Arqueología y Antropología
Arte Rupestre
Artes Aborígenes
Arte y Arquitectura
Literatura
Historia
Música
Museo y Exposiciones
Política Cultural
Libros
Sobre el autor
 
 

Acerca de las primeras excavaciones realizadas en montículos funerarios en Cuba (1847; 1913).

Por Pablo J. Hernández González.

I

Para 1845, el investigador diplomático norteamericano Ephraim G. Squiers inició en el valle del Ohio, una serie de exploraciones de campo en antiguos asentamientos aborígenes de la denominada entonces "cultura de los mound-builders", que no dejaban de despertar interés en el ámbito científico local. Tales investigaciones caracterizadas por el celo y profesionalismo, se prolongaron hasta 1847, ocasión en que el Instituto Smithsoniano dio a conocer el primer reporte de excavaciones titulado Ancient Monuments of the Mississipi Valley. Esta documentada exposición de los trabajos, junto con las apreciaciones conceptuales, fue bien acogida en los Estados Unidos, trascendiendo los límites de ese país.

El mundo científico cubano de la época, perfectamente al tanto de las investigaciones y hallazgos que daban paso a nuevos conocimientos en el campo de la evolución de la humanidad, no permaneció ajeno a la investigación de Squiers y poco más de un lustro después de la primera publicación, se daba a conocer el contenido del estudio en la Revista de La Habana, publicación que daba acogida a no pocas referencias de ese género. (1)

La metodología expuesta por el investigador citado, que presentaba una definición por localización, estructura y contenido, sería especialmente útil para considerar los especímenes cubanos. La clasificación de los túmulos basada en sus posibles usos, ya fuese aquellos destinados a ritos o sacrificios; o los que en relativa distancia de otros puntos, contenían restos humanos; o ciertos casos que el autor, por último, consideraba estaban destinados a recibir ciertas estructuras habitacionales, influiría, como veremos, en estudios de casos que se publicaron acerca de sitios cubanos.

Queda fuera de dudas que las conclusiones expuestas en este estudio, que recibió divulgación académica entre los interesados en la Cuba de la segunda mitad del siglo XIX, no dejan de ser valiosas para la interpretación del fenómeno de los montículos. Squiers pone en evidencia la existencia de diversas técnicas de construcción, acorde a una finalidad específica, señalando dos momentos distinguibles: uno, perfeccionado y con más ordenamiento en su estructura, conteniendo un área definida como urna cineraria para conservar restos humanos; otro, de menos elaboración, donde el objeto de culto -las osamentas humanas- se sepultan en cierto nivel y asociación, sobre el cual se levanta una suerte de depósito terreo en su honor.

Consideraba nuestro autor que el último de los citados correspondiera a estadios más antiguos de poblamiento y a una ceremoniosidad menos depurada que en el primer caso, que probaba un avance cultural palpable entre aquellas comunidades de la cuenca fluvial estudiada.

La obra de Squiers no solo influyó en la especulación de los investigadores cubanos, sino el mismo científico en una fugaz visita a la isla, en 1860, señaló la potencialidad de una región del occidente cubano, donde atisbó (lamentablemente sólo con tal carácter), una interesante disposición de túmulos artificiales. (2)

Otra obra de no corta resonancia en el ámbito científico cubano de la época que nos ocupa, es Prehistoric America (1882, 1884) de la autoría del Marqués de Nadillac, quien retoma algunas ideas expuestas por E. G. Squiers, aunque se detiene con cierta amplitud en el estudio de los montículos sepulcrales. Aquí, ofrece pistas para la valoración de los estratos, esboza relaciones entre los restos hallados y la información histórica, la disposición de los entierros, ofrendas recibidas y su posición en el túmulo. Hace interesantes distinciones sobre las prácticas de colocación de los inhumados: sobre el lado izquierdo, flanqueados por ofrendas, cuerpos horizontales con la cabeza hacia el centro del montículo, mezclas de entierros primarios y secundarios, cremación y depósitos. (3)

No menos interesante es la mención de ciertas estratigrafías frecuentes en las regiones de la cuenca del Mississipi, donde los cuerpos reposan en puntos determinados, al pie de capas alternas y simétricas de tierra vegetal, roca y caracoles (4). La preocupación por situar estos hallazgos dentro de una particular identidad histórica y cronológica, lo lleva a considerar la evolución de los pueblos que los edificaron en un espacio geográfico y cultural interrelacionado con las áreas circundantes a la cuenca del gran río norteamericano.

