La institucionalización de los estudios antropológicos
en Cuba (1875-1903).
Por Pablo J. Hernández González y Esteban
Maciques Sánchez.
El interés en el estudio de la especie humana
no es ajeno a los científicos e ilustrados cubanos del siglo
XIX, cuyo nivel de información y contacto con los centros
generadores del pensamiento más avanzado de la época
eran más que frecuentes. De esto es testigo el constante
flujo, adquisición y emisión de datos y de experiencias,
en aquel entonces.
El concepto de Antropología, en la holgada
acepción al uso, dio pie a la curiosidad de algunas de las
más conspicuas personalidades del país, o residentes
en él, facilitando la integración del naturalista,
del filólogo, del geógrafo, entre otros. Así
esta ciencia abarcó ciertos campos, que hoy en día
están marginados o se entienden tangenciales a ella, movida
por su espíritu humanístico.
Cabe destacar entre estos hombres de ciencia a
Miguel Rodríguez Ferrer y a Felipe Poey Aloy, español
y geógrafo el primero, cubano y naturalista el segundo, quienes
con su capacidad y cultura excluían el diletantismo científico,
entonces tan arriesgado como hoy día.
Miguel Rodríguez Ferrer (1815-1899) visita
Cuba en calidad de comisionado “para reconocerla y estudiarla”
(Calgano, 1978:283-290), con fines de acopiar datos para un Diccionario
Geográfico-Histórico-Estadístico de España,
que preparaba el político Pascual Hernández. Es el
primero que, en exploraciones sistemáticas, reporta, describe
y conserva valiosos materiales, ya no tenidos como meras antigüedades
isleñas, sino como objetos para el estudio de los miembros
de la Sociedad de Historia Natural de Madrid. Las concreciones óseas
de Santa María de Casimba, los cráneos deformados
de Cabo Cruz y de Baracoa, el singular “ídolo de Bayamo”
(actualmente en la colección del Museo Antropológico
Montané), son de los aportes sustanciales de sus compañeros
en Baracoa, Maisí, Bayamo y Puerto Príncipe, entre
1847 y 1848. Durante su estancia en Cuba fue miembro de la Sociedad
Económica de Amigos del País. El resultado de su trabajo
se dio a conocer con la edición española de Naturaleza
y civilización de la grandiosa isla de Cuba; dos tomos
publicados en 1876 y 1887 (Álvarez Conde, 1961:448).
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"Ídolo de Bayamo",
talla sobre piedra. Actualmente en la colección del Museo
Antropológico Montané de la Universidad de La
Habana. Fotomontaje realizado por Marlene García para
esta web. |
El segundo al que hemos hecho referencia, Felipe
Poey Aloy (1799-1891), fue doctorado en leyes en Francia y Cuba.
Inició en 1820 una colección de historia natural y
consolidó sus estudios en Instituciones españolas.
Sus colecciones le valieron el elogio de Cuvier en Francia (1826)
donde continuó acopiando información de Ciencias Naturales,
Geografía, además de desarrollar una amplia actividad
literaria. Desde su cátedra en la Real Universidad de la
Habana (1842) se destacó en la actividad investigadora y
publicó trabajos notabilísimos de Zoología,
Mineralogía y Geografía.
Poey fue miembro de la Sociedad Económica
de Amigos del País, y desde 1861 de la Real Academia de Ciencias.
En 1865 estudió la colección de cráneos de
Rodríguez Ferrer y trazó mediciones comparativas con
similares de las Antillas Menores. Esto le permitió esbozar
una de las primeras hipótesis sobre la difusión y
procedencia de los tempranos pobladores de Cuba. Sus conclusiones
desataron polémica y sentaron los fundamentos de posteriores
trabajos. Fundador y Presidente de la Sociedad Antropológica
de la Isla de Cuba en 1877, Poey puso mucho empeño en la
definición en los campos de estudio y en el papel de la antropología
en la sociedad cubana. Erudito en tiempos del investigador erudito,
sus estudios en campos muy diversos, en grado muy especial la ictiología,
inexplicablemente aún inéditos, lo han distinguido
como verdadero sabio. Sobre él reza una lápida en
el edificio que lleva su nombre en la Universidad La Habana, Tanto
nomine nullum par elogium.
Sin embargo, los estudios antropológicos,
propiamente dichos, se remontan a la figura del matancero Manuel
Almagro Vega (1834-1878). Hizo estudios en el Colegio de San Cristóbal,
de Filosofía, más tarde se matriculó en Medicina.
Continúa esta especialidad en San Carlos, Madrid, donde obtuvo
máximas calificaciones. De aquí pasó a la Sorbona
(1854) y ejerció en varios hospitales de la capital francesa
entre 1858 y 1861. Un año después, de regreso en Madrid,
legalizó el título francés.
Almagro ingresó en el año de 1862
en el ejército, en el Cuerpo de Sanidad Militar, como segundo
ayudante médico, y poco después pasó a prestar
servicio en la guarnición de Cuba. Esto le valió el
nombramiento de encargado de los estudios etnográficos y
antropológicos en la Comisión Científica del
Pacífico.
Por su vinculación con la Sociedad de Antropología
de París, de la que fue socio corresponsal, recibió
instrucciones generales antropológicas (Bulletins,
1862), que agregó a las obtenidas ya desde España.
Tenía como miembro de la Comisión,
el encargo de adquirir una colección de cráneos de
las diferentes razas indígenas, instrumentos de labor y domésticos,
menaje cultural e ídolos religiosos... “de un gran
interés para completar las colecciones histórico etnográficas”
(Puig-Samper, Marrodán y Ruiz, 1985:221-234).
Su participación en la agitada expedición
al Pacífico lo llevó a recorrer Brasil, Uruguay, Argentina,
Chile y Perú. Desde Ecuador pasó a la región
Amazónica y de ahí al Atlántico, de donde regresó
a Europa.
Hizo observaciones en comunidades indígenas,
en monumentos indios; colectó objetos, artefactos, 37 momias
con sus ofrendas, 40 cráneos.
Con posterioridad a su trabajo en la comisión
fue destinado a Cuba (1866) y licenciado del Ejército en
1868.
A pesar de ser Almagro el primer antropólogo
cubano de profesión y el primero en participar en una expedición
de tal magnitud, como la del Pacífico, su labor no incide
directamente en el origen y desarrollo de la institucionalización
de los estudios antropológicos en Cuba.
