Dos estimados, una crisis y varias incertidumbres:
Cuba, noviembre-diciembre de 1958
Por Pablo J. Hernández González
A mi madre, cuyos tiempos fueron
estos.
En 26 de agosto de 1958, el doctor José
Miró Cardona, coordinador y secretario general del recién
pactado Frente Cívico Revolucionario (FCR) que representaba
una concertación de esfuerzos tácticos de los principales
grupos revolucionarios cívicos e insurreccionalistas al interior
y exterior de Cuba y que se enfrentaban al gobierno y fuerzas armadas
que acaudillaba Fulgencio Batista, envió una emotiva carta
al presidente D. I. Eisenhower, solicitando una revisión
de la política cubana de la Casa Blanca. El documento, que
asumía como referente las declaraciones, que Miró
calificaba de “conceptos de reafirmación democrática”,
del ejecutivo norteamericano en ocasión de dar la bienvenida
a representantes diplomáticos de los nuevos gobiernos de
Bogotá y Caracas, salidos de la eliminación de respectivas
autocracias en meses precedentes. Solicitaba por ello una redefinición
del ejecutivo ante los acontecimientos que sacudían la Isla
en particular desde inicios del año anterior, agudizados
desde abril del corriente, para ello no vacilaba en invocar, retóricamente,
la trayectoria de Eisenhower durante la liberación de Europa,
una docena de años atrás. Enlazando lo anterior con
la recurrencia a formas de control social por parte de las dictaduras
militares que aún existían en el continente americano,
recordaba la quiebra del ordenamiento constitucional en Cuba por
un caudillo castrense desde 1952. Cuba experimentaba una dictadura
llegada al poder “…sólo a causa del respaldo
de las fuerzas armadas transmutadas en un ejército político…”,
al que no detenían consideraciones legalistas para aplastar
las oposiciones desafiantes. Las sucesivas caídas de las
autocracias militares en varios países del continente abría
esperanzas a aquellos que en medio de las dificultades domésticas
trataban de desalojar al régimen militar de la Isla. Pero
por otro lado, el coordinador del Frente Cívico Revolucionario
lamentaba la completa indiferencia de las organizaciones internacionales
regionales como la Organización de Estados Americanos ante
la violación del gobierno de Cuba de muchas de las obligaciones
contractuales internacionales en materia de derechos humanos. Tal
dejadez no podía menos que alentar a las autocracias existentes
y abrir posibilidades a futuras.(1)
Con todas sus contradicciones, las actitudes hispanoamericanas
creaban menos obstáculos a la solución definitiva
de la situación de conflicto civil en Cuba que ciertas políticas
de la administración Eisenhower. En efecto, Miró Cardona
señalaba como una de las causas del recrudecimiento del enfrentamiento
entre el gobierno batistiano y las diversas organizaciones insurreccionales,
el mantenimiento de la misión militar norteamericana adscrita
al comando de las fuerzas armadas cubanas. Aunque el Congreso había
decretado un embargo de armamentos norteamericanos al gobierno de
Cuba desde marzo anterior, esta presencia entrañaba un reconocimiento
al régimen y una cooperación abierta a favor de una
de las partes, en completa contradicción con algunos términos
del acuerdo bilateral sobre asistencia militar de 28 de agosto de
1951. A juicio del firmante, esta situación sería
corregida oportunamente con las consiguientes señales políticas
a la dictadura isleña de entonces, si la Casa Blanca decidía
retirar el personal de la misión militar americana, pues
semejante orden “…implementaría los bellos conceptos
democráticos proclamados por usted recientemente.”
Esta presencia de consejeros, junto con la escasa disposición
de la presidencia y el Departamento de Estado de reconocer que en
Cuba ardía una guerra civil abierta desde hacia dos años,
no podía mas que alentar resentimientos entre aquellos luchadores
demócratas que se enfrentaban a las fuerzas armadas del gobierno
de Batista y percibían, en ambas, una prueba del apoyo moral
y material del gobierno americano al autócrata. Formalmente
invocando la opinión del Frente Cívico, Miró
sostenía que no retirar las misiones militares de la Isla,
evidenciaba una forma de intervención, que favorecía
las fuerzas malévolas que destruían la nación.
Y cerraba su apelación con una cita casi premonitoria de
una victoria costosa: “…sin el sentimiento de complacencia
por parte de otros gobiernos democráticos, la lucha sería
más corta…”. (2)
Aunque la misiva fue recibida en la Casa Blanca
y remitida al Departamento de Estado para las apropiadas acciones
y réplica, que contra las expectativas de Miró resultó
tardía (recibida a inicios de octubre) y desconsoladora por
la interpretación legalista de los asuntos en cuestión,
el curso de los acontecimientos cubanos tomaba un sesgo entre los
días finales de agosto y los inicios de noviembre como para
motivar la atención de varias agencias de gobierno, inteligencia
y fuerzas armadas de los Estados Unidos, con la consecuente emisión
de dos estimados confidenciales, uno en 24 de noviembre y otro en
16 de diciembre, con interesantes percepciones de la situación
isleña y que, ya desclasificados y con medio siglo casi de
existencia, son el objeto de nuestro estudio. Los dos documentos,
que estimamos inéditos hasta ahora, pertenecen a las series
de estimados nacionales de inteligencia, de categoría especial,
sometidos por el director de la Agencia Central de Inteligencia,
tras sesiones con representantes de varias oficinas relacionadas
con el asunto: el primero titulado SNIE 85-58. The Situation
in Cuba, emitido en 24 de noviembre de 1958, el segundo, suplemento
del anterior bajo clasificación de SNIE 85/1-58. Developments
in Cuba since mid-November, de 16 de diciembre. Aunque breves
en volumen de páginas, representan las apreciaciones de algunos
de los funcionarios que debían ser de los mejores enterados
de lo que acontecía mas allá de las aguas del Estrecho
de la Florida.(3)
En todo caso, antes de referirnos al contenido referiremos las circunstancias
históricas que sacudían Cuba en la fase postrera del
la guerra civil revolucionaria.
Sierra, Llano y Ejército, 20 de agosto a 16
de diciembre de 1958.
A finales de julio de 1958, dos acontecimientos
marcaban el curso de los acontecimientos en la lucha que enfrentaba
el gobierno de Batista con sus opositores políticos y militares
en la Isla y el exilio, y que resultarían en ciertas palpables
ventajas tácticas en los campos de la propaganda como en
el de batalla. Uno, político, lo fue la firma del -harto
dilatado y no carente de polémicos resquemores personalistas
e ideológicos- pacto de unidad revolucionaria o Pacto de
Caracas (20 de julio); otro, militar, la virtual derrota del tan
ambicioso y como mal dirigido esfuerzo ofensivo de las fuerzas de
tierra, aire y mar que el Estado Mayor Conjunto lanzó contra
los reductos de la Sierra Maestra y la Sierra Cristal, donde se
intentaba liquidar el reducto de Fidel Castro y sus seguidores.
Los desfavorables resultados de los descoordinados avances de algunos
batallones de combate desde el valle del Cauto, detenido en el disputado
combate de Santo Domingo (29 de junio) y el cerco en El Jigüe
(9 de julio), a las tropas que, en similar composición, subían
desde las costas del Mar Caribe, auguraban la derrota del esfuerzo
militar batistiano. El primero de los acuerdos, trascendente al
planearse un esfuerzo coordinado entre grupos políticos en
el exilio y organizaciones insurrecionalistas en la montaña
y clandestinidad urbana, cerraba más de medio año
de contradicciones entre visiones, objetivos y apreciaciones del
proceso revolucionario dirigido a desplazar a Batista y sus generales
del poder. Y sin dudas, un éxito táctico de Castro,
quien bajo el imperativo de la presión militar de las fuerzas
armadas, accedió a suscribir un documento, discutido radiofónicamente
con el veterano político Antonio de Varona, cuya redacción
definitiva era de prosa y entonación eminentemente castrista,
que aseguraba muchos de los propósitos sostenidos en la Sierra
con controladas concesiones a otras posiciones. Recuérdese
que, medio año antes, Castro, en acre comunicado público
que resultó un excelente obsequio propagandístico
para Batista en el Año Nuevo de 1958, descalificó
los conceptos y principios contenidos en el denominado “pacto
de Miami”, de primero de noviembre de 1957, que creaba un
comité de liberación de orientación moderada,
amen de lanzar un demoledor ataque a aquellos miembros de la dirección
nacional del M26 que lo avalaron en el exilio. Tal discrepancia
que avinagró las relaciones entre los políticos auténticos
-Partido Revolucionario Cubano (Auténtico)-, miembros del
Directorio Revolucionario (DR), y otras figuras de corte más
o menos centristas de la oposición urbana y en la emigración,
con el absorbente caudillo de la guerrilla serrana en Oriente, parecía,
pues, superada -o quizás aplazada- ante las presiones político-militares
que las facciones antirégimen encaraban mediado el verano
de ese año.(4)
En todo caso, apuntaba a declaraciones de principio que se acomodaban
a la variopinta composición ideológica de los movimientos
políticos firmantes, como complacían la insistencia
de Castro de ser reconocido, mas allá del seno de la principal
organización opositora, el Movimiento 26 de Julio (M26),
como líder político, militar e ideológico de
la insurrección. En el acuerdo de Caracas se reconocía
la insurrección armada, tanto en la montañas de Oriente,
el núcleo villareño abierto por el Directorio Revolucionario
(DR) desde inicios de año, como en las acciones urbanas de
comandos del M26, DR y la Organización Autentica (OA), que
en su momento debían confluir en una “movilización
popular de los sectores obreros, cívicos y profesionales
para una huelga general...”, reiteración de la fallida
táctica castrista de abril anterior. Se aceptaba la idea
de un gobierno provisional de “breve” término,
que habría de encauzar al país en los procedimientos
de lo constitucional, bajo una apelación aperturista a todos
los sectores ideológicos, sociales, organizaciones revolucionarias,
cívicas y políticas que respaldaran el acuerdo llegado
entre aquellos firmantes de Caracas. Un interesante asunto, que
preocupaba a casi todos los involucrados en la guerra civil, tanto
en el campo de la oposición, como en la cúpula del
batistato, y no en menor grado en la cancillería y agencias
de inteligencia norteamericanas que monitoreaban los acontecimientos,
era la posible actitud de aquellos jefes y oficiales profesionales
(los “militares dignos”) no comprometidos con las corruptelas
y desafueros de los generales, coroneles y comandantes del entorno
de Batista, y a los que se apelaba para que remediaran, con una
adhesión a la lucha revolucionaria, el descrédito
que las fuerzas armadas experimentaban desde su actuación
golpista seis años atrás. A éstos se les enviaba
un mensaje nada subliminal al recordar que los culpables del batistato
recibirían castigo de los vencedores, en tanto se asegurarían
los derechos y libertades de la población de la República.
(5)
Si el bando rebelde se encaminaba a tratar de erosionar
-o al menos atenuar tácticamente hasta momento más
auspicioso-, las numerosas aristas de discrepancia entre las opiniones,
personalidades y visiones en juego, y que se dejaban al futuro de
un triunfo que atisbaban posible, pero no inmediato en julio de
1958, la presidencia de la República y el supremo mando de
las fuerzas armadas -convencidos de la imposibilidad de conseguir
los resultados en el campo de batalla de la Sierra Maestra planeados
por Batista, el general Tabernilla Dolz y los mandos del Estado
Mayor Conjunto (EMC)- el mes de mayo anterior proyectaron un repliegue
de los batallones que aún mantenían posiciones en
las gargantas y estribaciones de las montañas, desplegándolos
hacia guarniciones de la premontaña y los llanos del Cauto,
con vistas a proteger los ingenios azucareros, las poblaciones inmediatas
y rutas de comunicación asociadas. La protección de
la próxima zafra se combinaba en la de los publicitados comicios
electorales de 3 de noviembre de 1958, por los cuales Batista, convencido
a regañadientes que su futuro en el poder era incierto, deseaba
abandonar el palacio Presidencial dejando asegurados hombres suyos
en los poderes del estado, de modo que, al estilo de lo hecho con
provecho político y personal en la segunda mitad de la década
de 1930, pudiera conservar el ascendiente político, el control
de las fuerzas armadas y la posibilidad de intervenir a gusto en
la vida cívica del país. Confiaba, al parecer, que
un alejamiento controlado contribuiría a desactivar la oposición
más moderada, recuperar la benevolencia diplomática
del Departamento de Estado de EE.UU. y reactivar la transferencia
de armamentos norteamericanos, y así poder derrotar en mejores
términos la insurgencia urbana y serrana. Bajo estos supuestos
el gobierno se hallaba impertérrito ante su descalabro militar,
que la censura de noticias de prensa local y el mutismo de los mandos
en Columbia intentaron escamotar a un público interesado
que, por lo general, tendía ya a sintonizar las emisiones
radiales originadas en la Sierra Maestra, que eran retransmitidas,
con anuencia de la nueva junta militar revolucionaria ahora en Miraflores,
por las cadenas radiofónicas de Caracas a todo el continente.
Varios partidos políticos de oposición tolerada (el
oficialista y batistano Coalición Socialista Democrático,
el Partido del Pueblo Cubano del expresidente Ramón Grau
-quien se retrajo luego- y el Partido del Pueblo Cubano con el respetado
C. Márquez Sterling) anunciaron su disposición de
participar en la dudosa convocatoria a las urnas, e insistían
en convertirse en equidistantes alternativas para una -improbable
a esa altura de las tensiones nacionales- solución negociada
a la crisis política. Con el declarado boicot de las fuerzas
oposicionistas que llegaron a emitir declaraciones que entrañaban
amenazas físicas e invalidaciones legales a candidatos que
se presentaran en listas electorales o hiciesen campañas
en zonas de operaciones rebeldes, inclusive llegándose a
sugerir a los candidatos el abandonar el país por su seguridad,
más el claro temor y desaliento de los electores a involucrarse
en un peligroso y amañado ejercicio de continuismo, el nivel
de abstencionismo fue altísimo. Con procedimientos de sainete
provincial y descrédito para las instituciones armadas, las
urnas fueron acondicionadas y los candidatos oficiales, encabezados
por el designado presidente Andrés Rivero Agüero, fueron
proclamados vencedores. Algunos estimados presentados por periodistas
norteamericanos que observaron el ejercicio, presentaban un abstencionismo
de casi 75% en La Habana y sobre el 98 % en Santiago de Cuba. El
mensaje de las elecciones fue desastroso para los mismos que intentaban
lucrar con ellas, y en particular entre no pocos de los oficiales
de las fuerzas armadas.(6)
Si en el plano político los descalabros
del gobierno, el absoluto descrédito de los partidos de oposición
tolerada y la consolidación de los esfuerzos del entorno
insurreccional, auguraban malos episodios para los seguidores de
Batista, el curso de la guerra civil tampoco parecía más
halagüeño para éstos, en especial tras la derrota
de la embestida contra los baluartes serranos del suroeste de la
provincia de Oriente. Unos escasos días antes de la carta
del coordinador del Frente Cívico a Eisenhower, el mando
rebelde declaraba vencido el esfuerzo gubernamental con una larga
exposición de los acontecimientos militares y la entrega
de los prisioneros militares a delegados de la Cruz Roja Internacional.
En el puesto de mando de operaciones del Primer Distrito Militar
(1DM), en Bayamo, el general E. Cantillo y sus oficiales hacían
recuento de las pérdidas y reagrupaban sus batallones en
una serie de puestos que intentaban establecer una suerte de cordón
defensivo en las inmediaciones o mismas estribaciones del macizo,
entre ellos, las poblaciones de Bueycito, Guisa, Estrada Palma,
Charco Redondo, Niquero, Pilón, Ocujal y La Plata. Otro tanto
practicaba el entonces jefe militar del 1DM (Oriente, exceptuando
Holguín), general Río Chaviano, en las comarcas entre
Santiago de Cuba, Guantánamo y Baracoa, por donde operaban
desde menos de medio año atrás las guerrillas del
segundo frente oriental, bajo Raúl Castro. Claro estaba para
los observadores, desde el campamento de La Plata hasta el cuartel
general en Campo Columbia, pasando por los campamentos del DR en
las sierras villareñas, que el ejército había
perdido una fundamental partida en la inepta campaña contrainsurgente
emprendida desde finales del año anterior. Durante mayo,
junio y julio, aunque las acciones de las fuerzas armadas de tierra,
aire y mar habían puesto en juego medios y fuerzas impresionantes
en comparación con el adversario a eliminar y haber logrado
ocupar casi el 90% del territorio rebelde en la Sierra Maestra en
dos direcciones estratégicas, a mediados de agosto, sus perdidas
físicas, no necesariamente catastróficas tomadas en
conjunto, pero dolorosas por separado, acentuaban la erosión
en la moral combativa de la tropa y la confianza de muchos oficiales
y clases: 1,000 bajas entre muertos y heridos, unos 400 prisioneros
y varios centenares de armas de todo tipo en manos de los rebeldes.
Éstos, lejos de haber sido destruídos, se sentían
envalentonados como para organizar una suerte de gobierno y administración
civiles en buena parte de la cordillera occidental de la Maestra
y -a partir de la orden de la comandancia general de la Plata a
los jefes de las columnas 2 y 8- decidían emprender acciones
ofensivas hacia otras comarcas de la Isla, enlazando allí
con seguidores y aliados ya presentes.(7)
¿Cuáles, pues, eran las condiciones
del enfrentamiento militar en la Isla durante las semanas que mediaron
entre la petición de Miró Cardona y el primero de
los estimados de la situación cubana por parte de las agencias
de inteligencia de la administración Eisenhower? Entre el
21 de agosto y el 24 de noviembre de 1958, una serie de acontecimientos
se precipitan en ambos bandos en puja.
Desde el 30 de agosto, el Ejército Rebelde
(7a)
destaca varias columnas operativas, de entre un mínimo de
25 a 75 y un máximo de 200 y 300 rebeldes cada una con el
propósito de extender las operaciones contra las tropas gubernamentales
afectas al 3er Distrito Militar (Las Villas), y enlazar con las
agrupaciones armadas del Directorio Revolucionario, el Segundo Frente
del Escambray y del M26 que allí actuaban, cortando la Isla
en dos secciones incomunicadas (columnas 2 y 8), así como
otras tres con destino a las inmediaciones de Santiago de Cuba (columna
9) y los montes de Camagüey (columnas 11 y 13), respectivamente.
Así, al dispersar los esfuerzos de las tropas del régimen,
éste, cada vez más inclinado a las tácticas
del repliegue, tendría a concentrarse en ingenios azucareros,
poblaciones y ciudades guarnecidas, a esperar por el ataque de los
guerrilleros, en plena posesión de las comarcas rurales y
zonas agropecuarias.(8)
Para apoyar el despliegue de las columnas 2 y 8
destinadas a cruzar por el sur de Camagüey con destino a la
Sierra del Escambray, la columna 9 se internó en el valle
aluvial del Cauto, reconociendo el despliegue de las fuerzas del
ejército sujetas a la jurisdicción de Bayamo, como
otras que defendían los accesos de Santiago de Cuba, mientras
obstaculizaban el trafico civil y comercial a lo largo de la carretera
y ferrocarril centrales, en las proximidades de Maffo, Contramaestre
y Palma Soriano. Su comandante, Matos, luego la dirigiría
a su habitual zona de operaciones, en el sector oriental de la Sierra
Maestra, hacia la capital provincial. Junto con estos despliegues
desde la columna matriz en La Plata y sus alrededores, la columna
3 pasó a El Cobre, uniéndose a las fuerzas de la 9
en iniciar posiciones para el asedio de Santiago de Cuba. Otra fuerza,
denominada como columna 12, se destacó en los límites
camagüeyanos, con la misión de interrumpir con voladura
de vías, puentes y minado de rutas, el tráfico ferroviario
entre Las Tunas y Guaimaro, como a lo largo de la carretera central
de Bayamo a Camagüey, complicando la remisión de tropas
desde el 1er.DM, zona de operaciones de Bayamo en refuerzo de aquellas
acciones emprendidas por la guarnición del 2do.DM en Camagüey,
contra las columnas en demanda de Las Villas. Con esta tropa debía
cooperar en apoyo a los invasores serranos la columna 11, que en
conjunción con algunos destacamentos de alzados rebeldes
en las sierras de Cubita y Najaza, convirtiendo la provincia de
Camagüey -donde estaba acantonado un regimiento de infantería
y en cuyo aeropuerto militar estaba destacada buena parte del escuadrón
de bombardeo del ejército, cuyos B-26 actuaban en las zonas
de operaciones de Bayamo- en otro problema táctico para el
EMC. No obstante, mientras que las columnas 2 y 8 se abrían
paso por el sur de la provincia, con más o menos oposición
enemiga, la columna 11 quedaba descalabrada en las proximidades
del central Macareño, cerca de Santa Cruz del Sur, en una
emboscada de las fuerzas armadas gubernamentales.(9)
El situar sus dos columnas en Las Villas, ha sido
calificado de “...jugada político-estratégica
decisiva para el triunfo castrista, pues situaba sus fuerzas guerrilleras
a unos 300 Km. de la capital; cortaba a la Isla en dos, incomunicando
La Habana de las tres provincias orientales que eran las más
grandes y ricas;...”, tanto como se adelantaba Castro a sus
aliados-rivales de la OA y el DR en el control militar de Las Villas,
como plataforma para la conquista de la capital una vez fuera derrotado
Batista y sus seguidores.(10)
El ejército, cuyos mandos no parecieron desconocer las implicaciones
de los desplazamientos de columnas guerrilleras desde la Sierra
Maestra en varios vectores, intentó detener los avances de
las columnas 2, 8 y 11 en dirección a los límites
entre Camagüey y Oriente, aunque se propuso, sin mayores logros,
conseguirlo entre las estribaciones de la Sierra y los cruces sobre
el Cauto. El EMC nombró un nuevo jefe del 2do.DM, con sus
correspondientes oficiales, y lo mismo hizo en el 1er.DM y 3er.DM.
Complementariamente, se designó un batallón de infantería
a Camagüey para interceptar las guerrillas de Guevara y Cienfuegos
en esa provincia y perseguirles en dirección de Las Villas,
a lo largo de septiembre y octubre.(11)
Sin embargo, a esas alturas, las fuerzas armadas
habían perdido la partida, estratégicamente hablando.
