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ortiz y la cueva del templo o el inédito informe de don fernando.

Por José Ramón Alonso Lorea.

He sido testigo, sobre todo en mi etapa de estudiante, de que en todo discurso que reseñe de una u otra forma la amplísima obra de Don Fernando Ortiz, siempre (o casi siempre) han monologado sus estudios afrocubanos. Si bien estos ocupan buena parte de su labor intelectual, también fueron otros los estudios a los que dedicara encomiable y gustosa atención. Me refiero a sus trabajos sobre arqueología aborigen de Cuba (no siendo él arqueólogo) y en particular, a sus análisis sobre las artes indígenas de esta antilla.

Cuando inicié la indagación histórico-bibliográfica referida a los estudios que se habían realizado sobre el sitio indoarqueológico Punta del Este, surgió ante mí el enigma de Ortiz y la Cueva del Templo. Cueva del Templo como le llamara Ortiz, o Cueva Número Uno de Punta del Este, como actualmente se le conoce; zona arqueológica ubicada en la porción sureste de la antigua Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud, Cuba. “Joya arqueológica del arte rupestre antillano” (Rivero de la Calle, 1987).

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Lámina 1. Localización del sitio arqueológico Punta del Este, Isla de Pinos (actual Isla de la Juventud), Cuba.

En aquel momento me interesaba una investigación que analizara el carácter “estético”-simbólico del arte rupestre allí existente: expresión simbólica que constituye, por la prodigalidad en paredes y techo de un particular modo de hacer, expresión sui generis del arte indígena en el Caribe, en América y posiblemente en el mundo. No por gusto Ortiz bautizó estos murales como la “Capilla Sixtina” de nuestro arte aborigen. El resultado de dicha indagación fue aquella monografía titulada El arte mural indio de Punta del Este: estética y símbolo, estructura y análisis, de la cual el actual estudio es deudor.

Pues bien, en los textos inicialmente consultados, aquellos magníficos informes del arqueólogo René Herrera Fritot, que detallan el redescubrimiento, en 1937, de la zona arqueológica en cuestión, nos encontramos (por primera vez) con los hechos que ahora nos interesan. Por ejemplo: fue Fernando Ortiz quien en abril de 1922 protagonizó para las ciencias y el arte cubanos, de manera preliminar, el descubrimiento del más importante y pretérito exponente pictográfico -del llamado arte de la abstracción geométrica- que legara nuestro pasado indígena al patrimonio cultural cubano. Sobre ello anotó Fritot que era “de justicia señalar aquí que este gran Etnólogo e Historiador fue el verdadero descubridor de este valioso legajo aborigen” (1938:31).

Fue Fernando Ortiz, además, el que comunicó en breve carta a la Academia de la Historia de Cuba dicho descubrimiento, al cual llamó “los restos de un templo precolombino”. Así como algunas de sus “posibles derivaciones prehistóricas”, según anota, que constituyen -por la fecha de su exposición, mayo de 1922- afirmaciones ciertamente audaces con respecto al nivel en que se encontraban los estudios de arqueología aborigen cubana para aquella época. Cuales son, por ejemplo: analogar la población de la Isla de Pinos con la del occidente de Cuba, y encontrar unidad etnográfica de estos pobladores con los de América continental. En ocasión de tan “agradables estudios”, como expresó Ortiz al referirse a los trabajos indológicos, consulté dicha carta, la cual permaneció inédita hasta que en 1938 Herrera Fritot la insertara, íntegra, en su conocido reporte del redescubrimiento de la cueva. Por necesidades propias de este estudio, y con la intención de conservar dicho documento, he decidido reproducir nuevamente el texto en el presente trabajo.

También fue Ortiz quien, luego de prometer un posterior informe pormenorizado de lo descubierto -estudio, clasificación e interpretación según él- en aquella comunicación a la Academia de la Historia, guardó silencio del hecho, salvo excepcionales y brevísimas notas en posteriores publicaciones. Según escribiera Ortiz en dicha carta: “estimo que por la novedad de lo descubierto será de interés para la Academia un informe pormenorizado, que a mi modesto juicio hará posible la proposición de algunas interesantes deducciones paletnológicas” (sic). En este mismo año hace Ortiz extensión pública de ese futuro informe en la página 37 de su Historia de la arqueología indocubana de 1922. Sin embargo, dicho estudio nunca vio la luz.

La ausencia de este informe a lo largo de setenta años propició ciertos desajustes históricos a los cuales me referiré más adelante. El propio retardo de la información y del análisis del material arqueológico colectado y del arte pictográfico allí encontrado, impidió el inicial y progresivo estudio de los mismos desde el propio descubrimiento. Por ello, cuando en 1938 Herrera Fritot reportó su hallazgo, anotaba lo siguiente: “En el año pasado, un amigo nuestro, el Sr. César Cajigas, nos informó la existencia de una cueva con dibujos en colores, en Isla de Pinos, brindándose a llevarnos al lugar. Como el Dr. Ortiz no había indicado el lugar de su descubrimiento, sólo suponíamos, por ser en la misma Isla de Pinos, que se tratare del mismo” (1938 b:40). De la misma manera, el profesor Fernando Royo Guardia, quien acompañó a Fritot en aquella excursión de 1937 reafirma: “pronto adquirimos la convicción de que la citada cueva era la misma que en 1922 visita el Dr. Fernando Ortiz y más tarde el Dr. Carlos de la Torre, cayendo luego en el olvido” (1939:289). Incluso, en la ilustrada obra Historia general del arte de la Editorial Espasa-Calpe, en el tomo I de su edición príncipe de 1931, el profesor José Pijoan, entre desacertados enfoques sobre las artes de los aborígenes de las Antillas, asegura ciertamente que del arte pictográfico de Cuba conocía “unas pictografías de la Isla de Pinos, todavía mal estudiadas”.

Sin embargo, con relación a la localización del hallazgo arqueológico vale apuntar, sobre la nota de Fritot, que Ortiz sí señaló el lugar de su descubrimiento. Ello aparece en el mapa de la Isla de Pinos que publicó en su libro de 1935 Historia de la arqueología indocubana (segunda edición refundida y aumentada). En la zona que Ortiz llama “Cabo del este” dibuja tres signos que -en la simbología arqueológica creada por él y Ernesto Segeth- representan, respectivamente, a una región de cultura ciboney, con enterrorio y pictografías.

