Un episodio cubano de Don Miguel de Muesas, 1762.
Por Pablo J. Hernández González.
Velador que el castillo velas vélale
bien y mira por tí (...). (Lope de Vega)
I
Antonio M. Bucareli, gobernador y capitán
general de la isla de Cuba, en comunicación del 29 de abril
de 1769, hacía saber a su subordinado, el coronel Miguel
de Muesas, a la sazón teniente-gobernador de la plaza de
Santiago de Cuba, que por real orden fechada el 24 de febrero de
ese año, había sido designado para ocupar la plaza
vacante de gobernador y capitán general de la isla de Puerto
Rico, en razón de sus méritos, urgiéndole que
dispusiera la marcha “...con la mayor anticipazión
(sic)...” y dejando aquella posición a cargo de su
sustituto. (1)
El 27 de mayo de 1769 abandonaba el coronel Muesas
Santiago de Cuba, tras 13 años de servicio ininterrumpido
en su guarnición y gobierno. A 30 de julio, juramentaba su
nuevo empleo en la Real Fortaleza de Santa Catalina
(2). A los 54 años, con
el rango de coronel de los Reales Ejércitos de América,
adquiría el mando supremo de la Pequeña Antilla.
El desempeño de nuestro personaje en tierra
boricua es una historia investigada que no pretendemos revisar.
Nada más lejos de nuestra indagación. Justo es el
período que precede su toma de posesión en San Juan
la que se intenta historiar, aportando algunos datos que hemos ido
colectando y que en un principio no estuvieron encaminados a seguirle
la pista al ilustrado gobernador. No obstante la investigación,
acaso el azar, nos llevó a reconstruir el momento que presentamos.
Varios autores consultados cuyas obras ofrecen
datos de interés acerca del citado gobernador, coinciden
en el destino que precedió su administración en Puerto
Rico: Santiago de Cuba, cabecera del denominado “Gobierno
de Cuba”,una de las jurisdicciones territoriales de la Isla
de Cuba. Tanto Pío López Martínez como Altagracia
Ortiz, están de acuerdo en que Muesas llegó a tierra
borincana desde Santiago de Cuba, si bien en opinión de Tomás
Sarramia, el coronel extremeño partió con su familia
desde La Habana (3).
Los elementos documentales con que contamos, conjuntamente con la
estable prestación profesional de Miguel de Muesas por más
de un decenio, no dejan lugar a dudas que nuestro personaje pasó
de su desempeño en la ciudad capital del Oriente de Cuba,
a la cabecera española en la Isla de Puerto Rico.
El interés del episodio que nos ocupa gira
alrededor de la ciudad de Santiago de Cuba y el prolongado servicio
del futuro gobernador en la guarnición y tenencia de gobierno
del departamento oriental cubano. Episodio este que no hemos visto
desarrollado en ninguna de las síntesis biográficas
revisadas.
II
Miguel de Muesas, natural de Extremadura (1715),
desde su primera juventud entró al servicio de armas como
cadete en el regimiento de infantería de Granada, uno de
los antiguos tercios españoles, organizado en 1657, y con
amplia hoja de servicios en las campañas borbónicas
de la Guerra de Sucesión (1704-1706); la Guerra africana
de 1720 y el asedio de Gibraltar en 1727. En el momento de la conscripción
de Muesas (1735), la unidad había sido destacada en Algeciras,
un año más tarde pasaba a la guarnición de
Gerona (Cataluña) y para 1739, la encontramos en Galicia.
Hacia 1741, el primer batallón fue destinado a la región
alpina de Francia, la Saboya, donde encontramos a nuestro cadete.
(4)
A la sazón es promovido a segundo teniente,
asignándosele al Regimiento de Infantería de Aragón,
sirviendo entonces en la campaña de Italia, donde llegaría
a ser ayudante de campo del general Francisco Pinateli. Este regimiento,
conocido entonces como “Aragón El Formidable”,
databa de 1711, poseyendo distinguido registro de acciones en la
Guerra de Sucesión (1711-15); las campañas de Italia
(1718-19); África (1732); Cartagena de Indias (1741) y Oran
(1741). (5)
Ortiz apunta que acorde a la hoja de servicios
de Muesas éste pasa a Italia en 1742, aseveración
que contradice el Conde de Clonard, quien partiendo de las hojas
regimentales menciona el paso de la unidad de Muesas en 1745 a aquel
frente. Es posible que el teniente Muesas, al servir como ayuda
de campo, hubiese precedido a sus compañeros de armas (6).
Méritos hubo de acumular para que fuese promovido al rango
de capitán (1746), pasando al Regimiento de Infantería
de Soria. Unidad esta que con el mote de “Soria, el Sangriento”,
procedía de un antiguo tercio creado en el siglo XVI, con
un amplio desempeño bélico en las campañas
del siglo XVII; y los conflictos de Felipe V en los Países
Bajos, Cataluña, Portugal, Baleares y Pirineos (1703-1720).
