en torno a la interpretación y lectura simbólica del
arte rupestre.
Por José Ramón Alonso Lorea.
I
Todo parece indicar que las pinturas rupestres
de Punta del Este, al oeste del Caribe insular, acusan la existencia
de un sistema de signos ideográficos inteligentemente articulados.
El estudio de sus relaciones internas, así como las variantes
que ellos recrean -de posición, de relación entre
los signos y entre los signos y el contexto topográfico-
así lo hacen ver. Ahora, ¿cómo plantearse la
lectura, la interpretación, de estos murales rupestres? Antes,
si me lo permiten, presentemos el sitio arqueológico.
Punta del Este se encuentra en la antiguamente
nombrada Isla de Pinos (al sur de la Isla de Cuba), antaño
refugio de famosos corsarios y piratas (Drake, Hawkins, Baskerville,
Morgan...). Para algunos, por su propia naturaleza, singular historia
y contorno topográfico, la misma “isla del tesoro”
que fabuló Robert Louis Stevenson.
El sitio arqueológico es costero y comprende
cinco cuevas con pinturas rupestres. Los asentamientos humanos de
la región convivieron en un nicho ecológico rico desde
el punto de vista de sus posibilidades naturales explotables. Esta
situación parece haber propiciado una larga estancia de aquellos
antiguos en la zona. Estos asentamientos humanos se incluyen dentro
de ese extenso horizonte cultural de pueblos cazadores y recolectores
(también llamado ciboney) con una industria de piedra
muy variada. Habitaron todo el archipiélago cubano y fueron
desarrollando su tecnología, especialmente en piedra, de
la que han quedado piezas de gran belleza. Desarrollaron ampliamente
la industria de la concha, creando infinidad de artefactos, algunos
de los cuales fueron utilizados por grupos aborígenes posteriores,
tal el caso de la conocidísima gubia de concha de la arqueología
cubana. Tenían un arte pictográfico generalmente abstracto,
geométrico y no geométrico. Sus manifestaciones aparecen
en decenas de cuevas del archipiélago cubano. Se considera
que llegaron hasta la época de la conquista española
en zonas costeras, en algunos cayos y en la parte más occidental
de la isla de Cuba. Eran de baja estatura, de cráneos pequeños,
muy redondeados y no practicaban la deformación craneana.
En el suelo de algunas de las cuevas de Punta del Este se han descubierto
una buena cantidad de restos humanos pintados de rojo, lo que evidencia
la función funeraria de las mismas (1).
Los dibujos de Punta del Este, por su forma, resultan
lineales, abstractos y geométricos, donde los trazos curvilíneos
dominan; articulados por relación de cercanía unos,
muchas veces de forma tangencial otros, y en menor medida superpuestos.
Todo lo cual hace complejo determinar dónde termina un dibujo
y dónde comienza otro. Por otro lado, debido a que la mayoría
de ellos están pintados en los techos de las grutas, es difícil
determinar cuándo un trazo es vertical y cuándo horizontal.
Su posición sólo depende de la mayor eficacia simbólica
que pueda experimentar el observador. Arte en el que, lógicamente,
resulta imposible la determinación de referentes identificables.
En estos murales se utiliza el color negro (carbón vegetal)
para unos, rojo ocre (hematita) para otros y la alternancia regular
e irregular de ambos colores en terceros.
Más de 230 pinturas en Punta del Este ofrecen
un saldo cuantitativo de envergadura con respecto a la actividad
muralística desarrollada en la zona. Techos y paredes literalmente
cubiertos de pictografías a dos colores, en su mayoría
formados por círculos concéntricos de colores alternados,
hicieron anotar a algunos autores que esta era la más importante
localidad del archipiélago cubano en relación con
el tema de los círculos; ninguna otra cueva de América
y posiblemente del mundo contenga tal profusión de este tema.
En ello radica su capital importancia dentro de los estudios del
arte rupestre.
Presentado el sitio arqueológico retornemos entonces a la
idea central de esta conferencia: ¿qué podemos interpretar
de estos murales rupestres? ¿cómo poder comprender
el legado que nos han dejado aquellos antiguos?
II
Como texto, el conjunto de ideogramas rupestre
de Punta del Este funciona hoy a medias, porque tenemos el símbolo
(o un signo), pero no lo que representa. Es una imagen que esconde
el concepto. El arte rupestre de Punta del Este es sólo la
parte de un sistema simbólico que nos ha llegado mutilado:
no tenemos idea de la música, del canto, de la danza, de
las pinturas corporales... que pudieron caracterizar a este pueblo.