Y semejante apreciación era acumulativa: durante las fases
iniciales de la campaña antinsurgente se manifestaron las
deficiencias combativas de las fuerzas del ejército, la guardia
rural y la infantería de marina. Por lo general, no tendían
a mantener el contacto con los alzados una vez comenzado el intercambio
de fuego, ni, salvo el caso de algunos jefes y unidades, mostraban
especial atracción por la persecución de los rebeldes
“sierra adentro” o sacar ventaja de la superioridad
táctica en número, armamentos y poder de fuego que
los militares tendían a mostrar frente a sus adversarios
insurreccionales. Hay que reconocer que las tropas gubernamentales
tendían a ser mejores combatientes en posiciones defensivas
y mostraron más de un caso de resistencia prolongada, a pesar
de serias pérdidas ante los asaltos rebeldes. Comparativamente,
frente a los motivados y veteranos guerrilleros, las filas de los
alistados resultaban ser pobres en preparación física,
educación y motivación, en particular durante el último
semestre de la lucha. Los sargentos y clases, con largos servicios
y escasas promociones, no resultaban un material mejor dotado. La
oficialidad académica, con preparación profesional
adecuada y espíritu de cuerpo, estaba condenada a escasas
posibilidades de promoción regular, por la naturaleza francamente
política en la selección de mandos, destinos y el
reparto de preferencias en unas fuerzas armadas politizadas alrededor
del caudillo del 10 de marzo. Las conspiraciones que se iniciaron
temprano tras la toma del poder por Batista y sus paniaguados del
generalato, y que menudearon desde mediados de 1957 en adelante,
mostraron el latente descontento entre las filas de los oficiales
de carrera. Por otro lado, el ejército de la Republica en
1958 carecía totalmente de una doctrina contrainsurgente,
y sus consejeros de la misión militar norteamericana parecían
haber soslayado este asunto en sus lecciones, o al menos, los generales
de Columbia no parecieron pecar de desdén por esa posibilidad
en su momento, como demostraban sus tácticas represivas contra
las comunidades rurales en Oriente o las insurgencias subterráneas
en las ciudades.(12)
Entre la llegada de las columnas 2 y 8 a Las Villas
mediado el mes de octubre y los análisis vertidos en la sesión
de los representantes de las agencias de inteligencia norteamericanas
para potenciar la situación insular de 24 de noviembre, el
centro de gravedad de las operaciones comenzó a moverse hacia
las rutas y poblados de la porción central de la provincia
central, tanto como hacia los planos aluviales del Cauto, en particular
tras la proclamación de la orden de ofensiva general emitida
por la comandancia general del Ejército Rebelde en la segunda
semana de noviembre. Llegados a Las Villas los comandantes serranos,
se empeñan en una acelerada organización de la bases
guerrilleras del M26 en la serranía del Escambray (columna
8) como en las alturas del noreste de la provincia (columna 2).
Sus objetivos tácticos estaban fijados en interrumpir el
entramado vial de la provincia, en particular entre Sancti Spiritus
y Trinidad, y entre éstas y Santa Clara, con la destrucción
de pasos, puentes y viaductos a lo largo de la carretera central,
tanto como contra las instalaciones ferroviarias. Las avenidas de
acceso para las tropas del gobierno que se pudieran mover por tierra
entre La Habana y las guarniciones de Oriente quedaban expuestas
a interrupciones temporales y, a la larga, definitivas, forzando
al EMC a recurrir a los aparatos C-47 del escuadrón de transporte
de la fuerza aérea y a medios marítimos. Obligar a
dispersar las guarniciones sobre un territorio amplio y escabroso,
con la consiguiente vulnerabilidad de aquellos cuarteles o puestos
de tropas al asedio de los rebeldes, que así atarían
los refuerzos de alivio a emboscadas y sorpresas.
En tanto que los guerrilleros del Escambray, como
los de las serranías de la Maestra y Cristal fundaban sus
éxitos tácticos en la movilidad, flexibilidad en la
toma de decisiones y maniobras, adaptación al terreno y sus
recursos, como el apoyo de buena parte de la población rural
y urbana -enajenadas ambas por la ineptitud o crueldades de los
mandos militares o policiales-, las fuerzas armadas de la República,
en particular el ejército y la guardia rural, se decantaba
por la mencionada opción del repliegue de las comarcas montañosas
primero, luego -en especial durante los tres últimos meses
de la guerra civil- de los puestos menos protegidos, integrando
sus custodios a guarniciones más pertrechadas y acondicionadas
para la defensa pasiva, donde se esperaban mejores resultados del
poder de fuego y la combatividad de la tropa, que como hemos dicho
y experimentarían los rebeldes durante su empuje final en
dos provincias, podían entrañar serios impedimentos
para sus planes, en caso de contar los uniformados con oficiales
decididos. Uno de los propósitos principales que los generales
del EMC esperaban con la idea de abandonar selectivamente sus posiciones
en el teatro de operaciones parecía ser evitar que las avanzadas
y puestos militares fuesen cercados y capturados por separado, con
ventaja local de los rebeldes. También contaban con detener
las columnas insurgentes que se aventurasen a desafiar guarniciones
reforzadas fuera de los macizos montañosos, con el empleo
de ataques constantes y directos de los aparatos B-26 del escuadrón
de bombardeo (buena parte destacado desde el año anterior
en el aeropuerto de Camagüey, desde donde operaba contra la
Sierra Maestra), como de los del escuadrón de persecución,
dotado de F-47. Varios aparatos de ataque de la fuerza aérea
del ejército (FAEC) estaban destacados en las pistas de Santiago
de Cuba y Holguín. Sin embargo, se ha comprobado históricamente
que por lo general el empleo de estos aviones de combate, diseñados
para otras misiones que la contrainsurgencia, resultó poco
efectivo contra las elusivas columnas guerrilleras, excepto cuando
se emplearon contra posiciones fijas como poblaciones ocupadas por
los rebeldes. Por sabotaje, convivencia con agentes revolucionarios
o dudosa manufactura de las bombas de variopinta procedencia obtenidas
por el régimen tras el embargo de armas norteamericano de
marzo de 1958, cerca de la mitad de las bombas lanzadas contra la
zona rebelde no detonaron o erraban los blancos, si bien el resto
no dejó de ocasionar bajas y serios destrozos durante acciones
libradas en el noreste de Oriente o en Las Villas.(13)
La menguada voluntad combativa de los oficiales
y soldados de muchas de las fuerzas asignadas a detener los avances
rebeldes en las tres provincias centro-orientales de la Isla, no
parecía estimularse especialmente con la promesa de asistencia
aérea o el empleo de blindados en acciones de apoyo en territorios
llanos, más cuando era comidilla del descontento en los cuarteles
avanzados la ausencia de los altos oficiales del estado mayor, las
unidades divisionales o regimentales, por no decir de Batista, a
quien a despecho de castrenses bravatas de aniversario, no se le
esperaba en plan de inspección por las zonas de operaciones
villareñas u orientales, en esas críticas semanas
del conflicto. Entre el 16 de octubre de 1958, cuando llegan al
territorio de Las Villas las columnas del Ejército Rebelde
procedentes de Oriente, y el 12 de noviembre, cuando la comandancia
general del mismo dicta en La Plata el inicio de la ofensiva general
contra Santiago de Cuba, el ánimo de las fuerzas armadas
se teñía de “fatal derrotismo”, en particular
tras la complicidad de sus altos mandos con el espectáculo
electoral oficialista de inicios de noviembre, cuando comenzaban
a vertebrarse conspiraciones de oficiales en la capital y algunos
de los principales distritos militares, algunas unidades en campañas
optarían por desertar del régimen y adherirse con
pertrechos y bagajes a los rebeldes, que con habilidad les incorporarían
en su inminente avance, y cerca de una cuarta parte de toda la plantilla
de las fuerzas armadas, en particular aquellos alistados incorporados
desde antes de mayo, se calificaba como escasamente adiestrada y
preparada como para significar alguna variación táctica
en la contienda.(14)
Obligados a dispersar sus tropas, armamentos y
equipo logístico a lo largo de varios teatros de operaciones
en las tres más vastas provincias de la Isla, los generales
del batistato, a comienzos de noviembre de 1958 estaban forzados
a enfrentar un adversario que dictaba sus términos y momentos
en el noreste, centro y suroeste de Las Villas, las estribaciones
serranas dependientes de Bayamo, los alrededores de Santiago de
Cuba, las planicies que se extendían desde Guaimaro, por
Las Tunas, hasta Holguín, así como el valle de Guantánamo
y alturas circundantes. Las fuerzas armadas, principalmente los
batallones del ejército, estaban confinados cada vez más
a desplazamientos diurnos y convoyes protegidos por blindados e
infantería motorizada, a lo largo de carreteras y ferrovias,
e impredeciblemente sujetos a emboscadas, sorpresas y minados de
los sinuosos destacamentos de los revolucionarios locales. En Las
Villas únicamente -y a pesar de contar en el 3er.DM unos
2,000 efectivos entre soldados y guardias rurales, apoyados por
4 tanques medianos y 4 tanquetas, más una batería
de obuses de 75mm-, entre el 30 de octubre y finales de noviembre,
las tropas gubernamentales abandonaron o fueron forzadas a desalojar
los poblados de Venegas, Seibabo, General Carrillo, Iguara, Mayajigua
y Zulueta (esta última pérdida, recuperada y vuelta
a perder en dura disputa con los rebeldes).(15)El
EMC decidió reforzar el estado de cosas en Las Villas a finales
de septiembre, trasladando a Santa Clara al general Río Chaviano,
y prometiendo remitirle refuerzos por un batallón de infantería
y un pelotón de tanques medianos. El nuevo comandante distrital
tenía entre sus instrucciones el mantener las cinco guarniciones
que el ejército conservaba al norte de Las Villas, importante
distrito azucarero con varios centrales, ferrocarriles y puertos
de embarque: Yaguajay, Mayagijua, Zulueta, Meneses e Iguara, así
como un destacamento naval, el costero Caibarién. Como se
ha señalado antes, algunas de estas posiciones fueron sujetas
al plan de repliegue militar ante la presión de las columnas
llegadas a la provincia escasas semanas después del nuevo
jefe del 3er.DM, en tanto otras, como Zulueta y Yaguajay, más
adelante ofrecieron respetables quebraderos de cabeza a los comandantes
de las guerrillas combinadas del M26 y DR.(16)
En tanto Río Chaviano, Guevara, Cienfuegos
y Cubelas, practicaban sus respectivos pasos de baile tácticos
para desplegar fuerzas, medios y partidarios en el escenario villareño
a inicios de noviembre de 1958, a unos cientos de kilómetros
más al este, en la Sierra Maestra, se tomaban una serie de
disposiciones y emitían despachos encaminados a sumergir
Oriente en una fase decisiva de la confrontación. Castro,
desde su selvático altozano en La Plata, comenzó a
planear la ofensiva contra Santiago de Cuba, para lo cual integró
a su estado mayor aquellos oficiales del ejército que habían
sido tomados prisioneros durante la ofensiva y que desde el mes
anterior habían solicitado su adhesión al Ejército
Rebelde. La idea de maniobra apuntaba a soslayar Bayamo, con su
puesto de mando de operaciones y poderosa agrupación táctica
de operaciones que integraban 3,000 soldados organizados en un regimiento
de infantería, con 21 compañías ligeras; dos
baterías de artillería de campaña (obuses de
75mm); un batallón de blindados con una docena de tanquetas
y 3 tanques medianos Sherman, apoyados por secciones de ingenieros,
comunicaciones y sanidad. Era claro que las columnas rebeldes del
primer frente de la Sierra Maestra carecían de medios para
asediar o embestir semejante fuerza, en un terreno que resultaba
desfavorable para los barbudos, y donde los escuadrones de ataque
aéreo contaban con blancos más definidos.
De modo que la columna 1 tomaría un rumbo,
desde la vertiente norte de la serranía, encaminada a aislados
objetivos militares situados en la premontaña serrana, como
Bueycito, Guisa y Charco Redondo, cuyo ataque atraería a
emboscadas destructivas a las tropas de Bayamo. El siguiente eslabón
de avance apuntaría a llegar a las poblaciones de la carretera
central entre Bayamo y Santiago de Cuba, cortando las comunicaciones
terrestres entre ambas, y avanzar en dirección este, hacia
la capital oriental, reduciendo las posiciones gubernamentales en
el camino, en cooperación con otras columnas rebeldes más
próximas a Santiago de Cuba. Tales operaciones en las llanuras
del Cauto, incluirían como fuerza de ataque principal la
citada columna 1 (Castro) con unos 220 rebeldes armados y un centenar
de reclutas y auxiliares desarmados, cuyos flancos serían
cubiertos por los 245 guerrilleros de la columna 9 (Matos) y aquellos
bajo las órdenes de Almeida (columna 3, con 350 barbudos).
Ambas fuerzas serían de decisiva participación en
los movimientos de asalto contra las animosamente defendidas posiciones
del ejército en Guisa y Maffo. A lo anterior habría
de sumarse la maniobra de una importante columna procedente del
Segundo Frente Oriental (R. Castro) integrada por unos 2,000 guerrilleros
pertrechados y otro millar en espera de hacerse de armamentos del
enemigo, y que tenía como intención avanzar desde
sus reductos en las sierras de Sagua-Baracoa contra Santiago de
Cuba, en una horizontal este-oeste, para cercarla desde el norte
y este, de pasada cortando sus redes viales y ferrocarriles que
la enlazaban con San Luís, Songo y Guantánamo.(17)
La orden para iniciar las concertadas ofensivas
encaminadas a converger en Santiago de Cuba fue emitida, en 12 de
noviembre de 1958, por la radioemisora situada en La Plata, en texto
del propio Castro, para conocimiento de todos los jefes de frentes,
columnas y aquellos partidarios de los rebeldes en todos los vectores
de la lucha. Sin explicitar las interioridades del plan operativo
antes referido, se instruía interrumpir todo el tránsito
terrestre en los municipios orientales, así como tomar disposiciones
para aislar poblaciones y ciudades, con sus respectivas guarniciones.
También se advertía a las columnas de Raúl
Castro mantener el avance coordinado con el que iniciara la columna
1 desde la comandancia general, así como se recababa la cooperación
de las tropas rebeldes adscritas al Tercer Frente, en la dirección
de la capital provincial. Por su lado, Castro transmitía
a sus comandantes en Las Villas, así como aquellos situados
entre Holguín y Jobabo, activar sus acciones contra las carreteras
y ferrovias principales, para conseguir la interrupción de
todo traslado de tropas de combate con destino al teatro de operaciones
de Oriente.(18)
La columna 1, con la plana mayor de la comandancia,
escasos días después y con el oportuno recibo de un
apreciable cargamento de armas y municiones remitidos desde Venezuela,
iniciará el avance hacia el norte de la Sierra con el propósito
de sorprender la guarnición del poblado de las Minas de Bueycito,
someterla a hostigamiento y así provocar un refuerzo emboscable
desde el puesto de mando de la zona de operaciones de Bayamo. Una
indiscreción o activa vigilancia de los militares del puesto
les puso sobreaviso del avance de la columna rebelde, muy superior
a la tropa del enclave serrano. Ante la negativa del puesto de mando
de enviarles refuerzos por tierra, pues parecen haber intuido la
táctica rebelde en Bueycito, el oficial a cargo optó
por replegarse en dirección a Bayamo, dejando abandonada
la población, así algunos camiones y jeeps utilizables,
y donde, tras “...una inefectiva acción de retaguardia...”,
se personó la fuerza rebelde en 17 de noviembre de 1958.
Con el inesperado parque automotor cortesía de las desvanecidas
tropas, buena parte de la columna 1 se moverá en demanda
de Guisa, al este de Bueycito, tercera guarnición en importancia
de la comarca y objetivo principal de la ofensiva fidelista al pie
de la Sierra. (19)
En Guisa, apenas a 12 kilómetros de Bayamo
y su puesto de mando regional, se librará uno de los más
duros encuentros de la fase final de la guerra en Oriente, y donde
las tácticas y moral de ambos contendientes manifestaron
sus posibilidades y vulnerabilidades. Con su desenlace, estaba casi
decidido el destino político y militar de la contienda en
la principal provincia cubana. Justamente este encuentro se hallaba
en su momento climático cuando se discutía la situación
de la Isla por las agencias de inteligencia de la administración
Eisenhower, quizás por ello podemos dedicar algunas observaciones
acerca de sus episodios. A lo largo de una decena de días,
entre el 19 y 30 de noviembre de 1958, la columna 1 (Castro), con
la asistencia de otras fuerzas del Ejército Rebelde que operaban
en el valle del Cauto -la columna 3 (Almeida) encargada de situarse
en las colinas al norte de la plaza, y la 9 (Matos) que se ocupó
del minado de la ruta de avance de los medios blindados del enemigo-,
libró cinco combates contra tropas destacadas por el puesto
de mando de Bayamo, que intentaban un avance frontal para reforzar
la guarnición de Guisa, a su vez fijada y hostigada por los
barbudos. Los rebeldes, atrincherados en las alturas que circundan
el poblado de Guisa, así como a ambos flancos de la vía
que, partiendo de la carretera central que la une con Bayamo y Santa
Rita, contaban la ventaja de atrincheramientos que dominaban el
paso obligado de las fuerzas motorizadas procedentes de la agrupación
de combate, así como de los varios puentes que cruzaban algunos
pequeños cursos de agua, de laderas lodosas y algo incómodas
para el vado de vehículos. Tal aprovechamiento del terreno
por parte de los guerrilleros serranos, y la hábil disposición
de su armamento pesado (ametralladoras 30mm, morteros 81mm), les
permitiría defenderse y obstruir el avance de varias sucesivas
columnas de camiones apoyados por carros blindados, y luego, de
otras unidades de infantería, que cubrían el avance
de tanques medianos Sherman, con apoyo directo de obuses de 75mm
y ataques de los bombarderos B-26, que martilleaban las posiciones
rebeldes entre la carretera central y el pueblo de Guisa. El empleo
de la topografía, los ataques nocturnos y en particular los
potentes ingenios dinamiteros situados en puentes y carreteras,
hicieron no escasa mella entre las tropas enviadas a levantar el
asedio. De hecho, las principales acciones se dieron sobre los accesos
más que en el poblado propiamente, y no faltaron algunos
reveses rebeldes.(20)
Duros combates favorables a los rebeldes y sus
emboscadas se escenificaron el 20 de noviembre, a lo largo de la
carretera contra un convoy custodiado, y dos refuerzos de tropa
apoyada por carros blindados, uno de estos destruido por minas.
Al parecer, tras el repliegue de las columnas punitivas, con buena
copia de bajas y armamento abandonado, Castro y sus oficiales creyeron
que en el puesto de mando de Bayamo se había recibido un
serio encontronazo, y reagruparon fuerzas en Santa Bárbara
y San Andrés, algo distantes de sus puntos de combate. Por
lo que su estupor, más la ira del caudillo serrano, resultaron
mayúsculas cuando el 21, frente a las abandonadas posiciones,
un nuevo refuerzo de tropas de Bayamo, al amparo de un tanque mediano,
llegan hasta el cuartel de Guisa, refuerzan su dotación de
una compañía con un pelotón, y desaprovechando,
casi por pusilanimidad, una extraordinaria ocasión de desalojar
a los rebeldes con la ocupación de las alturas de la carretera,
retornan a Bayamo. El mando rebelde, ahora reforzado con armas pesadas,
ordena retomar las posiciones abandonadas a ambas márgenes
de la vía e impedir cualquier otra ruptura.
El Estado Mayor del Ejército (EME) y sus
oficiales en Bayamo inician un despliegue de unidades desde Estrada
Palma y Yara, así como se convocan, como posibles reservas,
otras fuerzas situadas en Manzanillo y Palma Soriano. Todas convergen
en dirección del puesto de mando bayamés, para reforzar
su agrupación de combate. En total, 14 compañías
sueltas de jefatura e infantería, un batallón de infantería,
dos pelotones de tanques, uno de ellos de Sherman y una batería
de obuses de 75mm. En total, alrededor de unos 1,800 efectivos,
con seis tanques y seis piezas de artillería. El avance,
motorizado y apoyado por blindados se moverá por la ruta
obligada en dirección a Guisa, librándose un serio
intercambio el 27 de noviembre, el más severo de toda la
sucesión de combates en esa dirección. Pronto, una
columna de 14 camiones y 2 tanques ligeros queda atascada bajo la
combinación de minas, morteros y fuego pesado de los rebeldes
en las alturas. Atrapada a mitad de ruta, con numerosas bajas de
oficiales y tropas, forzará un nuevo refuerzo desde la carretera
central, esta vez de otra fuerza motorizada, precedida por dos Sherman,
a su vez cubierto por fuego de obuses. La artillería de ambos
ocasiona serios destrozos con fuego directo sobre los atrincheramientos
y armas pesadas de los rebeldes, con bajas de éstos. La aviación
de bombardeo, con una decena de B-26, hostiga posiciones rebeldes
en los lomeríos circundantes a la carretera y el poblado
de Guisa. Tal presión facilita la evacuación de las
tropas atrapadas y de uno de los tanques ligeros, en la noche del
27-28 de noviembre, no sin una serie de encuentros nocturnos, los
favoritos de los rebeldes, a lo largo de una ruta pantanosa donde
varios vehículos de municiones quedan abandonados, aunque
la mayor parte de la fuerza maltratada puede retirarse hacia Bayamo.
El botín no podía ser más estimulante, con
un carro blindado, más de una docena de camiones, miles de
cápsulas, armas y provisiones. Las bajas estimadas entre
los militares, en ese destructivo encuentro, parecieron rondar los
160 efectivos. Aprovechando la retirada de los soldados, el mando
rebelde intentó emplear este armamento y la tregua para rendir
la guarnición de Guisa, lo que no consiguió forzar,
resistiendo con tenacidad los asaltos en su contra.(21)
La decisión del EME demostró de nuevo
la ausencia de voluntad de combate que los jefes principales y distritales
habían hecho característica de sus actuaciones en
la guerra civil, la cada vez más patente actitud de los generales
comprometidos con el batistato, caracterizados por su incompetencia
y servilismo, su ignorancia supina del arte militar y alejamiento
de las realidades de los teatros de operaciones, erosionaban la
moral de oficiales y tropas, cuya decisión de aplastar un
adversario inferior en medios y números, a decir de un historiador
de estos hechos, se evaporaba con celeridad a finales de 1958.(22)
Aunque en función de una evacuación, algún
atisbo de ingeniosidad se expresó en el plan diseñado
para abandonar la posición de Guisa, que los rebeldes, por
espacio de una semana, aún no conseguían reducir.