En los tiempos de la incorporación de Muesas, había
operado en África (1732); Italia (1734-35) y de nuevo en
el norte de Italia desde 1741, pasando a acantonarse en Nápoles
(1746). Firmados los protocolos de paz, España evacuó
sus tropas de Italia (1749) pasando el regimiento a prestar servicio
de guarnición en Cádiz (7).
En sus filas, Miguel de Muesas, para entonces condecorado y con
el grado de teniente coronel, era calificado de “diligente
y eficiente” en el cumplimiento del servicio del Rey. (8)
Destacado en la guarnición gaditana, en
despacho de 5 de junio de 1756, y a poco de su confirmación
como teniente coronel, le es asignado destino como Comandante y
Castellano del Morro de Santiago de Cuba, importante puesto defensivo
en aquella estratégica posesión española. A
los 41 años, con su esposa, Josefa Bernaz y Ferrer y sus
dos hijos menores, embarca en demanda de su asignación americana.
Para la época de la llegada del teniente
coronel Muesas a la capital del Departamento de Cuba (1756), la
Ciudad de Santiago de Cuba se consideraba la segunda en importancia
administrativa de la Isla, rigiendo un dilatado territorio enclavado
estratégicamente a orillas del Paso de los Vientos, en las
proximidades de la británica Jamaica. Para situar al personaje
en el ámbito social y económico apropiado, contamos
con la aguda percepción vertida en un documento eclesiástico,
“una visita de la Tierra”, por el entonces Obispo insular,
Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, quien recorriendo en
funciones eclesiásticas los predios de Santiago de Cuba prácticamente
coincidió con la llegada del flamante comandante de armas
del Castillo del Morro.
Por una Real Cédula de 9 de noviembre de
1607, quedó nombrado en Santiago de Cuba un gobernador y
capitán a guerra, subordinado al Capitán General de
la Habana en asuntos políticos y militares, cuyas atribuciones
fueron ampliadas luego a asuntos civiles, militares, criminales,
y la regalía del Real Patronato en el aspecto eclesiástico.
Su jurisdicción se extendía a la ciudad principal,
las de Baracoa, Holguín, la villa del Bayamo, los pueblos
de Xiguaní, Santiago del Prado y Caney. (9)
Ateniéndonos a la descripción obispal,
la ciudad de Santiago de Cuba, en 1756, estaba edificada en una
cuesta tortuosa, lo que la hacía muy sana y calurosa, si
bien deficitaria en fuentes de aguas, dominando una excelente bahía
de alrededor de dos leguas de profundidad, capaz de albergar numerosos
navíos, aunque de difícil entrada que dominaba la
fortaleza del Morro. Considerada la población más
saludable de toda la isla, por la condición de su relieve,
era una localidad sujeta a temblores de tierra que en no poco afectaban
su progreso. Poseía una catedral erigida en 1522, destruida
y reconstruida varias ocasiones a lo largo de los siglos XVI al
XVIII, a la que se agregaban otros cuatro templos; un convento franciscano
y un colegio seminario, la mayoría techados de teja y fabricados
de cal o mampostería. Las edificaciones habitables en el
área urbana consistían en 1418 casas, muchas de mampostería
y tejas, así como bohíos en grado considerable, albergando
«intramuros» 7090 personas. (10)
La autoridad del gobierno de Santiago de Cuba cubría
una superficie que medida desde su cabecera al Oeste Noroeste, se
extendía por 50 leguas (275 km); al Este, otras tantas; de
Norte a Sur, 49 leguas (269 km), comprendiendo el 31,5% del territorio
insular. Albergaba una población de 11793 personas en el
perímetro urbano, y 29 636 habitantes en el total del territorio
(20,0% de la población insular). Sus recursos se estimaban
por entonces, en 483 haciendas ganaderas, 1.309 estancias y vegas;
69 ingenios y trapiches. (11)
En lo que a materia militar respecta, la ciudad
de Santiago de Cuba contaba con su máxima jerarquía
en el Gobernador, entonces el coronel Lorenzo de Madariaga, a quien
se subordinaba un sargento mayor, graduado de teniente coronel como
substituto. La guarnición regular destacada en el Castillo
de San Pedro de la Roca (el Morro santiaguero) estaba sujeta a las
órdenes de un comandante y castellano -puesto asignado al
teniente coronel Muesas- quien tenía a su mando dos ayudantes
mayores, dos capellanes, tres capitanes, cuatro tenientes, cinco
subtenientes, seis alféreces, nueve sargentos, seis tambores,
doscientos cincuenta cabos y soldados, y un destacamento de artilleros.