Las instituciones matrices.
A) La Real Academia de Ciencias de La Habana.
Cumplimentando una Real Orden de 1861 se fundó
la Real Academia de Ciencias de La Habana, que casi durante una
centuria aunaría las voluntades científicas de la
Isla y promovería la controversia, el conocimiento y la difusión
de las principales materias que sus miembros cultivaron, ya fuese
Medicina, Física o Historia natural. Aquí tendrían
cabida los intereses vinculados a la Antropología, sobre
todo a partir de 1875, cuando entre los médicos tales estudios
comienzan a cobrar fuerza y las observaciones hechas por éstos
a ser vinculadas con las problemáticas, que entonces se debatían
en esa esfera de estudio. La principal publicación de la
entidad, los Anales de la Real Academia, devino el medio
más expedito para difundir las disertaciones, respuestas
o resultados que se tuvieran a bien hacer notar a la comunidad científica.
En su seno, la creación de una Sección de Antropología
fue el centro de difusión temática a tales fines,
entre 1861 y 1876, y una de las más importantes luego, pues
propició el estudio de esta disciplina en la corporación.
El interés de poseer una Sociedad que aunaría
los esfuerzos de los sectores ilustrados del país, en lo
que al campo científico se refiere, encuentra en la última
década del siglo XVIII un espacio ciertamente estimulante
para materializarse. El espíritu del Iluminismo entonces
se difunde entre los hombres preparados y sensibles. Progreso económico
y liberalismo en las ideas, favorecen el surgimiento en Cuba de
instituciones como la Sociedad Económica de Amigos del País
(1793) o el Real Consulado de Agricultura y Comercio (1795) donde
se aúnan inteligencias e impulsos. Es en la primera donde
el desarrollo científico encuentra cabida y donde pueden
estar los primigenios proyectos de una asociación científica.
Débese a la Sociedad Económica de Amigos del País
el fomento de estudios naturales, filosóficos y otras disciplinas
encaminadas a su difusión y a su aplicación en las
condiciones insulares. La química, la física experimental,
las matemáticas o la economía son protegidas por la
institución. A su vera se fomenta tanto la creación
de una colección y jardín botánico como una
Academia de Bellas Artes.
Tres lustros después (1841) otro intento
por constituir una Academia científica en La Habana encontró
la indiferencia, cuando no la negativa del poder, que ya había
vetado otros intentos cubanos de crear centros de pensamiento no
comprometidos con las circunstancias, tal como la proyectada Academia
de Literatura Cubana, vetada en 1834. La solicitud científica,
menos sonada, siguió el mismo destino.
No mejor resultado obtuvo una nueva petición
de 1852, que fue desoída y sólo quedó el trámite
cursado a la Capitanía General.
Probablemente, algo más serenada la sociedad
cubana, tras una década convulsa, la gradual estabilización
contribuyó a que la solicitud para fundar una Academia de
Ciencias Médicas, Físicas y Naturales en la capital
de Cuba, tuviese mejor recepción en los representantes de
la Corona. Los prestigiosos científicos cubanos encontraron
eco en un capitán general ilustrado que hizo llegar a Madrid
tal interés (1856). Cuatro años después, en
1860, un Real Decreto de Isabel II, autorizaba instituir en La Habana
una Academia de Ciencias. El día 19 de mayo de 1861, salvados
los trámites, se constituía ésta eligiendo
sus académicos y la primera junta de Gobierno (19 de mayo
de 1861).
Para entonces existía en el país
una comunidad científica respetable, principalmente en la
Medicina, con una sólida formación y un estimulante
campo de estudios. Prestigio profesional, que ahora cobraba carácter
institucional y modelaba el vehículo para hacer más
efectivos los progresos y las soluciones a los múltiples
problemas que se encaraban con los brotes de epidemias como la fiebre
amarilla y el cólera. La problemática de la higiene
en los núcleos de población urbana y en las localidades
rurales, la atención a las dotaciones de los ingenios y la
observación de los inmigrantes, la colaboración con
el poder judicial en casos médico-legales, fueron de las
tantas ocupaciones de los académicos. Como se ha afirmado,
tales presupuestos “...deben haber convencido a las autoridades
españolas en la Isla de que necesitaba una institución
para asesoría y consulta sobre tan acuciantes dificultades”
(Pruna, 1985:20-29).
Entre los más notables empeños de
la Real Academia estuvo el crear una colección de especímenes
convenientes a su esfera de interés, tal como se estableció
en el artículo 28 de sus estatutos.
“La Academia considerará corno un
servicio muy importante de sus individuos, el que ofrezcan objetos
naturales del país o exóticos, clasificados o sin
clasificar, pero con una relación más o menos exacta
de sus usos y propiedades, o bien monstruos o piezas interesantes
de Anatomía patológica, con cuyos materiales pueda
la corporación formar un Gabinete de Medicina e Historia
Natural” (Álvarez Conde, Op. cit.:412-414).
A trece años de su fundación, se
crea el denominado Museo Indígena de Historia Natural de
la Real Academia, donde los materiales colectados desde la creación
de la Real Academia de Ciencias serían conservados para su
estudio y exposición. Este museo se nutrió de donativos
procedentes de antiguas colecciones o de materiales adquiridos por
los académicos, como es el de aquellas colecciones que formaron
parte del extinto Museo de la Sociedad Económica de Amigos
del País, que dirigió Felipe Poey entre 1838 y 1849,
quien al disolverse dicho museo, envió gran parte de sus
exponentes a la Universidad de La Habana. Materiales de Historia
Natural (muestras de maderas del país, de mineralogía,
herbario de plantas indígenas de Cuba; materiales paleontológicos;
además, una valiosa colección zoológica especialmente
ictiológica, de moluscos terrestres, ornitológica,
por solo enumerar algunas) fueron donados por el mismo Poey, y por
J. Gondiach; piezas aborígenes cubanas, por Francisco Ximeno,
amén de los materiales arqueológicos y antropológicos
que Carlos de la Torre y Luis Montané acopiaron en sus excursiones
científicas de finales de la centuria.
B) La Sociedad Antropológica de la Isla de
Cuba.
