LA CASIMBA DE MABUYA, o de cómo el espíritu del mal perforó la tierra, regó la inmundicia y dejó pescuecidesplumada al aura tiñosa.

Por Marlene García Núñez y José Ramón Alonso Lorea.

Todavía circula en el campo cubano la vieja creencia que da vida a Mabuya o Babujal. Aquel espíritu malo que, según nos cuenta Antonio Bachiller y Morales en su libro Cuba Primitiva (La Habana, 1879), “toma la forma de lagarto y se introduce sin saber por donde en el cuerpo humano y sale si se invoca al espíritu bueno. Es una tradición india. Para asegurar la salida se recomiendan unos latigazos”. Dice, además, que este espíritu se “enamora de las jóvenes y toma, para poseerlas, la forma de un apuesto mancebo; aunque generalmente tiene la figura de un chipojo”. La siguiente tradición, nuevamente recreada, ha sido tomada del libro Mitología cubana (La Habana, 1986) de Samuel Feijóo; a él se la envió el investigador camagüeyano Andrés Carreras, a quien se la contó su amigo Estelio de la Hoz a orillas del río Tínima.

GLOSARIO

aura o aura tiñosa. Ave carroñera americana. Conocida en el continente con diversos nombres: zopilote, chicora, galembo, samuro, chulo, carranco, gallinaza y urubú.
caránganos. Piojo muy grande. Conocido científicamente por el nombre Haematopinus suis.
casimba. Cavidad formada natural o artificialmente en la tierra, donde se recoge agua de lluvia o de manantial.
chipojo. Camaleón en las provincias centrales y orientales de la isla de Cuba. Anolis es su nombre científico.

 

Contaba un indio hace cientos de años que hubo un tiempo en que el mundo estaba libre de infecciones. Fue allá por los días en que el aura tiñosa, aún, cubría su pescuezo con un abundante plumaje.

Pero un día el espíritu del mal, nombrado Mabuya, que en lengua de indios significa el-más-feo, se dijo:

-Lo malo es tan malo, que ni yo que soy bien malo lo puedo soportar. Por primera vez en mi vida tendré que darme un baño, o mejor dicho, un gran baño, para deshacerme de todos estos bichos que habitan en mi cuerpo.

Por única vez el espíritu maligno pareció tener la razón. Su cuerpo, cubierto por un sucio y negro pelo de los pies a la cabeza, estaba repleto de caránganos, pulgas y de cuantos insectos dañinos y parásitos podían existir. Ni un milímetro de su desaseado cuerpo se libraba de la picazón. Realmente su situación era desesperante.

Pensaba Mabuya que no era digno de su linaje el bañarse en una playa o casimba cualquiera, a la vista de cuan imprudente merodeara por esos lares. Decidió entonces construirse una bañera en un lugar secreto. Rastreó muchos sitios sin convencerle ninguno. Hasta que, por fin, halló en la Sierra de Cubitas una montaña tan solapada que, a él mismo, le fue difícil encontrar. Y seguro de que nadie lo observaba, comenzó a cavar su casimba.

Pero... no contaba el espíritu del mal con la curiosidad e indiscreción de los hombres, ansiosos siempre de saber todo por qué. Y allí, en el paraje más oculto, era espiado por aquel indio que hace muchísimos años nos enteró de la historia.

Cavó Mabuya con sus uñas día y noche sin parar hasta lograr un gran hoyo. Contaba el indio que parecía que los bichos lo tenían furioso, porque la tierra y las piedras salían disparadas como si se tratase del cráter de un volcán en erupción.

Terminada la bañera y mientras se llenaba, aprovechó el malvado espíritu para tomar un descanso después de tan agotadora faena. Cuando despertó, el agua llegaba al borde y loco de contento, y saltando, sumergió Mabuya su peludo cuerpo dentro de la casimba. Se zambullía eufórico y se rascaba con sus largas uñas despojándose de cuantas suciedades lo martirizaban. Luego, cuando salió del agua, no tuvo la precaución de dejar todas las infecciones presas dentro de aquel pozo, y sin escrúpulo alguno, como era de esperar de un espíritu perverso, sacudió a los cuatro vientos el resto de la inmundicia que quedaba en su pelambre.

Complacido con el baño se tendió en la tierra para secarse al sol. Mientras dormía, su cuerpo cambiaba de color como un camaleón, de amarillo para azul, de azul para verde, de verde para rojo... y hacía muecas... y reía burlonamente como satisfecho por haber infectado al mundo.

Justo en ese momento un aura que volaba por las cercanías tuvo sed y fue a beber a aquel hoyo. Tan sólo probó un sorbo de agua y sus ojos empezaron a segregar una legaña asquerosa, al mismo tiempo que las plumas del pescuezo salían disparadas como flechas. El ave graznaba estrepitosamente:
-¡Auxilio!... mis ojos... me arden... ¡ay!... las plumas de mi pescuezo... ¡qué vergüenza!...

Fue así como, por culpa del espíritu maligno, el aura quedó pescuecidesplumada para toda la vida y se convirtió en aura tiñosa, y acostumbrose a comer inmundicias, y el mundo fue invadido por los parásitos, suciedades e infecciones que antes sólo habitaban en el peludo cuerpo de Mabuya.

Guadalajara, España, 1998. arriba


 
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© Marlene García 2003 para José Ramón Alonso