 

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Lámina 2. Fragmento del mapa arqueológico del extremo occidental de Cuba propuesto por Fernando Ortiz y Ernesto Segeth en Historia de la arqueología indocubana, 1935. En él aparece localizado el descubrimiento de Ortiz en la Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud.

Así las cosas, y a pesar de todo lo antes expuesto, fui del criterio de que, la no publicación del tan ofrecido informe no implicaba la no realización del mismo. Lo cual me llevó a la tarea de su acuciosa búsqueda. Y... ¡qué satisfacción al ver coronado tal empeño con el hallazgo del tan mencionado informe! El hecho ocurrió cuando prácticamente había concluido la inicial investigación, con el consiguiente procesamiento de datos totales. El nuevo texto, sin fechar y titulado Isla de Pinos. Los descubrimientos arqueológicos, consiste en un ilustrado opúsculo totalmente inédito; elaborado sobre 104 fichas de cartulina y enumeradas, manuscrito por Ortiz y dedicado exclusivamente a sus averiguaciones en las cuevas de Punta del Este.

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Lámina 3. Ficha número 1 del informe manuscrito Isla de Pinos. Los descubrimientos arqueológicos de Fernando Ortiz Fernández.

Éste se halla dentro de un sobre con la siguiente clasificación: Fondo Fernando Ortiz. Carpeta 10. Arqueología II. Desde 42-46. Cuidadosamente guardado en el archivo de literatura del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba bajo el cuidado de la licenciada María del Rosario Díaz, quien tan amablemente me facilitó el estudio del mismo. Junto a estas fichas manuscritas aparecen otras fichas mecanografiadas -original y copia- que reproducen, con algunas incorrecciones y lagunas, el texto de Ortiz. Del estudio e importancia de este manuscrito que hoy pongo a consideración del lector, es que “habla” el presente trabajo.

De hecho, ya se hace imprescindible, para la investigación arqueológica de este sitio, consultar dicho informe; y más si se tiene en cuenta trabajar -por supuesto- el arte rupestre intensamente desarrollado en estas grutas. Y es que Ortiz tuvo la dicha de visitar la Cueva del Templo y contemplar el mural pictórico mucho antes que la habitara el célebre Antonio Isla. El cual, con su cocina de carbón instalada en el interior del recinto cavernario, había cubierto de hollín buena parte del techo de la cueva y por tanto dañado los dibujos realizados en esta zona. Cuenta Ortiz en 1943 que: “El sol bañaba al amanecer ese dibujo central, cuando estaba sin obstruir la entrada de la cueva. Así lo vimos nosotros en Abril de 1922 (...) por toda la bóveda entonces limpia de humo” (:127). Sobre el mismo hecho anotó Felipe Pichardo Moya en 1945: “Ortiz pudo ver en 1922 dibujos que en 1938 no encontró Herrera Fritot” (:69).

Por otro lado, en el año 1944, a consecuencias de un mal tiempo, según escribe Antonio Núñez Jiménez, algunos marineros para guarecerse vivieron algunos días en el interior de la cueva y dañaron considerablemente algunos de los dibujos. Al respecto anotó Núñez que “a la luz de las lámparas de gasolina contemplamos el desagradable espectáculo de la casi total destrucción de las pictografías de estas grutas (...) muchos de los dibujos no son ya la sombra de lo que eran hace sólo dos años” (1947:221-222). A esta situación habría que sumarle que finalizando la década del sesenta se realizó los trabajos de restauración directa -repinte- sobre los dibujos parietales. El resultado de ello hizo afirmar al crítico de arte Gerardo Mosquera, lo molesto “del aspecto falso, como de ‘acabados de salir del horno’ que presentan los repintados en 1969: hubiera sido preferible protegerlos y respetar su apariencia original” (1983:36). Es decir, que hoy contamos con la imagen restaurada de muchos de aquellos originales.

Con respecto al hecho de la restauración he dejado bien claro mi criterio en 1992 cuando anoté que, en primera instancia, “trabajaría con toda la documentación existente sobre el arte mural de Punta del Este que fuese anterior a la restauración. Por lógica, algo se hace muy evidente, soy enemigo, irrestricto, de todo tipo de restauración directa sobre pinturas parietales aborígenes. Y más cuando no se cuenta con las técnicas suficientes para lograr un resultado adecuado”.

El haber podido apreciar y describir en toda su magnitud el auténtico desenvolvimiento de los trazos coloreados de los hacedores aborígenes, le otorgan a este manuscrito de Ortiz extraordinaria importancia y particular vigencia para las investigaciones actuales. Incluso, si bien algunos de sus criterios, sobre todo los clasificatorios, hoy la arqueología puede desecharlos, sin embargo, fue Ortiz el único testigo ocular con entrenamiento científico que nos describió, dibujó y valoró diseños aborígenes que nadie más viera. Cubiertos por Antonio Isla y arrancados de su contexto por la restauración, algunas de las pinturas perdidas de Punta del Este sólo tienen un puente a nosotros, y este puente es el informe inédito de Don Fernando. Por ello se hace necesario realizar algunas elucidaciones que ofrezcan pautas para posteriores estudios a partir del documento. Empecemos, para esto, averiguando el posible fechado de este escrito.

Al parecer, desde el mismo momento del descubrimiento, Ortiz se dio a la tarea de su estudio. En la propia carta que en mayo de 1922 presentó a la Academia de la Historia de Cuba anotó: “Estoy actualmente estudiando, clasificando e interpretando algunos de los objetos hallados así como las pictografías que se conservan”. Sin embargo, durante más de diez años se vio prolongado este estudio. En la segunda versión de su Historia de la arqueología indocubana de 1935 expresa Ortiz al respecto: “Recordamos por nuestra parte, el descubrimiento que tuvimos la suerte de hacer en Isla de Pinos de una cueva ornamentada con profusión de dibujos simbólicos, cuyo relato hemos tenido que ir retrasando lamentablemente” (:292). Pienso que el carácter inquisitivo con que Ortiz se enfrentaba a la investigación, así como la escasez -en aquellos años- de estudios arqueológicos de esta índole en Cuba, hayan conspirado en la demora de dicho informe. El mismo Ortiz aseguró en su comunicación a la Academia de la Historia lo siguiente: “Aún habré de tardar algún tanto en ultimar el trabajo, no tanto por lo breve del tiempo que mis ocupaciones me permiten dedicar a esos agradables estudios, como por la necesidad de un cuidadoso análisis comparativo, que requiere una muy amplia base de documentación extranjera, aquí no siempre fácil de adquirir”.

