arte
rupestre en punta del este. estética y símbolo, estructura
y análisis.
Por José Ramón Alonso Lorea.
A Esteban Maciques, quien me iniciara
en el behicato.
La presencia de pinturas o dibujos en las paredes
interiores de las cuevas constituye una de las más importantes
huellas del paso del hombre “aborigen” por estos recintos
sagrados. El encanto de este arte ha motivado el interés
del hombre contemporáneo por el estudio de estas muestras
que, en su conjunto, ha dado en llamar “arte parietal”,
“rupestre” o “mural antiguo”.
Sobre el arte rupestre se conocen estudios, prácticamente,
en todos los países. Y se diferencian por la metodología
utilizada en la investigación, así como por el carácter
general o monográfico con que se ha trabajado. Es decir,
los límites temático, cronológico y espacial
que establece el autor los diferencian a todos.
En Cuba, a partir de los primeros hallazgos de
arte rupestre (1938), se publican muy esporádicos estudios
-específicamente artículos- de esta índole.
Y aparecen atomizados en revistas más o menos especializadas,
muchas de ellas ya catalogadas como raros, inalcanzables a veces
hasta para los propios investigadores. Desde los años sesenta
hasta hoy son muchos los sitios indoarqueológicos cubanos
reportados que presentan arte rupestre y otros tantos los estudios
que se realizan sobre los mismos. No obstante, los pocos artículos
que se han podido publicar, por su naturaleza (corta extensión),
se caracterizan por una información parcial, fragmentaria,
que no agota visual y analíticamente todas las expresiones
parietales de un sitio arqueológico en cuestión. Han
salido a la luz tres o cuatro libros de Antonio Núñez
Jiménez, sin embargo, y quizá debido a la escasez
de trabajos publicados, a lo que antes me refería, Núñez
Jiménez se ve en la necesidad de una presentación
general y panorámica de todas las zonas de arte rupestre
que se encuentran en el archipiélago cubano. Ello en detrimento,
lógicamente, de un estudio intensivo y particularizado de
una de estas zonas.
El arte rupestre de Cuba, y en general el de las
Antillas, es uno de esos enigmas que devienen, para el investigador
actual, objeto de sus estudios y especulaciones. Este arte tiene
dos formas principales de elaboración: las pictografías
y los petroglifos. A la primera manifestación me refiero
en este libro (Arte Rupestre en Punta del Este. Estética
y símbolo, Estructura y Análisis). Mi interés
se centra en el análisis de los elementos simbólicos
que se aprecian en las pictografías realizadas por los aborígenes
en las cuevas de Punta del Este, Isla de Pinos -actual Isla de la
Juventud-, Cuba, así como en las posibilidades ideográficas
que de ellas se pueden sugerir.
La actividad muralística del sitio arqueológico
Punta del Este constituye, por la prodigalidad en paredes y techos
de un particular modo de hacer, expresión sui-generis del
arte rupestre en el Caribe, en América y posiblemente en
el mundo. Ya Fernando Ortiz (1943) la bautizó como “la
capilla sixtina” del arte aborigen de esta región insular.
Citando a René Herrera Fritot: “techos y paredes literalmente
cubiertos de pictografías a dos colores, negro azuloso y
rojo ocre (...) en su mayoría formados por círculos
concéntricos de colores alternados” (1938c:106), hicieron
anotar a Núñez Jiménez que esta era “la
más importante localidad del archipiélago cubano en
relación con el tema de los círculos (...) Ninguna
otra cueva de América y posiblemente del mundo, contenga
tal profusión de este tema” (1985:18). En ello radica
su extrema y capital importancia en la historia de las artes aborígenes
de la región Caribe.
En este libro, reflexión mediante, defino
las constantes estilísticas que caracterizan al arte rupestre
de Punta del Este. Para llegar a esto no me permití reducir
el análisis a aquellos conjuntos pictóricos (poco
más de una decena) sacralizados por los estudiosos del tema.
