ortiz
y la cueva del templo o el inédito informe de don fernando.
Por José Ramón Alonso Lorea.
He sido testigo, sobre todo en mi etapa de estudiante,
de que en todo discurso que reseñe de una u otra forma la
amplísima obra de Don Fernando Ortiz, siempre (o casi siempre)
han monologado sus estudios afrocubanos. Si bien estos ocupan buena
parte de su labor intelectual, también fueron otros los estudios
a los que dedicara encomiable y gustosa atención. Me refiero
a sus trabajos sobre arqueología aborigen de Cuba (no siendo
él arqueólogo) y en particular, a sus análisis
sobre las artes indígenas de esta antilla.
Cuando inicié la indagación histórico-bibliográfica
referida a los estudios que se habían realizado sobre el
sitio indoarqueológico Punta del Este, surgió ante
mí el enigma de Ortiz y la Cueva del Templo. Cueva del Templo
como le llamara Ortiz, o Cueva Número Uno de Punta del Este,
como actualmente se le conoce; zona arqueológica ubicada
en la porción sureste de la antigua Isla de Pinos, hoy Isla
de la Juventud, Cuba. “Joya arqueológica del arte rupestre
antillano” (Rivero de la Calle, 1987).
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Lámina 1. Localización
del sitio arqueológico Punta del Este, Isla de Pinos
(actual Isla de la Juventud), Cuba. |
En aquel momento me interesaba una investigación
que analizara el carácter “estético”-simbólico
del arte rupestre allí existente: expresión simbólica
que constituye, por la prodigalidad en paredes y techo de un particular
modo de hacer, expresión sui generis del arte indígena
en el Caribe, en América y posiblemente en el mundo. No por
gusto Ortiz bautizó estos murales como la “Capilla
Sixtina” de nuestro arte aborigen. El resultado de dicha indagación
fue aquella monografía titulada El arte mural indio de
Punta del Este: estética y símbolo, estructura y análisis,
de la cual el actual estudio es deudor.
Pues bien, en los textos inicialmente consultados,
aquellos magníficos informes del arqueólogo René
Herrera Fritot, que detallan el redescubrimiento, en 1937, de la
zona arqueológica en cuestión, nos encontramos (por
primera vez) con los hechos que ahora nos interesan. Por ejemplo:
fue Fernando Ortiz quien en abril de 1922 protagonizó para
las ciencias y el arte cubanos, de manera preliminar, el descubrimiento
del más importante y pretérito exponente pictográfico
-del llamado arte de la abstracción geométrica-
que legara nuestro pasado indígena al patrimonio cultural
cubano. Sobre ello anotó Fritot que era “de justicia
señalar aquí que este gran Etnólogo e Historiador
fue el verdadero descubridor de este valioso legajo aborigen”
(1938:31).
Fue Fernando Ortiz, además, el que comunicó
en breve carta a la Academia de la Historia de Cuba dicho descubrimiento,
al cual llamó “los restos de un templo precolombino”.
Así como algunas de sus “posibles derivaciones prehistóricas”,
según anota, que constituyen -por la fecha de su exposición,
mayo de 1922- afirmaciones ciertamente audaces con respecto al nivel
en que se encontraban los estudios de arqueología aborigen
cubana para aquella época. Cuales son, por ejemplo: analogar
la población de la Isla de Pinos con la del occidente de
Cuba, y encontrar unidad etnográfica de estos pobladores
con los de América continental. En ocasión de tan
“agradables estudios”, como expresó Ortiz al
referirse a los trabajos indológicos, consulté dicha
carta, la cual permaneció inédita hasta que en 1938
Herrera Fritot la insertara, íntegra, en su conocido reporte
del redescubrimiento de la cueva. Por necesidades propias de este
estudio, y con la intención de conservar dicho documento,
he decidido reproducir nuevamente el texto en el presente trabajo.
También fue Ortiz quien, luego de prometer
un posterior informe pormenorizado de lo descubierto -estudio, clasificación
e interpretación según él- en aquella comunicación
a la Academia de la Historia, guardó silencio del hecho,
salvo excepcionales y brevísimas notas en posteriores publicaciones.
Según escribiera Ortiz en dicha carta: “estimo que
por la novedad de lo descubierto será de interés para
la Academia un informe pormenorizado, que a mi modesto juicio hará
posible la proposición de algunas interesantes deducciones
paletnológicas” (sic). En este mismo año hace
Ortiz extensión pública de ese futuro informe en la
página 37 de su Historia de la arqueología indocubana
de 1922. Sin embargo, dicho estudio nunca vio la luz.
La ausencia de este informe a lo largo de setenta
años propició ciertos desajustes históricos
a los cuales me referiré más adelante. El propio retardo
de la información y del análisis del material arqueológico
colectado y del arte pictográfico allí encontrado,
impidió el inicial y progresivo estudio de los mismos desde
el propio descubrimiento. Por ello, cuando en 1938 Herrera Fritot
reportó su hallazgo, anotaba lo siguiente: “En el año
pasado, un amigo nuestro, el Sr. César Cajigas, nos informó
la existencia de una cueva con dibujos en colores, en Isla de Pinos,
brindándose a llevarnos al lugar. Como el Dr. Ortiz no había
indicado el lugar de su descubrimiento, sólo suponíamos,
por ser en la misma Isla de Pinos, que se tratare del mismo”
(1938 b:40). De la misma manera, el profesor Fernando Royo Guardia,
quien acompañó a Fritot en aquella excursión
de 1937 reafirma: “pronto adquirimos la convicción
de que la citada cueva era la misma que en 1922 visita el Dr. Fernando
Ortiz y más tarde el Dr. Carlos de la Torre, cayendo luego
en el olvido” (1939:289). Incluso, en la ilustrada obra Historia
general del arte de la Editorial Espasa-Calpe, en el tomo I
de su edición príncipe de 1931, el profesor José
Pijoan, entre desacertados enfoques sobre las artes de los aborígenes
de las Antillas, asegura ciertamente que del arte pictográfico
de Cuba conocía “unas pictografías de la Isla
de Pinos, todavía mal estudiadas”.
Sin embargo, con relación a la localización
del hallazgo arqueológico vale apuntar, sobre la nota de
Fritot, que Ortiz sí señaló el lugar de su
descubrimiento. Ello aparece en el mapa de la Isla de Pinos que
publicó en su libro de 1935 Historia de la arqueología
indocubana (segunda edición refundida y aumentada). En
la zona que Ortiz llama “Cabo del este” dibuja tres
signos que -en la simbología arqueológica creada por
él y Ernesto Segeth- representan, respectivamente, a una
región de cultura ciboney, con enterrorio y pictografías.
 |
Lámina 2. Fragmento
del mapa arqueológico del extremo occidental de Cuba
propuesto por Fernando Ortiz y Ernesto Segeth en Historia
de la arqueología indocubana, 1935. En él
aparece localizado el descubrimiento de Ortiz en la Isla de
Pinos, hoy Isla de la Juventud. |
Así las cosas, y a pesar de todo lo antes
expuesto, fui del criterio de que, la no publicación del
tan ofrecido informe no implicaba la no realización del mismo.