Tal estudio, erudito y bien documentado, devino en referencia válida para quienes se interesaban en el pasado del hombre americano. Su nivel de actualización, el severo estudio de las fuentes, la amplitud en la exposición de los resultados investigativos mantuvieron su vigencia a la hora de proporcionar método e información. No puede asombrar, por demás, que en Cuba -en el seno de la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba, para entonces en fructífera actividad y debate- se divulgara y citara, a la par, entre otras, las obras de Squiers y de Rodríguez Ferrer, que mencionaremos a continuación, en cualquier estudio de tal índole. El profesionalismo de nuestros precursores en el campo de la antropología los llevaba a honrar, como norma, el conocimiento que les servía de fundamento.

II

Debemos a un sagaz científico español, Miguel Rodríguez Ferrer, el primer y sistemático estudio arqueológico de Cuba, realizado entre 1846 y 1848, como parte de la recopilación de datos sobre la naturaleza y sociedad isleñas que debían incluirse en su ambicioso proyecto geográfico del gobierno liberal que regía a España por entonces.

A este investigador corresponde el primer reconocimiento practicado en la isla de un montículo funerario, 1847, aunque más que de excavación pueda hablarse -a la luz de la época- de una prospección del terreno. No obstante, hoy podemos establecer cierta generalización en cuanto al estudio del mound o caney de Santa María de Casimba, en la jurisdicción de Puerto Príncipe, (ver mapa). Tal episodio, aún siendo limitado, ha sido justamente calificado como "...el primer hallazgo registrado en Cuba de restos humanos de sus primitivos habitantes." (5)

En materia de caracterización de estos montículos, podría hacerse una significativa diferencia según la ubicación topográfica y el material que contenía, lo que por sí era una apreciación de interés, novedosa, aunque la influencia de las opiniones existentes tras los trabajos de Squiers es patente, ya que las apreciaciones de Rodríguez Ferrer se publicaron, por vez primera, en 1876, casi a dos décadas de su exploración cubana.

Planteaba el investigador español que existían dos tipos fundamentales de túmulos indígenas en el centro de Cuba, a saber:

1. Los localizados en tierra firme, mediados o pequeños en su proporción. No contenían osamentas humanas, y sí material de evidente filiación taína (arcilla cocida, fragmentada, pedazos de burenes). Denominados con la voz aruaca caney, fundamentalmente.

2. Los localizados sobre la línea costera, con abundantes capas de moluscos, restos de huesos humanos de peces, roedores y reptiles. Los calificaba de funerarios, propiamente. No pocos reportes podían citarse para sostener esta definición. (6)

Sobre los segundos versa nuestra atención en estos apuntes. Para Rodríguez Ferrer, el entorno de estos montículos funerarios podía ser un factor de peso en su clasificación. El mound de Santa María de Casimba quedaba situado en una zona litoral, fluvial y palustre, en una costa baja, de deposición y manglar, en la bahía homónima (7). La evidencia de explotación del medio por parte del constructor de los montículos, quedaba patente por la notable presencia de restos de moluscos en la amalgama que contenía tales restos.

Aunque seriamente dañado por las mareas, el montículo explorado por Rodríguez Ferrer aportó un interesante espécimen, una mandíbula humana que, enviada en su momento por el autor a Madrid, provocó cierto debate acerca de su antigüedad, no escasas y encontradas opiniones acerca de la presunta calidad fósil de su composición, debate en el que, a la larga, primó el criterio de asignarla al hombre moderno americano.

Para finales del siglo, la diferenciación establecida a raíz de la expedición de 1847 a Puerto Príncipe seguía en vigor y los hallazgos, especialmente en el centro de la isla, en lo que a montículos concierne, apuntaban a validar, con pruebas, las consideraciones que mencionamos (véase mapa). La antropología cubana de fines del siglo XIX, al concentrarse en los problemas de la antigüedad del hombre, la civilización del indio antillano y la fundación de un museo de antigüedades, soslayó, por decirlo de este modo, la profundización en el estudio de estos "monumentos prehistóricos", a decir de la época, concentrando la atención en el estudio de las grutas o sedimentos más accesibles. No obstante, como hemos apuntado, las obras precedentes sobre el tema no dejaron de ser consultadas y debatidas, pero los montículos de Puerto Príncipe quedaron como mera referencia por un buen espacio de tiempo. Quizá la accesibilidad de las localidades, la cortedad de fondos para estudios prolongados o la riqueza de otros hallazgos en la región taína de Cuba contribuyeron a que no se hiciera otra exploración hasta 67 años más tarde.