Auspiciada primero por la creación en La
Habana de una sección de la Sociedad Antropológica
Española (26 de julio de 1876), e integrada por miembros
de esta última, residentes en La Habana, la Sociedad Antropológica
de la Isla de Cuba se fundó en 1877 ocupándose específicamente
del estudio del hombre, teniendo por homóloga principal a
la de Madrid. Fue creada con el criterio de proyectarse hacia las
corrientes más avanzadas de la época, en especial
aquellas generadas por la Sociedad Antropológica de París,
centro irradiador del pensamiento antropológico, con el cual
más de un fundador poseía estrecha conexión
profesional.
Sustentada en proyecciones verdaderamente modernas,
entre sus postulados estuvo interpretar los problemas de la estructura
humana de la Isla, tan heterogénea, tan dinámica que
constituía un constante desafío investigador a los
miembros fundadores, muchos de ellos, por demás, también
socios de la Real Academia de Ciencias, vínculo interinstitucional
altamente provechoso tanto en lo profesional como para afrontar
el sostenimiento de publicaciones y prácticas de improbable
subsidio por parte de las autoridades coloniales.
En sus estatutos está subrayada su posición
en el campo de las ideas: el liberalismo científico, la adopción
de las hipótesis más audaces y la capacidad de aceptar
toda contribución y concurso, independientemente de su procedencia
o afiliación a una u otra escuela, siempre que desearan “...secundar
nuestros esfuerzos e ilustrarnos con sus luces...”. Se explica
así el interés por establecer intercambio con todas
las instituciones afines, en el país y fuera de este, donde
quiera que existiese un centro de saber, especialmente en lo antropológico
“...pues esta es una de las condiciones esenciales del progreso
de la ciencia” (Palabras del Dr. Luis Montané en el
acto inaugural de la Sociedad Antropológica... el 7 de octubre
de 1877. Citado por Rivero, 1966).
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Dr. Luis Montané Dardé
(1849-1936). |
La creación de una adecuada base de información
para uso de los miembros se percibe desde las primeras reuniones
organizativas. El 20 de agosto de 1877 ya se solicitaba autorización
al Obispado para colectar materiales de interés en cementerios
urbanos y de ingenios, “...necesitado para formar las debidas
colecciones, huesos normales y muy particularmente toda clase de
cráneos...” (Ibidem :8). La idea de poseer una
serie de materiales, se evidencia aquí, como también
la intención de acceder a una visión histórica
de la dinámica poblacional al solicitar el acceso a los registros
parroquiales. Ambas fueron aceptadas y aprobadas por la jerarquía
eclesiástica, y son las primeras referencias a la conformación
de una colección antropológica.
La temprana preocupación por crear y conservar
una colección, se trasluce en los estatutos de agosto de
1877, en los cuales se delinean las condiciones de ordenamiento
y canje de materiales. En el Reglamento es evidente esta inquietud;
al formular las características del puesto de conservador
del Museo, expresa que le corresponde organizar y custodiar al inmueble
y los objetos allí depositados, llevando registro apropiado,
del que daría cuenta anual, similar tarea a la de los responsables
de Biblioteca y Archivo (Arts. 25 y 26). En el mismo campo de instrucciones
a cumplir, la Sociedad asumía, como una de las prioridades
de inversión, el “conocimiento de la Biblioteca y Museo”
(Art. 59). Ambos poseían reglamentos especiales para “buen
orden y fomento” (Art. 72).
Una importante disposición reglamentaria
es aquella concerniente a la conservación íntegra
de todos los fondos documentales y las colecciones de la institución,
prevista por sus fundadores, quienes formularon un concepto que
excluía equívocos en perspectiva:
“En ningún caso se procederá
a la venta de libros, cuadernos, cartas, cráneos, piezas
figuradas o conservadas de anatomía, objetos materiales de
arte o industria, dibujos, fotografías y todo lo demás
que componga la colección de la sociedad. Esta podría
complementar su Museo por vía de cambios, pero no las efectuaría
sino por objetos de los cuales se posean algunos ejemplares”.
(Art. 61).
Para el caso, por demás nunca improbable,
de disolución de la institución, se tuvo en cuenta
que, en el supuesto de esta contingencia, se decidiría en
junta extraordinaria, “...el destino que debe darse a los
bienes, fondos, libros, etc.”. Todos los objetos del Museo
pasarían de derecho a la Sección Antropológica
de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y
Naturales de La Habana a menos que la Sociedad disponga de ellos
por mayoría de votos en favor de otro establecimiento público
de la Isla de Cuba. (Art. 73).
El empeño de adquirir materiales para fundar
y sostener el Museo y Archivos institucionales, es marcado después
de 1878, en especial luego de declinar un ofrecimiento de participación
en la Exposición Universal de París, pues “la
institución carece de un Museo todavía así
como de local propio para instalarlo...” (Ibidem :31).
Entre los más importantes donativos se reportaron
aquellos especímenes teratológicos como el aportado
por el doctor Montané en 1878; o las importantes muestras
arqueológicas procedentes de Norteamérica, cedidas
a la institución por el mismo socio en 1880, amén
de cráneos y otros restos óseos adquiridos por los
miembros en excursiones o por donativos que acrecentaron gradualmente
las existencias del Museo, lo que llevó al Dr. Bachiller
y Morales a exhortar la creación de una colección
puramente arqueológica, en una exposición hecha en
1883.
No obstante las crecientes dificultades financieras
de la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba, sensiblemente
evidenciadas en la errática publicación de su Boletín,
que se hicieron más agudas hacia 1887, los contactos para
adquirir especímenes por vía de comisiones, compras
o donativos, no se interrumpieron, de lo que es muestra todo el
material procurado en Sacti Spiritus en 1888 y que fue incorporado
al Museo un año después o la importante aportación
de antigüedades aborígenes antillanas que el entonces
conservador, Dr. La Torre, donó a los fondos de la Sociedad
Antropológica a raíz de su fructífera excursión
científica a Puerto Rico, República Dominicana y la
región más oriental de la provincia de Santiago de
Cuba, realizada en 1890.