(12)
Las fuerzas irregulares, las milicias del país,
contaban con dos batallones, uno de blancos, con siete compañías
de infantería, (de 60 a 80 soldados cada una) apoyadas por
una compañía de jinetes (o “de corazas”),
apenas de 30 individuos. Otro batallón, de mulatos, negros
y mestizos, en la misma composición de fuerza: ocho compañías
de infantería, una de fuerzas de caballería (o “de
montados”). (13)
Por disposición real de 1754, las tropas
regulares destinadas a guarnecer la Isla de Cuba, fueron reorganizadas
en un regimiento (Fijo de la Habana) compuesto de cuatro batallones
de infantería, una compañía de artillería
y cuatro compañías de caballería, destinándose
de esta tropa, un destacamento a Santiago de Cuba “...con
cuatrocientos cuarenta hombres comprendiendo los sargentos, artilleros
y tambores, con los respectivos capitanes y oficiales subalternos
...”. (14)
|
Santiago de Cuba, Fortificaciones
y Bahía. Croquis basado en un grabado del siglo XVII,
realizado por Pablo J. Hernández, 1995. |
III
En la prolongada serie de conflictos internacionales
que enfrentaron a España e Inglaterra a lo largo de las primeras
siete décadas del siglo XVIII, las implicaciones de la Guerra
de los Siete Años, materializadas en la captura británica
de la capital cubana, no quedaron circunscritas al espacio isleño
sujeto a la conquista de 1762. Perdida la Habana, en los términos
de la capitulación no quedaban aclaradas las pretensiones
territoriales del vencedor, y debido a la ambigüedad de los
términos, en esta materia, no faltaron, asentado el inglés
en el occidente cubano, disímiles interpretaciones en esa
dirección.
Aunque seriamente quebrantado su poder ofensivo
por las penurias del asedio, el gobernador británico, George
Keppel, Conde de Albemarle, amparándose en unas diversas
consideraciones acerca de las cláusulas de la capitulación
tanto como en sus propias instrucciones reservadas, dictó
varios bandos dirigidos a las aún existentes autoridades
españolas y criollas del interior de la isla para que, en
primer lugar, estuviesen impuestas de la preeminencia adquirida
por Inglaterra en la capital, y en segundo, requiriéndoles
el acatamiento a la nueva soberanía a cambio de la promesa
de respeto de las instituciones, personas y bienes. En tales comunicados,
el Conde combinaba consideraciones legales tanto como una escasamente
velada alusión a la fuerza en caso de desaire. (15)
Que el representante y nuevo gobernante británico
de la Habana pudiera materializar su comunicación, recién
instalado en una costosa conquista resulta hoy día, a la
luz de la documentación colectada, muy poco probable y más
cercano al amago que a la amenaza. Pero en el otoño de 1762,
con la ocupación de la cabecera insular y su distrito capitular,
que sumaban cerca del 50% de la población de entonces, y
un 35% del territorio más productivo comercialmente hablando,
la amenaza escrita de redondear la ocupación de toda la isla,
haciéndose del restante territorio y población, no
dejaba de producir una reacción, entre alarmada y desafiante,
más allá de la jurisdicción capitalina.
(16)
Santiago de Cuba y su gobierno local, prácticamente
marginados del asedio habanero -salvo los auxilios prestados en
forma de suministros y tropas- centraron la resistencia de las autoridades
isleñas ante el sorpresivo cambio de soberanía. Si
bien para la Habana había concluido el conflicto el 12 de
agosto, hay que recordar que en el resto del Caribe español,
aún se mantenían las hostilidades.
En esta circunstancia, y a las órdenes del
enérgico gobernador coronel Lorenzo de Madariaga, impulsor
de ese escasamente conocido episodio de la historia de Cuba que
es la resistencia del país a la intervención británica,
es que enmarcamos la figura de D. Miguel de Muesas y los dictámenes
que sobre la defensa de Santiago de Cuba y su jurisdicción
formuló en aquel momento de crisis creado por la pretensión
británica de extender su dominio, de grado o por fuerza,
en los términos que consideraba aceptados por el convenio
firmado con el ex-gobernador habanero, el mariscal Juan del Prado
Portocarrero.
|
Croquis del Castillo del
Morro o San Pedro de la Roca en Santiago de Cuba, realizado
por Pablo J. Hernández, 1995. |
Los dictámenes del teniente coronel Muesas,
en su calidad de comandante del Morro son inéditos. Damos
a conocer por vez primera las ideas fundamentales expuestas en lo
que sin duda es un plan propio de defensa y conservación
de la restante porción española de Cuba y que se corresponde
perfectamente con otras propuestas de planes destinados al mismo
fin elaborados por el gobernador Madariaga. Están contenidos
en un informativo general que dirige al ministro de Marina e Indias,
tras la firma de los preliminares de paz de París, a inicios
de 1763. (17)
Presentaremos, en esta ocasión, los extractos
fundamentales del episodio que será expuesto en su momento
y contextualizado con más amplitud, en una monografía
que tenemos en preparación.
IV
Estos papeles están fechados, el primero
en 18 de mayo, y el segundo, en 5 de septiembre de 1762, y fueron
presentados a la consideración de la junta de guerra presidida
por el gobernador Lorenzo de Madariaga, sita en Santiago de Cuba,
aquél, al tenerse conocimiento de la ruptura de las hostilidades,
éste, una vez se supo de la pérdida de La Habana.
