A
modo de apuntes para un lector interesado: Arquitectura Cubana Siglo
XX.
(Este texto forma parte de un capítulo
de Arte Caribeño redactado por el autor, en el año
2000, para un proyecto de Historia del Arte Iberoamericano. Un proyecto
de Apoyo Escolar y Divulgación Cultural auspiciado por la
Organización de Estados Iberoamericanos -OEI- para la Educación,
la Ciencia y la Cultura, y la Fundación Centro Español
de Estudios de América Latina -CEDEAL-; ambos en Madrid).
Por José Ramón Alonso Lorea.
Frente a los academicismos de las dos primeras décadas del
siglo XX cubano, el movimiento renovador que surge en la esfera
de la arquitectura se debatirá entre la asimilación
de las corrientes vanguardistas “foráneas” y
la toma de conciencia de su herencia cultural. Para el arquitecto,
entre lo ajeno moderno y lo vernáculo se abre un campo de
posibilidades creativas. A partir de la reelaboración de
las formas vanguardistas importadas y de la incorporación
de los elementos vernáculos, nace entonces un lenguaje propio.
El lenguaje moderno proveniente de Europa, los
Estados Unidos y Brasil entrará a través de tres vías
fundamentales:
Primero, mediante la publicación de revistas
especializadas que dan cuenta de los últimos acontecimientos
teóricos que, en materia de arquitectura, están sucediendo
en Europa o los Estados Unidos: el movimiento moderno es conocido
en Cuba a través de las publicaciones que, sobre el mismo,
comienzan a circular los profesores de historia de la arquitectura
Joaquín Weiss (1894-1968) y Alberto Camacho (1901-1929),
ellos dan a conocer las obras del racionalismo alemán.
Segundo, por la llegada de una serie de profesionales
europeos vinculados a este modernismo que, huyendo de la guerra,
muchas veces se incorporan al panorama cultural de la isla, tal
es el caso de los españoles Martín Domínguez
y R. Fábregas.
Y tercero, por los viajes de estudio que muchos
arquitectos cubanos realizan al extranjero, tal es el caso de Max
Borges (n.1918). Habrá que agregar la participación
de estos últimos en eventos internacionales.
Finalmente, y durante los años cincuenta,
visitan la isla arquitectos de renombre: Walter Gropius, Josef Albers
(ambos imparten conferencias en la Universidad de La Habana), Josep
Lluis Sert (quien junto a Paul Lester Wiener confecciona un nuevo
Plan Director de La Habana en 1956), Mies van der Rohe (quien proyecta
en 1958 la sede de Bacardí en Santiago de Cuba) y Richard
Neutra (que ejecuta la casa Schulter en La Habana, 1958).
De modo que los arquitectos cubanos de estos primeros
cincuenta años están muy al tanto de lo que se está
haciendo en el extranjero. Varían -en dependencia de los
lenguajes internacionales- sus criterios constructivos, que van
desde lo más puro del lenguaje lecorbusierano de sus inicios
de bloques blancos sobre pilotes, al brutalismo de la exhibición
del hormigón armado y demás elementos estructurales
de la construcción que ahora quedan a la vista.
De Europa llegará el racionalismo alemán
-con la difusión de las propuestas de la Bauhaus- y la estética
de Le Corbusier. También confluirán las variantes
del racionalismo norteamericano -principalmente los lenguajes de
Frank Lloyd Wright y Mies van der Rohe- y la estética brasileña
representada en la figura de Niemeyer. Vale destacar que el racionalismo
norteamericano -a través del funcionalismo de Wright y del
prestigio de los arquitecto europeos radicados en Estados Unidos-
mantiene una especial influencia sobre Cuba.
Vale finalmente recordar en esta introducción
que la arquitectura tiene un comportamiento muy diferente a otras
artes: industria al fin, responde a los requerimientos tecnológicos,
al desarrollo económico, y a la riqueza del comitente, es
decir, de quien paga la obra. De modo que el arquitecto tiene una
dependencia, muy directa, de los resortes extracreativos.
A partir de un esquema -arbitrario como todos los
esquemas- que excluye las lógicas excepciones, algunas directrices
generales nos permiten conformar un panorama de la arquitectura
cubana del siglo XX. El esquema sobre la entrada y comportamiento
de la arquitectura moderna puede resumirse en cinco grandes períodos,
a saber: Décadas veinte-treinta, Década del cuarenta,
Década del cincuenta, Décadas sesenta-setenta y Décadas
ochenta-noventa.