Una intención primaria de la Sociedad, desde
sus primeras exposiciones públicas, fue proyectarse en el
ámbito científico de la sociedad cubana y de los centros
de pensamiento del extranjero. Su afiliación con la Sociedad
Antropológica de Madrid le garantizaba una relación
con sus colegas peninsulares, acceso inicial a las cátedras
europeas. No obstante, muy pronto los miembros de la Sociedad Antropológica
de la Isla de Cuba establecieron relaciones directas con los focos
antropológicos, ya fuese en Europa, donde se poseían
corresponsales en Alemania (Munich, Nuremberg); Francia (París
St. Valery, Loine); Italia (Florencia, Turín); Estados Unidos
(Nueva York, Washington); Rusia (San Petersburgo, Moscú);
C. México, Brasil (Río de Janeiro); Suiza (Basilea)
y Austria (Gand). Así se hacía honor al postulado
de su artículo 2°: “Promoverá con todas
las de su clase el cambio de objetos y publicaciones que puedan
contribuir a su fomento y progreso” (Ibidem :73-76,
85, 160, 182, 197).
Dentro de la Isla, no sólo en La Habana,
donde se concentró el grueso de los miembros, proyectó
su incidencia la Sociedad Antropológica. En Sancti Spiritus,
Morón, Baracoa, Guantánamo o Consolación del
Sur, existieron socios corresponsales; incluso en localidades tan
alejadas como Jauco, Gran Tierra, en el remoto extremo oriental
de la Isla, hizo sentir su presencia aquella corporación
científica (Ibidem :206, 222).
Principales Temáticas.
A) La Real Academia de Ciencias.
El potencial profesional de la institución,
la diversidad de campos de investigación en que se proyectó
su acción científica, las llevó a incursionar
en materias tan diversas como la arqueología, numismática,
ciencias biológicas, antropología, antropogeografía,
evolución, bacteriología, farmacia y aún, de
partes, tal como se percibe al revisar los 96 volúmenes de
que constan sus Anales.
Constreñidos al período histórico
de nuestro interés, apenas poco más de un cuarto de
siglo, figuras descollantes como Felipe Poey, J. Gundiach, Sebastián
A. Morales, abordaron problemas concernientes a la zoología
o la botánica en general; P. Salterain o M. Fernández
de Castro, discutieron acerca de geología, paleontología
y mineralogía. Andrés Poey descolló en estudios
meteorológicos, tanto como Marcos J. Melero. Problemas de
ingeniería fueron expuestos por Joaquín de Albear,
mientras que los debates médicos fueron escenificados por
figuras como Nicolás J. Gutiérrez, Antonio Mestre,
Santos Fernández, entre otros. La antropología y la
arqueología, encontraron seguidores importantes en Luis Montané
y Carlos de la Torre.
Dentro de la particular esfera de interés
en la que se centra este trabajo es destacable la discusión
de numerosísimos casos de medicina legal, donde la interpretación
antropológica de los casos devino en auxiliar indispensable
del poder judicial, ya no sólo en los propiamente acaecidos
en la capital sino en puntos cercanos del interior, sobre todo a
partir de fines de la década de 1870.
Notables fueron los estudios realizados acerca
de la existencia de grandes mamíferos fósiles en la
Isla de Cuba y la precisión de la edad geológica del
archipiélago (1864), o discusiones acerca de un pretendido
enlace geológico muy antiguo de Cuba con el continente y
su influencia sobre la población animal y vegetal (1884).
De interés es la discusión acerca
de las “Instrucciones para las investigaciones antropológicas”
(1875) que ponía a los académicos en contacto con
lo más avanzado del pensamiento científico existente
en Francia y proporcionaba una metodología a los que la practicaban
en el país o, el no menos importante tema de las “Consideraciones
sobre la importancia de la antropología en el caso del reconocimiento
de la raza (1876)”; ambos son de lo más temprano que
sobre estos temas se comentó; no obstante vale destacar que
desde 1861, dada la notable composición médica de
sus socios, la antropología fue línea prioritaria
en la Real Academia.
Como resultado de las comisiones antropológicas
de 1888-1891, varios trabajos fueron presentados a debate en las
sesiones de la institución: tales son los casos de “El
hombre de Sancti Spiritus” (1904-5), “La gruta del Purial”
(1907) o el “Informe sobre el estado de las ciencias antropológicas
en Cuba” (1909) por Luis Montané, a los que se agregan
los presentados por Carlos de la Torre: “Conferencia científica
acerca de un viaje a la parte oriental de Cuba” (1890); “Excursión
científica a Viñales” (1909), “Sobre el
indio del Caney” (1909).
 |
Cráneo no deformado. Cueva del
Purial, Sancti Spiritu, Cuba. Actualmente en la colección
del Museo Antropológico Montané de la Universidad
de La Habana. |
B) La Sociedad Antropológica.
Espíritus ilustrados, con dominio de las
problemáticas de su época y entorno, los miembros
de esta corporación, en sus frecuentes sesiones académicas
abordaron las más disímiles vertientes de la antropología,
entendida en su más plena acepción, tal como fue definida
tempranamente por uno de los fundadores:
“La antropología, que es la historia
natural del hombre, pero enriquecida con datos de otro orden, tomados
de la historia, arqueología, lingüística; fija
los grupos en que puede dividirse y son: la antropología
general, la etnografía y la etnología; y establece
sus diferencias, así como las que existen entre los pueblos
y las razas, a cuyo estudio precede el del género humano,
refiriéndose cada una de estas divisiones a una de las ciencias
indicadas” (Palabras del Dr. Montané, en sesión
pública ordinaria del 5 de mayo de 1878. Ibidem :33).
Felipe Poey, presidente de la Sociedad, hizo una
de las primeras referencias a la importancia de asumir el estudio
con fines de observación y aplicación directa, al
expresar la potencialidad de Cuba “esperando que sean cultivados
más que ninguno, los hechos que se relacionan en las varias
y diferentes razas de este país”. A este espíritu
se adhirió el joven doctor Montané al disertar en
aquella ocasión acerca del papel de los estudios antropológicos
para el conocimiento de la realidad de la Isla, y lo necesario de
hacerlo científicamente (Sesión solemne del 7 de octubre
de 1877. Ibidem :26-27). En tales términos se pronunció,
en otra oportunidad, Enrique J. Varona, a propósito de las
implicaciones de la vertiente social de los estudios del hombre:
“el gran fin a que estaban llamadas las
sociedades antropológicas de aunar esfuerzos dispersos de
la observación y metodizar sus conclusiones, podía
ser realizado por la de Cuba con una facilidad relativa por el gran
campo de investigación que le ofrecían la coexistencia
en un mismo territorio y el cruzamiento de diversas razas, haciendo
así fructífera para la ciencia un hecho tan lamentable
en la esfera social” (Sesión ordinaria del 7 de junio
de 1878. Ibidem :45).