No tenemos idea de los valores simbólicos que aquella gente
descubrió en las plantas, en los animales, en los accidentes
geográficos, en su patrón de asentamiento, en sus
hábitos de comer... (2)
Así que sólo poseemos, y no siempre ni en la misma
medida, un modelo visual con algo de su lógica. De modo que
la interpretación que hoy hacemos de un pictograma aborigen
está condicionada por nuestra formación extraña
al momento en que fue creada dicha imagen. Es el fruto de un análisis
a posteriori y, por lo tanto, desenfocado. Es decir, se trabaja
sobre el efecto plástico que provoca la representación,
pero se desconoce la causa o el motivo original de la representación.
Como bien anotó un maestro, “la interpretación
de muchas de las figuras dejadas por los aborígenes es muy
dudosa y a veces imposible, siendo en la generalidad de los casos
individual y distinta para cada observador, que además procede
con una mentalidad bien distinta a la de aquel hombre primitivo”
(3), y ya sabemos
que el carácter abstracto de los dibujos de Punta del Este
agrava esta situación.
Por otro lado, y directamente referido al valor
simbólico, existe una falsa relación que establece
la calidad simbólica de la obra aborigen a partir del referente
que ella denote. Un paradigma que ejemplifica el hecho es la pintura
realista del arte rupestre franco-cantábrico. En ésta,
el razonamiento contemporáneo tradicional traduce estas pinturas,
automáticamente, como diseños de alto valor simbólico
por cuanto se reconoce una supuesta “intención”
desde el punto de vista plástico: la reproducción,
a veces de un naturalismo sorprendente, de la figura animal. Una
creación pictórica, sin embargo, que está subordinada
a una muy cercana relación del hombre con el modelo vivo
de las distintas especies de la fauna que representó. Sin
embargo, en las “lecturas” que se hacían de estos
murales generalmente se desechaba, desde el punto de vista igualmente
simbólico, aquellos elementos abstractos -geométricos
o no-, los cuales no tienen un referente identificable.
Esta última situación caracteriza
al arte rupestre de Punta del Este y su posible –o no posible-
lectura. No podemos hoy inferir el motivo real que se esconde detrás
del símbolo, pues el resultado es una expresión abstracta
de orden geométrico lineal. Sin embargo, sí podemos
deducir su valor simbólico desde la perspectiva del propio
diseño como representación sensible: el aprovechamiento
de la proporción, del ritmo, de la simetría, del equilibrio,
de la composición, la progresión regular de las partes
componentes, el regodeo por el acabado de las formas gráficas
lineales, el énfasis en la elaboración de determinados
elementos que conforman un conjunto, la relación con el contexto
topográfico, elementos todos que expresan su calidad simbólica
y cualifican un estilo. A ello se puede sumar otros aspectos inherentes
a la propia actividad simbólica, por ejemplo: la elección
de un lugar adecuado para la plasmación del signo. O también
aquel elemento lúdico, quizá con alta dosis de temprana
religiosidad, que se origina en el momento de la propia creación:
ese estado emotivo que pudo suscitar en el hacedor el acto de hacer
destacar, de entre la infinita irregularidad de la piedra, aquellos
pequeños rasgos de la futura grafía a elaborar. Creo
que en lo antes expuesto arribamos al primer nivel de comprensión
en cualquier ejemplo de arte rupestre.
Pero el arte rupestre de Punta del Este ha sido
objeto de todo tipo de interpretaciones. Desde aquella que aseguraba
el origen de las pictografías debido a la circulación
de las aguas subterráneas (y que de estos originales se basaron
los indios para realizar los segundos), hasta la siempre consabida
presencia de inteligencias extraterrestres. Un médico supo
ver en algunas pinturas el proceso de gestación de un feto
en el vientre de la madre, y un apasionado investigador descubrió
un “cómputo aborigen” (4).
Esta última tesis, más que su fundamentación
hipotética, es decir, su carácter interpretativo,
tiene dos importantísimos elementos a su favor: a) estudia
la mayor cantidad de pictogramas posibles y b) los entiende como
elementos de un sistema. Generalmente los autores sólo trabajan
con los dibujos que han devenido paradigmas (por su complejidad
morfológica y mayores dimensiones) y no establecen, sino
bien pocas, relaciones entre ellos.
