HISTORIAS
DE INDIOS. PRESENTACIÓN DE LA CASIMBA DE MABUYA DE
MARLENE GARCÍA Y JOSÉ RAMÓN ALONSO.
Por Pablo Hernández.
Antaño y lejos, cuando mi sobrino Ramón
Javier era pequeño, acostumbraba a llevarlo conmigo algunos
viernes a las sesiones de visitas abiertas que entonces existían
en el Museo Antropológico Montané de la Universidad
de La Habana. Con apenas cinco o seis años, sentía
fascinación por las colecciones y podía pasarse un
buen rato observando la multitud de artefactos, ídolos, cerámicas
y en particular los cráneos arcaicos y aruacos, que más
de una vez reprodujo en rudas ilustraciones, algunas de las cuales
aún conservo. El niño descubría con delectación
las muestras arqueológicas, que convertían las esperadas
excursiones en una doble diversión: pasear con su algo consentidor
tío e “ir a ver los indios” del museo.
Tal impresión dejaban esas vivencias, que
luego exigía al padre y los abuelos que improvisaran algunas
historias domésticas donde los protagonistas eran los indígenas,
sus artefactos y, en ocasiones, los algo horrísonos ídolos
que poblaban entonces la espaciosa y única sala de exhibición
del museo. El apuro de los improvisados narradores, para satisfacer
la desbordada imaginación infantil e hilvanar convincentes
relatos, muchas veces enmendados con cierta perentoriedad por el
impaciente, severo e insomne oyente, era explicable. Quien esto
escribe, apenas consiguió alguna que otra vez ofrecer un
“cuento de indios” medianamente estructurado, y trataba
de distraerlo con alguna que otra pobre fantasía, más
o menos alejada del asunto.
Mi sobrino es hoy un adolescente, y aunque sigue
atesorando su interés por aquella afición de su tío,
prefiere leer textos más concienzudos sobre los indígenas
que alguna vez poblaron las Antillas. No obstante, creo que disfrutará
esta colección de relatos donde la mitología indoantillana
campea con el mismo desenfado y naturalidad que en la rica imaginación
de los niños, y la gracia de los narradores se combina con
la enjundia intelectual que avala la búsqueda en que se basan
los textos.
A diferencia de lo ocurrido en otras islas vecinas,
donde ha sido magnificado -incluso llevado a la categoría
de icono “nacional”, por la historia oficial-
el tema del indio, parece no ocupar un lugar particular en la literatura
o historia modernas en Cuba, superada por más de un siglo
las exaltaciones nacionalistas del pasado aborigen, el sabido “siboneyismo”.
Aunque nunca han estado ausentes novelas con tramas más o
menos románticas, populares y duraderas melodías que
evocan -en castellano lamento- el desaparecido indígena
(no encuadrado muy exactamente en las clasificaciones culturales
admitidas por los especialistas contemporáneos), y quizás
hasta alguna interesante versión operística de aquellas
gentes primeras, por razones que merecen otro espacio, la memoria
de las comunidades indígenas del archipiélago está
livianamente asentada en lo que hoy los autores entendidos llaman
“el imaginario popular cubano”. En realidad apenas ciertos
folcloristas, como los que inspiran a Marlene García y José
Ramón Alonso en este libro, son los que con tenacidad y modestia
han salvado estas dispersas referencias.
Afianzadas en las tradiciones rurales de algunas
provincias del interior de la isla de Cuba, han sido recogidas singularmente
entre campesinos de las regiones centrales y orientales, y no así
-quizás por ausencia de una investigación sistemática-,
en los distritos occidentales, lo que viene a coincidir de modo
interesante con las comarcas histórica y arqueológicamente
comprobadas como de apreciable densidad de población indocubana
en el siglo de la conquista. Lo que, a mi juicio, podría
ameritar una superposición del mapa cultural indígena
sobre el de la procedencia geográfica de las tradiciones
registradas y conservadas, intentando inferir algunas consideraciones
sobre la pervivencia de una memoria -si bien algo diluida,
es cierto, pero memoria al fin- vigente aún a inicios
del siglo XX.
No deja de ser inquietante la profusión
de leyendas indígenas procedentes de la comarca sureña
de la bahía de Jagua, poblada por uno de los más importantes
cacicazgos y comunidades aruacas, a la llegada de la hueste conquistadora
de Diego Velázquez de Cuéllar en 1514. Confío
que, si los autores, en proyectos venideros, siguen indagando en
el folklore provincial cubano, en especial el de los distritos orientales,
es probable que puedan añadir otras interesantes narraciones
a las que ahora nos presentan.
Con esta compilación, los tímidos
habitantes de la antigua floresta mitológica antillana vuelven
a hacer travesuras: jicoteas, tataguas, manjuaríes y auras
tiñosas se entremezclan con vengativos jigües y huipias
nocturnales, ectoplasmas errantes y veneradas arboladas que aún
despiertan ciertos atávicos temores entre los contemporáneos
que pernoctan en montes, cuevas o abrigos rocosos de ciertas comarcas
isleñas.
Quizás sea apropiado incluir en toda presentación
algunas palabras sobre la competencia de los autores. Conozco a
ambos bastante bien y desde suficiente tiempo, como para suscribir
en una dedicatoria cuan ejemplar, productiva y original entrega
(pasión intelectual aplicaría mejor) anima sus estudios
de la prehistoria antillana, y la de Cuba en particular. Y a la
vez congratularme al ver la gradual aparición de los apuntes
afanosamente colectados en bibliotecas, museos y no pocas pintorescas
e inolvidables excursiones de campo en pos de las elusivas referencias
materiales del indoantillano que sobreviven por las campiñas
cubanas; siempre sin la asistencia de las instituciones académicas
y científicas que debían promover estos proyectos,
con apenas el estímulo de unos pocos colegas, amigos y mentores
de la mejor valía. Esta obra es consecuencia explicable de
una pertinaz dedicación intelectual, de unos afanes personales
que han conseguido prevalecer en la enrarecida atmósfera
facultativa hoy imperante en Cuba y las múltiples orfandades
del exilio.
Marlene y José, algunos años después,
pero siempre oportunos, me han brindado el alivio a las otrora imperiosas
demandas de un sobrinito afanoso de “historias de indios”.
Es algo que agradezco en presente y retrospectiva. En tanto que
algún pequeño inquieto, curioso investigador, discreto
catedrático, arqueólogo por cuenta propia, o lector
común y corriente se abandonen a la fantasía, estos
personajes quizás algo inasibles antes, tienen ahora muchas
probabilidades de hacernos alguna inesperada visita desde las páginas
e ilustraciones de este libro.
Pablo J.Hernández González.
San Juan, Puerto Rico, verano de 2001. 
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