Otro tema general abordado fue la vinculación
de los estudios antropológicos con la política de
colonización. La necesidad de una evaluación cuidadosa
y científica antes de emprender cualquier empresa al respecto
“tiene base en que debe de causar el conocimiento positivo;
es la ciencia que estudia las manifestaciones de la vida colectiva
del hombre y busca sus leyes”. La importancia del conocimiento
de la influencia de la emigración a ambiente nuevos y los
factores humanos del problema colonial, proporcionarían elementos
para la interpretación de los proyectos de inmigración
blanca que en Cuba se habían manejado desde inicios de siglo;
esto, se acentuaba, debía ser materia de reflexión
en la institución (Sesión solemne del 7 de octubre
de 1887. Ibidem :180-190).
Incitados al respecto, se trajo a colación
la cuestión de la aclimatación y la inmigración
europea, uno de los puntos sensibles en la polémica sobre
el aumento de población blanca de la isla. Esto, se afirmaba,
es de la máxima “trascendencia local”, dada la
diversidad de criterios, y donde “está la cuestión
política al lado del problema étnico, que más
nos interesa”.
El estudio de los patrones de colonización
anglosajón e ibérico, el grado de adaptación
temporal, son los elementos ineludibles en las consideraciones,
se expresaba, tal como su manifestación en la política
española en Cuba desde los tiempos iniciales y su incidencia
en la mezcla étnica insular, aunque había que singularizar
las concepciones generales y precisar más el conocimiento
ya existente sobre las características cubanas, donde se
imponía un estudio más apropiado del grupo hispano,
tanto como de los restantes, a fin de contar con una visión
cierta de las poblaciones cubanas (Sesión ordinaria del 6
de noviembre de 1887. Ibidem :191-193). Las Sociedades Antropológicas,
se expuso:
“Tienen el deber de consagrarse a estudios
prácticos o investigaciones especiales, aprovechando las
ventajas de su posición geográfica, de su contacto
con diferentes pueblos o nacionalidades; estudiando las condiciones
de aclimatación de los pueblos emigrantes, las desviaciones
que se notan en sus descendientes, los caracteres físicos
e intelectuales de los mestizos, la fecundidad de los cruzamientos,
las diferencias que imprimen al mismo tipo las diversas localidades”
(Sesión solemne del 7 de octubre de 1887. Ibidem :221-212).
Acercarse a la realidad étnica insular proporcionó
a los miembros de la Sociedad Antropológica de la Isla de
Cuba uno de los puntos más controvertidos de las sesiones
de debate allí efectuadas, aquel concerniente a la valoración
de las razas y su influencia en las comunidades humanas. En especial
el asunto del mestizaje ocupó la atención tempranamente,
ya fuese para discutir las razas ibéricas, su conformación
y el legado que aportaron al aclimatarse en Cuba y el grado de pureza
de los habitantes de origen peninsular, una vez asentados y mezclados
con otros grupos étnicos. La nomenclatura empleada al valorar
a los naturales de la Isla, ostensiblemente del factor negro, provocó
más de una impugnación o defensa, siempre pródigas
en argumentos (Sesiones ordinarias del 2 y 7 de junio de 1878, respectivamente. Ibidem :32-35). En otros casos se trajo a colación
la cuestión de la terminología y sus equívocos,
como en el caso de los pueblos ibéricos, cuya supuesta raza
blanca pura, se evidenció históricamente difícil
de sostener. Allí se criticó el concepto “estrecho”
de cubano, pues “geográficamente tan cubano
es un negro criollo como un blanco o un mulato”; la diferenciación
antropológica no debía manejarse en términos
de interiorizar grupos humanos, aunque en términos de estudio
“a cada cual corresponde un lugar distinto en cualquiera clasificación”
(El Dr. Juan Santos Fernández en sesión ordinaria
de agosto 4, 1878. Ibidem :51).
En el seno de la Sociedad Antropológica
se hicieron trabajos de divulgación acerca de las características
de la raza negra, sus peculiaridades anatómicas, resistencia
a las enfermedades, capacidad reproductiva y creencias religiosas,
así como los grados de inteligencia según sus orígenes.
Ese último aspecto fue de interés, al debatirse las
capacidades intelectuales de negros criollos y africanos, según
el medio en que se desarrollen, pues la capacidad craneana no siempre
es indicio de inteligencia o degradación mental. Esto da
pie a consideraciones sobre los efectos de la condición del
negro y su fecundidad, las implicaciones de la servidumbre en los
hábitos de apareamiento cuando se expresan opiniones como
esta: “Las condiciones de la esclavitud son más que
suficientes para explicarlas; y una de las causas mas frecuentes
de esa corrupción, es la proporción de sexo en las
fincas” Es la condición, la falta de elemental entorno
humano, uno de los principales factores que inciden en la escasa
procreación, amén del desbalance sexual por razones
económicas, al priorizar la entrada de hombres africanos
(Sesión ordinaria del 12 de enero de 1879 y sesión
ordinaria del 16 de febrero de 1879. Ibidem :75-76, 82).
Influencia del clima y adaptación racial
constituyen otro de los aspectos a considerar y acerca del cual
las opiniones más disímiles se emitieron, desde aquellas
que consideraban la zona tórrida, y por tanto Cuba, poco
propicia a un asentamiento laboral de emigrantes europeos, explicando
el porqué de la recurrencia al negro, hasta criterios muy
audaces que ridiculizaban tales asertos, ejemplificando con casos
evidentes que descartan el rol decisivo de las circunstancias climáticas
en las aptitudes psíquicas o morales, y aunque aceptan cambios
fisiológicos, sostienen que en milenios, “la influencia
del clima no ha alterado los caracteres de esas razas” (Sesión
ordinaria del 4 de febrero de 1883. Ibidem :145).
