Estudio de un arqueolito (jicotea) del Museo Montané.

Por Esteban Maciques Sánchez.

"En ocasión de la visita de Carlos de la Torre a la ciudad de Baracoa, entregué entonces al doctor La Torre cuatro cráneos deformados y otros objetos de gran importancia antropológica; posteriormente le remití otro cráneo deformado, una jicotea de piedra trabajada por los indios y otros objetos (...) la Jicotea la adquirí por indicaciones que me dio mi amigo el estudioso italiano, vecino de Jauco, señor D. Francisco Gaita (...) le expresé que hiciera entrega de ellos a la Academia." (1)

Fue así, por mediación del doctor Fermín Valdés Domínguez (1891) hermano entrañable de José Martí, que hizo aparición en la arqueología cubana y antillana esta musitada joya del arte precolombino. Citada desde entonces por investigadores de este tema (Montané 1908:3-4, Harrington 1921:117 y 1935:81, Herrera Fritot 1936 y 1952, entre otros), si bien se ha considerado como un exponente relevante del aruaco insular, no ha sido objeto de un estudio que tienda a manifestar su intrínseca significación y su trascendencia cultural.

De manos del doctor La Torre pasó a las de Luis Montané, quien la incluyó entre los exponentes más importantes del museo que fundó en 1903 en la Universidad de La Habana, que hoy lleva su nombre. La jicotea fue hallada en la localidad de Jauco, que pertenece a la actual provincia de Guantánamo extremo oriental del país. Elaborada por medio de la talla y de la incisión en roca diorita de color verdinegro (roca eruptiva, Larousse 1968), está terminada con un pulido de todas sus áreas. Posee un largo de 150 mm, un ancho de 117 mm, un grosor máximo de 31 mm y un peso de 1.03 kg. En relación con su anchura, es necesario decir que presenta una desproporción entre su lado derecho e izquierdo, pues en esta dirección el carapacho sufre una depresión (hasta 26 mm de grosor). El acabado puede considerarse como parcial y de tosca elaboración, en comparación con otros de madera y de piedra de esta cultura: algunas huellas de picado sobreviven al pulido, sobre todo en la región dorsal de la izquierda. El mismo pulido no llega a realizarse en algunas áreas, como la que se encuentra entre las patas delanteras y el cuello. En esta zona específica se conservan líneas testigos del trabajo de desbastadura de la piedra, producido con otras rocas de mayor dureza. El remate de dichas líneas se ha logrado con un instrumento que ha dejado una canaladura, posiblemente un objeto cilíndrico de madera o un cáñamo. Un fenómeno semejante se observa en la parte posterior.

Figura 1. Jicotea de jauco, actual provincia de Guantánamo, Cuba. Colección del Museo Antropológico Montané de la Universidad de La Habana. Vista superior.

Hay dos tipos de incisiones: la lineal recta y la circular, que se encuentran formando parte del carapacho. Se trabaja en un diseño esquemático de grecas que terminan sobre la cola, nada atenido a la naturaleza del animal representado; en las patas, donde se destacan los dedos; en el cuello, por una línea que lo bordea en forma de pliegues; en los ojos, formados por dos pequeños círculos; en la boca, finalmente, por un corte profundo. Sólo dos perforaciones insinúan la nariz. La región ventral denota alguna atención exclusivamente en la línea circular del cuello, ya referida, y en el pulido general. La pata delantera derecha fue tallada con más detenimiento; se trató de precisar su contorno, cosa que se observa en una incisión que sube y la delimita. Esto no aparece en la correspondiente izquierda, como si el autor abandonara este esfuerzo. Las patas posteriores y la cola, en esta región ventral, están esquematizadas y resaltan del cuerpo por un corte en chanfle sin la menor preocupación por el acabado. Sobre una superficie plana las patas posteriores quedan suspendidas y sólo la anterior izquierda se apoya.

Figura 2. Jicotea. Vista frontal.

A partir de esta descripción, podemos tener la idea de un cuerpo fácilmente reconocible dentro del reino animal, aunque con imperfecciones e imprecisiones: “... tiene de tortuga y de jicotea. Las patas son de un animal terrestre y también los dedos, pero la cabeza de una jicotea es más chiquita. Tiene de tortuga verde o caguama la proporción cabeza-carapacho, pero este tipo presenta aletas largas y sin dedos” (C. doctor Alices San Pedro Martín, Facultad de Biología, U.H., 1-2-90, comunicación personal).

