Estudio
de un arqueolito (jicotea) del Museo Montané.
Por Esteban Maciques Sánchez.
"En ocasión de la visita de Carlos
de la Torre a la ciudad de Baracoa, entregué entonces al
doctor La Torre cuatro cráneos deformados y otros objetos
de gran importancia antropológica; posteriormente le remití
otro cráneo deformado, una jicotea de piedra trabajada por
los indios y otros objetos (...) la Jicotea la adquirí por
indicaciones que me dio mi amigo el estudioso italiano, vecino de
Jauco, señor D. Francisco Gaita (...) le expresé que
hiciera entrega de ellos a la Academia." (1)
Fue así, por mediación del doctor
Fermín Valdés Domínguez (1891) hermano entrañable
de José Martí, que hizo aparición en la arqueología
cubana y antillana esta musitada joya del arte precolombino. Citada
desde entonces por investigadores de este tema (Montané 1908:3-4,
Harrington 1921:117 y 1935:81, Herrera Fritot 1936 y 1952, entre otros), si
bien se ha considerado como un exponente relevante del aruaco insular,
no ha sido objeto de un estudio que tienda a manifestar su intrínseca
significación y su trascendencia cultural.
De manos del doctor La Torre pasó a las
de Luis Montané, quien la incluyó entre los exponentes
más importantes del museo que fundó en 1903 en la
Universidad de La Habana, que hoy lleva su nombre. La jicotea fue
hallada en la localidad de Jauco, que pertenece a la actual provincia
de Guantánamo extremo oriental del país. Elaborada
por medio de la talla y de la incisión en roca diorita de
color verdinegro (roca eruptiva, Larousse 1968), está terminada
con un pulido de todas sus áreas. Posee un largo de 150 mm,
un ancho de 117 mm, un grosor máximo de 31 mm y un peso de
1.03 kg. En relación con su anchura, es necesario decir que
presenta una desproporción entre su lado derecho e izquierdo,
pues en esta dirección el carapacho sufre una depresión
(hasta 26 mm de grosor). El acabado puede considerarse como parcial
y de tosca elaboración, en comparación con otros de
madera y de piedra de esta cultura: algunas huellas de picado sobreviven
al pulido, sobre todo en la región dorsal de la izquierda.
El mismo pulido no llega a realizarse en algunas áreas, como
la que se encuentra entre las patas delanteras y el cuello. En esta
zona específica se conservan líneas testigos del trabajo
de desbastadura de la piedra, producido con otras rocas de mayor
dureza. El remate de dichas líneas se ha logrado con un instrumento
que ha dejado una canaladura, posiblemente un objeto cilíndrico
de madera o un cáñamo. Un fenómeno semejante
se observa en la parte posterior.
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Figura 1. Jicotea
de jauco, actual provincia de Guantánamo, Cuba. Colección
del Museo Antropológico Montané de la Universidad
de La Habana. Vista superior. |
Hay dos tipos de incisiones: la lineal recta y
la circular, que se encuentran formando parte del carapacho. Se
trabaja en un diseño esquemático de grecas que terminan
sobre la cola, nada atenido a la naturaleza del animal representado;
en las patas, donde se destacan los dedos; en el cuello, por una
línea que lo bordea en forma de pliegues; en los ojos, formados
por dos pequeños círculos; en la boca, finalmente,
por un corte profundo. Sólo dos perforaciones insinúan
la nariz. La región ventral denota alguna atención
exclusivamente en la línea circular del cuello, ya referida,
y en el pulido general. La pata delantera derecha fue tallada con
más detenimiento; se trató de precisar su contorno,
cosa que se observa en una incisión que sube y la delimita.
Esto no aparece en la correspondiente izquierda, como si el autor
abandonara este esfuerzo. Las patas posteriores y la cola, en esta
región ventral, están esquematizadas y resaltan del
cuerpo por un corte en chanfle sin la menor preocupación
por el acabado. Sobre una superficie plana las patas posteriores
quedan suspendidas y sólo la anterior izquierda se apoya.
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Figura 2. Jicotea. Vista
frontal. |
A partir de esta descripción, podemos tener
la idea de un cuerpo fácilmente reconocible dentro del reino
animal, aunque con imperfecciones e imprecisiones: “... tiene
de tortuga y de jicotea. Las patas son de un animal terrestre y
también los dedos, pero la cabeza de una jicotea es más
chiquita. Tiene de tortuga verde o caguama la proporción
cabeza-carapacho, pero este tipo presenta aletas largas y sin dedos”
(C. doctor Alices San Pedro Martín, Facultad de Biología,
U.H., 1-2-90, comunicación personal).