Lo cual me llevó a la tarea de su acuciosa búsqueda.
Y... ¡qué satisfacción al ver coronado tal empeño
con el hallazgo del tan mencionado informe! El hecho ocurrió
cuando prácticamente había concluido la inicial investigación,
con el consiguiente procesamiento de datos totales. El nuevo texto,
sin fechar y titulado Isla de Pinos. Los descubrimientos arqueológicos,
consiste en un ilustrado opúsculo totalmente inédito;
elaborado sobre 104 fichas de cartulina y enumeradas, manuscrito
por Ortiz y dedicado exclusivamente a sus averiguaciones en las
cuevas de Punta del Este.
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Lámina 3. Ficha
número 1 del informe manuscrito Isla de Pinos. Los
descubrimientos arqueológicos de Fernando Ortiz
Fernández. |
Éste se halla dentro de un sobre con la
siguiente clasificación: Fondo Fernando Ortiz. Carpeta 10.
Arqueología II. Desde 42-46. Cuidadosamente guardado en el
archivo de literatura del Instituto de Literatura y Lingüística
de la Academia de Ciencias de Cuba bajo el cuidado de la licenciada
María del Rosario Díaz, quien tan amablemente me facilitó
el estudio del mismo. Junto a estas fichas manuscritas aparecen
otras fichas mecanografiadas -original y copia- que reproducen,
con algunas incorrecciones y lagunas, el texto de Ortiz. Del estudio
e importancia de este manuscrito que hoy pongo a consideración
del lector, es que “habla” el presente trabajo.
De hecho, ya se hace imprescindible, para la investigación
arqueológica de este sitio, consultar dicho informe; y más
si se tiene en cuenta trabajar -por supuesto- el arte rupestre intensamente
desarrollado en estas grutas. Y es que Ortiz tuvo la dicha de visitar
la Cueva del Templo y contemplar el mural pictórico mucho
antes que la habitara el célebre Antonio Isla. El cual, con
su cocina de carbón instalada en el interior del recinto
cavernario, había cubierto de hollín buena parte del
techo de la cueva y por tanto dañado los dibujos realizados
en esta zona. Cuenta Ortiz en 1943 que: “El sol bañaba
al amanecer ese dibujo central, cuando estaba sin obstruir la entrada
de la cueva. Así lo vimos nosotros en Abril de 1922 (...)
por toda la bóveda entonces limpia de humo” (:127).
Sobre el mismo hecho anotó Felipe Pichardo Moya en 1945:
“Ortiz pudo ver en 1922 dibujos que en 1938 no encontró
Herrera Fritot” (:69).
Por otro lado, en el año 1944, a consecuencias
de un mal tiempo, según escribe Antonio Núñez
Jiménez, algunos marineros para guarecerse vivieron algunos
días en el interior de la cueva y dañaron considerablemente
algunos de los dibujos. Al respecto anotó Núñez
que “a la luz de las lámparas de gasolina contemplamos
el desagradable espectáculo de la casi total destrucción
de las pictografías de estas grutas (...) muchos de los dibujos
no son ya la sombra de lo que eran hace sólo dos años”
(1947:221-222). A esta situación habría que sumarle
que finalizando la década del sesenta se realizó los
trabajos de restauración directa -repinte- sobre los dibujos
parietales. El resultado de ello hizo afirmar al crítico
de arte Gerardo Mosquera, lo molesto “del aspecto falso, como
de ‘acabados de salir del horno’ que presentan los repintados
en 1969: hubiera sido preferible protegerlos y respetar su apariencia
original” (1983:36). Es decir, que hoy contamos con la imagen
restaurada de muchos de aquellos originales.
Con respecto al hecho de la restauración
he dejado bien claro mi criterio en 1992 cuando anoté que,
en primera instancia, “trabajaría con toda la documentación
existente sobre el arte mural de Punta del Este que fuese anterior
a la restauración. Por lógica, algo se hace muy evidente,
soy enemigo, irrestricto, de todo tipo de restauración directa
sobre pinturas parietales aborígenes. Y más cuando
no se cuenta con las técnicas suficientes para lograr un
resultado adecuado”.
El haber podido apreciar y describir en toda su
magnitud el auténtico desenvolvimiento de los trazos coloreados
de los hacedores aborígenes, le otorgan a este manuscrito
de Ortiz extraordinaria importancia y particular vigencia para las
investigaciones actuales. Incluso, si bien algunos de sus criterios,
sobre todo los clasificatorios, hoy la arqueología puede
desecharlos, sin embargo, fue Ortiz el único testigo ocular
con entrenamiento científico que nos describió, dibujó
y valoró diseños aborígenes que nadie más
viera. Cubiertos por Antonio Isla y arrancados de su contexto por
la restauración, algunas de las pinturas perdidas de Punta
del Este sólo tienen un puente a nosotros, y este puente
es el informe inédito de Don Fernando. Por ello se hace necesario
realizar algunas elucidaciones que ofrezcan pautas para posteriores
estudios a partir del documento. Empecemos, para esto, averiguando
el posible fechado de este escrito.
Al parecer, desde el mismo momento del descubrimiento,
Ortiz se dio a la tarea de su estudio. En la propia carta que en
mayo de 1922 presentó a la Academia de la Historia de Cuba
anotó: “Estoy actualmente estudiando, clasificando
e interpretando algunos de los objetos hallados así como
las pictografías que se conservan”. Sin embargo, durante
más de diez años se vio prolongado este estudio. En
la segunda versión de su Historia de la arqueología
indocubana de 1935 expresa Ortiz al respecto: “Recordamos
por nuestra parte, el descubrimiento que tuvimos la suerte de hacer
en Isla de Pinos de una cueva ornamentada con profusión de
dibujos simbólicos, cuyo relato hemos tenido que ir retrasando
lamentablemente” (:292). Pienso que el carácter inquisitivo
con que Ortiz se enfrentaba a la investigación, así
como la escasez -en aquellos años- de estudios arqueológicos
de esta índole en Cuba, hayan conspirado en la demora de
dicho informe. El mismo Ortiz aseguró en su comunicación
a la Academia de la Historia lo siguiente: “Aún habré
de tardar algún tanto en ultimar el trabajo, no tanto por
lo breve del tiempo que mis ocupaciones me permiten dedicar a esos
agradables estudios, como por la necesidad de un cuidadoso análisis
comparativo, que requiere una muy amplia base de documentación
extranjera, aquí no siempre fácil de adquirir”.