Preferí asumir todos los pictogramas y estudiarlos, además,
como signos de amplia connotación simbólica. Dejando
lo estético a un segundo plano porque soy del criterio de
que el principio estético, a pesar de ser una cualidad generalmente
inherente a toda obra humana, nunca se convierte en el objetivo
central de las artes aborígenes. Independientemente de que
al no poseer los códigos que desentrañen su mensaje,
la respuesta a la perfección de esta práctica pictográfica
nos ubique ante una condicionante “estética”
predominante a los ojos actuales. Pero no obviemos que es esta una
valoración desenfocada y, por ello, entrecomillada. Por ello,
si bien inicialmente me limitaba a un análisis “estético”
a partir de las estructuras y leyes organizativas de cada tipo de
litograma, bien pronto comprendí que aquellas leyes que definen
un comportamiento estético: proporción, equilibrio,
acabado de las formas, etc., también pudieran responder -como
los signos- a requerimientos simbólicos más que a
demandas estéticas.
En otro sentido, la aparición y constancia
de determinados elementos, a manera de código, me hicieron
posible apuntar, finalmente, hacia un probable sistema ideográfico
de trascendente construcción. En esta dirección el
libro es novedoso al plantearse un estudio de todos los murales
de la región, vistos como un gran sistema de signos intercomunicados,
donde el más mínimo trazo resulta de interés.
Hasta ahora (excepto los artículos de Herrera Fritot y de
Socarrás Matos), sólo se estudiaron los dibujos que
se consideraban sobresalientes (o prototípicos) por su complejidad
morfológica y mayores dimensiones. De modo que este libro
muestra una considerable cantidad de dibujos que, hasta hoy, permanecen
inéditos para la historia.
Como ejercicio para el criterio el autor trató
de ser lo más fiel posible a las evidencias documentales
encontradas, sin entrar en disquisiciones interpretativas siempre
que pudo evitarse ni posiciones ahistóricas. A la hora de
conceptualizar o teorizar sobre las artes aborígenes considero
fundamental trabajar con el material arqueológico, y sobre
una trama de ideas hipotéticas con definiciones y categorías
precisas que no trasciendan este propio marco. Pues, como anotara
Herrera Fritot, “la interpretación de muchas de las
figuras dejadas por los aborígenes es muy dudosa y a veces
imposible, siendo en la generalidad de los casos individual y distinta
para cada observador, que además procede con una mentalidad
bien distinta a la de aquel hombre primitivo” (1938:47).
Teniendo en cuenta el tiempo, la incultura y la
restauración (preciso este último: el repinte), tres
fenómenos que han cobrado víctimas en los dibujos,
decidí apoyar este estudio, fundamentalmente, en documentos,
descripciones, dibujos y fotografías realizadas por Fernando
Ortiz, René Herrera Fritot, Antonio Núñez Jiménez,
entre otros. Trabajos todos que antecedieron a las labores de “restauración”
de dichas pinturas, con el fin de hacer lo más cercano posible
la distancia efectiva entre los dibujos estudiados y las consideraciones
concluyentes.
En el caso de Fernando Ortiz consulté aquel
reporte de 1922 presentado a la Academia de la Historia de Cuba
en ocasión del descubrimiento de la cueva pictografiada,
el cual permaneció inédito hasta que en 1938 Herrera
Fritot lo insertara, íntegro, en su conocido Reporte
de la cueva. También fue objeto de consulta sus apuntes en
la obra titulada Las cuatro culturas indias de Cuba de 1943.
Pero otro, de gran importancia, tuve la dicha de encontrar. Este
descubrimiento ocurrió cuando prácticamente había
concluido esta investigación, con el consiguiente procesamiento
de datos totales. El nuevo texto, titulado Isla de Pinos.
Los descubrimientos arqueológicos, sin fechar, consiste
en un ilustrado opúsculo, totalmente inédito, elaborado
sobre 104 tarjetas de cartulina, manuscrito por Ortiz y dedicado
exclusivamente a sus averiguaciones en la cueva.
Éste se halla (dentro de un sobre con la
siguiente clasificación: Fondo Fernando Ortiz / Carpeta 10
/ Arqueología II / Desde 42-46) cuidadosamente guardado en
el Archivo del Instituto de Literatura y Lingüística
de La Habana, bajo el cuidado de la Licenciada María del
Rosario Díaz, quien tan amablemente me facilitara el estudio
del mismo. Según Rosario Díaz, estas notas, que no
se encuentran fechadas, debieron de haber sido confeccionadas por
Ortiz en la década del treinta, pues fueron estos los años
que el eminente etnólogo dedicó a los estudios indocubanos.