Si bien es cierto, como dice el destacado arqueólogo
dominicano Adolfo de Hostos (1941:149), que “Las formas talladas
o incisas no son suficientemente realistas para permitir, en el
mayor números de los casos, su clasificación en familia,
género y especie...”, en el objeto que nos ocupa hay
una indudable evidencia anatómica que permite su ubicación
dentro de una especie, la de las jicoteas, de la clase de los reptiles,
del orden de las testudinata y de la familia de los quelonios. (2)
Esta evidencia a la que hacemos referencia son las patas. La desproporción
de la cabeza, o la causal proporción cabeza-carapacho juegan
perfectamente, como posibles, en un conjunto de imprecisiones y
deformaciones, dentro del cual la depresión del carapacho
es lo más representativo. Sin embargo, la precisión
realista de la incisión de los dedos -característica
sólo de la especie terrestre- corresponde, dentro del conjunto,
a la exactitud de detalles, en cuanto a la reproducción de
otras características anatómicas: pliegue del cuello,
ojos y boca.
Aunque el arqueolito objeto de estudio es único
en su tipo, dentro de nuestra área, no podemos pasar por
alto otras evidencias arqueológicas, donde también
es reconocible la forma del quelonio.
En Cuba se aprovechan las asas de cerámica
y la forma de la vasija para ofrecer, de manera esquematizada, la
figura de este animal. Según reporta Arrom (1975), existe
en Santo Domingo una efigie en barro cocido, de 40.7 cm de largo,
en que se representa a Deminán con la tortuga en la espalda.
En la misma República Dominicana, dice Herrera Fritot (1952:10),
se han hallado asas y objetos de piedra semejantes a jicoteas, reportadas
por el Grupo Guamá. De nuevo, Arrom (en Pané 1974:69)
refiere que en el Museum of American Indian, Nueva York, hay una
pieza arqueológica “en la cual es patente que se trata
de una tortuga”. Así transita este quelonio por el
Caribe, y es huella y símbolo de la migración aruaca,
que ocupó nuestras tierras desde los comienzos de nuestra
era.
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Figura 3. Deminán Caracaracol. Realizado
en piedra madrepórica. Colección del Museo Antropológico
Montané, Universidad de la Habana. Vista lateral y vista
frontal. |
El mito.
La significación cultural de la jicotea
no se limita al valioso objeto descrito, ni a las otras formas en
que aparece dentro del arte antillano, pues se integra y armoniza
en la complejidad del mundo mítico aruaco. El sentido mágico
de la jicotea (3)
nos ha llegado, al menos parcialmente, a través de la Relación
de las antigüedades de los indios de Ramón Pané
(1974:30-31), que reproducimos a continuación:
De las cosas que pasaron los cuatro hermanos
cuando iban huyendo de Yaya.
Éstos, tan pronto como llegaron a la puerta
de Bayamanaco, y notaron que llevaba cazabe, dijeron: "Ahiacaba
guárocoel", que quiere decir: "Conozcamos a este
nuestro abuelo" (hablemos con nuestro abuelo). Del mismo modo
Deminán Caracaracol, viendo delante de sí a sus hermanos,
entró para ver si podía conseguir algún cazabe,
el cual cazabe es el pan que se come en el país. Caracaracol,
entrando a casa de Bayamanaco, le pidió cazabe, que es el
pan susodicho. Y éste se puso la mano en la nariz, y le tiró
un guanguayo (esputo) a la espalda; el cual guanguayo estaba lleno
de cohoba, que había hecho hacer aquel día; la cual
cohoba es un cierto polvo, que ellos toman a veces para purgarse
y para otros efectos que después se dirán (...) y
así les dio por pan aquel guanguayo, en vez del pan que hacía;
y se fue muy indignado porque se lo pedían... Caracaracol,
después de esto, volvió junto a sus hermanos, y les
contó lo que había sucedido con Bayamanacoel, y del
golpe que le había dado con el guanguayo en la espalda, y
que le dolía fuertemente. Entonces sus hermanos le miraron
la espalda, y vieron que la tenía muy hinchada, y creció
tanto aquella hinchazón, que estuvo a punto de morir. Entonces
procuraron cortarla, y no pudieron; y tomando un hacha de piedra
se la abrieron, y salió una jicotea viva, hembra; y así
se fabricaron su casa y criaron la jicotea.
Sobre la importancia de este mito, expresa Arrom
(1975):
“...el número cuatro es sagrado,
se deriva de los cuatro puntos cardinales. Éstos se identifican
con los cuatro vientos que en los mitos son los cuatro progenitores
de la raza humana... La ruda reacción de Bayamanaco es indicio
de cuan atrevida era la petición del nieto (la hazaña
de Deminán corresponderá a la de Quetzalcóatl
robando el maíz o a la de Prometeo)... Deminán hurtará
a su iracundo antecesor nada menos que el modo de obtener el principal
sustento de los antiguos -el cazabe- y las más importantes
de las adquisiciones técnicas del hombre -el fuego.
Y sigue diciendo:
El lanzamiento del guanguayo (esputo=semen) simbolizaría
el acto de fecundación... La tortuga, entonces, puede considerarse
la mítica madre del género humano... Los cuatro vientos,
hijos gemelos de la madre tierra, serían así los padres
y civilizadores del hombre, los ancestrales fundadores de la cultura
taína.
El propio Arrom (op. cit.), como resultado
de esta lógica relación, ve en la fabricación
de la casa el paso del nomadismo al sedentarismo.
