Conmemorando a René Herrera Fritot.
(Discurso leído la mañana del viernes
14 de abril de 1995 en el Centro de Antropología de la Academia
de Ciencias de Cuba)
Por José Ramón Alonso Lorea.
Estimados colegas:
He deseado discursar oral y ampliamente por la
memoria del que ha sido y es hoy uno de los más importantes
pilares de la ciencia arqueológica cubana: el Dr. Rene Herrera
Fritot. Pero el poder de la oratoria nunca me ha sido dado, ello
me obliga a poner en uso el discurso escrito mediante el cual -previo
poder de la palabra y la gramática- si me lo permiten, me
hago llegar a ustedes.
Homenajear a esos hombres que a base del sacrificio
y la constancia personal se han dado un lugar en nuestras ciencias
y en la comunidad intelectual es un acto de justicia que debemos
asumir infatigablemente. Es ello también la manera de hacer
y perpetuar nuestra historia y de agradecer la labor de aquellos
que nos antecedieron y nos legaron los resultados (brillantes como
es este caso) de su labor paciente y concienzuda.
Fue este profesor -homenajeado hoy por el centenario
de su natalicio- doctor en ciencias naturales, conservador del Museo
Antropológico Montané de la Universidad de la Habana
y maestro de Antropología Jurídica, según cita
que tomo de Dacal y Rivero (Arqueología Aborigen de Cuba,
La Habana, 1986). Fue Fritot, también, de esa sustancia de
cubanos que, junto a José Antonio Cosculluela y Felipe Pichardo
Moya entre otros, intentaron la creación de una escuela cubana
de Arqueología, al darle a este saber nuevos cauces metodológicos
a partir del hallazgo de originales elementos culturales locales.
En su condición de profundo conocedor de las diversas comunidades
aborígenes asentadas en las Antillas y ante el rosario de
clasificaciones que caracterizaban la historia de la arqueología
de esta zona hacia 1950, presentó ante la Mesa Redonda de
Arqueólogos del Caribe un proyecto de clasificación
etno-cultural que buscaba poner orden a este caos clasificatorio.
Para ello empleó aquel conocido sistema de números
o complejos que buscaban soslayar las diversas nomenclaturas culturales
en boga. Sin embargo, y como anotan ciertamente Dacal y Rivero (1986)
"el sistema no fue empleado, sólo quedó como
un empeño de metodización que fue vencido por la fuerza
de la costumbre" (ibid:69).
Hoy, y en mi posición de historiador del
arte, para llevar a vías de hecho un estudio del origen y
comportamiento del proceso de la actividad mito-simbólica
aborigen en Cuba, se hace necesario la lectura de una enjundiosa
y variada bibliografía arqueológica cubana (y especifico
siempre la nacionalidad porque es corriente el credo falso e ignaro
sobre la ausencia de estos estudios en Cuba). Bibliografía
que, aunque rica en información y detalles de estas artes
indias, no deja de ser en extremo polémica, sobre todo (y
quiero particularizar en ello) en cuanto a clasificaciones etno-culturales
se trata: el hecho de que existan más de quince clasificaciones
elaboradas en diversas épocas y que alrededor de cinco de
ellas (en dependencia del estudioso y de la institución)
se mantienen en vigor, es una prueba de ello. Y nosotros precisamos
un sistema clasificatorio para ordenar estas producciones simbólicas.
Parece necesario retomar entonces ese espíritu de metodización
de Herrera Fritot y sentarnos todas las partes interesadas para
hallar un resultado adecuado, es decir, del uso, operatividad y
provecho de todos o de lo contrario la anarquía en materia
de clasificaciones seguirá imperando en estos estudios.