Si bien es cierto, como dice el destacado arqueólogo dominicano Adolfo de Hostos (1941:149), que “Las formas talladas o incisas no son suficientemente realistas para permitir, en el mayor números de los casos, su clasificación en familia, género y especie...”, en el objeto que nos ocupa hay una indudable evidencia anatómica que permite su ubicación dentro de una especie, la de las jicoteas, de la clase de los reptiles, del orden de las testudinata y de la familia de los quelonios. (2) Esta evidencia a la que hacemos referencia son las patas. La desproporción de la cabeza, o la causal proporción cabeza-carapacho juegan perfectamente, como posibles, en un conjunto de imprecisiones y deformaciones, dentro del cual la depresión del carapacho es lo más representativo. Sin embargo, la precisión realista de la incisión de los dedos -característica sólo de la especie terrestre- corresponde, dentro del conjunto, a la exactitud de detalles, en cuanto a la reproducción de otras características anatómicas: pliegue del cuello, ojos y boca.

Aunque el arqueolito objeto de estudio es único en su tipo, dentro de nuestra área, no podemos pasar por alto otras evidencias arqueológicas, donde también es reconocible la forma del quelonio.

En Cuba se aprovechan las asas de cerámica y la forma de la vasija para ofrecer, de manera esquematizada, la figura de este animal. Según reporta Arrom (1975), existe en Santo Domingo una efigie en barro cocido, de 40.7 cm de largo, en que se representa a Deminán con la tortuga en la espalda. En la misma República Dominicana, dice Herrera Fritot (1952:10), se han hallado asas y objetos de piedra semejantes a jicoteas, reportadas por el Grupo Guamá. De nuevo, Arrom (en Pané 1974:69) refiere que en el Museum of American Indian, Nueva York, hay una pieza arqueológica “en la cual es patente que se trata de una tortuga”. Así transita este quelonio por el Caribe, y es huella y símbolo de la migración aruaca, que ocupó nuestras tierras desde los comienzos de nuestra era.

Figura 3. Deminán Caracaracol. Realizado en piedra madrepórica. Colección del Museo Antropológico Montané, Universidad de la Habana. Vista lateral y vista frontal.

El mito.

La significación cultural de la jicotea no se limita al valioso objeto descrito, ni a las otras formas en que aparece dentro del arte antillano, pues se integra y armoniza en la complejidad del mundo mítico aruaco. El sentido mágico de la jicotea (3) nos ha llegado, al menos parcialmente, a través de la Relación de las antigüedades de los indios de Ramón Pané (1974:30-31), que reproducimos a continuación:

De las cosas que pasaron los cuatro hermanos cuando iban huyendo de Yaya.

Éstos, tan pronto como llegaron a la puerta de Bayamanaco, y notaron que llevaba cazabe, dijeron: "Ahiacaba guárocoel", que quiere decir: "Conozcamos a este nuestro abuelo" (hablemos con nuestro abuelo). Del mismo modo Deminán Caracaracol, viendo delante de sí a sus hermanos, entró para ver si podía conseguir algún cazabe, el cual cazabe es el pan que se come en el país. Caracaracol, entrando a casa de Bayamanaco, le pidió cazabe, que es el pan susodicho. Y éste se puso la mano en la nariz, y le tiró un guanguayo (esputo) a la espalda; el cual guanguayo estaba lleno de cohoba, que había hecho hacer aquel día; la cual cohoba es un cierto polvo, que ellos toman a veces para purgarse y para otros efectos que después se dirán (...) y así les dio por pan aquel guanguayo, en vez del pan que hacía; y se fue muy indignado porque se lo pedían... Caracaracol, después de esto, volvió junto a sus hermanos, y les contó lo que había sucedido con Bayamanacoel, y del golpe que le había dado con el guanguayo en la espalda, y que le dolía fuertemente. Entonces sus hermanos le miraron la espalda, y vieron que la tenía muy hinchada, y creció tanto aquella hinchazón, que estuvo a punto de morir. Entonces procuraron cortarla, y no pudieron; y tomando un hacha de piedra se la abrieron, y salió una jicotea viva, hembra; y así se fabricaron su casa y criaron la jicotea.

Sobre la importancia de este mito, expresa Arrom (1975):

“...el número cuatro es sagrado, se deriva de los cuatro puntos cardinales. Éstos se identifican con los cuatro vientos que en los mitos son los cuatro progenitores de la raza humana... La ruda reacción de Bayamanaco es indicio de cuan atrevida era la petición del nieto (la hazaña de Deminán corresponderá a la de Quetzalcóatl robando el maíz o a la de Prometeo)... Deminán hurtará a su iracundo antecesor nada menos que el modo de obtener el principal sustento de los antiguos -el cazabe- y las más importantes de las adquisiciones técnicas del hombre -el fuego.

Y sigue diciendo:

El lanzamiento del guanguayo (esputo=semen) simbolizaría el acto de fecundación... La tortuga, entonces, puede considerarse la mítica madre del género humano... Los cuatro vientos, hijos gemelos de la madre tierra, serían así los padres y civilizadores del hombre, los ancestrales fundadores de la cultura taína.

El propio Arrom (op. cit.), como resultado de esta lógica relación, ve en la fabricación de la casa el paso del nomadismo al sedentarismo.

