantanosa donde varios vehículos de municiones quedan abandonados, aunque la mayor parte de la fuerza maltratada puede retirarse hacia Bayamo. El botín no podía ser más estimulante, con un carro blindado, más de una docena de camiones, miles de cápsulas, armas y provisiones. Las bajas estimadas entre los militares, en ese destructivo encuentro, parecieron rondar los 160 efectivos. Aprovechando la retirada de los soldados, el mando rebelde intentó emplear este armamento y la tregua para rendir la guarnición de Guisa, lo que no consiguió forzar, resistiendo con tenacidad los asaltos en su contra.(21)

La decisión del EME demostró de nuevo la ausencia de voluntad de combate que los jefes principales y distritales habían hecho característica de sus actuaciones en la guerra civil, la cada vez más patente actitud de los generales comprometidos con el batistato, caracterizados por su incompetencia y servilismo, su ignorancia supina del arte militar y alejamiento de las realidades de los teatros de operaciones, erosionaban la moral de oficiales y tropas, cuya decisión de aplastar un adversario inferior en medios y números, a decir de un historiador de estos hechos, se evaporaba con celeridad a finales de 1958.(22) Aunque en función de una evacuación, algún atisbo de ingeniosidad se expresó en el plan diseñado para abandonar la posición de Guisa, que los rebeldes, por espacio de una semana, aún no conseguían reducir. Con vistas a crear una serie de diversiones al mando rebelde, habituado a la cerril persistencia de las tropas en enfilar una sola dirección hasta entonces, se establecieron tres avenidas convergentes en el poblado de Guisa, y que se originarían: una, en Santa Rita (un batallón especial) debía entrar al este del poblado; otra, una poderosa agrupación táctica “A” (1,800 efectivos), que partiría desde Bayamo hacia Guisa por la carretera cubierta por las posiciones rebeldes, atrayendo su atención; la tercera, con obuses y tanques medianos, con otra agrupación táctica “B” (1,600 hombres), se movería por las alturas al oeste de las posiciones rebeldes amenazando su flanco. El avance, al romper el día 30 de noviembre, sería precedido por una serie de ataques de los B-26 provenientes de Camagüey, contra posiciones de la columna 1. Luego los tanques Sherman de la agrupación “B”, cubiertos por los obuses de 75mm, se apoderarían de las alturas al oeste, atrayendo la atención de todas las fuerzas rebeldes hacia las alturas y la carretera, por donde desembocaba la agrupación “A”. Fijada la atención de los rebeldes y sus jefes, el batallón especial, deslizándose por caminos vecinales al oeste del río Cautillo, penetró en Guisa e inició, sin oposición alguna, la evacuación de la tropa de guarnición y civiles afectos, lo que se ejecutó hasta la carretera central y Bayamo (23). Caído el día, las agrupaciones tácticas abandonan sus posiciones, y tras convencerse que no volverían, las tropas de la columna 1, bajo Castro, entran en Guisa. Aunque la maniobra de los jefes de operaciones había resultado en una combinación inusualmente efectiva, y Castro, por segunda vez en Guisa, había sido burlado tácticamente por los militares, el abandono de éstos le concedía una resonante victoria estratégica, que la radio serrana se encargaría de difundir por el éter. Con Guisa en su poder, el Ejército Rebelde apuntaba, ahora que se iniciaba el último mes del año, a operaciones concertadas sobre la carretera central, por Charco Redondo, Santa Rita y Jiguaní, con vistas a aislar a Bayamo (y su agrupación de combate) de Santiago de Cuba (con significado político, emocional y numerosa guarnición), para luego embestir ésta. A ese fin común, mientras se peleaba en Guisa, la columna 9 había entrado en el pueblo de El Cristo, en tanto que las unidades del Segundo Frente se situaban en Alto Songo. Justo el 1 de diciembre, se acordaba en las sierras escambraicas el pacto de Pedreros, documento que formalizaba la cooperación entre las unidades guerrilleras del Ejército Rebelde y el Directorio Revolucionario, para impulsar acciones militares conjuntas en Las Villas hasta la derrota de las fuerzas armadas del 3er.DM y la caída del régimen.(24) La impresión de no poderlo impedir, ahora imperante en La Habana, no podía ser menos desalentadora.

Un estimado, una apreciación: 24 de noviembre de 1958.

En ese día fueron convocados los representantes de las principales agencias de inteligencia que participaban en el Buró de Inteligencia de los Estados Unidos (U. S. Intelligence Board, USIB), para la discusión de los respectivos informes y opiniones con respecto a la situación política y militar en la República de Cuba a esa altura del mes de noviembre, en especial tras las elecciones convocadas por el gobierno en 3 de noviembre. En la ocasión, participaron, con funcionarios de la Agencia Central de Inteligencia actuando como coordinadores del estimado, funcionario del rango del director de inteligencia e investigación del Departamento de Estado; el jefe de estado mayor asistente para inteligencia del Departamento del Ejército; el jefe asistente de operaciones navales para asuntos de inteligencia, Departamento de la Marina; el jefe de estado mayor asistente para inteligencia de la Fuerza Aérea; el director de inteligencia del Estado Mayor Conjunto y el asistente del Secretario de Defensa para operaciones especiales. También, el importante director de la Agencia de Seguridad Nacional, tanto como el representante de la Comisión de Energía Atómica y el director asistente del Buró Federal de Investigaciones. Todos participaron en la discusión, aunque estos dos últimos funcionarios hicieron constar su abstención en las conclusiones, por ser el sujeto de discusión materia ajena a sus competencias.(25)

El documento, originalmente marcado como secreto, es en sí bastante breve, de apenas siete folios impresos y dividido en tres secciones: el planteamiento del problema, unas conclusiones generales con acotaciones y reservas anotadas y el resumen de los tópicos discutidos en los planos de la política, la campaña militar, elecciones y grupos políticos, así como posibilidades del ejército en la crisis. La naturaleza de los principales participantes en la reunión, permite suponer varias posibilidades de fuentes de información abiertas o encubiertas, pues es sabido que mediante ciertos funcionarios de la embajada americana en La Habana, o el consulado en Santiago de Cuba, agentes de información del Departamento de Estado y probablemente de la Agencia Central, calibraban la situación y mantenían contactos más o menos autorizados con miembros de la resistencia urbana del M26 y RC, figuras políticas y miembros de la sociedad y prensa, en tanto que el embajador o los oficiales de la agregatura militar o de la misión militar en Columbia, estaban en contacto con Batista, sus generales más comprometidos y otros personeros del oficialismo. Los militares involucrados en conspiraciones contra Batista, probablemente mantenían algún tipo de contacto indirecto o directo con funcionarios de agencias del gobierno americano, y les sugerirían opciones para solucionar la situación. La inteligencia naval en la base de Guantánamo estaba, de seguro, al tanto de la situación política y militar en Oriente, por la inmediatez de los acontecimientos y los varios incidentes que involucraron a civiles y marinos norteamericanos en aquellas comarcas, especialmente con los rebeldes de Raúl Castro, y la existencia de contactos clandestinos del M26 urbano dentro de la estación aeronaval americana.(26)

El planteamiento del problema durante la sesión es simplemente directo: “Analizar la presente situación en Cuba y estimar los probables desarrollos en meses inmediatos.” Y la discusión se orienta a evaluar el asunto que a juicio de los miembros de la USIB resultaba fundamental en el posible curso de la situación isleña: las fortalezas y debilidades del M26 y su caudillo Fidel Castro, que se identifica inequívocamente como una figura determinante en la organización revolucionaria. A juicio de los analistas, a la fecha se había producido una suerte de equilibro en la lucha que asolaba la Isla: “(...) Castro ha sido incapaz de levantar suficiente apoyo popular para derrocar el régimen de Batista, pero éste, en sí mismo, ha sido impotente para impedir la extensión de las guerrillas de Castro (...).” Probablemente aludiendo al fracaso de la convocatoria a huelga masiva y alzamiento armado urbano de abril anterior por parte de la dirigencia fidelista, tanto como el descalabro de la ofensiva militar batistiana contra la Sierra Maestra en junio y julio pasados, se reconocía que a la fecha las guerrillas del M26 dominaban vastas regiones rurales de la provincia de Oriente y “...pequeños grupos de rebeldes también operaban en otras partes de la isla.(...)”. Se recordaba que, desde 1956, “las fuerzas armadas de Castro” habían pasado de ser un puñado de expedicionarios a “...su presente estimado de una fuerza superior a los 5,000 hombres...”, aunque éstos eran todavía incapaces de desafiar al ejército en combates sostenidos en terreno abierto, se desempeñaban con efectividad en la guerra de guerrillas (27). Vale recordar que, para el momento de la redacción del documento, el Ejército Rebelde libraba una acción de envergadura alrededor de Guisa, contra las fuerzas de operaciones del ejército sitas en Bayamo, donde las tácticas y ardides de las guerrillas serranas se combinaban con la defensa de atrincheramientos en posiciones elevadas defendidas con armas pesadas, contra unidades de carros blindados e infantería motorizada.

Por otro lado, se apreciaba correctamente la situación al mencionar que el transporte terrestre estaba virtualmente paralizado en Oriente, lo que incluía “...un efectivo bloqueo terrestre de Santiago, la segunda ciudad de Cuba (...)”, en tanto que en poblaciones menores de la misma región, los rebeldes habían ocupado posiciones temporalmente, para abandonarlas luego por voluntad propia. Y la actividad de los rebeldes no se detenía en los límites orientales, pues en la vecina Camagüey, controlaban por entonces varios distritos rurales y hacían azarosa la transportación por carreteras y ferrocarriles. El M26 también contaba con extendida presencia, especificaba la discusión de la situación muy avanzado noviembre de 1958, por las provincias del centro y occidente de la Isla. Es significativo que el análisis hace justicia a un componente de la historia insurreccional que, como hemos referido, ha sido subsumida en posiciones secundarias en la historiografía del castrismo: “(...) Una organización clandestina rebelde opera en la mayoría de las ciudades y funge como enlace con otros grupos de oposición dentro y fuera de Cuba. El movimiento cuenta con organizaciones de apoyo en los Estados Unidos y varios países latinoamericanos, notablemente Venezuela y México, de donde ha recibido significativo apoyo financiero y logístico.”(28)

Los funcionarios reunidos para estimar los asuntos cubanos, al interpretar el panorama político de las facciones revolucionarias, señalaba la formación del Frente Cívico Revolucionario, en Caracas y en verano de 1958, integrado por representantes de “todos los grupos revolucionarios opuestos al régimen de Batista, excepto los comunistas, quienes fueron deliberadamente excluidos (...)”. Era la finalidad de tal acuerdo conseguir la unidad de todas las entidades y esfuerzos de lucha para alcanzar la completa derrota del gobierno. El Frente Cívico se ha enfocado principalmente en actividades en el exterior de Cuba, en particular de propaganda y obtención de recursos para los combatientes urbanos y rurales en la Isla. No obstante este ejercicio de concertación, los analistas de inteligencia norteamericanos no dejaban de percibir el peso de la personalidad de Castro en el escenario general de los acontecimientos: en particular lo que con agudeza definen como su “...ausencia de claridad acerca de sus objetivos mas allá de la eliminación de Batista (...)”, que alimentaba no escasas suspicacias entre muchos líderes revolucionarios de organizaciones distintas a las del entorno fidelista, con respecto a sus visiones estratégicas para la República una vez triunfase la causa revolucionaria. A despecho del protagonismo constante de Castro a lo largo de los dos últimos años, sus “infrecuentes pronunciamientos” que pudiesen considerarse programáticos, reflejaban “...un programa no bien definido, aunque indicaban una definida preocupación por la reforma agraria y la regulación de los fondos públicos (...)”.

En citas del propio caudillo revolucionario, se notaba que de triunfar la insurgencia, la dictadura de Batista sería sustituida por “un gobierno civil provisional” bajo la presidencia del Dr. Manuel Urrutia y con un gabinete ampliamente representativo de la mayoría de los grupos políticos de la Isla. Una nota explicativa, sin embargo, considera que el designado ejecutivo es un letrado respetable, pero de escasa proyección en el país, por su carácter de magistrado provincial, y lo que es más significativo, se le tilda de contar con muy reducida experiencia para enfrentarse a los complejos problemas políticos del nuevo régimen posbatistiano. ¿Acaso una intuitiva percepción de Urrutia como una concesión civilista circunstancial por parte de un Castro con aspiraciones ulteriores? ¿O desconfianza que un desconocido letrado pudiera cimentar una transición, cuando la mayoría de los analistas del estimado parecían suscribir la opción de un gobierno provisional integrado por elementos políticamente más sólidos? Las suposiciones quedan abiertas. Claro es que Urrutia era percibido como un sostenedor de la idea de la provisionalidad del gobierno que sucedería a Batista en el Palacio Presidencial, en favor de un régimen democrático constitucional, mientras que Castro no era transparente con respecto a su posición en el gobierno provisional revolucionario: las agencias de inteligencia estaban impuestas de que no permanecería al margen del poder y era probable “...que esperara ocupar una posición de máxima influencia.”

Es interesante otra observación acerca de Castro y sus relaciones con los moderados aliados del Frente Cívico, aunque discutible para un observador más apegado al terreno. El caudillo serrano había atraído a sus filas un espectro variado de seguidores, entre ellos respetados representantes de instituciones y grupos empresariales, religiosos y cívicos, pero en términos populares “...no había sido capaz de ganar apoyo generalizado”, y en ello había influido su secuencia de fallidas apelaciones a una huelga general a escala nacional, “...principalmente por su inhabilidad de obtener apoyo en La Habana.” Afirmación en lo fundamental acertada, puesto que, descartando los audaces comandos del M26 y el DR, ambos muy afectados y presionados por las acciones del régimen en una lucha mucho más dura que la librada en las montañas, La Habana discurría en una dimensión social muy alejada de la virtual insumisión de Santiago de Cuba. Por ello con cierta mordacidad el embajador de España, al referirse a las exhortaciones fidelistas de finales de marzo e inicios de abril de 1958 a favor de una total embestida contra sus adversarios, escribía a sus superiores: “La primera semana de guerra total ha transcurrido pacíficamente en La Habana.”

Donde el estimado pecaba de inexactitud en sus fuentes y apreciaciones, lo que puede explicarse en parte por las relaciones con los delegados revolucionarios en el exilio norteamericano, era en considerar que los integrantes del Frente Cívico, ubicados en Caracas, superaban en influencia popular al indiscutido jefe de las guerrillas y milicias urbanas del M26. Como también, con una clásica interpretación del juego político al uso en los Estados Unidos, sostenían que Castro no había logrado convencer a la mayoría del pueblo cubano que su programa y personalidad eran la opción frente a Batista.(29) El caudillo en ciernes no estaba forzado a competir por la voluntad de una mayoría que, en definitiva y como siempre así, se mantenía al margen y a la expectativa de los acontecimientos en espera de decantarse por un vencedor que aclamar una vez que el (generalmente detestado) Batista fuese desplazado en el poder por el mentado, pero aún potencial vencedor de Oriente. Castro intuía, según se deriva de sus escritos y expresiones de entonces, que la victoria seria próxima y total, y las armas, junto con los inevitables cambios de corriente en el ánimo de adversarios e indiferentes, le ganarían el ascendiente que ya contaba entre sus partidarios. Si bien entre la mayoría de los sectores moderados -entre los cuales se hallaba la jerarquía de la iglesia católica, y parte apreciable de la población urbana de la capital- la posibilidad de hallar una solución negociada del autoritarismo cuartelero marxista (29a) constituía el escenario más apropiado ante la crisis, y ciertamente Cuba mantenía en 1958 una situación económica que el informe calificaba de “relativa prosperidad económica”, la polarización de los acontecimientos sólo abría campo a una decisión política salida del campo de batalla. Los funcionarios reunidos en consejo eran también de la opinión que ciertos sectores influyentes de la vida cubana -como los sindicatos ya habían demostrado durante los llamamientos de paro político- no estaban dispuestos a hacer oposición a Batista, bajo cuyo gobierno se habían beneficiado. Su apreciación del ánimo del país, sin carecer de aceradas frases, se resumía polémicamente: “(...) A despecho del generalizado desprecio por Batista, poco entusiasmo popular se ha generado por Castro fuera de la provincia de Oriente, al menos en parte debido a que sus operaciones [militares] han estado marcadas por destrucción de propiedad y actos irresponsables de violencia.”(30) En otra porción de su análisis de los tópicos políticos cubanos en la tercera semana de noviembre de 1958, se abordaban dos asuntos que generaban opiniones contradictorias entre oficialistas y revolucionarios. Uno, la posición de los comunistas criollos, otro, el de la convocatoria a las elecciones del régimen, con la pretensión de hallar una “avenida electoral” a la crisis estructural del batistato.