En otro orden y asociado a la figura de Fritot,
la historia del coleccionismo encuentra en este estudioso objeto
y sujeto de interés. Los exponentes del arte indígena
que atesoran las diversas colecciones en Cuba tienen una importancia
histórico-cultural de extraordinaria envergadura. Significación
que está dada por una doble condición: de una parte,
por el valor intrínseco de la pieza colectada, es decir,
su importancia cultural, científica, étnica -vale
recordar que muchas de las obras indocubanas que heredamos, resultan
atípicas dentro del concierto de piezas aborígenes
antillanas, tanto por sus características formales, como
por el concepto mitológico que encierran. De otra parte,
por el valor histórico del donativo, por el hecho mismo de
la entrega de la obra indiana que relaciona a importantes personalidades
de la cultura cubana. Tal es el caso de Fritot, quien donó
sus piezas con el afán de ver en su país un museo
que conservara y valorara estos primeros exponentes de nuestra cultura
para que, saliendo del marco de una colección privada, constituyera
fuente de información, inspiración y disfrute de artistas,
investigadores, científicos y pueblo en general. Muy a tono
con aquella ya hoy cincuentenaria propuesta de Anita Arroyo: "Lástima
grande (...) que el Estado no reúna en un solo Museo Nacional
(...) todos los aportes dispersos, con lo que contribuiría
de un modo efectivo a que se conservara íntegramente el valioso
acervo cultural de nuestra civilización indígena"
(Las artes industriales en Cuba, La Habana, 1943 :55). Que el esfuerzo
de Herrera Fritot nos sirva de acicate para llevar a vías
de hecho esta empresa todavía inédita. Una de las
ausencias más notables de nuestro medio cultural.
También, y es de mi extremo interés,
se halla en la obra arqueológica de Fritot exigencias por
el estudio de lo estético en la producción simbólica
indígena. Sobre ello anota en su libro Estudio de las
hachas antillanas (La Habana, 1964): "De su técnica
de hechura, del nivel artístico que expone en su diseño
o estilización, de su variación intrínseca
hacia otros tipos, o la inversa, de donde deriva, poco se dice en
realidad" (ibid:10). Análisis que trasciende
la mera descripción de la pieza arqueológica. Estos
razonamientos de tipo tecnológico y estilísticos le
permiten afirmar en otro momento que ese "grado de cultura
de las Grandes Antillas alcanza un auge tal en el último
período de la fase agrícola o cerámica (...),
tanto en la plástica de vistosa ornamentación como
en la talla pétrea, que puede parangonarse, sobre todo esta
última, con las hechuras manuales de las civilizaciones precortesianas
de Colombia, del Istmo, de Mesoamérica y de la gran meseta
del Anahuac, superando ampliamente en tipos propios, en material
mineralógico escogido, en técnica, en estilización
y en arte, a cualquiera de sus progenitores, Araguacos u otros "Brasílidos",
de la zona nordeste de Suramérica" (ibid:10).
Ahora, por los estudios que he tenido el placer
de realizar sobre las pinturas rupestre de Punta del Este, en la
antigua Isla de Pinos, he conocido (y más que eso, he aprendido)
de Fritot, dos cosas fundamentales. Y es esta la experiencia más
rica que he tenido con su bibliografía. Por un lado la alta
calidad y documentalidad de los informes de este maestro. Para el
estudio de las pinturas de Punta del Este, los textos de Fritot
resultan de un valor incalculable. Agradezco, y mucho, a esa personalidad
científica que fuera el Dr. Fritot por su rigurosa metodología
para la investigación y estructuración de sus informes,
así como por el tipo de procesamiento literario de los datos
de campo, ello hizo posible en un 90% la realización de mi
tesis de grado. Vale mencionar que la mayoría de los dibujos
que se lograron tabular y analizar se lo debemos a sus descripciones.
Fritot explica individual y minuciosamente la mayor cantidad de
dibujos: la posición de los trazos coloreados dentro de un
conjunto, relación entre elementos y entre conjuntos, así
como la ubicación de los mismos dentro del contexto cavernario.
Todo ello se encuentra con lucidez en sus informes.