III

Al fundador de la antropología cubana, Luis Montané, le correspondió, iniciado el presente siglo (1914) el estudio y excavación de un montículo funerario -el primero que se exploraría sistemáticamente en la isla con métodos más rigurosos, como la estratigrafía horizontal, la fotografía y por personal académico- en la región de la Ciénaga de Zapata, 150 km. al este de la capital de la isla, en un proyecto que contó con el apoyo, también por vez primera, del gobierno de la República.

Lámina 1. Fuente: Harrington, M. R. Cuba antes de Colón. Cultural S.A., La Habana, 1935, volumen I.

La expedición que exploró el montículo de Guayabo Blanco, emplearía por segunda vez en una década, una serie de procedimientos para colectar materiales con vistas a estudios osteológicos, tipológicos y para su conservación en el recién fundado Museo de Antropología universitario. Cabe recordar que las primicias de una excavación moderna en Cuba correspondieron, siguiendo sugerencias de la Sociedad Antropológica de París, al propio Luis Montané, en la gruta del Purial, Santi Spíritus, en 1904, en un entierro de significativa antigüedad (arcaico).

Más que entrar en un, por demás no carente de interés, detallado examen de la excavación, nos interesa destacar las características comunes a los montículos funerarios en Cuba, que apuntadas ya en el siglo XIX, fueron corroboradas por una más completa valoración del sujeto.

De acuerdo al entorno donde aparecían, estos montículos de la Ciénaga de Zapata compartían con los de Puerto Príncipe su adscripción a un área de ciénagas de agua dulce, desembocadura de ríos, una localidad lacustre particular, abundancia de manglar y relativa proximidad a la costa meridional de la isla (véase mapa). De los estudios de 1914, no obstante, pudieron determinarse algunas singularidades en lo que a la presencia humana antigua concernía:

a. Los montículos funerarios, por lo general, se encontraban en la región pantanosa de la Ciénaga de Zapata, asociados a un ambiente palustre-fluvial, en terrenos algo más altos que la zona circundante.

b. Aparecían concheros, especialmente a lo largo del litoral, la Ensenada de Cochinos, asociados a ámbitos fluviales y de manglar.

c. Evidencias de un poblado palafítico en una localidad lacustre, la laguna del Tesoro. Entorno palustre la circundaba.

Si bien todos estos puntos fueron explorados con detenimiento por el descubridor de los túmulos, el ingeniero José A. Cosculluela, entonces en un proyecto de obras de desecación de la ciénaga, el estudio del depósito funerario fue el que se realizó con el mayor detenimiento y de donde se extrajeron interesantes muestras de material y osamenta.

El análisis del montículo Guayabo Blanco, realizado por Luis Montané con el concurso del Dr. Carlos de la Torre, malacólogo, el ingeniero J. A. Cosculluela y el antropólogo Fernando Ortiz, llevó a una serie de conclusiones que fueron publicadas varios años más tarde, tras cuidadoso estudio y comparación de materiales de museos y bibliotecas. (8)

De acuerdo con este informe, el montículo constituía "...una sepultura colectiva en forma de túmulo...", de carácter artificial y fines sepulcrales, evidenciado por una serie de capas estratigráficas, de evidente origen humano. La excavación hecha por secciones verticales, estratigráficas, por trincheras. Los restos óseos, correspondían a osamentas humanas de toda edad y sexo, orientados al este, en las más diversas posiciones "...unas veces acostados de lado, otras veces tendidos boca abajo, los menos boca arriba...". Todos, dice, siempre en la capa media de caracoles (9). Empleando un estudio comparativo que lo remite a las referencias autorales que mencionábamos al principio, Montané se cuestiona:

"(...) ¿Quién desde ahora podrá negar que se trata de un mound parecido, completamente parecido a los (de) América del Norte, en la Luisiana, en Venezuela?" (10)

Nótese como existe por el investigador una preocupación por considerar el estudio de las etapas tempranas del hombre de Cuba mas allá de los imperativos que condiciona la geografía insular, buscando las inevitables correlaciones culturales y la conexiones prehistórica en toda la región circundante. Distintivo de estos investigadores era la búsqueda del método comparativo, constantemente, para intentar, mediante analogías posibles, la reconstrucción del pasado aborigen de la isla.

