“Revelaciones” de Martínez Pedro.

Por José Ramón Alonso Lorea.

Recién ha llegado a mi biblioteca el monográfico de arte “Luis Martínez Pedro. Revelaciones”, bella encuadernación de pinacoteca cubana de casi 300 páginas. Libro necesario en nuestros archivos. Es esta una edición impresa que se debe al trabajo editorial de Beatriz Gabo y a la Fundación Arte Cubano. Fundación que durante los últimos diez años genera y satisface las expectativas en la presentación de importantes libros de arte cubano: gran formato, abundante reproducción de documentos y obras, agradable mixtura en la gama de colores y sepias, y textos concienzudos muchas veces derivados de investigaciones.

El libro ofrece un recorrido histórico-cronológico en la vida y obra del artista, de los inicios de su arte, influencias, acomodos técnicos-estilísticos y sus etapas de hacedor consolidado en diversas facetas creativas. Los textos están redactados en tono coloquial, cosa que se agradece, sin las incómodas construcciones del metalenguaje tan al uso todavía por muchos.

El juicio anterior es válido tanto para la más pequeña pero rica aportación documental de la obra cerámica, redactado por Rosa Ruiz Arias, como para el más extenso estudio que, sobre el artista, nos presenta la autora principal del libro, Odalys Borges.

Sé de primera mano que Borges se ciñó al rico archivo que ella conoce muy bien, que se conserva dentro de la “Colección Palacio de la Revolución”. Quizás por ello algunos detalles de la producción del artista, no contemplados en esta colección, resultan menos trabajados. Pero agradezco a la autora el análisis formal, conceptual e historiográfico en la producción del artista, y a la constante incorporación en su estudio de las valoraciones críticas de José Gómez Sicre, que con seguridad fue el más importante divulgador de la obra de Martínez Pedro (MP) en aquellas dos significativas décadas (1940-1950).

Sicre presentó, defendió y argumentó la obra del artista, tanto su dibujo inicial figurativo como su producción pictórica abstracta, desde los primeros tiempos del proyecto de Galería del Prado (1942) hasta su inclusión en los listados de las primeras cinco Bienales de Sao Paulo (1951-1959). De igual modo lo expuso en la galería de la Unión Panamericana y otros espacios expositivos en EE. UU. Fue uno de los artistas preferidos del crítico, y con particular interés lo promovió en Cuba, en Latinoamérica y dentro del mercado del arte estadounidense. Le dedicó importantes y muy sentidos párrafos.

Si conocemos la historia de desafectos, incomprensiones, manipulaciones y exclusiones, que se generó dentro de la llamada “guerra fría” en versión latinoamericana, que devino en cisma doloroso para el mundo intelectual cubano terminada la quinta década, entenderemos la importancia de la aparición de Sicre en este texto y el mérito a favor de la autora en el intento de construir una historia del arte verdaderamente contextual.

Poco se puede deducir sobre este apartado ideológico en la obra de MP, tampoco es objetivo de este libro, ni creo fue tema de peso en la obra del artista. Más allá de unos escasos dibujos iniciales de los años 30, donde se representan a grupos de hombres que se pudieran interpretar como escenas de obreros. Un tema recurrente en esos “estudios del natural”, propios del sentir y actuar de los artistas plásticos modernos. No encuentro la evidencia que me permita asociar la vocación experimental, fantástica, surrealista, cubo-futurista y el dinamismo plástico en el dibujo del artista, con la “realidad sociopolítica”, según se expone en el texto pero que no se fundamenta, aunque se ejemplifica con las obras “Paracaidistas” y “La lucha del proletariado”.

La propia autora del texto me lo confirma más adelante, cuando asegura sobre la primera obra que “el nivel de metáfora es tal que nada puede ser inferido con certeza”. Sobre la segunda obra, se pone de manifiesto un dato que no debe pasar por alto. Ese dibujo retitulado “La lucha del proletariado en la II Guerra Mundial, 1944-45” es también el boceto del espléndido dibujo titulado “El rapto: leyenda antillana de Guagoniana” de 1945, y que se conserva en una colección privada. Ambas obras, boceto y obra acabada, se reproducen de manera consecutiva en el propio libro.

El primer título y boceto recuerda la entonces labor de MP que desempeñaba “un cargo técnico en la Dirección de Propaganda de Guerra del Ministerio de Defensa de Cuba” (Sicre, 1944). El segundo título y obra acabada se refiere a la temática precolombina que, sorpresivamente y con pocos antecedentes en el arte cubano, trabajó profusamente el artista. Escribió Gastón Baquero en 1944 que la “elección del tema aborigen, las leyendas escogidas por Martínez Pedro, nunca habían entrado en el acervo temático de nuestra pintura”.