Dictamen de 18 de mayo de 1762. (18)
Conocido por comunicación oficial en 12
de febrero de 1762, el carácter de la ruptura de España
con Inglaterra, la ciudad de Santiago de Cuba, expresa Muesas, continuó
en la inacción, como si la paz no estuviese en precario,
si bien era conocido que para entonces se estaba concentrando una
importante fuerza naval británica en Jamaica, sin poderse
precisar su destino exacto, ya fuese Cuba o La Habana (19).
De ahí la convocatoria a una junta deliberativa a los oficiales
de todos los cuerpos destacados en la guarnición, y a la
consideración de la cual habría de presentar, el castellano
del Morro, sus ideas defensivas.
El teniente coronel Muesas era entonces de la opinión
de poner la plaza de Santiago de Cuba “...en el regular devido
estado para impedir el desembarco, al menos en estas inmediaziones....”,
refiriéndose a los embarcaderos de Cavañas, Aguadores,
Juraguazito y Juraguá, creando explanadas artilladas en tales
puntos avanzados de la costa. [Véase Mapa anexo]. Proponía,
también, reforzar las guardias con suficiente número
de fuerzas de tropa regular y milicias locales, debiendo estar preparadas
para actuar coordinadamente de tal manera que pudieran acudir a
su destino con rapidez, pues “...siendo regular, que operen
todos los puestos á una ocazión (sic), porque es natural,
attaquen (sic) por todos a un tiempo, para hazer llamada, dividir
nuestras fuerzas y poder conseguir su desembarco á su Ydea,
en el paraje que encuentren endeble ó trahigan premeditado»,
apunta.
Su propuesta comprende, además, la defensa
de toda la jurisdicción gobernativa, considerando que Baracoa,
siendo escala de naves procedentes de Europa que toman rumbo a su
altura, debía ser aumentada en el número de tropas
y guarnición, con los oficiales correspondientes, disponibles,
“...pues resultaría en grave daño el servizio
(sic) de [Su Majestad] la pérdida de aquel paraje...”,
situado en la conjunción del Paso de los Vientos y el Canal
Viejo de Bahama. En el caso del Bayamo, propone algo similar de
modo que “... para que en qualquiera (sic) Yrrupzion (sic),
haga Caveza la tropa reglada, y dé exemplo á las Milizias,
para el método de la maniobra en la aczion (sic) de [Guerra]
y desempeño de [nuestras] obligaziones...”.
Conocedor que la fuerza que guarnecía para
la fecha la plaza de Santiago y su jurisdicción era demasiado
reducida para protegerla a plenitud, dejando expuestos muchos puntos
litorales, Muesas aconsejaba a la Junta de Guerra solicitar a la
escuadra fondeada en la bahía, que aportara unos 120 ó
130 hombres para las necesidades de la plaza, el castillo del Morro
y la inmediaciones, liberando así fuerzas de tierra para
aumentar las defensas de Baracoa y Bayamo. Pedía artilleros
navales para emplearlos en el Morro y los puestos costeros avanzados.
Si en un hipotético asalto, los británicos
lograsen barrer las defensas artilleras avanzadas con su poder de
fuego naval, proponía efectuar una retirada escalonada ante
el desembarco, ordenando que el oficial a cargo debía inutilizar
sus piezas y tomando la tropa replegarse “...con la debida
forma a los prezisos (sic) pasos del Aserradero cuias (sic) montañas
convidan, a hazer en ellos mucha defensa, por lo que deben fortificarse,
y guarnezerlos con pequeños Cañones”, apunta,
con conocimiento de las ventajas de la topografía serrana.
Si la superioridad británica se abriese
paso por las defensas de Aserradero, la retirada se haría
hacia la Plaza “...pero siempre defendiendo los desfiladeros,
y parajes ventajosos, para dificultar quanto sea posible a los enemigos
el transito, y causarles la demora y pérdida de Jente (sic)
que se pueda”. Caso de ocupar los ingleses la plaza, considera
Muesas, era requisito indispensable privarles de todas provisiones
o recursos para transportes de víveres y equipajes, “...para
que se vean prezisados (sic) de conducirlos ellos mismos, les hostilize
toda fatiga con los acasos de poder ser cortados y cogidos sus comboies
(sic)...”. El comandante de la fortaleza propone una idea
de “plaza arrasada” que dificultara cualquier idea de
permanecer en Santiago por parte de los británicos. Por otro
lado, que todos los recursos de interés para aquellos, ante
la inminente caída de la ciudad, debían ser evacuados
en dirección a Bayamo. (20)
El meollo de la exposición de este dictamen,
no obstante, se centra en la fortaleza que comandaba el teniente
coronel extremeño. Para dominar Santiago, opinaba, sería
preciso hacerse del Morro y sus defensas, y esta captura a la vez,
indispensable para ocupar el puerto. Para conseguirlo, apunta a
la junta, los ingleses no vacilarían empeñar sus mayores
esfuerzos.