Se hace necesario, entonces, una breve reflexión acerca de esta valiosísima interpretación. A semejanza de otros ritos agrarios (el dionisíaco, e.g.) el conocimiento de una nueva técnica en el presente mito aruaco se realiza a través del dolor (pathos) -sufrimiento y casi muerte de Deminán- como consecuencia del "guanguayo" (esputo). Apunta Pané que... "el cual guanguayo estaba lleno de cohoba, que había hecho hacer aquel día... " Aquél era un día especial, y aquella cohoba fue mandada hacer expresamente para un acto de fecundación. No fue un guanguayo cualquiera el elemento fecundador, sino uno de cohoba.

Atiéndase, especialmente, cómo el acto mágico de la fecundación (y pathos) precede, de manera explícita, al utilitario del aprendizaje. "Y así les dio por pan aquel guanguayo, en vez del pan que hacía...", prioridad que armoniza con las ideas rituales primitivas: sólo el dominio de los cultos propiciatorios puede garantizar fertilidad y posteriormente productividad. En lugar del pan, Deminán -el hombre- obtiene el aprendizaje de qué debe anteceder a la consecución de dicho alimento. Como algo curioso, la reiteración de esta idea resulta una redundancia, que creemos no casual en la cita anterior.

Todo parece indicar que sufrimiento, conocimiento, nacimiento (y posible muerte de Deminán) forman un cuadro mítico clásico con sabor local antillano, por la presencia del esputo-semen de cohoba. El ritual de la cohoba supone también el cultivo del tabaco que junto al de la yuca integran un sistema cultural complejo. El presente mito va más allá del aprendizaje de la confección del cazabe y recrea, latu sensu, el dominio de la agricultura. La propia palabra guanguayo, traducida por Arrom como esputo (de cohoba según el mito), guarda en su estructura el formante -guayo. Y el guayo es (cubanismo; Larousse 1968) un instrumento utilizado en la elaboración del cazabe. ¿Será este esputo-semen no sólo de cohoba, sino también de yuca?

Visto de esta manera, el mito, como síntesis referida a la conquista del fuego, a los cuatro vientos, al nacimiento de los aruacos -agroalfareros- y al sedentarismo, todo ello, se entendería a partir de claves relacionadas y dadas en lo relativo al guanguayo, a la fabricación de la casa y a la crianza de la jicotea, esto último como un símil del cultivo de la tierra. (4) "La idea básica encerrada en ciertos fetiches e ídolos, incluidas las piedras de tres puntas de la Grandes Antillas, es la de incrementar la cosecha, mediante el control mágico de la planta viva." Así subraya Adolfo de Hostos (1941-147) y da mayor fundamento a lo antes visto. Según el mismo Hostos, la presencia en representaciones en piedra de reptiles, relacionados con la práctica agraria no solo es frecuente en las Antillas, sino también en regiones apartadas de Suramérica y hasta en la Polinesia.

El citado arqueólogo dominicano refiere extensamente, en Anthropological papers (1941), la relación entre las mencionadas piedras zoomorfas de la cultura aruaca insular y la agricultura. Y, como resultado de un estudio lingüístico comparativo, concibe una idea que quizás resulte hilo de Ariadna para el investigador de estos temas: la presencia de sílabas comunes, entre los nombres de reptiles y los de ciertas plantas comestibles cultivables, puede ser expresión mágica de la acción beneficiosa de los primeros en los segundos (¿magia contaminante de los morfos?). Así, ejemplifica: a los reptiles catuán, catuana, caguama, caivana, etcétera, corresponden los nombres de plantas aniguamar, guaraca, guananagax, guacarayca, guayaros, gauayos, yautia, todas ellas comestibles y cultivables en rocas, y en uno y otro grupo se aprecia la reiteración de la sílaba -ua-. "Esto permite pensar en la posibilidad de una relación en el aruaco insular entre el hábito de ciertos reptiles y las plantas cultivadas en las rocas: relación originada en el cultivo de la planta, animista en su carácter, homeopática en el procedimiento y utilitaria en su propósito" (Hostos 1941:170).

Mito y lengua.

Bien vale la pena, habida cuenta de la anterior idea de Hostos, detenemos en algunas consideraciones lexicológicas sobre la palabra jicotea. Los términos aruacos no sólo fueron los que más enriquecieron el idioma español (por pertenecer a la primera lengua con que los peninsulares entraron en contacto), en lo que al léxico concierne, sino los que brindaron al conquistador "la mayor información sobre la naturaleza del Nuevo Mundo". Y esto fue posible, entre otras cosas, por "la relativa unidad lingüística entre las lenguas de las Antillas (según explican los cronistas), por un lado, y la estructura silábica, el vocalismo y el sencillo consonantismo de los vocablos aruacos, por el otro..." (Valdés Bernal 1984:12). Estas condiciones permitieron que palabras como jicotea entraran a formar parte de nuestro vocabulario.