No obstante, algunos elementos nos permiten determinar
la fecha aproximada en que se realizó este documento. Escrito
que parece resumir los estudios que Ortiz hizo sobre el sitio arqueológico
Punta del Este durante aquellos años. El primer indicio de
datación nos lo ofrece Ortiz en la ficha número uno
de su manuscrito. Inicia esta de la siguiente manera: “En
la primera excursión efectuada, la de Abril, se descubrieron
tres cavernas en Punta del Este” (el subrayado es mío).
Al puntualizar que era “la primera excursión efectuada”,
pues lógicamente se infiere de ello, por lo menos, una segunda
visita a la cueva.
Por nota de su libro Las cuatro culturas indias
de Cuba de 1943, sabemos que en 1929 -siete años después
de la primera excursión- Ortiz explora nuevamente el recinto
arqueológico. Hecho que nos permite asegurar, entonces, que
las fichas están escritas posterior al año 1929. De
este segundo viaje queda como testimonio la instantánea que
le sacara al emblema flechiforme rojo del nombrado Motivo
Central. Por lo que parece, de las publicadas, es la fotografía
más antigua realizada a dibujos rupestres indocubanos.
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Lámina 4. Fotografía
realizada por Ortiz en 1929 al pictograma “flechiforme”
rojo superpuesto en el Motivo Central. Tomado de su libro Las
cuatro culturas indias de Cuba de 1943:175). |
Otros datos nos permiten afirmar que con anterioridad
al año 1937, es decir, antes de la llegada de Herrera Fritot
a la cueva, ya el manuscrito estaba terminado. Por ejemplo: en la
ficha 12 Ortiz asegura que “la cueva ha debido ser habitada.
Y efectivamente lo ha sido. Hoy no lo es”; reafirmando más
adelante en la ficha 15: “Desde hace años la cueva
está habitada sólo por algunas arañas y alacranes,
y no pocos murciélagos, supervivientes de centenarias generaciones
que en el recodo de la galería, se aferran a sus oquedades
y se resisten a entregar al hombre el último gabinete de
su palacio”. Sin embargo, ya en el año 1937, Antonio
Isla moraba dentro del recinto cavernario. El hollín que
desprendía su cocina de carbón, instalada a la izquierda
de la boca de la cueva, entonces cubría gran parte del lienzo
calcáreo y, por tanto, buena parte de los dibujos indígenas.
De ello fueron testigos oculares los exploradores que junto a Herrera
Fritot visitaron la cueva aquel año.
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Lámina 5. Fotografía
que publica la revista Memorias de la Sociedad Geográfica,
No._, año 192_ :59. Pudiera ser esta la familia que habitó
la Cueva del templo por aquellos años anteriores
a la llegada de Ortiz a la gruta. En la revista la foto tiene
el siguiente pie: “Cueva de murciélagos, antigua
habitación india, Isla de Pinos. (Fot. Tte. D. J. Pérez).”
La revista pertenece al archivo personal del profesor Manuel
Rivero de la Calle, quien la prestó para esta investigación.
|
Asimismo, y a partir de la expedición efectuada
por Fritot y de sus informes de 1938 y 1939, comienzan a publicarse
diversos estudios y análisis de procedencia y paternidad
de estos ideogramas. A más de diversos, también divergentes.
En torno a esta polémica figuran importantes personalidades
de nuestras ciencias, tales como Carlos de la Torre y Huerta, Fernando
Royo Guardia, José Antonio Cosculluela, René Herrera
Fritot, el propio Fernando Ortiz y más adelante Antonio Núñez
Jiménez y Felipe Pichardo Moya (Alonso, 1992). Pero esta
discusión sobre la paternidad de los dibujos no aparece referida
en las fichas manuscritas de Ortiz y sí en su libro de 1943.
Estos hechos ofrecen cierta evidencia de que el manuscrito ya estaba
elaborado hacia 1937, con anterioridad a los trabajos de Fritot.
En su obra de 1935 (ya citada), encontramos una
nota de Ortiz que todavía nos permite precisar aún
más el fechado de este documento. En la página 120
y refiriéndose al descubrimiento de Punta del Este señala:
“quien esto escribe ha podido inventariar en unas cavernas
de Isla de Pinos preciosos restos arqueológicos, las únicas
pinturas precolombinas encontradas en esta zona del archipiélago
antillano y algunos objetos indopineros -y precisa a continuación
Ortiz-, de todo lo cual se habrá de procurar su interpretación
en una monografía próxima con ilustraciones”.
Con respecto a este último detalle, vale ahora decir que
el manuscrito hallado, además de constituir un estudio pormenorizado
de los descubrimientos indígenas que se encontraron entonces
en Punta del Este, se acompaña de varias ilustraciones, ideogramas
de la Cueva del Templo reproducidos por el propio Ortiz.
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Lámina 6. Ficha
número 103 del informe manuscrito de Fernando Ortiz
que muestra los pictogramas de la Cueva del Templo
catalogados como dibujos simples y dibujos dudosos.
Estas son reproducciones de puño y letra de Ortiz. |
De modo que, justo después de terminar su
obra de compilación de estudios y exploraciones arqueológicas
realizadas en Cuba hasta 1935 y antes de que el Dr. Fritot realizara
en 1937 su visita a la cueva, Ortiz termina de redactar dicho informe.
Es decir, hacia el año de 1936 es posible datar el manuscrito.
Por estos años finales de la década del treinta, Ortiz
labora intensamente en la temática indológica. La
traducción que hiciera junto a Adrián del Valle de
la obra de Mark R. Harrington Cuba before Columbus y la segunda
edición refundida y ampliada de su obra Historia de la
arqueología indocubana, fueron editadas en 1935. En este
mismo año publica trabajos en la Revista Bimestre Cubana,
tales como la “Holgazanería de los indios” y
“Cómo eran los indocubanos”. También en
1935 publica su artículo “En Vueltabajo no hubo civilización
taína” en la Revista Cubana. En 1937 se imprime
su estudio “Cuba primitiva. Las razas indias” en una
obra mayor titulada Curso de introducción a la historia
de Cuba. Y en 1940 publica “Del tabaco entre los indoantillanos”
en su importantísimo Contrapunteo cubano del tabaco y
el azúcar. La redacción del manuscrito en 1936
se fundamenta y corresponde con el contexto bibliográfico-cronológico
antes citado.