Décadas veinte y treinta.

Hacia la confluencia de las décadas veinte
y treinta se inicia la primera etapa. En medio del neoclasicismo
y del eclecticismo en arquitectura, arriban los códigos del
movimiento moderno. Dichos códigos parten de los lenguajes
del funcionalismo de Wright y del purismo constructivo que incide
sobre la variante neocolonial. En ambos casos la mixtización
de elementos vernáculos con criterios modernos presagia el
carácter de lo que será una arquitectura regional
y moderna hacia los años cincuenta.
Durante los años veinte y treinta, el eclecticismo
fue el lenguaje hegemónico en la arquitectura antillana.
Si bien este lenguaje será incontaminado en la producción
de los arquitectos más prestigiosos, en la versión
popular -la generalizada- se dará una mezcla, muchas veces
barroca, de elementos coloniales, clásicos y vernáculos.
De modo que surgirá un eclecticismo típico de la región.
Será un lenguaje arquitectónico entendido, no como
estilo, sino como intención ecléctica ante el hecho
de hacer arquitectura (Tamargo). Paralelo a este eclecticismo, se
irán asumiendo ciertos códigos del modernismo arquitectónico,
tanto por la vía del art-decó, como por esa otra variante
conocida por “neocolonial”.
El art-decó llegará a Cuba en la
segunda mitad de la década del veinte, dejando algunas importantes
obras, como el edificio de oficinas de la empresa Bacardí
en La Habana: revestido el exterior con mayólica, y un interior
decorado con mármoles y figuras de bronce, característicos
del discurso decorativo de esta tendencia. El art-decó ejercerá
como estética de cambio entre las propuestas académicas
y las de renovación cultural que por entonces se estaban
dando. Tal es el ejemplo del hospital infantil Pedro Borrás
(1930) -primera construcción hospitalaria moderna, estructura
de hormigón armado y muros de ladrillos revestidos con piedra-
o del edificio López Serrano (1932) -una de las primeras
casas de apartamentos, con estructuras de acero y muros de ladrillo
cubiertos-, ambos en La Habana.
La variante “neocolonial”, desarrollada
desde los años veinte, a veces produjo construcciones de
un purismo constructivo y un esquematismo de formas que lo acercaron
a los códigos modernos de la arquitectura. Ejemplo destacado
de esta tendencia lo constituye la casa Bonet, 1939, del arquitecto
Eugenio Batista (n.1900). La integración de los elementos
de la arquitectura colonial -entendidos como vernáculos-
con un enfoque moderno, será un importante logro sobre el
cual gravitará, en buena medida, la consolidación
de una arquitectura moderna de carácter regional hacia los
años cincuenta.
La incidencia del racionalismo alemán -Bauhaus-
y de la estética de Le Corbusier, se hace ver hacia finales
de los años treinta en muchos arquitectos de la isla. Destacan
las obras de Rafael Cárdenas, Mario Colli y Sergio Martínez.
Década del cuarenta. 
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Mario Romañach. Casa Noval,
1949 (Ciudad de La Habana, Cuba). |
Hacia los años cuarenta se inicia la segunda
etapa. En este período se fundan numerosas instituciones
oficiales y semioficiales, las cuales dotan al país de un
importante número de edificios públicos, semipúblicos
y de capital privado. Por esta época se desarrollará
una especie de art-decó muy moderado, representado en los
hospitales Oncológico, Ortopédico y Aballí
(1944-1945), construcciones igualmente de hormigón armado
y muros de ladrillos. Asumido popularmente, el art-decó se
tropicaliza en una infinidad de propuestas decorativas: las formas
geométricas y los colores pasteles dominan las fachadas,
matizando la luz del trópico.
Los años finales de la década del
cuarenta van a ser testigos de una modernidad avanzada en arquitectura.
Resumámoslo en dos variantes fundamentales: los primeros
conjuntos polifuncionales y las residencias. Entre las obras destacan
el edificio Radiocentro (1947), de los arquitectos Emilio del Junco,
Miguel Gastón y Martín Domínguez, siendo este
edificio un conjunto funcional de oficinas, estudios y plantas de
radiotransmisión, cine-teatro, comercios..., ejemplo al que
siempre habrá que acudir. Y la casa Noval, 1949, del arquitecto
Mario Romañach (1917-1984), donde se aplican las tesis funcionalistas
del racionalismo, adaptadas al nuevo entorno tropical: uso de variados
espacios sombreados y de la incorporación de la vegetación
al interior de la residencia.