La primera aparición de dicho vocablo en la lengua española, según tenemos noticia, ocurre en la Historia general y natural de las Indias, de Fernández de Oviedo y Valdés (Libro XII, capítulo VII), donde dice: "Y deste indicio forman su opinión los que quieren esforzarse a porfiar que es pescado porque las hicoteas, que es cierta manera de galápago, e las tortugas hacen lo mismo."

Y la describe, de la siguiente manera, en la misma obra (Libro XIII, capítulo VIII):

DE LAS TORTUGAS O HICOTEAS DE ESTA ISLA ESPAÑOLA

Las hicoteas o menores, tortugas, de que se hizo suso mención, la mayor de ellas será de dos palmos de luengo, e de allí abajo, menores. Éstas se hallan en los lagos y en muchas partes dea questa isla Española; y cada día se venden por esas calles e plazas de esta cibda de Santo Domingo, e son manjar. E son una cierta especie de tortugas, e ninguna diferencia hay en la forma de ellas, sino en el tamaño e grandeza. A estas pequeñas llaman los indios hicoteas. (Sic)

En la obra de Esteban Pichardo, Diccionario provincial casi razonado de vozes y frases cubanas, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana 1953:409-410 (y según su primera edición el Diccionario provincial de voces cubanas,1836), se recoge el término en cuestión:

jicotea: Voz ind. Nadie pronuncia hicotea como algunos escriben, ni hay fundamento para atenuar la fuerza de la J autorizada por una tradición inmemorial, como general es la pronunciación de esta voz tan indígena.

Así hace referencia a la biografía H/J y a los problemas fonéticos que ésta entraña. Ya analizaba en el prólogo de su propio libro:

"La J tuvo que hacer igual con la H; por lo común este carácter exigía la pronunciación de aquel, como aún sucede vulgarmente con jalar por halar, jaz por haz, etc. (...) Bohío escriben muchos, y todo el mundo Yucayo dice Bojío (...) No diré por esto que convirtamos absolutamente la H en J de manera que no se respete el uso general, v.g. Habana, Huracán, etc.; aunque propiamente fuesen jabana, juracán; mas tampoco chocar con la etimología, tradición y prosodia común, cayendo en el ridículo de vertir Hico, Hicotea, Hocuma, Hutía, Hobo, por Jico, Jicotea, Jocuma, Jutía, Jobo." (p 20; sic).

Queda expresada, de esta forma, la ambivalencia ortográfica entre hicotea y jicotea, que no fónica, y la situación creada a partir de que la H se torna muda y aparece en palabras que, como hamaca, fueron en sus orígenes precedidas por aspiración.

En el Diccionario de Pichardo, ya referido, acompañan a jicotea los vocablos jarico y jamao. Por su importancia, veamos cómo se refiere a ellos, años más tarde, Bachiller y Morales (1883:303, 373 y 375):

Icota, icotea: ha conservado la misma significación pero con forma distinta: hicotea, y el pueblo la llama jicotea (Hemys rugosa) el macho; (H. decussata) la hembra.

Jamao (5): jicotea (Emys jamao) cuya descripción puede verse en la p.120 a 128 del Repertorio del doctor Felipe Poey (D. Felipe).

Jarico: el macho de la jicotea en la parte oriental, según allí se cree, pero es, como se ha advertido, una variedad: Emys rugata.

El mismo Pichardo (op. cit.) ya había señalado, en primer lugar, el origen indígena de estos términos y, en segundo lugar, el hecho de que jarico no correspondiera al macho de la jicotea:

Los naturales de la isla jamás distinguieron los sexos de un mismo animal con diferentes nombres, y no hay duda que Jicotea y Jarico son indígenas: en su simplicidad lo mismo denominaban Jutía, Corí, Caguama, etc. al macho que a la hembra; de modo que si usaban las veces Jicotea y Jarico, diferentes debieron ser estos anfibios, cuyos nombres se conservan todavía hasta en los accidentes topográficos de varios lugares. Arroyo Jicotea, Arroyo Jarico." (sic).

Y más adelante:

"El Sr. Poey distingue otro parecido a la Jicotea (Emys decussata), que no conozco, con el nombre indígena Jamao" (sic).

Si jarico y jicotea eran macho y hembra, respectivamente, o dos especies distintas, fue motivo de una polémica científica entre E. Pichardo y el sabio D. Felipe Poey, en aquel entonces. Los resultados de la polémica se inclinaron a favor de Poey, sólo por su mayor autoridad (Rodríguez Herrera 1959). Por tal razón, en diccionarios posteriores se tratan como sexos opuestos de una misma especie: Alfredo Zayas (1914), Rodríguez Herrera (1959:133). Este último autor señala: "En la República Dominicana llaman al Jarico Catuán (vocablo indígena también) al que consideran el macho de la Jicotea" (Sic). En cambio, en el Diccionario geográfico de Panamá (1974, T. 2:200) sólo aparece el nombre jicoteo, propio de un río; y en el Diccionario de venezonalismos (1983, T. 1) se refieren hico e hicotea (p. 533-534), pero tampoco jarico.