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Lámina 7. Ficha
número 104 del informe manuscrito de Fernando Ortiz
que muestra los pictogramas de la Cueva del Templo
catalogados como dibujos compuestos. Estos croquis
son de puño y letra de Ortiz. |
Con respecto a la transcripción de este
documento, Isla de Pinos. Los descubrimientos arqueológicos,
nos encontramos con algunos inconvenientes. Por ejemplo, da la impresión
que Ortiz redactó el informe con cierta celeridad, derivado
de ello, algunas palabras resultan ininteligibles. Se generaliza
la ausencia de acentos (que ahora enmendamos) y de ciertos arcaísmos
que nos hace pensar si corregir y modernizar la ortografía
o dejarla tal como está. En otros casos se hallan situaciones
que reflejan el carácter inconcluso de algunas partes del
documento: tales como los espacios en blanco o lagunas, los análisis
al parecer no acabados o el caso de las citas indeterminadas a dibujos
y croquis.
Como me interesa presentar una transcripción
fidedigna para el uso de todos aquellos interesados en las cuestiones
de la arqueología, la historia y las artes de nuestros aborígenes,
creo entonces imprescindible presentar el documento tal cual es.
Sí me permito adicionar al texto las citas numeradas que
remiten a los dibujos. En este caso, si bien Ortiz para fundamentar
su estudio sobre un ideograma cita a la figura que lo reproduce,
sin embargo, nunca refiere la cifra de la misma dentro del escrito.
Es decir, pone entre paréntesis la palabra figura,
pero no escribe el número del dibujo que está estudiando.
Nosotros podemos numerarlos gracias a que Ortiz sí digitó
cada uno de los pictogramas que dibujó al final del informe,
y en el mismo orden de aparición y estudio dentro del texto.
En la presente obra también me permití,
siempre que pude, reproducir los dibujos realizados por Ortiz; me
auxilié convenientemente de las propias descripciones del
autor. Ello facilitó incluir los diseños dentro del
escrito y así lograr una mejor “lectura” de los
mismos.
El contenido del informe puede aislarse en cinco
partes más o menos extensas, bien definidas y consecutivamente
estructuradas. Como son:
1º- presentación y descripción
de las cuevas;
2º- destrucción del sitio arqueológico;
3º- ajuar arqueológico hallado;
4º- indicaciones con respecto al nicho ecológico; y
5º- estudio de las pinturas murales.
La primera parte -desarrollada hasta la ficha 18-,
contiene una muy breve introducción del hallazgo, así
como notas sobre la formación geológica de las grutas.
Ortiz no menciona la fuente que lo lleva a Punta del Este, pero
es sabido que en 1910 el geógrafo francés Charles
Berchon publicó su libro A través de Cuba: relato
geográfico, descriptivo y económico, donde se
hace referencia a esta “gruta profunda de 50 pies con bóveda
agujereada en chimenea y paredes adornadas de dibujos indios”
(:92). De aquí pudo tomar Ortiz la referencia.
Vale mencionar un hecho que apunta hacia cierta
reconstrucción histórica. Tradicionalmente se le adjudica
a Ortiz el haber descubierto, solamente, la Cueva Número
Uno de Punta del Este. Sin embargo, en la ficha 1 Ortiz asegura
que: “En la primera excursión efectuada, la de Abril,
se descubrieron tres cavernas en Punta del Este, y en ellas
algunos ciertos restos del arte indio” (el subrayado es mío).
Y más adelante afirma: “Las cuevas, para darle un nombre,
por el orden de su importancia arqueológica, que a la vez
lo es de su exploración, eran llamadas Cueva del Templo,
Cueva del Taller y Cueva Gacha” La Cueva del
Templo, por los dibujos que describe Ortiz, sin dudas coincide con
la actual Cueva Número Uno. Pero en las otras dos cavernas
no hallaron ninguna pictografía, “bien que una más
acuciosa exploración (al decir de Ortiz) pudiera llegar a
rectificar este criterio, aunque tuvimos empeño en hallarlas”.
Me pregunto hoy si la Cueva del Taller y la Cueva Gacha pudieran
coincidir -por su cercanía con la cueva inicial- con algunas
de las pictografiadas cuevas Número Dos, Número Tres,
Número Cuatro y Cueva de Lázaro, todas pertenecientes
al complejo arte parietal de Punta del Este.
En detalles y a partir de la ficha 3, desarrolla
Ortiz la descripción de la Cueva del Templo. Con respecto
a ello, anota nuevos elementos de comparación que bien pudieran
aclarar algunos análisis con relación a la probable
correspondencia entre la ubicación de los ideogramas y la
posición del astro solar o la incidencia de los rayos de
éste sobre algunos de los dibujos. Tesis que abordan casi
todos los estudiosos del tema y en particular Núñez
Jiménez.
Esta correspondencia se resiente con un criterio
ya vertido por Gerardo Mosquera. Todas las observaciones astrológicas
de Núñez Jiménez se basan en las características
de la entrada de la cueva y, sin embargo, en anotaciones realizadas
por Ortiz, Fritot y el propio Núñez, la “boca
de la cueva había sido objeto de los aventureros que la dinamitaron
en busca de tesoros” (Mosquera, 1983:50). Pues bien, Ortiz
en su informe nos da un nuevo dato que fundamenta lo expuesto por
Mosquera: mientras que para Fritot en 1938 y para Núñez
en 1970 la entrada de la cueva tiene entre ocho y nueve metros de
longitud por unos tres de altitud, para Ortiz en 1922 la “boca”
tiene unos cinco metros de ancho por unos tres de alto. Es
decir, si nos guiamos por el dato de Ortiz, a la entrada de la cueva
le faltan tres o cuatro metros de pared. Evidentemente las modificaciones
sufridas alteran, en esencia, esta tesis heliológica.
En las fichas 9 y 10 hace referencia Ortiz a un
plano de la Cueva del Templo que él realizó. Desdichadamente
este plano, que tantos nuevos datos pudiera ofrecernos, no se ha
encontrado. Ortiz, en su manuscrito, ofrece muy vaga información
sobre la situación de los dibujos en la cueva, la relación
entre estos y entre estos y los accidentes topográficos de
la cueva. La aparición de este plano pudiera complementar,
y mucho, los datos que aparecen en el texto.
La segunda parte, que se extiende desde la ficha
12 a la 18, relaciona la destrucción de la cueva como sitio
arqueológico. Destrucción causada, fundamentalmente,
por los moradores modernos. Desde una familia que habitara la cueva
en tiempos recientes, anteriores a la llegada de Ortiz, hasta los
explotadores del guano de murciélago y los buscadores de
tesoros de piratas. Según Ortiz en la ficha 16: “Unos
y otros removieron el suelo de la caverna, arrasaron con todos los
sedimentos, restos y objetos muebles de los antiguos pobladores,
y hasta quebrantaron el reposo de sus muertos, que allí descansaban”.