No obstante, algunos elementos nos permiten determinar la fecha aproximada en que se realizó este documento. Escrito que parece resumir los estudios que Ortiz hizo sobre el sitio arqueológico Punta del Este durante aquellos años. El primer indicio de datación nos lo ofrece Ortiz en la ficha número uno de su manuscrito. Inicia esta de la siguiente manera: “En la primera excursión efectuada, la de Abril, se descubrieron tres cavernas en Punta del Este” (el subrayado es mío). Al puntualizar que era “la primera excursión efectuada”, pues lógicamente se infiere de ello, por lo menos, una segunda visita a la cueva.

Por nota de su libro Las cuatro culturas indias de Cuba de 1943, sabemos que en 1929 -siete años después de la primera excursión- Ortiz explora nuevamente el recinto arqueológico. Hecho que nos permite asegurar, entonces, que las fichas están escritas posterior al año 1929. De este segundo viaje queda como testimonio la instantánea que le sacara al emblema flechiforme rojo del nombrado Motivo Central. Por lo que parece, de las publicadas, es la fotografía más antigua realizada a dibujos rupestres indocubanos.

Lámina 4 Lámina 4. Fotografía realizada por Ortiz en 1929 al pictograma “flechiforme” rojo superpuesto en el Motivo Central. Tomado de su libro Las cuatro culturas indias de Cuba de 1943:175).

Otros datos nos permiten afirmar que con anterioridad al año 1937, es decir, antes de la llegada de Herrera Fritot a la cueva, ya el manuscrito estaba terminado. Por ejemplo: en la ficha 12 Ortiz asegura que “la cueva ha debido ser habitada. Y efectivamente lo ha sido. Hoy no lo es”; reafirmando más adelante en la ficha 15: “Desde hace años la cueva está habitada sólo por algunas arañas y alacranes, y no pocos murciélagos, supervivientes de centenarias generaciones que en el recodo de la galería, se aferran a sus oquedades y se resisten a entregar al hombre el último gabinete de su palacio”. Sin embargo, ya en el año 1937, Antonio Isla moraba dentro del recinto cavernario. El hollín que desprendía su cocina de carbón, instalada a la izquierda de la boca de la cueva, entonces cubría gran parte del lienzo calcáreo y, por tanto, buena parte de los dibujos indígenas. De ello fueron testigos oculares los exploradores que junto a Herrera Fritot visitaron la cueva aquel año.

Lámina 5 Lámina 5. Fotografía que publica la revista Memorias de la Sociedad Geográfica, No._, año 192_ :59. Pudiera ser esta la familia que habitó la Cueva del templo por aquellos años anteriores a la llegada de Ortiz a la gruta. En la revista la foto tiene el siguiente pie: “Cueva de murciélagos, antigua habitación india, Isla de Pinos. (Fot. Tte. D. J. Pérez).” La revista pertenece al archivo personal del profesor Manuel Rivero de la Calle, quien la prestó para esta investigación.

Asimismo, y a partir de la expedición efectuada por Fritot y de sus informes de 1938 y 1939, comienzan a publicarse diversos estudios y análisis de procedencia y paternidad de estos ideogramas. A más de diversos, también divergentes. En torno a esta polémica figuran importantes personalidades de nuestras ciencias, tales como Carlos de la Torre y Huerta, Fernando Royo Guardia, José Antonio Cosculluela, René Herrera Fritot, el propio Fernando Ortiz y más adelante Antonio Núñez Jiménez y Felipe Pichardo Moya (Alonso, 1992). Pero esta discusión sobre la paternidad de los dibujos no aparece referida en las fichas manuscritas de Ortiz y sí en su libro de 1943. Estos hechos ofrecen cierta evidencia de que el manuscrito ya estaba elaborado hacia 1937, con anterioridad a los trabajos de Fritot.

En su obra de 1935 (ya citada), encontramos una nota de Ortiz que todavía nos permite precisar aún más el fechado de este documento. En la página 120 y refiriéndose al descubrimiento de Punta del Este señala: “quien esto escribe ha podido inventariar en unas cavernas de Isla de Pinos preciosos restos arqueológicos, las únicas pinturas precolombinas encontradas en esta zona del archipiélago antillano y algunos objetos indopineros -y precisa a continuación Ortiz-, de todo lo cual se habrá de procurar su interpretación en una monografía próxima con ilustraciones”. Con respecto a este último detalle, vale ahora decir que el manuscrito hallado, además de constituir un estudio pormenorizado de los descubrimientos indígenas que se encontraron entonces en Punta del Este, se acompaña de varias ilustraciones, ideogramas de la Cueva del Templo reproducidos por el propio Ortiz.

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Lámina 6. Ficha número 103 del informe manuscrito de Fernando Ortiz que muestra los pictogramas de la Cueva del Templo catalogados como dibujos simples y dibujos dudosos. Estas son reproducciones de puño y letra de Ortiz.

De modo que, justo después de terminar su obra de compilación de estudios y exploraciones arqueológicas realizadas en Cuba hasta 1935 y antes de que el Dr. Fritot realizara en 1937 su visita a la cueva, Ortiz termina de redactar dicho informe. Es decir, hacia el año de 1936 es posible datar el manuscrito. Por estos años finales de la década del treinta, Ortiz labora intensamente en la temática indológica. La traducción que hiciera junto a Adrián del Valle de la obra de Mark R. Harrington Cuba before Columbus y la segunda edición refundida y ampliada de su obra Historia de la arqueología indocubana, fueron editadas en 1935. En este mismo año publica trabajos en la Revista Bimestre Cubana, tales como la “Holgazanería de los indios” y “Cómo eran los indocubanos”. También en 1935 publica su artículo “En Vueltabajo no hubo civilización taína” en la Revista Cubana. En 1937 se imprime su estudio “Cuba primitiva. Las razas indias” en una obra mayor titulada Curso de introducción a la historia de Cuba. Y en 1940 publica “Del tabaco entre los indoantillanos” en su importantísimo Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. La redacción del manuscrito en 1936 se fundamenta y corresponde con el contexto bibliográfico-cronológico antes citado.

Lámina 7. Ficha número 104 del informe manuscrito de Fernando Ortiz que muestra los pictogramas de la Cueva del Templo catalogados como dibujos compuestos. Estos croquis son de puño y letra de Ortiz.