Como el racionalismo es una tendencia que en sus
inicios no todos asumen -cosa normal cuando se trata de formas que
revolucionan lo que tradicionalmente se ha hecho-, pues lo que predomina
es un comitente privado que paga la edificación de su residencia.
Son los estudios y las residencias de algunos arquitectos, y la
de seguidores y gustosos de esta corriente.
Década del cincuenta. 
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Max Borges. Cabaret Tropicana
-salón Arcos de Cristal o Bajo las Estrellas, 1951 (Ciudad
de La Habana, Cuba). |
Muy vinculada al proceso de industrialización,
la arquitectura moderna consolida su hegemonía hacia los
años cincuenta, pautando la tercera etapa de este recuento.
De este período de bonanza económica se aprovechan
las empresas privadas para la construcción de torres y rascacielos
para oficinas y viviendas. Destacan también las obras de
interés turístico -cabaret Tropicana-, los edificios
multifamiliares (edificio Solimar), los barrios de residencias multifamiliares
y las residencias privadas.
Elemento fundamental de esta década es la
adaptación de la construcción racionalista al ambiente
tropical, con el uso de los quiebrasoles de Le Corbusier. En esta
búsqueda de una arquitectura regional, se desarrolla en este
período un diálogo dialéctico entre las soluciones
formales de la arquitectura moderna, y las soluciones vernáculas
que ofrece la arquitectura colonial. En esta línea desarrollan
sus obras arquitectos como Mario Romañach y Frank Martínez.
El inminente proceso de industrialización,
y el interés por crear un sistema de infraestructuras turísticas,
traerá aparejado -hacia los años cincuenta- una fuerte
expansión urbanística y arquitectónica de La
Habana. De este período data el Plan Director (1956) de Sert
y Wiener, y la erección de las torres en el barrio Vedado,
ambos en La Habana. Esta década consolidará la hegemonía
de la estética racionalista que protagonizará la construcción
de un abanico de tipologías y códigos constructivos
en la capital de la isla.
Serán tres las tipologías fundamentales:
hoteles, edificios de residencias y viviendas privadas. Y serán
varios los códigos constructivos: desde el uso del curtain
wall de Mies van der Rohe por el grupo de Arquitectos Unidos -edificio
de oficinas rentables del Colegio de Arquitectos (1953-1956)-, hasta
el empleo de los “quiebrasoles” de Le Corbusier por
Aquiles Capablanca y Antonio Quintana en los edificios Tribunal
de Cuentas y Retiro Médico. Desde la presencia mínima
del espacio arquitectónico, con el objetivo de integrar lo
construido a la naturaleza -salones Arcos de Cristal y Bajo las
Estrellas (1951) del Cabaret Tropicana de Max Borges-, hasta las
búsquedas formales con predominio de los volúmenes
curvos del Palacio de los Deportes (1957), de Nicolás Arroyo
y Gabriela Menéndez, o del edificio Solimar de Manuel Copado.
La década del cincuenta también va
a marcar el momento de una arquitectura moderna a la que se le incorporan
los aportes vernáculos de la arquitectura colonial. Fusión
que había abierto Eugenio Batista una década atrás.
La mejor arquitectura encuentra su forma de hacer, regional, mixtizando
los aportes tecnológicos, diseñísticos y funcionales
del racionalismo, con una serie de valores vernáculos que
se recuperan. Se aboga entonces por una relectura de aquellos aportes
coloniales: patios interiores, galerías perimetrales, transparencias
cromáticas del vidrio, divisiones móviles que recuerdan
las mamparas. Se revalorizan las cualidades texturales del ladrillo
y la piedra, de la madera, la cerámica y el cristal policromado.
La tipología de casa privada será
la que mejor refleje la evolución estilística de esta
forma de hacer la arquitectura cubana. Se estructuran planos que,
además de integrarse a patios cerrados o abiertos -en los
que se incorpora la vegetación del lugar-, se distribuyen
como pantallas y tramas que regulan el aire y tamizan la luz solar.