Se hace necesario, entonces, una breve reflexión
acerca de esta valiosísima interpretación. A semejanza
de otros ritos agrarios (el dionisíaco, e.g.) el conocimiento
de una nueva técnica en el presente mito aruaco se realiza
a través del dolor (pathos) -sufrimiento y casi muerte
de Deminán- como consecuencia del "guanguayo" (esputo).
Apunta Pané que... "el cual guanguayo estaba lleno de
cohoba, que había hecho hacer aquel día... "
Aquél era un día especial, y aquella cohoba fue mandada
hacer expresamente para un acto de fecundación. No fue un
guanguayo cualquiera el elemento fecundador, sino uno de cohoba.
Atiéndase, especialmente, cómo el
acto mágico de la fecundación (y pathos) precede,
de manera explícita, al utilitario del aprendizaje. "Y
así les dio por pan aquel guanguayo, en vez del pan que hacía...",
prioridad que armoniza con las ideas rituales primitivas: sólo
el dominio de los cultos propiciatorios puede garantizar fertilidad
y posteriormente productividad. En lugar del pan, Deminán
-el hombre- obtiene el aprendizaje de qué debe anteceder
a la consecución de dicho alimento. Como algo curioso, la
reiteración de esta idea resulta una redundancia, que creemos
no casual en la cita anterior.
Todo parece indicar que sufrimiento, conocimiento,
nacimiento (y posible muerte de Deminán) forman un cuadro
mítico clásico con sabor local antillano, por la presencia
del esputo-semen de cohoba. El ritual de la cohoba supone también
el cultivo del tabaco que junto al de la yuca integran un sistema
cultural complejo. El presente mito va más allá del
aprendizaje de la confección del cazabe y recrea, latu
sensu, el dominio de la agricultura. La propia palabra guanguayo,
traducida por Arrom como esputo (de cohoba según el mito),
guarda en su estructura el formante -guayo. Y el guayo es
(cubanismo; Larousse 1968) un instrumento utilizado en la elaboración
del cazabe. ¿Será este esputo-semen no sólo
de cohoba, sino también de yuca?
Visto de esta manera, el mito, como síntesis
referida a la conquista del fuego, a los cuatro vientos, al nacimiento
de los aruacos -agroalfareros- y al sedentarismo, todo ello, se
entendería a partir de claves relacionadas y dadas en lo
relativo al guanguayo, a la fabricación de la casa y a la
crianza de la jicotea, esto último como un símil del
cultivo de la tierra. (4)
"La idea básica encerrada en ciertos fetiches e ídolos,
incluidas las piedras de tres puntas de la Grandes Antillas, es
la de incrementar la cosecha, mediante el control mágico
de la planta viva." Así subraya Adolfo de Hostos (1941-147)
y da mayor fundamento a lo antes visto. Según el mismo Hostos,
la presencia en representaciones en piedra de reptiles, relacionados
con la práctica agraria no solo es frecuente en las Antillas,
sino también en regiones apartadas de Suramérica y
hasta en la Polinesia.
El citado arqueólogo dominicano refiere
extensamente, en Anthropological papers (1941), la relación
entre las mencionadas piedras zoomorfas de la cultura aruaca insular
y la agricultura. Y, como resultado de un estudio lingüístico
comparativo, concibe una idea que quizás resulte hilo de
Ariadna para el investigador de estos temas: la presencia de sílabas
comunes, entre los nombres de reptiles y los de ciertas plantas
comestibles cultivables, puede ser expresión mágica
de la acción beneficiosa de los primeros en los segundos
(¿magia contaminante de los morfos?). Así, ejemplifica:
a los reptiles catuán, catuana, caguama, caivana, etcétera,
corresponden los nombres de plantas aniguamar, guaraca, guananagax,
guacarayca, guayaros, gauayos, yautia, todas ellas comestibles y
cultivables en rocas, y en uno y otro grupo se aprecia la reiteración
de la sílaba -ua-. "Esto permite pensar en la
posibilidad de una relación en el aruaco insular entre el
hábito de ciertos reptiles y las plantas cultivadas en las
rocas: relación originada en el cultivo de la planta, animista
en su carácter, homeopática en el procedimiento y
utilitaria en su propósito" (Hostos 1941:170).
Mito y lengua.
Bien vale la pena, habida cuenta de la anterior
idea de Hostos, detenemos en algunas consideraciones lexicológicas
sobre la palabra jicotea. Los términos aruacos no
sólo fueron los que más enriquecieron el idioma español
(por pertenecer a la primera lengua con que los peninsulares entraron
en contacto), en lo que al léxico concierne, sino los que
brindaron al conquistador "la mayor información sobre
la naturaleza del Nuevo Mundo". Y esto fue posible, entre otras
cosas, por "la relativa unidad lingüística entre
las lenguas de las Antillas (según explican los cronistas),
por un lado, y la estructura silábica, el vocalismo y el
sencillo consonantismo de los vocablos aruacos, por el otro..."
(Valdés Bernal 1984:12). Estas condiciones permitieron que
palabras como jicotea entraran a formar parte de nuestro
vocabulario.