El documento señala que, en contraposición de lo acontecido a inicios de año en Venezuela, el movimiento revolucionario en Cuba no parece contar con las simpatías o participación perceptible de los comunistas locales, cuyo Partido Socialista Popular era deliberadamente excluido de las estructuras del M26 y del Frente Cívico Revolucionario. En el caso de este último cuerpo constituido en Caracas, no han faltado las aproximaciones, presiones y obstáculos para con su desempeño en el estado sudamericano por parte de los comunistas venezolanos, con la finalidad de que el Frente considerase a los seguidores de Blas Roca y Aníbal Escalante como interlocutores en el “plan de unidad” de todos los sectores revolucionarios antibatistianos. Sin éxito alguno, debemos apuntar, lo que sugirió a los astutos estalinistas criollos intentar avenidas paralelas de acceder a los futuros vencedores en detrimento de los vínculos políticos, de varios lustros atrás si bien ahora deteriorados, con Batista. La interpretación de inteligencia sugiere que el control de Castro sobre sus guerrilleros no resulta tan férreo como para que pueda prevenir toda infiltración de los comunistas entre sus comandantes rurales y milicias urbanas, aún si este fuese su propósito confeso. Con precisión los informes discutidos señalan la presencia de “un puñado” de elementos simpatizantes del PSP en el movimiento fidelista, en particular entre las filas de Raúl Castro, donde desempeñan “posiciones moderadamente importantes”, no faltando tampoco en aquellos escalones inferiores de las delegaciones del M26 en México. Los comunistas, experimentados políticos, encuentran una excelente ocasión de la que sacar partido con su adherencia a la línea nacionalista y antidictatorial que permea el discurso de los revolucionarios en lucha contra el régimen. En la medida que el movimiento revolucionario demore su derrota del gobierno de Batista, es posible que el Frente Cívico y Castro se vean expuestos a presiones o consideraciones tácticas que les fuercen a ampliar las fuentes de asistencia, y aquí los comunistas hallen una posibilidad de convertirse en socios revolucionarios respetables.(31)

Sin dudas, los miembros de la comunidad de inteligencia poseían muchos más datos que aquellos que puedan inferirse de su análisis del lugar de los comunistas cubanos. Partido político bastante desacreditado por sus cabriolas tácticas y oportunismos de todo tipo que los llevaron a aliarse con el dictador Gerardo Machado en vísperas de su caída y en particular con el general Fulgencio Batista, desde finales de la década del Treinta, en cuyo primer gobierno disfrutaron de ministerios, alcaldías y prebendas; opuestos y descalificadores, en la mejor tradición de las tácticas moscovitas de la época, de las intentonas pequeño-burguesas y golpistas de Castro en 1953 o del Directorio Revolucionario en 1957, con su adiestrado olfato político y extendido servicio de inteligencia, tras la derrota militar de las fuerzas armadas de Batista en agosto de 1958, las tornas variaban en un rumbo que exigía definiciones. De ahí la ampliación de los contactos iniciales y remisión de algunos comisarios políticos que Raúl Castro (vinculado de antes con frentes juveniles del partido) situaría en misiones de “educación política” de los soldados rebeldes, en “organización de las masas rurales”, asesoría en reforma agraria y en particular la creación de un sistema de inteligencia y seguridad políticas en sus reductos de la Sierra Cristal, y que constituirían el rudimento de las organizaciones establecidas después de enero de 1959. Por otro lado, uno de los más notables ideólogos del partido marxista criollo sería enviado a la comandancia general del Ejército Rebelde, como una suerte de representante de la dirección partidista en la Sierra Maestra, aunque, a juzgar por los testimonios, Castro no le concedió especiales favores entonces.(32)

Con respecto a las posibilidades de que el gobierno designado por el régimen -y tras las elecciones de 3 de noviembre, para crear, en palabras del oficialismo, “un ambiente de legalidad en el país que abriese camino a la solución”- pudiese revertir “...el estado de violencia política promovida por la creciente oposición...” a lo largo de toda la Isla, por medios que no fuesen la prolongada suspensión de las garantías constitucionales y las cada vez más autoritarias medidas de estado, parecían inalcanzables. El gobierno de Batista había prometido acatar los resultados de la convocatoria y para ello se autorizó a los partidos políticos hacer sus campañas, pero, se nos refiere en el estimado, la ausencia de las garantías constitucionales por espacio de dos años a la fecha llevó a mínimas actividades electorales agravadas por una palpable y generalizada apatía por la consulta “...aún en aquellos lugares donde los rebeldes eran incapaces de interferir con el proceso de votación (...)”. Los miembros de la sucesión escogidos por Batista, así como en las bancas congresionales y otras posiciones del estado resultaron ser todos de la coalición política gubernamental. Los analistas atribuyen la victoria de Rivero Agüero -aún en el caso que hubiesen sido ciertamente libres- al respaldo de la poderosa maquinaria política y propagandística gubernamental, como a la poquedad de una oposición carente de unidad y francamente débil, aún así, y el estimado dejaba abierto un discreto margen para toda especulación sobre el ejercicio electoral de inicios de noviembre, “...bajo las caóticas condiciones internas puede parecer poco más que una farsa.”(33)

Un tópico significativo recibió la particular atención de los analistas del USIB: el papel y lugar de las fuerzas armadas en la crisis y su solución posible. Tema que ya se estimaba como un elemento de las ecuaciones de la oposición revolucionaria, naturalmente incluido Castro, como de los diplomáticos extranjeros y los más importantes personeros del gobierno, con o sin el conocimiento de Batista. Por ello la redacción del estimado sintetizaba en una frase definitiva: “El apoyo continuado de las fuerzas armadas es el principal factor en la retención del poder por parte del régimen de Batista.(...)”. Al apreciarse la actitud de los principales jefes militares del entorno de la dictadura, se resaltaba la opinión extendida entre éstos que una victoria de Castro y sus seguidores “...tendría adversas consecuencias para con sus posiciones militares y destinos personales, e inclusive las vidas de algunos de ellos pudiera estar en evidencia.” Hasta el momento de analizarse la información procedente de la Isla, si bien las fuerzas armadas cubanas habían comprometido gran parte de sus tropas y medios en las regiones orientales del país, aún conservaban el control de las áreas urbanas. Un elemento negativo para la conducción de las operaciones contra lo rebeldes era el hecho que “...había sido necesario mantener las más confiables y efectivas unidades del ejército en La Habana para proteger el régimen.(...)”(34), sugiriéndose un grado de incertidumbre en el principal centro de poder político del gobierno, donde las acciones de represión de los comandos urbanos y de la resistencia cívica habían sido por lo general más favorables a los representantes del estado, en particular tras el fallido intento insurreccional de abril de 1958. De modo que habría que preguntarse a partir de esta afirmación del informe, si el mantener fuerzas militares acantonadas en Campo Columbia, La Cabaña, Managua y San Antonio de los Baños, ¿no estaba más bien dirigida contra la siempre latente probabilidad de movimientos conspirativos surgidos del seno de la oficialidad y la tropa, como ya había acontecido en las desbaratadas intentonas de abril de 1956 y marzo de 1958?

Al evaluarse la calidad y experiencia de las unidades retenidas en La Habana y otros destacamentos del 5to.DM con respecto a las tropas empeñadas en operaciones contra la insurgencia en Cuba oriental, la observación de los funcionarios de inteligencia se centraba en la dudosa utilidad de semejantes destacamentos para las misiones que el gobierno esperaba que cumplieran con ciertos resultados: “(...) Las fuerzas comprometidas en el terreno contra las guerrillas han estado compuestas principalmente de conscriptos procedentes de áreas urbanas incapaces de adaptarse con celeridad a las durezas de las operaciones antiguerrilleras. Esas fuerzas están inadecuadamente dirigidas, entrenadas, equipadas y abastecidas para las operaciones necesarias para desarticular las guerrillas (...)”. A estos serios inconvenientes que plagaban las acciones de los regimientos, batallones y compañías que tenían a su cargo enfrentar la cada vez más efectiva propagación de las fuerzas rebeldes entre Cienfuegos y Baracoa, el informe señalaba lo que resultaba el punto de debilidad principal de las fuerzas armadas de la República en noviembre de 1958, “(...) Su principal deficiencia, sin embargo, es que, comparado con la poderosa motivación de los rebeldes, carecen de la voluntad de combatir (...)”, de modo que resultaba explicable que las operaciones de combate del ejército en la provincia de Oriente no fuesen más que una suma de inefectividades y que hubiesen producido deserciones de algunas tropas regulares al campo rebelde, en particular, añadimos, en la estela de las derrotas experimentadas entre junio y julio anteriores. Si el ejército de tierra era sujeto a éstas muy poco caritativas vivisecciones de su desempeño en el teatro de operaciones, las jefaturas y fuerzas de la Marina de Guerra y de la fuerza aérea del ejército (FAEC) no quedaban más lúcidas en el estimado, pues se les tildaba de incapaces, con los recursos a su disposición, de interceptar (y suprimir en consecuencia), las remisiones de pertrechos y recursos que los rebeldes recibían del exterior por medios marítimos y aéreos.(35)

Los redactores del estimado SINE 85-58 se plantearon algunas reflexiones que debían servir como referencia para interpretar los acontecimientos que se consideraban como más probable en la Isla. En el campo político, las opciones presentadas por el gobierno, fuesen la implementación de los “resultados” de las controvertidas elecciones de noviembre, o cualquier intento de Batista de retirarse de la atención publica, tendrían muy escasas posibilidades de propiciar una solución a la crisis cubana, al menos desde una perspectiva favorable a los sectores comprometidos con el gobierno. Una salida del país del dictador, a pesar de las reiteradas declaraciones de Batista negando considerar siquiera semejante posibilidad, dejaría al gobierno que le sucediera (y lo facilitara) en una muy precaria posición frente a la oposición revolucionaria, pues resultaría casi imposible convencer ya fuese a Castro y sus rebeldes o a la población de la Isla que el nuevo estado de cosas, “...no es más controlado por las fuerzas e intereses que han mantenido al dictador en su posición (...)”. Dudoso legitimismo que no tardaría ser azotado, entre otras angustiosas llamadas, por dificultades económicas derivadas tanto de la interrupción de la producción agropecuaria y minera en la provincia de Oriente y los ya importantes dispendios militares. De modo que en un plazo de escasos meses no se vislumbraba alguna ventana de oportunidad para un continuismo político pactado al interior del régimen, con o sin participación del eclipsado caudillo del 10 de marzo.(36)

Los miembros del panel de inteligencia eran de la opinión que, en los meses venideros inmediatos, Castro mantendría a sus guerrillas en constante campaña militar, independientemente de las opciones que se elucubraran en La Habana. Altas eran las posibilidades que sus filas adquirieran poderío adicional, aunque la opinión predominante apuntaba a que no se esperaba que facciones de entidad en el ámbito obrero o estamentos militares, se le incorporaran, desertando el gobierno y así provocaran la erosión definitiva del batistato. El público, en términos generales, “...a pesar de las amañadas elecciones, no parecen a punto de conceder apoyo activo a Castro (...)”, en tanto que las actividades de los comandos urbanos (que son calificadas como las “continuas actividades terroristas”) contribuían a que una parte apreciable del sector de negocios viese con aprehensión los proyectos políticos del M26, tanto dentro de la Isla como en otros lugares. Su vaticinio del 24 de noviembre no podía ser menos conservador, aunque no necesariamente inexacto, en sus pronósticos: “...es por lo tanto improbable que Castro derroque el régimen con antelación a la toma de posesión de Rivero Agüero.”(37)

También se tocaba el siempre delicado asunto de las relaciones con otros países, sus ciudadanos e intereses en la Isla de prolongarse las hostilidades. Se reconocía que la extensión de las luchas guerrilleras por buena parte del territorio nacional reducía cada vez más las capacidades del gobierno para ofrecer “...adecuada protección para las vidas y propiedades americanas.” Recapitulaban que las inversiones privadas norteamericanas superaban las existentes en la mayoría de los países hispanoamericanos, si se exceptúan aquellas en suelo venezolano y brasileño: a la fecha se valoraban en 850 millones de dólares en diversos sectores económicos cubanos. Estos bienes, en particular aquellos ubicados en los territorios escenarios de la guerra revolucionaria, estaban expuestos a destrucciones y contribuciones que se contaban entre las tácticas de los rebeldes para comprometer la credibilidad internacional del régimen batistiano, en particular con respecto a sensibles instalaciones azucareras y mineras en la región oriental. Vale señalar que semejante práctica era, en ocasiones, inducida deliberadamente por el ejército, que retiraba la protección de sensibles objetivos económicos de propiedad extranjera con el propósito de crear incidentes diplomáticos internacionales entre los rebeldes y gobiernos con intereses amenazados por las hostilidades como ya había acontecido en las plantas de procesamiento de níquel de Nicaro, Oriente o en el acueducto de Yateritas, que servia a la estación naval norteamericana en la bahía de Guantánamo. Los intereses norteamericanos estaban lo suficientemente presentes como para quedar sujetos a los efectos de la guerra civil.(38)

A nuestro entender el aspecto más singular del estimado de los cursos de acción del conflicto cubano de entonces es aquel que aborda la posibilidad de una solución militar del problema guerrillero que enfrentaba el gobierno de Cuba, frase que es reveladora para calibrar desde qué prevalecientes posiciones se elaboraban las opiniones de las agencias de inteligencias convocadas en la USIB. Dos consideraciones se vertirán en el texto y que parecen responder a dos criterios en juego, uno, más en la cuerda político-militar que ratificaba la posición del Congreso y el Departamento de Estado sobre el mantenimiento del embargo de armas al gobierno de La Habana, otro, más afín al Departamento de Defensa y los cuerpos armados, que parecían esbozar otro rumbo. A juicio de la conclusión expresada como final, el gobierno de la Isla no podía superar la insurgencia sin “...mejoras extensas en la postura militar de las fuerzas armadas cubanas (...)”. De modo que se reconocía que tal escenario era posible, probable de aceptarse revisar ciertas decisiones previas del gobierno de Batista como de la Casa Blanca. Para remediar las severas deficiencias que se habían enumerado antes, en lo que se refería a la concepción de la campaña, dislocación de unidades, adiestramiento, armamento y equipo, y en especial las cualidades combativas de las tropas en operaciones, había que variar raigalmente la actitud de los mandos y las tropas destinadas a enfrentar los rebeldes, en particular aquellas asignadas a Oriente. Las opciones necesarias, sugeribles, a criterio de los analistas, abarcaban:

1. dotar a los militares cubanos de “un decidido flujo de armas, equipo y municiones para librar sostenidas operaciones militares”;

2. iniciar, aunque no se especificaba si por parte de los consejeros militares norteamericanos asignados a las fuerzas armadas cubanas o a militares competentes del mismo estamento castrense insular, un “riguroso programa de entrenamiento para mejorar la condición física de las tropas e instruirlas en guerra de guerrilla, antiguerrilla y de montaña”;

3. desarrollar “la competencia profesional y las normas de desempeño de los jefes hasta un grado en que puedan despertar la confianza de sus hombres (...)”;

4. tomar disposiciones para suprimir las líneas logísticas exteriores de las fuerzas fidelistas, interceptando los alijos por aire y mar, de modo enérgico y efectivo.