Con vistas a crear una serie de diversiones al mando rebelde, habituado
a la cerril persistencia de las tropas en enfilar una sola dirección
hasta entonces, se establecieron tres avenidas convergentes en el
poblado de Guisa, y que se originarían: una, en Santa Rita
(un batallón especial) debía entrar al este del poblado;
otra, una poderosa agrupación táctica “A”
(1,800 efectivos), que partiría desde Bayamo hacia Guisa
por la carretera cubierta por las posiciones rebeldes, atrayendo
su atención; la tercera, con obuses y tanques medianos, con
otra agrupación táctica “B” (1,600 hombres),
se movería por las alturas al oeste de las posiciones rebeldes
amenazando su flanco. El avance, al romper el día 30 de noviembre,
sería precedido por una serie de ataques de los B-26 provenientes
de Camagüey, contra posiciones de la columna 1. Luego los tanques
Sherman de la agrupación “B”, cubiertos por los
obuses de 75mm, se apoderarían de las alturas al oeste, atrayendo
la atención de todas las fuerzas rebeldes hacia las alturas
y la carretera, por donde desembocaba la agrupación “A”.
Fijada la atención de los rebeldes y sus jefes, el batallón
especial, deslizándose por caminos vecinales al oeste del
río Cautillo, penetró en Guisa e inició, sin
oposición alguna, la evacuación de la tropa de guarnición
y civiles afectos, lo que se ejecutó hasta la carretera central
y Bayamo (23).
Caído el día, las agrupaciones tácticas abandonan
sus posiciones, y tras convencerse que no volverían, las
tropas de la columna 1, bajo Castro, entran en Guisa. Aunque la
maniobra de los jefes de operaciones había resultado en una
combinación inusualmente efectiva, y Castro, por segunda
vez en Guisa, había sido burlado tácticamente por
los militares, el abandono de éstos le concedía una
resonante victoria estratégica, que la radio serrana se encargaría
de difundir por el éter. Con Guisa en su poder, el Ejército
Rebelde apuntaba, ahora que se iniciaba el último mes del
año, a operaciones concertadas sobre la carretera central,
por Charco Redondo, Santa Rita y Jiguaní, con vistas a aislar
a Bayamo (y su agrupación de combate) de Santiago de Cuba
(con significado político, emocional y numerosa guarnición),
para luego embestir ésta. A ese fin común, mientras
se peleaba en Guisa, la columna 9 había entrado en el pueblo
de El Cristo, en tanto que las unidades del Segundo Frente se situaban
en Alto Songo. Justo el 1 de diciembre, se acordaba en las sierras
escambraicas el pacto de Pedreros, documento que formalizaba la
cooperación entre las unidades guerrilleras del Ejército
Rebelde y el Directorio Revolucionario, para impulsar acciones militares
conjuntas en Las Villas hasta la derrota de las fuerzas armadas
del 3er.DM y la caída del régimen.(24)
La impresión de no poderlo impedir, ahora imperante en La
Habana, no podía ser menos desalentadora.
Un estimado, una apreciación: 24 de noviembre
de 1958.
En ese día fueron convocados los representantes
de las principales agencias de inteligencia que participaban en
el Buró de Inteligencia de los Estados Unidos (U. S. Intelligence
Board, USIB), para la discusión de los respectivos informes
y opiniones con respecto a la situación política y
militar en la República de Cuba a esa altura del mes de noviembre,
en especial tras las elecciones convocadas por el gobierno en 3
de noviembre. En la ocasión, participaron, con funcionarios
de la Agencia Central de Inteligencia actuando como coordinadores
del estimado, funcionario del rango del director de inteligencia
e investigación del Departamento de Estado; el jefe de estado
mayor asistente para inteligencia del Departamento del Ejército;
el jefe asistente de operaciones navales para asuntos de inteligencia,
Departamento de la Marina; el jefe de estado mayor asistente para
inteligencia de la Fuerza Aérea; el director de inteligencia
del Estado Mayor Conjunto y el asistente del Secretario de Defensa
para operaciones especiales. También, el importante director
de la Agencia de Seguridad Nacional, tanto como el representante
de la Comisión de Energía Atómica y el director
asistente del Buró Federal de Investigaciones. Todos participaron
en la discusión, aunque estos dos últimos funcionarios
hicieron constar su abstención en las conclusiones, por ser
el sujeto de discusión materia ajena a sus competencias.(25)
El documento, originalmente marcado como secreto,
es en sí bastante breve, de apenas siete folios impresos
y dividido en tres secciones: el planteamiento del problema, unas
conclusiones generales con acotaciones y reservas anotadas y el
resumen de los tópicos discutidos en los planos de la política,
la campaña militar, elecciones y grupos políticos,
así como posibilidades del ejército en la crisis.
La naturaleza de los principales participantes en la reunión,
permite suponer varias posibilidades de fuentes de información
abiertas o encubiertas, pues es sabido que mediante ciertos funcionarios
de la embajada americana en La Habana, o el consulado en Santiago
de Cuba, agentes de información del Departamento de Estado
y probablemente de la Agencia Central, calibraban la situación
y mantenían contactos más o menos autorizados con
miembros de la resistencia urbana del M26 y RC, figuras políticas
y miembros de la sociedad y prensa, en tanto que el embajador o
los oficiales de la agregatura militar o de la misión militar
en Columbia, estaban en contacto con Batista, sus generales más
comprometidos y otros personeros del oficialismo. Los militares
involucrados en conspiraciones contra Batista, probablemente mantenían
algún tipo de contacto indirecto o directo con funcionarios
de agencias del gobierno americano, y les sugerirían opciones
para solucionar la situación. La inteligencia naval en la
base de Guantánamo estaba, de seguro, al tanto de la situación
política y militar en Oriente, por la inmediatez de los acontecimientos
y los varios incidentes que involucraron a civiles y marinos norteamericanos
en aquellas comarcas, especialmente con los rebeldes de Raúl
Castro, y la existencia de contactos clandestinos del M26 urbano
dentro de la estación aeronaval americana.(26)
El planteamiento del problema durante la sesión
es simplemente directo: “Analizar la presente situación
en Cuba y estimar los probables desarrollos en meses inmediatos.”
Y la discusión se orienta a evaluar el asunto que a juicio
de los miembros de la USIB resultaba fundamental en el posible curso
de la situación isleña: las fortalezas y debilidades
del M26 y su caudillo Fidel Castro, que se identifica inequívocamente
como una figura determinante en la organización revolucionaria.
A juicio de los analistas, a la fecha se había producido
una suerte de equilibro en la lucha que asolaba la Isla: “(...)
Castro ha sido incapaz de levantar suficiente apoyo popular para
derrocar el régimen de Batista, pero éste, en sí
mismo, ha sido impotente para impedir la extensión de las
guerrillas de Castro (...).” Probablemente aludiendo al fracaso
de la convocatoria a huelga masiva y alzamiento armado urbano de
abril anterior por parte de la dirigencia fidelista, tanto como
el descalabro de la ofensiva militar batistiana contra la Sierra
Maestra en junio y julio pasados, se reconocía que a la fecha
las guerrillas del M26 dominaban vastas regiones rurales de la provincia
de Oriente y “...pequeños grupos de rebeldes también
operaban en otras partes de la isla.(...)”. Se recordaba que,
desde 1956, “las fuerzas armadas de Castro” habían
pasado de ser un puñado de expedicionarios a “...su
presente estimado de una fuerza superior a los 5,000 hombres...”,
aunque éstos eran todavía incapaces de desafiar al
ejército en combates sostenidos en terreno abierto, se desempeñaban
con efectividad en la guerra de guerrillas (27).
Vale recordar que, para el momento de la redacción del documento,
el Ejército Rebelde libraba una acción de envergadura
alrededor de Guisa, contra las fuerzas de operaciones del ejército
sitas en Bayamo, donde las tácticas y ardides de las guerrillas
serranas se combinaban con la defensa de atrincheramientos en posiciones
elevadas defendidas con armas pesadas, contra unidades de carros
blindados e infantería motorizada.
Por otro lado, se apreciaba correctamente la situación
al mencionar que el transporte terrestre estaba virtualmente paralizado
en Oriente, lo que incluía “...un efectivo bloqueo
terrestre de Santiago, la segunda ciudad de Cuba (...)”, en
tanto que en poblaciones menores de la misma región, los
rebeldes habían ocupado posiciones temporalmente, para abandonarlas
luego por voluntad propia. Y la actividad de los rebeldes no se
detenía en los límites orientales, pues en la vecina
Camagüey, controlaban por entonces varios distritos rurales
y hacían azarosa la transportación por carreteras
y ferrocarriles. El M26 también contaba con extendida presencia,
especificaba la discusión de la situación muy avanzado
noviembre de 1958, por las provincias del centro y occidente de
la Isla. Es significativo que el análisis hace justicia a
un componente de la historia insurreccional que, como hemos referido,
ha sido subsumida en posiciones secundarias en la historiografía
del castrismo: “(...) Una organización clandestina
rebelde opera en la mayoría de las ciudades y funge como
enlace con otros grupos de oposición dentro y fuera de Cuba.
El movimiento cuenta con organizaciones de apoyo en los Estados
Unidos y varios países latinoamericanos, notablemente Venezuela
y México, de donde ha recibido significativo apoyo financiero
y logístico.”(28)
Los funcionarios reunidos para estimar los asuntos
cubanos, al interpretar el panorama político de las facciones
revolucionarias, señalaba la formación del Frente
Cívico Revolucionario, en Caracas y en verano de 1958, integrado
por representantes de “todos los grupos revolucionarios opuestos
al régimen de Batista, excepto los comunistas, quienes fueron
deliberadamente excluidos (...)”. Era la finalidad de tal
acuerdo conseguir la unidad de todas las entidades y esfuerzos de
lucha para alcanzar la completa derrota del gobierno. El Frente
Cívico se ha enfocado principalmente en actividades en el
exterior de Cuba, en particular de propaganda y obtención
de recursos para los combatientes urbanos y rurales en la Isla.
No obstante este ejercicio de concertación, los analistas
de inteligencia norteamericanos no dejaban de percibir el peso de
la personalidad de Castro en el escenario general de los acontecimientos:
en particular lo que con agudeza definen como su “...ausencia
de claridad acerca de sus objetivos mas allá de la eliminación
de Batista (...)”, que alimentaba no escasas suspicacias entre
muchos líderes revolucionarios de organizaciones distintas
a las del entorno fidelista, con respecto a sus visiones estratégicas
para la República una vez triunfase la causa revolucionaria.
A despecho del protagonismo constante de Castro a lo largo de los
dos últimos años, sus “infrecuentes pronunciamientos”
que pudiesen considerarse programáticos, reflejaban “...un
programa no bien definido, aunque indicaban una definida preocupación
por la reforma agraria y la regulación de los fondos públicos
(...)”.
En citas del propio caudillo revolucionario, se
notaba que de triunfar la insurgencia, la dictadura de Batista sería
sustituida por “un gobierno civil provisional” bajo
la presidencia del Dr. Manuel Urrutia y con un gabinete ampliamente
representativo de la mayoría de los grupos políticos
de la Isla. Una nota explicativa, sin embargo, considera que el
designado ejecutivo es un letrado respetable, pero de escasa proyección
en el país, por su carácter de magistrado provincial,
y lo que es más significativo, se le tilda de contar con
muy reducida experiencia para enfrentarse a los complejos problemas
políticos del nuevo régimen posbatistiano. ¿Acaso
una intuitiva percepción de Urrutia como una concesión
civilista circunstancial por parte de un Castro con aspiraciones
ulteriores? ¿O desconfianza que un desconocido letrado pudiera
cimentar una transición, cuando la mayoría de los
analistas del estimado parecían suscribir la opción
de un gobierno provisional integrado por elementos políticamente
más sólidos? Las suposiciones quedan abiertas. Claro
es que Urrutia era percibido como un sostenedor de la idea de la
provisionalidad del gobierno que sucedería a Batista en el
Palacio Presidencial, en favor de un régimen democrático
constitucional, mientras que Castro no era transparente con respecto
a su posición en el gobierno provisional revolucionario:
las agencias de inteligencia estaban impuestas de que no permanecería
al margen del poder y era probable “...que esperara ocupar
una posición de máxima influencia.”
Es interesante otra observación acerca de
Castro y sus relaciones con los moderados aliados del Frente Cívico,
aunque discutible para un observador más apegado al terreno.
El caudillo serrano había atraído a sus filas un espectro
variado de seguidores, entre ellos respetados representantes de
instituciones y grupos empresariales, religiosos y cívicos,
pero en términos populares “...no había sido
capaz de ganar apoyo generalizado”, y en ello había
influido su secuencia de fallidas apelaciones a una huelga general
a escala nacional, “...principalmente por su inhabilidad de
obtener apoyo en La Habana.” Afirmación en lo fundamental
acertada, puesto que, descartando los audaces comandos del M26 y
el DR, ambos muy afectados y presionados por las acciones del régimen
en una lucha mucho más dura que la librada en las montañas,
La Habana discurría en una dimensión social muy alejada
de la virtual insumisión de Santiago de Cuba. Por ello con
cierta mordacidad el embajador de España, al referirse a
las exhortaciones fidelistas de finales de marzo e inicios de abril
de 1958 a favor de una total embestida contra sus adversarios, escribía
a sus superiores: “La primera semana de guerra total ha transcurrido
pacíficamente en La Habana.”
Donde el estimado pecaba de inexactitud en sus
fuentes y apreciaciones, lo que puede explicarse en parte por las
relaciones con los delegados revolucionarios en el exilio norteamericano,
era en considerar que los integrantes del Frente Cívico,
ubicados en Caracas, superaban en influencia popular al indiscutido
jefe de las guerrillas y milicias urbanas del M26. Como también,
con una clásica interpretación del juego político
al uso en los Estados Unidos, sostenían que Castro no había
logrado convencer a la mayoría del pueblo cubano que su programa
y personalidad eran la opción frente a Batista.(29)
El caudillo en ciernes no estaba forzado a competir por la voluntad
de una mayoría que, en definitiva y como siempre así,
se mantenía al margen y a la expectativa de los acontecimientos
en espera de decantarse por un vencedor que aclamar una vez que
el (generalmente detestado) Batista fuese desplazado en el poder
por el mentado, pero aún potencial vencedor de Oriente. Castro
intuía, según se deriva de sus escritos y expresiones
de entonces, que la victoria seria próxima y total, y las
armas, junto con los inevitables cambios de corriente en el ánimo
de adversarios e indiferentes, le ganarían el ascendiente
que ya contaba entre sus partidarios. Si bien entre la mayoría
de los sectores moderados -entre los cuales se hallaba la jerarquía
de la iglesia católica, y parte apreciable de la población
urbana de la capital- la posibilidad de hallar una solución
negociada del autoritarismo cuartelero marxista (29a)
constituía el escenario más apropiado ante la crisis,
y ciertamente Cuba mantenía en 1958 una situación
económica que el informe calificaba de “relativa prosperidad
económica”, la polarización de los acontecimientos
sólo abría campo a una decisión política
salida del campo de batalla. Los funcionarios reunidos en consejo
eran también de la opinión que ciertos sectores influyentes
de la vida cubana -como los sindicatos ya habían demostrado
durante los llamamientos de paro político- no estaban dispuestos
a hacer oposición a Batista, bajo cuyo gobierno se habían
beneficiado. Su apreciación del ánimo del país,
sin carecer de aceradas frases, se resumía polémicamente:
“(...) A despecho del generalizado desprecio por Batista,
poco entusiasmo popular se ha generado por Castro fuera de la provincia
de Oriente, al menos en parte debido a que sus operaciones [militares]
han estado marcadas por destrucción de propiedad y actos
irresponsables de violencia.”(30)
En otra porción de su análisis de los tópicos
políticos cubanos en la tercera semana de noviembre de 1958,
se abordaban dos asuntos que generaban opiniones contradictorias
entre oficialistas y revolucionarios. Uno, la posición de
los comunistas criollos, otro, el de la convocatoria a las elecciones
del régimen, con la pretensión de hallar una “avenida
electoral” a la crisis estructural del batistato.
El documento señala que, en contraposición
de lo acontecido a inicios de año en Venezuela, el movimiento
revolucionario en Cuba no parece contar con las simpatías
o participación perceptible de los comunistas locales, cuyo
Partido Socialista Popular era deliberadamente excluido de las estructuras
del M26 y del Frente Cívico Revolucionario. En el caso de
este último cuerpo constituido en Caracas, no han faltado
las aproximaciones, presiones y obstáculos para con su desempeño
en el estado sudamericano por parte de los comunistas venezolanos,
con la finalidad de que el Frente considerase a los seguidores de
Blas Roca y Aníbal Escalante como interlocutores en el “plan
de unidad” de todos los sectores revolucionarios antibatistianos.
Sin éxito alguno, debemos apuntar, lo que sugirió
a los astutos estalinistas criollos intentar avenidas paralelas
de acceder a los futuros vencedores en detrimento de los vínculos
políticos, de varios lustros atrás si bien ahora deteriorados,
con Batista. La interpretación de inteligencia sugiere que
el control de Castro sobre sus guerrilleros no resulta tan férreo
como para que pueda prevenir toda infiltración de los comunistas
entre sus comandantes rurales y milicias urbanas, aún si
este fuese su propósito confeso. Con precisión los
informes discutidos señalan la presencia de “un puñado”
de elementos simpatizantes del PSP en el movimiento fidelista, en
particular entre las filas de Raúl Castro, donde desempeñan
“posiciones moderadamente importantes”, no faltando
tampoco en aquellos escalones inferiores de las delegaciones del
M26 en México. Los comunistas, experimentados políticos,
encuentran una excelente ocasión de la que sacar partido
con su adherencia a la línea nacionalista y antidictatorial
que permea el discurso de los revolucionarios en lucha contra el
régimen. En la medida que el movimiento revolucionario demore
su derrota del gobierno de Batista, es posible que el Frente Cívico
y Castro se vean expuestos a presiones o consideraciones tácticas
que les fuercen a ampliar las fuentes de asistencia, y aquí
los comunistas hallen una posibilidad de convertirse en socios revolucionarios
respetables.(31)
Sin dudas, los miembros de la comunidad de inteligencia
poseían muchos más datos que aquellos que puedan inferirse
de su análisis del lugar de los comunistas cubanos. Partido
político bastante desacreditado por sus cabriolas tácticas
y oportunismos de todo tipo que los llevaron a aliarse con el dictador
Gerardo Machado en vísperas de su caída y en particular
con el general Fulgencio Batista, desde finales de la década
del Treinta, en cuyo primer gobierno disfrutaron de ministerios,
alcaldías y prebendas; opuestos y descalificadores, en la
mejor tradición de las tácticas moscovitas de la época,
de las intentonas pequeño-burguesas y golpistas de Castro
en 1953 o del Directorio Revolucionario en 1957, con su adiestrado
olfato político y extendido servicio de inteligencia, tras
la derrota militar de las fuerzas armadas de Batista en agosto de
1958, las tornas variaban en un rumbo que exigía definiciones.
De ahí la ampliación de los contactos iniciales y
remisión de algunos comisarios políticos que Raúl
Castro (vinculado de antes con frentes juveniles del partido) situaría
en misiones de “educación política” de
los soldados rebeldes, en “organización de las masas
rurales”, asesoría en reforma agraria y en particular
la creación de un sistema de inteligencia y seguridad políticas
en sus reductos de la Sierra Cristal, y que constituirían
el rudimento de las organizaciones establecidas después de
enero de 1959. Por otro lado, uno de los más notables ideólogos
del partido marxista criollo sería enviado a la comandancia
general del Ejército Rebelde, como una suerte de representante
de la dirección partidista en la Sierra Maestra, aunque,
a juzgar por los testimonios, Castro no le concedió especiales
favores entonces.(32)
Con respecto a las posibilidades de que el gobierno
designado por el régimen -y tras las elecciones de 3 de noviembre,
para crear, en palabras del oficialismo, “un ambiente de legalidad
en el país que abriese camino a la solución”-
pudiese revertir “...el estado de violencia política
promovida por la creciente oposición...” a lo largo
de toda la Isla, por medios que no fuesen la prolongada suspensión
de las garantías constitucionales y las cada vez más
autoritarias medidas de estado, parecían inalcanzables. El
gobierno de Batista había prometido acatar los resultados
de la convocatoria y para ello se autorizó a los partidos
políticos hacer sus campañas, pero, se nos refiere
en el estimado, la ausencia de las garantías constitucionales
por espacio de dos años a la fecha llevó a mínimas
actividades electorales agravadas por una palpable y generalizada
apatía por la consulta “...aún en aquellos lugares
donde los rebeldes eran incapaces de interferir con el proceso de
votación (...)”. Los miembros de la sucesión
escogidos por Batista, así como en las bancas congresionales
y otras posiciones del estado resultaron ser todos de la coalición
política gubernamental. Los analistas atribuyen la victoria
de Rivero Agüero -aún en el caso que hubiesen sido ciertamente
libres- al respaldo de la poderosa maquinaria política y
propagandística gubernamental, como a la poquedad de una
oposición carente de unidad y francamente débil, aún
así, y el estimado dejaba abierto un discreto margen para
toda especulación sobre el ejercicio electoral de inicios
de noviembre, “...bajo las caóticas condiciones internas
puede parecer poco más que una farsa.”(33)
Un tópico significativo recibió la
particular atención de los analistas del USIB: el papel y
lugar de las fuerzas armadas en la crisis y su solución posible.
Tema que ya se estimaba como un elemento de las ecuaciones de la
oposición revolucionaria, naturalmente incluido Castro, como
de los diplomáticos extranjeros y los más importantes
personeros del gobierno, con o sin el conocimiento de Batista. Por
ello la redacción del estimado sintetizaba en una frase definitiva:
“El apoyo continuado de las fuerzas armadas es el principal
factor en la retención del poder por parte del régimen
de Batista.(...)”. Al apreciarse la actitud de los principales
jefes militares del entorno de la dictadura, se resaltaba la opinión
extendida entre éstos que una victoria de Castro y sus seguidores
“...tendría adversas consecuencias para con sus posiciones
militares y destinos personales, e inclusive las vidas de algunos
de ellos pudiera estar en evidencia.” Hasta el momento de
analizarse la información procedente de la Isla, si bien
las fuerzas armadas cubanas habían comprometido gran parte
de sus tropas y medios en las regiones orientales del país,
aún conservaban el control de las áreas urbanas. Un
elemento negativo para la conducción de las operaciones contra
lo rebeldes era el hecho que “...había sido necesario
mantener las más confiables y efectivas unidades del ejército
en La Habana para proteger el régimen.(...)”(34),
sugiriéndose un grado de incertidumbre en el principal centro
de poder político del gobierno, donde las acciones de represión
de los comandos urbanos y de la resistencia cívica habían
sido por lo general más favorables a los representantes del
estado, en particular tras el fallido intento insurreccional de
abril de 1958. De modo que habría que preguntarse a partir
de esta afirmación del informe, si el mantener fuerzas militares
acantonadas en Campo Columbia, La Cabaña, Managua y San Antonio
de los Baños, ¿no estaba más bien dirigida
contra la siempre latente probabilidad de movimientos conspirativos
surgidos del seno de la oficialidad y la tropa, como ya había
acontecido en las desbaratadas intentonas de abril de 1956 y marzo
de 1958?