Con respecto a la transcripción de este documento, Isla de Pinos. Los descubrimientos arqueológicos, nos encontramos con algunos inconvenientes. Por ejemplo, da la impresión que Ortiz redactó el informe con cierta celeridad, derivado de ello, algunas palabras resultan ininteligibles. Se generaliza la ausencia de acentos (que ahora enmendamos) y de ciertos arcaísmos que nos hace pensar si corregir y modernizar la ortografía o dejarla tal como está. En otros casos se hallan situaciones que reflejan el carácter inconcluso de algunas partes del documento: tales como los espacios en blanco o lagunas, los análisis al parecer no acabados o el caso de las citas indeterminadas a dibujos y croquis.

Como me interesa presentar una transcripción fidedigna para el uso de todos aquellos interesados en las cuestiones de la arqueología, la historia y las artes de nuestros aborígenes, creo entonces imprescindible presentar el documento tal cual es. Sí me permito adicionar al texto las citas numeradas que remiten a los dibujos. En este caso, si bien Ortiz para fundamentar su estudio sobre un ideograma cita a la figura que lo reproduce, sin embargo, nunca refiere la cifra de la misma dentro del escrito. Es decir, pone entre paréntesis la palabra figura, pero no escribe el número del dibujo que está estudiando. Nosotros podemos numerarlos gracias a que Ortiz sí digitó cada uno de los pictogramas que dibujó al final del informe, y en el mismo orden de aparición y estudio dentro del texto.

En la presente obra también me permití, siempre que pude, reproducir los dibujos realizados por Ortiz; me auxilié convenientemente de las propias descripciones del autor. Ello facilitó incluir los diseños dentro del escrito y así lograr una mejor “lectura” de los mismos.

El contenido del informe puede aislarse en cinco partes más o menos extensas, bien definidas y consecutivamente estructuradas. Como son:

1º- presentación y descripción de las cuevas;
2º- destrucción del sitio arqueológico;
3º- ajuar arqueológico hallado;
4º- indicaciones con respecto al nicho ecológico; y
5º- estudio de las pinturas murales.

La primera parte -desarrollada hasta la ficha 18-, contiene una muy breve introducción del hallazgo, así como notas sobre la formación geológica de las grutas. Ortiz no menciona la fuente que lo lleva a Punta del Este, pero es sabido que en 1910 el geógrafo francés Charles Berchon publicó su libro A través de Cuba: relato geográfico, descriptivo y económico, donde se hace referencia a esta “gruta profunda de 50 pies con bóveda agujereada en chimenea y paredes adornadas de dibujos indios” (:92). De aquí pudo tomar Ortiz la referencia.

Vale mencionar un hecho que apunta hacia cierta reconstrucción histórica. Tradicionalmente se le adjudica a Ortiz el haber descubierto, solamente, la Cueva Número Uno de Punta del Este. Sin embargo, en la ficha 1 Ortiz asegura que: “En la primera excursión efectuada, la de Abril, se descubrieron tres cavernas en Punta del Este, y en ellas algunos ciertos restos del arte indio” (el subrayado es mío). Y más adelante afirma: “Las cuevas, para darle un nombre, por el orden de su importancia arqueológica, que a la vez lo es de su exploración, eran llamadas Cueva del Templo, Cueva del Taller y Cueva Gacha” La Cueva del Templo, por los dibujos que describe Ortiz, sin dudas coincide con la actual Cueva Número Uno. Pero en las otras dos cavernas no hallaron ninguna pictografía, “bien que una más acuciosa exploración (al decir de Ortiz) pudiera llegar a rectificar este criterio, aunque tuvimos empeño en hallarlas”. Me pregunto hoy si la Cueva del Taller y la Cueva Gacha pudieran coincidir -por su cercanía con la cueva inicial- con algunas de las pictografiadas cuevas Número Dos, Número Tres, Número Cuatro y Cueva de Lázaro, todas pertenecientes al complejo arte parietal de Punta del Este.

En detalles y a partir de la ficha 3, desarrolla Ortiz la descripción de la Cueva del Templo. Con respecto a ello, anota nuevos elementos de comparación que bien pudieran aclarar algunos análisis con relación a la probable correspondencia entre la ubicación de los ideogramas y la posición del astro solar o la incidencia de los rayos de éste sobre algunos de los dibujos. Tesis que abordan casi todos los estudiosos del tema y en particular Núñez Jiménez.

Esta correspondencia se resiente con un criterio ya vertido por Gerardo Mosquera. Todas las observaciones astrológicas de Núñez Jiménez se basan en las características de la entrada de la cueva y, sin embargo, en anotaciones realizadas por Ortiz, Fritot y el propio Núñez, la “boca de la cueva había sido objeto de los aventureros que la dinamitaron en busca de tesoros” (Mosquera, 1983:50). Pues bien, Ortiz en su informe nos da un nuevo dato que fundamenta lo expuesto por Mosquera: mientras que para Fritot en 1938 y para Núñez en 1970 la entrada de la cueva tiene entre ocho y nueve metros de longitud por unos tres de altitud, para Ortiz en 1922 la “boca” tiene unos cinco metros de ancho por unos tres de alto. Es decir, si nos guiamos por el dato de Ortiz, a la entrada de la cueva le faltan tres o cuatro metros de pared. Evidentemente las modificaciones sufridas alteran, en esencia, esta tesis heliológica.

En las fichas 9 y 10 hace referencia Ortiz a un plano de la Cueva del Templo que él realizó. Desdichadamente este plano, que tantos nuevos datos pudiera ofrecernos, no se ha encontrado. Ortiz, en su manuscrito, ofrece muy vaga información sobre la situación de los dibujos en la cueva, la relación entre estos y entre estos y los accidentes topográficos de la cueva. La aparición de este plano pudiera complementar, y mucho, los datos que aparecen en el texto.

La segunda parte, que se extiende desde la ficha 12 a la 18, relaciona la destrucción de la cueva como sitio arqueológico. Destrucción causada, fundamentalmente, por los moradores modernos. Desde una familia que habitara la cueva en tiempos recientes, anteriores a la llegada de Ortiz, hasta los explotadores del guano de murciélago y los buscadores de tesoros de piratas. Según Ortiz en la ficha 16: “Unos y otros removieron el suelo de la caverna, arrasaron con todos los sedimentos, restos y objetos muebles de los antiguos pobladores, y hasta quebrantaron el reposo de sus muertos, que allí descansaban”.