Otros sujetos, los peores como dijera Ortiz, empresas
aventureras dedicadas a la minería, entonces de halagüeñas
perspectivas, quisieron “simular burdamente las posibilidades
de una mina de hierro, arrojando en ellas unas pocas piedras parasitosas
que aun se encuentran, con el propósito, según fácilmente
parece deducirse, de engañar a incautos suscriptores de capital.
Y es lo cierto que persiguiendo el enriquecimiento rápido
allí fueron algunos, atraídos por la denuncia minera,
y deseando profundizar algo, con lo que pensaban que podía
ser yacimiento metalífero, y levantar algún peñasco
que asomaba sus grietas en el suelo de la gruta, hicieron reventar
en ella unas barrenas de dinamita, que lanzaron a lo alto pedruscos
y rocallas, que a manera de potentes martillos y cinceles quebraron
en no pocos lugares el revestimiento calcáreo con que los
artistas indios trabajosamente ornamentaron su templo subterráneo”
(ficha 18). Tal profanación al recinto sagrado hizo vibrar
las sensibles cuerdas de este hombre de cultura, que no pudo más
que responder con su prosa crítica y apasionada ante tan
despiadados testimonios.
La tercera parte, que se desarrolla desde la ficha
19 a la 71, contiene un análisis clasificatorio del ajuar
arqueológico hallado. Clasificación que, en todas
sus variantes, no tiene necesariamente que responder a las series
tipológicas de la arqueología contemporánea
por dos aspectos. Primero: a pesar de su honestidad científica,
Ortiz no era un arqueólogo; y segundo, no existía
entonces en la arqueología aborigen cubana de las décadas
veinte y treinta, un estudio clasificatorio debido de las industrias
lítica y de la concha. En otro orden, vale mencionar que
Ortiz no realizó excavación alguna en el sitio. Todo
el material colectado fue recogido en la superficie y asociado a
la Cueva del Templo y a la Cueva del Taller, ninguno en la Cueva
Gacha.
La clasificación de los materiales está
elaborada, primeramente, basándose en el tipo de materia
prima sobre el cual se elaboró la pieza. Ya sea material
lítico o conchífero. Así también se
clasifican atendiendo al probable uso cultural de la pieza, en dependencia
del tipo de huella que la misma presenta, como por la forma que
muestra. En este segundo aspecto va lógicamente implícita
la subjetividad de Ortiz. También se clasifican las posibles
técnicas de elaboración de piezas: sea tallado por
percusión, alisado por erosión o abrasión y
perforación bicónica.
Dentro del material lítico Ortiz
halla el siguiente instrumental: eolitos, percusor, majadores, morteros,
puñal, vasija, piedras horadadas (estas fundamentalmente
en la Cueva del Taller), cuentas, sumergidores de red, piedras de
encajadura y piedras de uso desconocido.
De material conchífero reporta: puñales,
puntas de lanzas, hachas, caracoles horadados, y caracol con dos
horados, vasijas de concha, caracol en elaboración, cuenta,
gubias, cucharas, graseras y caracoles enteros. Mucho preocupó
a Ortiz la presencia de las perforaciones artificiales realizadas
por los aborígenes en las piezas de concha; a ello dedica
algunas notas. Así también a las piezas que él
llamó “objetos muertos”, relacionando estas con
algún tipo de rito funeral.
|
Lámina
8. Vasija de concha hallada por Mark R. Harrington cerca de
Boca de Ovando, Maisí, Oriente de Cuba; tomado de su
libro Cuba before Columbus, 1921:190, Lámina XXXIV,
figura b. Similar a esta vasija de concha es la encontrada por
Ortiz en la Cueva del Templo, y que clasifica del tipo
A. |
 |
Lámina
9. Iguales a estas gubias de concha halló Ortiz 17 en
la Cueva del Templo. A-Halladas por Cosculluela en la
Ciénaga de Zapata, Cuba; tomado de su libro Cuatro
años en la Ciénaga de Zapata, 1918. B-Hallada
por Harrington cerca de Jauco, en el oriente de Cuba; tomado
de su libro Cuba before Columbus, 1921:190, figura 38. |
|
Lámina
10. Ejemplares de cucharas según Cosculluela y De La
Torre. Ilustración tomada del libro de Cosculluela Cuatro
años en la Ciénaga de Zapata, 1918:103. Ortiz
encuentra uno, similar a estos pero de mayor tamaño en
la Cueva del Templo y, a juzgar por él, más
bien pudiera haber servido como grasera. Algunos arqueólogos
prefieren hablar de gubias en proceso de elaboración. |
No podía faltar cierta nota característica
de toda obra ortiseana: los elementos de análisis sobre el
hecho transculturativo. Visto en este caso para cierto tipo de vasija
de concha de procedencia aborigen, la cual se refuncionaliza en
el nuevo contexto del campesino cubano. Si bien el término
transculturación data de 1940 (lo que justifica que
no aparezca en este manuscrito de 1936), vale recordar -según
el estudio de Diana Iznaga sobre el vocablo transculturación
en la obra de Fernando Ortiz- que, “todo el contenido conceptual-investigativo
del mismo, había sido desarrollado por Ortiz desde 1905 y
su propio lanzamiento respondió (...) también a la
culminación de todo un proceso investigativo y de maduración
teórica” (1989:104).
Posterior al estudio del menaje arqueológico,
aparecen indicaciones con respecto al nicho ecológico que
comprende la zona de Punta del Este. Ello con el objetivo de hacer
ver las favorables condiciones de la región para la residencia
o asentamiento de comunidades indígenas.
Finalmente, la quinta parte del manuscrito, la
más importante, es aquella que se dedica al estudio de las
pinturas murales y que se extiende desde la ficha 74 a la 104. Con
la presencia, a modo de apéndice, de dos fichas con varias
ilustraciones de los pictogramas. Según Ortiz “las
pinturas que adornan la bóveda de la Cueva del Templo (...)
le dan a este carácter y (...) constituyen lo más
interesante de ese rico depósito arqueológico”
(ficha 73).
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Lámina 11. Ficha
número 74 del informe manuscrito de Fernando Ortiz,
con la cual inicia el estudio de las pinturas murales de la
Cueva del Templo. |
Este acápite contiene una breve introducción
y referencias a las zonas de la gruta donde abundan las pinturas.
Incluye, además, la metódica de análisis para
estudiar la conformación, técnica de realización
y conceptualización de este arte.