Llama la atención cómo el Diccionario de la lengua española, Rale, T. 2, Madrid 1984, incluye las voces jicotea (f. Cuba) e hicotea (taína) como indigenismos americanos, y comprende a jarico y a jamao con significados idénticos al genérico jicotea; otro tanto hace la Enciclopedia Universal Ilustrada, Espasa-Calpe, 1968, T. 28.

Por lo visto hasta este momento, los términos en cuestión resultan indigenismos, en sentido general, y aruaquismos en el caso de jicotea y jarico (otro tanto parece jamao). En cuanto a la extensión territorial de éstos, el primero alcanzaría al área caribeña, mientras que el segundo sólo pudiera resultar de valor local -zona oriental de Cuba-, atendiendo a lo que hasta ahora sabemos. Jamao, en cambio, está reportado por Espasa (1968:2435) como "río de la República Dominicana", y solamente nos conformamos con afirmar esto.

Las semejanzas y diferencias morfológicas entre los vocablos jicotea y jarico, y sus evidentes relaciones formales con otros términos de origen aruaco, nos han llevado a compararlos entre sí, y a llegar a determinadas conclusiones relacionadas con la etimología de las palabras y su significado.

Es necesario decir aquí que se ha procedido a un análisis morfosemántico, a sabiendas de lo poco sólido del terreno que pisamos, debido a la escasísima información existente sobre el aruaco insular. Sobre estas bases, comparamos las siguientes palabras: (6)

 

H IKU-RI J-AR-ICO
H IKU-LI J-AR-UCO (7)
  YKO J-ER-ICO
J ICO-TEO J-A-ICO
J ICO-TEA  
H ICO-TEA J-
  ICO-TA -ICO-
  ICO-TEA -AR-

 

Análisis de los formantes.

J: lo relacionado con su alternancia con la H ya ha sido visto. Sí hay que referir la ausencia de la aspiración inicial en algunas palabras (yko, icota, icotea), por lo que puede considerarse su presencia como facultativa. El carácter facultativo de este formante y su presencia en nombres de plantas (JI-) vinculadas a fuentes de agua y posiblemente comestibles (?) nos hacen volver, indefectiblemente, a la idea de Hostos (op. cit.) sobre los fetiches y el "control mágico de la planta viva", y sobre ..."una relación en el aruaco insular entre el hábito de ciertos reptiles y las plantas cultivadas..." Así puede observarse: jininguno (Buide 1986), jibá (Pichardo 1976), jícare (Pichardo 1976), entre otros muchos. Queda pendiente un estadio más detenido de este y otros formantes en su vinculación con la flora antillana indígena.

ICO: al ser este formante común a todos los vocablos e incluso encontrarse palabras formadas exclusivamente por él, puede entenderse como su principal lexema y, por tanto, como la parte que encierra la significación genérica de animal-quelonio.

Otros posibles significados o ideas afines:

a) según Arrom (1980:107): en hicaco. iwi 'fruta', ka 'con' ako 'ojo': fruta de ojo.
La presencia de (i-)co: pudiera hacerse referencia a los ojos del quelonio, elemento que sin dudas ha atraído la atención del hombre primitivo en la pieza estudiada y en otras de las Antillas.
Significado: existen ojos

b) la terminación -o está referida en Camps (1985:284) con la significación de existencia:
Baconao: 'donde hay Bacona'.

c) la terminación -uco, presente en seboruco, bejuco, cayuco, "conlleva un sentido peyorativo que expresaría las cualidades de irregularidad, aspereza y molestia" (Camps 1985:133 y siguientes). Y pudiera alternarse -uco / -ico (presente en jaruco/jarico y sugerida en la forma YKO).
Significado: referencia a su forma.

d) -ic-o:
-o, terminal 'existencia'.
-ic-, sílaba presente en -nicú 'río' (Camps 1985:283) (8), posible alternancia.
-icu / -ico: Tuinicú, Guaninicum; Bacunayagua, Bacunagua; Jatibonico, Hatiguinico, Jarico, Jicotea; todos ellos nombres de ríos.
Significado: existe en el río.

Este análisis permite hacer un corte parcial del significado de jicotea y de jarico:
Animal (quelonio), vive en el río - presencia de ojos - forma irregular.

AR: Según Alfredo Zayas (1931:45):..."la sílaba ari, presente en Arimao y Mayarí, significa río"... sin embargo, la relación mar / río, que es geográficamente necesaria, puede tener una expresión lingüística. (9)
Baracoa: Bara-coa 'el mar- ahí' (Arrom 1980:101 y S. Valdés 1984:10).