Dentro de este grupo de interpretaciones que respeta
el carácter abstracto de los dibujos, hay dos tesis que tienen
el mayor respaldo académico: la primera es la tesis del calendario
vinculada a las actividades de caza y recolección marina
y terrestre. Una especie de calendario natural a través del
cual se controlaría la llegada de las especies de animales
migratorios conformadores de la dieta alimentaria de estas antiguas
comunidades (5);
hipótesis esta de mucho interés porque tradicionalmente
sólo se quiere asociar la aparición del calendario
con la existencia de las prácticas agrícolas. La segunda
tesis es la del “culto astrolátrico” que entiende
a las cuevas como “templos” donde se adoraban todos
esos cuerpos celestes que se nos presentan luminosos y en un aparente
orden sobre el firmamento. Entonces se estudia la incidencia de
los rayos del sol sobre determinados dibujos (o conjuntos de dibujos)
que los investigadores interpretan como símbolos de fecundidad
o no según correspondan los equinoccios de otoño o
primavera, y de aquí la interpretación de símbolos
masculinos y femeninos. O se relaciona determinada referencia flechiforme
o direccional de algunos dibujos con algunos de los solsticios que
marca el sol en su aparente carrera sobre el horizonte. Cierta composición
pictórica se interpreta como el paso de uno de los astros
por alguna de las siete claraboyas de la mayor de las cuevas. Se
descubren referencias meteorológicas, meses lunares, estaciones
lunares, etc. (6)
Si bien algunos de estos autores comparten el credo
de que el arte rupestre de Punta del Este “trata de representar
por emblemas simples y casi exclusivamente lineales y geométricos
sus conceptos de lo sobrenatural, quizá antropomorfizados
o zoomorfizados en los mitos de sus mentes pero no en las expresiones
plásticas de su arte” (7),
otros investigadores, aún reconociendo el valor simbólico
que muestran diseños de solución abstracta, fuerzan
el acto interpretativo otorgándole a algunos de estos conjuntos
el carácter de dibujos figurativos. Se cede entonces, como
advertía un crítico de arte, “a la tentación
de la cual no se ha librado ningún entusiasta del arte primitivo
de buscar inmediatamente explicaciones y significados directos,
opción que resulta especialmente peligrosa en el caso cubano,
donde la mayor parte de los dibujos rupestres son geométricos
y hasta gestuales” (8).
Y es aquí cuando aparecen esas escasas
referencias a representaciones de caras, cara rodeada por una serpiente,
o serpiente que envuelve su propia cabeza según precisa otro
autor. Se descubre la representación de una rana, la representación
de características zoomorfas con prominencias superiores
“a modo de orejas de ratón” y en las que otros
creen ver a un tapir. Se descubren representaciones humanas, haciendo
el investigador, en muchos casos, comparaciones con similares diseños
que aparecen en otras zonas de arte rupestre geográficamente
distantes. Curiosamente una de estas representaciones humanas, al
estar pintada en el techo de la cueva, permite hacer más
de una interpretación: al extenderse horizontalmente adquiere
la apariencia de un pez según anotan otros autores. La necesidad
de reconocer algo a veces lleva al investigador a soluciones muy
atrevidas, es el caso de algunas pinturas que para poder ser interpretadas
como figurativas el estudioso se ve en la necesidad de alterar la
posición vertical que originalmente tienen en la pared-soporte,
y es así como aparece un quelonio y hasta un perro. Finalmente
se termina creyendo en la existencia de “verdaderas representaciones
totémicas” en las cuevas de Punta del Este (9).
 |
Lámina 1. Pictografías
de solución abstracta, geométricas, que han
sido objeto de interpretaciones figurativas. |
Caras, serpiente, rana, tapir, figuras humanas,
tortuga, perro. Estas interpretaciones figurativas han generado
una postura crítica, de rechazo, máximo cuando se
descubre que tales lecturas, a menudo, conspiran contra el buen
hacer de una investigación, sobre todo cuando no se tiene
en cuenta que a veces se trabaja sobre restos o vestigios de conjuntos
pictóricos mucho más complejos.