En todo el devenir de la actividad académica
es palpable este interés acerca de las razas, en especial
la negra y sus peculiaridades de adaptación física
y cultural, algo que para la Cuba de la época constituía
una obligada reflexión en el plano social y moral, nada ajena
a una disciplina como la que nos ocupa. Los debates sobre la pureza
de las razas, la degradación o no de los pueblos con un activo
y amplio cruzamiento étnico, las implicaciones de la consanguinidad
en los grupos humanos, la capacidad de adaptación y la inteligencia,
el clima y la humanidad, los atavismos y la degeneración
en grupos no dominantes en ciertas circunstancias históricas,
llenan decenas de folios plenos de interesantes intercambios, y
satisface encontrar en aquellos socios de la Sociedad Antropológica,
a despecho de opiniones axiomáticas de su época, un
espíritu nada refractario al abordarlos, un saldo muy favorable,
especialmente al comprender y explicar con datos muy sopesados,
las particularidades de una sociedad, como la cubana, confluencia
de pueblos y suerte de laboratorio racial, con un espíritu
ilustrado, desechando conceptos excluyentes.
Merece referencia particular cómo se abordó
la cuestión entonces denominada de “Antigüedades
Indias”, es decir las evidencias culturales de los pobladores
aborígenes cubanos y antillanos. Asunto que está muy
relacionado con la adquisición de piezas para la colección
arqueológica del Museo de la Sociedad, y que motivó,
como en el caso anteriormente referido, no pocos encontronazos académicos
en los salones de la Real Academia, donde celebraban sus sesiones
los miembros de la Sociedad Antropológica. Pueden definirse
las principales líneas de aproximación: una, el estudio
de piezas halladas o remitidas a la Sociedad, precisando los elementos
concernientes a su autenticidad y pertenencia a los aborígenes
insulares; otra, de proyección más conceptual, que
consideraba el grado de civilización alcanzado por los cubanos
más antiguos, y si merecían considerarse como parte
de una cultura digna de estudiarse, un tanto integrante de un legado
histórico y susceptible de promover la discusión científica.
Estos debates, que han transcendido secularmente
a aquellos ilustrados, giraron alrededor de casos como el de un
cráneo deformado presentado a la Sociedad Antropológica,
a raíz de su hallazgo en el litoral habanero, evidenciando
trazos de deformación artificial “sometido a una presión
violenta y calculada”, argumentándose históricamente
el examen al recordarse que “en tiempos del descubrimiento
los indígenas de Cuba aplastaban a la vez el frontal y el
occipital”. Al respecto, se expresaron consideraciones basadas
en similares ejemplares hallados en México, Perú y
Norteamérica, aventurándose la hipótesis de
la difusión de un grupo humano matriz, tal y como se afirmaba,
“las pruebas históricas y antropológicas parecen
inclinarse” (El Dr. Luis Montané en sesión ordinaria
del 7 de junio de 1878. Ibidem :42-44).
Las consideraciones sobre el denominado “período
prehistórico cubano”, evaluado partiendo de las teorías
imperantes en Europa, en especial el evolucionismo social, fueron
hechas públicas en la Sociedad, con ideas tan interesantes
como el considerar que el hombre primitivo cazador de grandes mamíferos
no llegó a asentarse en la Isla, basándose en las
pruebas geológicas, y que para ubicar cronológicamente
el material prehistórico “poca utilidad prestaba a
la ciencia el hallazgo aislado de los instrumentos rudimentarios
de la humana industria, que es necesario vengan acompañados
de comprobantes que pueden justificar la época y lugar de
su yacimiento para hacer las deducciones que de su estudio se desprendan”.
El concepto, ya centenario, es de una apabullante contemporaneidad
(Francisco Jimeno, en sesión ordinaria del 7 de marzo de
1880. Ibidem :110-111).
Tal proposición llevó a considerar
la autenticidad de las hachas pétreas abundantes en muchas
regiones rurales de la Isla, que algunos eruditos consideraban de
origen natural, cuando ya no dudoso, como fue el caso de José
Ignacio de Armas, rebatido por Bachiller y Morales quien, afirmó,
son el legado “de una costumbre de los indios de Cuba, pues
cuando esta Isla fue descubierta sus habitantes estaban en la edad
de piedra pulimentada”. Junto con su argumento daba inicio
a una polémica acerca de la significación cultural
del estudio de los aborígenes insulares, que habría
de reflejarse agudamente en el campo científico. Por demás,
en el espíritu de la ocasión quedó impuesto
que, a menos se divulgasen tales hechos, se perderían muchas
evidencias por hallar, y “sería por tanto, de gran
utilidad que invitase al público a que allegase materiales
para dilucidar tan importante cuestión” (Ibidem).
La presentación de un estadio sobre instrumental
lítico, específicamente hachas de piedra, escindió
opiniones acerca de la capacidad del aborigen antillano, a fines
del año 1883. Según Bachiller, el ejemplar podía
considerarse “perteneciente a la época neolítica
e indica la posibilidad de que sea un espécimen del interesante
período de transición que debió preceder a
la edad de Bronce”; no obstante era incierto especular acerca
de su factura insular o procedencia de tierras vecinas, como también
precisar la técnica de fabricación. Casos similares
expresos “se han hallado en Puerto Rico y las Islas Turcas”,
además que las crónicas confirmaban tales útiles,
y el “aprecio que hacían los siboneyes de la Sibas”;
la comprobación seria no permitía hasta el momento
ubicar “a los indios de América, ni aún a los
más adelantados, fuera de la edad de piedra”. Dentro
de esa condicionante Bachiller situó las culturas antillanas,
y auxiliado por la observación de supervivencias similares
en indígenas de las Guayanas, aceptó que el hacha
que motivó el estudio, definitivamente “es un instrumento
de la época neolítica en Cuba”, página
evidente del pasado prehistórico muy distanciado de la presunta
sociedad salvaje que le impugnaban. Aquí rebate la opinión
de Armas, y nos dice que “estas hachas las hay en todas partes
y si bien hace poco sólo por inducción se llamaron
así, hoy podemos sin temor a equivocamos darles ese nombre”.
Lo postulado por Bachiller consiguió consenso favorable,
y su apelación fue merecedora del siguiente aserto:
«Las Celtas o Hachas de piedra que conocemos
son instrumentos de la edad de piedra, y si al pensar así
no estamos en la verdad nuestro error será menos lamentable
porque en él nos acompañan las eminencias de la ciencia
contemporánea» (Sesión ordinaria del 16 de diciembre
de 1883. Ibidem :169-173).