En esta línea destacan las obras de Mario Romañach,
Frank Martínez, Nicolás Quintana y Emilio del Junco.
La arquitectura apuntó, finalmente, a la creación
de un ambiente caribeño y moderno.
Últimos 40
años.
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Ricardo Porro, Victtorio Garatti y
Roberto Gottardi. Escuelas Nacionales de Arte, 1960-1963
(Ciudad de La Habana, Cuba). |
Con el triunfo de la Revolución cubana (1959),
la arquitectura de la isla se ve envuelta en profundos cambios teóricos
y funcionales. La implantación del sistema socialista genera
la estatalización del sector y la consiguiente eliminación
de la iniciativa privada. Atrás quedan los proyectos de las
residencias individuales, de los grandes supermercados y de las
altas torres financiadas por el comitente privado.
A partir de ese momento la arquitectura da prioridad
a las más urgentes necesidades sociales, edificando escuelas,
centros hospitalarios y viviendas multifamiliares a todo lo largo
del país, fundamentalmente en las zonas rurales. “No
se trata sólo de una divergencia de los códigos formales,
sino de la transformación radical del contenido social que
fundamenta las obras” (Segre).
Esta construcción masiva y de bajo costo
-viviendas, centros hospitalarios, escuelas, industrias, vaquerías,
hoteles...- sólo es posible gracias a la utilización
de elementos prefabricados -paneles, moldes deslizantes, losa hueca...-,
que sustituyen el anterior trabajo artesanal de recuperación
de valores vernáculos. Ante la necesidad de repetir masivamente
los prototipos, dicha industrialización de la construcción
genera un carácter estándar, homogéneo, entre
las diferentes tipologías antes citadas.
Décadas sesenta y setenta.
Paralelo a la mencionada uniformidad durante estos
cuarenta años, la arquitectura cubana muestra una serie de
obras que destacan, al decir de la crítica, por su carácter
experimental. Sobresalen en la década del sesenta, tres conjuntos
fundamentales –la Unidad Vecinal Habana del Este (1959-1963),
las Escuelas Nacionales de Arte (1960-1963) y la Ciudad Universitaria
José Antonio Echeverría (1961-1969)- y un edificio
multifamiliar -bloque experimental de 17 plantas (1968-1970). Todos
en Ciudad de La Habana.
La unidad vecinal Habana del Este -de los arquitectos
Roberto Carrazana, Reynaldo Estévez, Hugo Dacota, Mario González
y Mercedes Álvarez- resulta la primera propuesta urbanística
de gran formato que desecha la cuadrícula tradicional, articulando
entre sí los diferentes bloques a través de áreas
verdes, espacios peatonales y zonas de aparcamiento.
Las Escuelas Nacionales de Arte -de los arquitectos
Ricardo Porro, Victtorio Garatti y Roberto Gottardi- constituyen
polémicas respuestas de una arquitectura que tensiona entre
la estetización simbólica y la función del
espacio construido. Introduce un remoto recuerdo de cabañas
africanas en la forma circular de numerosos locales. Locales que
se articulan armónicamente a través del uso de vías
de circulación ondulantes o zigzagueante. Con muros de ladrillos
y techados con bóvedas catalanas que parecen citar viejas
técnicas coloniales.
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Manuel Copado. Edificio Solimar
(Ciudad de La Habana, Cuba). |
Por su parte, la Ciudad Universitaria -de los arquitectos
Humberto Alonso, Fernando Salinas, Manuel Rubio, José Fernández
y Josefina Montalván- constituyó el más importante
proyecto de estos años. Caracteriza al conjunto la adecuación
de los bloques a los desniveles del terreno; la articulación
de los mismos a través de galerías continuas cubiertas
o aéreas; el cromatismo sobre los espacios construidos y
la exuberante vegetación de los espacios interiores. Para
la construcción de esta magna obra se utilizó el sistema
especial de prefabricado lift slab. Será esta Ciudad punto
de referencia técnica de los grandes conjuntos escolares
que se edificarán en la década siguiente.
Finalmente, de los años sesenta, vale mencionar
el edificio experimental de 17 plantas -de los arquitectos Antonio
Quintana y Alberto Rodríguez- que se erigió con un
lenguaje verdaderamente purista. El edificio consta de dos bloques
de viviendas que se unen a través de bandas externas de circulación
horizontal, y éstas a su vez articuladas a dos torres igualmente
externas de circulación vertical.