La primera aparición de dicho vocablo en
la lengua española, según tenemos noticia, ocurre
en la Historia general y natural de las Indias, de Fernández
de Oviedo y Valdés (Libro XII, capítulo VII), donde
dice: "Y deste indicio forman su opinión los que quieren
esforzarse a porfiar que es pescado porque las hicoteas, que es
cierta manera de galápago, e las tortugas hacen lo mismo."
Y la describe, de la siguiente manera, en la misma
obra (Libro XIII, capítulo VIII):
DE LAS TORTUGAS O HICOTEAS DE ESTA ISLA ESPAÑOLA
Las hicoteas o menores, tortugas, de que se hizo
suso mención, la mayor de ellas será de dos palmos
de luengo, e de allí abajo, menores. Éstas se hallan
en los lagos y en muchas partes dea questa isla Española;
y cada día se venden por esas calles e plazas de esta cibda
de Santo Domingo, e son manjar. E son una cierta especie de tortugas,
e ninguna diferencia hay en la forma de ellas, sino en el tamaño
e grandeza. A estas pequeñas llaman los indios hicoteas.
(Sic)
En la obra de Esteban Pichardo, Diccionario
provincial casi razonado de vozes y frases cubanas, Ed. de Ciencias
Sociales, La Habana 1953:409-410 (y según su primera edición
el Diccionario provincial de voces cubanas,1836), se recoge
el término en cuestión:
jicotea: Voz ind. Nadie pronuncia hicotea como
algunos escriben, ni hay fundamento para atenuar la fuerza de la
J autorizada por una tradición inmemorial, como general es
la pronunciación de esta voz tan indígena.
Así hace referencia a la biografía
H/J y a los problemas fonéticos que ésta entraña.
Ya analizaba en el prólogo de su propio libro:
"La J tuvo que hacer igual con la H; por
lo común este carácter exigía la pronunciación
de aquel, como aún sucede vulgarmente con jalar por halar,
jaz por haz, etc. (...) Bohío escriben muchos, y todo el
mundo Yucayo dice Bojío (...) No diré por esto que
convirtamos absolutamente la H en J de manera que no se respete
el uso general, v.g. Habana, Huracán, etc.; aunque propiamente
fuesen jabana, juracán; mas tampoco chocar con la etimología,
tradición y prosodia común, cayendo en el ridículo
de vertir Hico, Hicotea, Hocuma, Hutía, Hobo, por Jico, Jicotea,
Jocuma, Jutía, Jobo." (p 20; sic).
Queda expresada, de esta forma, la ambivalencia
ortográfica entre hicotea y jicotea, que no fónica,
y la situación creada a partir de que la H se torna muda
y aparece en palabras que, como hamaca, fueron en sus orígenes
precedidas por aspiración.
En el Diccionario de Pichardo, ya referido,
acompañan a jicotea los vocablos jarico y jamao.
Por su importancia, veamos cómo se refiere a ellos, años
más tarde, Bachiller y Morales (1883:303, 373 y 375):
Icota, icotea: ha conservado la misma significación
pero con forma distinta: hicotea, y el pueblo la llama jicotea (Hemys
rugosa) el macho; (H. decussata) la hembra.
Jamao (5):
jicotea (Emys jamao) cuya descripción puede verse
en la p.120 a 128 del Repertorio del doctor Felipe Poey (D. Felipe).
Jarico: el macho de la jicotea en la parte oriental,
según allí se cree, pero es, como se ha advertido,
una variedad: Emys rugata.
El mismo Pichardo (op. cit.) ya había
señalado, en primer lugar, el origen indígena de estos
términos y, en segundo lugar, el hecho de que jarico no correspondiera
al macho de la jicotea:
Los naturales de la isla jamás distinguieron
los sexos de un mismo animal con diferentes nombres, y no hay duda
que Jicotea y Jarico son indígenas: en su simplicidad lo
mismo denominaban Jutía, Corí, Caguama, etc. al macho
que a la hembra; de modo que si usaban las veces Jicotea y Jarico,
diferentes debieron ser estos anfibios, cuyos nombres se conservan
todavía hasta en los accidentes topográficos de varios
lugares. Arroyo Jicotea, Arroyo Jarico." (sic).
Y más adelante:
"El Sr. Poey distingue otro parecido a
la Jicotea (Emys decussata), que no conozco, con el nombre
indígena Jamao" (sic).
Si jarico y jicotea eran macho y hembra, respectivamente,
o dos especies distintas, fue motivo de una polémica científica
entre E. Pichardo y el sabio D. Felipe Poey, en aquel entonces.
Los resultados de la polémica se inclinaron a favor de Poey,
sólo por su mayor autoridad (Rodríguez Herrera 1959).
Por tal razón, en diccionarios posteriores se tratan como
sexos opuestos de una misma especie: Alfredo Zayas (1914), Rodríguez
Herrera (1959:133). Este último autor señala: "En
la República Dominicana llaman al Jarico Catuán (vocablo
indígena también) al que consideran el macho de la
Jicotea" (Sic). En cambio, en el Diccionario geográfico
de Panamá (1974, T. 2:200) sólo aparece el nombre
jicoteo, propio de un río; y en el Diccionario de venezonalismos
(1983, T. 1) se refieren hico e hicotea (p. 533-534), pero tampoco
jarico.