Al evaluarse la calidad y experiencia de las unidades
retenidas en La Habana y otros destacamentos del 5to.DM con respecto
a las tropas empeñadas en operaciones contra la insurgencia
en Cuba oriental, la observación de los funcionarios de inteligencia
se centraba en la dudosa utilidad de semejantes destacamentos para
las misiones que el gobierno esperaba que cumplieran con ciertos
resultados: “(...) Las fuerzas comprometidas en el terreno
contra las guerrillas han estado compuestas principalmente de conscriptos
procedentes de áreas urbanas incapaces de adaptarse con celeridad
a las durezas de las operaciones antiguerrilleras. Esas fuerzas
están inadecuadamente dirigidas, entrenadas, equipadas y
abastecidas para las operaciones necesarias para desarticular las
guerrillas (...)”. A estos serios inconvenientes que plagaban
las acciones de los regimientos, batallones y compañías
que tenían a su cargo enfrentar la cada vez más efectiva
propagación de las fuerzas rebeldes entre Cienfuegos y Baracoa,
el informe señalaba lo que resultaba el punto de debilidad
principal de las fuerzas armadas de la República en noviembre
de 1958, “(...) Su principal deficiencia, sin embargo, es
que, comparado con la poderosa motivación de los rebeldes,
carecen de la voluntad de combatir (...)”, de modo que resultaba
explicable que las operaciones de combate del ejército en
la provincia de Oriente no fuesen más que una suma de inefectividades
y que hubiesen producido deserciones de algunas tropas regulares
al campo rebelde, en particular, añadimos, en la estela de
las derrotas experimentadas entre junio y julio anteriores. Si el
ejército de tierra era sujeto a éstas muy poco caritativas
vivisecciones de su desempeño en el teatro de operaciones,
las jefaturas y fuerzas de la Marina de Guerra y de la fuerza aérea
del ejército (FAEC) no quedaban más lúcidas
en el estimado, pues se les tildaba de incapaces, con los recursos
a su disposición, de interceptar (y suprimir en consecuencia),
las remisiones de pertrechos y recursos que los rebeldes recibían
del exterior por medios marítimos y aéreos.(35)
Los redactores del estimado SINE 85-58 se plantearon
algunas reflexiones que debían servir como referencia para
interpretar los acontecimientos que se consideraban como más
probable en la Isla. En el campo político, las opciones presentadas
por el gobierno, fuesen la implementación de los “resultados”
de las controvertidas elecciones de noviembre, o cualquier intento
de Batista de retirarse de la atención publica, tendrían
muy escasas posibilidades de propiciar una solución a la
crisis cubana, al menos desde una perspectiva favorable a los sectores
comprometidos con el gobierno. Una salida del país del dictador,
a pesar de las reiteradas declaraciones de Batista negando considerar
siquiera semejante posibilidad, dejaría al gobierno que le
sucediera (y lo facilitara) en una muy precaria posición
frente a la oposición revolucionaria, pues resultaría
casi imposible convencer ya fuese a Castro y sus rebeldes o a la
población de la Isla que el nuevo estado de cosas, “...no
es más controlado por las fuerzas e intereses que han mantenido
al dictador en su posición (...)”. Dudoso legitimismo
que no tardaría ser azotado, entre otras angustiosas llamadas,
por dificultades económicas derivadas tanto de la interrupción
de la producción agropecuaria y minera en la provincia de
Oriente y los ya importantes dispendios militares. De modo que en
un plazo de escasos meses no se vislumbraba alguna ventana de oportunidad
para un continuismo político pactado al interior del régimen,
con o sin participación del eclipsado caudillo del 10 de
marzo.(36)
Los miembros del panel de inteligencia eran de
la opinión que, en los meses venideros inmediatos, Castro
mantendría a sus guerrillas en constante campaña militar,
independientemente de las opciones que se elucubraran en La Habana.
Altas eran las posibilidades que sus filas adquirieran poderío
adicional, aunque la opinión predominante apuntaba a que
no se esperaba que facciones de entidad en el ámbito obrero
o estamentos militares, se le incorporaran, desertando el gobierno
y así provocaran la erosión definitiva del batistato.
El público, en términos generales, “...a pesar
de las amañadas elecciones, no parecen a punto de conceder
apoyo activo a Castro (...)”, en tanto que las actividades
de los comandos urbanos (que son calificadas como las “continuas
actividades terroristas”) contribuían a que una parte
apreciable del sector de negocios viese con aprehensión los
proyectos políticos del M26, tanto dentro de la Isla como
en otros lugares. Su vaticinio del 24 de noviembre no podía
ser menos conservador, aunque no necesariamente inexacto, en sus
pronósticos: “...es por lo tanto improbable que Castro
derroque el régimen con antelación a la toma de posesión
de Rivero Agüero.”(37)
También se tocaba el siempre delicado asunto
de las relaciones con otros países, sus ciudadanos e intereses
en la Isla de prolongarse las hostilidades. Se reconocía
que la extensión de las luchas guerrilleras por buena parte
del territorio nacional reducía cada vez más las capacidades
del gobierno para ofrecer “...adecuada protección para
las vidas y propiedades americanas.” Recapitulaban que las
inversiones privadas norteamericanas superaban las existentes en
la mayoría de los países hispanoamericanos, si se
exceptúan aquellas en suelo venezolano y brasileño:
a la fecha se valoraban en 850 millones de dólares en diversos
sectores económicos cubanos. Estos bienes, en particular
aquellos ubicados en los territorios escenarios de la guerra revolucionaria,
estaban expuestos a destrucciones y contribuciones que se contaban
entre las tácticas de los rebeldes para comprometer la credibilidad
internacional del régimen batistiano, en particular con respecto
a sensibles instalaciones azucareras y mineras en la región
oriental. Vale señalar que semejante práctica era,
en ocasiones, inducida deliberadamente por el ejército, que
retiraba la protección de sensibles objetivos económicos
de propiedad extranjera con el propósito de crear incidentes
diplomáticos internacionales entre los rebeldes y gobiernos
con intereses amenazados por las hostilidades como ya había
acontecido en las plantas de procesamiento de níquel de Nicaro,
Oriente o en el acueducto de Yateritas, que servia a la estación
naval norteamericana en la bahía de Guantánamo. Los
intereses norteamericanos estaban lo suficientemente presentes como
para quedar sujetos a los efectos de la guerra civil.(38)
A nuestro entender el aspecto más singular
del estimado de los cursos de acción del conflicto cubano
de entonces es aquel que aborda la posibilidad de una solución
militar del problema guerrillero que enfrentaba el gobierno de Cuba,
frase que es reveladora para calibrar desde qué prevalecientes
posiciones se elaboraban las opiniones de las agencias de inteligencias
convocadas en la USIB. Dos consideraciones se vertirán en
el texto y que parecen responder a dos criterios en juego, uno,
más en la cuerda político-militar que ratificaba la
posición del Congreso y el Departamento de Estado sobre el
mantenimiento del embargo de armas al gobierno de La Habana, otro,
más afín al Departamento de Defensa y los cuerpos
armados, que parecían esbozar otro rumbo. A juicio de la
conclusión expresada como final, el gobierno de la Isla no
podía superar la insurgencia sin “...mejoras extensas
en la postura militar de las fuerzas armadas cubanas (...)”.
De modo que se reconocía que tal escenario era posible, probable
de aceptarse revisar ciertas decisiones previas del gobierno de
Batista como de la Casa Blanca. Para remediar las severas deficiencias
que se habían enumerado antes, en lo que se refería
a la concepción de la campaña, dislocación
de unidades, adiestramiento, armamento y equipo, y en especial las
cualidades combativas de las tropas en operaciones, había
que variar raigalmente la actitud de los mandos y las tropas destinadas
a enfrentar los rebeldes, en particular aquellas asignadas a Oriente.
Las opciones necesarias, sugeribles, a criterio de los analistas,
abarcaban:
1. dotar a los militares cubanos de “un
decidido flujo de armas, equipo y municiones para librar sostenidas
operaciones militares”;
2. iniciar, aunque no se especificaba si por
parte de los consejeros militares norteamericanos asignados a las
fuerzas armadas cubanas o a militares competentes del mismo estamento
castrense insular, un “riguroso programa de entrenamiento
para mejorar la condición física de las tropas e instruirlas
en guerra de guerrilla, antiguerrilla y de montaña”;
3. desarrollar “la competencia profesional
y las normas de desempeño de los jefes hasta un grado en
que puedan despertar la confianza de sus hombres (...)”;
4. tomar disposiciones para suprimir las líneas
logísticas exteriores de las fuerzas fidelistas, interceptando
los alijos por aire y mar, de modo enérgico y efectivo.
No ignoraban los proponentes de esta indispensable
pero complicada reforma de las fuerzas armadas la urgencia de la
situación que sugerían resolver y la dificultad de
cumplirla en los plazos de tiempo que se analizaban en el SNIE 85-58,
y así lo hicieron constar en sus cálculos de los posibles
devenires insulares. En el plano político internacional,
rezaban las conclusiones, semejante asistencia militar (que, aunque
no se explicita, no podría venir de otro punto que de los
Estados Unidos, que habrían de invocar acuerdos de asistencia
mutua existentes con Cuba, los mismos que el Dr. Miró Cardona
sugería cancelar, y una reformulación de la política
de embargo de armas aprobada en marzo anterior), levantaría
una opinión negativa en América Latina, al asociarla
con prácticas de intervencionismo, “con consecuentes
repercusiones políticas que se extenderían mas allá
de Cuba.” El jefe asistente de estado mayor para inteligencia,
del departamento del ejército, secundado por su colega del
departamento de la fuerza aérea, hizo constar que estimaba
una afirmación “incompleta y no concluyente”
aquella que sugería riesgos de opinión internacional
negativa si se renovaba la asistencia militar al gobierno de Cuba.
En el criterio de ambos, las reacciones “populares o de otro
tipo”, ante este posible paso podían ser tan favorables
como desfavorables y que la frase aceptada en el informe final por
ello debía ser suprimida.(39)
Semejantes discrepancias también parecen
haber matizado las discusiones planteadas en la reunión sobre
las posibles actuaciones militares, con o en contradicción
con el régimen de Batista. La principal consideración
sostenía que las fuerzas armadas de Cuba “...permanecían
como el más importante elemento para poner fin al estancamiento
político por medios distintos a los de las operaciones militares.”
De producirse en la Isla una situación análoga a la
acontecida en Venezuela a inicios de 1958, y que el estamento militar
cubano llega a la conclusión que “...el esfuerzo requerido
para mantener el régimen en el poder supera el objeto que
lo amerita...”, contaba con los medios y recursos para deponer
a Batista, sustituyéndolo por una junta militar que tendría
entre sus propósitos el alcanzar una solución política
a la crisis del país. Los estimados de inteligencia disponibles
ante los participantes en la reunión, según sus propias
frases, no les permitían formular con precisión bajo
cuáles circunstancias los militares se decidirían
a poner en ejecución este recurrente medio de acción.
Las probabilidades de hacerlo se vinculaban, como probabilidad,
de producirse un brusco incremento en la oposición popular
o laboral contra Batista. Esta apreciación de buena porción
de los analistas del estimado, sería sujeta a crítica
por varios de los representantes de los órganos de inteligencia
militares: de nuevo los jefes asistentes de los estados mayores
para asuntos de inteligencia del ejército y la fuerza aérea,
solicitan al resto de los presentes la inclusión de un concepto
aclaratorio sobre la posibilidad de una acción de las fuerzas
armadas cubanas contra el gobierno. En éste se hacía
constar que a la fecha los líderes uniformados que dentro
del ejército pudieran protagonizar un movimiento que derrocase
al régimen son de cantidad desconocida. Los principales candidatos
mencionados en “...rumores acerca de posibles golpes de estado...”,
lo son los mayores generales Díaz Tamayo, jefe de operaciones
del ejército y Cantillo Porras, comandante de las fuerzas
gubernamentales en la provincia de Oriente. Se teme que en su contra
tienen un próximo retiro temprano de servicio. “(...)
Es más probable que en cualquier intentona de golpe el liderazgo
provenga de oficiales de grados inferiores. (...)”.(40)
Los militares en caso de decidirse a actuar contra
Batista, además de contar con los movimientos revolucionarios
de oposición, debían considerar otros sectores sociales
en los que el régimen se afianzaba, además de los
propios uniformados. Un protagonista de cierto peso lo constituía
el elemento obrero afiliado en la poderosa Central de Trabajadores
Cubanos (CTC), “...controlada firmemente por lideres que la
han mantenido en su línea y rehusado en dos oportunidades
secundar los llamamientos de Castro por una huelga general (...)”;
lo que no constituía en sí una garantía de
compromiso a ultranza con el gobierno en circunstancias tan volátiles
como las cubanas. El estimado apuntaba que, dada la naturaleza del
sindicalismo en cuestión y la “...notoria naturaleza
calculadora de sus líderes...”, puede producirse alguna
sorpresa, “...en caso que el curso de los acontecimientos
se incline a favor de la oposición, la CTC puede participar
en una huelga general contra el gobierno (...)”. De suceder
un acontecimiento de esta naturaleza el mando militar podría
verse enfrentado a una seria disyuntiva: o en defensa del régimen
tendría que hacer fuego sobre las multitudes en La Habana,
o forzar al gobierno a la renuncia, con las armas. La opinión
prevaleciente entre los analistas era que de presentarse semejante
dilema, “...los militares probablemente escogerían
la segunda opción.”
El documento no parece ser refractario a una solución
de la crisis mediante la instauración en La Habana de una
junta militar que sustituya el batistato. Pero tampoco considera
que semejante alternativa lograría conseguir de modo inmediato
la estabilidad política en el país, en particular
de integrarla “...muchos de los presentes altos oficiales
que están asociados estrechamente con Batista.” De
estar incluidos, serían muy inciertas las posibilidades de
un reconocimiento por parte de Castro y su movimiento, o que la
mayoría de la población de la Isla admitiese que representaban
un cambio de gobierno a fondo. El cuerpo de redactores vuelve a
recurrir -como analogía referencial-, a los acontecimientos
de Venezuela tras la caída del dictador Pérez Jiménez:
si la junta militar cubana se autoaplica una purga de los jefes
y oficiales “mas objetables”, aun si hubiesen integrado
los miembros originales del movimiento, podría adquirir respetabilidad,
y mucho más si se incorporan oficiales mas jóvenes
y menos maculados. El propósito de superar la situación
política podría ser reforzado con estos ajustes de
las figuras militares, y mucho más si tal junta reformada
(“modificada”, la llaman) tomara los pasos precisos
para convencer a la opinión pública de “...sus
intenciones de restablecer el proceso democrático.”
Más adelante, el estimado de la USIB denota una de sus apreciaciones
estratégicas: una junta militar moderada que ganase la confianza
de buena porción de la opinión pública (en
especial en La Habana), podría arrebatar la iniciativa política
que estaba en manos de Castro y sus seguidores. Sin embargo, esta
probable junta estaría forzada, si su interior era encauzar
el país en un curso de rápida solución del
conflicto civil, “...probablemente habría de abrir
negociaciones directas con Castro (...)”. Abundando en estos
contactos de la junta militar con los rebeldes serranos, debía
tenerse en cuenta que la decisión del caudillo revolucionario
de abandonar sus reductos “...dependería de la habilidad
de la junta de convencerle que él y sus hombres estarían
a salvo de represalias...”, y de la expresa especificación
que tendrían la oportunidad de mantener un activo lugar en
la vida política de la restauración democrática
(41). Resulta
sorprendente al revisar estas líneas, que los más
competentes representantes de los órganos de inteligencia
mejor dotados de la primera potencia de Occidente, carecieran de
un adecuado perfil psicopolítico de un potencial vencedor
en una guerra civil revolucionaria librada a escasos 200 kilómetros
de las costas meridionales de los Estados Unidos.
Antes de llegar a resumir las conclusiones alcanzadas
en el estimado de 24 de noviembre de 1958, apostillemos una breve
observación acerca de esta preferencia por una junta militar
moderada, como opción ante una desacreditada dictadura militar
criolla y una ideológicamente incierta insurgencia fidelista,
atrincherada en retóricas nacionalistas. Lo convenido en
el estimado SNIE 85-58 parecía corresponderse con cierta
formulación de la política cubana del Departamento
de Estado. En efecto, si bien el secretario de estado A. Dulles
había favorecido las estrechas relaciones que el embajador
E. T. Smith mantuvo con Batista y sus personeros civiles y militares
desde su asignación a La Habana, en noviembre de 1957, y
que serán especialmente visibles en el periodo en que se
elaboran los estimados que estamos considerando, no era necesariamente
secundado en sus simpatías entre el personal de relaciones
publicas y consulado, en particular el destacado en Santiago de
Cuba, que mantuvo relaciones directas con miembros de la clandestinidad
urbana del M26, con los cuales intercambiaban impresiones e informaciones,
facilitaban el tránsito de periodistas norteamericanos a
la Sierra, coordinaban viajes al exterior de emisarios e inclusive
llegaron a cooperar con el traslado a la comandancia del primer
frente serrano el equipo de transmisiones radiales que originaría
la muy efectiva Radio Rebelde. No faltaron también células
revolucionarias entre el personal cubano y norteamericano de la
base naval de Guantánamo, sitio que sirvió de santuario
a resistentes perseguidos y en más de una ocasión,
de acuerdo con algunos marinos, punto de contrabando de armas con
destino a las guerrillas serranas. De acuerdo con un agente de inteligencia
que fungía entre el personal de relaciones públicas
de la embajada americana en La Habana, a espaldas de las instrucciones
y actuaciones del embajador Smith, entre sus colegas existía
una sincera simpatía por la causa de los rebeldes, singularmente
por el M26 y Castro. Y entre los funcionarios encargados de los
asuntos cubanos en el Departamento de Estado, en Washington, se
replicaba.(42)
Bajo la advocación del subsecretario para
asuntos latinoamericanos, R. Rubotton, el director de asuntos de
México y el Caribe, W. Wieland, formuló una propuesta
moderada para favorecer una tercera fuerza política en Cuba,
disociada de Batista como alejada de Castro. Tal conjunto debía
fundarse en aquellos sectores políticos moderados, de tendencias
proamericanas, que consiguiera aunar suficientes voluntades como
para conseguir una salida pacífica del dominio de la dictadura
castrense. Pero vista la situación convulsa del país,
la tesis de Wieland abrazaba, como medio fundamental para hacer
prevalecer esta alternativa, la conspiración militar por
parte de militares de carrera no maculados por complicidades con
los mandos batistianos, a la que se añadirían en su
momento los sectores civiles afines. A su juicio, de actuar a tiempo
y con decisión, las fuerzas armadas podían ser capaces
de deshacerse de Batista y su entorno, a la vez que mediatizar el
avance político y militar de Castro. De manera que estos
influyentes analistas del Departamento de Estado exponen ante la
junta de especialistas del USIB de 24 de noviembre de 1958, su preferencia
por un golpe militar sostenido por uniformados de probidad y “buena
voluntad”, capaces de “neutralizar” una situación
harto fluida donde las personalidades y discursos estaban harto
polarizados y las opciones moderadas (ya sugeridas meses antes de
la doctrina Rubotton-Wieland por parte de respetables congregaciones,
agrupaciones y personalidades cubanas defensoras de diálogos
cívicos) se vislumbraban tristemente imposibles.(43)
Las conclusiones del estimado son deudoras en gran
medida de esta carta de la salida política con las fuerzas
armadas, aunque una vez más, los analistas de inteligencia
militar creían necesario matizar sus particulares visiones
de los supuestos defendidos por Estado y agencias afines. Primero,
se reconocía que las elecciones del 3 de noviembre de 1958,
y la proyectada instalación en el Palacio Presidencial de
un nuevo gabinete de adeptos al régimen, tendría “...poco
efecto en el estancamiento de la situación política
y militar en Cuba. (...)”; y no existían dudas que
el líder rebelde mantendría su campaña militar
de guerrillas, pero su movimiento político, aliado a otras
organizaciones de la oposición, “...probablemente no
pueda derrocar el gobierno en los meses inmediatos.” Pero,
por otro lado, las fuerzas armadas cubanas no estaban en condiciones
de suprimir la guerra de guerrillas, “...a menos que se transformen
en una fuerza mejor entrenada, pertrechada y equipada, y más
francamente motivada...”, o en el caso que las fuerzas rebeldes
sean “efectivamente” privadas de sus fuentes de asistencia
externas.
Segundo, las fuerzas armadas cubanas permanecen,
a despecho de todo lo dicho, como “...el más importante
elemento capaz de quebrar el atolladero político, con la
deposición del régimen e instauración de una
junta [militar] (...)”. Semejante acción pudiera provenir
de cierta porción del estamento militar que se sintiera motivado
por un incremento de la oposición de la población
civil o los sindicatos contra el gobierno de Batista. No obstante,
se admitía las limitaciones de esta salida a la crisis, pues
un gobierno militar con apoyo de sectores civiles moderados no significaría
de inmediato el final de la situación de confrontación,
a menos que sus integrantes y programa sean capaces de atraer y
convencer a la oposición revolucionaria, y que los miembros
de la junta “...estén dispuestos a concederles una
significativa influencia en el gobierno provisional”. Tal
parece que buena parte de los firmantes del estimado 85-58 creían
que a la larga el gobierno provisional vendría a constituirse
en una suerte de inevitable coalición de militares antibatistianos
y revolucionarios de la guerrilla, donde éstos llevarían
gran parte de la popularidad e influencia. (44)
Interesante, pues, las reservas expresadas en una
nota aclaratoria a las conclusiones que encabezan el desarrollo
de los epígrafes del documento. De nuevo el jefe de estado
mayor asistente para asuntos de inteligencia del Departamento del
Ejército y su homólogo del Departamento de la Fuerza
Aérea, aclaraban sus discrepancias con la línea general
al notar que el papel de las fuerzas armadas cubanas era fundamental
no sólo para superar el estancamiento de las posibilidades
políticas, sino para hacerlo también en el plano militar.