Tampoco podemos asegurar que, como también
se ha apuntado: “parece imposible la demostración de
que algunos dibujos tengan un propósito figurativo”
(10). No podemos
asegurar tal afirmación, reitero, porque estos dibujos bien
que pudieron haber partido de elementos figurativos y que al momento
de ser representados, sus hacedores, muy conocedores de las líneas
fundamentales de su estructura, hayan logrado un resultado abstracto,
geométrico o muy estilizado, y al no poseer nosotros este
código sígnico primario, no podemos significar. Para
mejor comprender este análisis podríamos hacer una
gran parábola, salvando las distancias, y llegar al arte
moderno, exactamente a las obras de un cubismo de ortodoxa realización,
como podría ser El clarinetista de Picasso. Cualquiera que
desconozca los postulados del cubismo clasificaría esta pintura
como obra abstracta pura, y desde el punto de vista perceptivo tendría
razón. Pero para un conocedor del sistema sígnico
cubista no funciona así: el resultado formal puede ser perceptivamente
abstracto, pero su propósito y su concepto son figurativos,
pues hay clarinete y hay clarinetista, aunque con un enfoque bien
distinto de la representación tradicional: no es lo que se
ve, sino lo que se conoce. Lo que me hace pensar que no podemos
confundir el propósito con las formas logradas. Por tanto,
si no aceptamos la tendencia de atribuir lecturas figurativas a
estos dibujos rupestres, tampoco admitamos enajenar la forma geométrica
y significarla como objeto propuesto cuando no hay elementos que
lo fundamenten, porque esta forma bien pudiera connotar tan disímiles
cosas figurativas que, en su solución circular, por ejemplo,
represente una piedra, la cueva, el sol, la luna, el mar, etc.
Desde un punto de vista cualitativo también
resultan muy dudosas estas interpretaciones figurativas, máximo
cuando no existe en ninguna de las cinco cuevas de Punta del Este
lo que podríamos llamar una evolución de las formas,
desde la figuración a la abstracción o viceversa,
propio de algunos ejemplos del arte rupestre de otras regiones del
mundo, si bien es verdad que estas supuestas evoluciones también
están muy marcadas por la subjetividad del investigador del
caso. En lo cuantitativo, de los más de 230 dibujos y conjuntos
de dibujos pertenecientes a este sitio arqueológico, sólo
han podido interpretarse como figurativos 14 pinturas.
Sucede que siempre que percibimos una imagen abstracta,
nuestros sentidos rápidamente actúan sobre la organización
de este diseño buscando un reconocimiento. Es decir, en todo
momento y por muy abstracto que sea un diseño, buscamos determinados
elementos, desechando otros, que nos procure la reconstrucción
de una imagen sabida. El caudal de imágenes que incorporamos
a través de nuestra experiencia nos ofrece la posibilidad
de este entendimiento. Vale anotar que el hecho, generalmente, resulta
un acto inconsciente. El ejemplo más evidente y cotidiano
de esta situación lo tenemos cuando miramos a las nubes.
Vemos, por lo general, cosas y conjuntos de cosas que conocemos.
III
En el contexto de los estudios del arte rupestre
aborigen surgió otra tesis que sugiere encontrar la procedencia,
elección e interpretación de patrones simbólicos
dentro de esos estados de máxima espiritualidad inducida
y de estados de absoluta inconsciencia. Tesis a través de
la cual nos hemos atrevido a realizar otra lectura de las pinturas
de Punta del Este.
A partir de las observaciones realizadas a los
indios tucano del territorio Vaupés, al noroeste del Amazonas
-y teniendo en cuenta la confirmación de que “el arte
y las religiones chamánicas se relacionan estrechamente con
el uso de drogas alucinógenas” (11),
se descubre las correspondencias que se establece entre la ingestión
de yajé (planta narcótica y alucinógena) y
las pinturas que realizan estos hombres.
Las alucinaciones visuales inducidas por las drogas
indígenas consisten, fundamentalmente, en imágenes
luminosas geométricas. Estos elementos luminosos y geométricos
tiene una base neurofisiológica y técnicamente se
designan por los fisiólogos como fosfenos. “Consisten
en sensaciones luminosas que aparecen en el campo de visión,
independientemente de una luz externa, es decir, son producto de
la autoiluminación del campo visual y se producen en el cerebro”
(12). Sensaciones
luminosas que, al parecer, funcionan como bancos de datos visuales
a los cuales el aborigen le hace corresponder una intención
simbólica.
Tales visiones inducidas “no son momentáneas,
sino que persisten durante un cierto tiempo -meses quizás-,
de modo que la periódica celebración de ceremonias
en que se ingiere algunas de estas drogas haría que tales
fosfenos quedasen incorporados permanentemente en los individuos.
