LA LUZ DEL CACIQUE HATUEY, o de cómo el cielo
se ilumina con las cenizas de su cuerpo.
Por Marlene García Núñez y José
Ramón Alonso Lorea.
“La Luz de Yara”, como también
se conoce esta historia, está considerada “mito mayor
cubano”. Tradición oral que tiene su origen en la zona
norte de las provincias orientales de Cuba. Todavía hoy son
muchos los que aseguran haber visto la luz del cacique Hatuey. Hasta
hay quien dice que dicha luz se le ha metido en su casa, alumbrándola
toda. En los años setenta Samuel Feijóo (Mitología
cubana, La Habana, 1986), recogió una amplia serie de
versiones que, sobre este mito, todavía circulaban en el
campo cubano. De estas versiones tomamos nosotros ahora para hacerte
llegar el relato.
GLOSARIO
cacique. Voz con que los indoantillanos
llamaban a los jefes de caseríos o poblados.
Enterados de que los cristianos se aprestaban a
pasar a Cuba, un grupo de indios del oriente de la isla se prepararon
para resistir la invasión. Los dirigía un antiguo
cacique de la región haitiana de Guahabá nombrado
Hatuey o Yahatuey, que en lengua de indios parece significar: espíritu-que-brilla-en-el-cielo.
Tras varios meses de lucha, Hatuey es capturado
y condenado a morir en la hoguera. Estando ya atado al poste, un
sacerdote que le acompañaba le exhortó a que se hiciese
cristiano.
—¿Para qué he de hacerme cristiano, si estos
son tan malos? —le respondió Hatuey.
—Para ir al cielo y gozar allí de la gracia de Dios
—le dijo el sacerdote.
El cacique de Guahabá se limitó a preguntar si al
cielo iban también los españoles. El fraile le dijo
que sí, que cuando eran buenos cristianos también
iban al cielo. Entonces Hatuey le respondió:
—Pues si al cielo van los españoles, yo no quiero ir
al cielo.
El cacique es arrojado a las llamas. Y mientras el sacerdote, de
rodillas, elevaba al cielo una oración fúnebre, los
verdugos avivaban el fuego.
Consumido el cuerpo por las llamas, una luz tenue
y misteriosa se desprendió de la inmensa hoguera y un viento
enorme, colérico, se llevó las cenizas del cacique
hacia las montañas. Y jamás ese viento ha dejado de
acompañarle. Salen a pasear, y la ceniza se convierte en
luz que vuela contra el cielo de la noche. Desde entonces, y en
complicidad con el viento, una luz enorme baja de las montañas
y vaga errante por las dilatadas llanuras, sobre todo en noches
oscuras de menguante. Cuando sale, a partir de la medianoche, casi
siempre se mantiene durante una hora.
Corre. Para. Brinca. Cuando está quieta
se agita por dentro para mostrar su vitalidad. Baja a la playa y
recorre la costa alumbrándola toda. Volando por encima de
la superficie del agua ronda a los pescadores de ribera. Su reflejo
es brillantísimo. Cuando esto sucede no pica el pez, por
eso hay que abandonar la pesquería y esperar hasta que la
luz se retire. A veces atraviesa la bahía y se mete mar adentro.
¿Adónde va?... nadie lo sabe. Quizá a Guahabá,
su antiguo cacicazgo en Haití. Pero a ciencia cierta, nadie
lo sabe. De vuelta, viene por encima del agua, veloz, y se rompe
contra los arrecifes. Pero luego continúa. Finalmente coge
por la ensenada del río, vuela tierra adentro hacia el lugar
de su nacimiento, y allí se apaga. Cuando la luz desaparece
se escucha un ruido enorme.
Al pasear, la ceniza se convierte en luz de múltiples
colores que el viento lleva. Al principio es una luz roja, de un
rojo veteado encendido y de gran tamaño. Le come la vista
por un tiempo a quien la mire fijamente. En donde quiere, la luz
se parte en muchos pedazos que luego se vuelven a juntar. Son dos,
tres, mil partes que corren alocadamente de un lado para el otro.
Son partes iguales pero de diferentes colores. Principalmente amarillo,
azul y verde. Unas se van apagando poco a poco, mientras que otras
se acercan a la luz más alta y se hacen nuevamente una luz
gigante. Cuando se unen éstas últimas, se ve un gran
destello.
La luz no se mete con nadie. A veces la gente le dice:
-¡Pártete en siete!
Y se parte.
-¡Pártete en cinco!
Y se parte.
Aquí casi todo el mundo la sigue viendo. Es el alma del cacique
Hatuey. Su espíritu que ilumina el cielo, pero que no está
en el cielo.
Guadalajara, España, 1998. 
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