Conociendo antecedentes históricos (21),
Muesas sabía que el Morro era inexpugnable por el frente
marítimo, pero sí vulnerable a ser flanqueado por
tierra. La pérdida de la fortaleza, dice, “...sería
el zimiento (sic) de Su Conquista, y la falta Su logro, la indispensable
fuga, y ruina de los enemigos, por lo que se deve (sic), su conservazión
el objeto de las maiores (sic) atenziones.”
Para conjurar los peligros, proponía a la
Junta santiaguera, la edificación de dos y medio baluartes
en el sector del Calvario y Almacén de pólvora, del
lado terrestre, con la cortina que obligaría al presunto
enemigo a penetrar en una estrecha planicie para atacar frontalmente
una posición que “...se halla a la caveza de la quebrada
de una gran montaña...”, y cuyo acceso inmediato era
terreno agreste cubierto de espesa vegetación “...con
dificultosas subidas y bajadas que quasi ymposibilitan la conduzción
(sic) de Artillería para contrarrestar y batir...”,
añadiéndose a tales dificultades la carencia de agua
potable en un radio de dos leguas. (Véase croquis).
Solicitaba una adecuada provisión de piezas
de artillería que reforzaran las estacadas de la batería
de la Cueva y el baluarte de San Carlos, sobre el camino de acceso;
mejorar la batería de la Estrella y despejar de monte los
accesos que venían de la ciudad, siguiendo una hondonada
boscosa, para dejar franca la defensa “...y descubrir, bajo
del cañón, quanto venga por ella”. Además
creía indispensable establecer depósitos de víveres
y de ganado vivo para el caso de ser hostilizada la fortaleza, conservándose
tales existencias entre el Morro y la batería de la Cueva,
como garantía de la resistencia en caso que el enemigo asedie
la fortaleza. Tales recursos permitirían el acantonamiento
de fuerzas que hostilizarían al enemigo en sus líneas
de aprovisionamiento, cortándole los convoyes.
Los ingleses, si desembarcaran en Santiago de Cuba,
no podrían internarse en el país dejando intactas
las fortalezas y el puerto en manos de los defensores, empeñando
todos sus esfuerzos en reducirlos, dando tiempo a la llegada de
tropas y milicias del Bayamo, Puerto del Príncipe, La Habana
y el resto de la isla, lo que daría a los españoles
la superioridad en el terreno, viéndose los atacantes “...prezisados
a la fuga con el maior escarmiento, y tal vez, si el tiempo da ocasión,
les fuere contrario para el reembarco a rendirse la mayor parte
prisioneros...”, escribe recreando un posible escenario de
acontecimientos.
Muesas, sin dudas, se había documentado
a fondo sobre las incidencias de los ataques británicos a
la jurisdicción de Santiago de Cuba en 1741 y 1748, durante
el precedente conflicto en el Caribe, y basaba parte de sus consideraciones
en las experiencias derivadas de los planes de defensa entonces
elaborados por el gobernador Cagigal de la Vega. Con conocimiento
de causa, afirmaba la necesidad de conservar el castillo de San
Pedro de la Roca, por encima de toda consideración, aún
cuando la plaza santiaguera fuese capturada.
Concluía su informe proponiendo, de nuevo,
la cooperación de la escuadra surta en el puerto, cuyos navíos
debían colocarse “...entre las quatro bocas, inmediata
a la Estrella...”, manteniendo contacto directo con las fortalezas,
y para auxilio de la guarnición debían colocarse a
bordo víveres y ganado vivo. Solicitaba autorización
para disponer de los dos millares de fusiles depositados en el Morro,
que debían ser acondicionados de tal modo que “...en
la Urgensia, no haia confusión...”, enviándose
donde fuese conveniente.
Comunicación del 5 de septiembre de 1762. (22)
Un día antes, el gobernador Madariaga había
comunicado al comandante del Morro de la posibilidad que Inglaterra
emprendiese una operación contra Santiago de Cuba, tras su
victoria en la capital de la Isla, y le sometía a consideración
una propuesta de transferencia de navíos, tropas, caudales,
artillería, a un punto más seguro, ante la imposibilidad
de enfrentar un ataque que, según noticias, parecía
ser abrumador, dada la cortedad de recursos por el envío
de socorros a la capital. El gobernador recurría a Muesas,
lo que no dejaba de ser una prueba del prestigio personal y profesional
que disfrutaba ante las autoridades, requiriendo su “...siempre
prudente resolutivo dictamen...” acerca del asunto, además
de su opinión acerca del “...tiempo que considere podrá
mantenerse esta [la plaza] según la presente constituzión...”.