La alternativa del golpe de estado e instauración de la junta
de oficiales moderados constituía una posibilidad de actuación
política. A juicio de los analistas de inteligencia militar
debía especificarse la cuestión de la capacidad de
restablecimiento de la paz en Cuba por parte de una junta castrense
posbatistiana: frente a la conclusión que lo ponía
en duda, se deseaba aclarar en el texto que, “(...) Excepto
del empleo de operaciones militares, lo que requeriría de
antemano una rápida y considerable entrega de asistencia
y ayuda militares...”(45),
la junta militar no conseguiría poner final a la guerra civil.
Clara resultaba la opinión de los oficiales de inteligencia
del ejército y la fuerza aérea: para incrementar las
posibilidades de éxito de la opción de los militares
profesionales, debía revisarse la política congresional
y de otras agencias de la administración que habían
privado a los institutos armados de Cuba de las remisiones de armamentos
y pertrechos desde arsenales norteamericanos. En tal consideración
cualquier elucubración política debía ser precedida
de un levantamiento del embargo de armas proclamado en marzo de
1958. De otro modo, era dudoso que pudiera neutralizar a unos y
otros de los implicados en la contienda.
De un estimado a otro. El informe de 16 de diciembre
de 1958.
Tres semanas después de la redacción
del estimado de 24 de noviembre, el director de la Agencia Central
de Inteligencia vuelve a fungir como anfitrión de varias
agencias de inteligencia del gobierno de los Estados Unidos, bajo
la cobertura del USIB, para abundar en las conclusiones elaboradas
en ocasión anterior y revisar el sesgo de los acontecimientos
en Cuba. Este nuevo estimado, mucho más breve que el precedente
del que es calificado como suplemento, intentaba bajo análogos
términos de uso oficial reservado y normas de secreto de
estado, ilustrar la política de la administración
Eisenhower en un asunto que se precipitaba como para invalidar algunas
de las reposadas predicciones de mediados de noviembre anterior.(46)
¿Qué circunstancias habían
tipificado la evolución de los eventos en Cuba como para
que se precisara llegar a suplementar los epígrafes del estimado
de noviembre anterior? ¿Se invalidaban escenarios y potenciales
protagonistas? Una escueta relación de acontecimientos entre
el 25 de noviembre y el 16 de diciembre nos puede situar en el entorno
de esta nueva apreciación reservada de los más conspicuos
funcionarios de inteligencia de los Estados Unidos.
Primero, anotemos algunas referencias al ya acelerado
curso de la guerra en los escenarios principales de la disputa:
Las Villas y Oriente. En el teatro de operaciones villareño,
un entendimiento entre los jefes del Ejército Rebelde (ER)
y del Directorio Revolucionario (DR), del que se abstuvo la guerrilla
del Segundo Frente Nacional, permitió coordinar las acciones
de ambas organizaciones revolucionarias contra el dispositivo político
y militar del gobierno.(46a)
El pacto del Pedrero, alcanzado en 1 de diciembre de 1958, y donde
los comandantes del DR aceptaban subordinarse tácticamente
a la jefatura militar de Guevara, supone los preparativos para la
ofensiva final rebelde, desde las serranías de Sancti Spiritus,
contra las posiciones de las fuerzas armadas comarcas sensibles
del 3er.DM, y la liquidación del dispositivo organizado por
el general Río Chaviano.
Desde el punto de vista estratégico, esta
acción ofensiva de los rebeldes se proponía -en cooperación
con las columnas serranas en Oriente-, crear una seria situación
a Batista y su EMC a unos 300 kilómetros de la capital: la
destrucción de puentes que servían al ferrocarril
central, en particular aquellos sobre los ríos principales
que surcaban la provincia, como aconteció con aquel sobre
el Zaza, con la finalidad de interrumpir el tráfico comercial
y militar ferroviario entre La Habana y Oriente; similar tratamiento
de demolición se aplicaría a tramos fundamentales
de la carretera central, segmentando tanto las provincias centrales
de la capital, como la guarnición de Santa Clara, de otros
puntos fuertes en el distrito militar villareño. Tales acciones
iniciadas a partir del 5 de diciembre terminaron, finalizado el
citado mes de 1958, con la virtual quiebra de las líneas
de comunicación y aislamiento de las ciudades que se encontraban
bajo el dominio del gobierno en Camagüey y Oriente, obligando
a los refuerzos y abastos ser casi completamente confiados al escuadrón
de transporte de las FAEC o el transporte de carga y pasajeros civiles
a las líneas aéreas comerciales. En otro orden de
cosas, para mediados de diciembre el mando rebelde se proponía
lanzar el grueso de sus fuerzas contra el “triángulo
estratégico Sancti Spiritus-Fomento-Placetas”, como
primera fase de consolidar el control rebelde del centro y este
de la provincia e iniciar -luego de capturadas posiciones de la
importancia de Sancti Spiritus- la embestida de Santa Clara, símbolo
del poder del estado en la región central. La idea entrañaba
el propósito definitivo de avanzar contra La Habana una vez
derrotado el gobierno en Las Villas.(47)
Las guerrillas combinadas M26-DR se empeñaron,
tanto durante los preparativos como a lo largo de la primera fase
de la ofensiva, definir dos ejes de avance que debían desalojar
las guarniciones del 3er.DM, desarticular los convoyes militares
y el servicio de vigilancia de carreteras y asegurar el dominio
de las rutas provinciales interiores: uno, dirigido contra las comarcas
azucareras, tabacaleras y ganaderas del nordeste de la provincia,
donde la columna 2ER forzaría la orden de evacuación
de los militares acantonados en los destacamentos de Iguara, Zulueta
y Mayajigua. Los guerrilleros, ahora dotados de mejores armas y
con superioridad numérica táctica contra los aislados
puestos militares (las tenencias con guarniciones de un pelotón,
por ejemplo), luego habrían de estrechar la presión
contra los de Yaguajay y Caibarién, como antesala de la importante
comarca de Remedios. Otro, a partir del 10 de diciembre, el más
ambicioso empuje de la columna 8ER y las fuerzas del DR, a lo largo
del eje vial de carreteras y ferrovias que enlazaban Santa Clara
con Sancti Spiritus, en despliegue en tres direcciones que apuntaban
a Fomento, capturado tras varios días de combate reñido
(15-18 de diciembre); Placetas y Sancti Spiritus, sobre las cuales
las fuerzas rebeldes iniciaron su aproximación vísperas
de las Navidades (21-24 de diciembre), donde habrían de disputar
las posiciones a los defensores. Aparte de éstas, Cabaiguán
y Guayos experimentarían las acometidas de los alzados. Tales
desplazamientos dejaron una impresión desalentadora en los
mandos superiores de las fuerzas armadas -manifestado en la decisión
de abandonar los más vulnerables puntos urbanos y algunos
objetivos a lo largo de las rutas de comunicación a favor
de las principales ciudades, donde se esperaba concentrar tropas
y medios, más susceptibles de refuerzos y por tanto en mejor
capacidad de resistencia en lucha urbana, donde confiaban neutralizar
las habilidades tácticas serranas- a mediados de diciembre
de 1958.
Lo anterior, manifestado en la dura disputa por
Fomento o más adelante el encuentro decisivo en Santa Clara,
no ocultaba a los generales del EMC y EME que, para inicios de diciembre,
la iniciativa en la guerra civil estaba en manos rebeldes en Las
Villas y Oriente; toda resistencia militar por parte del régimen
apuntaría a ganar tiempo a su inevitable derrota, si bien
el margen no parecía ser muy generoso, pues el ejército
ya era incapaz de detener, en un plano estratégico, las ofensivas
rebeldes a lo largo de la Isla.(48)
De manera que todo apuntaba a que (y con quiénes a bordo)
la solución política podría conseguirse.
La proporción de fuerzas en campaña
en Las Villas, a mediados de diciembre de 1958 y por ambos bandos,
era aproximadamente de unos 2,000 militares encuadrados en el Regimiento
3 de la Guardia Rural (GR), un batallón de infantería
de línea, una compañía mixta de tanques ligeros,
un pelotón de tanques medianos y una batería mixta
de artillería ligera, que a su vez eran enfrentados por alrededor
de un millar de rebeldes, procedentes de las columnas 2 y 8 del
ER y las fuerzas del DR. Las guerrillas del Segundo Frente, que
operaban independientemente, no serían más de 200-400
alzados.
Mientras, en Oriente, tras el abandono de Guisa
por parte de las fuerzas armadas, la columna 1ER se reagrupa y apertrecha,
con la consiguiente inquietud y apertrechamiento de los mandos de
la zona de operaciones de Bayamo y del EME que ordena estar percibidos
ante un posible avance de los rebeldes en su contra. De hecho, durante
la lucha por Guisa, las tropas gubernamentales se desplazaron desde
Yara y Estrada Palma para reforzar a Bayamo. A despecho de la importante
dislocación de tropas y medios del ejército y contar
con la asistencia de la aviación táctica destacada
en la base de Camagüey, el mando del 1er DM optó por
la espera pasiva de las intenciones rebeldes en el valle del Cauto.
Ya vimos en el diseño del plan estratégico de los
mandos guerrilleros que Bayamo sería flanqueado en un avance
cuya meta es la capital provincia. De manera que aislados e inmovilizados
quedaron, hasta el colapso del régimen y en las inmediaciones
de aquella histórica ciudad, alrededor de unos 3,000 uniformados
de un grupo de combate cuyo organigrama incluía una plana
mayor, un regimiento de infantería de línea, una compañía
de tanques ligeros, un pelotón de tanques medianos y una
batería de artillería de campaña. A la escala
de la guerra civil revolucionaria constituía una fuerza formidable,
conteniendo alrededor de la tercera parte de todas las tropas del
régimen en la provincia de Oriente a la fecha, y de haber
existido alguna voluntad de librar la lucha contra los guerrilleros
serranos, tal agrupación (en conjunción con algunos
de los batallones de Santiago de Cuba y Holguín) hubiese
frustrado la ofensiva contra Santiago de Cuba a lo largo de la carretera
central, y puesto en seria disyuntiva a Castro al obligarlo a empeñar
sus columnas en campo abierto y combates urbanos contra un doble
avance de infantería con apoyo de carros blindados y aviación
de modo concertado, y no en aisladas disputas por guarniciones (aisladas
a su vez de sus posibles puntos de apoyo), con limitados empleos
de artillería e indiscriminados ataques de los escuadrones
de bombardeo y persecución. Pero tal eventualidad no tenía
futuro en un EMC donde las inquietudes acerca de la crisis del batistato
sustituían cualquier consideración en favor de tratar
de vencer, aunque fuese a escala conservadora, una guerra que sabían
perdida a esa altura de los acontecimientos.
De modo que Castro, dejando de lado Bayamo, avanzó
con su reforzada columna a inicios de diciembre de 1958 hacia Charco
Redondo -donde la compañía de soldados negoció
su incorporación íntegra a las filas de la rebelión-
y Santa Rita, ya rumbo a la carretera central. Utilizada ésta
como eje de avance, y en conjunción con las tropas guerrilleras
de Huber Matos y J. Almeida, iniciarán varios asaltos contra
las guarniciones de poblaciones que se extendían entre Bayamo
y Santiago de Cuba, interrumpiendo de modo completo las comunicaciones
terrestres y los convoyes militares entre ambas plazas del 1er.DM.
Algunas, como Baire, serán tomadas sin muchos costos (9 de
diciembre), pero en otras -como Jiguaní (10-19 de diciembre),
El Cobre (17 de diciembre), El Cristo y en especial las dotaciones
militares de Maffo (10-30 de diciembre) y Palma Soriano (22-27 de
diciembre)- los rebeldes se vieron forzados a costosas luchas callejeras
contra oficiales y tropas que ofrecieron una resistencia inusual
por su tenacidad, y que en algún caso, como el de Palma Soriano,
obligaron a combinar las columnas de Castro, su hermano Raúl,
Matos y Almeida durante varios días inciertos. Lo que en
juego estaba en tales acciones era el cerco que los rebeldes comenzaban
a enlazar alrededor de la ciudad y puerto de Santiago de Cuba, facilitado
por la ubicación geográfica de la plaza.(49)
A la vez, las varias columnas procedentes de los
santuarios de la Sierra Cristal se moverían en coordinación
con los avances desde la Sierra Maestra, en demanda de las posiciones
del ejército al noreste de la capital provincial y para así
interrumpir las comunicaciones con Guantánamo y Holguín,
en especial a lo largo de la primera quincena de diciembre de 1958.
Así caen las guarniciones de Alto Songo (27 de noviembre),
las disputadas La Maya (7-8 de diciembre) y San Luís (7-8
de diciembre), y se asedian Mayarí, Baracoa y Sagua de Tánamo,
esta última significada por una pertinaz lucha que incluirá
algunos de los más devastadores ataques de la aviación
de la FAEC en toda la contienda civil (50).
Al momento de emitirse el estimado SNIE 85-58/1, las columnas de
los tres frentes orientales del Ejército Rebelde controlaban
(o amenazaban) en las vastedades topográficas de Oriente
y los territorios bajo la jurisdicción operativa del 1er.DM,
un sensible número de poblaciones que podemos categorizar
como: (a) capturadas u ocupadas al ejército: Charco Redondo,
Santa Rita, Baire, Alto Songo, La Maya y San Luís; (b) bajo
asedio o ataque de las unidades rebeldes: Maffo, Jiguaní,
Sagua de Tánamo, Mayarí, Baracoa y El Cobre; (c) preparativos
de ataque contra Palma Soriano.
Todo el dispositivo rebelde apuntaba al aislamiento
y cerco de Santiago de Cuba, con toda la carga simbólica
que tenía para la insurrección y sus jefes el embestir
y posiblemente capturar la segunda ciudad de Cuba en población
y significado político-administrativo, cabecera provincial
y distrital-militar de la mayor provincia insular. A esta altura
de los hechos, las fuerzas en presencia en Oriente podían
resumirse como sigue: las fuerzas del 1erDM, con unos 8,000-9,000
hombres -de los cuales sobre 5,000 pertenecían al perímetro
defensivo y guarnición de Santiago de Cuba-, estructuradas
en tres regimientos, uno de la guardia rural y dos de infantería
de línea, más un batallón de infantería;
tres baterías de artillería de campaña, más
una fuerza blindada de 2 compañías mixtas de tanques
ligeros y un pelotón de tanques medianos. Una armadilla de
tres fragatas del distrito naval santiaguero complementaba el dispositivo
defensivo de las fuerzas armadas en 15 de diciembre de 1958. El
7moDM, en Holguín, integraba otro regimiento de la guardia
rural, más un batallón de infantería de línea
y dos secciones de carros blindados, con unos 1,500 alistados (51).
Contra ellos, el Ejército Rebelde oponía un millar
de rebeldes de las tropas del primer y tercer frentes de la Sierra
Maestra, y entre 1,000-2,000 rebeldes y escopeteros bajados de la
Sierra Cristal.
Mientras semejantes episodios iban moldeando los
días postreros del año y régimen en la Isla,
ciertos sucesos en New York y La Habana también añadían
más argumentos a las discusiones que la situación
cubana levantaba entre observadores políticos y militares.
Uno de ellos, la evaluación de los acontecimientos de Cuba
según The New York Times, sabida la importancia
de este medio en la opinión de los lectores del momento y
la temprana relación de sus corresponsales con la cobertura
de la insurgencia, se hizo público apenas una docena de días
antes de la reunión de los funcionarios de la USIB, y resultó
ser un agudo resumen de los efectos económicos de la guerra
civil cubana.
De acuerdo con el artículo, las posibilidades
de comenzar la zafra en la venidera segunda quincena de enero resultaban
muy problemáticas de no llegarse a algún tipo de compromiso,
tregua o solución al conflicto insular, y tal comprometía
la mayor fuente de divisas del país, amen de sus compromisos
de exportación para con los clientes norteamericanos y mundiales.
Según los datos publicados por el rotativo y que correspondían
al estado de cosas en noviembre, las hostilidades que se extendían
al este de una línea imaginaria extendida desde Cienfuegos,
por Santa Clara, a Isabela de Sagua, los rebeldes controlaban en
grados diversos el 60% de la producción azucarera, habían
conseguido paralizar casi todo el tráfico ferroviario -nacional
y parte del local- que servía a los centrales azucareros
y sus puertos de embarque, descontando los severos daños
infligidos a secciones de carreteras y viaductos principales, que
casi descartaban el movimiento comercial rodado. Dentro de ese vasto
territorio la actividad insurgente afectaba las actividades de 19
puertos de embarque azucarero, por cuyos muelles pasaba el 77% de
las exportaciones del dulce, en particular aquellos situados en
la provincia de Oriente, pero no eran pocas las instalaciones villareñas
y camagüeyanas que quedaban desvinculadas de las comarcas productoras
inmediatas. Recuérdese que, según los estimados oficiales
de la época, de los 161 centrales azucareros activos, 115
(el 71.4%) correspondían a los territorios afectados por
la guerra en Las Villas, Camagüey y Oriente, y si bien en ciertos
casos las fuerzas armadas habían destacado dotaciones de
protección, ya a esa altura del año, la mayoría
de las tropas los había abandonado, a tenor con la estrategia
de repliegue del EME, por lo que no escasos hacendados y propietarios
comenzaban a buscar entendimientos con los mandos rebeldes que dominaban
campos, rutas y poblados cercanos a las fábricas de azúcar.
Los 50 centrales de Las Villas, los 24 camagüeyanos
y los 41 en Oriente aportaban en conjunto 38.6 millones de sacos
de azúcar, más de tres cuartas partes de las vitales
exportaciones, según cálculos elaborados para diciembre
de 1958. Para ese mismo y postrero mes de la guerra civil, se consideraba
que con la escisión de la Isla en dos partes y la fractura
de “...la base física del régimen territorial”,
el gobierno se veía privado de los ingresos extraídos
del 75 % de la producción azucarera, el 50% de la ganadera
y una porción considerable de la minería y otros ramos
agropecuarios, como el tabaco.(52)
De tanto impacto económico como político
resultaba el simple cálculo de la superficie territorial
y población incluidas en el territorio escenario de las acciones
y operaciones de la guerra civil, que si bien no se manifestaban
con similar intensidad en todas las municipalidades afectadas, en
todo caso entre noviembre y diciembre de 1958 sus efectos abarcaban
muchas facetas de las actividades cotidianas. La provincia de Oriente,
con sus 36.602 km2 y sobre 1,797.606 habitantes, constituía
el epicentro de la lucha y donde la ventaja y simpatías se
decantaban claramente por la causa rebelde; algo similar podía
percibirse en el segundo teatro de operaciones, Las Villas, poblada
por sobre el millón de habitantes, distribuidos por una escarpada
orografía de 21.411 km2. Camagüey, algo más extensa
que la anterior, contaba con una población más reducida
en comparación con las colindantes provincias, y concentrada
en la capital local y unas pocas y dispersas poblaciones. Las fuerzas
armadas, fuertes de un regimiento de la guardia rural, mantenían
una discreta presencia a lo largo de las rutas de comunicación
con Oriente y Las Villas, la ciudad-cabecera, con su base aérea
táctica, y los puertos azucareros, en tanto que los rebeldes,
no especialmente agresivos, se concentraban en las modestas alturas
calizas de Cubitas y Najasa, así como en las vecindades del
límite oriental.(53)
Aparte de los estimados periodísticos sobre
el deterioro de la economía cubana y las sombrías
perspectivas para la principal cosecha del país, otras declaraciones
de prensa, hechas públicas en la capital norteamericana,
abundaban más sobre las opiniones que el conflicto isleño
generaba entre círculos de la cancillería federal:
en efecto, el embajador E. A. Smith, al concluir, a comienzos de
diciembre, una visita de información y consulta de seis días
a Washington, D C, formuló ciertas apreciaciones que despertaron
contradictorias reacciones en la Isla. A su juicio, la situación
del gobierno de Batista se deterioraba a diario por la acusada falta
de combatividad de la mayoría de las fuerzas armadas que
se oponían a los rebeldes, en tanto que éstos, caracterizados
por su audacia y tenacidad, conseguían avances y objetivos
proporcionales a la debilidad de sus adversarios gubernamentales,
a lo que ayudaba un desplazamiento de las simpatías populares
a favor de los potenciales vencedores. El embajador, a despecho
de sus conocidas simpatías, admitía que la insurrección
contaba con posibilidades de una victoria militar y política
sobre el gobierno. Semejantes apreciaciones, que no pueden presumirse
menos que endosada por el Departamento de Estado, debió lanzar
un escalofrío entre los miembros de la cúpula gubernamental
y los altos mandos militares en consideración con la fuente,
y no menos entusiasmar a aquellos miembros de la resistencia cívica,
comandos urbanos y comandantes rebeldes, que no necesariamente seguían
la ojeriza antiamericana del entorno fidelista.(54)
Con más discreción, un enviado oficioso
del Departamento de Estado, el embajador W. D. Pawley, llegó
a La Habana para expresar de modo directo, personal, ante Batista,
y en entrevista reservada, la opinión que Washington, D C
había insinuado mediáticamente días antes.
Se le sugería que -en vista que el gobierno no estaba en
condiciones de imponer su voluntad ante la insurgencia, y carecía
de un apreciable apoyo doméstico- la renuncia al poder por
parte del ejecutivo abriría paso a “una solución
nacional” que haría más difícil la victoria
revolucionaria y acceso al poder de Castro. Para ello, la alternativa
debía centrarse en una junta de gobierno cívico-militar
de tendencias políticas moderadas, que administraría
provisionalmente los destinos del país hasta normalizar los
ánimos y la vida pública. Esta tesis de la tercera
fuerza, que excluyera los extremos de polarización caudillista
de la disputa, había sido, como se ha acotado antes, uno
de los tópicos discutidos (y gratos) en el estimado SNIE
85-58 del USIB. Batista se negó vivamente a considerar semejante
proposición, y el enviado abandonó el empeño
tan discretamente como lo había emprendido.(55)
La entrevista Pawley-Batista parece haber desatado
varios cursos de acción en La Habana y Washington, D C: por
un lado, el caudillo marcista comenzó discretos preparativos
para abandonar el país, y poner a salvo en el extranjero
su persona con un selecto listado de deudos y caudales. Por otro,
recababa a sus generales en el EMC tomar las disposiciones para
ofrecer una resistencia militar desesperada para ganar el tiempo
preciso para juramentar el gabinete electo el 3 de noviembre, en
febrero venidero. Por su lado, el Departamento de Estado había
revelado al gobierno de La Habana su predilección por un
golpe de estado con elementos no comprometidos o aun desafectos
al régimen, y para más escarnio para con las posiciones
de la cancillería cubana, algunos funcionarios, como el subsecretario
Rubotton -en gesto conciliador hacia el M26, RC y DR-, habrían
de declarar que en opinión de los analistas de su agencia,
los revolucionarios cubanos no estaban bajo influencia de los comunistas
(56).