Llama la atención cómo el Diccionario
de la lengua española, Rale, T. 2, Madrid 1984, incluye
las voces jicotea (f. Cuba) e hicotea (taína) como indigenismos
americanos, y comprende a jarico y a jamao con significados idénticos
al genérico jicotea; otro tanto hace la Enciclopedia Universal
Ilustrada, Espasa-Calpe, 1968, T. 28.
Por lo visto hasta este momento, los términos
en cuestión resultan indigenismos, en sentido general, y
aruaquismos en el caso de jicotea y jarico (otro tanto parece jamao).
En cuanto a la extensión territorial de éstos, el
primero alcanzaría al área caribeña, mientras
que el segundo sólo pudiera resultar de valor local -zona
oriental de Cuba-, atendiendo a lo que hasta ahora sabemos. Jamao,
en cambio, está reportado por Espasa (1968:2435) como "río
de la República Dominicana", y solamente nos conformamos
con afirmar esto.
Las semejanzas y diferencias morfológicas
entre los vocablos jicotea y jarico, y sus evidentes relaciones
formales con otros términos de origen aruaco, nos han llevado
a compararlos entre sí, y a llegar a determinadas conclusiones
relacionadas con la etimología de las palabras y su significado.
Es necesario decir aquí que se ha procedido
a un análisis morfosemántico, a sabiendas de lo poco
sólido del terreno que pisamos, debido a la escasísima
información existente sobre el aruaco insular. Sobre estas
bases, comparamos las siguientes palabras: (6)
H |
IKU-RI |
J-AR-ICO |
H |
IKU-LI |
J-AR-UCO (7) |
|
YKO |
J-ER-ICO |
J |
ICO-TEO |
J-A-ICO |
J |
ICO-TEA |
|
H |
ICO-TEA |
J- |
|
ICO-TA |
-ICO- |
|
ICO-TEA |
-AR- |
Análisis de los formantes.
J: lo relacionado con su alternancia con la H
ya ha sido visto. Sí hay que referir la ausencia de la aspiración
inicial en algunas palabras (yko, icota, icotea), por lo que puede
considerarse su presencia como facultativa. El carácter facultativo
de este formante y su presencia en nombres de plantas (JI-) vinculadas
a fuentes de agua y posiblemente comestibles (?) nos hacen volver,
indefectiblemente, a la idea de Hostos (op. cit.) sobre los
fetiches y el "control mágico de la planta viva",
y sobre ..."una relación en el aruaco insular entre
el hábito de ciertos reptiles y las plantas cultivadas..."
Así puede observarse: jininguno (Buide 1986), jibá
(Pichardo 1976), jícare (Pichardo 1976), entre otros muchos.
Queda pendiente un estadio más detenido de este y otros formantes
en su vinculación con la flora antillana indígena.
ICO: al ser este formante común a todos
los vocablos e incluso encontrarse palabras formadas exclusivamente
por él, puede entenderse como su principal lexema y, por
tanto, como la parte que encierra la significación genérica
de animal-quelonio.
Otros posibles significados o ideas afines:
a) según Arrom (1980:107): en hicaco.
iwi 'fruta', ka 'con' ako 'ojo': fruta de ojo.
La presencia de (i-)co: pudiera hacerse referencia a los ojos del
quelonio, elemento que sin dudas ha atraído la atención
del hombre primitivo en la pieza estudiada y en otras de las Antillas.
Significado: existen ojos
b) la terminación -o está
referida en Camps (1985:284) con la significación de existencia:
Baconao: 'donde hay Bacona'.
c) la terminación -uco, presente
en seboruco, bejuco, cayuco, "conlleva un sentido peyorativo
que expresaría las cualidades de irregularidad, aspereza
y molestia" (Camps 1985:133 y siguientes). Y pudiera alternarse
-uco / -ico (presente en jaruco/jarico y sugerida
en la forma YKO).
Significado: referencia a su forma.
d) -ic-o:
-o, terminal 'existencia'.
-ic-, sílaba presente en -nicú 'río'
(Camps 1985:283) (8),
posible alternancia.
-icu / -ico: Tuinicú, Guaninicum; Bacunayagua,
Bacunagua; Jatibonico, Hatiguinico, Jarico, Jicotea; todos ellos
nombres de ríos.
Significado: existe en el río.
Este análisis permite hacer un corte parcial
del significado de jicotea y de jarico:
Animal (quelonio), vive en el río - presencia de ojos - forma
irregular.
AR: Según Alfredo Zayas (1931:45):..."la
sílaba ari, presente en Arimao y Mayarí, significa
río"... sin embargo, la relación mar / río,
que es geográficamente necesaria, puede tener una expresión
lingüística. (9)
Baracoa: Bara-coa 'el mar- ahí' (Arrom 1980:101 y S. Valdés
1984:10).
El formante -ar- también aparece
en otras palabras relacionadas con la idea de mar:
Múcara: (Pichardo 1836:435): n.s.f. Esta
palabra marítima se aplica también algunas veces a
la parte terrestre, contrayéndose a la misma clase de piedra
que se encuentra al nivel de la superficie misma de un terreno,
haciéndolo de poco valor...(sic).