Según pesquisa que pude realizar a este texto, todo parece
indicar que el mismo se terminó de redactar hacia 1936.
Junto a estas fichas manuscritas aparecen, duplicadas,
otras fichas mecanografiadas -original y copia- que reproducen,
con algunas incorrecciones y lagunas, el texto de Ortiz. Estos apuntes
no los menciona ningún autor. Al contrario, todos coinciden
en afirmar que de 1922 a 1943 este autor no reportó ni publicó,
aparte de aquellas iniciales notas a la Academia de la Historia
de Cuba, ni una sola letra sobre aquellas dos visitas (1922 y 1929)
que realizara a la gruta que él llamó Cueva del Templo,
posteriormente llamada Cueva Número Uno.
En esta ocasión Ortiz analiza, minuciosamente,
el material arqueológico -conchífero y lítico-
que encontró en la zona. Con respecto al mural, si bien son
escasos los datos sobre el color de los trazos y la posición
que ocupan los ideogramas que menciona, sí describe y dibuja
pinturas que no reporta Fritot ni aparecen en ningún otro
informe posterior. Por tal razón el trabajo ha sido profusamente
utilizado en este libro. El hallazgo de este documento revaloriza
el papel protagónico que tiene este científico en
la historia arqueológica de Punta del Este.
Con respecto a los documentos de Herrera Fritot,
resultaron de un valor incalculable. Agradezcamos, y mucho, a esa
personalidad científica que fuera el Dr. René Herrera
Fritot, pues su rigurosa metodología para la investigación
y estructuración de sus informes hicieron posible, casi en
su totalidad, la realización de este trabajo. Vale mencionar
que la mayoría de los dibujos que logré tabular y
analizar se lo debo a las descripciones de Fritot: la posición
de los trazos coloreados dentro de un conjunto, relación
entre elementos y entre elementos y conjuntos, así como la
ubicación de los mismos dentro del contexto cavernario, se
encuentran con lucidez en sus informes.
La confección de un mapa de la cueva, a
escala y con más de cien dibujos dispuestos en sus respectivas
localizaciones, resulta de gran interés. Si bien Ortiz realiza
una especie de clasificación tipológica general a
la hora de caracterizar los dibujos, poniendo su atención
en los que considera sobresalientes, Fritot describe, individual
y minuciosamente, los conjuntos y hasta los elementos que conforman
a estos conjuntos. Y todos los coloca sobre el plano que elabora.
Por cierto, en sus fichas manuscritas, Ortiz también hace
referencia a un plano de la cueva que aún no se ha localizado.
De los textos de Núñez Jiménez
han sido de capital importancia los referidos a los descubrimientos
que se realizaron en Punta del Este posteriores a los efectuados
por Fritot. Es decir, las otras cuatro cuevas pictografiadas (respectivamente
llamadas -desdeñando la riqueza de la toponimia tradicional-
Cueva Número Dos, Cueva Número Tres, Cueva Número
Cuatro y Cueva de Lázaro), con la descripción y posición
de los dibujos dentro del recinto cavernario, así como el
análisis del ajuar arqueológico hallado. Además,
en la obra de Núñez de 1975 se precisan los más
importantes estudios que, de manera sistematizada hasta esa fecha,
se habían realizado en la zona arqueológica en cuestión.
A partir de los escasísimos trabajos que
ofrecen una visión “estética”(simbólica)
del arte mural de Punta del Este, se analiza el conjunto de manifestaciones
pictóricas a fin de llegar a conclusiones sobre las normas
de su formación plástica, las constantes estilísticas
que lo definen y sus valores en el entorno antillano.
A lo largo de más de setenta años
de estudios sobre Punta del Este, existe un único texto que
elabora un análisis desde la perspectiva del historiador
del arte: el capítulo I del libro Exploraciones en la
plástica cubana del crítico de arte Gerardo Mosquera.
La totalidad de la bibliografía consultada resulta evidentemente
arqueológica. Un hecho cierto es que las artes aborígenes
de los indios de Cuba no aparecen -como objeto de estudio- en las
carpetas de trabajo de especialistas de la cultura y el arte, salvo
honrosas, pero muy escasas, excepciones.
El libro de Mosquera “me da pie” para
algunas valoraciones simbólicas de considerable importancia.