Otros sujetos, los peores como dijera Ortiz, empresas aventureras dedicadas a la minería, entonces de halagüeñas perspectivas, quisieron “simular burdamente las posibilidades de una mina de hierro, arrojando en ellas unas pocas piedras parasitosas que aun se encuentran, con el propósito, según fácilmente parece deducirse, de engañar a incautos suscriptores de capital. Y es lo cierto que persiguiendo el enriquecimiento rápido allí fueron algunos, atraídos por la denuncia minera, y deseando profundizar algo, con lo que pensaban que podía ser yacimiento metalífero, y levantar algún peñasco que asomaba sus grietas en el suelo de la gruta, hicieron reventar en ella unas barrenas de dinamita, que lanzaron a lo alto pedruscos y rocallas, que a manera de potentes martillos y cinceles quebraron en no pocos lugares el revestimiento calcáreo con que los artistas indios trabajosamente ornamentaron su templo subterráneo” (ficha 18). Tal profanación al recinto sagrado hizo vibrar las sensibles cuerdas de este hombre de cultura, que no pudo más que responder con su prosa crítica y apasionada ante tan despiadados testimonios.

La tercera parte, que se desarrolla desde la ficha 19 a la 71, contiene un análisis clasificatorio del ajuar arqueológico hallado. Clasificación que, en todas sus variantes, no tiene necesariamente que responder a las series tipológicas de la arqueología contemporánea por dos aspectos. Primero: a pesar de su honestidad científica, Ortiz no era un arqueólogo; y segundo, no existía entonces en la arqueología aborigen cubana de las décadas veinte y treinta, un estudio clasificatorio debido de las industrias lítica y de la concha. En otro orden, vale mencionar que Ortiz no realizó excavación alguna en el sitio. Todo el material colectado fue recogido en la superficie y asociado a la Cueva del Templo y a la Cueva del Taller, ninguno en la Cueva Gacha.

La clasificación de los materiales está elaborada, primeramente, basándose en el tipo de materia prima sobre el cual se elaboró la pieza. Ya sea material lítico o conchífero. Así también se clasifican atendiendo al probable uso cultural de la pieza, en dependencia del tipo de huella que la misma presenta, como por la forma que muestra. En este segundo aspecto va lógicamente implícita la subjetividad de Ortiz. También se clasifican las posibles técnicas de elaboración de piezas: sea tallado por percusión, alisado por erosión o abrasión y perforación bicónica.

Dentro del material lítico Ortiz halla el siguiente instrumental: eolitos, percusor, majadores, morteros, puñal, vasija, piedras horadadas (estas fundamentalmente en la Cueva del Taller), cuentas, sumergidores de red, piedras de encajadura y piedras de uso desconocido.

De material conchífero reporta: puñales, puntas de lanzas, hachas, caracoles horadados, y caracol con dos horados, vasijas de concha, caracol en elaboración, cuenta, gubias, cucharas, graseras y caracoles enteros. Mucho preocupó a Ortiz la presencia de las perforaciones artificiales realizadas por los aborígenes en las piezas de concha; a ello dedica algunas notas. Así también a las piezas que él llamó “objetos muertos”, relacionando estas con algún tipo de rito funeral.

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Lámina 8. Vasija de concha hallada por Mark R. Harrington cerca de Boca de Ovando, Maisí, Oriente de Cuba; tomado de su libro Cuba before Columbus, 1921:190, Lámina XXXIV, figura b. Similar a esta vasija de concha es la encontrada por Ortiz en la Cueva del Templo, y que clasifica del tipo A.
Lámina 9 Lámina 9. Iguales a estas gubias de concha halló Ortiz 17 en la Cueva del Templo. A-Halladas por Cosculluela en la Ciénaga de Zapata, Cuba; tomado de su libro Cuatro años en la Ciénaga de Zapata, 1918. B-Hallada por Harrington cerca de Jauco, en el oriente de Cuba; tomado de su libro Cuba before Columbus, 1921:190, figura 38.
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Lámina 10. Ejemplares de cucharas según Cosculluela y De La Torre. Ilustración tomada del libro de Cosculluela Cuatro años en la Ciénaga de Zapata, 1918:103. Ortiz encuentra uno, similar a estos pero de mayor tamaño en la Cueva del Templo y, a juzgar por él, más bien pudiera haber servido como grasera. Algunos arqueólogos prefieren hablar de gubias en proceso de elaboración.

No podía faltar cierta nota característica de toda obra ortiseana: los elementos de análisis sobre el hecho transculturativo. Visto en este caso para cierto tipo de vasija de concha de procedencia aborigen, la cual se refuncionaliza en el nuevo contexto del campesino cubano. Si bien el término transculturación data de 1940 (lo que justifica que no aparezca en este manuscrito de 1936), vale recordar -según el estudio de Diana Iznaga sobre el vocablo transculturación en la obra de Fernando Ortiz- que, “todo el contenido conceptual-investigativo del mismo, había sido desarrollado por Ortiz desde 1905 y su propio lanzamiento respondió (...) también a la culminación de todo un proceso investigativo y de maduración teórica” (1989:104).

Posterior al estudio del menaje arqueológico, aparecen indicaciones con respecto al nicho ecológico que comprende la zona de Punta del Este. Ello con el objetivo de hacer ver las favorables condiciones de la región para la residencia o asentamiento de comunidades indígenas.

Finalmente, la quinta parte del manuscrito, la más importante, es aquella que se dedica al estudio de las pinturas murales y que se extiende desde la ficha 74 a la 104. Con la presencia, a modo de apéndice, de dos fichas con varias ilustraciones de los pictogramas. Según Ortiz “las pinturas que adornan la bóveda de la Cueva del Templo (...) le dan a este carácter y (...) constituyen lo más interesante de ese rico depósito arqueológico” (ficha 73).

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Lámina 11. Ficha número 74 del informe manuscrito de Fernando Ortiz, con la cual inicia el estudio de las pinturas murales de la Cueva del Templo.

Este acápite contiene una breve introducción y referencias a las zonas de la gruta donde abundan las pinturas. Incluye, además, la metódica de análisis para estudiar la conformación, técnica de realización y conceptualización de este arte.