De ahí que la visión de la realidad por parte de los
individuos habituados a la ingestión de estas drogas, incorpore
inevitablemente los fosfenos a la visión real haciendo, por
consiguiente, de esa realidad un mundo fantasmagórico que
fácilmente es interpretado mediante mitos”
(13).
En Punta del Este, la etnografía y la arqueología
no han podido verificar la ingestión de drogas por parte
de sus antiguos moradores. Sin embargo, dos elementos básicos
hacen posible la certeza del uso de esta costumbre. Al decir de
Bartolomé de La Casas, la coca “era usada por los indios
de Cuba en sus ceremonias y que sacerdotes españoles, que
habían estado en Perú y la vieron en Cuba, la identificaron
como ‘la misma coca que es tan preciosa en las provincias
de Perú” (14).
También narra Las Casas, con desconcierto, cómo en
la isla de Cuba, y lo cito textualmente, “era extraño
el ayuno que algunos hacían, principalmente los behiques,
sacerdotes o hechiceros, y espantable; ayunaban cuatro meses, y
más, continuos sin comer cosa alguna, sino cierto zumo de
hyerbas ó yerbas, que solamente para sustentarlos que no
muriesen bastaba (...) Macerados, pues, y atormentados de aquel
cruel y aspérrimo y prolijo ayuno, que no les faltaba sino
expirar, decíase que entonces estaban dispuestos y dignos
que les apareciese y de ver la cara del Cemí” (sic)
(15). Asimismo, el consumo del tabaco
en Cuba, y la existencia de toda una parafernalia vinculada a las
prácticas chamánicas alucinatorias de la cohoba, está
más que reportado por los primeros cronistas y por la ciencia
arqueológica. Si bien es cierto que todas estas referencias
etnográficas y arqueológicas pertenecen al horizonte
cultural de pueblo agroalfareros aruacos, también conocido
por taínos, también conocemos que ambos horizontes
culturales (ciboney y taíno) coexistieron en Cuba durante
siete siglos en los cuales se verifica el intercambio de técnicas
u objetos que van desde la producción cerámica, pasando
por la concha, y por qué no presumir intercambios también
en el orden de la vida espiritual.
Por otro lado, la ingestión de plantas
alucinógenas en las actividades rituales y de ceremonias,
parece ser una costumbre generalizada a todas las culturas indoamericanas.
Los datos de los cronistas, de los arqueólogos y etnólogos,
así también lo han venido demostrando.
De modo que podemos inferir –con temor a
equivocarnos, lógicamente- rituales chamánicos en
Punta del Este estrechamente vinculados al uso de plantas alucinógenas.
Si observamos la tabla que ilustra los fosfenos universales que
despejara el físico alemán Max Knoll (16),
nos percatamos de la exacta analogía entre muchísimos
de estos fosfenos con todas las representaciones ideográficas
del arte rupestre de Punta del Este.
 |
Lámina 2. Comparación
entre fosfenos y pictografías de Punta del Este. |
También se pudo comprobar que, a partir
de la repetición de ciertos dibujos geométricos, los
motivos basados en los fosfenos estaban codificados por los indios
tucano, y cada uno de estos motivos tenían el valor fijo
de un signo ideográfico. En Punta del Este, esa similar recurrencia
de signos, y de relación de forma y color que se establece
entre los mismos, es lo que también me ha permitido confirmar
la existencia de un sistema ideográfico de trascendente construcción.
Bien es cierto que estos mismos signos basados en los fosfenos pueden
tener un significado totalmente distinto en cada contexto cultural.
Ello impide hacer en Punta del Este las mismas lecturas simbólicas
que hacen los indios tucano en sus ideogramas. Sin embargo, el hecho
de que estas comunidades gentilicias presenten similar grado de
desarrollo cultural, hace que sus requerimientos existenciales sean
equiparables. De modo que, como en los dibujos tucano, las pictografías
de Punta del Este también podrían hacer referencia
a aquellos aspectos relacionados con la vida del grupo, a saber:
orígenes, fisiología sexual, fertilidad, procreación,
crecimiento, incesto, leyes de matrimonio, leyes tribales de exogamia,
alimentación, migraciones, alianzas, delimitación
de territorios, adaptación ecológica, relaciones entre
tribus, institucionalización de ritos, fertilidad de los
animales, astronomía, ciclo de las estaciones, muerte. Aspectos
estos que, memorizados en las estructuras del signo y en manos de
los chamanes, constituyen, respectivamente, la herencia y la transmisión
cultural.