Llegados a este punto, es necesario que me detenga en el relato de una temática muy importante del pintor que el libro no recoge bien por ser un tema sobre el cual se conoce poco o nada: la mítica indoantillana en MP. Tema y horizonte cultural desdeñado, minimizado, despreciado, dentro de la museología, crítica e historia del arte cubano. No así por sus artistas y artesanos que, aunque de forma esporádica, vuelven sobre ello.

En esto siguen siendo tan notables como desconocidas las dos exposiciones presentadas por el Lyceum de La Habana: “Reproducciones de Iván Gundrum sobre Cultura Taína Indoantillana. Presentada por el Grupo Guamá. Cerámicas y Tallas” (enero de 1944) y la “Segunda exhibición de Arte Neo-Taíno. Piezas de Gundrum y algunos objetos arqueológicos con dibujos originales” (dic. de 1944). Así como el texto de uno de los críticos de arte más destacados del momento, Guy Pérez Cisneros, quien aseguraba entonces que los “artistas cubanos no deben perder la oportunidad de ver cómo pueden aprovecharse tantos numerosísimos motivos artísticos decorativos susceptibles de infinitas combinaciones modernas y que tan vecinos están de sus actuales tendencias.” (“Arqueología Cubana en el Lyceum. Exposición del Grupo Guamá”, dic. 1944).

Es en este contexto expositivo donde Martínez Pedro debió descubrir un mundo espiritual indoantillano mucho más cercano que el grecolatino que había trabajado en los últimos dos años (1942-1943) y que había expuesto en el mismo Lyceum en mayo de 1943. Pero no se limitó el artista a copiar o reinterpretar los simples resortes decorativos y formales que proponía Guy, sino que estudió la forma de penetrar en los subfondos conceptuales que engendraron el arte indígena antillano. Y fue a la búsqueda de sus mitos. Es posible que encontrara esas fuentes en el propio Museo Antropológico Montané de la Universidad de La Habana, de donde provenían Gundrum, el arqueólogo Herrera Fritot -vinculado a estos dos proyectos expositivos- y el Grupo Guamá.

Así descubrió a Fray Ramon Pané y su “Relación acerca de las antigüedades de los indios”, el primer libro europeo redactado en América, que reproduce pasajes míticos que los indígenas de La Española le contaron al sacerdote en la temprana fecha de 1496. “Leyendas de Haití o de Cuba -escribió Sicre en 1944- le han servido para tratar una imaginaria epopeya neolítica”.

De la mano del artista, mediante el lápiz, la tinta y el gouache, y a raíz de estas indagaciones del pasado precolombino, toman vida en su obra los cemíes construidos de la forma que pedían los espíritus que habitaban en los árboles. Podían ser de madera o de piedra, imitando la figura humana, de animales o de vegetales. Algunos tenían la figura de perros que, cuando se enojaban, escapaban a los bosques y de donde se les traía de nuevo. Retorna el recuerdo de aquellos héroes que, alejados de la cueva materna, fueron sorprendidos por el sol y convertidos en pájaros, piedras y árboles. O la historia de los hermanos que destruyeron la güira o calabazo donde se encontraba encapsulado el mar y los peces. La del pájaro que con su pico le da vida y forma al sexo de la segunda generación de mujeres que provenían de unos troncos asexuados. Igual traducción moderna tuvo el mito del Cocuyo-insecto y la Maravilla-flor.

Es lo humano transmutado en monte, árboles, pájaros, perros, flores, insectos, mar, peces. Martínez Pedro expone por primera vez estos dibujos de temática aborigen en el Lyceum (23 dic.-4 enero 1945). Una nota de prensa aseguraba que “nada más oportuno, después de la exposición de cerámica taína que el grupo Guamá nos ofreciera en el Lyceum que esta excepcional muestra de dibujos que ahora presenta M. Pedro, accediendo a exhibirlos antes de que sean vistos a principios de año” en Nueva York y San Francisco.
Serán temas nativos que seguirá exponiendo hasta finales de 1947, donde lo indoantillano se mezclará con las escenas de la playa de Jibacoa que le es tan cercana, haciéndose la imagen cada vez más geométrica, más abstracta, más internacional.

Definitivamente, “Luis Martínez Pedro. Revelaciones”, el nuevo volumen de arte cubano, es un libro que recomiendo. Un catálogo que me ha motivado el interés por redactar esta reseña con matizaciones e ilustraciones que no aparecen en el libro. Es también mi modo de participar en este importante proyecto y de felicitar a la autora de los textos principales, Odalys Borges, por tan destacada investigación y por demostrar su absoluto conocimiento, devoción y celo por esta colección que estudia y promueve.

Miami, septiembre de 2018

(Una versión resumida de este texto se publicó en ArtNexus, No. 113, julio-septiembre de 2019, p. 130)

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© Marlene García 2003 para José Ramón Alonso