Esos criterios valorativos fueron enfrentados mediante
hipótesis contrapuestas por de Armas, que en dos sesiones
del año 1884 prodigó datos que esperaba dieran validez
a su criterio sobre el estado de salvajismo de las Antillas. La
existencia hipotética de los Caribes sirvió para lanzar
un claro ataque y no admitir trazas culturales entre los indios
cubanos, a los cuales negaba la capacidad del uso de la piedra pulida
ni otros similares, atribuyéndoles el desconocimiento de
la alfarería y organización social, desestimando las
relaciones acerca de sus mitos. Refuerza Armas sus posiciones, en
otra exposición, donde rechazó cualquier evidencia
de práctica o culto entre los antillanos de los tiempos del
descubrimiento. Sus argumentos, manejados con galanura y fuentes,
no obstante, recibieron varias y severas objeciones, por el deficiente
uso de sus datos y lo absoluto de las apreciaciones (Sesiones ordinarias
del 2 de marzo de 1884 y del 6 de abril de 1884. Ibidem :179-180,
182-184).
En este campo, el de los estudios aborígenes,
siguió proyectándose el interés de la Sociedad,
especialmente el de adquirir piezas originales, expuesto en el nombramiento
de comisiones, que en 1888 y 1891, respectivamente, cumplieron misiones
de exploración y adquisición de materiales antropológicos
y arqueológicos con destino a los fondos de la Sociedad Antropológica,
tanto como para enriquecer a la Sección de Antropología
de la Real Academia de Ciencias, donde alternaban los miembros de
la primera.
La Sociedad Antropológica, la Real Academia
de Ciencias y las Comisiones Científicas de 1888, 1890 y
1891.
El afán de procurar materiales arqueológicos
y antropológicos, de precisar zonas potencialmente prometedoras
mediante la prospección en el lugar -presente en la Sociedad
desde muy temprano- cristalizó a fines de la década
de los ochenta, y con el valioso subsidio de la Real Academia de
Ciencias se pudo poner en práctica el envío de tres
comisiones investigadoras cuyos resultados resultaron trascendentes
en su momento.
La primera comisión se organizó en
junio de 1888, para proceder al estudio de materiales colectados
por corresponsales en la provincia de Santa Clara cuatro años
antes, y que a tenor de los acuerdos de las sesiones del 29 de enero
de 1888, quedó constituida e integrada por los miembros Drs.
Luis Montané, Benjamín Céspedes, José
R. Montalvo y A Mestre. De ellos, Montané fue el que viajó
al centro de la Isla, donde colectó interesantes materiales
osteológicos y evidencias materiales en una gruta de asentamiento
muy antiguo. En su informe a la Sociedad Antropológica, expresó
que “he tenido la fortuna de encontrar objetos de grandísimo
interés para la Ciencia del hombre en general, y muy particularmente
para la historia antropológica de este país”
(Anales de la Real Academia de Ciencias, 1888, Tomo XXV :232).
Los materiales aquí hallados suscitaron
años más tarde numerosas y controvertidas opiniones
sobre la presunta antigüedad de un hombre fósil en las
Antillas, originario de Cuba, siguiendo las teorías acerca
del origen del hombre autóctono del indio americano que hacia
finales del siglo XIX estaban difundidas en los ámbitos científicos
del continente americano, y que se basaban en hipótesis del
investigador argentino Florentino Ameghino.
Las piezas entonces colectadas, excepto los cráneos
que se enviaron a la Sociedad Antropológica de París,
pasaron, en 1889, a los fondos del Museo que se instituyó
en la Sociedad Antropológica, por un donativo del Dr. Montané,
a lo que se agregó en la misma oportunidad un envío
de piezas aborígenes procedentes de Baracoa, presente del
Dr. de la Torre. Con tales donativos quedó, este año,
formado el denominado “Armario arqueológico antropológico”
en el Museo de Historia Natural de la Real Academia (Ibidem,
1889, Tomo XXVI :59-60).
Lo halagüeño de los hallazgos referidos,
y el incentivo de poseer ya una colección instituida, estimuló
a la Junta de gobierno de la Real Academia a financiar una nueva
comisión científica a la región Este de la
Isla, con expresa instrucción de encontrar “objetos
que sirvan de base a estudios antropológicos sobre la raza
primitiva; y a la vez, observar el estado en que se encuentra la
plaga que destruye los cocoteros” (Valdés Domínguez,
1890:2-6). La designación recayó en el doctor Carlos
de la Torre, entonces también conservador del Museo de la
Sociedad Antropológica, para el año 1890-1891. Éste
debía visitar Santiago de Cuba y Baracoa, en tránsito
a Puerto Rico.
En desempeño de su misión, el doctor
la Torre recorrió el litoral baracoano inspeccionando el
estado de los cocales afectados, a la vez que hacía abundantes
colectas malacológicas.
Pero la parte más interesante del viaje
es sin lugar a dudas la que emprendió hacia Maisí,
extremo más oriental, donde hizo reconocimiento en varias
grutas sepulcrales, acopió cráneos deformados, vasijas
de cerámica aborigen y adquirió varias piezas líticas
de singular factura, que luego engrosaron los fondos antropológicos
de la Real Academia de Ciencias. En esta oportunidad, también
visitó la República Dominicana y Puerto Rico, observando
colecciones, comparando datos y donde “observó el hecho
significativo de que los restos indios encontrados en dichas Islas
tienen una extraordinaria semejanza con los de la parte oriental
de Cuba” (Harrington, 1935, Tomo I :36). Todo el material
arqueológico acopiado en las tres regiones visitadas, fue
puesto a disposición de la Academia para enriquecer la colección
aborigen que en menos de una década había aumentado
sensiblemente sus existencias.