No ignoraban los proponentes de esta indispensable pero complicada reforma de las fuerzas armadas la urgencia de la situación que sugerían resolver y la dificultad de cumplirla en los plazos de tiempo que se analizaban en el SNIE 85-58, y así lo hicieron constar en sus cálculos de los posibles devenires insulares. En el plano político internacional, rezaban las conclusiones, semejante asistencia militar (que, aunque no se explicita, no podría venir de otro punto que de los Estados Unidos, que habrían de invocar acuerdos de asistencia mutua existentes con Cuba, los mismos que el Dr. Miró Cardona sugería cancelar, y una reformulación de la política de embargo de armas aprobada en marzo anterior), levantaría una opinión negativa en América Latina, al asociarla con prácticas de intervencionismo, “con consecuentes repercusiones políticas que se extenderían mas allá de Cuba.” El jefe asistente de estado mayor para inteligencia, del departamento del ejército, secundado por su colega del departamento de la fuerza aérea, hizo constar que estimaba una afirmación “incompleta y no concluyente” aquella que sugería riesgos de opinión internacional negativa si se renovaba la asistencia militar al gobierno de Cuba. En el criterio de ambos, las reacciones “populares o de otro tipo”, ante este posible paso podían ser tan favorables como desfavorables y que la frase aceptada en el informe final por ello debía ser suprimida.(39)

Semejantes discrepancias también parecen haber matizado las discusiones planteadas en la reunión sobre las posibles actuaciones militares, con o en contradicción con el régimen de Batista. La principal consideración sostenía que las fuerzas armadas de Cuba “...permanecían como el más importante elemento para poner fin al estancamiento político por medios distintos a los de las operaciones militares.” De producirse en la Isla una situación análoga a la acontecida en Venezuela a inicios de 1958, y que el estamento militar cubano llega a la conclusión que “...el esfuerzo requerido para mantener el régimen en el poder supera el objeto que lo amerita...”, contaba con los medios y recursos para deponer a Batista, sustituyéndolo por una junta militar que tendría entre sus propósitos el alcanzar una solución política a la crisis del país. Los estimados de inteligencia disponibles ante los participantes en la reunión, según sus propias frases, no les permitían formular con precisión bajo cuáles circunstancias los militares se decidirían a poner en ejecución este recurrente medio de acción. Las probabilidades de hacerlo se vinculaban, como probabilidad, de producirse un brusco incremento en la oposición popular o laboral contra Batista. Esta apreciación de buena porción de los analistas del estimado, sería sujeta a crítica por varios de los representantes de los órganos de inteligencia militares: de nuevo los jefes asistentes de los estados mayores para asuntos de inteligencia del ejército y la fuerza aérea, solicitan al resto de los presentes la inclusión de un concepto aclaratorio sobre la posibilidad de una acción de las fuerzas armadas cubanas contra el gobierno. En éste se hacía constar que a la fecha los líderes uniformados que dentro del ejército pudieran protagonizar un movimiento que derrocase al régimen son de cantidad desconocida. Los principales candidatos mencionados en “...rumores acerca de posibles golpes de estado...”, lo son los mayores generales Díaz Tamayo, jefe de operaciones del ejército y Cantillo Porras, comandante de las fuerzas gubernamentales en la provincia de Oriente. Se teme que en su contra tienen un próximo retiro temprano de servicio. “(...) Es más probable que en cualquier intentona de golpe el liderazgo provenga de oficiales de grados inferiores. (...)”.(40)

Los militares en caso de decidirse a actuar contra Batista, además de contar con los movimientos revolucionarios de oposición, debían considerar otros sectores sociales en los que el régimen se afianzaba, además de los propios uniformados. Un protagonista de cierto peso lo constituía el elemento obrero afiliado en la poderosa Central de Trabajadores Cubanos (CTC), “...controlada firmemente por lideres que la han mantenido en su línea y rehusado en dos oportunidades secundar los llamamientos de Castro por una huelga general (...)”; lo que no constituía en sí una garantía de compromiso a ultranza con el gobierno en circunstancias tan volátiles como las cubanas. El estimado apuntaba que, dada la naturaleza del sindicalismo en cuestión y la “...notoria naturaleza calculadora de sus líderes...”, puede producirse alguna sorpresa, “...en caso que el curso de los acontecimientos se incline a favor de la oposición, la CTC puede participar en una huelga general contra el gobierno (...)”. De suceder un acontecimiento de esta naturaleza el mando militar podría verse enfrentado a una seria disyuntiva: o en defensa del régimen tendría que hacer fuego sobre las multitudes en La Habana, o forzar al gobierno a la renuncia, con las armas. La opinión prevaleciente entre los analistas era que de presentarse semejante dilema, “...los militares probablemente escogerían la segunda opción.”

El documento no parece ser refractario a una solución de la crisis mediante la instauración en La Habana de una junta militar que sustituya el batistato. Pero tampoco considera que semejante alternativa lograría conseguir de modo inmediato la estabilidad política en el país, en particular de integrarla “...muchos de los presentes altos oficiales que están asociados estrechamente con Batista.” De estar incluidos, serían muy inciertas las posibilidades de un reconocimiento por parte de Castro y su movimiento, o que la mayoría de la población de la Isla admitiese que representaban un cambio de gobierno a fondo. El cuerpo de redactores vuelve a recurrir -como analogía referencial-, a los acontecimientos de Venezuela tras la caída del dictador Pérez Jiménez: si la junta militar cubana se autoaplica una purga de los jefes y oficiales “mas objetables”, aun si hubiesen integrado los miembros originales del movimiento, podría adquirir respetabilidad, y mucho más si se incorporan oficiales mas jóvenes y menos maculados. El propósito de superar la situación política podría ser reforzado con estos ajustes de las figuras militares, y mucho más si tal junta reformada (“modificada”, la llaman) tomara los pasos precisos para convencer a la opinión pública de “...sus intenciones de restablecer el proceso democrático.” Más adelante, el estimado de la USIB denota una de sus apreciaciones estratégicas: una junta militar moderada que ganase la confianza de buena porción de la opinión pública (en especial en La Habana), podría arrebatar la iniciativa política que estaba en manos de Castro y sus seguidores. Sin embargo, esta probable junta estaría forzada, si su interior era encauzar el país en un curso de rápida solución del conflicto civil, “...probablemente habría de abrir negociaciones directas con Castro (...)”. Abundando en estos contactos de la junta militar con los rebeldes serranos, debía tenerse en cuenta que la decisión del caudillo revolucionario de abandonar sus reductos “...dependería de la habilidad de la junta de convencerle que él y sus hombres estarían a salvo de represalias...”, y de la expresa especificación que tendrían la oportunidad de mantener un activo lugar en la vida política de la restauración democrática (41). Resulta sorprendente al revisar estas líneas, que los más competentes representantes de los órganos de inteligencia mejor dotados de la primera potencia de Occidente, carecieran de un adecuado perfil psicopolítico de un potencial vencedor en una guerra civil revolucionaria librada a escasos 200 kilómetros de las costas meridionales de los Estados Unidos.

Antes de llegar a resumir las conclusiones alcanzadas en el estimado de 24 de noviembre de 1958, apostillemos una breve observación acerca de esta preferencia por una junta militar moderada, como opción ante una desacreditada dictadura militar criolla y una ideológicamente incierta insurgencia fidelista, atrincherada en retóricas nacionalistas. Lo convenido en el estimado SNIE 85-58 parecía corresponderse con cierta formulación de la política cubana del Departamento de Estado. En efecto, si bien el secretario de estado A. Dulles había favorecido las estrechas relaciones que el embajador E. T. Smith mantuvo con Batista y sus personeros civiles y militares desde su asignación a La Habana, en noviembre de 1957, y que serán especialmente visibles en el periodo en que se elaboran los estimados que estamos considerando, no era necesariamente secundado en sus simpatías entre el personal de relaciones publicas y consulado, en particular el destacado en Santiago de Cuba, que mantuvo relaciones directas con miembros de la clandestinidad urbana del M26, con los cuales intercambiaban impresiones e informaciones, facilitaban el tránsito de periodistas norteamericanos a la Sierra, coordinaban viajes al exterior de emisarios e inclusive llegaron a cooperar con el traslado a la comandancia del primer frente serrano el equipo de transmisiones radiales que originaría la muy efectiva Radio Rebelde. No faltaron también células revolucionarias entre el personal cubano y norteamericano de la base naval de Guantánamo, sitio que sirvió de santuario a resistentes perseguidos y en más de una ocasión, de acuerdo con algunos marinos, punto de contrabando de armas con destino a las guerrillas serranas. De acuerdo con un agente de inteligencia que fungía entre el personal de relaciones públicas de la embajada americana en La Habana, a espaldas de las instrucciones y actuaciones del embajador Smith, entre sus colegas existía una sincera simpatía por la causa de los rebeldes, singularmente por el M26 y Castro. Y entre los funcionarios encargados de los asuntos cubanos en el Departamento de Estado, en Washington, se replicaba.(42)

Bajo la advocación del subsecretario para asuntos latinoamericanos, R. Rubotton, el director de asuntos de México y el Caribe, W. Wieland, formuló una propuesta moderada para favorecer una tercera fuerza política en Cuba, disociada de Batista como alejada de Castro. Tal conjunto debía fundarse en aquellos sectores políticos moderados, de tendencias proamericanas, que consiguiera aunar suficientes voluntades como para conseguir una salida pacífica del dominio de la dictadura castrense. Pero vista la situación convulsa del país, la tesis de Wieland abrazaba, como medio fundamental para hacer prevalecer esta alternativa, la conspiración militar por parte de militares de carrera no maculados por complicidades con los mandos batistianos, a la que se añadirían en su momento los sectores civiles afines. A su juicio, de actuar a tiempo y con decisión, las fuerzas armadas podían ser capaces de deshacerse de Batista y su entorno, a la vez que mediatizar el avance político y militar de Castro. De manera que estos influyentes analistas del Departamento de Estado exponen ante la junta de especialistas del USIB de 24 de noviembre de 1958, su preferencia por un golpe militar sostenido por uniformados de probidad y “buena voluntad”, capaces de “neutralizar” una situación harto fluida donde las personalidades y discursos estaban harto polarizados y las opciones moderadas (ya sugeridas meses antes de la doctrina Rubotton-Wieland por parte de respetables congregaciones, agrupaciones y personalidades cubanas defensoras de diálogos cívicos) se vislumbraban tristemente imposibles.(43)

Las conclusiones del estimado son deudoras en gran medida de esta carta de la salida política con las fuerzas armadas, aunque una vez más, los analistas de inteligencia militar creían necesario matizar sus particulares visiones de los supuestos defendidos por Estado y agencias afines. Primero, se reconocía que las elecciones del 3 de noviembre de 1958, y la proyectada instalación en el Palacio Presidencial de un nuevo gabinete de adeptos al régimen, tendría “...poco efecto en el estancamiento de la situación política y militar en Cuba. (...)”; y no existían dudas que el líder rebelde mantendría su campaña militar de guerrillas, pero su movimiento político, aliado a otras organizaciones de la oposición, “...probablemente no pueda derrocar el gobierno en los meses inmediatos.” Pero, por otro lado, las fuerzas armadas cubanas no estaban en condiciones de suprimir la guerra de guerrillas, “...a menos que se transformen en una fuerza mejor entrenada, pertrechada y equipada, y más francamente motivada...”, o en el caso que las fuerzas rebeldes sean “efectivamente” privadas de sus fuentes de asistencia externas.

Segundo, las fuerzas armadas cubanas permanecen, a despecho de todo lo dicho, como “...el más importante elemento capaz de quebrar el atolladero político, con la deposición del régimen e instauración de una junta [militar] (...)”. Semejante acción pudiera provenir de cierta porción del estamento militar que se sintiera motivado por un incremento de la oposición de la población civil o los sindicatos contra el gobierno de Batista. No obstante, se admitía las limitaciones de esta salida a la crisis, pues un gobierno militar con apoyo de sectores civiles moderados no significaría de inmediato el final de la situación de confrontación, a menos que sus integrantes y programa sean capaces de atraer y convencer a la oposición revolucionaria, y que los miembros de la junta “...estén dispuestos a concederles una significativa influencia en el gobierno provisional”. Tal parece que buena parte de los firmantes del estimado 85-58 creían que a la larga el gobierno provisional vendría a constituirse en una suerte de inevitable coalición de militares antibatistianos y revolucionarios de la guerrilla, donde éstos llevarían gran parte de la popularidad e influencia. (44)

Interesante, pues, las reservas expresadas en una nota aclaratoria a las conclusiones que encabezan el desarrollo de los epígrafes del documento. De nuevo el jefe de estado mayor asistente para asuntos de inteligencia del Departamento del Ejército y su homólogo del Departamento de la Fuerza Aérea, aclaraban sus discrepancias con la línea general al notar que el papel de las fuerzas armadas cubanas era fundamental no sólo para superar el estancamiento de las posibilidades políticas, sino para hacerlo también en el plano militar. La alternativa del golpe de estado e instauración de la junta de oficiales moderados constituía una posibilidad de actuación política. A juicio de los analistas de inteligencia militar debía especificarse la cuestión de la capacidad de restablecimiento de la paz en Cuba por parte de una junta castrense posbatistiana: frente a la conclusión que lo ponía en duda, se deseaba aclarar en el texto que, “(...) Excepto del empleo de operaciones militares, lo que requeriría de antemano una rápida y considerable entrega de asistencia y ayuda militares...”(45), la junta militar no conseguiría poner final a la guerra civil. Clara resultaba la opinión de los oficiales de inteligencia del ejército y la fuerza aérea: para incrementar las posibilidades de éxito de la opción de los militares profesionales, debía revisarse la política congresional y de otras agencias de la administración que habían privado a los institutos armados de Cuba de las remisiones de armamentos y pertrechos desde arsenales norteamericanos. En tal consideración cualquier elucubración política debía ser precedida de un levantamiento del embargo de armas proclamado en marzo de 1958. De otro modo, era dudoso que pudiera neutralizar a unos y otros de los implicados en la contienda.

De un estimado a otro. El informe de 16 de diciembre de 1958.

Tres semanas después de la redacción del estimado de 24 de noviembre, el director de la Agencia Central de Inteligencia vuelve a fungir como anfitrión de varias agencias de inteligencia del gobierno de los Estados Unidos, bajo la cobertura del USIB, para abundar en las conclusiones elaboradas en ocasión anterior y revisar el sesgo de los acontecimientos en Cuba. Este nuevo estimado, mucho más breve que el precedente del que es calificado como suplemento, intentaba bajo análogos términos de uso oficial reservado y normas de secreto de estado, ilustrar la política de la administración Eisenhower en un asunto que se precipitaba como para invalidar algunas de las reposadas predicciones de mediados de noviembre anterior.(46)

¿Qué circunstancias habían tipificado la evolución de los eventos en Cuba como para que se precisara llegar a suplementar los epígrafes del estimado de noviembre anterior? ¿Se invalidaban escenarios y potenciales protagonistas? Una escueta relación de acontecimientos entre el 25 de noviembre y el 16 de diciembre nos puede situar en el entorno de esta nueva apreciación reservada de los más conspicuos funcionarios de inteligencia de los Estados Unidos.

Primero, anotemos algunas referencias al ya acelerado curso de la guerra en los escenarios principales de la disputa: Las Villas y Oriente. En el teatro de operaciones villareño, un entendimiento entre los jefes del Ejército Rebelde (ER) y del Directorio Revolucionario (DR), del que se abstuvo la guerrilla del Segundo Frente Nacional, permitió coordinar las acciones de ambas organizaciones revolucionarias contra el dispositivo político y militar del gobierno.(46a) El pacto del Pedrero, alcanzado en 1 de diciembre de 1958, y donde los comandantes del DR aceptaban subordinarse tácticamente a la jefatura militar de Guevara, supone los preparativos para la ofensiva final rebelde, desde las serranías de Sancti Spiritus, contra las posiciones de las fuerzas armadas comarcas sensibles del 3er.DM, y la liquidación del dispositivo organizado por el general Río Chaviano.