Definitivamente la interpretación parece
quedar a este nivel genérico. Especular con variables de
todo tipo podría hacerse, pero para lograr una verdadera,
positiva o razonable, sería “preciso penetrar en capas
más profundas, en aquellos subfondos espirituales, psíquicos,
religiosos y sociológicos en donde se engendra la forma”
(17), aspectos estos muy difíciles
de reunir y por tanto de analizar para mejor entender un arte que
no es de nuestro tiempo.
Notas 
(1)
Ramón Dacal Moure y Manuel Rivero de la Calle (1986): Arqueología
aborigen de Cuba. Gente Nueva, Ciudad de La Habana, Cuba.
(2)
Mario Consens: Arte rupestre en Sudamérica: el rol de
los sitios en una aproximación arqueológica. Rupestre/web,
http://rupestreweb.tripod.com/consens.html
(3)
René Herrera Fritot (1938 : 47): “Informe sobre una
exploración arqueológica a Punta del Este, Isla de
Pinos, realizada por el Museo Antropológico Montané
de la Universidad de La Habana. Localización y estudio de
una cueva con pictografías y restos de un ajuar aborigen”.
Universidad de La Habana, año 3, nos.20-21, La Habana,
Cuba, : 25-59
(4)
Martín Socarrás Matos (1985): “La cultura de
los círculos concéntricos: computación aborigen”.
Santiago, revista de la Universidad de Oriente, Santiago
de Cuba, sept. No.59, : 73-83. (1987): “Un enigma con posibilidades
de solución: la cultura de los círculos concéntricos”.
Santiago, Universidad de Oriente, Santiago de Cuba, no.67,
dic., : 13-19.
(5)
Ramón Dacal (comunicación personal, 14-V-90, Museo
Antropológico Montané, Universidad de La Habana).
(6)
Algunas interpretaciones astrolátricas en: Fernando Ortiz
(1943): Las cuatro culturas indias de Cuba. La Habana, Cuba;
y Antonio Núñez Jiménez (1975): Cuba: dibujos
rupestres, Ciencias Sociales, La Habana, Cuba, Industrial Gráfica
S.A., Lima, Perú.
(7)
Ortiz (1943:133)
(8)
Gerardo Mosquera (1978 : 67). “Núñez Jiménez
y los dibujos rupestres”. Revolución y Cultura,
no. 65, ene., La Habana, Cuba, : 66-67.
(9)
Algunas interpretaciones figurativas en: Herrera Fritot (1938);
Fernando Royo Guardia (1939): “El misterio secular de la Cueva
de Punta del Este”. Sociedad Cubana de Historia Natural
Felipe Poey. Memorias, vol. XIII, no.5, La Habana, Cuba, : 289-305;
Núñez Jiménez (1947): “Nuevos descubrimientos
arqueológicos en Punta del Este, Isla de Pinos”. Universidad
de La Habana, año XII, nos.73-74-75, jul.-dic., La Habana,
Cuba, : 213-247.
(10)
Gerardo Mosquera (1983 : 41): “Expedición al pasado
más remoto”. Exploración en la plástica
cubana, C. de La Habana, Cuba, : 13-82.
(11)
Gerardo Reichel-Dolmatoff (1985 : 291): “Aspectos chamanísticos
y neurofisiológicos del arte indígena”. Estudios
de arte rupestre, Museo Chileno de Arte Precolombino, Santiago,
Chile, : 291-307.
(12)
Dolmatoff (1985 : 293).
(13)
José Alcina Franch (1982 : 104): “Religiosidad, alucinógenos
y patrones artísticos taínos”. Boletín
del Museo del Hombre Dominicano, Nº17, año X, :
103-117.
(14)
Ernesto Tabío y Palma (1989 : 33): Arqueología.
Agricultura aborigen antillana. Ed. Ciencias Sociales, La Habana,
Cuba.
(15)
Bartolomé de Las Casa (1876 : 514): “Apologética
Historia”. Historia de las Indias, tomo V. Imprenta
Miguel Ginestá, Madrid, España.
(16)
Dolmatoff (1985).
(17)
Paul Westhein (1980 : 15): Escultura y cerámica del México
antiguo. Biblioteca ERA, Serie Mayor, México.
Madrid, junio de 2003.
Conferencia leída en el Museo de América de Madrid
Ciclo de Conferencias: Arte Rupestre en el Caribe. 
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