Jiraba: (idem: 353) voz ind. Arbusto silvestre que abunda
en las orillas de los ríos, lagunas y tierras anegadizas...
Jibaracón: (ídem. 353) voz ind. En la parte
oriental de la isla significa la boca que en tiempos de agua abre
un río, vertiéndose en el mar. (Sic)
(subrayado EMS.).
Obsérvese en esta última palabra
la coexistencia de las formas -ar- 'mar' y -co- 'río',
las que tienen incidencia en la significación de todo el
vocablo. Al estar presente el formante -ar- en jarico, podemos
suponer:
Significado: cercano al mar, hacia el mar.
Quedan, evidentemente, formantes que deben estudiarse
a partir de una mayor información y de una ampliación
de la muestra. Tal es el caso de -ri / -li, -teo
/ -tea, -ta. Ahora bien, habida cuenta de los cortes
parciales de significado podemos concluir:
JICOTEA: Animal de río (quelonio) - presencia
destacada de ojos - forma irregular.
JARICO: Animal de río y de mar (quelonio)
- presencia destacada de ojos - forma irregular.
Si revisamos los términos analizados, vemos
que no han aparecido formantes con marcas de género, lo cual
fundamentaría la oposición masculino / femenino, vista
por algunos estudiosos en jarico / jicotea. En cambio, el hecho
de que -ico se refiera al habitat fluvial de la jicotea y
su presencia junto a -ar, en jarico hable, al mismo tiempo,
de un medio fluvial y marino nos permite suponer, en concordancia
con los criterios de Pichardo (1976:409-410), que se trata de dos
especies diferentes. Pero, además, partiendo de lo expuesto
por Hostos (op. cit.) sobre la relación de los nombres
de los reptiles con el medio y con los cultos agrarios, la presencia
de mar y de río en jarico nos hace pensar en una trascendencia
mágica de esta palabra, cosa que pudiera explicar el hecho
de que existan algunos lugares (véase mapa) de nombre jarico,
en zonas del interior del país, no costeras.
Es posible que la pobre sobrevivencia del término
jarico, en cuanto a su uso dentro del español, sirviera en
el sistema de esta lengua para diferenciar la jicotea macho de la
hembra, y así funcionara en el "criollo" hablado
en la región oriental; mientras que en el aruaco insular
hiciera referencia a una especie diferente de la jicotea, como ya
queda dicho.
Lengua y toponimia.
Jicotea y jarico han sobrevivido también
en los nombres de locaciones de la isla de Cuba
(10), y un acercamiento preliminar
(11) a la toponimia
de esta región puede llevamos a una mejor comprensión
de lo hasta aquí apuntado.
Al ser jicotea un zoónimo (nombre de animal)
de origen aruaco, como queda dicho, resulta zootopónimo (nombre
del animal que designa un lugar; según Camps, s.f.:61) y
cae dentro de una denominación más específica,
la de potamónimo (o nombre de río). Los potamónimos,
a su vez, son abarcados por una clasificación más
general, los hidrónimos o nombres relacionados con el agua.
En cambio, jarico (también jaruco, jarao,
jaragua, jaragueca), como suma a la idea de río la de mar,
rebasa el concepto de potamónimo y no puede reducirse al
de pelagónimo o nombre de mar (Noroña 1985:297-298).
Por tal razón prefiero comprenderlo en el genérico
de hidrónimo, hasta que aparezca una mejor denominación
o se profundice más en el estudio.
Según Dorian y Poirier (Camps 1985:278),
la investigación de los hidrónimos "constituye
una subdisciplina de la toponomástica: la hidronimia o hidronomástica",
de la cual sólo vamos a valernos parcialmente, según
nuestros fines.
El estudio de estos zootopónimos debe tender
a profundizar y a establecer posibles regularidades del léxico
arnaco insular, en su relación con las fuentes de agua a
las que hacen referencia. A esto contribuye el hecho de que "a
diferencia de los ecónimos o nombres de lugares poblados
(ciudades, pueblos, etcétera), los hidrónimos, al
parecer, son más estables. Esto se debe, quizás, a
la propia naturaleza del objeto denominado: un hidrográfico
está menos expuesto a cambios topográficos ostensibles
que un lugar poblado..."(Camps 1985:1278).
No obstante, a la hora de suponer la filiación
cultural de un topónimo, hay que tener en cuenta que la apropiación
por el español de los nombres aruacanos, específicamente,
pudo traer como consecuencia que la nominación de los lugares
resultara poscolombina (Camps 1985:284). Los medios de que se vale
la toponimia para detectar la génesis de un topónimo
atiende, sobre todo, a la morfología -composición
o estructura- de la palabra y a la funcionalidad de ésta
en la lengua moderna, si ha sobrevivido en ella, entre otros aspectos.