Desde el punto de vista estratégico, esta acción ofensiva de los rebeldes se proponía -en cooperación con las columnas serranas en Oriente-, crear una seria situación a Batista y su EMC a unos 300 kilómetros de la capital: la destrucción de puentes que servían al ferrocarril central, en particular aquellos sobre los ríos principales que surcaban la provincia, como aconteció con aquel sobre el Zaza, con la finalidad de interrumpir el tráfico comercial y militar ferroviario entre La Habana y Oriente; similar tratamiento de demolición se aplicaría a tramos fundamentales de la carretera central, segmentando tanto las provincias centrales de la capital, como la guarnición de Santa Clara, de otros puntos fuertes en el distrito militar villareño. Tales acciones iniciadas a partir del 5 de diciembre terminaron, finalizado el citado mes de 1958, con la virtual quiebra de las líneas de comunicación y aislamiento de las ciudades que se encontraban bajo el dominio del gobierno en Camagüey y Oriente, obligando a los refuerzos y abastos ser casi completamente confiados al escuadrón de transporte de las FAEC o el transporte de carga y pasajeros civiles a las líneas aéreas comerciales. En otro orden de cosas, para mediados de diciembre el mando rebelde se proponía lanzar el grueso de sus fuerzas contra el “triángulo estratégico Sancti Spiritus-Fomento-Placetas”, como primera fase de consolidar el control rebelde del centro y este de la provincia e iniciar -luego de capturadas posiciones de la importancia de Sancti Spiritus- la embestida de Santa Clara, símbolo del poder del estado en la región central. La idea entrañaba el propósito definitivo de avanzar contra La Habana una vez derrotado el gobierno en Las Villas.(47)

Las guerrillas combinadas M26-DR se empeñaron, tanto durante los preparativos como a lo largo de la primera fase de la ofensiva, definir dos ejes de avance que debían desalojar las guarniciones del 3er.DM, desarticular los convoyes militares y el servicio de vigilancia de carreteras y asegurar el dominio de las rutas provinciales interiores: uno, dirigido contra las comarcas azucareras, tabacaleras y ganaderas del nordeste de la provincia, donde la columna 2ER forzaría la orden de evacuación de los militares acantonados en los destacamentos de Iguara, Zulueta y Mayajigua. Los guerrilleros, ahora dotados de mejores armas y con superioridad numérica táctica contra los aislados puestos militares (las tenencias con guarniciones de un pelotón, por ejemplo), luego habrían de estrechar la presión contra los de Yaguajay y Caibarién, como antesala de la importante comarca de Remedios. Otro, a partir del 10 de diciembre, el más ambicioso empuje de la columna 8ER y las fuerzas del DR, a lo largo del eje vial de carreteras y ferrovias que enlazaban Santa Clara con Sancti Spiritus, en despliegue en tres direcciones que apuntaban a Fomento, capturado tras varios días de combate reñido (15-18 de diciembre); Placetas y Sancti Spiritus, sobre las cuales las fuerzas rebeldes iniciaron su aproximación vísperas de las Navidades (21-24 de diciembre), donde habrían de disputar las posiciones a los defensores. Aparte de éstas, Cabaiguán y Guayos experimentarían las acometidas de los alzados. Tales desplazamientos dejaron una impresión desalentadora en los mandos superiores de las fuerzas armadas -manifestado en la decisión de abandonar los más vulnerables puntos urbanos y algunos objetivos a lo largo de las rutas de comunicación a favor de las principales ciudades, donde se esperaba concentrar tropas y medios, más susceptibles de refuerzos y por tanto en mejor capacidad de resistencia en lucha urbana, donde confiaban neutralizar las habilidades tácticas serranas- a mediados de diciembre de 1958.

Lo anterior, manifestado en la dura disputa por Fomento o más adelante el encuentro decisivo en Santa Clara, no ocultaba a los generales del EMC y EME que, para inicios de diciembre, la iniciativa en la guerra civil estaba en manos rebeldes en Las Villas y Oriente; toda resistencia militar por parte del régimen apuntaría a ganar tiempo a su inevitable derrota, si bien el margen no parecía ser muy generoso, pues el ejército ya era incapaz de detener, en un plano estratégico, las ofensivas rebeldes a lo largo de la Isla.(48) De manera que todo apuntaba a que (y con quiénes a bordo) la solución política podría conseguirse.

La proporción de fuerzas en campaña en Las Villas, a mediados de diciembre de 1958 y por ambos bandos, era aproximadamente de unos 2,000 militares encuadrados en el Regimiento 3 de la Guardia Rural (GR), un batallón de infantería de línea, una compañía mixta de tanques ligeros, un pelotón de tanques medianos y una batería mixta de artillería ligera, que a su vez eran enfrentados por alrededor de un millar de rebeldes, procedentes de las columnas 2 y 8 del ER y las fuerzas del DR. Las guerrillas del Segundo Frente, que operaban independientemente, no serían más de 200-400 alzados.

Mientras, en Oriente, tras el abandono de Guisa por parte de las fuerzas armadas, la columna 1ER se reagrupa y apertrecha, con la consiguiente inquietud y apertrechamiento de los mandos de la zona de operaciones de Bayamo y del EME que ordena estar percibidos ante un posible avance de los rebeldes en su contra. De hecho, durante la lucha por Guisa, las tropas gubernamentales se desplazaron desde Yara y Estrada Palma para reforzar a Bayamo. A despecho de la importante dislocación de tropas y medios del ejército y contar con la asistencia de la aviación táctica destacada en la base de Camagüey, el mando del 1er DM optó por la espera pasiva de las intenciones rebeldes en el valle del Cauto. Ya vimos en el diseño del plan estratégico de los mandos guerrilleros que Bayamo sería flanqueado en un avance cuya meta es la capital provincia. De manera que aislados e inmovilizados quedaron, hasta el colapso del régimen y en las inmediaciones de aquella histórica ciudad, alrededor de unos 3,000 uniformados de un grupo de combate cuyo organigrama incluía una plana mayor, un regimiento de infantería de línea, una compañía de tanques ligeros, un pelotón de tanques medianos y una batería de artillería de campaña. A la escala de la guerra civil revolucionaria constituía una fuerza formidable, conteniendo alrededor de la tercera parte de todas las tropas del régimen en la provincia de Oriente a la fecha, y de haber existido alguna voluntad de librar la lucha contra los guerrilleros serranos, tal agrupación (en conjunción con algunos de los batallones de Santiago de Cuba y Holguín) hubiese frustrado la ofensiva contra Santiago de Cuba a lo largo de la carretera central, y puesto en seria disyuntiva a Castro al obligarlo a empeñar sus columnas en campo abierto y combates urbanos contra un doble avance de infantería con apoyo de carros blindados y aviación de modo concertado, y no en aisladas disputas por guarniciones (aisladas a su vez de sus posibles puntos de apoyo), con limitados empleos de artillería e indiscriminados ataques de los escuadrones de bombardeo y persecución. Pero tal eventualidad no tenía futuro en un EMC donde las inquietudes acerca de la crisis del batistato sustituían cualquier consideración en favor de tratar de vencer, aunque fuese a escala conservadora, una guerra que sabían perdida a esa altura de los acontecimientos.

De modo que Castro, dejando de lado Bayamo, avanzó con su reforzada columna a inicios de diciembre de 1958 hacia Charco Redondo -donde la compañía de soldados negoció su incorporación íntegra a las filas de la rebelión- y Santa Rita, ya rumbo a la carretera central. Utilizada ésta como eje de avance, y en conjunción con las tropas guerrilleras de Huber Matos y J. Almeida, iniciarán varios asaltos contra las guarniciones de poblaciones que se extendían entre Bayamo y Santiago de Cuba, interrumpiendo de modo completo las comunicaciones terrestres y los convoyes militares entre ambas plazas del 1er.DM. Algunas, como Baire, serán tomadas sin muchos costos (9 de diciembre), pero en otras -como Jiguaní (10-19 de diciembre), El Cobre (17 de diciembre), El Cristo y en especial las dotaciones militares de Maffo (10-30 de diciembre) y Palma Soriano (22-27 de diciembre)- los rebeldes se vieron forzados a costosas luchas callejeras contra oficiales y tropas que ofrecieron una resistencia inusual por su tenacidad, y que en algún caso, como el de Palma Soriano, obligaron a combinar las columnas de Castro, su hermano Raúl, Matos y Almeida durante varios días inciertos. Lo que en juego estaba en tales acciones era el cerco que los rebeldes comenzaban a enlazar alrededor de la ciudad y puerto de Santiago de Cuba, facilitado por la ubicación geográfica de la plaza.(49)

A la vez, las varias columnas procedentes de los santuarios de la Sierra Cristal se moverían en coordinación con los avances desde la Sierra Maestra, en demanda de las posiciones del ejército al noreste de la capital provincial y para así interrumpir las comunicaciones con Guantánamo y Holguín, en especial a lo largo de la primera quincena de diciembre de 1958. Así caen las guarniciones de Alto Songo (27 de noviembre), las disputadas La Maya (7-8 de diciembre) y San Luís (7-8 de diciembre), y se asedian Mayarí, Baracoa y Sagua de Tánamo, esta última significada por una pertinaz lucha que incluirá algunos de los más devastadores ataques de la aviación de la FAEC en toda la contienda civil (50). Al momento de emitirse el estimado SNIE 85-58/1, las columnas de los tres frentes orientales del Ejército Rebelde controlaban (o amenazaban) en las vastedades topográficas de Oriente y los territorios bajo la jurisdicción operativa del 1er.DM, un sensible número de poblaciones que podemos categorizar como: (a) capturadas u ocupadas al ejército: Charco Redondo, Santa Rita, Baire, Alto Songo, La Maya y San Luís; (b) bajo asedio o ataque de las unidades rebeldes: Maffo, Jiguaní, Sagua de Tánamo, Mayarí, Baracoa y El Cobre; (c) preparativos de ataque contra Palma Soriano.

Todo el dispositivo rebelde apuntaba al aislamiento y cerco de Santiago de Cuba, con toda la carga simbólica que tenía para la insurrección y sus jefes el embestir y posiblemente capturar la segunda ciudad de Cuba en población y significado político-administrativo, cabecera provincial y distrital-militar de la mayor provincia insular. A esta altura de los hechos, las fuerzas en presencia en Oriente podían resumirse como sigue: las fuerzas del 1erDM, con unos 8,000-9,000 hombres -de los cuales sobre 5,000 pertenecían al perímetro defensivo y guarnición de Santiago de Cuba-, estructuradas en tres regimientos, uno de la guardia rural y dos de infantería de línea, más un batallón de infantería; tres baterías de artillería de campaña, más una fuerza blindada de 2 compañías mixtas de tanques ligeros y un pelotón de tanques medianos. Una armadilla de tres fragatas del distrito naval santiaguero complementaba el dispositivo defensivo de las fuerzas armadas en 15 de diciembre de 1958. El 7moDM, en Holguín, integraba otro regimiento de la guardia rural, más un batallón de infantería de línea y dos secciones de carros blindados, con unos 1,500 alistados (51). Contra ellos, el Ejército Rebelde oponía un millar de rebeldes de las tropas del primer y tercer frentes de la Sierra Maestra, y entre 1,000-2,000 rebeldes y escopeteros bajados de la Sierra Cristal.

Mientras semejantes episodios iban moldeando los días postreros del año y régimen en la Isla, ciertos sucesos en New York y La Habana también añadían más argumentos a las discusiones que la situación cubana levantaba entre observadores políticos y militares. Uno de ellos, la evaluación de los acontecimientos de Cuba según The New York Times, sabida la importancia de este medio en la opinión de los lectores del momento y la temprana relación de sus corresponsales con la cobertura de la insurgencia, se hizo público apenas una docena de días antes de la reunión de los funcionarios de la USIB, y resultó ser un agudo resumen de los efectos económicos de la guerra civil cubana.

De acuerdo con el artículo, las posibilidades de comenzar la zafra en la venidera segunda quincena de enero resultaban muy problemáticas de no llegarse a algún tipo de compromiso, tregua o solución al conflicto insular, y tal comprometía la mayor fuente de divisas del país, amen de sus compromisos de exportación para con los clientes norteamericanos y mundiales. Según los datos publicados por el rotativo y que correspondían al estado de cosas en noviembre, las hostilidades que se extendían al este de una línea imaginaria extendida desde Cienfuegos, por Santa Clara, a Isabela de Sagua, los rebeldes controlaban en grados diversos el 60% de la producción azucarera, habían conseguido paralizar casi todo el tráfico ferroviario -nacional y parte del local- que servía a los centrales azucareros y sus puertos de embarque, descontando los severos daños infligidos a secciones de carreteras y viaductos principales, que casi descartaban el movimiento comercial rodado. Dentro de ese vasto territorio la actividad insurgente afectaba las actividades de 19 puertos de embarque azucarero, por cuyos muelles pasaba el 77% de las exportaciones del dulce, en particular aquellos situados en la provincia de Oriente, pero no eran pocas las instalaciones villareñas y camagüeyanas que quedaban desvinculadas de las comarcas productoras inmediatas. Recuérdese que, según los estimados oficiales de la época, de los 161 centrales azucareros activos, 115 (el 71.4%) correspondían a los territorios afectados por la guerra en Las Villas, Camagüey y Oriente, y si bien en ciertos casos las fuerzas armadas habían destacado dotaciones de protección, ya a esa altura del año, la mayoría de las tropas los había abandonado, a tenor con la estrategia de repliegue del EME, por lo que no escasos hacendados y propietarios comenzaban a buscar entendimientos con los mandos rebeldes que dominaban campos, rutas y poblados cercanos a las fábricas de azúcar.

Los 50 centrales de Las Villas, los 24 camagüeyanos y los 41 en Oriente aportaban en conjunto 38.6 millones de sacos de azúcar, más de tres cuartas partes de las vitales exportaciones, según cálculos elaborados para diciembre de 1958. Para ese mismo y postrero mes de la guerra civil, se consideraba que con la escisión de la Isla en dos partes y la fractura de “...la base física del régimen territorial”, el gobierno se veía privado de los ingresos extraídos del 75 % de la producción azucarera, el 50% de la ganadera y una porción considerable de la minería y otros ramos agropecuarios, como el tabaco.(52)

De tanto impacto económico como político resultaba el simple cálculo de la superficie territorial y población incluidas en el territorio escenario de las acciones y operaciones de la guerra civil, que si bien no se manifestaban con similar intensidad en todas las municipalidades afectadas, en todo caso entre noviembre y diciembre de 1958 sus efectos abarcaban muchas facetas de las actividades cotidianas. La provincia de Oriente, con sus 36.602 km2 y sobre 1,797.606 habitantes, constituía el epicentro de la lucha y donde la ventaja y simpatías se decantaban claramente por la causa rebelde; algo similar podía percibirse en el segundo teatro de operaciones, Las Villas, poblada por sobre el millón de habitantes, distribuidos por una escarpada orografía de 21.411 km2. Camagüey, algo más extensa que la anterior, contaba con una población más reducida en comparación con las colindantes provincias, y concentrada en la capital local y unas pocas y dispersas poblaciones. Las fuerzas armadas, fuertes de un regimiento de la guardia rural, mantenían una discreta presencia a lo largo de las rutas de comunicación con Oriente y Las Villas, la ciudad-cabecera, con su base aérea táctica, y los puertos azucareros, en tanto que los rebeldes, no especialmente agresivos, se concentraban en las modestas alturas calizas de Cubitas y Najasa, así como en las vecindades del límite oriental.(53)

Aparte de los estimados periodísticos sobre el deterioro de la economía cubana y las sombrías perspectivas para la principal cosecha del país, otras declaraciones de prensa, hechas públicas en la capital norteamericana, abundaban más sobre las opiniones que el conflicto isleño generaba entre círculos de la cancillería federal: en efecto, el embajador E. A. Smith, al concluir, a comienzos de diciembre, una visita de información y consulta de seis días a Washington, D C, formuló ciertas apreciaciones que despertaron contradictorias reacciones en la Isla. A su juicio, la situación del gobierno de Batista se deterioraba a diario por la acusada falta de combatividad de la mayoría de las fuerzas armadas que se oponían a los rebeldes, en tanto que éstos, caracterizados por su audacia y tenacidad, conseguían avances y objetivos proporcionales a la debilidad de sus adversarios gubernamentales, a lo que ayudaba un desplazamiento de las simpatías populares a favor de los potenciales vencedores. El embajador, a despecho de sus conocidas simpatías, admitía que la insurrección contaba con posibilidades de una victoria militar y política sobre el gobierno. Semejantes apreciaciones, que no pueden presumirse menos que endosada por el Departamento de Estado, debió lanzar un escalofrío entre los miembros de la cúpula gubernamental y los altos mandos militares en consideración con la fuente, y no menos entusiasmar a aquellos miembros de la resistencia cívica, comandos urbanos y comandantes rebeldes, que no necesariamente seguían la ojeriza antiamericana del entorno fidelista.(54)

Con más discreción, un enviado oficioso del Departamento de Estado, el embajador W. D. Pawley, llegó a La Habana para expresar de modo directo, personal, ante Batista, y en entrevista reservada, la opinión que Washington, D C había insinuado mediáticamente días antes. Se le sugería que -en vista que el gobierno no estaba en condiciones de imponer su voluntad ante la insurgencia, y carecía de un apreciable apoyo doméstico- la renuncia al poder por parte del ejecutivo abriría paso a “una solución nacional” que haría más difícil la victoria revolucionaria y acceso al poder de Castro. Para ello, la alternativa debía centrarse en una junta de gobierno cívico-militar de tendencias políticas moderadas, que administraría provisionalmente los destinos del país hasta normalizar los ánimos y la vida pública. Esta tesis de la tercera fuerza, que excluyera los extremos de polarización caudillista de la disputa, había sido, como se ha acotado antes, uno de los tópicos discutidos (y gratos) en el estimado SNIE 85-58 del USIB. Batista se negó vivamente a considerar semejante proposición, y el enviado abandonó el empeño tan discretamente como lo había emprendido.(55)

La entrevista Pawley-Batista parece haber desatado varios cursos de acción en La Habana y Washington, D C: por un lado, el caudillo marcista comenzó discretos preparativos para abandonar el país, y poner a salvo en el extranjero su persona con un selecto listado de deudos y caudales. Por otro, recababa a sus generales en el EMC tomar las disposiciones para ofrecer una resistencia militar desesperada para ganar el tiempo preciso para juramentar el gabinete electo el 3 de noviembre, en febrero venidero. Por su lado, el Departamento de Estado había revelado al gobierno de La Habana su predilección por un golpe de estado con elementos no comprometidos o aun desafectos al régimen, y para más escarnio para con las posiciones de la cancillería cubana, algunos funcionarios, como el subsecretario Rubotton -en gesto conciliador hacia el M26, RC y DR-, habrían de declarar que en opinión de los analistas de su agencia, los revolucionarios cubanos no estaban bajo influencia de los comunistas (56). Como Machado un cuarto de siglo antes, Batista y su entorno verían en semejantes presiones del Departamento de Estado un remedo de intervencionismo en los embrollados asuntos domésticos de un gobierno aliado y amigo, con una indisimulada inclinación, ante el sesgo de los episodios, a contemporizar con una oposición cada vez más impetuosa.