El formante -ar- también aparece en otras palabras relacionadas con la idea de mar:

Múcara: (Pichardo 1836:435): n.s.f. Esta palabra marítima se aplica también algunas veces a la parte terrestre, contrayéndose a la misma clase de piedra que se encuentra al nivel de la superficie misma de un terreno, haciéndolo de poco valor...(sic).
Jiraba: (idem: 353) voz ind. Arbusto silvestre que abunda en las orillas de los ríos, lagunas y tierras anegadizas...
Jibaracón: (ídem. 353) voz ind. En la parte oriental de la isla significa la boca que en tiempos de agua abre un río, vertiéndose en el mar. (Sic) (subrayado EMS.).

Obsérvese en esta última palabra la coexistencia de las formas -ar- 'mar' y -co- 'río', las que tienen incidencia en la significación de todo el vocablo. Al estar presente el formante -ar- en jarico, podemos suponer:

Significado: cercano al mar, hacia el mar.

Quedan, evidentemente, formantes que deben estudiarse a partir de una mayor información y de una ampliación de la muestra. Tal es el caso de -ri / -li, -teo / -tea, -ta. Ahora bien, habida cuenta de los cortes parciales de significado podemos concluir:

JICOTEA: Animal de río (quelonio) - presencia destacada de ojos - forma irregular.

JARICO: Animal de río y de mar (quelonio) - presencia destacada de ojos - forma irregular.

Si revisamos los términos analizados, vemos que no han aparecido formantes con marcas de género, lo cual fundamentaría la oposición masculino / femenino, vista por algunos estudiosos en jarico / jicotea. En cambio, el hecho de que -ico se refiera al habitat fluvial de la jicotea y su presencia junto a -ar, en jarico hable, al mismo tiempo, de un medio fluvial y marino nos permite suponer, en concordancia con los criterios de Pichardo (1976:409-410), que se trata de dos especies diferentes. Pero, además, partiendo de lo expuesto por Hostos (op. cit.) sobre la relación de los nombres de los reptiles con el medio y con los cultos agrarios, la presencia de mar y de río en jarico nos hace pensar en una trascendencia mágica de esta palabra, cosa que pudiera explicar el hecho de que existan algunos lugares (véase mapa) de nombre jarico, en zonas del interior del país, no costeras.

Es posible que la pobre sobrevivencia del término jarico, en cuanto a su uso dentro del español, sirviera en el sistema de esta lengua para diferenciar la jicotea macho de la hembra, y así funcionara en el "criollo" hablado en la región oriental; mientras que en el aruaco insular hiciera referencia a una especie diferente de la jicotea, como ya queda dicho.

Lengua y toponimia.

Jicotea y jarico han sobrevivido también en los nombres de locaciones de la isla de Cuba (10), y un acercamiento preliminar (11) a la toponimia de esta región puede llevamos a una mejor comprensión de lo hasta aquí apuntado.

Al ser jicotea un zoónimo (nombre de animal) de origen aruaco, como queda dicho, resulta zootopónimo (nombre del animal que designa un lugar; según Camps, s.f.:61) y cae dentro de una denominación más específica, la de potamónimo (o nombre de río). Los potamónimos, a su vez, son abarcados por una clasificación más general, los hidrónimos o nombres relacionados con el agua.

En cambio, jarico (también jaruco, jarao, jaragua, jaragueca), como suma a la idea de río la de mar, rebasa el concepto de potamónimo y no puede reducirse al de pelagónimo o nombre de mar (Noroña 1985:297-298). Por tal razón prefiero comprenderlo en el genérico de hidrónimo, hasta que aparezca una mejor denominación o se profundice más en el estudio.

Según Dorian y Poirier (Camps 1985:278), la investigación de los hidrónimos "constituye una subdisciplina de la toponomástica: la hidronimia o hidronomástica", de la cual sólo vamos a valernos parcialmente, según nuestros fines.

El estudio de estos zootopónimos debe tender a profundizar y a establecer posibles regularidades del léxico arnaco insular, en su relación con las fuentes de agua a las que hacen referencia. A esto contribuye el hecho de que "a diferencia de los ecónimos o nombres de lugares poblados (ciudades, pueblos, etcétera), los hidrónimos, al parecer, son más estables. Esto se debe, quizás, a la propia naturaleza del objeto denominado: un hidrográfico está menos expuesto a cambios topográficos ostensibles que un lugar poblado..."(Camps 1985:1278).

No obstante, a la hora de suponer la filiación cultural de un topónimo, hay que tener en cuenta que la apropiación por el español de los nombres aruacanos, específicamente, pudo traer como consecuencia que la nominación de los lugares resultara poscolombina (Camps 1985:284). Los medios de que se vale la toponimia para detectar la génesis de un topónimo atiende, sobre todo, a la morfología -composición o estructura- de la palabra y a la funcionalidad de ésta en la lengua moderna, si ha sobrevivido en ella, entre otros aspectos.

Atendiendo a estos criterios, todo parece indicar que el vocablo jicotea (aunque no se ha estudiado su terminación) fue utilizado por el español para llamar lugares en donde abundaban o existían estos quelonios, que fueron desconocidos para él hasta el momento de la conquista: la presencia del plural castellano (-s), predominante en la muestra, apunta a favor de éstos. Empero, acaso no suceda lo mismo con jarico.