Atendiendo a estos criterios, todo parece indicar
que el vocablo jicotea (aunque no se ha estudiado su terminación)
fue utilizado por el español para llamar lugares en donde
abundaban o existían estos quelonios, que fueron desconocidos
para él hasta el momento de la conquista: la presencia del
plural castellano (-s), predominante en la muestra, apunta
a favor de éstos. Empero, acaso no suceda lo mismo con jarico.
El nombre jarico sólo se ha reportado en
la región oriental del país y con la significación
de 'macho de la jicotea'. Resulta interesante que su aparición
en la toponimia de Cuba sea exclusiva de esta misma región.
Quiere decir: no hay profusión de dicho término, ni
en el plano léxico del español actual, ni en los nombres
de lugares (sólo cuatro localidades). Desde el punto de vista
de su morfología, cuestión ya vista, la terminación
-ico es un formante común a otros vocablos de indiscutible
filiación aborigen que, unido a -ar, hacen de esta
palabra un complejo sígnico que, como tal, no ha trascendido
al español. Todos estos elementos inclinan la balanza a favor
de la autenticidad precolombina de dicho topónimo.
Otro aspecto de interés está relacionado
con la motivación de estos zootopónimos ("todo
topónimo es un nombre motivado", según Superanskaia,
en Camps s.f.:55): aparecen, por una parte, asociados a corrientes
fluviales, hábitat propio de los quelonios; y, por otra,
a sitios predominantemente agroalfareros; por tanto, puede hablarse
de una motivación geográfica (ambiente natural) y
de otra posiblemente cultural (zona de desarrollo aruaco), cuestión
que se verá más adelante.
Veamos la distribución espacial de los topónimos
(referidos al Atlas Nacional de Cuba 1970,1:750 000):
Pinar del Río
1. Arroyo Jicotea (cuadricula 2B: 5)
En zona lacustre-palustre, litoral N de Pinar del Río. Actual
Matua.
2. Playa Jicoteas (4B:5)
Litoral sureste de Bahía Honda. Zona de río y manglar.
La Habana
3. Cafetal Jicotea.
4. Estancia Jicotea.
5. Río Jicoteas (4B:6)
Zona aluvial al sureste de la provincia de La Habana, cercana a
la franja de ciénagas meridionales, municipio de San Nicolás.
Matanzas
6. Ingenio Jicoteas (4A:6)
En los nacimientos del río Canimar, municipio Limonar.
7. Estancia Jicoteas (10 D: 7)
Cerca de una laguna donde nace el arroyo Santo Domingo, tributario
del río Hanábana, en la llanura de Colón, municipio
Los Arabos.
Villa Clara
8. Río Jicotea (8C:7)
Curso fluvial del valle de Sigumea o Jibacoa, municipio de Manicaragua.
9. Sitios Jicoteas.
10. Arroyo Jicoteas.
Tributario del río Sagua la Grande.
11. Corral Jicoteas (7B:7)
Todos en la llanura occidental de las Villas (de Colón),
municipio de Santo Domingo.
Cienfuegos
12. Río Jicoteas (7C:7)
Afluente del río Caonao, municipio Palmira.
Ciego de Ávila
13. Asiento Jicotea.
14. Asiento Jicotea (10C: 7)
Ambos al sur de la laguna de la Leche y su región palustre,
municipio Morón.
15. Hato Jicoteas.
16. Núcleo rural Jicoteas, municipio Ciego de Ávila.
17. Río Jicoteas (10D:7), municipio Baraguá.
Camagüey
18. Asiento Jicotea.
19. Arroyo Jarico.
20. Asiento Jarico.
21. Asiento Jicoteas (4C:8), región y de los ríos
Sevilla y Guanaugú (Guanayú), municipios Guáimaro
y Najasa.
22. Jicoteas de Ríos (5B, p.8), sitios en zona lacustre y
fluvial del sur de la península de Sabinal, municipio Nuevitas.
Holguín
23. Arroyo Jicoteas (8D:)
Afluente del río Guaro, municipio Mayarí.
Gramma
24. Jicotea (5E:8), desembocadura del río
Jicotea, municipio Manzanillo.
25. Río Jicotea.
26. Asiento Jicoteas.
27. Estancia Jicoteas.
28. Arroyo Jarico (6E:8), tributario del río Jicotea, municipio
Yara.
29. Arroyo Jarico (7D:9), tributario del Cauto, en su porción
central, al norte del Cauto Cristo, municipio Cauto Cristo.
Santiago de Cuba
30. Asiento Jicoteas.
31. Ingenio Jicoteas (7E:9), sobre el curso fluvial Brazo del Cauto,
municipio Palma Soriano.
Guantánamo
32. Asiento Jicoteas (10E:9), cerca de la desembocadura
del río Sabanalamar, municipio Imías.