Poco más de una semana después que el enviado diplomático de Estado no consiguiera una claudicación del gobernante cubano, se reunían los representantes de inteligencia del United States Intelligence Bureau (USIB) para añadir una coda a su línea de acción establecida el mes anterior. En dos páginas y ocho epígrafes se actualizaba la visión disponible desde las diversas agencias participantes, si bien carecemos de las actas de discusión de la sesión que ofrecerían una más completa perspectiva del momento. Sin embargo, podemos percibir dos direcciones principales de análisis: (a) el deterioro de la situación política y militar de las fuerzas armadas y el empuje rebelde desde el 24 de noviembre anterior; (b) las posibilidades de éxito de una junta militar de gobierno que sustituya a Batista.

En el primer aspecto, el documento acepta que sus anteriores apreciaciones de la situación cubana han sido rebasadas con creces por los hechos y las posibilidades del gobierno de Batista se han erosionado “...mucho más rápidamente que lo que fue anticipado en SNIE 85­58...”. La provincia de Oriente está casi totalmente en manos rebeldes, salvo la capital Santiago de Cuba y otras poblaciones cuyas guarniciones están sometidas a asedio. Las columnas rebeldes se muestran “crecientemente activas” en las provincias de Camagüey, Las Villas y Pinar del Río. En el plano político Castro ha sentado los fundamentos de lo que parece ser un gobierno provisional revolucionario en Oriente, encabezado por el Dr. Manuel Urrutia, seleccionado en conformidad con el líder serrano. Es posible que este gobierno provisional pueda intentar reclamar derechos de beligerancia ante estados extranjeros.(57)

La ventaja táctica rebelde ya apunta a consecuencias mayores ante la acusada desmoralización de las fuerzas armadas de la República, y según los analistas de inteligencia involucrados en el estimado, “...existe creciente aprehensión que Castro pueda acceder pronto al poder con sangrientas y desastrosas consecuencias para Cuba...”, pues parecen desconfiar de las posibilidades de las fuerzas rebeldes de controlar las condiciones de anarquía que pudieran prolongarse por cierto tiempo después de la probable caída de Batista. Además, las ofensivas rebeldes ya están ocasionando daños a la “...hasta ahora próspera economía de Cuba y probablemente impida la cosecha azucarera, a comenzar en enero. (...)”, deterioro complementado por los severos dispendios gubernamentales para sostener las operaciones contra la insurgencia, y que suponen un oneroso drenaje de recursos pecuniarios para el tesoro del país. La sostenida inestabilidad política, agudizada en las últimas semanas del año, también supone “un adverso efecto sobre los negocios.”(58) Políticamente, el gobierno de Batista ha reaccionado con una nueva “...suspensión de garantías constitucionales y, en adición, ha declarado el estado de emergencia nacional (...)”, en tanto siguen ejecutando pasos y disposiciones encaminadas a la toma de posición en 24 de febrero de 1959, del electo presidente Rivero Agüero y sus ministros. De acuerdo a las agencias de inteligencia envueltas en el estimado, el futuro ejecutivo, aunque es un individuo de plena confianza y lealtad hacia Batista, se ha distanciado de la intransigencia de su mentor y manifestado “...que al fin considerará algún compromiso para devolver la paz a Cuba. (...)”, y no ha descartado, de llegar al poder, la convocatoria de una asamblea constitucional que entrañe “una solución nacional del problema cubano.” Declaraciones mediante, los analistas observaban que ni Batista ni Rivero Agüero habían mostrado disposición alguna de adelantar, en términos prácticos, idea alguna que resolviese la deteriorada situación interna del país. De manera que en círculos influyentes de la sociedad cubana, en particular del ámbito de los negocios, se extendían las opiniones inclinadas a dar salida al estancamiento y riesgos de la situación por medio de un movimiento que depusiera a Batista y a la vez detuviese el empuje de Castro. La favorita, el establecimiento de una junta militar con apoyo de la oficialidad de las fuerzas armadas, en cuyo seno parecían existir tendencias proclives, cautelosamente identificables entre varios generales retirados o en campaña.(59)

De modo que las posibilidades de éxito de un golpe militar constituyen el grueso de las consideraciones plasmadas en el análisis del 16 de diciembre de 1958. Sin embargo, la primera observación al respecto hacía notar que, en el 27 de noviembre anterior a escasos días de emitido el estimado principal, la inteligencia militar gubernamental había logrado detectar y arrestar un apreciable número de altos y medios oficiales militares de las fuerzas armadas cubanas, implicados en “...una conspiración militar contra el gobierno o por cobardía al rehusar seguir combatiendo contra la rebelión de Castro...”. De hecho se relacionaba el anuncio oficial del retiro y posterior arresto del general M. Díaz Tamayo, con su involucramiento con el complot desbaratado en La Habana. El general E. Cantillo Porras, comandante del 1erDM, aunque ha sido mantenido en su posición, es considerado sospechoso de infidencia y, junto con otros uniformados, sujeto a estrecha vigilancia de los agentes de la inteligencia militar (SIM). En el estimado se especula que la situación de estos conocidos generales, con probabilidad, esté asociada a la existencia de una conspiración militar orientada a deponer al régimen de Batista y sustituirlo por una junta militar. Si bien a finales de noviembre los uniformados leales al gobierno han conseguido desbaratar la intentona, el hecho es “...sintomático de la existencia de insatisfacción y desafección al interior de las fuerzas armadas (...)”, y la posible sustitución del general Díaz Tamayo por el general F. Tabernilla, comprometido totalmente con Batista, puede incrementar el efecto desmoralizante que plaga al ejército de Cuba.(60)

Si bien en las conclusiones del 24 de noviembre se señalaba que el medio más efectivo para quebrar el estado de cosas en el campo político y militar sería una acción encaminada a establecer una junta militar de inclinaciones moderadas, también se había notado que en sí no lograría reestablecer el orden y tranquilidad públicos aun si lograba deponer a Batista y sus allegados, pues todavía tendría que dilucidar sus relaciones con la jefatura del M26. De ser representativa en personalidades y programa de restauración democrática y desvinculación con el batistato como para despertar la confianza pública, quizás la junta militar pudiera arrebatar al M26 algo de su ascendiente, “...aunque el plazo se está haciendo tarde para ello.” De optar por continuar el conflicto civil, y para suprimir por la fuerza el movimiento político y militar fidelista, la junta militar requeriría (como se había insinuado por los representantes de la inteligencia del ejército y la fuerza aérea en alguna anotación al SNIE 85-58) de una infusión en considerable escala de equipo y suministros militares que le ha sido negada a Batista y aun así “...el resultado del asunto quedaría en duda por algún tiempo.” En opinión de los analistas, una junta de gobierno regida por los militares, si esperaba una pronta pacificación de Cuba, “...debería ofrecer una solución política satisfactoria para Fidel Castro.”

Por otro lado, en caso que las altas esferas políticas y militares fracasasen el aprovechar la oportunidad con alguna acción drástica como el derrocamiento de Batista, y así atenuar el creciente avance e influencia de Castro y sus seguidores, la guerra civil revolucionaria se extenderá, a ritmo incrementado, con todos sus efectos y víctimas. En este escenario agravado, los analistas consideraban que las tropas del ejército en operaciones, hastiadas de la confrontación fratricida, se amotinarán contra el gobierno, ya fuese en unidades aisladas que se fuesen pasando a las fuerzas rebeldes, o de modo concertado y general abandonaran bando y lealtades. “En cualquiera de ambos casos, la fuerza de la posición política de Castro será reforzada.” Se advertía que si semejante situación de desmoralización pudiera ser, de la que ya existían precedentes desde la ofensiva del verano de 1958, que hasta una junta militar integrada por jefes respetados por las tropas no fuese capaz de hacerse obedecer y controlar la situación en el país; y aún ganando la guerra civil Castro y sus guerrillas, el país se viese sacudido por un prolongado periodo de inestabilidad y desorden, con los consiguientes peligros.(61)

No debe intrigar que al día siguiente de la redacción del estimado suplementario de 16 de diciembre, y justo cuando las tropas rebeldes entraban en Fomento, Sagua de Tánamo y El Cobre después de disputados combates, el embajador Smith se reunía con Batista para exponerle las condiciones que la administración Eisenhower creía indispensables para solucionar la crisis nacional cubana: la Casa Blanca y el Departamento de Estado no reconocían la validez del gobierno surgido de las elecciones del 3 de noviembre aun si tomase posesión de sus cargos; las conspiraciones militares en el seno de las fuerzas armadas eran una realidad y Batista corría riesgos personales de detención o muerte a manos de sus militares o de éstos aliados a los rebeldes; se le sugería el abandono del país para que un gobierno provisional de concordia y unidad nacional consiguiera el cese al fuego con los rebeldes; las exhortaciones del gobierno y el EMC a la resistencia de las tropas en Oriente y Las Villas carecían de fundamento, pues los altos y medianos jefes militares conspiraban y las tropas de operaciones se resquebrajaban moralmente en los diversos frentes de la contienda. De nuevo el empecinamiento del caudillo castrense, decidido a su salvación personal y desconfiado de muchos de sus generales, cerraba paso a las alternativas sugeridas en los análisis de los especialistas de inteligencia del USIB y daba pábulo a las conspiraciones concebidas en el estamento militar del régimen, que en definitiva y como resultado de sus incontables claudicaciones, vacilaciones y torpezas, una quincena después de haber sido presentado el estimado SNIE 85/1-58, terminaron por rendir las fuerzas armadas casi intactas a sus más decididos adversarios. La historia de Cuba tomaría rumbos impensables no sólo para los analistas de inteligencia del Intelligence Board, que estarían avocados, en el porvenir, a estimados de acontecimientos mucho más dramáticos que los escasos que dedicaron a interpretar una realidad inasible y complicada, en una privilegiada Isla, medio siglo atrás. (62)

Notas

(1) volver “Carta del doctor J. Miró Cardona al presidente D. I. Eisenhower, Miami, 24 de agosto de 1958”, en Dubois, J. Fidel Castro. Rebel-liberator or Dictador? Indianapolis-New York, 1959, págs. 299-301.

(2) volver Ibidem, pág. 302. En diciembre de 1957, Intelligence Digest, publicación de origen británico señalaba que las decisiones de la administración Eisenhower debían encaminarse a acciones que cubrieran sus intereses en Cuba, pues las posibilidades de éxito de Castro y su movimiento no caían en lo improbable, según se acotaba en despacho de 17 de diciembre de 1958 desde la embajada de España en La Habana, al ministerio de Asuntos Exteriores en Madrid. Véase De Paz Sánchez, M. Zona Rebelde. La diplomacia española ante la revolución cubana (1957-1960). Santa Cruz de Tenerife, 1997, pág. 49, nota 58.

(3) volver CIA-FOIA. Special National Intelligence Estimate. Number 85-58. The Situation in Cuba. 24 November 1958. Secret, no. 292, 7 págs. (Desclasificado en 21 de octubre de 1983); CIA-FOIA. Special National Intelligence Estimate. Number 85/1-58 (Supplement SNIE 85-58) Developments in Cuba since mid-November. 16 December 1958. Secret, no. 288, 5 págs. (Desclasificado en 21 de octubre de 1997, CIA Historical Review Program). Estos documentos se hicieron públicos en virtud de la ley federal sobre libertad de información.

(4) volver El pacto de Miami enfatizaba la vertebración concertada de la resistencia contra Batista con el propósito de, una vez derrocado el régimen marcista, instaurar un gobierno de transición que, tras 18 meses de provisionalidad, cediera paso a una consulta electoral y un nuevo estado de cosas basado en la constitucionalidad, legalismo, libertades políticas y unos escasamente definidos propósitos de reformas económicas y agrarias. Junto a ellos, establecían la despolitización (no una severa depuración de responsabilidades) y separación de los institutos armados de la actividad pública del país y el someter los abusos de poder y crímenes políticos del estado batistiano ante las Naciones Unidas, a la vez que solicitaba el reconocimiento de la OEA y del Departamento de Estado de los E.U.A. para con el Comité de Liberación como legítimo interlocutor de la oposición cubana. Solicitaba a la administración Eisenhower el fin de la cooperación militar con el gobierno de La Habana. La respuesta de Castro fue pródiga en adjetivos contra los firmantes, en particular aquellos de trayectoria partidista auténtica (Partido Revolucionario Auténtico), algunos de los cuales eran sus acreedores por la aventura expedicionaria de 1956, tanto como de alusiones a su propio sacrificio, exaltado como altruista y en solitario, en la Sierra. Ya entonces defendía aquella interpretación de la lucha que otorgaba primacía a las acciones y azares del reducto montañoso y única legitimidad histórica de vanguardia del antibatistianismo al liderato del M26, valga decir, a él mismo. Descalificar a los aliados en términos tan inexactos como cargados, aflora como incontenible tendencia en este documento, más interesante por la visión futura de la revolución victoriosa -bastante ausente en las formulaciones doctrinales de los caudillos serranos-, que por las actuaciones de algunos de los firmantes. Véase el documento y la respuesta citados en Dubois, J. Fidel Castro..., 1959, págs. 188-206; también Duarte Oropesa, J. Historiología Cubana. 1944-1959, Miami, 1974, volumen III, págs. 538-539.

(5) volver Ibidem, 280-284; III, 539. Los firmantes del Pacto de Caracas incluían delegados oficiales del Movimiento 26 de Julio (M26), la Organización Auténtica (OA), el Directorio Revolucionario (DR), la Unidad Obrera, el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), la Federación Estudiantil Revolucionaria (FEU), un grupo de oficiales militares que habían pasado a las filas del Ejército Rebelde, el Grupo Montecristi y el Movimiento de Resistencia Cívica (RC). La apelación a los militares en servicio hay que contextualizarla también en el momento de la ofensiva militar contra los reductos serranos, y la captura de varios centenares de oficiales, clases y alistados en los combates de la vertiente norte de la cordillera de la Maestra. El mando rebelde estaba impuesto de las opiniones críticas de no pocos oficiales de carrera con la conducción de las operaciones de campaña en ausencia de los jefes superiores, los desaciertos operativos del Estado Mayor Conjunto (EMC), la preferencia política en ascensos y destinos, así como las represiones castrense-batistianas contra oficiales conspiradores o discrepantes, vinculados desde abril de 1956 en adelante a las intentonas de derrocarlo desde el interior de las filas. Además, los rebeldes contaban con los datos proporcionados por militares adictos bien situados en la plana mayor, inteligencia militar y agregadurías militares en embajadas. Estas relaciones habían sido cultivadas principalmente por las secciones urbanas del M26 y Resistencia Cívica (RC).