Si bien son escasos los datos sobre el color de los trazos y la distribución de los mismos, así como la posición que ocupan los ideogramas que estudia, sí describe y dibuja pinturas que no reportó Fritot ni aparecen en ningún otro informe posterior. Si bien Fritot describe individual y minuciosamente los conjuntos y hasta los coloca sobre el plano de la cueva que elabora, Ortiz sólo realiza una especie de clasificación tipológica general a la hora de caracterizar a los dibujos. Pone su atención en los que considera sobresalientes o paradigmáticos y obvia la particular descripción de la mayor cantidad de dibujos posibles. Por ello, resultan complementarios el uno del otro, los sendos informes de estos estudiosos. Siendo el de Fritot, no cabe dudas, el informe más completo que se haya realizado sobre una cueva con pictografías aborígenes en Cuba. De hecho considero que la calidad del informe del arqueólogo René Herrera Fritot haya hecho declinar, en Ortiz, el propósito de publicar el suyo. Evidentemente, la importancia del informe de Ortiz, ya desde entonces, sólo recaía en sus dibujos inéditos para la historia.

La metódica de Ortiz con respecto al estudio de los pictogramas atiende al grosor de los trazos, al color, a la técnica de elaboración, a la cronología, al estilo de realización y a la clasificación de tipos. Así también como a un análisis de dibujos independientes, de conjuntos y a la relación de éstos.

Los dibujos, según Ortiz, (“dentro del estilo general curvilíneo que caracteriza todos los óleos de esta gruta” -ficha 88), podemos catalogarlos en simples y compuestos. Los simples comprenden dibujos integrados por un sólo motivo, con personalidad propia, no resultan elementos desgajados de un sistema. Completamente separados de los otros, al decir de Ortiz, “salvo un nexo de relación por nosotros ignorado” (ficha 77-78). Estos dibujos simples los clasifica Ortiz de la siguiente manera:

a) arcos concéntricos (negro unos, rojo otros). Este tipo de diseño generalmente ha sido confundido con una serie de líneas concéntricas circulares borrada en parte. Este criterio, manejado por la restauración, ha originado la alteración configurativa de muchos dibujos.

b) circunferencias concéntricas (negro unos, rojo otros y terceros bicolor). Estos últimos se muestran a partir de líneas alternativas de ambos colores o “en algún caso se hallan varias circunferencias seguidas de un mismo color, dentro de otras sucesivas de color distinto. Pero (asegura Ortiz) no tenemos a nuestro alcance más completos datos para pormenorizar esta distinción” (ficha 82). En mi estudio de 1992 sí pude clasificar, a partir del valioso informe de Fritot, además de otros datos de Ortiz y Núñez, una serie de tipologías y variantes en estos diseños bicolores. Incluso, los dibujos mostraron una lista de invariantes con respecto a la situación de los trazos de color que me hizo sospechar la presencia de un código o sistema de “escritura” ideográfica en Punta del Este.

c) dibujos espiraliformes (negro unos, rojo otros y terceros bicolor). Para este último caso, no imaginamos espiras simples bicolor. Ello sólo es posible por superposición de trazos.

d) espiras irregulares.

e) dibujos semilunares.

Estos tres tipos de dibujos (los espiraliformes, las espiras irregulares y semilunares), salvo las llamadas por Ortiz “espiras cerradas”, no aparecen en ningún otro informe, ni se encuentran hoy en los calcáreos soportes de la cueva. Constituyen dibujos totalmente inéditos. Ellos, o terminaron borrados por los restauradores al raspar la capa de hollín que los cubría, o fueron alterados por los trazos de éstos.

Lámina 12 Lámina 12. A. Según Ortiz, dibujo del tipo de espiral cerrada combinada con circunferencias concéntricas rojas. B. Según Ortiz, trazado del tipo de semiluna encerrado en circunferencias concéntricas. Pictogramas inferidos de la descripción y croquis que aparece en su informe manuscrito.

Otros, catalogados como dudosos, pudieran ser (según considera Ortiz) dibujos compuestos o agrupación accidental de dibujos simples. Evidentemente, y este es el caso, el estado de los dibujos era bastante borroso. En el listado de pictogramas que aparece en el informe de Herrera Fritot, esta situación se hace patente.

En otro orden, los dibujos compuestos son, al decir de Ortiz, “los más interesantes de la Cueva del templo” (ficha 88). Resultan aquellos conjuntos en cuya composición entran varios motivos. De estos, Ortiz define cuatro tipos fundamentales:

a) circunferencias concéntricas externamente cotangentes.
b) circunferencias concéntricas encerradas en otro sistema de circunferencias concéntricas mayores.
c) circunferencias concéntricas que implican el trazado de líneas que forman áreas trapezoides y arcos paralelos.
d) circunferencias concéntricas que contienen otras circunferencias concéntricas, líneas y arcos superpuestos.

Incluido en el cuarto tipo reseña Ortiz el conocido Motivo Central de la Cueva Número Uno. La descripción que ofrece difiere, en mucho, de las que realizaron Fritot y Núñez sobre este mismo conjunto. Ortiz no va al detalle: no menciona el total de líneas de cada serie concéntrica, ni la posición exacta de los diferentes elementos superpuestos. Sin embargo, cosa curiosa, entre las descripciones de Fritot y Núñez también se observan diferencias e incluso enfrentamientos críticos. En mi trabajo anterior (1992) hice referencia extensa a ello. Evidentemente los trazos aborígenes se encontraban muy borrosos. Esto permitió tantas descripciones e interpretaciones del diseño como autores se entregaron a ello. La restauración de 1969, al repintar el Motivo Central, vetó esta posibilidad e impuso su criterio.

Con respecto al origen y paternidad de estas pinturas, Ortiz siempre fue del juicio de que los dibujos fueron realizados por una comunidad indígena de economía arcaica. Es decir, por aquellos grupos que practicaban la economía de recolección y quizá la pesca, pero que no conocían la industria alfarera; en fin, los llamados ciboneyes. En la inicial carta de comunicación a la Academia de la Historia, en 1922, ya anotaba, entre las “posibles derivaciones prehistóricas”, la identidad de la civilización aborigen hallada “con la del Occidente de Cuba, probablemente ciboney”, así como su arte “en la fase primitiva o precalística”. De la misma forma opina en su informe manuscrito: “verdaderas joyas pictóricas de la civilización ciboney, del mismo estrato cultural que la del hombre paleolítico” (ficha 88).