En el mapa también aparece el asiento y
el río Jauco (11E:9), provincia de Guantánamo, municipio
de Maisí, donde apareció la Jicotea Lítica
en 1890.
 |
Topónimos Jarico
y Jicotea, según el Nomenclátor de E. de
los Ríos (1970). |
Después de tener ubicados en el mapa los
topónimos, el doctor Sergio Valdés Bernal y el que
esto escribe estuvimos observando su distribución en el territorio
nacional. De los treinta y dos sitios estudiados (suma de los nombres
Jicotea y Jarico), sólo cinco aparecen en las antiguas provincias
occidentales, siete en las centrales y veinte en las orientales
(de ellos, diez en la antigua provincia de Oriente). Quiere decir
que 62.5% de éstos, de origen aruaco, se halla en las susodichas
provincias orientales. ¿Cuáles son las causas de esta
organización? La respuesta puede ser solamente hipotética
y servir, como tal, a futuros trabajos. El doctor Valdés
se preguntaba si la distribución de mayor a menor cantidad
(de oriente a occidente) estaría en relación con la
máxima intensidad de poblamiento de la zona oriental en las
primeras etapas de la conquista. A1 mismo tiempo yo opinaba si sería
una evidencia mas de los límites geográficos para
los movimientos aruacos en Cuba. Decíamos: no hay una respuesta
definitiva y nos contentamos solamente con enunciar estas suposiciones.
Una última apreciación. El topónimo
Jarico no sólo aparece motivado por ser la nominación
de fuentes fluviales, sino porque, en todos los casos, se une geográficamente.
El arqueolito de Jauco (Jicotea) apareció como un importante
testimonio en "el cuarto centenario del descubrimiento de la
América", según palabras de doctor Fermín
Valdés Domínguez (op. cit.). Hoy retomamos esta joya
arqueológica, tanto para resaltar algunas de las dimensiones
de nuestro pasado precolombino, como para entender mejor la proyección
cultural de aquellos tiempos hacia el presente, en vísperas
del quinto centenario del encuentro de ambos mundos.
Agradecimientos.
Al arqueólogo Ramón Dacal por sus
orientaciones en todo momento y por su crítica certera. Al
C. doctor Sergio Valdés Bernal por el auxilio bibliográfico
y por la revisión, valoración y atinadas sugerencias
lingüísticas. Al licenciado Pablo Hernández González
por su ayuda en todo lo referido a la toponimia y al trabajo con
los mapas. Al doctor Manuel Rivero de la Calle por sus valiosas
sugerencias y su auxilio con bibliografía de difícil
localización. Al doctor Hiram Dupotey por el préstamo
de materiales exclusivos de su colección personal.
Notas.
(1)
Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales
de La Habana. N. de A.
(2)
Ha recibido numerosas clasificaciones científicas. La última
y generalmente aceptada: Pseudemys decussata decussata (Gray),
según Buide (1986:146). N de A.
(3)
En el texto de Pané —con anotaciones de Arrom—
aparece la palabra castiza tortuga, la cual no pudo integrar la
narración aborigen original de este mito. Por una razón
lexicológica, será sustituida por la aruaca jicotea.
De igual manera, incluiremos en dicho texto las acotaciones de Arrom,
entre paréntesis. N de A.
(4)
En otras latitudes, en Nigeria, por ejemplo, la tortuga es similar
al sexo femenino; en cambio en el extremo Oriente, la concha redonda
encima suele "representar el cielo y cuadrada por debajo...
la tierra" (Cirlot 1958:411). En la antigua Grecia, la tortuga
era uno de los soportes del mundo. N. de A.
(5)
Jamao también se refiere en Bachiller (1883: 375) y en Buide
(1986).
(6)
Hikuri, aruaco de la Guayana, e hikuli e yko de varias lenguas aruacas,
referidos en De Goeje (1939:1-120) y en Fanshawe (1949:57-74); datos
por cortesía del doctor Sergio Valdés Bernal. Jicoteo,
del Diccionario geográfico de Panamá (1974).
Jicotea, de Pichardo (1836), Bachiller (1883), Rodríguez
(1959), RALE (1984), etcétera. Hicotea, de Oviedo (1535),
Aguado (1581), Santamaría (1942), Diccionario de venezonalismos
(1983), RALE (1984). Icota e icotea, de Bachiller (1883). Jarico,
de Pichardo (1836), Zayas (1914), Santamaría (1942), Rodríguez
(1959), ESPASA (1968), RALE (1984). Jaruco, de Pichardo (1836),
Larousse (1968). Jericóyjaco, de Rodríguez
(1959) y Buide (1986). N de A.
(7)
Otras palabras con morfología afín: Jauco, río;
Jaraco, arroyo; Jaragua, río; Jaragueca, río; todas
tomadas de la Carta de Pichardo (1860-1872), deben tenerse
en cuenta para el posterior análisis del formante -ar.
N de A.
(8)
El problema de la dispersión de las formas -nicu y
-bacu (Camps op. cit.), a la que agregamos -ar,
debe ser estudiada. N de A.
(9)
Hablamos de mar, y pensamos en su significado moderno. Bien la forma
aruaca puede referirse una imprecisa extensión de agua.
(10)
Hemos encontrado el topónimo jicoteo en el nombre de un río
que nace en la Provincia de Panamá distrito de Chepo, Panamá
(Diccionario Geográfico de Panamá. 1974, T.
2) N de A.
(11)
Atenido a los objetivos de este trabajo, el estudio toponímico
sólo refiere la información contenida en la Carta...
de Pichardo (2860-1872).
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