Como Machado un cuarto de siglo antes, Batista y su entorno verían
en semejantes presiones del Departamento de Estado un remedo de
intervencionismo en los embrollados asuntos domésticos de
un gobierno aliado y amigo, con una indisimulada inclinación,
ante el sesgo de los episodios, a contemporizar con una oposición
cada vez más impetuosa.
Poco más de una semana después que
el enviado diplomático de Estado no consiguiera una claudicación
del gobernante cubano, se reunían los representantes de inteligencia
del United States Intelligence Bureau (USIB) para añadir
una coda a su línea de acción establecida el mes anterior.
En dos páginas y ocho epígrafes se actualizaba la
visión disponible desde las diversas agencias participantes,
si bien carecemos de las actas de discusión de la sesión
que ofrecerían una más completa perspectiva del momento.
Sin embargo, podemos percibir dos direcciones principales de análisis:
(a) el deterioro de la situación política y militar
de las fuerzas armadas y el empuje rebelde desde el 24 de noviembre
anterior; (b) las posibilidades de éxito de una junta militar
de gobierno que sustituya a Batista.
En el primer aspecto, el documento acepta que sus
anteriores apreciaciones de la situación cubana han sido
rebasadas con creces por los hechos y las posibilidades del gobierno
de Batista se han erosionado “...mucho más rápidamente
que lo que fue anticipado en SNIE 8558...”. La provincia
de Oriente está casi totalmente en manos rebeldes, salvo
la capital Santiago de Cuba y otras poblaciones cuyas guarniciones
están sometidas a asedio. Las columnas rebeldes se muestran
“crecientemente activas” en las provincias de Camagüey,
Las Villas y Pinar del Río. En el plano político Castro
ha sentado los fundamentos de lo que parece ser un gobierno provisional
revolucionario en Oriente, encabezado por el Dr. Manuel Urrutia,
seleccionado en conformidad con el líder serrano. Es posible
que este gobierno provisional pueda intentar reclamar derechos de
beligerancia ante estados extranjeros.(57)
La ventaja táctica rebelde ya apunta a consecuencias
mayores ante la acusada desmoralización de las fuerzas armadas
de la República, y según los analistas de inteligencia
involucrados en el estimado, “...existe creciente aprehensión
que Castro pueda acceder pronto al poder con sangrientas y desastrosas
consecuencias para Cuba...”, pues parecen desconfiar de las
posibilidades de las fuerzas rebeldes de controlar las condiciones
de anarquía que pudieran prolongarse por cierto tiempo después
de la probable caída de Batista. Además, las ofensivas
rebeldes ya están ocasionando daños a la “...hasta
ahora próspera economía de Cuba y probablemente impida
la cosecha azucarera, a comenzar en enero. (...)”, deterioro
complementado por los severos dispendios gubernamentales para sostener
las operaciones contra la insurgencia, y que suponen un oneroso
drenaje de recursos pecuniarios para el tesoro del país.
La sostenida inestabilidad política, agudizada en las últimas
semanas del año, también supone “un adverso
efecto sobre los negocios.”(58)
Políticamente, el gobierno de Batista ha reaccionado con
una nueva “...suspensión de garantías constitucionales
y, en adición, ha declarado el estado de emergencia nacional
(...)”, en tanto siguen ejecutando pasos y disposiciones encaminadas
a la toma de posición en 24 de febrero de 1959, del electo
presidente Rivero Agüero y sus ministros. De acuerdo a las
agencias de inteligencia envueltas en el estimado, el futuro ejecutivo,
aunque es un individuo de plena confianza y lealtad hacia Batista,
se ha distanciado de la intransigencia de su mentor y manifestado
“...que al fin considerará algún compromiso
para devolver la paz a Cuba. (...)”, y no ha descartado, de
llegar al poder, la convocatoria de una asamblea constitucional
que entrañe “una solución nacional del problema
cubano.” Declaraciones mediante, los analistas observaban
que ni Batista ni Rivero Agüero habían mostrado disposición
alguna de adelantar, en términos prácticos, idea alguna
que resolviese la deteriorada situación interna del país.
De manera que en círculos influyentes de la sociedad cubana,
en particular del ámbito de los negocios, se extendían
las opiniones inclinadas a dar salida al estancamiento y riesgos
de la situación por medio de un movimiento que depusiera
a Batista y a la vez detuviese el empuje de Castro. La favorita,
el establecimiento de una junta militar con apoyo de la oficialidad
de las fuerzas armadas, en cuyo seno parecían existir tendencias
proclives, cautelosamente identificables entre varios generales
retirados o en campaña.(59)
De modo que las posibilidades de éxito de
un golpe militar constituyen el grueso de las consideraciones plasmadas
en el análisis del 16 de diciembre de 1958. Sin embargo,
la primera observación al respecto hacía notar que,
en el 27 de noviembre anterior a escasos días de emitido
el estimado principal, la inteligencia militar gubernamental había
logrado detectar y arrestar un apreciable número de altos
y medios oficiales militares de las fuerzas armadas cubanas, implicados
en “...una conspiración militar contra el gobierno
o por cobardía al rehusar seguir combatiendo contra la rebelión
de Castro...”. De hecho se relacionaba el anuncio oficial
del retiro y posterior arresto del general M. Díaz Tamayo,
con su involucramiento con el complot desbaratado en La Habana.
El general E. Cantillo Porras, comandante del 1erDM, aunque ha sido
mantenido en su posición, es considerado sospechoso de infidencia
y, junto con otros uniformados, sujeto a estrecha vigilancia de
los agentes de la inteligencia militar (SIM). En el estimado se
especula que la situación de estos conocidos generales, con
probabilidad, esté asociada a la existencia de una conspiración
militar orientada a deponer al régimen de Batista y sustituirlo
por una junta militar. Si bien a finales de noviembre los uniformados
leales al gobierno han conseguido desbaratar la intentona, el hecho
es “...sintomático de la existencia de insatisfacción
y desafección al interior de las fuerzas armadas (...)”,
y la posible sustitución del general Díaz Tamayo por
el general F. Tabernilla, comprometido totalmente con Batista, puede
incrementar el efecto desmoralizante que plaga al ejército
de Cuba.(60)
Si bien en las conclusiones del 24 de noviembre
se señalaba que el medio más efectivo para quebrar
el estado de cosas en el campo político y militar sería
una acción encaminada a establecer una junta militar de inclinaciones
moderadas, también se había notado que en sí
no lograría reestablecer el orden y tranquilidad públicos
aun si lograba deponer a Batista y sus allegados, pues todavía
tendría que dilucidar sus relaciones con la jefatura del
M26. De ser representativa en personalidades y programa de restauración
democrática y desvinculación con el batistato como
para despertar la confianza pública, quizás la junta
militar pudiera arrebatar al M26 algo de su ascendiente, “...aunque
el plazo se está haciendo tarde para ello.” De optar
por continuar el conflicto civil, y para suprimir por la fuerza
el movimiento político y militar fidelista, la junta militar
requeriría (como se había insinuado por los representantes
de la inteligencia del ejército y la fuerza aérea
en alguna anotación al SNIE 85-58) de una infusión
en considerable escala de equipo y suministros militares que le
ha sido negada a Batista y aun así “...el resultado
del asunto quedaría en duda por algún tiempo.”
En opinión de los analistas, una junta de gobierno regida
por los militares, si esperaba una pronta pacificación de
Cuba, “...debería ofrecer una solución política
satisfactoria para Fidel Castro.”
Por otro lado, en caso que las altas esferas políticas
y militares fracasasen el aprovechar la oportunidad con alguna acción
drástica como el derrocamiento de Batista, y así atenuar
el creciente avance e influencia de Castro y sus seguidores, la
guerra civil revolucionaria se extenderá, a ritmo incrementado,
con todos sus efectos y víctimas. En este escenario agravado,
los analistas consideraban que las tropas del ejército en
operaciones, hastiadas de la confrontación fratricida, se
amotinarán contra el gobierno, ya fuese en unidades aisladas
que se fuesen pasando a las fuerzas rebeldes, o de modo concertado
y general abandonaran bando y lealtades. “En cualquiera de
ambos casos, la fuerza de la posición política de
Castro será reforzada.” Se advertía que si semejante
situación de desmoralización pudiera ser, de la que
ya existían precedentes desde la ofensiva del verano de 1958,
que hasta una junta militar integrada por jefes respetados por las
tropas no fuese capaz de hacerse obedecer y controlar la situación
en el país; y aún ganando la guerra civil Castro y
sus guerrillas, el país se viese sacudido por un prolongado
periodo de inestabilidad y desorden, con los consiguientes peligros.(61)
No debe intrigar que al día siguiente de
la redacción del estimado suplementario de 16 de diciembre,
y justo cuando las tropas rebeldes entraban en Fomento, Sagua de
Tánamo y El Cobre después de disputados combates,
el embajador Smith se reunía con Batista para exponerle las
condiciones que la administración Eisenhower creía
indispensables para solucionar la crisis nacional cubana: la Casa
Blanca y el Departamento de Estado no reconocían la validez
del gobierno surgido de las elecciones del 3 de noviembre aun si
tomase posesión de sus cargos; las conspiraciones militares
en el seno de las fuerzas armadas eran una realidad y Batista corría
riesgos personales de detención o muerte a manos de sus militares
o de éstos aliados a los rebeldes; se le sugería el
abandono del país para que un gobierno provisional de concordia
y unidad nacional consiguiera el cese al fuego con los rebeldes;
las exhortaciones del gobierno y el EMC a la resistencia de las
tropas en Oriente y Las Villas carecían de fundamento, pues
los altos y medianos jefes militares conspiraban y las tropas de
operaciones se resquebrajaban moralmente en los diversos frentes
de la contienda. De nuevo el empecinamiento del caudillo castrense,
decidido a su salvación personal y desconfiado de muchos
de sus generales, cerraba paso a las alternativas sugeridas en los
análisis de los especialistas de inteligencia del USIB y
daba pábulo a las conspiraciones concebidas en el estamento
militar del régimen, que en definitiva y como resultado de
sus incontables claudicaciones, vacilaciones y torpezas, una quincena
después de haber sido presentado el estimado SNIE 85/1-58,
terminaron por rendir las fuerzas armadas casi intactas a sus más
decididos adversarios. La historia de Cuba tomaría rumbos
impensables no sólo para los analistas de inteligencia del
Intelligence Board, que estarían avocados, en el porvenir,
a estimados de acontecimientos mucho más dramáticos
que los escasos que dedicaron a interpretar una realidad inasible
y complicada, en una privilegiada Isla, medio siglo atrás.
(62)
Notas
(1)
“Carta del doctor J. Miró Cardona al presidente D.
I. Eisenhower, Miami, 24 de agosto de 1958”, en Dubois, J.
Fidel Castro. Rebel-liberator or Dictador? Indianapolis-New
York, 1959, págs. 299-301.
(2)
Ibidem, pág. 302. En diciembre de 1957, Intelligence
Digest, publicación de origen británico señalaba
que las decisiones de la administración Eisenhower debían
encaminarse a acciones que cubrieran sus intereses en Cuba, pues
las posibilidades de éxito de Castro y su movimiento no caían
en lo improbable, según se acotaba en despacho de 17 de diciembre
de 1958 desde la embajada de España en La Habana, al ministerio
de Asuntos Exteriores en Madrid. Véase De Paz Sánchez,
M. Zona Rebelde. La diplomacia española ante la revolución
cubana (1957-1960). Santa Cruz de Tenerife, 1997, pág.
49, nota 58.
(3)
CIA-FOIA. Special National Intelligence Estimate. Number 85-58.
The Situation in Cuba. 24 November 1958. Secret, no. 292, 7
págs. (Desclasificado en 21 de octubre de 1983); CIA-FOIA.
Special National Intelligence Estimate. Number 85/1-58 (Supplement
SNIE 85-58) Developments in Cuba since mid-November. 16 December
1958. Secret, no. 288, 5 págs. (Desclasificado en 21 de octubre
de 1997, CIA Historical Review Program). Estos documentos se hicieron
públicos en virtud de la ley federal sobre libertad de información.
(4)
El pacto de Miami enfatizaba la vertebración concertada
de la resistencia contra Batista con el propósito de, una
vez derrocado el régimen marcista, instaurar un gobierno
de transición que, tras 18 meses de provisionalidad, cediera
paso a una consulta electoral y un nuevo estado de cosas basado
en la constitucionalidad, legalismo, libertades políticas
y unos escasamente definidos propósitos de reformas económicas
y agrarias. Junto a ellos, establecían la despolitización
(no una severa depuración de responsabilidades) y separación
de los institutos armados de la actividad pública del país
y el someter los abusos de poder y crímenes políticos
del estado batistiano ante las Naciones Unidas, a la vez que solicitaba
el reconocimiento de la OEA y del Departamento de Estado de los
E.U.A. para con el Comité de Liberación como legítimo
interlocutor de la oposición cubana. Solicitaba a la administración
Eisenhower el fin de la cooperación militar con el gobierno
de La Habana. La respuesta de Castro fue pródiga en adjetivos
contra los firmantes, en particular aquellos de trayectoria partidista
auténtica (Partido Revolucionario Auténtico), algunos
de los cuales eran sus acreedores por la aventura expedicionaria
de 1956, tanto como de alusiones a su propio sacrificio, exaltado
como altruista y en solitario, en la Sierra. Ya entonces defendía
aquella interpretación de la lucha que otorgaba primacía
a las acciones y azares del reducto montañoso y única
legitimidad histórica de vanguardia del antibatistianismo
al liderato del M26, valga decir, a él mismo. Descalificar
a los aliados en términos tan inexactos como cargados, aflora
como incontenible tendencia en este documento, más interesante
por la visión futura de la revolución victoriosa -bastante
ausente en las formulaciones doctrinales de los caudillos serranos-,
que por las actuaciones de algunos de los firmantes. Véase
el documento y la respuesta citados en Dubois, J. Fidel Castro...,
1959, págs. 188-206; también Duarte Oropesa, J. Historiología
Cubana. 1944-1959, Miami, 1974, volumen III, págs. 538-539.
(5)
Ibidem, 280-284; III, 539. Los firmantes del Pacto de Caracas
incluían delegados oficiales del Movimiento 26 de Julio (M26),
la Organización Auténtica (OA), el Directorio Revolucionario
(DR), la Unidad Obrera, el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico),
la Federación Estudiantil Revolucionaria (FEU), un grupo
de oficiales militares que habían pasado a las filas del
Ejército Rebelde, el Grupo Montecristi y el Movimiento de
Resistencia Cívica (RC). La apelación a los militares
en servicio hay que contextualizarla también en el momento
de la ofensiva militar contra los reductos serranos, y la captura
de varios centenares de oficiales, clases y alistados en los combates
de la vertiente norte de la cordillera de la Maestra. El mando rebelde
estaba impuesto de las opiniones críticas de no pocos oficiales
de carrera con la conducción de las operaciones de campaña
en ausencia de los jefes superiores, los desaciertos operativos
del Estado Mayor Conjunto (EMC), la preferencia política
en ascensos y destinos, así como las represiones castrense-batistianas
contra oficiales conspiradores o discrepantes, vinculados desde
abril de 1956 en adelante a las intentonas de derrocarlo desde el
interior de las filas. Además, los rebeldes contaban con
los datos proporcionados por militares adictos bien situados en
la plana mayor, inteligencia militar y agregadurías militares
en embajadas. Estas relaciones habían sido cultivadas principalmente
por las secciones urbanas del M26 y Resistencia Cívica (RC).
(6)
Barquin, R. Las luchas guerrilleras en Cuba. Madrid, 1975,
volumen 2, págs. 739, nota 7, 742, 745; Dubois, J. Fidel
Castro..., 1959, págs. 315-317. La orden 2 de 10 de
octubre de 1958, firmada por Castro, apuntaba muy severas represalias
contra los involucrados en las elecciones oficialistas de noviembre.
A decir de Dubois, mostraba “...no sólo su determinación
de mantener a los votantes alejados de las urnas, sino de castigar
aquellos que insistieran ser candidatos. Su lenguaje ahora resonaba
mas desafiante que nunca, porque se hallaba en camino de la victoria
y estaba convencido de ello.” Recuérdese que, tras
el fracaso de la convocatoria a huelga e insurrección general
que Castro emitió en la reunión de 12 de marzo de
1958, para iniciarse en 9 del siguiente, y que terminó en
un sangriento fracaso y virtual aniquilamiento de los muchos jefes
y miembros comandos urbanos del M26 (entre los cuales predominaba
la ideología civilista refractaria a la egolatría
caudillista de Castro), se produjo “una reunión decisiva”
(como la calificaría en sus notas Guevara) de la dirección
nacional del M26 en la comandancia general serrana. Durante la cual,
en 3 de mayo, Castro emergió -tras ser reconocido (admitido)
por todos los presentes, un hecho que se hacía cada vez más
palpable, el de la concentración caudillista de las decisiones-
como depositario absoluto de todos los mandos políticos y
militares, subordinando a su dictado las milicias de Acción
y Sabotaje así como el Ejército Rebelde, las delegaciones
sectoriales y exteriores del movimiento. Recuérdese que la
feroz lucha urbana, en la que las bajas de los revolucionarios duplicaban
la de los guerrilleros serranos y la de los cuerpos armados del
régimen por igual, había diezmado un grupo de líderes
del M26, el DR y la OA que por su formación, convicciones
y prestigio personal, hubiesen sido serios contendientes frente
a las tendencias militaristas y autocráticas de Castro. Uno
de los mejores servicios que Batista y sus adláteres hicieron
al futuro autócrata de Birán, fue el sistemático
exterminio de los posibles retadores en el campo revolucionario.
La propaganda revolucionaria después de enero de 1959 se
encargaría del resto, del mítico encumbramiento de
una sola figura y un sólo escenario. Véase Franqui,
C. Retrato de familia con Fidel. Barcelona, 1981, págs.
9-25; Shkadov, I., P. Zhilin et al. Valentía y fraternidad.
C. E. H. M. La Habana, 1983, pág. 48.
(7)
Fermoselle, R. The evolution of the Cuban military, 1492-1986.
Miami, 1987, págs. 233-234; Shkadov, Zhilin, et al. Valentía
y fraternidad., 1983, págs. 49-50.
(7a)
Se denominan aquí como guerrillas M26 ciertas agrupaciones
armadas precariamente que actuaban clandestinamente en ciudades
y poblaciones de cierta importancia, vinculadas a la sección
de Acción y Sabotaje del M26. Su versión rural lo
eran los escopeteros que merodeaban por las estribaciones de la
Sierra Maestra y las alturas de Las Villas, y que constituían
una suerte de exploradores y avanzadas de las columnas mejor organizadas
que en la Sierra Maestra se habían ido extendiendo por diversas
comarcas y que constituían el núcleo del Ejército
Rebelde.
(8)
Ibidem, págs. 50-51. Las columnas 2 y 8, al mando de
los comandantes E. Guevara y C. Cienfuegos; la 9, por el comandante
H. Matos y la 13, por J. Vega. Tales fuerzas se desplegaron durante
los últimos días de agosto y el siguiente septiembre.
Véase la apreciación de Batista en Respuesta,
Miami, 1960.
(9)
Barquin, R. Las luchas guerrilleras..., 1975, 2, págs.
272-275, Shkadov, I, P. Zhilin et al. Valentía y fraternidad...,
1983, pág.52. En octubre de 1958, el Ejército Rebelde
sumaba unos 3,000 guerrilleros armados, con un número parecido
de auxiliares, reclutas y porteadores rurales desarmados. Operaban
en 22 columnas de composición y medios muy desiguales, estas
unidades tácticas constituían las fuerzas básicas
distribuidas a lo largo de ocho áreas de operaciones, calificadas
como “frentes”, en Oriente y Las Villas, principalmente.
No se incluyen aquí cifras de los miles de comandos, simpatizantes
y correos urbanos que en condiciones más peligrosas, siempre
asediados por la ventaja del adversario, actuaban contra los partidarios
del régimen en La Habana, Santiago de Cuba, Holguín
o cualquier ciudad semejante. No en balde sus bajas se acercaron
al millar, por lo menos, al final de la guerra civil.
(10)
Barquin, R. Las luchas guerrilleras..., 2, págs.
674-675.
(11)
Ibidem, 675-676. Para jefe del 1er.DM se designó
al general E. Cantillo Porras; al 2do.DM, el coronel L. Pérez
Coujil y para el 3er.DM pasó el general A. Río Chaviano,
exjefe de Oriente.
(12)
Fermoselle, R. The evolution of the Cuban military...,
1987, págs. 223-224, 232-235; Dubois, J. Fidel Castro...,
1959, pág. 200,235. Es palpable que desde su estabilización
en columnas, el Ejército Rebelde tuvo como norte compensar
su inferioridad en nociones y elementos de guerra, con la explotación
del terreno montañoso, la movilidad de sus tropas y el apoyo
de los precaristas rurales que habitaban algunas comunidades dispersas
por la Sierra Maestra. Como recoge Dubois, algunas de estas recomendaciones
ya aparecían esbozadas por Castro en carta de 14 de diciembre
de 1957.
(13)
Barquin, R. Las luchas guerrilleras..., 1975, 2, págs.
725, 729, 733, 735-739.
(14)
Ibidem, págs. 744-745.
(15)
Ibid., págs. 737-739; Duarte Oropesa, J. Historiología...,
III, págs. 563-565; Shkadov, I.et al. Valentía...,
1983, 278-279.
(16)
Una de las más inconcebibles interpretaciones de la táctica
de repliegue de las fuerzas armadas tuvo como escenario Las Villas,
por la época en que las columnas 2 y 8 penetraban en ella,
y sin dudas contribuyó a que Guevara se asentara sin mayores
descalabros en el macizo escambraico. Tres columnas, en composición
de batallón de infantería (400 hombres cada uno) que
cercaban las serranías para impedir la irrupción de
las fuerzas serranas tanto como para aislar de las poblaciones los
focos del DR y del Segundo Frente Nacional, recibieron órdenes
para abandonar sus posiciones a mediados de octubre de 1958, en
apariencia como resultado de fuertes presiones de hacendados, agricultores
y comerciantes de la provincia, pues el despliegue militar afectaba
el comercio agrícola regional. Si fue así, o un buen
pretexto para un repliegue con visos de honorabilidad castrense,
es materia de otra investigación, pero constituyó
un alivio (e incentivo indudable) para la insurrección villareña.