Si bien son escasos los datos sobre el color de
los trazos y la distribución de los mismos, así como
la posición que ocupan los ideogramas que estudia, sí
describe y dibuja pinturas que no reportó Fritot ni aparecen
en ningún otro informe posterior. Si bien Fritot describe
individual y minuciosamente los conjuntos y hasta los coloca sobre
el plano de la cueva que elabora, Ortiz sólo realiza una
especie de clasificación tipológica general a la hora
de caracterizar a los dibujos. Pone su atención en los que
considera sobresalientes o paradigmáticos y obvia la particular
descripción de la mayor cantidad de dibujos posibles. Por
ello, resultan complementarios el uno del otro, los sendos informes
de estos estudiosos. Siendo el de Fritot, no cabe dudas, el informe
más completo que se haya realizado sobre una cueva con pictografías
aborígenes en Cuba. De hecho considero que la calidad del
informe del arqueólogo René Herrera Fritot haya hecho
declinar, en Ortiz, el propósito de publicar el suyo. Evidentemente,
la importancia del informe de Ortiz, ya desde entonces, sólo
recaía en sus dibujos inéditos para la historia.
La metódica de Ortiz con respecto al estudio
de los pictogramas atiende al grosor de los trazos, al color, a
la técnica de elaboración, a la cronología,
al estilo de realización y a la clasificación de tipos.
Así también como a un análisis de dibujos independientes,
de conjuntos y a la relación de éstos.
Los dibujos, según Ortiz, (“dentro
del estilo general curvilíneo que caracteriza todos los óleos
de esta gruta” -ficha 88), podemos catalogarlos en simples
y compuestos. Los simples comprenden dibujos integrados
por un sólo motivo, con personalidad propia, no resultan
elementos desgajados de un sistema. Completamente separados de los
otros, al decir de Ortiz, “salvo un nexo de relación
por nosotros ignorado” (ficha 77-78). Estos dibujos simples
los clasifica Ortiz de la siguiente manera:
a) arcos concéntricos (negro unos, rojo
otros). Este tipo de diseño generalmente ha sido confundido
con una serie de líneas concéntricas circulares borrada
en parte. Este criterio, manejado por la restauración, ha
originado la alteración configurativa de muchos dibujos.
b) circunferencias concéntricas (negro unos,
rojo otros y terceros bicolor). Estos últimos se muestran
a partir de líneas alternativas de ambos colores o “en
algún caso se hallan varias circunferencias seguidas de un
mismo color, dentro de otras sucesivas de color distinto. Pero (asegura
Ortiz) no tenemos a nuestro alcance más completos datos para
pormenorizar esta distinción” (ficha 82). En mi estudio
de 1992 sí pude clasificar, a partir del valioso informe
de Fritot, además de otros datos de Ortiz y Núñez,
una serie de tipologías y variantes en estos diseños
bicolores. Incluso, los dibujos mostraron una lista de invariantes
con respecto a la situación de los trazos de color que me
hizo sospechar la presencia de un código o sistema de “escritura”
ideográfica en Punta del Este.
c) dibujos espiraliformes (negro unos, rojo otros
y terceros bicolor). Para este último caso, no imaginamos
espiras simples bicolor. Ello sólo es posible por superposición
de trazos.
d) espiras irregulares.
e) dibujos semilunares.
Estos tres tipos de dibujos (los espiraliformes,
las espiras irregulares y semilunares), salvo las llamadas por Ortiz
“espiras cerradas”, no aparecen en ningún otro
informe, ni se encuentran hoy en los calcáreos soportes de
la cueva. Constituyen dibujos totalmente inéditos. Ellos,
o terminaron borrados por los restauradores al raspar la capa de
hollín que los cubría, o fueron alterados por los
trazos de éstos.
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Lámina 12. A. Según
Ortiz, dibujo del tipo de espiral cerrada combinada con circunferencias
concéntricas rojas. B. Según Ortiz, trazado del
tipo de semiluna encerrado en circunferencias concéntricas.
Pictogramas inferidos de la descripción y croquis que
aparece en su informe manuscrito. |
Otros, catalogados como dudosos, pudieran
ser (según considera Ortiz) dibujos compuestos o agrupación
accidental de dibujos simples. Evidentemente, y este es el caso,
el estado de los dibujos era bastante borroso. En el listado de
pictogramas que aparece en el informe de Herrera Fritot, esta situación
se hace patente.
En otro orden, los dibujos compuestos son,
al decir de Ortiz, “los más interesantes de la Cueva
del templo” (ficha 88). Resultan aquellos conjuntos en cuya
composición entran varios motivos. De estos, Ortiz define
cuatro tipos fundamentales:
a) circunferencias concéntricas externamente
cotangentes.
b) circunferencias concéntricas encerradas en otro sistema
de circunferencias concéntricas mayores.
c) circunferencias concéntricas que implican el trazado de
líneas que forman áreas trapezoides y arcos paralelos.
d) circunferencias concéntricas que contienen otras circunferencias
concéntricas, líneas y arcos superpuestos.
Incluido en el cuarto tipo reseña Ortiz
el conocido Motivo Central de la Cueva Número Uno.
La descripción que ofrece difiere, en mucho, de las que realizaron
Fritot y Núñez sobre este mismo conjunto. Ortiz no
va al detalle: no menciona el total de líneas de cada serie
concéntrica, ni la posición exacta de los diferentes
elementos superpuestos. Sin embargo, cosa curiosa, entre las descripciones
de Fritot y Núñez también se observan diferencias
e incluso enfrentamientos críticos. En mi trabajo anterior
(1992) hice referencia extensa a ello. Evidentemente los trazos
aborígenes se encontraban muy borrosos. Esto permitió
tantas descripciones e interpretaciones del diseño como autores
se entregaron a ello. La restauración de 1969, al repintar
el Motivo Central, vetó esta posibilidad e impuso su criterio.
Con respecto al origen y paternidad de estas pinturas,
Ortiz siempre fue del juicio de que los dibujos fueron realizados
por una comunidad indígena de economía arcaica. Es
decir, por aquellos grupos que practicaban la economía de
recolección y quizá la pesca, pero que no conocían
la industria alfarera; en fin, los llamados ciboneyes. En la inicial
carta de comunicación a la Academia de la Historia, en 1922,
ya anotaba, entre las “posibles derivaciones prehistóricas”,
la identidad de la civilización aborigen hallada “con
la del Occidente de Cuba, probablemente ciboney”, así
como su arte “en la fase primitiva o precalística”.
De la misma forma opina en su informe manuscrito: “verdaderas
joyas pictóricas de la civilización ciboney, del mismo
estrato cultural que la del hombre paleolítico” (ficha
88).