Muesas le responde invocando el respeto, celo y
honores que debe al servicio y a la Corona, considerando que “...no
son suficientes fuerzas las de quattro mil hombres que me dice [usted]
bienen (sic) por tierra á atacamos, y ocho navíos
por la mar, para que haiamos de abandonar estas fortifica[ziones]
con desdoro de las R[eales] Armas...”, porque los eventos,
apunta, no parecen ser tan favorables, a la larga, para el inglés.
Apunta que con el apoyo de los navíos de
la escuadra, en especial el Monarca, imposibilitado de
zarpar, podía cubrir junto a otros que pueden incorporarse,
la embocadura de la bahía en combinación con las baterías
del Morro, haciendo prácticamente imposible que una escuadra
pudiese forzar la entrada al puerto. Una posible marcha de los británicos
por tierra, desde La Habana contra Santiago, tampoco creía
fuese inminente y si emprendieran tan penoso itinerario “...es
verosímil que a esta Ziu[dad] (sic) llegasen muí diminutos
y tal vez, que no se componga su número de tres mil hombres.”
(23)
Ante caso tan urgente como la conservación
de la Isla para España, y para los vecinos su religión
y sus haciendas, afirmaba Muesas, quedaba fuera de toda duda que
“...el amor, al servicio de ambas Magestades, y el interés
propio, les combide, y estimule ... por lograr el afianzamiento
perpetuo de ellos...”. Conocedor de la actitud de los habitantes
de la ciudad y el país, convencido que apoyarían la
resistencia al poderío británico, exhortaba al gobernador
Madariaga a reclamar el concurso del criollo de la porción
no ocupada “...inmediatamente que V S los requiera con estas
Vozes se vendrían unidos todos los pueblos de la YsIa, incorporados
ó por trozos, según encuentren más presteza
a su deseo.” Respondiendo a la preocupación del gobernador
sobre las tropas que se enviaron desde Santiago al socorro de La
Habana, y que no llegaron a tiempo, tanto como las partidas de milicianos
criollos que no aceptaron la capitulación de la capital,
sugiere “...se nos bengan a Yncorporar con todo soldado Miliziano
de honor”.
Apelando a la moral de la resistencia y al honor
caballeresco, expresaba lo lesivo que sería al prestigio
de la Corona, y la reprobación que se despertaría
en la Isla y aún España, escribe “...quando
sepan que hemos abandonado los puestos ventajosos, con terror á
quatro mil hombres, sin dar lugar ni esperar con la defensa...”.
Las noticias de los eventos acaecidos en Cuba, confiaba, habrían
llegado a la corte y probablemente ya hubiesen en marcha preparativos
de expediciones de socorro a la gobernación que se conservaba
fiel a España.
En descargo del gobernador Madariaga podemos afirmar
que su vacilación no necesariamente puede reputarse de medrosidad,
los eventos posteriores del conflicto con Inglaterra hasta los preliminares
de paz de febrero de 1763, demuestran lo contrario. A diferencia
del Capitán General Juan del Prado en la capital, Madariaga
se mostró receptivo al consejo de sus oficiales y a su acusado
sentido de responsabilidad como autoridad, si bien la palabra expuesta
por Muesas no dejó de ratificar cual era la actitud plausible.
Volvamos al comandante del Morro y sus reflexiones.
Juzgaba conveniente que para asegurar las fortalezas, debían
emplearse las tripulaciones y artillería del navío
Galicia y la fragata Palas, fondeada en la bahía,
pues salvando las fortificaciones, insistía, se sostendría
Santiago de Cuba, cuya conservación “...puede arrastrar
la recuperación de la Havana con la conservazión de
éste Puerto y perdido miro mui dificultosa la recuperación”.
Muesas, pues, apuntaba con una perspectiva más allá
de lo inmediato, preparando proyecciones estratégicas para
desalojar a los ingleses de la Isla. Su preparación como
ayudante de campo en Europa, a nuestro juicio no dejaba de influir
en consideraciones como ésta, para beneficio de sus colegas
de armas y de los intereses en juego.
Para ganarle tiempo a los eventos, pedía
al gobernador le proporcionara 200 hombres para obras de fortificación
y oficiales hábiles para supervisarlas, de tal modo de tener,
cuanto antes, en pleno estado de defensa las fortalezas portuarias,
por su frente marítimo y flancos terrestres, aumentando su
poder de fuego con 30 cañones que eran precisos, aún
sacándoles de los navíos surtos.
Su propósito, expresaba, era tener listas
todas las obras de defensa antes del fin del mes en curso, si lo
conseguía entonces, apuntaba con cierta jactancia, “...tendré
por temeraria la empresa de los enemigos, en atacarme...”.
Aunque no esté explícitamente dicho, Muesas no dejaba
de contar con la inestabilidad atmosférica de la temporada,
nada propicia a acciones navales.
|
Localidades relacionadas
con los dictámenes de Miguel de Muesas. |
Con la intención de resguardar el lado terrestre
de las fortalezas, consideraba oportuno disponer de 2000 tropas
atrincheradas en las baterías y fajinas, tanto como obtener
un perdón general para los particulares convictos de delitos
que pasarían a engrosar columnas volantes para hostigar las
líneas contrarias. A su juicio, éstos, bien comandados
podían resistir un cuerpo de 10 ó 12 mil efectivos
británicos.