Después de aquella polémica originada a raíz del redescubrimiento de la cueva por Fritot, Ortiz seguía convencido de su elección. Fritot consideraba a los indios taínos hacedores de este arte. Mientras que otros como Royo Guardia, Antonio Cosculluela y Núñez Jiménez negaban ambos criterios. Sostenían que los creadores de estos dibujos pertenecían a una cultura materialmente superior a la Taína, por lo que se veían obligados a mirar hacia el continente. En realidad, la idea que tenían estos investigadores entonces -excepto Ortiz-, consistía en la imposibilidad de que grupos culturales con un ajuar material muy primitivo, pudieran lograr concepciones simbólicas tan avanzadas en cuanto a su elaboración intelectual. Se perdía de vista, como anotara Mosquera en 1983, que las magníficas obras parietales del franco-cantábrico pertenecían a los grupos paleolíticos poseedores de un tosco instrumental lítico. Es decir, se caía “en el automatismo de establecer una igualdad mecánica entre el nivel de desarrollo de la base material y la importancia de las manifestaciones superestructurales” (Mosquera:39).

Ortiz, desde un inicio persuadido por la realidad del ajuar arqueológico hallado, continuaba afirmando en 1943 que: “La Cueva de Punta del Este en Isla de Pinos puede considerarse probablemente como de la cultura ciboney o tercera si bien no puede excluirse en absoluto que corresponda a la cultura segunda o guanajatabey” (:39), es decir, al hombre clasificado hoy como preagroalfarero.

Realmente es imposible, hasta donde sabemos, poder lograr autorías y dataciones absolutas en el arte rupestre. Su fechado y relación con el ajuar arqueológico hallado en el suelo de la cueva es muy relativo. Según Dacal y Rivero: “La pictografía como es natural, no forma parte de las capas naturales que se han de encontrar en el sitio que se estudia, haciendo de esta forma que, la determinación sobre la contemporaneidad de una pictografía con un grupo humano determinado y la posibilidad de que este grupo haya sido el autor de estos dibujos, tenga que ser inferido por vías de la apreciación indirecta. Esto, por excelente que haya sido el método aplicado siempre está sujeto a modificaciones de acuerdo a los criterios que se utilicen” (1986:98). No obstante, un fechado realizado por el método del carbono-14 al material óseo preagroalfarero encontrado en el suelo de la Cueva Número Cuatro, acusa una antigüedad de 1100 años AP. Esta fecha resulta comparable -al decir de Rivero de la Calle- “con los obtenidos en otros sitios que son estilísticamente parecidos entre si” (1987:477).

En otro orden se atiende a las posibilidades de interpretación o lectura de estos dibujos de solución abstracta. Según anota Ortiz en la ficha 96: “Debemos advertir que las expresiones debajo, superior o inferior usadas en la descripción (...) de las (...) pinturas es puramente convencional, fijada en relación con el (sic) posición del dibujo en el papel, cual a su vez obedeció al trazado que se hizo en la Cueva del Templo desde el lugar que resultó más cómodo ó desde aquel donde se contemplaba el ideograma concediéndole una mayor eficacia decorativa. Advertimos esto porque alguna interpretación simbólica de esas pinturas puede variar según la posición o plano de relatividad en que se entiende situados los elementos lineales del símbolo”. Y es que Ortiz, convencido del carácter abstracto de estos ideogramas, jamás intentó forzar el hecho interpretativo para otorgar el carácter de dibujos figurativos -tanto antropomorfos como zoomorfos- a ninguno de estos emblemas. Otros autores que sí lo hicieron, y lo hacen hoy, se ven incluso en la obligación de alterar la posición vertical que originalmente tienen (en la pared-soporte) algunos de estos diseños, para entonces lograr un reconocimiento en sus estructuras.

Lámina 13 Lámina 13. Según Ortiz, una de las pinturas más sugestivas de la Cueva del Templo. Pictograma inferido de la descripción que aparece en su informe manuscrito y corroborado por la ilustración que de este diseño publicó en su libro de 1943 Las cuatro culturas indias de Cuba.

Frente a las interpretaciones figurativas de Fritot, Royo, Cosculluela y Núñez, siempre mantuvo Ortiz la máxima de “leer” en los ideogramas símbolos antropomorfizados o zoomorfizados (como él apuntara) en las mentes de sus hacedores, pero no en las expresiones plásticas de su arte. El arte de Punta del Este, según Ortiz, “todo el simbolismo y sin esfuerzo realista, trata de representar por emblemas simples y casi exclusivamente lineales y geométricos sus conceptos de lo sobrenatural” (1943:133). Lo que demuestra interpretaciones antípodas con respecto a las lecturas de dicho arte.

Por último, queda pendiente el hallazgo del plano de la Cueva del Templo que confeccionó Ortiz. Su aparición completará en gran medida la información sobre el mural indopinero. Además, al ser propósito de este trabajo el servir de base para posteriores investigaciones sobre la arqueología, la etnología y la simbología indígena de Punta del Este, agregamos al mismo la mayor cantidad de ilustraciones y dibujos posibles; estos últimos logrados a partir de los croquis y descripciones del propio Ortiz. Cabe agregar que al término del informe de Ortiz, presentamos un listado bibliográfico (cronológicamente ordenado) de estudios indológicos realizados por él y que se encuentran publicados de manera dispersa en revistas y separatas de revistas. Lo cual propiciará, al investigador interesado, la ordenada consulta de los mismos.