(6) volver Barquin, R. Las luchas guerrilleras en Cuba. Madrid, 1975, volumen 2, págs. 739, nota 7, 742, 745; Dubois, J. Fidel Castro..., 1959, págs. 315-317. La orden 2 de 10 de octubre de 1958, firmada por Castro, apuntaba muy severas represalias contra los involucrados en las elecciones oficialistas de noviembre. A decir de Dubois, mostraba “...no sólo su determinación de mantener a los votantes alejados de las urnas, sino de castigar aquellos que insistieran ser candidatos. Su lenguaje ahora resonaba mas desafiante que nunca, porque se hallaba en camino de la victoria y estaba convencido de ello.” Recuérdese que, tras el fracaso de la convocatoria a huelga e insurrección general que Castro emitió en la reunión de 12 de marzo de 1958, para iniciarse en 9 del siguiente, y que terminó en un sangriento fracaso y virtual aniquilamiento de los muchos jefes y miembros comandos urbanos del M26 (entre los cuales predominaba la ideología civilista refractaria a la egolatría caudillista de Castro), se produjo “una reunión decisiva” (como la calificaría en sus notas Guevara) de la dirección nacional del M26 en la comandancia general serrana. Durante la cual, en 3 de mayo, Castro emergió -tras ser reconocido (admitido) por todos los presentes, un hecho que se hacía cada vez más palpable, el de la concentración caudillista de las decisiones- como depositario absoluto de todos los mandos políticos y militares, subordinando a su dictado las milicias de Acción y Sabotaje así como el Ejército Rebelde, las delegaciones sectoriales y exteriores del movimiento. Recuérdese que la feroz lucha urbana, en la que las bajas de los revolucionarios duplicaban la de los guerrilleros serranos y la de los cuerpos armados del régimen por igual, había diezmado un grupo de líderes del M26, el DR y la OA que por su formación, convicciones y prestigio personal, hubiesen sido serios contendientes frente a las tendencias militaristas y autocráticas de Castro. Uno de los mejores servicios que Batista y sus adláteres hicieron al futuro autócrata de Birán, fue el sistemático exterminio de los posibles retadores en el campo revolucionario. La propaganda revolucionaria después de enero de 1959 se encargaría del resto, del mítico encumbramiento de una sola figura y un sólo escenario. Véase Franqui, C. Retrato de familia con Fidel. Barcelona, 1981, págs. 9-25; Shkadov, I., P. Zhilin et al. Valentía y fraternidad. C. E. H. M. La Habana, 1983, pág. 48.

(7) volver Fermoselle, R. The evolution of the Cuban military, 1492-1986. Miami, 1987, págs. 233-234; Shkadov, Zhilin, et al. Valentía y fraternidad., 1983, págs. 49-50.

(7a) volver Se denominan aquí como guerrillas M26 ciertas agrupaciones armadas precariamente que actuaban clandestinamente en ciudades y poblaciones de cierta importancia, vinculadas a la sección de Acción y Sabotaje del M26. Su versión rural lo eran los escopeteros que merodeaban por las estribaciones de la Sierra Maestra y las alturas de Las Villas, y que constituían una suerte de exploradores y avanzadas de las columnas mejor organizadas que en la Sierra Maestra se habían ido extendiendo por diversas comarcas y que constituían el núcleo del Ejército Rebelde.

(8) volver Ibidem, págs. 50-51. Las columnas 2 y 8, al mando de los comandantes E. Guevara y C. Cienfuegos; la 9, por el comandante H. Matos y la 13, por J. Vega. Tales fuerzas se desplegaron durante los últimos días de agosto y el siguiente septiembre. Véase la apreciación de Batista en Respuesta, Miami, 1960.

(9) volver Barquin, R. Las luchas guerrilleras..., 1975, 2, págs. 272-275, Shkadov, I, P. Zhilin et al. Valentía y fraternidad..., 1983, pág.52. En octubre de 1958, el Ejército Rebelde sumaba unos 3,000 guerrilleros armados, con un número parecido de auxiliares, reclutas y porteadores rurales desarmados. Operaban en 22 columnas de composición y medios muy desiguales, estas unidades tácticas constituían las fuerzas básicas distribuidas a lo largo de ocho áreas de operaciones, calificadas como “frentes”, en Oriente y Las Villas, principalmente. No se incluyen aquí cifras de los miles de comandos, simpatizantes y correos urbanos que en condiciones más peligrosas, siempre asediados por la ventaja del adversario, actuaban contra los partidarios del régimen en La Habana, Santiago de Cuba, Holguín o cualquier ciudad semejante. No en balde sus bajas se acercaron al millar, por lo menos, al final de la guerra civil.

(10) volver Barquin, R. Las luchas guerrilleras..., 2, págs. 674-675.

(11) volver Ibidem, 675-676. Para jefe del 1er.DM se designó al general E. Cantillo Porras; al 2do.DM, el coronel L. Pérez Coujil y para el 3er.DM pasó el general A. Río Chaviano, exjefe de Oriente.

(12) volver Fermoselle, R. The evolution of the Cuban military..., 1987, págs. 223-224, 232-235; Dubois, J. Fidel Castro..., 1959, pág. 200,235. Es palpable que desde su estabilización en columnas, el Ejército Rebelde tuvo como norte compensar su inferioridad en nociones y elementos de guerra, con la explotación del terreno montañoso, la movilidad de sus tropas y el apoyo de los precaristas rurales que habitaban algunas comunidades dispersas por la Sierra Maestra. Como recoge Dubois, algunas de estas recomendaciones ya aparecían esbozadas por Castro en carta de 14 de diciembre de 1957.

(13) volver Barquin, R. Las luchas guerrilleras..., 1975, 2, págs. 725, 729, 733, 735-739.

(14) volver Ibidem, págs. 744-745.

(15) volver Ibid., págs. 737-739; Duarte Oropesa, J. Historiología..., III, págs. 563-565; Shkadov, I.et al. Valentía..., 1983, 278-279.

(16) volver Una de las más inconcebibles interpretaciones de la táctica de repliegue de las fuerzas armadas tuvo como escenario Las Villas, por la época en que las columnas 2 y 8 penetraban en ella, y sin dudas contribuyó a que Guevara se asentara sin mayores descalabros en el macizo escambraico. Tres columnas, en composición de batallón de infantería (400 hombres cada uno) que cercaban las serranías para impedir la irrupción de las fuerzas serranas tanto como para aislar de las poblaciones los focos del DR y del Segundo Frente Nacional, recibieron órdenes para abandonar sus posiciones a mediados de octubre de 1958, en apariencia como resultado de fuertes presiones de hacendados, agricultores y comerciantes de la provincia, pues el despliegue militar afectaba el comercio agrícola regional. Si fue así, o un buen pretexto para un repliegue con visos de honorabilidad castrense, es materia de otra investigación, pero constituyó un alivio (e incentivo indudable) para la insurrección villareña. Otras opiniones asocian este abandono de las posiciones que cercaban las gargantas del Escambray, a la misma razón que, por órdenes del Estado Mayor Central (EMC) y el Estado Mayor del Ejército (EME), produjo la evacuación militar de puestos avanzados en las montañas orientales a inicios de noviembre: con vistas a proteger la convocatoria electoral batistiana. Tales acciones significaron la pérdida de la iniciativa táctica y estratégica del ejército, y dejaba abiertas las vastas planicies de Bayamo, Guantánamo y Sancti Spiritus a la audacia de sus adversarios. Véase Fermoselle, R. The evolution of the Cuban..., 1985, pág. 208; Barquin, R. M. El día que Fidel Castro se apoderó de Cuba, San Juan, 1978, pág. 11.

(17) volver Dubois, J. Fidel Castro..., 1959, pág. 330; Duarte Oropesa, J. Historiología..., 1974, III, pág.563; Shkadov et al. Valentía..., 1983, págs. 51-52. En términos generales este plan de asalto final sobre la provincia de Oriente involucraba unos 2,800 rebeldes armados y otros 1,100 reclutas desarmados a la zaga de las columnas lanzadas al ruedo desde el 17 de noviembre de 1958. Las fuerzas gubernamentales en la provincia, para entonces replegadas sobre redes de comunicación, ciudades, pueblos y puertos principales, se han estimado en posteriores apreciaciones en alrededor de 10-12,000 hombres, de los cuales 5,000 se hallaban asignados a la plaza y defensas de Santiago de Cuba, la agrupación de combate sita en Bayamo ascendía a 3,000 más (resultando unos 8,000 oficiales, clases y alistados). El resto, distribuido en guarniciones como Palma Soriano, Maffo, Holguín, Guantánamo, San Luís, Sagua de Tánamo o Baracoa. Recuérdese que entonces la provincia de Oriente estaba dividida en dos distritos militares: el 1DM (Santiago de Cuba) y el 7mo.DM (Holguín).

(18) volver Guevara Nuñez, O. “Operación Santiago: golpe mortal a la tiranía”, Sierra Maestra, Santiago de Cuba, 23 de julio de 2008; Barquin, R. Las luchas guerrilleras..., 2, pág. 755; Duarte Oropesa, J. Historiología..., III, 563. Muchas de las disposiciones encaminadas a interrumpir el tráfico terrestre civil, comercial y militar en la provincia oriental, en realidad estaban en vigencia desde inicios de noviembre, cuando Castro instruyó a sus partidarios el tomar medidas efectivas para perturbar las elecciones del 3 de ese mes. Hay una práctica continuidad entre unas y otras instrucciones, más allá de la algo compulsiva insistencia del comandante en los despachos y comunicados de guerra.

(19) volver El poblado de Bueycito se hallaba apenas dos horas por carretera de Bayamo y su agrupación de combate. Duarte Oropesa, J. Historiología..., III, 563; Dubois, J. Fidel Castro..., 1959, pág. 330.

(20) volver Dubois, J. Fidel Castro..., 1959, 330-331. El autor de este estudio participó entre 1985 y 1990, durante sus días de servicio social posgraduado, en un proyecto de investigación sobre los combates de Guisa­1958, auspiciado por la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado. Pudo desempeñarse en varios trabajos de campo in situ, entrevistar antiguos veteranos de la columna rebelde, aunque no aquellos del ejército, y consultar algunos de los despachos cruzados entre el puesto de mando de Bayamo y el EME que al respecto se conservaban, no muy bien catalogados, en los fondos del Instituto de Historia de Cuba. Al respecto, se elaboró un análisis de las acciones de las tropas del ejército (el otro soslayado hemisferio de la historia de la revolución, y durante el cual quedó desvelada una hábil, inesperada, idea de maniobra para despistar a los rebeldes, y que en su día, según testimoniantes, incomodó a Castro en particular) a lo largo del episodio. Se publicó, en conjunto con otros temas desarrollados por el resto de los investigadores del proyecto, de modo preliminar (y convenientemente mediatizado para su correcta inserción en la hagiografia oficial), en un folleto histórico conmemorativo de los treinta años del acontecimiento. Tal publicación sirvió de base y referencia a Castro en su discurso de aniversario en Guisa, acto oficial al que el aparato político, sin cortesanismos y llegados a Bayamo nosotros, nos rehusó la invitación (ya personalmente cursada en la capital) a estar entre el público invitado, en contraste con el resto del equipo de investigadores, episodio que marcó nuestro alejamiento del proyecto. El autor desea advertir que, a despecho de no contar con similar tratamiento por parte de antiguos colegas de investigación y docencia a la hora de citar su autoría, y como desde hace tres lustros no se ve impelido a someterse al escrutinio ideológico-cotidiano del “intelectual revolucionario” con el que aquellos se ven forzados a comulgar en gradaciones de conveniencia, no acostumbra, por lo tanto, a soslayar la obra de otros. Véase entonces Álvarez Tabío, P, O. Hernández Garcini y Pablo J. Hernández González, “Batalla de Guisa”, Granma, La Habana, Suplemento especial, 20 de noviembre de 1988.

(21) volver Hernández Garcini, O. “La Batalla de Guisa”, Juventud Rebelde, La Habana, 30 de noviembre de 2007. Los rebeldes intentaron emplear el carro blindado ligero contra el cuartel, pero manejado impropiamente fue liquidado por un tiro antitanque de los soldados. Los despachos de la embajada española en la capital cubana recogían los exaltados partes guerrilleros y las filtradas notas de prensa gubernamentales sobre los resultados de este combate a las puertas de la carretera central. Los primeros procedían de la publicación subterránea del M26 titulada Sierra Maestra, en tanto que las segundas aparecían en el diario habanero Información, de fecha 6 de diciembre. Son incluidos en un despacho del embajador a Asuntos Exteriores de 13 de diciembre de 1958, según se refiere en De Paz Sanchez, M. Zona Rebelde..., pág. 95, notas 19, 20 y 21.

(22) volver Barquin, R. M. El día que Fidel Castro..., pág. 12. Guisa lo ejemplifica, pues entre el día 20 y el 27 de noviembre combatieron en el camino de Bayamo a los cerca de 300 rebeldes que asediaban una compañía de infantería, alrededor de 16 compañías de infantería motorizada, tres tanquetas ligeras, dos tanques medianos con piezas de 76mm, seis obuses de campaña y recibieron la cobertura de varias oleadas de bombarderos de ataque. Y no pudieron (¿quisieron acaso?) forzar el 20 y el 27 la muy inferior barrera que otras fuerzas burlaron con sorpresa antes, o quizás sólo estaban dispuestos en completa ausencia de resistencia. Sin embargo, si los soldados demostraban atisbos de combatividad, como durante la confusa retirada nocturna del 27 o en el ataque al cuartel el 28, la ventaja de los rebeldes podía quedar en disputa.

(23) volver Juventud Rebelde..., 30 de noviembre de 2007. Las notas colectadas por el autor a partir de los despachos y estado de situación de tropas del EME, consultados durante su investigación sobre el episodio de Guisa, así como las marcaciones de los despliegues efectuadas sobre un mapa topográfico de época, sustentan estas apreciaciones sobre la singular idea de maniobra en un ejército cada vez menos imaginativo en su desempeño. Algunas de estas conclusiones fueron discutidas por nosotros con el coronel R. M. Barquin, San Juan, 2002.

(24) volver Shkadov, I, et al, Valentía y fraternidad..., 1983, pág. 59; Duarte Oropesa, J. Historiología..., 1974, pág. 563­564.

(25) volver CIA, SNIE 85-58. The Situation in Cuba. 24 november 1958, no 292, pág.1 (portadilla). Se advierte en la presentación del documento que éste fue sometido por el director de la Agencia Central de Inteligencia, tras su elaboración con sus colegas inteligencia militar, naval y aérea, así como la correspondiente del estado mayor de las fuerzas armadas. Hay un sello que reza, bajo la fecha oficial, la del 26 de noviembre. En la segunda página es observable la naturaleza oficial del uso y difusión del escrito, que estaba a discreción de la CIA, y extensiva a los representantes de las agencias participantes en el USIB, con copias remitidas a la Casa Blanca, al Consejo de Seguridad Nacional y al Buró de Coordinación de Operaciones. Una nota recuerda a los lectores de un contenido informativo que afecta la seguridad nacional de EE.UU., con la consiguiente responsabilidad penal. Ibidem, pág. 2.

(26) volver Véase al respecto las opiniones formuladas por Thomas, H. Cuba. La lucha por la libertad. Barcelona, 1974, tomo2, págs. 1305 a 1311 y 1314 a 1318, Geyer, A. N. Guerrilla Prince. Boston, 1991, 188 a 190.

(27) volver SNIE 85-58. The Situation in Cuba..., pág. 3. Otro despacho de la diplomacia española en La Habana hacia notar que los rebeldes estaban en control de buena parte de Oriente, en particular tras la captura de Guisa, y se libraban operaciones marcadas por un indefinido terreno de los encuentros, “el hecho de que muchos elementos alzados hagan compatibles sus acciones revolucionarias con sus trabajos cotidianos...”, a lo que contribuía el escaso espíritu marcial de las tropas adversarias, sometidas a tientos políticos por parte de los rebeldes para que se pasaran a la causa de la insurrección. Incluso señala que en ciertas localidades existe un tácito entendimiento entre militares y rebeldes para dominar alternativamente poblados rurales. Despacho de 20 de diciembre de 1958, en De Paz Sánchez, M. Zona Rebelde..., págs. 95-96, nota 22.

(28) volver Ídem. Una muestra de lo anterior fue la expedición remitida por la junta militar revolucionaria de Caracas, bajo el almirante W. Larrazabal, que transportó a inicios de noviembre un importante cargamento de sobre un millón de cápsulas, otro material de guerra y, con ellos, el presidente designado por Castro, el magistrado Manuel Urrutia. Semejantes pertrechos permitieron a la columna 1 iniciar, en la segunda quincena del mes, sus avances sobre Bueycito y Guisa. Coincidía esta observación con algunas emitidas por la embajada española en la capital, donde se mencionaba que para inicios de noviembre, la oposición urbana contra Batista “...no había cesado de crecer...”, y la figura de Castro verse como única alternativa por parte de amplios sectores de la población, en particular “...la juventud entera, en alto grado a las clases profesionales y a zonas de la más distinta condición social, económica e ideológica (....)”, si bien buena parte de ellos no se califiquen necesariamente de simpáticos hacia la figura, temperamento o ideas del caudillo de la Sierra, a quien los acontecimientos nacionales han convertido, junto con el movimiento político que aupaba, en “...la punta de lanza contra el régimen de Batista.” Véase despacho del embajador a la cancillería de Madrid, La Habana, 28 de octubre de 1958, citado en De Paz Sánchez, M. Zona Rebelde..., 1997, pág.66, nota 93.