De la comunicación al Ministro de Marina
e Indias, podemos inferir, junto con otros elementos que poseemos,
que el “plan Muesas” fue aceptado en lo substancial
por el gobernador Lorenzo de Madariaga. Santiago de Cuba, en definitiva,
no fue abandonado, centró la resistencia a las conminaciones
del gobernador británico de La Habana, y allí se concibieron
otros planes de restauración española en la capital
cubana hasta la firma del tratado de paz y devolución de
la porción ocupada, mediado el año de 1763. No en
poca medida Santiago de Cuba le debe al teniente coronel Miguel
de Muesas su desafío al ultimátum inglés.
Tales funciones de nuestro personaje, tendrían,
en lo adelante, repercusiones en su carrera profesional, como apunta
López Martínez, al afirmar que su actuación
durante la crisis de 1762 y en especial los dictámenes que
preparó en aquella circunstancia, le llevaron a ascensos
militares, administrativos y políticos inclusive
(24). Escasos años después,
obtuvo el puesto de teniente gobernador de Santiago de Cuba, uno
de los más significativos de la Isla, desempeñado
entre 1766 y 1768. Aún con la escasa experiencia del militar
extremeño en asuntos civiles, su desempeño fue concienzudo,
recibiendo el reconocimiento de sus subordinados y de las autoridades
ministeriales (25).
De ahí devendría el real reconocimiento y su designación
a la gobernación de San Juan Bautista de Puerto Rico.
Referencias.
(1)
“Comunicación de Antonio María Bucareli al señor
Don Miguel de Muesas, Habana, veinte de abril de mil setecientos
sesenta y nueve”; “Comunicación del baílio
frey don Julián de Amaga al señor don Miguel de Muesas,
Madrid, veinte y cuatro de febrero de mil setecientos sesenta y
nueve”, en Actas del Cabildo de San Juan Bautista de Puerto
Rico. 1767-1771. Publicación oficial del Municipio de
San Juan, Puerto Rico, 1965. Volumen 4, pp.l11-112.
(2)
“Recibimiento del señor don Miguel de Muesas como gobernador
y capitán general de San Juan de Puerto Rico, 31 de julio
de 1769”, en Ibidem. p. l10; López Martínez,
Pío. Historia de Cayey, Universidad de Puerto Rico.
Colegio Universitario de Cayey, San Juan, Puerto Rico, 1972, p.58.
Véase también a Coll y Tosté Cayetano. “Rectificación
Histórica. Catálogo de Gobernadores de Puerto Rico”,
en Boletín Histórico de Puerto Rico. Tip.
Cantero, Fernández and Co., Tomo VIII, 1921, p. 142.
(3)
Según López Martínez, el viaje se hizo desde
Santiago de Cuba a Aguada, en una travesía “malísima”,
entrando en San Juan, a 29 de julio de 1769; Ibidem, p.57.
Altagracia Ortiz. Eighteenth Century Reforms in the Caribbean.
Miguel de Muesas. Governor of Puerto Rico. 1769-76. Farleigh
Dickinson University Press, New Jersey, 1983, pp.103-104; Saramía
Roncero, Tomás. Los gobernadores de Puerto Rico.
Publicaciones Puertorriqueñas, Inc. San Juan, Puerto Rico,
1993, p.76.
(4)
Clonard, Teniente General Conde de. Historia orgánica
de las armas de infantería y caballería españolas.
Imprenta a cargo de D. Francisco del Castillo, Madrid, 1859, Tomo
XV, p.233; Ibidem. Tomo IX, p.346.
(5)
Ibidem, Tomo XI, p.364.
(6)
Ortiz, A. Op.cit., p.103; Clonard, Op.cit., XI, p.36.
(7)
Clonard, Op.cit. VIII, p.494.
(8)
López Martínez, P. Op.cit. p.57; Muesas recibió
una valiosa recomendación de su inmediato superior, el general
Pinateli de Aymerich, en carta del 18 de septiembre de 1750; Ortiz,
A. Op.cit. p.104.
(9)
"Cédula de S.M. al gobernador de La Habana, Madrid,
9 de noviembre de 1607", en Pichardo, Hortensia. Documentos
para la Historia de Cuba. Instituto del libro. La Habana, 1971,
pp. 142-143.
(10)
"E1 Obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, a Su
Majestad, La Habana, Octubre 28 de 1757”; en La Visita
Eclesiástica. Selección e introducción
de César García del Pino. Ed. Ciencias Sociales, La
Habana, 1985, pp. 139; 150-151.