Bibliografía -cronológicamente ordenada- sobre estudios indigenistas en la obra de Fernando Ortiz.arriba

1913-"Los Caneyes de Muertos". Cuba y América, La Habana, 2a Epoca, V. I, no.2, nov., 1913, : 59-64; no.4, enero, 1914, : 55-158.
1921-"El vocablo conuco". Cuba Contemporánea. La Habana, T-XXVII, no.107, nov., : 227-239.
1922-"Carta de comunicación a la Academia de la Historia de Cuba del 24 de mayo". En: "Informe sobre una exploración arqueológica a Punta del este, Isla de Pinos, realizada por el Museo Antropológico Montané de la Universidad de La Habana. Localización y estudio de una cueva con pictografías y restos de un ajuar aborigen" por René Herrera Fritot; Universidad de La Habana, nos. 20-21, año 3, La Habana, Cuba, 1938, : 31-32.
1922-"Historia de la arqueología cubana". Separata de la revista Cuba Contemporánea, año 10, t-30, no.117, septiembre, La Habana, Cuba, 76p.
1922-Historia de la arqueología indocubana. Siglo XX, La Habana, Cuba, 107p.
1923-"Los últimos descubrimientos arqueológicos en Cuba". Cuba Contemporánea, t-XXI, no. 121, enero, La Habana, Cuba, : 54-84.
1924-"Las piedras del rayo. Folklore religioso del cubano". Archivos del Folklore Cubano. v.I, no.2, abril, La Habana, : 172-173.
1925-"Las nuevas orientaciones de la prehistoria cubana. Cosculluela Barrera, Juan Antonio, Discursos". Academia de la Historia, La Habana, : 29-63.
1926-"Toung-Dekien. De l’origine des americains précolombiens". Río de Janeiro, 1923. Bibliografía. Archivos del Folklore Cubano. v. II, no.1, enero, La Habana, : 96.
1930-"Narciso R. Colmon. Ñande ipi cuéra (Nuestros antepasados) Asunción, 1929. Bibliografía". Archivos del Folklore Cubano. Vol. V, no.1, ene.-mar., La Habana, : 95.
1930-"Oswaldo Orico. Os mithos amerindios. Bibliografía". Archivos del Folklore Cubano. Vol.V, no.1, ene.-nov.,La Habana, : 93-95.
1932-"La esclavitud de los indios en el Nuevo Mundo". La Nueva Democracia, v. XIII, no.27, julio, : 22-23.
1932-"Introducción". Historia de la esclavitud de los indios en el Nuevo Mundo de José Antonio Saco. Colección de Libros Cubanos, v. XXVIII, 2 tomos, La Habana, Cuba, : V-VI.
1934-"Cuba Prehispánica" (“publicará en breve la editorial González Parto, de La Habana”; según Fernando Ortiz, Historia de la Arqueología indocubana, 1935 : 358)
1934-"Sobre la presentación de un mapa arqueológico e histórico que hacía el cartógrafo Sr. Segeth". Revista de la Sociedad Geográfica de Cuba, año VII, no.1 y 2, La Habana, : 12-15.
1935-Cuba antes de Colón e Historia de la arqueología indocubana. Traducción de Cuba before Columbus de Mark R. Harrington por Fernando Ortiz y Adrián del Valle e Historia de la arqueología indocubana de Fernando Ortiz en su segunda edición, refundida y aumentada. Colección Libros Cubanos, La Habana, Cuba, 436p.
1935-"Cómo eran los indocubanos". Revista Bimestre Cubana, v.XXXV, no.1, ene.-feb., La Habana, Cuba, : 25-41.
1935-"La holgazanería de los indios". Revista Bimestre Cubana, v.XXXV, no.1, ene.-feb., La Habana, Cuba, : 42-54.
1935-"En vueltabajo no hubo civilización Taína". Revista Cubana. Vol. I, no. 2 y 3, feb.-mar., Habana, : 187-221.
1936 (ca.)-Isla de Pinos. Los descubrimientos arqueológicos. Fondo Fernando Ortiz. Carpeta 10. Arqueología (II). Desde 42-46. Archivo de Literatura del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba, C. de La Habana, Cuba, s/f. Informe manuscrito. 102 tarjetas con texto y 2 con ilustraciones. Existe en el archivo, del original manuscrito, original y copia mecanuscrita con erratas y lagunas.
1937-"Cuba primitiva. Las razas indias". Curso de introducción a la Historia de Cuba, La Habana, Cuba, : 32-45.
1940-"Del tabaco entre los indoantillanos". Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. C. de La Habana, Cuba, : 114-210.
1942-"Por Colón se descubrieron dos mundos". Revista Bimestre Cubana, v.L, no.2, sept.-oct., La Habana, Cuba, : 80-190.
1943-"Nuevas teorías sobre las culturas indias de Cuba". Revista Bimestre Cubana, v.LII, no. 1, jul.-ago. C. de La Habana, Cuba, : 5-17.
1943-"Las culturas indias de Cuba o Culturas precolombinas de Cuba" por Fdo. Ortiz, José A. Cosculluela y otros. La Habana.
1943-Las cuatro culturas indias de Cuba. La Habana, Cuba, 176p.
1944-"Las cuatro culturas de los indios de Cuba". Sobretiro de Acta Americana, v.II, nos.1 y 2, ene.-jun., : 80-84.
1944-"Últimas ideas sobre los indios de Cuba". Gaceta del Caribe, año 1, no.3, mayo, La Habana, : 2-3.
1946-"El instrumento que los indocubanos llamaban tabaco; corrección de un error". Revista Tabaco, año XIV, no. 152, ene., La Habana, : 17-22.
1947-El huracán, su mitología y sus símbolos. Fondo de Cultura Económica, México, 686p.
1947-"El Dios Llora-Lluvias de los indios cubanos". Bohemia, año 39, no.28, jul. 13, La Habana, : (3), 72-73.
1947-"Los caneyes de los indios cubanos". Bohemia, año 39, no.47, nov. 23, La Habana, : 24, 25, 77, ilust.
1948-"La música y los areitos de los indios de Cuba". Sobretirada de la Revista de Arqueología y etnología, La Habana, Cuba, 79p.
1949-"Prólogo". Bartolomé de las Casas. Pensador político, historiador, antropólogo de Lewis Hanke. Sociedad Económica de Amigos del País, La Habana, Cuba, : IX-XIV.
1951-"El güiro de Mayubá o de Joba". Homenaje al doctor Alfonso Caso. México, : 299-315.
1952-"La leyenda negra contra Fray Bartolomé". Cuadernos Americanos, año XI, v.LXV, sept.-oct., México, : 146-184.
1954-"Prólogo". Estudios de etnología antigua de Venezuela. Universidad Central de Venezuela, : IX-XX.
1955-"Presentación y glosa de Fray Bartolomé". Revista Bimestre Cubana, c.LXX, no.1, ene.-dic., La Habana, Cuba, : 184-210.
1957-"Intrumentos musicales indoamericanos". Revista Interamericana de Bibliografía, v-VII, no.4, oct.-dic., Washington, D.C., : 381-387.

Ciudad de La Habana, 1993. arriba

(una versión de este artículo aparece en la Revista del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, Nº18, Puerto Rico. 1998.)

 

 
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© Marlene García 2003 para José Ramón Alonso
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