Siguiendo el empeño de la Torre, y a raíz
de los valiosos materiales colectados en la ocasión, en el
verano de 1891 el Dr. Luis Montané viajó a Baracoa,
conduciendo otra expedición científica promovida por
la sección de Antropología de la Real Academia de
Ciencias, y que con el auxilio de personalidades locales recorrió
todo el extremo oriental de la Isla, desde la citada ciudad hasta
la de Guantánamo. En el transcurso se hizo una detallada
exploración de los puntos donde se habían reportado
hallazgos, reconociéndose varias decenas de grutas conteniendo
material aborigen, colectando cráneos, utensilios de diversa
factura y empleo propios de los grupos agricultores que los cronistas
ubicaron en la región. Por vez primera, desde 1847, se exploró
y excavó una construcción terrea aborigen, los denominados
“terraplenes o muros de Pueblo Viejo”, que aportó
abundante material afín a la tradición histórica
de sus constructores autóctonos: este fue, probablemente,
el más señalado de los resultados arqueológicos
de esta comisión científica.
Del acopio y estudio de los cráneos allí
colectados o adquiridos en el trayecto de la expedición,
se enriquecieron tanto las colecciones de la Real Academia de Ciencias
como los argumentos que permitieron al Dr. Montané considerar,
ya entonces, la existencia de grupos humanos distinguibles a partir
de la presencia o no de la deformación craneana. Una opinión
del cronista del viaje lo corrobora:
“Los abundantes ejemplos de huesos adquiridos
por el Dr. Montané le permitirán resolver más
de un importante problema antropológico, entre otros, la
existencia de dos razas: una la raza india de Cuba, y otra extraña
a la Isla” (Valdés Domínguez, 1892, s/p).
Significativo, entre lo que aportó esta
exploración, fue el estudio de los descendientes de aborígenes
que habitaban el extremo oriental de la Isla, de los cuales, en
aquel entonces, se estudiaron sujetos residentes en las cercanías
de Baracoa y Guantánamo. El interés por los remanentes
aruacos en la población cubana había sido expuesto
en la Sociedad Antropológica como una investigación
factible de arrojar ciertos resultados (Dr. E. López en sesión
ordinaria del 4 de marzo de 1888; en Rivero de la Calle, Op.
cit. :202), ya que la pretendida desaparición total del
componente indígena en esas regiones no parecía ser
una opinión muy sostenible, a partir de los datos recogidos
en Oriente por la expedición Montané. Valdés
Domínguez lo consideró en su crónica de la
expedición Montané al escribir “...no quedó
tan exterminada la raza de indios cubanos que nada se pueda decir
sobre su valor antropológico en nuestra historia” (1891,
s/p).
Proyecciones académicas.
Escasamente vinculada a los estudios antropológicos
como institución en el tercio final del siglo XIX -excepto
por la condición docente de muchas de las personalidades
que abrazaron tales conocimientos-, la Universidad de La Habana
asumirá, en los días de la reorganización de
cátedras y planes de estudios que se llevó a cabo
durante el período de ocupación norteamericana (1899-1902)
y que fue encargada al prestigioso intelectual Enrique José
Varona -miembro activo de la Sociedad Antropológica desde
casi sus inicios-, la creación de la Cátedra de
Antropología y Ejercicios Antropométricos, contemplando
la Orden Militar 212 de 1899, suscrita por el General Leonardo Wood.
La cátedra quedó encomendada al Dr. Luis Montané,
quien inició sus funciones oficialmente en 7 de julio de
1900.
El contenido de sus explicaciones, determinó
la creación de dos cursos, uno de Antropología Jurídica
y otro de Antropología General, con campos delimitados. Ambos
fueron propuestos por la Facultad de Letras y Ciencias -de la cual
fue decano por un corto período el citado Dr. Montané,
en 1902- a la suprema autoridad universitaria y a la Secretaría
de Instrucción Pública, siendo aprobados por un decreto
gubernamental de 1907.
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Primera instalación
del Museo Antropológico de la Universidad de La Habana. |
Asociado al surgimiento de la cátedra, menos
de un lustro después se instituyó el Museo Antropológico de la Universidad de La Habana, por acuerdo de la Facultad de Letra
y Ciencias, el 29 de junio de 1903, y con el nombre “Montané”
en acto de justicia y reconocimiento científico a la labor
de este científico cubano en la difusión de tales
conocimientos.
Se estructuró en cinco secciones: Antropología
Zoológica, Antropología Física, Prehistoria
Europea, Etnología del Antiguo Continente, Etnología
de América y Cuba y Aborígenes de Cuba y las Antillas.
Además, poseía una valiosa colección de exponentes
de etnología afro-cubana. Parte de los ejemplares atesorados
en la Real Academia de Ciencias, ya fuese en su sección de
Antropología o allí depositados desde la extinción
de la Sociedad Antropológica, pasaron a los registros del
Museo “Montané”. Andando el siglo, enriquecería
sus existencias con valiosas colecciones particulares (la del coronel
Rusco, en 1912, o la del ingeniero Cosculluela, en 1914) o de donativos
especiales (del presidente Estrada Palma, en 1902).
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"Ídolo
del Tabaco", talla sobre madera. Donativo del presidente
Tomás Estrada Palma al Museo Montané. Fotomontaje
realizado por Marlene García para esta web. |
A lo anterior agregaba una bien dotada biblioteca
especializada y un cuerpo de profesionales, quienes bajo la dirección
del Dr. Montané, su director desde 1903 (hasta su retiro
dieciséis años después) y el auxilio de otros
catedráticos-investigadores, lo convirtieron en un respetado
centro de conocimientos, ya no sólo en el ámbito regional
o continental, sino también por sus similares del Viejo Mundo,
especialmente en París, con cuyos colegas se mantuvo intensa
y frecuente comunicación, provechosa en ambas direcciones
y cuyos lazos databan de los primeros tiempos de la Real Academia
de Ciencias y la extinta Sociedad Antropológica de la Isla
de Cuba. No es ocioso reproducir la opinión del arqueólogo
Mark R. Harrington quien, tras visitarlo en la segunda década
del siglo XX, escribió que “la mayor y más completa
colección arqueológica en Cuba es por todos los conceptos,
la del Museo Montané -el Museo de la Universidad Nacional
de La Habana-, pues contiene una colección general ilustrativa
de la cultura Taína y una serie de objetos ciboneyes, junto
con un número de colecciones especiales de valor, que comprenden
el hallazgo de osamentas humanas” (Harrington, Op. cit.
I :79).
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“Documentos acerca de las expediciones científicas
del Dr. Luis Montané (1888-1904)”. Archivo Museo
Antropológico Montané. Universidad de La Habana.
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