En el "Registro de los pictogramas más
visibles en la Cueva de Punta del Este (...) enumerados con relación
al plano de la misma" (revista Universidad de La Habana,
1938 :58-59) menciona un total de 102 dibujos. Sin embargo, esta
numeración lo mismo se refiere a un elemento que a un conjunto
de elementos que pudieran o no estar relacionados. De modo que del
listado hemos detectado trece pictografías que en realidad
comprenden 29 dibujos que al no presentarse superpuestos pudieran
constituir pictogramas independientes. En fin, que suman 118 los
dibujos reportados por Fritot. En sus informes de 1938 y 1939 y
luego del examen detallado de todos estos ideogramas, presenta el
plano de la Cueva Número Uno con la situación de las
102 pictografías más visibles, a escala y enumeradas.
Realmente es su informe el más completo que se haya realizado
sobre una cueva con pictografías aborígenes en Cuba
y a ello súmese que es este el primer informe de cueva con
pictografías que se publica en Cuba.
Otra constante en la obra de Fritot y que es digno
de destacarse e imitarse es esa, como le llamara Fernando Ortiz,
plausible discreción científica (Las cuatro culturas
indias de Cuba. La Habana, 1943). Fritot no excedía
el valor de la hipótesis. Es decir, lo no demostrable continuaba
como hipótesis hasta el final de su trabajo. Cuando discutía
la procedencia y paternidad de los dibujos de Punta del Este, consideraba
que estos eran taíno, porque la belleza y seguridad en los
trazos, así como las certeras proporciones logradas le hacían
pensar que sólo el grupo aborigen más desarrollado
desde el punto de vista socioeconómico, era capaz de tales
conquistas en el orden de la cultura espiritual. Aseguraba que las
"pictografías en rojo y negro, que profusamente cubren
sus paredes y techos, hubo que considerarlas ajenas por completo
a ese pueblo primitivo (ciboney) por la perfección de sus
trazos y características especiales, quedando así
establecida una incógnita para dicho lugar, de difícil
solución” (Sociedad Cubana de Historia Natural
Felipe Poey, 1939:307). Con Fritot se inicia el grupo de investigadores
que no reconocen para estos dibujos la paternidad ciboney que Ortiz
ya le había dado. Otros buscan a los autores en tierras continentales.
No obstante, y ante la falta de pruebas contundentes
a su favor, Fritot es razonable ante los hechos ya expuestos y afirma
que: "Aunque me inclino por ahora a una procedencia Taína,
reconozco que la incógnita "permanece aún en
pie" y estoy siempre dispuesto a rectificar dicha indicación
si otra hipótesis más plausible se me presentare"
(ibid,1939:308).
Estudios posteriores han demostrado que los sitios
ciboney más representativos, coinciden con los monumentos
pictográficos del tipo de Punta del Este. En este orden se
atiende a la homogeneidad de la tipología estilística
de estos dibujos , que están constituidos fundamentalmente
por formas lineales, abstractas, geométricas, muy diferentes
del arte pictográfico de los grupos taíno, donde la
figuración se hace más evidente. Pero ya Fritot había
dado su lección de ética.
Esta meritoria discreción científica
de Fritot también se manifiesta por el respeto a la fidelidad
de la muestra arqueológica. En los estudios que realizó
sobre las pinturas de Punta del Este siempre asumió los dibujos
con sus mutilaciones o faltantes. Si bien realiza esquemas de estos,
nunca se propuso (de hecho no lo hizo) la reconstrucción
de los mismos. Para él los dibujos seguían "borrosos",
o "borrados en parte" o "en gran parte". O los
clasificaba de "imprecisos" o "muy imprecisos"
o señalaba la existencia de "vestigios". Con un
tercer término se refería a dibujos "muy difusos”
o "algo difusos". Era reservado en su juicio, así
lo demuestran sus informes y lo destaca Fernando Ortiz en 1943 al
valorar el criterio científico de Fritot. Al parecer, Fritot
era del criterio de conservar la apariencia original de la muestra,
pues ello permitía tantas lecturas como estudiosos se acercaran
al tema. El criterio restaurador de los años sesenta mató
esta posibilidad al imponer una regla.
Definitivamente, como vemos, en la vida y la obra
de René Herrera Fritot encontramos asuntos propensos a la
conmemoración, más allá de su sólo natalicio.
Yo he querido nada más que esbozar algunos aspectos.
Muchas gracias.
Ciudad de La Habana, abril de 1995. 
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