Después de aquella polémica originada
a raíz del redescubrimiento de la cueva por Fritot, Ortiz
seguía convencido de su elección. Fritot consideraba
a los indios taínos hacedores de este arte. Mientras que
otros como Royo Guardia, Antonio Cosculluela y Núñez
Jiménez negaban ambos criterios. Sostenían que los
creadores de estos dibujos pertenecían a una cultura materialmente
superior a la Taína, por lo que se veían obligados
a mirar hacia el continente. En realidad, la idea que tenían
estos investigadores entonces -excepto Ortiz-, consistía
en la imposibilidad de que grupos culturales con un ajuar material
muy primitivo, pudieran lograr concepciones simbólicas tan
avanzadas en cuanto a su elaboración intelectual. Se perdía
de vista, como anotara Mosquera en 1983, que las magníficas
obras parietales del franco-cantábrico pertenecían
a los grupos paleolíticos poseedores de un tosco instrumental
lítico. Es decir, se caía “en el automatismo
de establecer una igualdad mecánica entre el nivel de desarrollo
de la base material y la importancia de las manifestaciones superestructurales”
(Mosquera:39).
Ortiz, desde un inicio persuadido por la realidad
del ajuar arqueológico hallado, continuaba afirmando en 1943
que: “La Cueva de Punta del Este en Isla de Pinos puede considerarse
probablemente como de la cultura ciboney o tercera si bien no puede
excluirse en absoluto que corresponda a la cultura segunda o guanajatabey”
(:39), es decir, al hombre clasificado hoy como preagroalfarero.
Realmente es imposible, hasta donde sabemos, poder
lograr autorías y dataciones absolutas en el arte rupestre.
Su fechado y relación con el ajuar arqueológico hallado
en el suelo de la cueva es muy relativo. Según Dacal y Rivero:
“La pictografía como es natural, no forma parte de
las capas naturales que se han de encontrar en el sitio que se estudia,
haciendo de esta forma que, la determinación sobre la contemporaneidad
de una pictografía con un grupo humano determinado y la posibilidad
de que este grupo haya sido el autor de estos dibujos, tenga que
ser inferido por vías de la apreciación indirecta.
Esto, por excelente que haya sido el método aplicado siempre
está sujeto a modificaciones de acuerdo a los criterios que
se utilicen” (1986:98). No obstante, un fechado realizado
por el método del carbono-14 al material óseo preagroalfarero
encontrado en el suelo de la Cueva Número Cuatro, acusa una
antigüedad de 1100 años AP. Esta fecha resulta comparable
-al decir de Rivero de la Calle- “con los obtenidos en otros
sitios que son estilísticamente parecidos entre si”
(1987:477).
En otro orden se atiende a las posibilidades de
interpretación o lectura de estos dibujos de solución
abstracta. Según anota Ortiz en la ficha 96: “Debemos
advertir que las expresiones debajo, superior o inferior
usadas en la descripción (...) de las (...) pinturas
es puramente convencional, fijada en relación con el (sic)
posición del dibujo en el papel, cual a su vez obedeció
al trazado que se hizo en la Cueva del Templo desde el lugar que
resultó más cómodo ó desde aquel donde
se contemplaba el ideograma concediéndole una mayor eficacia
decorativa. Advertimos esto porque alguna interpretación
simbólica de esas pinturas puede variar según la posición
o plano de relatividad en que se entiende situados los elementos
lineales del símbolo”. Y es que Ortiz, convencido del
carácter abstracto de estos ideogramas, jamás intentó
forzar el hecho interpretativo para otorgar el carácter de
dibujos figurativos -tanto antropomorfos como zoomorfos- a ninguno
de estos emblemas. Otros autores que sí lo hicieron, y lo
hacen hoy, se ven incluso en la obligación de alterar la
posición vertical que originalmente tienen (en la pared-soporte)
algunos de estos diseños, para entonces lograr un reconocimiento
en sus estructuras.
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Lámina 13. Según
Ortiz, una de las pinturas más sugestivas de la Cueva
del Templo. Pictograma inferido de la descripción
que aparece en su informe manuscrito y corroborado por la ilustración
que de este diseño publicó en su libro de 1943
Las cuatro culturas indias de Cuba. |
Frente a las interpretaciones figurativas de Fritot,
Royo, Cosculluela y Núñez, siempre mantuvo Ortiz la
máxima de “leer” en los ideogramas símbolos
antropomorfizados o zoomorfizados (como él apuntara) en las
mentes de sus hacedores, pero no en las expresiones plásticas
de su arte. El arte de Punta del Este, según Ortiz, “todo
el simbolismo y sin esfuerzo realista, trata de representar por
emblemas simples y casi exclusivamente lineales y geométricos
sus conceptos de lo sobrenatural” (1943:133). Lo que demuestra
interpretaciones antípodas con respecto a las lecturas de
dicho arte.
Por último, queda pendiente el hallazgo
del plano de la Cueva del Templo que confeccionó Ortiz. Su
aparición completará en gran medida la información
sobre el mural indopinero. Además, al ser propósito
de este trabajo el servir de base para posteriores investigaciones
sobre la arqueología, la etnología y la simbología
indígena de Punta del Este, agregamos al mismo la mayor cantidad
de ilustraciones y dibujos posibles; estos últimos logrados
a partir de los croquis y descripciones del propio Ortiz. Cabe agregar
que al término del informe de Ortiz, presentamos un listado
bibliográfico (cronológicamente ordenado) de estudios
indológicos realizados por él y que se encuentran
publicados de manera dispersa en revistas y separatas de revistas.
Lo cual propiciará, al investigador interesado, la ordenada
consulta de los mismos.
Bibliografía -cronológicamente ordenada-
sobre estudios indigenistas en la obra de Fernando Ortiz.
1913-"Los Caneyes de Muertos". Cuba
y América, La Habana, 2a Epoca, V. I, no.2, nov., 1913,
: 59-64; no.4, enero, 1914, : 55-158.
1921-"El vocablo conuco". Cuba Contemporánea.
La Habana, T-XXVII, no.107, nov., : 227-239.
1922-"Carta de comunicación a la Academia de la Historia
de Cuba del 24 de mayo". En: "Informe sobre una exploración
arqueológica a Punta del este, Isla de Pinos, realizada por
el Museo Antropológico Montané de la Universidad de
La Habana. Localización y estudio de una cueva con pictografías
y restos de un ajuar aborigen" por René Herrera Fritot;
Universidad de La Habana, nos. 20-21, año 3, La Habana,
Cuba, 1938, : 31-32.