La rudeza del material lítico colectado, de ciertos útiles de concha, la ausencia manifiesta de cerámica o piedra pulida, llevó al investigador a establecer una consideración cultural para los originarios edificadores de montículos en la Ciénaga de Zapata, al asociar, comparando otros casos de mounds en la región que aparecieron previamente y aun después, los esqueletos hallados en el túmulo, el carácter de éste y la elementalidad del material asociado, a un estadio muy temprano en la evolución cultural, donde situaba a aquellos primeros cubanos. En su opinión, la antigüedad de estos es considerable, pues "... la pobreza industrial del caney indica que poco avanzada era la cultura de estos hombres" (11)

Lámina 2. Fuente: Harrington, M. R. Cuba..., 1935, I.

Hacia 1892, Montané, en ocasión de una serie de conferencias dictadas tras observaciones en la región oriental de la isla, opinaba de la clara distinción entre dos culturas indígenas en Cuba, una de indudable antigüedad, desconocida para los cronistas, otra -de la que había constancia documental-, asociada a la agricultura y la cerámica. Desde aquel entonces, la existencia de tales rasgos, así como la presencia o no de deformación craneana, se convertían en aspectos de diferenciación de los grupos humanos autóctonos de la isla (12). Tales consideraciones no dejan de estar presentes en la evaluación de los materiales extraídos del mound de la Ciénaga de Zapata.

Lámina 3. Fuente: Harrington, M. R. Cuba..., 1935, I.

Por su lado, el investigador Cosculluela, al resumir el episodio en el recuento que hace sobre el descubrimiento que nos ocupa y otros que siguieron, establece consideraciones coincidentes con la opinión del Dr. Montané al establecer unas premisas generales para los montículos funerarios cubanos, en la línea de pensamiento que hemos venido esbozando:

1- Un patrón de asentamiento común, a orillas de cursos de agua, fuente de recursos alimenticios, lo suficientemente alto como para evitar crecidas.

2- La existencia de depósitos de materiales de consumo, verdaderos montículos compuestos de capas alternas de moluscos y restos de especies.

3- Una cultura materialmente tan "tosca y grosera" que no coincide con los grupos humanos descritos por los cronistas españoles del siglo XVI. (13)

Lámina 4. Reportes de montículos (mounds) funerarios en Cuba, 1843-1914. Croquis realizado por Pablo Hernández.

Referencias.

(1) volver Squiers, E.G. "Antigüedades Americanas". Traducción de José de Jesús Quintiliano García. Revista de La Habana. Volumen I, La Habana, 1854.
(2) volver Tales túmulos, apunta Squiers, correspondían a lometones de mediana altura , diámetro variable y disposición relativamente regular, aunque no pudo identificarlos. Los observó al sur de la actual provincia de Matanzas, al Este de la Habana, muy cerca de los límites de la Ciénaga de Zapata.
(3) volver Nadillac, Marques de. Prehistoric America, 1884, Capítulo III, pág. 12.
(4) volver Ibidem, pág. 113.
(5) volver Harrington, Mark R. Cuba antes de Colón. Traducción de A. del Valle y F. Ortiz. Colección de libros Cubanos. Cultural, S.A. La Habana, 1935, Tomo I, Capítulo I, pág. 19. La obra de Rodríguez Ferrer, Naturaleza y Civilización de la Grandiosa Isla de Cuba fue publicada en Madrid, 1876 (Tomo I) y en 1886 (Tomo II).
(6) volver Montículos funerarios en la costa meridional de Puerto Príncipe se conocían desde vieja data, conteniendo esqueletos y restos de moluscos. Memorias de la Sociedad Económica de Amigos del País. La Habana, Tomo XVII, pág. 457.
(7) volver Academia de Ciencias de Cuba. Nuevo Atlas Nacional de Cuba. La Habana 1989, pág. XII.2.1.
(8) volver Cosculluela, José Antonio. Cuatro años en la Ciénaga de Zapata. Consejo Nacional de Cultura. La Habana, 1964. Primera edición, 1918. El capítulo sobre la excavación corresponde a Luis Montané y se titula "El indio cubano de la Ciénaga de Zapata".
(9) volver Montané, L. "El indio...", citado por Harrington, M. R. Op.cit. I, pág. 58.
(10) volver Ibidem.
(11) volver Ibidem, I, pág. 59.
(12) volver Valdés Domínguez, Fermín. "Reseña científica de una sesión de la Real Academia". Periódico La Lucha. La Habana, Mayo 1892, s/p.
(13) volver Cosculluela, Op. cit., citado por Harrington, M. R. Op. cit., I, 62-63.

San Juan, Puerto Rico, 1995. arriba

 

© Marlene García 2003 para José Ramón Alonso