Entre ellas, fundamentalmente, el análisis de las superposiciones
en los dibujos o, también, sobre la interpretación
o los propósitos -según anota este autor- de los ideogramas
de solución abstracta. Es decir, me ofrece la posibilidad
de un enfrentamiento de criterios desde una óptica conceptual
y teórica.
También se atiende a los textos de Esteban
Maciques Sánchez -Conservador del Museo Antropológico
Montané de la Universidad de La Habana y quien tutoreara
esta investigación-, pues ellos presentan un análisis
de los dibujos desde el punto de vista estilístico, detalle
que constituye uno de los puntos de reflexión de mayor importancia
en este libro.
Por último, si bien espacialmente esta investigación
está dirigida a la comprensión simbólica del
arte rupestre presente en las cinco cuevas de la mencionada área,
temporalmente abarca, de forma exclusiva, las manifestaciones pictóricas
aborígenes. Para ello he conformado este libro en cuatro
capítulos que se estructuran de manera independiente y que
van creando una trama analítica-(de)constructora con respecto
a los motivos pictóricos.
El capítulo uno resulta un registro
histórico de la región arqueológica, de la
probable procedencia y paternidad de los dibujos, así como
de su probable fechado. En esta primera parte cronologizo cierta
historia sobre los estudios realizados en la zona de interés
y elaboro, de manera consecutiva, la polémica que se origina
a partir de la no relación, según la mayoría
de los autores de la época, entre el material arqueológico
de tan “tosca” confección hallado en el piso
de la cueva y los dibujos parietales. Se verán enfrentadas
opiniones entre estudiosos tan facultados como Fernado Ortiz, Herrera
Fritot, Antonio Cosculluela, Royo Guardia y Núñez
Jiménez con respecto a este criterio. También me detengo,
muy brevemente, en las connotaciones negativas que para estos murales
tuvieron los trabajos de restauración -específicamente
el repinte sobre los pictogramas- que realizó la Academia
de Ciencias de Cuba en 1969.
En el capítulo dos llevo a cabo un
nuevo inventario del arte rupestre de Punta del Este, sobre la base
de la revisión bibliográfica. Y, a partir de aquí,
el ordenamiento cualitativo que atiende, especialmente, a la variabilidad
de los motivos pictóricos y a las posibilidades ideográficas
de los mismos. En cinco acápites dentro de este apartado
se elabora una amplísima información sobre la mayoría
de los diseños parietales a través de un análisis
morfológico. De tal manera que se detectan Tres Bloques o
formas fundamentales de estructuración icónica que,
muy diferente de lo que tradicionalmente se asegura, denotan la
presencia de dos modalidades subestilísticas en todo el mural
pictórico que comprende las cinco cuevas de Punta del Este.
Además, un estudio del llamado “Motivo Central”,
a partir de un criterio de análisis (de)constructivo de sus
partes componentes, arriba a las verdaderas causas que ameritan
tal denominación, más allá de su posición,
de sus reconocidas dimensiones y de la complejidad de sus elementos
integradores. Dentro de este propio acápite aplico semejante
análisis al conocido elemento “flechiforme” rojo
superpuesto en el “Gran Motivo”. El resultado es la
construcción de un sistema binario que relaciona soluciones
pares e impares en la estructuración duplicada de sus signos
componentes. El quinto acápite de este capítulo “habla”
de la superposición, es un pormenorizado análisis
de valoraciones que atienden a las relaciones de superposición
que aparecen en estos dibujos. El estudio cuantitativo-cualitativo
de estos ideogramas ubicados en la Cueva Número Uno -pues
en los dibujos de las otras cuatro cuevas no existe esta relación-,
ha demostrado que estos no se caracterizan, precisamente, por presentar
elementos secantes. Son escasos, aunque importantes, los dibujos
que dejan ver esta situación. A partir de algunas notas de
Mosquera (1983) confecciono mi hipótesis sobre la organización
de imágenes trascendentes a partir de la estructuración
secante de sus elementos integradores. De esta manera podemos detectar
tres zonas puntuales de dibujos superpuestos en la Cueva Número
Uno. Elementos reiterativos de los mismos, quizá, acusan
la elaboración de algún tipo de norma, situación
que analizo a lo largo del capítulo y que introducirá
al lector en un examen de las modificaciones estilísticas
que bien se podrá estudiar en el capítulo tres.