1922-"Historia de la arqueología cubana". Separata
de la revista Cuba Contemporánea, año 10, t-30,
no.117, septiembre, La Habana, Cuba, 76p.
1922-Historia de la arqueología indocubana. Siglo
XX, La Habana, Cuba, 107p.
1923-"Los últimos descubrimientos arqueológicos
en Cuba". Cuba Contemporánea, t-XXI, no. 121,
enero, La Habana, Cuba, : 54-84.
1924-"Las piedras del rayo. Folklore religioso del cubano".
Archivos del Folklore Cubano. v.I, no.2, abril, La Habana,
: 172-173.
1925-"Las nuevas orientaciones de la prehistoria cubana. Cosculluela
Barrera, Juan Antonio, Discursos". Academia de la Historia,
La Habana, : 29-63.
1926-"Toung-Dekien. De l’origine des americains précolombiens".
Río de Janeiro, 1923. Bibliografía. Archivos del
Folklore Cubano. v. II, no.1, enero, La Habana, : 96.
1930-"Narciso R. Colmon. Ñande ipi cuéra (Nuestros
antepasados) Asunción, 1929. Bibliografía". Archivos
del Folklore Cubano. Vol. V, no.1, ene.-mar., La Habana, : 95.
1930-"Oswaldo Orico. Os mithos amerindios. Bibliografía".
Archivos del Folklore Cubano. Vol.V, no.1, ene.-nov.,La Habana,
: 93-95.
1932-"La esclavitud de los indios en el Nuevo Mundo".
La Nueva Democracia, v. XIII, no.27, julio, : 22-23.
1932-"Introducción". Historia de la esclavitud
de los indios en el Nuevo Mundo de José Antonio Saco.
Colección de Libros Cubanos, v. XXVIII, 2 tomos, La Habana,
Cuba, : V-VI.
1934-"Cuba Prehispánica" (“publicará
en breve la editorial González Parto, de La Habana”;
según Fernando Ortiz, Historia de la Arqueología
indocubana, 1935 : 358)
1934-"Sobre la presentación de un mapa arqueológico
e histórico que hacía el cartógrafo Sr. Segeth".
Revista de la Sociedad Geográfica de Cuba, año
VII, no.1 y 2, La Habana, : 12-15.
1935-Cuba antes de Colón e Historia de la arqueología
indocubana. Traducción de Cuba before Columbus
de Mark R. Harrington por Fernando Ortiz y Adrián del Valle
e Historia de la arqueología indocubana de Fernando
Ortiz en su segunda edición, refundida y aumentada. Colección
Libros Cubanos, La Habana, Cuba, 436p.
1935-"Cómo eran los indocubanos". Revista Bimestre
Cubana, v.XXXV, no.1, ene.-feb., La Habana, Cuba, : 25-41.
1935-"La holgazanería de los indios". Revista
Bimestre Cubana, v.XXXV, no.1, ene.-feb., La Habana, Cuba, :
42-54.
1935-"En vueltabajo no hubo civilización Taína".
Revista Cubana. Vol. I, no. 2 y 3, feb.-mar., Habana, : 187-221.
1936 (ca.)-Isla de Pinos. Los descubrimientos arqueológicos.
Fondo Fernando Ortiz. Carpeta 10. Arqueología (II). Desde
42-46. Archivo de Literatura del Instituto de Literatura y Lingüística
de la Academia de Ciencias de Cuba, C. de La Habana, Cuba, s/f.
Informe manuscrito. 102 tarjetas con texto y 2 con ilustraciones.
Existe en el archivo, del original manuscrito, original y copia
mecanuscrita con erratas y lagunas.
1937-"Cuba primitiva. Las razas indias". Curso de introducción
a la Historia de Cuba, La Habana, Cuba, : 32-45.
1940-"Del tabaco entre los indoantillanos". Contrapunteo
cubano del tabaco y el azúcar. C. de La Habana, Cuba,
: 114-210.
1942-"Por Colón se descubrieron dos mundos". Revista
Bimestre Cubana, v.L, no.2, sept.-oct., La Habana, Cuba, : 80-190.
1943-"Nuevas teorías sobre las culturas indias de Cuba".
Revista Bimestre Cubana, v.LII, no. 1, jul.-ago. C. de La
Habana, Cuba, : 5-17.
1943-"Las culturas indias de Cuba o Culturas precolombinas
de Cuba" por Fdo. Ortiz, José A. Cosculluela y otros.
La Habana.
1943-Las cuatro culturas indias de Cuba. La Habana, Cuba,
176p.
1944-"Las cuatro culturas de los indios de Cuba". Sobretiro
de Acta Americana, v.II, nos.1 y 2, ene.-jun., : 80-84.
1944-"Últimas ideas sobre los indios de Cuba".
Gaceta del Caribe, año 1, no.3, mayo, La Habana, :
2-3.
1946-"El instrumento que los indocubanos llamaban tabaco;
corrección de un error". Revista Tabaco, año
XIV, no. 152, ene., La Habana, : 17-22.
1947-El huracán, su mitología y sus símbolos.
Fondo de Cultura Económica, México, 686p.
1947-"El Dios Llora-Lluvias de los indios cubanos".
Bohemia, año 39, no.28, jul. 13, La Habana, : (3),
72-73.
1947-"Los caneyes de los indios cubanos". Bohemia,
año 39, no.47, nov. 23, La Habana, : 24, 25, 77, ilust.
1948-"La música y los areitos de los indios de Cuba".
Sobretirada de la Revista de Arqueología y etnología,
La Habana, Cuba, 79p.
1949-"Prólogo". Bartolomé de las Casas.
Pensador político, historiador, antropólogo de
Lewis Hanke. Sociedad Económica de Amigos del País,
La Habana, Cuba, : IX-XIV.
1951-"El güiro de Mayubá o de Joba". Homenaje
al doctor Alfonso Caso. México, : 299-315.
1952-"La leyenda negra contra Fray Bartolomé".
Cuadernos Americanos, año XI, v.LXV, sept.-oct., México,
: 146-184.
1954-"Prólogo". Estudios de etnología
antigua de Venezuela. Universidad Central de Venezuela, : IX-XX.
1955-"Presentación y glosa de Fray Bartolomé".
Revista Bimestre Cubana, c.LXX, no.1, ene.-dic., La Habana,
Cuba, : 184-210.
1957-"Intrumentos musicales indoamericanos". Revista
Interamericana de Bibliografía, v-VII, no.4, oct.-dic.,
Washington, D.C., : 381-387.
Ciudad de La Habana, 1993. 
(una versión de este artículo aparece
en la Revista del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico
y el Caribe, Nº18, Puerto Rico. 1998.)
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