El nombre jarico sólo se ha reportado en la región oriental del país y con la significación de 'macho de la jicotea'. Resulta interesante que su aparición en la toponimia de Cuba sea exclusiva de esta misma región. Quiere decir: no hay profusión de dicho término, ni en el plano léxico del español actual, ni en los nombres de lugares (sólo cuatro localidades). Desde el punto de vista de su morfología, cuestión ya vista, la terminación -ico es un formante común a otros vocablos de indiscutible filiación aborigen que, unido a -ar, hacen de esta palabra un complejo sígnico que, como tal, no ha trascendido al español. Todos estos elementos inclinan la balanza a favor de la autenticidad precolombina de dicho topónimo.

Otro aspecto de interés está relacionado con la motivación de estos zootopónimos ("todo topónimo es un nombre motivado", según Superanskaia, en Camps s.f.:55): aparecen, por una parte, asociados a corrientes fluviales, hábitat propio de los quelonios; y, por otra, a sitios predominantemente agroalfareros; por tanto, puede hablarse de una motivación geográfica (ambiente natural) y de otra posiblemente cultural (zona de desarrollo aruaco), cuestión que se verá más adelante.

Veamos la distribución espacial de los topónimos (referidos al Atlas Nacional de Cuba 1970,1:750 000):

Pinar del Río

1. Arroyo Jicotea (cuadricula 2B: 5)
En zona lacustre-palustre, litoral N de Pinar del Río. Actual Matua.
2. Playa Jicoteas (4B:5)
Litoral sureste de Bahía Honda. Zona de río y manglar.

La Habana

3. Cafetal Jicotea.
4. Estancia Jicotea.
5. Río Jicoteas (4B:6)
Zona aluvial al sureste de la provincia de La Habana, cercana a la franja de ciénagas meridionales, municipio de San Nicolás.

Matanzas

6. Ingenio Jicoteas (4A:6)
En los nacimientos del río Canimar, municipio Limonar.
7. Estancia Jicoteas (10 D: 7)
Cerca de una laguna donde nace el arroyo Santo Domingo, tributario del río Hanábana, en la llanura de Colón, municipio Los Arabos.

Villa Clara

8. Río Jicotea (8C:7)
Curso fluvial del valle de Sigumea o Jibacoa, municipio de Manicaragua.
9. Sitios Jicoteas.
10. Arroyo Jicoteas.
Tributario del río Sagua la Grande.
11. Corral Jicoteas (7B:7)
Todos en la llanura occidental de las Villas (de Colón), municipio de Santo Domingo.

Cienfuegos

12. Río Jicoteas (7C:7)
Afluente del río Caonao, municipio Palmira.

Ciego de Ávila

13. Asiento Jicotea.
14. Asiento Jicotea (10C: 7)
Ambos al sur de la laguna de la Leche y su región palustre, municipio Morón.
15. Hato Jicoteas.
16. Núcleo rural Jicoteas, municipio Ciego de Ávila.
17. Río Jicoteas (10D:7), municipio Baraguá.

Camagüey

18. Asiento Jicotea.
19. Arroyo Jarico.
20. Asiento Jarico.
21. Asiento Jicoteas (4C:8), región y de los ríos Sevilla y Guanaugú (Guanayú), municipios Guáimaro y Najasa.
22. Jicoteas de Ríos (5B, p.8), sitios en zona lacustre y fluvial del sur de la península de Sabinal, municipio Nuevitas.

Holguín

23. Arroyo Jicoteas (8D:)
Afluente del río Guaro, municipio Mayarí.

Gramma

24. Jicotea (5E:8), desembocadura del río Jicotea, municipio Manzanillo.
25. Río Jicotea.
26. Asiento Jicoteas.
27. Estancia Jicoteas.
28. Arroyo Jarico (6E:8), tributario del río Jicotea, municipio Yara.
29. Arroyo Jarico (7D:9), tributario del Cauto, en su porción central, al norte del Cauto Cristo, municipio Cauto Cristo.

Santiago de Cuba

30. Asiento Jicoteas.
31. Ingenio Jicoteas (7E:9), sobre el curso fluvial Brazo del Cauto, municipio Palma Soriano.

Guantánamo

32. Asiento Jicoteas (10E:9), cerca de la desembocadura del río Sabanalamar, municipio Imías.

En el mapa también aparece el asiento y el río Jauco (11E:9), provincia de Guantánamo, municipio de Maisí, donde apareció la Jicotea Lítica en 1890.

Topónimos Jarico y Jicotea, según el Nomenclátor de E. de los Ríos (1970).