(29) volver Ibidem, 3-4. Una interesante apreciación de estas visiones aparece en Geyer, G. A. Guerrilla Prince..., 1991, pág. 190.

(29a) volver Empleamos el adjetivo marcista en tanto neologismo común entonces entre ciertos sectores de la oposición al gobierno de Batista. Como sugiere el colega José Ramón Alonso, editor de este artículo, semejante juego de palabras alrededor del mes de marzo de 1952 en que se instaura el gobierno de naturaleza marcial en la isla, también adelanta el futuro de un nuevo autoritarismo, en este caso marxista.

(30) volver Ibid., 5. Una comunicación de la embajada de España en la capital de la República Dominicana, daba cuenta a Madrid de ciertas opiniones que acerca de la situación cubana se manejaban entre los círculos inmediatos al dictador Trujillo, en particular la pobre opinión que se tenía de las actuaciones de Batista a quien calificaba de “indeciso y vacilante, víctima de su propia demagogia...”, así como la peligrosidad con que Trujillo veía el ascenso político de Castro. A juicio del diplomático español, éste era representante de “...claro e inequívoco signo nacional-marxista, a pesar de que incluso incautamente muchos ingenuos católicos le hagan el juego (...)”. Véase De Paz Sánchez, M. Zona Rebelde..., pág. 91, nota 9.

(31) volver Ibid., 5. Los suscribientes hacían notar que a despecho de la retórica nacionalista, el M26 no era antiamericano, y hasta el verano próximo pasado había tratado de ganar la buena voluntad del gobierno y la opinión publica en los EE.UU. De esa fechas en adelante, la propaganda de los revolucionarios ha hecho énfasis en que la administración Eisenhower prefiere regímenes dictatoriales en el Caribe y que Batista ha conspirado con funcionarios norteamericanos afines para provocar una intervención norteamericana en la crisis cubana. Esta línea, resultaba efectiva al explotar las recurrentes (y condicionadamente reflejas) prevenciones y resentimientos latinoamericanos con respecto a las intervenciones foráneas (léase norteamericanas) y autoritarismos domésticos, tan aceptables (y gratas) para los nacionalistas de todo pelaje, sean pequeño-burgueses o falangistas, tanto como los leninistas del hemisferio. No en balde se señalaba el caso revolucionario de la junta militar de Caracas, donde a inicios de año, habían coincidido unos y otros a la zaga de los militares golpistas. Es interesante, al menos para quien esto redacta, que nuestro estimado nos sirve de referencia para saber que, tras ciertas acritudes expresadas en correspondencia alusiva a las inclinaciones de diplomáticos y funcionarios norteamericanos antes formuladas, para noviembre de 1958,Castro mostraba de nuevo un deseo de entendimiento con los mismos, en tanto que algunas transmisiones de Radio Moscú, enfocaban sus editoriales en la situación cubana insistiendo en las citadas criticas a posiciones norteamericanas, para clamar por la “unidad” (léase pactar una alianza con el PSP) y apoyo “internacional”(léase de los partidos prosoviéticos) a las fuerzas antibatistianas. Por ultimo, debemos apuntar que cierto numero de importantes personeros del PSP, como se expresa en el estimado, se hallaban en el exilio en Ciudad México, donde siguieron con sus practicas de infiltración de los grupos oposicionistas que databan de La Habana. Como en esta ciudad radicaba la mas importante embajada soviética en Iberoamérica (y activa estación de la KGB) con la que habían sostenido algunos difusos contactos Castro y sus compañeros en 1956, seria muy atractivo conocer si, como es sospechable, las actividades de “unidad” de PSP para con la guerrilla se consultaron, coordinaron o planearon con los correspondientes funcionarios soviéticos. No nos faltan intuiciones, en especial por los contactos entre el triunfante fidelismo y la embajada moscovita a poco de iniciarse el 1959. Véase Andrew, C. y V. Mitrokhin. The World is Going Our Way. The KGB and the battle for the Third World. New York, 2005, págs. 33-35.

(32) volver La cúpula del PSP estaba controlada por prosoviéticos confesos como Aníbal Escalante, Blas Roca y Carlos R. Rodríguez. Éste último subiría a la Sierra Maestra en 1958, permaneciendo en los cuarteles de Castro, dedicado a la observación y cultivo de relaciones con los rebeldes, en particular el elusivo Castro y el más receptivo Che Guevara. A él se atribuye la iniciación de éste último en los textos fundacionales maoístas sobre la guerra de guerrilla, que devendrían en referente doctrinal y táctico del argentino, quien instruyó a sus hombres con éstos escritos. Alguna copia mimeografiada de las reflexiones del “gran timonel” fue ocupada, entre los bagajes de una tropa rebelde, por el ejército en Las Villas y exhibida como prueba de infiltración marxista en la guerrilla. Véase Geyer, G. A. Guerrilla Prince..., 1991, págs. 186-188, también Pardo Llada, J. Memorias de la Sierra Maestra. La Habana, 1960. Tuvimos la oportunidad de ver una copia fotostática del capturado texto de Mao (traducido al español en una edición sudamericana), conservada en los fondos del extinto Centro de Estudios de Historia Militar, sito en el Museo de la Revolución, y procedente de los archivos de EME. Evidencia correcta que fue descartada por la opinión pública, desconfiada por la larga teoría de falsedades de la prensa oficialista del momento.

(33) volver SNIE 85-58. The Situation in Cuba..., pág. 4 (7).

(34) volver Ibid., 3 (5).

(35) volver Ídem. La apreciación no por cierta dejaba de ser un juicio demoledor hacia la gestión del gobierno en casi dos años de insurgencia urbana y rural en Oriente, sobre todo. Recuérdese que las fuerzas armadas de la Republica, si bien sometidas desde 1952, a una depauperante politización de mandos, planes y funciones con el ascenso de Batista y la cúpula de sus seguidores en los cuerpos armados, amen de varias purgas entre su oficialidad mejor preparada, eran entonces, y a la escala de la lucha rebelde, una poderosa agrupación de jefaturas, oficialidad y guarniciones, muy superior a la suma de opositores armados en los reductos serranos o en las ciudades de la Isla. Con un presupuesto de defensa oficial de 55.3 millones de pesos, y uno secreto que se calculaba en otros 15 a 20 millones a inicios del ultimo año de la guerra civil, sus efectivos totales del ejército se habían incrementado de 19.492 (en 1951) a 40.721 (en 1958). Organizados bajo un estado mayor conjunto y el estado mayor del ejército en siete regimientos de la guardia rural, otros siete de infantería de línea, distribuidos en las provincias, respectivamente, mas 1 regimiento de artillería, 1 regimiento mixto de tanques y dos divisiones de infantería situadas en La Habana; la fuerza aerea del ejército dotada de sus escuadrones de bombardeo, persecución y transporte con mas de una veintena de aparatos operativos. La marina de guerra con bases en la capital, Cienfuegos y Santiago de Cuba contaba con tres fragatas, numerosos cañoneros y buques de escolta, mas algunos aviones navales. Además, existían servicio de comunicaciones, transporte, logística, sanidad e inteligencia militar y naval. Las unidades dislocadas en Bayamo y Santiago de Cuba, por en aquellas fechas, las integraban fuerzas mixtas en composición de un regimiento de infantería, una o dos baterías de artillería ligera de campaña y al menos una compañía de carros blindados (o también pelotones de tanques), por lo que se les consideraba como grupos de combate autónomos y eficientes para imponerse en el teatro de operaciones asignado. Véase “Ejército de Cuba.” en Libro de Cuba. Edición Conmemorativa del Cincuentenario de la Independencia. La Habana, 1954 [edición facsimilar, Miami, 2002], págs. 269-270; Duarte Oropesa, J. Historiología..., III, págs. 525-527; Fermoselle, R. The evolution..., 1987, pág. 248.

(36) volver SNIE 85-58. The Situation..., pág 4.

(37) volver Idem. Existe el riesgo de descalificar las apreciaciones con la ventaja de los observadores a la distancia de los acontecimientos. Creemos que los analistas no andaban tan desacertados en ser cautelosos acerca del desenlace final del batistato. Basta con analizar las disposiciones del mando rebelde para con las operaciones contra Santiago de Cuba, Santa Clara y el proyectado avance en fuerza contra la capital, como para creer que los rebeldes esperaban triunfar en Año Nuevo. El ejército, como testimoniaron las reuniones celebradas en la Navidad de 1958, manejaba tanto la idea de abrir canales clandestinos de negociación con los rebeldes como de enviar refuerzos bien dotados desde La Habana en el tren blindado, así como planear evacuaciones de tropas por aire y mar desde guarniciones al este de Santiago para solidificar una suerte de línea defensiva en Santa Clara que desgastara a los guerrilleros del M26 y DR en las comarcas centrales. El desplome de la voluntad de combatir de las fuerzas armadas con la huida de Batista y el efímero mando del general Cantillo en Columbia, junto con las hábiles maniobras de Castro con respecto a los mandos militares destacados en Santiago de Cuba, Guevara en Santa Clara y el recién liberado de prisión coronel R. Barquin en el propio EME y las guarniciones de la fortaleza de la Cabaña y el campamento de Columbia, provocaron el abandono de todo amago de resistencia de las fuerzas armadas, en veinticuatro horas apenas , entre el primero y dos de enero de 1959.

(38) volver Ibidem, pág.4. Varios incidentes que involucraron la detención de ciudadanos norteamericanos en Oriente crearon intercambios epistolares, algunos bastantes cargados de acritud, entre el alto mando rebelde, la embajada y voceros del Departamento de Estado, siendo uno de los más sonados -aparte del secuestro de varios por órdenes de Raúl Castro durante la ofensiva de verano de las fuerzas armadas para servirse de ellos como “escudo antiaéreo” y poder orquestar una efectiva situación mediática con la prensa internacional- el incidente que se suscitó en la planta minera de Nicaro, al noreste de la provincia, a finales de octubre de 1958. El incidente y las cartas cruzadas pueden verse en Dubois, J. Fidel Castro..., 1959, págs. 320-325.

(39) volver Ibidem, pág.4 (7), nota 5 en el original.

(40) volver Ibid., pág. 5 (7), nota 6 en el original. En la copia desclasificada que hemos consultado, las tres líneas finales de la nota al pie de página aparecen tachadas en negro con una anotación marginal manuscrita que reza “Revisión del Departamento de Defensa.” La embajada de España pareció seguir con cierto interés el vertebramiento de las conjuras entre los altos mandos del ejército, así como los cuestionamientos que existían entre la oficialidad sobre las decisiones militares de Batista en favor de una supuesta ofensiva en los frentes de combate. Colocaban al general Díaz Tamayo asociado a una tendencia militar que deseaba poner freno a los grupos paramilitares alentados por el gobierno, así como a ciertos contactos con elementos revolucionarios, por los que se le atribuía alguna simpatía personal, y quienes “...quizás contasen con él para futuras contingencias políticas.” El remitente diplomático en el curso de varias comunicaciones fechadas en 5 de diciembre de 1958, opinaba que mas que una conspiración organizada en las fuerzas armadas, el episodio reflejaba “...un cierto estado de animo...” en desacuerdo con la conducción de la guerra por el EMC y para conjurar una profundización y generalización de los efectos humanos y materiales de la guerra civil. Consúltese De Paz Sanchez. M. Zona Rebelde..., págs.94-95, notas 16,17 y 18.

(41) volver Ibid. Pág.5.

(42) volver Geyer, G. A. Guerrilla Prince..., 1991, 188-189. La autora refiere una entrevista sostenida con el agente de inteligencia retirado R. Wiecha, quien servía en el personal diplomático destinado a la embajada en Cuba. J. Dubois refiere cómo la clandestinidad urbana del M26-RC en La Habana y las delegaciones del mismo en el exterior, coordinaban contactos y entrevistas con periodistas americanos, que en uno u otro punto contaban con conocimiento de funcionarios consulares amistosos. Véase Dubois, J. Fidel Castro..., 1959, págs. 159, 250, 276-279; entrevista con Otto Poland, San Juan, Puerto Rico, 1996.

(43) volver Geyer, G. A. Guerrilla Prince..., pág. 190. Esta autora refiere, de pasada pero sin explotar sus contenidos, al informe del 24 de noviembre, que califica depositario de análisis irreales sobre los acontecimientos en la Isla, en particular creer que podía tener posibilidades las tesis de la junta militar moderada y las reservadas apreciaciones acerca del apoyo de la población a los rebeldes.

(44) volver SNIE 85-58. The Situation in Cuba..., pág. 3. De acuerdo con Barquin, los importantes hacendados y empresarios cubanos y norteamericanos vinculados con la industria azucarera, trataron de conseguir el apoyo de la Casa Blanca y el Departamento de Estado por una solución de la crisis cubana que excluyera tanto al dictador castrense como al caudillo serrano, idea que parecía coincidir con la más generalizada apreciación de las agencias representadas en el USIB. La reserva de los interlocutores en la capital federal parece que motivó, ya fuese por decisión de los lobbistas cubanos o por consejo de la diplomacia americana, el establecer por medio de algunos hacendados y quizás funcionarios del gobierno americano, algunos contactos con Castro para que éste dictase una tregua para iniciar la zafra en las comarcas dominadas por los rebeldes. Los grupos de presión de la época mostraron un temprano olfato para calibrar y lisonjear a futuros vencedores. Véase Barquin, R. M. Las luchas guerrilleras..., 1975, 2, pág. 783, nota 13.

(45) volver Ídem, nota 2. Un puñado de líneas al final de la nota aparecen tachadas en el original, con una observación manuscrita que anuncia una revisión del Departamento de Defensa, presumiblemente antes de la desclasificación del texto.

(46) volver SNIE 85/1 Developments in Cuba since Mid-November. 16 december 1958, no. 288. El documento desclasificado apenas cuenta con dos páginas de estimado, pero reveladoras. Los representantes de inteligencia coincidían con los presentes en la elaboración del estimado del 24 de noviembre. Entre los funcionarios civiles, los de Estado, Energía Atómica, Agencia de Seguridad Nacional, FBI y CIA; los uniformados procedían del Estado Mayor Conjunto y los departamentos de Defensa, Ejército, Fuerza Aérea y Marina. Sus destinatarios principales seguían radicando en la Casa Blanca, los departamentos de Estado y Defensa, así como la influyente Agencia de Seguridad Nacional.

(46a) volver El Segundo Frente del Escambray fue un desgajamiento de las primeras guerrillas estudiantiles y urbanas que se internan en el Escambray a fines de 1957, y que tras la expedición del Directorio Revolucionario, en las primeras semanas de 1958, y las subsiguientes diferencias personales entre los comandantes Gutiérrez Menoyo y Chomón, se organizó en las alturas al sur de la línea Fomento/Placetas. Como sus rivales, compartía la antipatía por Castro y sus seguidores.

(47) volver Barquin, R. M. Las luchas guerrilleras..., 1975, 2, págs. 753-755. Los rebeldes procedieron a la sistemática destrucción de los puentes sobre el Zaza (5 de diciembre), complementados con similares acciones destructivas contra tramos de la carretera central al norte de la serranía escambraica, entre los días 10 y 15 de diciembre. Otro propósito de tales voladuras era el interrumpir el sistema de convoyes terrestres que enlazaban las guarniciones principales a lo largo de la carretera central con puestos militares marginales o relativamente aislados. En algunos casos, como los de los destacamentos de marina en Caibarién o Isabela de Sagua, el abastecimiento correspondía a buques de la Marina de Guerra (MG).

(48) volver Fermoselle, R. The evolution of the Cuban military..., 1987, págs. 239-240; Barquin, R. M. El día que Fidel Castro se apoderó de Cuba. San Juan, 1978, págs. 11-16. Diciembre es testigo de la aceleración de la estrategia de repliegue de las tropas gubernamentales en Las Villas orientales y centrales, y el cada vez más vulnerable desplazamiento de sus convoyes protegidos por las carreteras provinciales. Inclusive, la compañía de carros blindados asignada al 3erDM experimentó sus primeras bajas en operaciones, por minado de caminos o captura en acciones. Véase Barquin, R. M. Las luchas guerrilleras..., 2, pág. 737; también para las operaciones rebeldes lo relatado en los capítulos correspondientes en Guevara, E., Pasajes de la guerra revolucionaria, La Habana, 1970. Las destrucciones de las rutas de comunicación terrestres se orientaban tanto a privar al gobierno de La Habana de importantes recursos económicos, como demostrar, ante la población y prensa internacional, que las fuerzas armadas eran impotentes para controlar o proteger vastas zonas rurales, así como la integridad y funcionamiento de vitales enlaces internos.