(11)
“Visita del Obispo Morell de Santa Cruz”, Archivo General
de Indias, (en lo adelante AG.I.) Fondo Santo Domingo,
legajo 534, en Marrero, L. Cuba. Economía y Sociedad. Editorial
Playor, Madrid, 1978, Tomo 6, pp. 45-48.
(12)
“El Obispo...” Op.cit. p. 172. El coronel Lorenzo
de Madariaga procedía del Regimiento de Guardias españolas,
con servicios en Italia y África. Nombrado gobernador de
Santiago de Cuba en 1753.
(13)
Ibidem, p. 172.
(14)
Arrate, José Martín Félix. Llave del Nuevo
Mundo. Antemural de las Indias Occidentales. Comisión
Nacional Cubana de la Unesco, La Habana, 1964, pp. 65-66.
(15)
En 12 de octubre de 1762, el Conde de Albemarie conminó a
todos los pueblos de la isla a prestar obediencia al nuevo poder,
so pena de represalia armada.
(16)
En agosto-octubre 1762, muchas fuerzas británicas fueron
evacuadas de La Habana, unas con destino a Nueva York, otras pasaron
a Jamaica en un convoy naval, otras a Inglaterra. A finales de octubre,
las fuerzas británicas quedaban reducidas a 7 navíos
de línea y menos de 5000 efectivos de todas las armas, la
mitad quejosos de enfermedad. (Roig de Leuchsenring, E. Como
vió Jacobo de la Pezuela la Toma de La Habana por los ingleses.
Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana. La Habana, 1962.
Tomo II, Capítulo XVIII, pp. 74-76)
(17)
“El castellano del Morro al Ministro de Marina e Indias, Santiago
de Cuba, 15 de febrero de 1763”, A.G.I., Fondo Santo Domingo,
legajo 2117.
(18)
“Dictamen del castellano del Morro ante la Junta de Guerra,
Santiago de Cuba, 18 de Mayo de 1762", Ibidem.
(19)
Desde abril de 1762, unidades navales británicas correspondientes
a la estación de Jamaica, bajo el mando del comandante Sir
James Douglas, debían patrullar el Paso de los Vientos y
proteger los accesos de las Antillas Menores, cubriendo la expedición
procedente de Europa. (Pares, Richard. Colonial Blockhade and
Neutral Rights 1739-1763. Oxford, at the Clarendon Press, 1938,
p.314)
(20)
La distancia de Santiago a Bayamo, en aquel entonces era de 30 leguas
(132 km.), por un camino bastante tortuoso y arbolado. (Urrutia
y Matos, Dr. Bernardo Joseph, Cuba. Fomento de la Isla. 1749.
Primer estudio geoeconómico de la isla. Ediciones Capiro,
Puerto Rico, 1993, pp. 12-13.
(21)
Muesas trataba de evitar, anticipando, la repetición de la
invasión inglesa del comodoro Myngs en 1662, o la intentona
del almirante Knowles en 1748. Probablemente no desconocía
las dificultades enfrentadas por el general inglés Wentworth,
quien en sus consideraciones sobre la campaña cubana de 1741
reconocía la dificultad de transportar la artillería
por los abruptos y boscosos distritos de Santiago de Cuba (Stockton,
C.H. “An account of some past military and naval operations
directed against Cuba and Puerto Rico, 1595-1762”. Military
Historical Society of Massachusetts. E.B. Stilling and Co.
Boston 1901, p.14-15.)
(22)
“El castellano del Morro al gobernador Lorenzo de Madariaga,
Santiago de Cuba, 5 de septiembre de 1762”, A.G.I. Santo
Domingo 2117. La comunicación del gobernador Madariaga
de 4 de septiembre, aparece adjunta.
(23)
Afirma Pedro J. Guiteras que la estación calurosa y pluviosa,
combinada con las enfermedades tropicales y los azares de la campaña,
había conseguido una substancial disminución en la
capacidad ofensiva británica. Para septiembre de 1762, varios
miles de hombres “...yacían aniquilados en los campamentos
y la escuadra,...”. Apenas en aptitud de servicio, unos 2500
aproximadamente. (Guiteras, P. J. Historia de la isla de Cuba,
Colección de Libros Cubanos, Cultural, S.A. La Habana, 1928.
Tomo II, Capítulo IX, p.201). Otros autores mencionan que
para octubre 10, 1762, el ocupante había perdido 560 hombres
en combate y 4708 por enfermedad entre las fuerzas de tierra y en
la armada, 186 por el fuego enemigo y 1300 por la epidemia de fiebre
amarilla y disentería. (Marrero, L. Cuba: Economía
y Sociedad. Editorial Playor, S.A. Madrid, 1978, Tomo 6, p.124)
(24)
Su desempeño entonces, apunta, le valió el rango de
coronel y la aprobación de la Corona.”...en particular
por sus dictámenes cuando la invasión inglesa en La
Habana.”, López Martínez, P. Op.cit.
p. 57.
(25)
Ortiz, A. Op.cit. pp.103-104.
San Juan, Puerto Rico, 1995. 
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