Después de tener ubicados en el mapa los topónimos, el doctor Sergio Valdés Bernal y el que esto escribe estuvimos observando su distribución en el territorio nacional. De los treinta y dos sitios estudiados (suma de los nombres Jicotea y Jarico), sólo cinco aparecen en las antiguas provincias occidentales, siete en las centrales y veinte en las orientales (de ellos, diez en la antigua provincia de Oriente). Quiere decir que 62.5% de éstos, de origen aruaco, se halla en las susodichas provincias orientales. ¿Cuáles son las causas de esta organización? La respuesta puede ser solamente hipotética y servir, como tal, a futuros trabajos. El doctor Valdés se preguntaba si la distribución de mayor a menor cantidad (de oriente a occidente) estaría en relación con la máxima intensidad de poblamiento de la zona oriental en las primeras etapas de la conquista. A1 mismo tiempo yo opinaba si sería una evidencia mas de los límites geográficos para los movimientos aruacos en Cuba. Decíamos: no hay una respuesta definitiva y nos contentamos solamente con enunciar estas suposiciones.

Una última apreciación. El topónimo Jarico no sólo aparece motivado por ser la nominación de fuentes fluviales, sino porque, en todos los casos, se une geográficamente. El arqueolito de Jauco (Jicotea) apareció como un importante testimonio en "el cuarto centenario del descubrimiento de la América", según palabras de doctor Fermín Valdés Domínguez (op. cit.). Hoy retomamos esta joya arqueológica, tanto para resaltar algunas de las dimensiones de nuestro pasado precolombino, como para entender mejor la proyección cultural de aquellos tiempos hacia el presente, en vísperas del quinto centenario del encuentro de ambos mundos.

Agradecimientos.

Al arqueólogo Ramón Dacal por sus orientaciones en todo momento y por su crítica certera. Al C. doctor Sergio Valdés Bernal por el auxilio bibliográfico y por la revisión, valoración y atinadas sugerencias lingüísticas. Al licenciado Pablo Hernández González por su ayuda en todo lo referido a la toponimia y al trabajo con los mapas. Al doctor Manuel Rivero de la Calle por sus valiosas sugerencias y su auxilio con bibliografía de difícil localización. Al doctor Hiram Dupotey por el préstamo de materiales exclusivos de su colección personal.

Notas.

(1) volver Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana. N. de A.

(2) volver Ha recibido numerosas clasificaciones científicas. La última y generalmente aceptada: Pseudemys decussata decussata (Gray), según Buide (1986:146). N de A.

(3) volver En el texto de Pané —con anotaciones de Arrom— aparece la palabra castiza tortuga, la cual no pudo integrar la narración aborigen original de este mito. Por una razón lexicológica, será sustituida por la aruaca jicotea. De igual manera, incluiremos en dicho texto las acotaciones de Arrom, entre paréntesis. N de A.

(4) volver En otras latitudes, en Nigeria, por ejemplo, la tortuga es similar al sexo femenino; en cambio en el extremo Oriente, la concha redonda encima suele "representar el cielo y cuadrada por debajo... la tierra" (Cirlot 1958:411). En la antigua Grecia, la tortuga era uno de los soportes del mundo. N. de A.

(5) volver Jamao también se refiere en Bachiller (1883: 375) y en Buide (1986).

(6) volver Hikuri, aruaco de la Guayana, e hikuli e yko de varias lenguas aruacas, referidos en De Goeje (1939:1-120) y en Fanshawe (1949:57-74); datos por cortesía del doctor Sergio Valdés Bernal. Jicoteo, del Diccionario geográfico de Panamá (1974). Jicotea, de Pichardo (1836), Bachiller (1883), Rodríguez (1959), RALE (1984), etcétera. Hicotea, de Oviedo (1535), Aguado (1581), Santamaría (1942), Diccionario de venezonalismos (1983), RALE (1984). Icota e icotea, de Bachiller (1883). Jarico, de Pichardo (1836), Zayas (1914), Santamaría (1942), Rodríguez (1959), ESPASA (1968), RALE (1984). Jaruco, de Pichardo (1836), Larousse (1968). Jericóyjaco, de Rodríguez (1959) y Buide (1986). N de A.

(7) volver Otras palabras con morfología afín: Jauco, río; Jaraco, arroyo; Jaragua, río; Jaragueca, río; todas tomadas de la Carta de Pichardo (1860-1872), deben tenerse en cuenta para el posterior análisis del formante -ar. N de A.

(8) volver El problema de la dispersión de las formas -nicu y -bacu (Camps op. cit.), a la que agregamos -ar, debe ser estudiada. N de A.

(9) volver Hablamos de mar, y pensamos en su significado moderno. Bien la forma aruaca puede referirse una imprecisa extensión de agua.

(10) volver Hemos encontrado el topónimo jicoteo en el nombre de un río que nace en la Provincia de Panamá distrito de Chepo, Panamá (Diccionario Geográfico de Panamá. 1974, T. 2) N de A.

(11) volver Atenido a los objetivos de este trabajo, el estudio toponímico sólo refiere la información contenida en la Carta... de Pichardo (2860-1872).

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Ciudad de La Habana, 1992. arriba

 
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