(49) volver Dubois, J. Fidel Castro..., 1959, págs. 331-332, 337; Barquin, R, M. El día que Fidel Castro..., 1978. págs. 154-155; Barquin, R. M. Las luchas guerrilleras..., 2, pág. 773; Duarte Oropesa. J. Historiología..., 1974, III, págs. 563-564; Guevara Muñoz, O. “Operación Santiago...”, Sierra Maestra, S. de Cuba, 23 de julio de 2008. Santiago de Cuba se halla en el fondo de una cuenca, rodeada por las sierras de Boniato, El Cobre y la Gran Piedra, subsidiarias de la Maestra, por el norte, oeste y este, respectivamente. Al sur la limita el Mar Caribe. El control de tales alturas y los puertos de montaña que la comunicaban con Bayamo, Holguín y Guantánamo, se convirtieron en objetivos principalísimos de los rebeldes. El ejército para impedirlo contaba con batallones destacados en las periféricas comunidades de El Caney y Boniato, entre otros puntos de acceso amenazables.

(50) volver Ídem. Una vez que el Ejército Rebelde comenzó a “bajar al llano” desde finales de noviembre de 1958, y enfrentar destacamentos militares más dispuestos a resistir, a la defensiva, sus bajas aumentaron progresivamente, a escala impensada en las celadas serranas. Combates como los de Jiguaní, dejaron 15 bajas rebeldes frente a 30 militares, en tanto que la empecinada tropa del ejército en Maffo hizo 24 bajas a los rebeldes. Para una columna de 200 barbudos, una veintena de bajas entre sus veteranos pelotones constituía una sensible pérdida, casi tan severa como una treintena de recién alistados para una compañía de infantería ligera de 100 efectivos, o el equivalente en el caso de un batallón de 350.

(51) volver El sintetizado despliegue de las unidades de las fuerzas armadas en diciembre de 1958 está reproducido gráficamente por Barquin, R. M. El día que Fidel Castro se apoderó..., 1978, págs. 154­155.

(52) volver The New York Times, 4 de diciembre de 1958; Bohemia, La Habana, 15 de marzo de 1959, citados en Barquin, R. M. Las luchas guerrilleras..., 2, págs. 782-783, notas 11-13; Marrero, L. Geografía de Cuba. Miami, 1981, págs. 385, 688-693. Los puertos de embarque afectados por las acciones de intercepción de rutas terrestres de los rebeldes en Oriente eran 11; en Camagüey, 3; en Las Villas, 5. Las tropas gubernamentales aseguraban las exportaciones de los cuatro principales puertos de las provincias occidentales: La Habana (1), Matanzas (2) y Pinar del Río (1) que exportaban el 23% de toda el azúcar nacional. Recuérdese que, según estimados de comercio exterior, del 80 al 84% de los ingresos de la Isla por este concepto procedían del azúcar, y de este total, tres cuartos iban al consumo norteamericano. En el residual porcentual se hallaba, entre otros, el tabaco, del cual una buena porción de su producción total, sobre 40.8 millones de libras, quedaba en las provincias envueltas por el conflicto. Como muestra de los recursos canalizados por esta época y a favor del M26 en el Oriente rural, los comisionados rebeldes encargados de cobrar los impuestos revolucionarios a los propietarios azucareros, recaudaron un fondo que ascendió a cerca de tres millones de pesos. En despacho de 5 de diciembre de 1958, la embajada de España remitió a Madrid el estimado del diario neoyorquino, por considerarlo revelador de la situación cubana por una fuente respetable, si bien proclive a la causa de los rebeldes. Véase De Paz. Zona..., págs. 93-94, nota 16.

(53) volver Marrero, L. Geografia...,1981, 683-687; Nuevo Atlas Nacional de Cuba, La Habana, 1989. Por entonces, y según el censo de 1953, base de todos los datos disponibles para el momeno, Camagüey contaba con 618.256 habitantes en 26.346 km2, en tanto que Las Villas estaban pobladas por 1.030.162 habitantes. Un despacho diplomático español, dirigido a la cancillería matritense en 26 de diciembre de 1958, hacía notar que los jefes rebeldes, seguros de que la victoria se inclinaba de su lado, habían alterado su táctica de guerra económica dirigida contra fábricas de azúcar y campos de caña, por la de aislarlos de puertos y guarniciones de manera que las instalaciones y colonias plantadas se conservaran a favor del futuro gobierno revolucionario, para evitarlo poco podían hacer las anímicamente quebrantadas fuerzas de operaciones. Véase De Paz, M. Zona Rebelde..., pág. 97, nota 25.

(54) volver El embajador Smith ante la prensa, Washington, D C, 5 de diciembre de 1958; citado en Barquin, R. M. Las luchas guerrilleras..., 2, págs. 821. A comienzos de noviembre, y tras las elecciones oficialistas, el embajador sugirió al secretario de Estado que se hiciera una pública declaración de apoyo a Rivero Agüero, con reanudación de la asistencia militar, si el electo ejecutivo se proponía organizar un gobierno de concertación nacional y una asamblea constituyente. A esta idea, probablemente influida por las relaciones de Smith con Batista y su ministro de Estado, recibió una negativa de sus superiores en la capital federal. Contrástese con algunas de las apreciaciones de salida política formuladas en el SNIE 85-58, de 24 de noviembre, en las que los subordinados de Allen Dulles se expresaron. Véase Duarte Oropesa, J. Historiología..., 1974, III, pág. 558.

(55) volver El embajador Pawley, en la nocturna entrevista de 9 de diciembre de 1958 en La Habana, representaba, como las declaraciones de prensa de cuatro días antes, la estrategia impulsada por el subsecretario de asuntos latinoamericanos R. Murphy, que no cejará en sus empeños de hacer salir a Batista por medios diplomáticos.

(56) volver Entre los posibles miembros de la junta de gobierno que se comunicaron a Batista, se hallaban oficiales en activo comando militar de las fuerzas armadas como los generales E. Cantillo y A. Sosa de Quesada, o prisioneros por conspirar para su derrocamiento, como el coronel R. M. Barquin, entonces en el penal de Isla de Pinos. Tanto el subsecretario Rubotton como su subordinado regional para el Caribe, Weiland, sostenían la apertura de canales de entendimiento con Castro. Véase Duarte Oropesa, J. Historiología..., III, pág. 558.

(57) volver SNIE 85/1-58. Developments in Cuba since Mid-November. Supplements SNIE 85-58, 16 december 1958, pág. 1 (4).

(58) volver Idem. Desde marzo de 1958, para soslayar el embargo de armas por el Congreso norteamericano, el gobierno cubano empleo 80,000,000 de pesos en órdenes de armamentos y pertrechos a proveedores de Gran Bretaña, República Dominicana, Nicaragua y Bélgica. Véase Barquin, R. M. Las luchas guerrilleras..., 2, pág. 787, nota 14.

(59) volver SNIE 85/1-58. Developments in Cuba..., pág. 2 (5). Volvemos a las mencionadas opciones de la tercera fuerza esbozadas por el secretariado asistente para asuntos latinoamericanos y la sección del Caribe del Departamento de Estado. A lo largo de 1958, los eficientes institutos de inteligencia militar y naval habían conseguido neutralizar varias conjuras antirégimen en diversos mandos y armas de las fuerzas armadas. Iniciado marzo, fue desmantelada una que implicaba militares retirados y elementos civiles de oposición en La Habana y Las Villas, nucleados alrededor del comandante S. León Betancourt y con contactos con los militares presos en Isla de Pinos, en particular el coronel Barquin. Este plan concebía un pronunciamiento de la oficialidad de la guarnición de Santiago de Cuba, así como en Camagüey y Holguín, donde se ocuparían cuarteles, arsenales y aeropuertos militares. Los militares presos en Isla de Pinos serían liberados y eliminados del poder los golpistas del 10 de marzo. Otra, descubierta por los oficiales del servicio de inteligencia naval (SIN), habría de implicar a miembros de la oficialidad naval del distrito de Santiago de Cuba y contemplaba la deserción de una de las principales fragatas de la marina cubana, estaba vinculada con elementos de la clandestinidad del M26, y quizás con la comandancia general en la Sierra. Batista, por su experiencia con la conjura y alzamiento navales de septiembre de 1957, tomó en serio estas defecciones en un cuerpo muy académico con el que no siempre logró establecer empatía, por la naturaleza eminentemente elitista del estamento naval y la muy política del alto mando militar de su régimen.

(60) volver Ídem. Durante los meses de noviembre y diciembre de 1958, el SIM penetró, escrutó y terminó por desarticular dos conspiraciones adicionales con ramificaciones desde Columbia a Santiago de Cuba, y que de haberse ejecutado hubiesen adelantado el desplome del gobierno de Batista. La conocida como conspiración del general Díaz Tamayo, entonces ayudante general del ejército, por su figura más conspicua seleccionada para encabezarla, fue concebida y ejecutada por el capitán F. Gutiérrez Fernández y el teniente coronel R. Corzo Izaguirre, en Columbia, así como el coronel Curbelo del Sol, comandante de la compañía de tanques ligeros de Santiago de Cuba, amen de otros oficiales del ejército, algunos de la fuerza aérea y de la marina, de los cuales fueron arrestados en total casi una cuarentena. Los jefes de la conjura, establecieron contactos indirectos con el grupo de oficiales prisioneros en Isla de Pinos, entre ellos Barquin, que se mostraron favorables a la idea de un levantamiento militar que derrocara al régimen castrense y constituyera una junta militar de gobierno que pudiera negociar con el mando rebelde de la Sierra Maestra desde posiciones de poder. Además, los oficiales conspiradores contaban con un enlace directo con el movimiento M26, en particular con el delegado de Castro para con los militares, J. Camacho Aguilera, así como con los principales jefes de la Resistencia Cívica y de Acción y Sabotaje del M26 en La Habana, entre ellos M. Ray y J. Duarte. Con éstos se acordó que los militares serían secundados en su pronunciamiento en La Habana con trescientos milicianos urbanos del M26, en tanto que otra decena de ellos cooperarían con un comando militar en la captura de Batista. Un enlace de los militares conspiradores se entrevistó con un funcionario de la embajada americana en La Habana, quien se mostró dispuesto a informar a sus superiores de la cancillería federal sobre el plan de golpe, sin asumir compromiso alguno, aunque se permitió dos recomendaciones: actuar los militares sin colaboración con los rebeldes, y conceder la jefatura máxima a una figura como el general Díaz Tamayo, lo que ha llevado a ciertos estudiosos a considerar que éste parecía ser el favorito de las agencias diplomáticas y de inteligencia, civil y militar, norteamericanas para suplantar a Batista y detener a Castro. La efectiva infiltración del SIM llevó a su desmantelamiento en 27 de noviembre, y detención de numerosos oficiales de varias armas y servicios, en tanto otros como el general Díaz Tamayo, quien pareció vacilar ante la inminencia de la acción, pasados a discreto retiro a inicios de diciembre. Castro, conocedor del descalabro de la conspiración, exhortó a los conjurados a unirse a las tropas rebeldes. Véase Duarte Oropesa, J. Historiología..., III, pág. 561; Barquin, R. M. Las luchas guerrilleras..., 2, págs. 807-809, notas 15, 17; 810­812.

(61) volver Ibidem, 2. El estimado, con cierto tono de alarma, evoca la posible reedición de la situación anárquica que, en agosto de 1933, había seguido a la salida del gobierno del general Machado, el consiguiente golpe cívico-militar contra su sucesor designado y la imposibilidad del gobierno de transición subsiguiente de controlar los ánimos de gentes, organizaciones y facciones, por un periodo prolongado, con evidentes riesgos para vidas e intereses, principalmente los norteamericanos, en Cuba. Por ello la opción de una conspiración controlada y ejecutada de las fuerzas armadas seguía manteniendo la preferencia del Departamento de Estado y al parecer de otras agencias del gobierno federal. A despecho del descalabro del plan de levantamiento militar entre oficiales y tropas destacadas en Columbia y Santiago de Cuba a finales de noviembre de 1958, otros altos mandos y oficiales de guarnición intentaron aplicar semejante método durante el convulso mes de diciembre, para concluir experimentando análoga suerte a manos de los impenitentes miembros de la inteligencia militar. La conjura del teniente coronel F. Rossell Leyva, jefe del cuerpo de ingenieros y del comandante militar del 3er.DM, general A. Río Chaviano, a materializarse en una serie de alzamientos el 25 de diciembre de 1958, menos de una decena de días después de elaborado el estimado SNIE 85/1-58, pareció implicar jefes y oficiales de servicio en La Habana y los distritos militares ubicados en Santa Clara, Camagüey y Santiago de Cuba. Sus principales contactos se movieron en tres direcciones principales:

1º comprometer la participación del general Cantillo Porras, jefe del 1er.DM (quien sería nombrado jefe de la junta), y a su vez aseguraría la adhesión de su subordinado, el jefe del regimiento de Santiago de Cuba y del comandante del distrito naval del Sur. También atraería al movimiento los jefes del 2do.DM (Camagüey), general Pérez Coujil, y del 4to.DM (Matanzas), general C. Cantillo, así como al comandante de la base aérea de San Antonio de los Baños.

2º establecer comunicación con el grupo de oficiales militares presos en Isla de Pinos, a los que se les prometía rescatar con una tropa del 3er.DM, y nombrar al coronel Barquin a la presidencia de la junta. Los oficiales contactados se manifiestan afirmativamente.

3º conseguir, por medio de contactos directos de los oficiales conjurados, el asentimiento de Castro y cooperación de la clandestinidad urbana del M26. Para ello el teniente coronel Rossell intercambió mensajes radiofónicos y escritos con Castro, Guevara y miembros de la resistencia para proponer la participación de los guerrilleros en el pronunciamiento de las guarniciones de Las Villas y la integración de la jefatura rebelde a la junta militar. Castro se niega, exige la rendición incondicional de los mandos conspiradores de las tres armas, a la vez que proyecta concertar entrevistas con los principales jefes implicados: una, del general Río Chaviano con sus representantes villareños, y otra, por intermediarios personales suyos, con el general Cantillo. Pero el plan se desmoronó justo en vísperas de su ejecución: el SIM lo había detectado y decreta arresto de sus jefes e implicados, aunque Rossell Leyva logró escapar a la Florida, dejando a sus subordinados sin dirección. El mando rebelde rechazó entendimiento político alguno con las fuerzas militares de Santa Clara, y el general Cantillo (tras la polémica conferencia del EMC de 22 de diciembre y su reunión con Batista dos días después, donde le fue ofrecida la jefatura del EMC tras la salida del dictador si facilitaba su salida del país) prefirió declinar su compromiso con una intentona sin futuro a la altura de acontecimientos que ninguna de las partes era capaz de aprehender en su completa complejidad. Sobre estos entuertos y truculencias políticas entre embajadores, conspiradores, batistianos y fidelistas que se perfilan entre la víspera de Navidad y el Año Nuevo, pueden consultarse versiones encontradas en la literatura de memorias existente.

(62) volver Barquin, R. M. Las luchas guerrilleras...,1975. 2, págs. 810., nota 20, 822, 826-827; Duarte Oropesa, J. Historiología..., III, pág. 823. Pocos días después de este estimado, en la noche del 22-23 de diciembre, en una reunión de altos oficiales del EMC se discutieron las posibles acciones para enfrentar el virtual desplome del régimen: en Las Villas se intentaba organizar un frente de resistencia en la capital provincial, ahora amenazada de cerco por los guerrilleros, con el apresurado y postrero refuerzo de un batallón de ingenieros y armas pesadas a bordo de un tren militar enviado desde La Habana a Santa Clara; en Oriente, donde se estimaba posible la caída de Santiago de Cuba en manos de los rebeldes y con la población envalentonada, se confiaba secreta encomienda al general Cantillo, comandante del 1er.DM, de establecer conversaciones con Castro, sondeando su actitud ante alguna acción política de los altos mandos contra Batista. Este último, que también fue calificado por sus generales de ser el responsable de la desastrosa situación militar por sus interferencias en la conducción de las operaciones, enterado inmediatamente del asunto por su ubicua inteligencia militar, desplazó del mando a algunos de sus más encumbrados oficiales destacados en Columbia y Santa Clara, a la vez que descalificaba, en los espacios de difusión adictos, la integridad personal y profesional de los implicados en las conjuras, tal como fue publicado en Prensa de Cuba, La Habana, 28 y 29 de diciembre de 1958.

San Juan, Puerto Rico, 2008 arriba

 

 
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© Marlene García 2003 para José Ramón Alonso