Otras opiniones asocian este abandono de las posiciones que cercaban
las gargantas del Escambray, a la misma razón que, por órdenes
del Estado Mayor Central (EMC) y el Estado Mayor del Ejército
(EME), produjo la evacuación militar de puestos avanzados
en las montañas orientales a inicios de noviembre: con vistas
a proteger la convocatoria electoral batistiana. Tales acciones
significaron la pérdida de la iniciativa táctica y
estratégica del ejército, y dejaba abiertas las vastas
planicies de Bayamo, Guantánamo y Sancti Spiritus a la audacia
de sus adversarios. Véase Fermoselle, R. The evolution
of the Cuban..., 1985, pág. 208; Barquin, R. M. El
día que Fidel Castro se apoderó de Cuba, San
Juan, 1978, pág. 11.
(17)
Dubois, J. Fidel Castro..., 1959, pág. 330; Duarte
Oropesa, J. Historiología..., 1974, III, pág.563;
Shkadov et al. Valentía..., 1983, págs. 51-52.
En términos generales este plan de asalto final sobre la
provincia de Oriente involucraba unos 2,800 rebeldes armados y otros
1,100 reclutas desarmados a la zaga de las columnas lanzadas al
ruedo desde el 17 de noviembre de 1958. Las fuerzas gubernamentales
en la provincia, para entonces replegadas sobre redes de comunicación,
ciudades, pueblos y puertos principales, se han estimado en posteriores
apreciaciones en alrededor de 10-12,000 hombres, de los cuales 5,000
se hallaban asignados a la plaza y defensas de Santiago de Cuba,
la agrupación de combate sita en Bayamo ascendía a
3,000 más (resultando unos 8,000 oficiales, clases y alistados).
El resto, distribuido en guarniciones como Palma Soriano, Maffo,
Holguín, Guantánamo, San Luís, Sagua de Tánamo
o Baracoa. Recuérdese que entonces la provincia de Oriente
estaba dividida en dos distritos militares: el 1DM (Santiago de
Cuba) y el 7mo.DM (Holguín).
(18)
Guevara Nuñez, O. “Operación Santiago: golpe
mortal a la tiranía”, Sierra Maestra, Santiago
de Cuba, 23 de julio de 2008; Barquin, R. Las luchas guerrilleras...,
2, pág. 755; Duarte Oropesa, J. Historiología...,
III, 563. Muchas de las disposiciones encaminadas a interrumpir
el tráfico terrestre civil, comercial y militar en la provincia
oriental, en realidad estaban en vigencia desde inicios de noviembre,
cuando Castro instruyó a sus partidarios el tomar medidas
efectivas para perturbar las elecciones del 3 de ese mes. Hay una
práctica continuidad entre unas y otras instrucciones, más
allá de la algo compulsiva insistencia del comandante en
los despachos y comunicados de guerra.
(19)
El poblado de Bueycito se hallaba apenas dos horas por carretera
de Bayamo y su agrupación de combate. Duarte Oropesa, J.
Historiología..., III, 563; Dubois, J. Fidel
Castro..., 1959, pág. 330.
(20)
Dubois, J. Fidel Castro..., 1959, 330-331. El autor de
este estudio participó entre 1985 y 1990, durante sus días
de servicio social posgraduado, en un proyecto de investigación
sobre los combates de Guisa1958, auspiciado por la Oficina
de Publicaciones del Consejo de Estado. Pudo desempeñarse
en varios trabajos de campo in situ, entrevistar antiguos
veteranos de la columna rebelde, aunque no aquellos del ejército,
y consultar algunos de los despachos cruzados entre el puesto de
mando de Bayamo y el EME que al respecto se conservaban, no muy
bien catalogados, en los fondos del Instituto de Historia de Cuba.
Al respecto, se elaboró un análisis de las acciones
de las tropas del ejército (el otro soslayado hemisferio
de la historia de la revolución, y durante el cual quedó
desvelada una hábil, inesperada, idea de maniobra para despistar
a los rebeldes, y que en su día, según testimoniantes,
incomodó a Castro en particular) a lo largo del episodio.
Se publicó, en conjunto con otros temas desarrollados por
el resto de los investigadores del proyecto, de modo preliminar
(y convenientemente mediatizado para su correcta inserción
en la hagiografia oficial), en un folleto histórico conmemorativo
de los treinta años del acontecimiento. Tal publicación
sirvió de base y referencia a Castro en su discurso de aniversario
en Guisa, acto oficial al que el aparato político, sin cortesanismos
y llegados a Bayamo nosotros, nos rehusó la invitación
(ya personalmente cursada en la capital) a estar entre el público
invitado, en contraste con el resto del equipo de investigadores,
episodio que marcó nuestro alejamiento del proyecto. El autor
desea advertir que, a despecho de no contar con similar tratamiento
por parte de antiguos colegas de investigación y docencia
a la hora de citar su autoría, y como desde hace tres lustros
no se ve impelido a someterse al escrutinio ideológico-cotidiano
del “intelectual revolucionario” con el que aquellos
se ven forzados a comulgar en gradaciones de conveniencia, no acostumbra,
por lo tanto, a soslayar la obra de otros. Véase entonces
Álvarez Tabío, P, O. Hernández Garcini y Pablo
J. Hernández González, “Batalla de Guisa”,
Granma, La Habana, Suplemento especial, 20 de
noviembre de 1988.
(21)
Hernández Garcini, O. “La Batalla de Guisa”,
Juventud Rebelde, La Habana, 30 de noviembre de 2007. Los
rebeldes intentaron emplear el carro blindado ligero contra el cuartel,
pero manejado impropiamente fue liquidado por un tiro antitanque
de los soldados. Los despachos de la embajada española en
la capital cubana recogían los exaltados partes guerrilleros
y las filtradas notas de prensa gubernamentales sobre los resultados
de este combate a las puertas de la carretera central. Los primeros
procedían de la publicación subterránea del
M26 titulada Sierra Maestra, en tanto que las segundas
aparecían en el diario habanero Información,
de fecha 6 de diciembre. Son incluidos en un despacho del embajador
a Asuntos Exteriores de 13 de diciembre de 1958, según se
refiere en De Paz Sanchez, M. Zona Rebelde..., pág.
95, notas 19, 20 y 21.
(22)
Barquin, R. M. El día que Fidel Castro..., pág.
12. Guisa lo ejemplifica, pues entre el día 20 y el 27 de
noviembre combatieron en el camino de Bayamo a los cerca de 300
rebeldes que asediaban una compañía de infantería,
alrededor de 16 compañías de infantería motorizada,
tres tanquetas ligeras, dos tanques medianos con piezas de 76mm,
seis obuses de campaña y recibieron la cobertura de varias
oleadas de bombarderos de ataque. Y no pudieron (¿quisieron
acaso?) forzar el 20 y el 27 la muy inferior barrera que otras fuerzas
burlaron con sorpresa antes, o quizás sólo estaban
dispuestos en completa ausencia de resistencia. Sin embargo, si
los soldados demostraban atisbos de combatividad, como durante la
confusa retirada nocturna del 27 o en el ataque al cuartel el 28,
la ventaja de los rebeldes podía quedar en disputa.
(23)
Juventud Rebelde..., 30 de noviembre de 2007. Las notas
colectadas por el autor a partir de los despachos y estado de situación
de tropas del EME, consultados durante su investigación sobre
el episodio de Guisa, así como las marcaciones de los despliegues
efectuadas sobre un mapa topográfico de época, sustentan
estas apreciaciones sobre la singular idea de maniobra en un ejército
cada vez menos imaginativo en su desempeño. Algunas de estas
conclusiones fueron discutidas por nosotros con el coronel R. M.
Barquin, San Juan, 2002.
(24)
Shkadov, I, et al, Valentía y fraternidad..., 1983,
pág. 59; Duarte Oropesa, J. Historiología...,
1974, pág. 563564.
(25)
CIA, SNIE 85-58. The Situation in Cuba. 24 november 1958, no 292,
pág.1 (portadilla). Se advierte en la presentación
del documento que éste fue sometido por el director de la
Agencia Central de Inteligencia, tras su elaboración con
sus colegas inteligencia militar, naval y aérea, así
como la correspondiente del estado mayor de las fuerzas armadas.
Hay un sello que reza, bajo la fecha oficial, la del 26 de noviembre.
En la segunda página es observable la naturaleza oficial
del uso y difusión del escrito, que estaba a discreción
de la CIA, y extensiva a los representantes de las agencias participantes
en el USIB, con copias remitidas a la Casa Blanca, al Consejo de
Seguridad Nacional y al Buró de Coordinación de Operaciones.
Una nota recuerda a los lectores de un contenido informativo que
afecta la seguridad nacional de EE.UU., con la consiguiente responsabilidad
penal. Ibidem, pág. 2.
(26)
Véase al respecto las opiniones formuladas por Thomas, H.
Cuba. La lucha por la libertad. Barcelona, 1974, tomo2,
págs. 1305 a 1311 y 1314 a 1318, Geyer, A. N. Guerrilla
Prince. Boston, 1991, 188 a 190.
(27)
SNIE 85-58. The Situation in Cuba..., pág. 3. Otro
despacho de la diplomacia española en La Habana hacia notar
que los rebeldes estaban en control de buena parte de Oriente, en
particular tras la captura de Guisa, y se libraban operaciones marcadas
por un indefinido terreno de los encuentros, “el hecho de
que muchos elementos alzados hagan compatibles sus acciones revolucionarias
con sus trabajos cotidianos...”, a lo que contribuía
el escaso espíritu marcial de las tropas adversarias, sometidas
a tientos políticos por parte de los rebeldes para que se
pasaran a la causa de la insurrección. Incluso señala
que en ciertas localidades existe un tácito entendimiento
entre militares y rebeldes para dominar alternativamente poblados
rurales. Despacho de 20 de diciembre de 1958, en De Paz Sánchez,
M. Zona Rebelde..., págs. 95-96, nota 22.
(28)
Ídem. Una muestra de lo anterior fue la expedición
remitida por la junta militar revolucionaria de Caracas, bajo el
almirante W. Larrazabal, que transportó a inicios de noviembre
un importante cargamento de sobre un millón de cápsulas,
otro material de guerra y, con ellos, el presidente designado por
Castro, el magistrado Manuel Urrutia. Semejantes pertrechos permitieron
a la columna 1 iniciar, en la segunda quincena del mes, sus avances
sobre Bueycito y Guisa. Coincidía esta observación
con algunas emitidas por la embajada española en la capital,
donde se mencionaba que para inicios de noviembre, la oposición
urbana contra Batista “...no había cesado de crecer...”,
y la figura de Castro verse como única alternativa por parte
de amplios sectores de la población, en particular “...la
juventud entera, en alto grado a las clases profesionales y a zonas
de la más distinta condición social, económica
e ideológica (....)”, si bien buena parte de ellos
no se califiquen necesariamente de simpáticos hacia la figura,
temperamento o ideas del caudillo de la Sierra, a quien los acontecimientos
nacionales han convertido, junto con el movimiento político
que aupaba, en “...la punta de lanza contra el régimen
de Batista.” Véase despacho del embajador a la cancillería
de Madrid, La Habana, 28 de octubre de 1958, citado en De Paz Sánchez,
M. Zona Rebelde..., 1997, pág.66, nota 93.
(29)
Ibidem, 3-4. Una interesante apreciación de estas
visiones aparece en Geyer, G. A. Guerrilla Prince..., 1991,
pág. 190.
(29a)
Empleamos el adjetivo marcista en tanto neologismo común
entonces entre ciertos sectores de la oposición al gobierno
de Batista. Como sugiere el colega José Ramón Alonso,
editor de este artículo, semejante juego de palabras alrededor
del mes de marzo de 1952 en que se instaura el gobierno de naturaleza
marcial en la isla, también adelanta el futuro de un nuevo
autoritarismo, en este caso marxista.
(30)
Ibid., 5. Una comunicación de la embajada de España
en la capital de la República Dominicana, daba cuenta a Madrid
de ciertas opiniones que acerca de la situación cubana se
manejaban entre los círculos inmediatos al dictador Trujillo,
en particular la pobre opinión que se tenía de las
actuaciones de Batista a quien calificaba de “indeciso y vacilante,
víctima de su propia demagogia...”, así como
la peligrosidad con que Trujillo veía el ascenso político
de Castro. A juicio del diplomático español, éste
era representante de “...claro e inequívoco signo nacional-marxista,
a pesar de que incluso incautamente muchos ingenuos católicos
le hagan el juego (...)”. Véase De Paz Sánchez,
M. Zona Rebelde..., pág. 91, nota 9.
(31)
Ibid., 5. Los suscribientes hacían notar que a despecho
de la retórica nacionalista, el M26 no era antiamericano,
y hasta el verano próximo pasado había tratado de
ganar la buena voluntad del gobierno y la opinión publica
en los EE.UU. De esa fechas en adelante, la propaganda de los revolucionarios
ha hecho énfasis en que la administración Eisenhower
prefiere regímenes dictatoriales en el Caribe y que Batista
ha conspirado con funcionarios norteamericanos afines para provocar
una intervención norteamericana en la crisis cubana. Esta
línea, resultaba efectiva al explotar las recurrentes (y
condicionadamente reflejas) prevenciones y resentimientos latinoamericanos
con respecto a las intervenciones foráneas (léase
norteamericanas) y autoritarismos domésticos, tan aceptables
(y gratas) para los nacionalistas de todo pelaje, sean pequeño-burgueses
o falangistas, tanto como los leninistas del hemisferio. No en balde
se señalaba el caso revolucionario de la junta militar de
Caracas, donde a inicios de año, habían coincidido
unos y otros a la zaga de los militares golpistas. Es interesante,
al menos para quien esto redacta, que nuestro estimado nos sirve
de referencia para saber que, tras ciertas acritudes expresadas
en correspondencia alusiva a las inclinaciones de diplomáticos
y funcionarios norteamericanos antes formuladas, para noviembre
de 1958,Castro mostraba de nuevo un deseo de entendimiento con los
mismos, en tanto que algunas transmisiones de Radio Moscú,
enfocaban sus editoriales en la situación cubana insistiendo
en las citadas criticas a posiciones norteamericanas, para clamar
por la “unidad” (léase pactar una alianza con
el PSP) y apoyo “internacional”(léase de los
partidos prosoviéticos) a las fuerzas antibatistianas. Por
ultimo, debemos apuntar que cierto numero de importantes personeros
del PSP, como se expresa en el estimado, se hallaban en el exilio
en Ciudad México, donde siguieron con sus practicas de infiltración
de los grupos oposicionistas que databan de La Habana. Como en esta
ciudad radicaba la mas importante embajada soviética en Iberoamérica
(y activa estación de la KGB) con la que habían sostenido
algunos difusos contactos Castro y sus compañeros en 1956,
seria muy atractivo conocer si, como es sospechable, las actividades
de “unidad” de PSP para con la guerrilla se consultaron,
coordinaron o planearon con los correspondientes funcionarios soviéticos.
No nos faltan intuiciones, en especial por los contactos entre el
triunfante fidelismo y la embajada moscovita a poco de iniciarse
el 1959. Véase Andrew, C. y V. Mitrokhin. The World is
Going Our Way. The KGB and the battle for the Third World.
New York, 2005, págs. 33-35.
(32)
La cúpula del PSP estaba controlada por prosoviéticos
confesos como Aníbal Escalante, Blas Roca y Carlos R. Rodríguez.
Éste último subiría a la Sierra Maestra en
1958, permaneciendo en los cuarteles de Castro, dedicado a la observación
y cultivo de relaciones con los rebeldes, en particular el elusivo
Castro y el más receptivo Che Guevara. A él se atribuye
la iniciación de éste último en los textos
fundacionales maoístas sobre la guerra de guerrilla, que
devendrían en referente doctrinal y táctico del argentino,
quien instruyó a sus hombres con éstos escritos. Alguna
copia mimeografiada de las reflexiones del “gran timonel”
fue ocupada, entre los bagajes de una tropa rebelde, por el ejército
en Las Villas y exhibida como prueba de infiltración marxista
en la guerrilla. Véase Geyer, G. A. Guerrilla Prince...,
1991, págs. 186-188, también Pardo Llada, J. Memorias
de la Sierra Maestra. La Habana, 1960. Tuvimos la oportunidad
de ver una copia fotostática del capturado texto de Mao (traducido
al español en una edición sudamericana), conservada
en los fondos del extinto Centro de Estudios de Historia Militar,
sito en el Museo de la Revolución, y procedente de los archivos
de EME. Evidencia correcta que fue descartada por la opinión
pública, desconfiada por la larga teoría de falsedades
de la prensa oficialista del momento.
(33)
SNIE 85-58. The Situation in Cuba..., pág. 4 (7).
(34)
Ibid., 3 (5).
(35)
Ídem. La apreciación no por cierta dejaba
de ser un juicio demoledor hacia la gestión del gobierno
en casi dos años de insurgencia urbana y rural en Oriente,
sobre todo. Recuérdese que las fuerzas armadas de la Republica,
si bien sometidas desde 1952, a una depauperante politización
de mandos, planes y funciones con el ascenso de Batista y la cúpula
de sus seguidores en los cuerpos armados, amen de varias purgas
entre su oficialidad mejor preparada, eran entonces, y a la escala
de la lucha rebelde, una poderosa agrupación de jefaturas,
oficialidad y guarniciones, muy superior a la suma de opositores
armados en los reductos serranos o en las ciudades de la Isla. Con
un presupuesto de defensa oficial de 55.3 millones de pesos, y uno
secreto que se calculaba en otros 15 a 20 millones a inicios del
ultimo año de la guerra civil, sus efectivos totales del
ejército se habían incrementado de 19.492 (en 1951)
a 40.721 (en 1958). Organizados bajo un estado mayor conjunto y
el estado mayor del ejército en siete regimientos de la guardia
rural, otros siete de infantería de línea, distribuidos
en las provincias, respectivamente, mas 1 regimiento de artillería,
1 regimiento mixto de tanques y dos divisiones de infantería
situadas en La Habana; la fuerza aerea del ejército dotada
de sus escuadrones de bombardeo, persecución y transporte
con mas de una veintena de aparatos operativos. La marina de guerra
con bases en la capital, Cienfuegos y Santiago de Cuba contaba con
tres fragatas, numerosos cañoneros y buques de escolta, mas
algunos aviones navales. Además, existían servicio
de comunicaciones, transporte, logística, sanidad e inteligencia
militar y naval. Las unidades dislocadas en Bayamo y Santiago de
Cuba, por en aquellas fechas, las integraban fuerzas mixtas en composición
de un regimiento de infantería, una o dos baterías
de artillería ligera de campaña y al menos una compañía
de carros blindados (o también pelotones de tanques), por
lo que se les consideraba como grupos de combate autónomos
y eficientes para imponerse en el teatro de operaciones asignado.
Véase “Ejército de Cuba.” en Libro
de Cuba. Edición Conmemorativa del Cincuentenario de la Independencia.
La Habana, 1954 [edición facsimilar, Miami, 2002], págs.
269-270; Duarte Oropesa, J. Historiología..., III,
págs. 525-527; Fermoselle, R. The evolution...,
1987, pág. 248.
(36)
SNIE 85-58. The Situation..., pág 4.
(37)
Idem. Existe el riesgo de descalificar las apreciaciones con
la ventaja de los observadores a la distancia de los acontecimientos.
Creemos que los analistas no andaban tan desacertados en ser cautelosos
acerca del desenlace final del batistato. Basta con analizar las
disposiciones del mando rebelde para con las operaciones contra
Santiago de Cuba, Santa Clara y el proyectado avance en fuerza contra
la capital, como para creer que los rebeldes esperaban triunfar
en Año Nuevo. El ejército, como testimoniaron las
reuniones celebradas en la Navidad de 1958, manejaba tanto la idea
de abrir canales clandestinos de negociación con los rebeldes
como de enviar refuerzos bien dotados desde La Habana en el tren
blindado, así como planear evacuaciones de tropas por aire
y mar desde guarniciones al este de Santiago para solidificar una
suerte de línea defensiva en Santa Clara que desgastara a
los guerrilleros del M26 y DR en las comarcas centrales. El desplome
de la voluntad de combatir de las fuerzas armadas con la huida de
Batista y el efímero mando del general Cantillo en Columbia,
junto con las hábiles maniobras de Castro con respecto a
los mandos militares destacados en Santiago de Cuba, Guevara en
Santa Clara y el recién liberado de prisión coronel
R. Barquin en el propio EME y las guarniciones de la fortaleza de
la Cabaña y el campamento de Columbia, provocaron el abandono
de todo amago de resistencia de las fuerzas armadas, en veinticuatro
horas apenas , entre el primero y dos de enero de 1959.
(38)
Ibidem, pág.4. Varios incidentes que involucraron
la detención de ciudadanos norteamericanos en Oriente crearon
intercambios epistolares, algunos bastantes cargados de acritud,
entre el alto mando rebelde, la embajada y voceros del Departamento
de Estado, siendo uno de los más sonados -aparte del secuestro
de varios por órdenes de Raúl Castro durante la ofensiva
de verano de las fuerzas armadas para servirse de ellos como “escudo
antiaéreo” y poder orquestar una efectiva situación
mediática con la prensa internacional- el incidente que se
suscitó en la planta minera de Nicaro, al noreste de la provincia,
a finales de octubre de 1958. El incidente y las cartas cruzadas
pueden verse en Dubois, J. Fidel Castro..., 1959, págs.
320-325.
(39)
Ibidem, pág.4 (7), nota 5 en el original.
(40)
Ibid., pág. 5 (7), nota 6 en el original. En la
copia desclasificada que hemos consultado, las tres líneas
finales de la nota al pie de página aparecen tachadas en
negro con una anotación marginal manuscrita que reza “Revisión
del Departamento de Defensa.” La embajada de España
pareció seguir con cierto interés el vertebramiento
de las conjuras entre los altos mandos del ejército, así
como los cuestionamientos que existían entre la oficialidad
sobre las decisiones militares de Batista en favor de una supuesta
ofensiva en los frentes de combate. Colocaban al general Díaz
Tamayo asociado a una tendencia militar que deseaba poner freno
a los grupos paramilitares alentados por el gobierno, así
como a ciertos contactos con elementos revolucionarios, por los
que se le atribuía alguna simpatía personal, y quienes
“...quizás contasen con él para futuras contingencias
políticas.” El remitente diplomático en el curso
de varias comunicaciones fechadas en 5 de diciembre de 1958, opinaba
que mas que una conspiración organizada en las fuerzas armadas,
el episodio reflejaba “...un cierto estado de animo...”
en desacuerdo con la conducción de la guerra por el EMC y
para conjurar una profundización y generalización
de los efectos humanos y materiales de la guerra civil. Consúltese
De Paz Sanchez. M. Zona Rebelde..., págs.94-95,
notas 16,17 y 18.