En los tres primeros acápites de este capítulo
tres analizo las dos variantes subestilísticas que se
integran, perfectamente, al estilo lineal de la abstracción
geométrica que se desarrolla en Punta del Este. Una variante
estructura la norma, el canon fundamental de un tipo de elaboración
icónica; y otra segunda evidencia la evasión de dicha
norma. Un análisis cuantitativo argumenta estas oposiciones
de norma y de evasión de la norma. Finalmente el cuarto acápite
de este capítulo tres examina dos dibujos que evaden
la tradicional confección del diseño a partir de las
características que definen el estilo pictórico de
la zona. Fenómeno que he denominado “atipicismo gráfico”
y que responde a la presencia de emblemas degenerados o atípicos
dentro de un sistema caracterizado.
El capítulo cuatro va más
allá del sólo análisis de las formas. A modo
de especulación sobre las posibles causas que originan patrones
simbólicos abstractos aborígenes, se plantea el primer
acápite. A partir de un estudio de Alcina Franch, y sobre
la tesis de Reichel-Dolmatoff, se construye un paralelo entre los
fosfenos provocados por la ingestión de drogas alucinógenas
y la exacta reproducción de los mismos en muchos ideogramas,
de los más reiterados, que aparecen en los murales de Punta
del Este. El segundo acápite apunta hacia las diversas valoraciones
que históricamente se han realizado con respecto a las interpretaciones
de referentes naturalistas o figurativos en dibujos de solución
abstracta. En el tercero, y a partir de notas de Mosquera, analizamos
lo improbable de las lecturas significativas directas en
dibujos donde el referente ha desaparecido, es decir, donde sólo
la forma y no la esencia de su configuración se hace visible.
Estos cuatro capítulos se desarrollan dentro
de los parámetros de la investigación bibliográfica.
Es decir, que no tomo en cuenta la restauración que hoy presentan
estos murales. En la historia arqueológica de Punta del Este
sucede un acontecimiento que define aspectos, temas y hasta la propia
metodología del presente libro. Este acontecimiento ocurre
en 1969 y se refiere a los trabajos de restauración directa
-el repinte- sobre las pinturas parietales de la región.
Hecho al cual ya me he referido. El estado borroso o difuso en que
se encontraban la mayoría de estos dibujos propició
tantas lecturas de los mismos como estudiosos abordaran el tema.
Rico fenómeno que pereció al imponerse la versión
del criterio restaurador. Este texto tiene ahora en cuenta todas
aquellas versiones que el autor pudo encontrar, cronologizándolas
y contrastándolas a través de un proceso crítico,
de modo que pone al lector al corriente de un hecho visual que supera,
evidentemente, la que actualmente le ofrece el sitio arqueológico.
El hecho de la restauración y sus consecuencias para la investigación
se verán gradualmente abordados a lo largo de este libro.
Como resultado de esta obra los estudiosos podrán
disponer no sólo de una revisión crítica de
las fuentes bibliográficas que tratan este tema, sino, también,
de un conjunto de procedimientos y valoraciones que pueden servir
para profundizar en estos aspectos. El libro, al trabajar con importantes
materiales inéditos y de archivo, y de recopilar toda la
información posible (textos e imágenes) de publicaciones
periódicas, se convierte en un documento de necesaria consulta
para cualquier indagación al respecto.
El libro está profusamente ilustrado. Aparecen
dibujos la mayoría de ellos inéditos hasta hoy, y
otros tantos tomados de viejas y raras publicaciones periódicas.
Además, el texto se complementa con fotos, mapas, planos
y tablas que permiten la síntesis y mejor comprensión
de los temas tratados.
Para la docencia universitaria especializada en
artes se hace necesario la aparición de un texto de esta
índole que impulse la realización de otros estudios
similares a través del sistema de tesis de grado. Este libro
también funciona como materia bibliográfica para los
cursos de artes aborígenes de la región caribe
y sus antecedentes continentales.
La primera versión mecanuscrita de este
libro se terminó de redactar en abril de 1992, justo setenta
años después (abril de 1922) del descubrimiento que
para las ciencias y el arte realizara Fernando Ortiz en Punta del
Este. En ese propio mes lo presentó su autor como tesis de
grado para defender el título de Licenciado en Historia del
Arte por la Universidad de La Habana.
Ciudad de La Habana, abril de 1992. 
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