LENGUA Y SEXO.
Por Beatriz Fernández.
Pocas han sido las obras de la lexicografía
cubana dedicadas enteramente al tema erótico, lo que puede
resultar un poco extraño si tomamos en consideración,
de un lado, la fuerte y prolífica tradición lexicográfica
cubana, iniciada en la primera mitad del siglo XIX, con importantes
obras de Esteban Pichardo, Antonio Bachiller y Morales y Juan Ignacio
de Armas y, del otro, la riquísima jerga erótica que,
tras la fusión de culturas tan disímiles como la africana
y la europea, se fue sedimentando a través de cinco siglos.
La posición geográfica de la Isla
y su intensa vida marinera dejaron huellas en tan singular vocabulario
que se vertió, con imaginativa lascivia, sobre las representaciones
habladas de la sensualidad y la sexualidad nacionales.
En realidad, dentro de los diccionarios dedicados
a catalogar las expresiones criollas normales se recogieron voces
con significados eróticos, derivadas del lenguaje general
español, connotando así las revalorizaciones semánticas
de las diferentes expresiones castellanas devenidas isleñas
que, desde el punto de vista sociocultural, se iban adquiriendo
por un proceso de “contaminación” y mutación
lingüísticas.
Aquellas palabras o frases con acento erótico,
que ya entonces se usaban, quedaban diluidas en medio de un maremagno
de referencias toponímicas, alimenticias, industriales, raciales,
culturales, históricas y de otra índole. En cierto
sentido, el Diccionario provincial casi razonado de voces y frases
cubanas, de Pichardo, (1836), o el Diccionario cubano
de José Miguel Macías, (1885) son ejemplos de ello.
Ya en el siglo XX encontramos, entre otros, el Catauro de cubanismos
de Fernando Ortiz y la Lexicografía antillana, de
Alfredo Zayas, publicados en 1923 y 1931, respectivamente, que hacen
un gran aporte al desarrollo de la lexicografía cubana, pero
que no profundizan en el fenómeno de la jerga erótica.
El Diccionario ilustrado de voces eróticas
cubanas de Marlene García y José Ramón
Alonso, aborda con audacia la presencia y el peso de las voces eróticas
en el habla popular de la Isla. En él se describen, con gracia
literaria y fina ironía, los diferentes contextos de su uso,
en los que el sutil desdoblamiento del vocablo, provoca el doble
sentido tras el cual se desliza el mensaje erótico. No es
casual, entonces, que el lector encuentre vocablos como cráneo,
difícilmente imaginados con acento erótico en un entorno
diferente.
En este texto se recogen palabras y voces que encarnan
una particular forma de comunicación, expresión de
actitudes y conductas ante lo erótico y lo sexual capaces
de escandalizar la moralidad pacata y decadente donde se agazapa,
con mil disfraces, la hipocresía social. Este diccionario,
como acertadamente dice Luis G. Berlanga en el prólogo, es
un libro que “bien mirado, y leído, lo que nos está
ofreciendo es toda una manera de entender la vida”.
Anteriormente se había publicado La sexualidad
en el habla cubana de Carlos Paz Pérez, pero su propuesta
estuvo más centrada en el aspecto socio-lingüístico
del problema. En tanto, el Diccionario ilustrado de voces eróticas
cubanas aborda el fenómeno lexicográfico desde
una perspectiva literaria, apoyándose en obras de autores
cubanos publicados recientemente, lo que le da un aire actual y
fluido a su lectura, que va a la captura de las voces, rastreando
sus trazos lexicográficos e históricos.
En este diccionario aparecen, también, con
una dimensión socio-cultural, frases poco conocidas, circunscritas
al uso de gremios, actividades o grupos sociales determinados, aunque
su uso haya sido limitado o de corta vida.
Por último, las ilustraciones
del pintor Reinerio Tamayo documentan y adornan, con proverbial
morbo, las barrocas manifestaciones de las voces eróticas.
Unidas al texto, hacen de este diccionario una lectura entretenida
y saludable.
Las 25 ilustraciones eróticas creadas por Reynerio Tamayo para este Diccionario, pueden verse dentro del libro El poder de perturbar las buenas costumbres, 2018.
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