(41)
Ibid. Pág.5.
(42)
Geyer, G. A. Guerrilla Prince..., 1991, 188-189. La autora
refiere una entrevista sostenida con el agente de inteligencia retirado
R. Wiecha, quien servía en el personal diplomático
destinado a la embajada en Cuba. J. Dubois refiere cómo la
clandestinidad urbana del M26-RC en La Habana y las delegaciones
del mismo en el exterior, coordinaban contactos y entrevistas con
periodistas americanos, que en uno u otro punto contaban con conocimiento
de funcionarios consulares amistosos. Véase Dubois, J. Fidel
Castro..., 1959, págs. 159, 250, 276-279; entrevista
con Otto Poland, San Juan, Puerto Rico, 1996.
(43)
Geyer, G. A. Guerrilla Prince..., pág. 190. Esta
autora refiere, de pasada pero sin explotar sus contenidos, al informe
del 24 de noviembre, que califica depositario de análisis
irreales sobre los acontecimientos en la Isla, en particular creer
que podía tener posibilidades las tesis de la junta militar
moderada y las reservadas apreciaciones acerca del apoyo de la población
a los rebeldes.
(44)
SNIE 85-58. The Situation in Cuba..., pág. 3. De
acuerdo con Barquin, los importantes hacendados y empresarios cubanos
y norteamericanos vinculados con la industria azucarera, trataron
de conseguir el apoyo de la Casa Blanca y el Departamento de Estado
por una solución de la crisis cubana que excluyera tanto
al dictador castrense como al caudillo serrano, idea que parecía
coincidir con la más generalizada apreciación de las
agencias representadas en el USIB. La reserva de los interlocutores
en la capital federal parece que motivó, ya fuese por decisión
de los lobbistas cubanos o por consejo de la diplomacia americana,
el establecer por medio de algunos hacendados y quizás funcionarios
del gobierno americano, algunos contactos con Castro para que éste
dictase una tregua para iniciar la zafra en las comarcas dominadas
por los rebeldes. Los grupos de presión de la época
mostraron un temprano olfato para calibrar y lisonjear a futuros
vencedores. Véase Barquin, R. M. Las luchas guerrilleras...,
1975, 2, pág. 783, nota 13.
(45)
Ídem, nota 2. Un puñado de líneas
al final de la nota aparecen tachadas en el original, con una observación
manuscrita que anuncia una revisión del Departamento de Defensa,
presumiblemente antes de la desclasificación del texto.
(46)
SNIE 85/1 Developments in Cuba since Mid-November. 16 december
1958, no. 288. El documento desclasificado apenas cuenta con dos
páginas de estimado, pero reveladoras. Los representantes
de inteligencia coincidían con los presentes en la elaboración
del estimado del 24 de noviembre. Entre los funcionarios civiles,
los de Estado, Energía Atómica, Agencia de Seguridad
Nacional, FBI y CIA; los uniformados procedían del Estado
Mayor Conjunto y los departamentos de Defensa, Ejército,
Fuerza Aérea y Marina. Sus destinatarios principales seguían
radicando en la Casa Blanca, los departamentos de Estado y Defensa,
así como la influyente Agencia de Seguridad Nacional.
(46a)
El Segundo Frente del Escambray fue un desgajamiento de las primeras
guerrillas estudiantiles y urbanas que se internan en el Escambray
a fines de 1957, y que tras la expedición del Directorio
Revolucionario, en las primeras semanas de 1958, y las subsiguientes
diferencias personales entre los comandantes Gutiérrez Menoyo
y Chomón, se organizó en las alturas al sur de la
línea Fomento/Placetas. Como sus rivales, compartía
la antipatía por Castro y sus seguidores.
(47)
Barquin, R. M. Las luchas guerrilleras..., 1975, 2, págs.
753-755. Los rebeldes procedieron a la sistemática destrucción
de los puentes sobre el Zaza (5 de diciembre), complementados con
similares acciones destructivas contra tramos de la carretera central
al norte de la serranía escambraica, entre los días
10 y 15 de diciembre. Otro propósito de tales voladuras era
el interrumpir el sistema de convoyes terrestres que enlazaban las
guarniciones principales a lo largo de la carretera central con
puestos militares marginales o relativamente aislados. En algunos
casos, como los de los destacamentos de marina en Caibarién
o Isabela de Sagua, el abastecimiento correspondía a buques
de la Marina de Guerra (MG).
(48)
Fermoselle, R. The evolution of the Cuban military...,
1987, págs. 239-240; Barquin, R. M. El día que
Fidel Castro se apoderó de Cuba. San Juan, 1978, págs.
11-16. Diciembre es testigo de la aceleración de la estrategia
de repliegue de las tropas gubernamentales en Las Villas orientales
y centrales, y el cada vez más vulnerable desplazamiento
de sus convoyes protegidos por las carreteras provinciales. Inclusive,
la compañía de carros blindados asignada al 3erDM
experimentó sus primeras bajas en operaciones, por minado
de caminos o captura en acciones. Véase Barquin, R. M. Las
luchas guerrilleras..., 2, pág. 737; también
para las operaciones rebeldes lo relatado en los capítulos
correspondientes en Guevara, E., Pasajes de la guerra revolucionaria,
La Habana, 1970. Las destrucciones de las rutas de comunicación
terrestres se orientaban tanto a privar al gobierno de La Habana
de importantes recursos económicos, como demostrar, ante
la población y prensa internacional, que las fuerzas armadas
eran impotentes para controlar o proteger vastas zonas rurales,
así como la integridad y funcionamiento de vitales enlaces
internos.
(49)
Dubois, J. Fidel Castro..., 1959, págs. 331-332,
337; Barquin, R, M. El día que Fidel Castro...,
1978. págs. 154-155; Barquin, R. M. Las luchas guerrilleras...,
2, pág. 773; Duarte Oropesa. J. Historiología...,
1974, III, págs. 563-564; Guevara Muñoz, O. “Operación
Santiago...”, Sierra Maestra, S. de Cuba, 23 de julio
de 2008. Santiago de Cuba se halla en el fondo de una cuenca, rodeada
por las sierras de Boniato, El Cobre y la Gran Piedra, subsidiarias
de la Maestra, por el norte, oeste y este, respectivamente. Al sur
la limita el Mar Caribe. El control de tales alturas y los puertos
de montaña que la comunicaban con Bayamo, Holguín
y Guantánamo, se convirtieron en objetivos principalísimos
de los rebeldes. El ejército para impedirlo contaba con batallones
destacados en las periféricas comunidades de El Caney y Boniato,
entre otros puntos de acceso amenazables.
(50)
Ídem. Una vez que el Ejército Rebelde comenzó
a “bajar al llano” desde finales de noviembre de 1958,
y enfrentar destacamentos militares más dispuestos a resistir,
a la defensiva, sus bajas aumentaron progresivamente, a escala impensada
en las celadas serranas. Combates como los de Jiguaní, dejaron
15 bajas rebeldes frente a 30 militares, en tanto que la empecinada
tropa del ejército en Maffo hizo 24 bajas a los rebeldes.
Para una columna de 200 barbudos, una veintena de bajas entre sus
veteranos pelotones constituía una sensible pérdida,
casi tan severa como una treintena de recién alistados para
una compañía de infantería ligera de 100 efectivos,
o el equivalente en el caso de un batallón de 350.
(51)
El sintetizado despliegue de las unidades de las fuerzas armadas
en diciembre de 1958 está reproducido gráficamente
por Barquin, R. M. El día que Fidel Castro se apoderó...,
1978, págs. 154155.
(52)
The New York Times, 4 de diciembre de 1958; Bohemia,
La Habana, 15 de marzo de 1959, citados en Barquin, R. M. Las
luchas guerrilleras..., 2, págs. 782-783, notas 11-13;
Marrero, L. Geografía de Cuba. Miami, 1981, págs.
385, 688-693. Los puertos de embarque afectados por las acciones
de intercepción de rutas terrestres de los rebeldes en Oriente
eran 11; en Camagüey, 3; en Las Villas, 5. Las tropas gubernamentales
aseguraban las exportaciones de los cuatro principales puertos de
las provincias occidentales: La Habana (1), Matanzas (2) y Pinar
del Río (1) que exportaban el 23% de toda el azúcar
nacional. Recuérdese que, según estimados de comercio
exterior, del 80 al 84% de los ingresos de la Isla por este concepto
procedían del azúcar, y de este total, tres cuartos
iban al consumo norteamericano. En el residual porcentual se hallaba,
entre otros, el tabaco, del cual una buena porción de su
producción total, sobre 40.8 millones de libras, quedaba
en las provincias envueltas por el conflicto. Como muestra de los
recursos canalizados por esta época y a favor del M26 en
el Oriente rural, los comisionados rebeldes encargados de cobrar
los impuestos revolucionarios a los propietarios azucareros, recaudaron
un fondo que ascendió a cerca de tres millones de pesos.
En despacho de 5 de diciembre de 1958, la embajada de España
remitió a Madrid el estimado del diario neoyorquino, por
considerarlo revelador de la situación cubana por una fuente
respetable, si bien proclive a la causa de los rebeldes. Véase
De Paz. Zona..., págs. 93-94, nota 16.
(53)
Marrero, L. Geografia...,1981, 683-687; Nuevo Atlas
Nacional de Cuba, La Habana, 1989. Por entonces, y según
el censo de 1953, base de todos los datos disponibles para el momeno,
Camagüey contaba con 618.256 habitantes en 26.346 km2, en tanto
que Las Villas estaban pobladas por 1.030.162 habitantes. Un despacho
diplomático español, dirigido a la cancillería
matritense en 26 de diciembre de 1958, hacía notar que los
jefes rebeldes, seguros de que la victoria se inclinaba de su lado,
habían alterado su táctica de guerra económica
dirigida contra fábricas de azúcar y campos de caña,
por la de aislarlos de puertos y guarniciones de manera que las
instalaciones y colonias plantadas se conservaran a favor del futuro
gobierno revolucionario, para evitarlo poco podían hacer
las anímicamente quebrantadas fuerzas de operaciones. Véase
De Paz, M. Zona Rebelde..., pág. 97, nota 25.
(54)
El embajador Smith ante la prensa, Washington, D C, 5 de diciembre
de 1958; citado en Barquin, R. M. Las luchas guerrilleras...,
2, págs. 821. A comienzos de noviembre, y tras las elecciones
oficialistas, el embajador sugirió al secretario de Estado
que se hiciera una pública declaración de apoyo a
Rivero Agüero, con reanudación de la asistencia militar,
si el electo ejecutivo se proponía organizar un gobierno
de concertación nacional y una asamblea constituyente. A
esta idea, probablemente influida por las relaciones de Smith con
Batista y su ministro de Estado, recibió una negativa de
sus superiores en la capital federal. Contrástese con algunas
de las apreciaciones de salida política formuladas en el
SNIE 85-58, de 24 de noviembre, en las que los subordinados de Allen
Dulles se expresaron. Véase Duarte Oropesa, J. Historiología...,
1974, III, pág. 558.
(55)
El embajador Pawley, en la nocturna entrevista de 9 de diciembre
de 1958 en La Habana, representaba, como las declaraciones de prensa
de cuatro días antes, la estrategia impulsada por el subsecretario
de asuntos latinoamericanos R. Murphy, que no cejará en sus
empeños de hacer salir a Batista por medios diplomáticos.
(56)
Entre los posibles miembros de la junta de gobierno que se comunicaron
a Batista, se hallaban oficiales en activo comando militar de las
fuerzas armadas como los generales E. Cantillo y A. Sosa de Quesada,
o prisioneros por conspirar para su derrocamiento, como el coronel
R. M. Barquin, entonces en el penal de Isla de Pinos. Tanto el subsecretario
Rubotton como su subordinado regional para el Caribe, Weiland, sostenían
la apertura de canales de entendimiento con Castro. Véase
Duarte Oropesa, J. Historiología..., III, pág.
558.
(57)
SNIE 85/1-58. Developments in Cuba since Mid-November.
Supplements SNIE 85-58, 16 december 1958, pág. 1 (4).
(58)
Idem. Desde marzo de 1958, para soslayar el embargo de armas
por el Congreso norteamericano, el gobierno cubano empleo 80,000,000
de pesos en órdenes de armamentos y pertrechos a proveedores
de Gran Bretaña, República Dominicana, Nicaragua y
Bélgica. Véase Barquin, R. M. Las luchas guerrilleras...,
2, pág. 787, nota 14.
(59)
SNIE 85/1-58. Developments in Cuba..., pág. 2 (5).
Volvemos a las mencionadas opciones de la tercera fuerza esbozadas
por el secretariado asistente para asuntos latinoamericanos y la
sección del Caribe del Departamento de Estado. A lo largo
de 1958, los eficientes institutos de inteligencia militar y naval
habían conseguido neutralizar varias conjuras antirégimen
en diversos mandos y armas de las fuerzas armadas. Iniciado marzo,
fue desmantelada una que implicaba militares retirados y elementos
civiles de oposición en La Habana y Las Villas, nucleados
alrededor del comandante S. León Betancourt y con contactos
con los militares presos en Isla de Pinos, en particular el coronel
Barquin. Este plan concebía un pronunciamiento de la oficialidad
de la guarnición de Santiago de Cuba, así como en
Camagüey y Holguín, donde se ocuparían cuarteles,
arsenales y aeropuertos militares. Los militares presos en Isla
de Pinos serían liberados y eliminados del poder los golpistas
del 10 de marzo. Otra, descubierta por los oficiales del servicio
de inteligencia naval (SIN), habría de implicar a miembros
de la oficialidad naval del distrito de Santiago de Cuba y contemplaba
la deserción de una de las principales fragatas de la marina
cubana, estaba vinculada con elementos de la clandestinidad del
M26, y quizás con la comandancia general en la Sierra. Batista,
por su experiencia con la conjura y alzamiento navales de septiembre
de 1957, tomó en serio estas defecciones en un cuerpo muy
académico con el que no siempre logró establecer empatía,
por la naturaleza eminentemente elitista del estamento naval y la
muy política del alto mando militar de su régimen.
(60)
Ídem. Durante los meses de noviembre y diciembre de
1958, el SIM penetró, escrutó y terminó por
desarticular dos conspiraciones adicionales con ramificaciones desde
Columbia a Santiago de Cuba, y que de haberse ejecutado hubiesen
adelantado el desplome del gobierno de Batista. La conocida como
conspiración del general Díaz Tamayo, entonces ayudante
general del ejército, por su figura más conspicua
seleccionada para encabezarla, fue concebida y ejecutada por el
capitán F. Gutiérrez Fernández y el teniente
coronel R. Corzo Izaguirre, en Columbia, así como el coronel
Curbelo del Sol, comandante de la compañía de tanques
ligeros de Santiago de Cuba, amen de otros oficiales del ejército,
algunos de la fuerza aérea y de la marina, de los cuales
fueron arrestados en total casi una cuarentena. Los jefes de la
conjura, establecieron contactos indirectos con el grupo de oficiales
prisioneros en Isla de Pinos, entre ellos Barquin, que se mostraron
favorables a la idea de un levantamiento militar que derrocara al
régimen castrense y constituyera una junta militar de gobierno
que pudiera negociar con el mando rebelde de la Sierra Maestra desde
posiciones de poder. Además, los oficiales conspiradores
contaban con un enlace directo con el movimiento M26, en particular
con el delegado de Castro para con los militares, J. Camacho Aguilera,
así como con los principales jefes de la Resistencia Cívica
y de Acción y Sabotaje del M26 en La Habana, entre ellos
M. Ray y J. Duarte. Con éstos se acordó que los militares
serían secundados en su pronunciamiento en La Habana con
trescientos milicianos urbanos del M26, en tanto que otra decena
de ellos cooperarían con un comando militar en la captura
de Batista. Un enlace de los militares conspiradores se entrevistó
con un funcionario de la embajada americana en La Habana, quien
se mostró dispuesto a informar a sus superiores de la cancillería
federal sobre el plan de golpe, sin asumir compromiso alguno, aunque
se permitió dos recomendaciones: actuar los militares sin
colaboración con los rebeldes, y conceder la jefatura máxima
a una figura como el general Díaz Tamayo, lo que ha llevado
a ciertos estudiosos a considerar que éste parecía
ser el favorito de las agencias diplomáticas y de inteligencia,
civil y militar, norteamericanas para suplantar a Batista y detener
a Castro. La efectiva infiltración del SIM llevó a
su desmantelamiento en 27 de noviembre, y detención de numerosos
oficiales de varias armas y servicios, en tanto otros como el general
Díaz Tamayo, quien pareció vacilar ante la inminencia
de la acción, pasados a discreto retiro a inicios de diciembre.
Castro, conocedor del descalabro de la conspiración, exhortó
a los conjurados a unirse a las tropas rebeldes. Véase Duarte
Oropesa, J. Historiología..., III, pág. 561;
Barquin, R. M. Las luchas guerrilleras..., 2, págs.
807-809, notas 15, 17; 810812.
(61)
Ibidem, 2. El estimado, con cierto tono de alarma, evoca la
posible reedición de la situación anárquica
que, en agosto de 1933, había seguido a la salida del gobierno
del general Machado, el consiguiente golpe cívico-militar
contra su sucesor designado y la imposibilidad del gobierno de transición
subsiguiente de controlar los ánimos de gentes, organizaciones
y facciones, por un periodo prolongado, con evidentes riesgos para
vidas e intereses, principalmente los norteamericanos, en Cuba.
Por ello la opción de una conspiración controlada
y ejecutada de las fuerzas armadas seguía manteniendo la
preferencia del Departamento de Estado y al parecer de otras agencias
del gobierno federal. A despecho del descalabro del plan de levantamiento
militar entre oficiales y tropas destacadas en Columbia y Santiago
de Cuba a finales de noviembre de 1958, otros altos mandos y oficiales
de guarnición intentaron aplicar semejante método
durante el convulso mes de diciembre, para concluir experimentando
análoga suerte a manos de los impenitentes miembros de la
inteligencia militar. La conjura del teniente coronel F. Rossell
Leyva, jefe del cuerpo de ingenieros y del comandante militar del
3er.DM, general A. Río Chaviano, a materializarse en una
serie de alzamientos el 25 de diciembre de 1958, menos de una decena
de días después de elaborado el estimado SNIE 85/1-58,
pareció implicar jefes y oficiales de servicio en La Habana
y los distritos militares ubicados en Santa Clara, Camagüey
y Santiago de Cuba. Sus principales contactos se movieron en tres
direcciones principales:
1º comprometer la participación del
general Cantillo Porras, jefe del 1er.DM (quien sería nombrado
jefe de la junta), y a su vez aseguraría la adhesión
de su subordinado, el jefe del regimiento de Santiago de Cuba y
del comandante del distrito naval del Sur. También atraería
al movimiento los jefes del 2do.DM (Camagüey), general Pérez
Coujil, y del 4to.DM (Matanzas), general C. Cantillo, así
como al comandante de la base aérea de San Antonio de los
Baños.
2º establecer comunicación con el
grupo de oficiales militares presos en Isla de Pinos, a los que
se les prometía rescatar con una tropa del 3er.DM, y nombrar
al coronel Barquin a la presidencia de la junta. Los oficiales contactados
se manifiestan afirmativamente.
3º conseguir, por medio de contactos directos
de los oficiales conjurados, el asentimiento de Castro y cooperación
de la clandestinidad urbana del M26. Para ello el teniente coronel
Rossell intercambió mensajes radiofónicos y escritos
con Castro, Guevara y miembros de la resistencia para proponer la
participación de los guerrilleros en el pronunciamiento de
las guarniciones de Las Villas y la integración de la jefatura
rebelde a la junta militar. Castro se niega, exige la rendición
incondicional de los mandos conspiradores de las tres armas, a la
vez que proyecta concertar entrevistas con los principales jefes
implicados: una, del general Río Chaviano con sus representantes
villareños, y otra, por intermediarios personales suyos,
con el general Cantillo. Pero el plan se desmoronó justo
en vísperas de su ejecución: el SIM lo había
detectado y decreta arresto de sus jefes e implicados, aunque Rossell
Leyva logró escapar a la Florida, dejando a sus subordinados
sin dirección. El mando rebelde rechazó entendimiento
político alguno con las fuerzas militares de Santa Clara,
y el general Cantillo (tras la polémica conferencia del EMC
de 22 de diciembre y su reunión con Batista dos días
después, donde le fue ofrecida la jefatura del EMC tras la
salida del dictador si facilitaba su salida del país) prefirió
declinar su compromiso con una intentona sin futuro a la altura
de acontecimientos que ninguna de las partes era capaz de aprehender
en su completa complejidad. Sobre estos entuertos y truculencias
políticas entre embajadores, conspiradores, batistianos y
fidelistas que se perfilan entre la víspera de Navidad y
el Año Nuevo, pueden consultarse versiones encontradas en
la literatura de memorias existente.
(62)
Barquin, R. M. Las luchas guerrilleras...,1975. 2, págs.
810., nota 20, 822, 826-827; Duarte Oropesa, J. Historiología...,
III, pág. 823. Pocos días después de este estimado,
en la noche del 22-23 de diciembre, en una reunión de altos
oficiales del EMC se discutieron las posibles acciones para enfrentar
el virtual desplome del régimen: en Las Villas se intentaba
organizar un frente de resistencia en la capital provincial, ahora
amenazada de cerco por los guerrilleros, con el apresurado y postrero
refuerzo de un batallón de ingenieros y armas pesadas a bordo
de un tren militar enviado desde La Habana a Santa Clara; en Oriente,
donde se estimaba posible la caída de Santiago de Cuba en
manos de los rebeldes y con la población envalentonada, se
confiaba secreta encomienda al general Cantillo, comandante del
1er.DM, de establecer conversaciones con Castro, sondeando su actitud
ante alguna acción política de los altos mandos contra
Batista. Este último, que también fue calificado por
sus generales de ser el responsable de la desastrosa situación
militar por sus interferencias en la conducción de las operaciones,
enterado inmediatamente del asunto por su ubicua inteligencia militar,
desplazó del mando a algunos de sus más encumbrados
oficiales destacados en Columbia y Santa Clara, a la vez que descalificaba,
en los espacios de difusión adictos, la integridad personal
y profesional de los implicados en las conjuras, tal como fue publicado
en Prensa de Cuba, La Habana, 28 y 29 de diciembre de 1958.
San Juan, Puerto Rico, 2008 
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