La década del setenta se caracterizó
por una supuesta expansión periférica de la Ciudad
de La Habana a través de los conjuntos de bloques multifamiliares.
Conjuntos que se insertaron en el entramado de inconclusas urbanizaciones
de residencias individuales de los años pre-revolucionarios:
Alamar, Altahabana, San Agustín... Edificios realizados con
la participación popular de los propios habitantes. Como
bien asegura la crítica, los conjuntos no logran estructurar
un entramado urbano. La solución de la vivienda, vista ideológicamente
como una dádiva del estado, deviene en monótonos repartos
dormitorios con escuelas y centros hospitalarios donde los espacios
de óseo, recreo y servicio resultan prácticamente
nulos.
Es también la década de la construcción
de centenares de escuelas distribuidas en áreas agrícolas
donde se internan a cientos de miles de adolescentes. Siendo la
Escuela Secundaria Básica en el Campo para 500 alumnos (1968-1970)
-de los arquitectos Josefina Rebellón, Ludy Abrahantes y
Aníbal Hoffman- el prototipo más difundido.
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Antonio Quintana. Palacio de las
Convenciones, 1979 (Ciudad de La Habana, Cuba). |
No obstante, dentro de la línea de experimentación
arquitectónica de estos años setenta, destacan tres
obras: el restaurante Las Ruinas (1970) del Parque Lenin -del arquitecto
Joaquín Galván-, el Palacio de las Convenciones (1979)
-de Antonio Quintana- (ambas en Ciudad de La Habana), y de Fernando
Salinas, la Embajada de Cuba en México (1977). Además
del tema, estas tres obras añaden a los elementos constructivos
prefabricados referencias vernáculas: muros que fungen como
transparentes o tamices que desdibujan la frontera entre espacio
interior y exterior, y que dejan circular el aire y la luz; cromatismo
e interés por una vegetación exuberante que juegue
con los espacios construidos; y proyectos de trabajo conjunto entre
arquitectos y artistas.
Décadas ochenta-noventa.
En 1982 la UNESCO declara a La Habana Vieja y al
sistema de fortificaciones militares que la circundan, Patrimonio
de la Humanidad. Este reconocimiento significó un apoyo técnico
y económico dirigido a la restauración de monumentos.
De modo que la arquitectura cubana de los años ochenta fija
su atención en la remodelación de la capital. Desde
la restauración del centro histórico, interviniendo
en las plazas y cuadrículas que las circundan, hasta la actuación
puntual en zonas periféricas. Se apuntaba entonces a un incipiente
mercado turístico internacional que recién se estrenaba.
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José A. Choy y Julia León.
Hotel Santiago de Cuba, 1991 (Santiago de Cuba, Cuba). |
Sin embargo, la caída del bloque socialista,
la supresión de la subvención soviética, la
entrada de capital extranjero y la dolarización generalizada
en el modo de vida cubano, genera un brusco cambio en el quehacer
arquitectónico de la isla en los años noventa. Se
cierra el ciclo de una arquitectura socialista que pretende solucionar
las necesidades de las grandes masas (viviendas, escuelas, hospitales),
y se vuelve a privilegiar esa tipología de función
turística (hoteles, grandes centros comerciales y residencias
individuales, sólo para turismo extranjero), ahora agravada
con el sello de “área-dólar” para esos
espacios construidos, donde sólo se puede consumir con esta
moneda muy poco asequible a la mayoría de la población
de la isla.
Esta arquitectura turística, a veces historicista
en su lenguaje postmoderno, idealiza símbolos provenientes
de soluciones constructivas precolombinas antillanas (tabique de
madera y cubierta de paja), o de la arquitectura colonial (galería
continua y cubierta de teja), o bien recurren a repertorios clásicos
de la antigua tradición greco-latina (columna, frontón
y arcada que estructura un puente sobre el agua). Más interesantes
resultan aquellas soluciones que buscan lo vernáculo local
en el propio ambiente donde erigirán su espacio construido.
Es el caso del Hotel Santiago de Cuba (1991) -de los arquitectos
José A. Choy y Julia León-. Aquí los autores
parten de una reflexión que toma en cuenta la arquitectura
de techos metálicos de la ciudad, las estructuras de los
centrales azucareros y de los almacenes del puerto.
Madrid, octubre de 2003. 
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